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EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO


DE LA SEDES REGIA TOLETANA
Rafael Barroso Cabrera1
Jesús Carrobles Santos2
Jorge Morín de Pablos3

Al hablar de mundo funerario en el territorio de la Sedes Regia toletana4 es nece-


sario comenzar hablando de la dificultad que entraña realizar un análisis riguroso sobre el
tema, ya que dicho estudio se encuentra claramente condicionado por una serie de facto-
res que distorsionan en gran medida la realidad. Factores que, desgraciadamente, se re-
producen en la mayor parte de la península, como es que todavía en nuestros días un gran
número de las necrópolis excavadas permanecen inéditas. Por otro lado, casi todas las in-
tervenciones arqueológicas se han efectuado mediante el procedimiento de urgencia, lo
que en muchas ocasiones se ha traducido en que no se haya excavado la totalidad del ce-
menterio, sino tan sólo la parte afectada por las obras. Ante este panorama, cualquier ge-
neralización acerca de la ubicación, organización del cementerio, enterramientos, etc. debe
tomarse evidentemente con suma cautela. Sin embargo, en los últimos años se ha venido
produciendo un importante desarrollo en los estudios dedicados a analizar diferentes as-
pectos de la ciudad de Toledo en época visigoda, al menos en temas concretos, como son
los dedicados a la topografía de sus principales centros de poder o la evolución política de
algunas de sus instituciones más representativas (Velázquez-Ripoll, 2000; Valverde, 2000;
Martín, 2003; Barroso-Morín, 2007a; 2007b; Barroso-Carrobles-Morín, e.p.). Esta situa-
ción ha tenido un cierto reflejo en el estudio del territorio toledano, donde por primera vez
se han empezado a publicar trabajos que tratan aspectos relacionados con la evolución del
poblamiento en diferentes sectores de los alrededores de la antigua capital (Jiménez,
2000; Fuentes, 2006: 237-250). A ellos hay que sumar los que se han centrado en el es-

1
Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales de AUDEMA
Avda. Alfonso XIII, 72 – 28002 MADRID
www.audema.com; jmorin@audema.com
2
Diputación Provincial de Toledo
jcarrobles@diputoledo.es
3
Dpto. Arq., Pal. y RR.CC de AUDEMA.
4
Este artículo se incluye en el proyecto de investigación Regia Sedes Toletana patrocinado por la Diputación
Provincial de Toledo y la Real Fundación de Toledo.

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tudio de las importantes series de elementos arquitectónicos decorados que proceden del
mismo espacio (Balmaseda, 1998; 2006a) y los que hacen referencia a un amplio nú-
mero de yacimientos localizados en el Sur de la Comunidad de Madrid, pero que históri-
camente cabe incluir en el hinterland de Toledo (Morín, 2006; Vigil-Escalera, 2006a;
2006b; 2007a; 2007b; 2009; López-Quiroga, 2006). Todos estos estudios han permitido
documentar la existencia de un modelo de poblamiento rural perfectamente definido en el
ámbito territorial toledano, que es el resultado del desarrollo de nuevas formas políticas y
sociales en estas tierras del interior de la Península Ibérica a partir del siglo V. Una situa-
ción completamente nueva ligada aún al mantenimiento de una fuerte relación entre campo
y ciudad que, hasta no hace muchos años, parecía haber sufrido el mismo colapso que las
principales instituciones políticas del Imperio Romano.
Los datos obtenidos hasta la fecha muestran que el inicio de estos cambios tuvo lu-
gar a partir de la crisis sufrida por el modelo territorial generado en el Bajo Imperio (Ca-
rrobles, 2007: 68-74). La desaparición de la estructura estatal que proporcionaba el Im-
perio, la desarticulación de una manera concreta de ejercer el poder por parte de las aris-
tocracias y las nuevas situaciones económicas y políticas surgidas al amparo del colapso
imperial, terminaron por generar un modelo completamente nuevo que se consolida en
los comienzos del siglo VI y se convierte en la nueva referencia para la organización del pai-
saje. Con él aparece una nueva manera de entender el espacio que estamos empezando
a conocer gracias a la realización de algunos de los estudios arqueológicos que hemos ci-
tado en la Comunidad de Madrid (Morín, 2006) o de aquéllos que parten del análisis de di-
ferentes aspectos de la legislación visigoda (Ariño et al., 2004: 186). Ambos muestran la
existencia de una realidad rural coherente plenamente organizada y, por lo tanto, muy ale-
jada de aquellas propuestas que tenían como punto de partida la proclamación de la inefi-
cacia e incapacidad del reino visigodo para generar su propia ordenación territorial.

I. EL MUNDO FUNERARIO EN EL TERRITORIO DE TOLEDO EN EL SIGLO V.


EL PUNTO DE PARTIDA
En el espacio que hoy ocupa la provincia de Toledo existió un modelo territorial lide-
rado por ciudades que adquieren rango municipal en el siglo I d.C. Es el caso de Consa-
bura, Caesarobriga y, sobre todo, Toletum, que empieza a cobrar importancia como foco
regional e incluso peninsular a partir del siglo IV d.C. (Carrobles–Rodríguez, 1988; Carro-
bles, 1997, 1999, 2007). En un segundo nivel se encontrarían los vici, que por su gran ex-
tensión hay que considerar como realidades plenamente urbanas al margen de su estatus
jurídico. Estas poblaciones se situarían a la cabeza de unos territorios en los que se docu-
mentan tipos de poblamiento muy diferentes en función de la orografía y de la calidad de
las tierras existentes en cada uno de ellos. En las más productivas y bien comunicadas se
tendería a la formación de los grandes fundus explotados desde las villae, que se monu-
mentalizarán a partir de los años finales del siglo III d.C. para adquirir una importante fun-
ción de representación del nuevo poder social que detentan sus propietarios. En las zo-
nas marginales o menos productivas, más ligadas a la explotación de recursos forestales
y ganaderos, el modelo de poblamiento básico parece ser el pequeño asentamiento aislado,
en ocasiones con estructuras perecederas ligadas a un régimen de escasa permanencia,

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incluso itinerante, que podría estar vinculado al auge de la ganadería extensiva y al creci-
miento que experimentan ciudades como Toledo, que son capaces de reordenar y poner
en explotación amplios territorios que habían quedado completamente al margen de cual-
quier aprovechamiento que no fuera estrictamente marginal en épocas anteriores.
a) Las necrópolis urbanas.- Ciudades como Caesarobriga o Consabura parecen perder
buena parte de su anterior importancia jurídica, económica y poblacional y sólo Toletvm
muestra un comportamiento radicalmente distinto. Éste se pone de manifiesto en el im-
portante crecimiento que experimenta la ciudad y en el destacado papel que van a des-
empeñar algunos de sus poderes más representativos, fundamentalmente el episcopal,
que inicia un proceso de consolidación como referente nacional a través de la organización
de eventos como el I Concilio de Toledo (Vilella, 2003; Carrobles, 2007: 78-79; Sánchez Ga-
mero, 2007).
En esta época, las necrópolis situadas en la Vega Baja experimentaron cierto cre-
cimiento e incluso, cambios en la ubicación en las zonas con mayor demanda. Este parece
ser el caso de la necrópolis localizada en las inmediaciones del Cristo de la Vega que fue
creciendo hasta ocupar zonas que en el siglo IV aún formaban parte de la infraestructura
de las villae (Fig. 1a). El origen de esta zona funeraria pudo tener lugar a finales del siglo IV
comienzos del V (García Sánchez de Pedro, 2005: 191-199). A esta necrópolis pudieron
pertenecer las lápidas paleocristianas fechadas en el siglo V que carecen de un contexto
claro por tratarse de hallazgos antiguos (Vives, 1969: nª 67 y 68) y los fragmentos de sar-
cófagos paleocristianos que se han encontrado en la ciudad de Toledo –uno empotrado en
la Puerta del Sol (Fig. 1b) y otro conservado en el Museo de Santa Cruz (Fig. 1c), pero lo-
calizado en los terrenos de la Fábrica de Armas-. Ambos se fechan en el siglo IV y junto con
los localizados en el resto de la provincia forman el conjunto más importante de este tipo
de piezas en el interior peninsular. Por último, señalar que el origen de esta necrópolis
debe estar en relación con la tradición que culminará con la consolidación del culto a Santa
Leocadia (Castillo Maldonado, 1999: 333-335).
Este fenómeno es habitual en el resto de la Península y se repite en otra de las ciu-
dades que están dentro de la órbita del territorio toledano, Complutum. En los ss. IV y V la
vida urbana prosiguió en el antiguo núcleo complutense, si bien con unas pautas diferen-
tes a las que había seguido en época romana. En época tardoantigua, la ciudad parece
crecer hacia el NE, atraída hacia las inmediaciones del templo martirial advocado a los
Santos Justo y Pastor. Se advierte, por tanto, una transformación radical en la topografía
urbana del municipio complutense que implica el abandono de la antigua urbs imperial y la
creación de un nuevo centro nuclear en torno al martyrium y la sede episcopal (Fig. 2). Y
es que, en efecto, Complutum debe particular fama al hecho de haber sido el escenario de
la pasión de los santos niños Justo y Pastor, quienes, según refiere la tradición, sufrieron
martirio en tiempos del præses Daciano (Passio Iusti et Pastoris). Ambos eran hermanos
e hijos de padres cristianos y murieron decapitados “in Campo Laudabili”. A finales del si-
glo IV Paulino de Nola enterró a su hijo recién nacido junto a las sepulturas de los mártires
complutenses sin citar los nombres de éstos (Paul. Carmen XXXI 605-610). Pocos años
después, Aurelio Prudencio (Perist. IV 41-44) menciona como timbre de gloria de la ciu-
dad a los santos Justo y Pastor, aludiendo la existencia en su época de dos sepulcros (Va-

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llejo Girvés: 1999, 203-224). Según San Ildefonso, fue el obispo de Toledo Asturio, ya reti-
rado a Complutum y llevado de una admonición sobrenatural, el autor del hallazgo de sus
reliquias (Hild. Tol. Vir. Illust. I). Según el testimonio del santo toledano, Asturio no regresó
nunca a su sede, razón por la que es considerado el noveno obispo de Toledo y el primero
de la ciudad complutense. San Ildefonso, que escribe su obra hacia el año 660, señala ade-
más que la memoria de los Santos Niños había sido olvidada en tiempos de Asturio, a co-
mienzos del s. V. Es evidente, a la luz de los testimonios de Paulino de Nola y de Prudencio,
que este último dato es difícilmente verosímil. Es posible que, como en otros casos, San Il-
defonso no haga sino ensalzar el papel del obispo toledano en la difusión del culto a ambos
mártires, quizá por haber levantado una construcción que honrara su memoria sobre un
antiguo martyrium de dimensiones más modestas. No debe olvidarse que en éste, como
en otros casos, el obispo toledano enmarca su narración dentro del terreno de la tradición
(“dicitur”, “ut antiquitas fert”). De esta forma, a través de su antecesor, lo que San Ildefonso
pretendería en realidad sería enaltecer la sede toledana, objeto último de su obra, sede que
en su tiempo comenzaba a ser reconocida como principal de las metropolitanas de Es-
paña y que ostentó siempre una tutela efectiva sobre el obispado complutense.
El resto de las necrópolis complutenses se concentran en la vía que se dirigía a Cae-
saraugusta. El cementerio de la ciudad, la necrópolis de Afligidos 0, estuvo en uso desde
la segunda mitad del s. V hasta finales del s. VI. Se encontraba situada a las afueras de la
urbe, a los lados de la vía que se dirigía a Zaragoza.
b) Las villas.- Son, como decíamos, el tipo de yacimiento mejor conocido en estas tierras
del valle del Tajo. Su estudio ha permitido conocer la importancia que adquiere el interior
de la Península en el siglo IV como consecuencia del inusitado auge que experimentan las
elites aristocráticas que surgen de sus principales poblaciones.
Los datos sobre las trasformaciones que sufren estos complejos han sido objeto de
algunas aportaciones recientes a las que complementamos con alguna nueva aportación
(Tsiolis, 2007: 117-126; García-Entero-Castelo, 2008: 345-368). Las grandes villae que
ofrecen datos funerarios son:
1. El Saucedo (Talavera la Nueva).- Las excavaciones que se vienen realizando en
las últimas décadas han permitido localizar diferentes elementos pertenecientes a una
gran villa monumental que se ubicaba en las cercanías del núcleo urbano de Caesarobriga,
en pleno valle del Tajo. Todos estos trabajos han hecho posible conocer las características
iniciales del inmueble y lo que siempre es más difícil y complicado, su evolución hasta el si-
glo VIII en que finalizaría la utilización de las antiguas estructuras (Castelo et al., 2006).
De acuerdo con los datos publicados hasta este momento, en el yacimiento se do-
cumentan un total de tres fases de ocupación. Una primera fechada entre la segunda mi-
tad del siglo I y el último cuarto del II de la que sólo se conocen algunos materiales y un ba-
surero. Una segunda directamente relacionada con la construcción y uso del gran complejo
monumental que tendría su inicio a finales del siglo III o en los comienzos del IV y una ter-
cera y última considerada como un bloque homogéneo fechada entre los siglos VI y VIII.
Según indican los responsables de la investigación, a finales del siglo V o en los co-
mienzos del VI, se produciría el inicio de esta tercera fase con la construcción de una ba-
sílica para el culto cristiano aprovechando los restos del distribuidor principal del complejo

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termal fechado a comienzos del IV (Ramos-Castelo, 1992: 118-123; Castelo et al., 2000;
Castelo et al., 2006: 191-195). Para ello se realizaron diferentes modificaciones que die-
ron como resultado un templo de planta rectangular, nave única y ábside cuadrangular, al
que se añadió una piscina bautismal de planta cruciforme (Ramos, 1992: 105-110) y el
necesario mobiliario litúrgico del que sólo se ha conservado un altar de granito. La mera
existencia de estas evidencias ha servido para atribuir los restos conservados a una igle-
sia parroquial que formaría parte de los primeros ejemplos de este tipo de complejos cul-
tuales cristianos en el medio rural. Su aspecto vendría condicionado por las necesidades
litúrgicas que tendría que cubrir la edificación en una comunidad relativamente amplia, imi-
tando los modelos surgidos en las iglesias episcopales urbanas (Fig. 3a).
2. Las Vegas de Pueblanueva (La Pueblanueva).- En las cercanías de Caesarobriga
y también junto al curso fluvial del Tajo, aunque aguas arriba de la ciudad, se localizan los
restos de una nueva villa que fue objeto de diferentes campañas de excavaciones arqueo-
lógicas por iniciativa del Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, en las décadas de los
años 60 y 70 del pasado siglo (Hauschild, 1971, 1978).
Los trabajos se centraron en el estudio de un impresionante mausoleo octogonal di-
señado en el interior de un círculo de 24 metros de diámetro (Fig. 3b). Su estructura se
trazó a partir de la combinación de dos cuerpos arquitectónicos concéntricos diferencia-
dos por su altura. En su interior apareció a finales del siglo XIX el gran sarcófago de los
apóstoles que se vincula con talleres de Constantinopla y se conserva en el Museo Ar-
queológico Nacional (Fita, 1882; Schlunk, 1966).
El edificio documentado es uno de los mayores mausoleos tardorromanos que se
conocen en Hispania y fue construido como un inmueble completamente independiente y
con fines exclusivamente funerarios (Fig. 3c), en las inmediaciones de las dependencias re-
sidenciales. Con posterioridad, mucho tiempo después de su construcción y aprovechando
un habitáculo existente frente a la fachada principal, se realizaron una serie de reformas
que han sido datadas en época visigoda, de acuerdo con los elementos arquitectónicos de-
corados aparecidos durante la excavación (Hauschild, 1978: fig. 13) y la cronología que
ofrecen algunos elementos de adorno personal localizados en las tumbas que se vinculan
a la utilización tardía del complejo (Hauschild, 1978: fig. 9).
Las modificaciones están realizadas con paramentos mucho más pobres que los uti-
lizados en la construcción del mausoleo y su finalidad parece ser la de convertir el antiguo
edificio funerario en un templo cristiano, al que se dotó de nuevos accesos y divisiones li-
túrgicas internas, tal y como ponen de manifiesto las huellas de cancel que se localizan en
dos de los pilares del octógono interno. El resultado fue una iglesia de planta central dotada
de un destacado presbiterio que se proyectaba hacia el exterior de la antigua edificación,
dando como resultado una tipología única en el registro arqueológico de época visigoda
(Hauschild, 1978: fig. 17). La fecha propuesta para estos cambios y la utilización del es-
pacio como necrópolis, estaría comprendida entre finales del siglo VI y los comienzos del
VII. Su uso podría haberse mantenido hasta momentos bastante tardíos según parece des-
prenderse del hallazgo de una pequeña construcción de mampostería que se abre en el
muro sur y que podría identificarse con un mihrab (Hauschild, 1978: 338-339).
3. Las Tamujas (Malpica de Tajo).- En la vega aluvial del Tajo que forma parte del

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término municipal de esta localidad y a escasa distancia de los restos descritos en La Pue-
blanueva, se localizaron estructuras pertenecientes a otra villa romana dotada de ele-
mentos funerarios (Palomeque, 1955, 1959, 1963).
De acuerdo con los datos disponibles, su descubridor planteó la existencia de una
construcción relativamente simple, dotada de planta rectangular orientada hacia el este,
cuyo cuerpo central pudo contar con tres naves que finalizaban en el mismo número de ca-
pillas y por lo tanto con un planteamiento similar al que se conoce en San Juan de Baños.
A pesar de las críticas que ha recibido esta propuesta y de los problemas tipológicos y cro-
nológicos que se derivan de la escasa atención que recibieron los restos, es evidente que
éstos pertenecieron a un templo cristiano de acuerdo con lo que indican diferentes ha-
llazgos. Es el caso de las piezas escultóricas a las que antes hacíamos referencia, entre las
que destaca una placa nicho con decoración figurada de clara función litúrgica (Barroso-
Morín, 1994), así como de un sarcófago de granito que formó parte del espacio sacro fu-
nerario que se vincula normalmente a este tipo de iglesias rurales a partir de los últimos
años del siglo VI (Fig. 3d)
4. El Solao (Rielves).- Dentro del territorio perteneciente a la antigua ciudad de To-
ledo, en el límite geológico que separa el valle del Tajo de las campiñas de las comarcas de
La Sagra-Torrijos, se localizaron en el siglo XVIII importantes restos de otra villa romana que
desde entonces ha venido proporcionando algunos hallazgos puntuales que permiten co-
nocer algún aspecto de la evolución de la construcción y ratificar algunas de las propues-
tas más antiguas.
Gracias a la publicación realizada tras su descubrimiento (Arnal, 1788) y a los datos apor-
tados por algunas excavaciones muy puntuales realizadas en diferentes momentos del si-
glo XX (San Román, 1923; Fernández Castro, 1978), se ha podido reconstruir el aspecto
que presentaba el cuerpo principal del antiguo complejo monumental fechado también en
el siglo IV. Se trata de un nuevo balneum dotado de la tradicional decoración de mosaicos
que, en este caso concreto, destacan por la calidad de sus principales emblemas.
A estos datos hay que añadir la necrópolis aparecida, tanto en las primeras exca-
vaciones, como en las que se llevaron a cabo en 1968, que permitieron documentar el
aprovechamiento funerario de algunas dependencias del antiguo balneum (Fig. 3e).
5. Santa María de Abajo (Carranque).- El origen del asentamiento se ha fijado con
cierta precisión en época altoimperial, aunque es nuevamente en el siglo IV cuando la zona
residencial sufre un importante proceso de monumentalización. Éste se llevó a cabo me-
diante la construcción de una serie de edificaciones aisladas, de imponente presencia pero
con escasa inversión, que se relacionaron entre sí a través de pórticos y otras estructu-
ras menores que permitían dotar de cierta unidad al conjunto.
Los datos relacionados con la utilización tardía de algunas de sus dependencias
más significativas se reducen al ahora denominado “edificio A”, que hasta no hace muchos
años era considerado como una gran basílica cristiana. Parece fuera de toda duda que su
origen no está relacionado con ningún tipo de función cultual cristiana y que sólo se po-
drían encontrar datos relacionados con la construcción en las inmediaciones de algún mau-
soleo que acabaría creando el germen que permitiría su posterior conversión en iglesia, ya
en un momento mucho más tardío del que se ha venido defendiendo hasta ahora (Fig. 3f).

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Por los pocos materiales que se conocen de este edificio, parece seguro que el cambio
ocurrió en un momento bastante avanzado, probablemente en el siglo VII, según parecen
indicar los escasos restos del mobiliario litúrgico aparecidos en las excavaciones (Fernán-
dez-Galiano, 2001: 165-179; García-Entero-Vidal, 2008: 590).
Con esta iglesia habría que vincular el origen de la extensa necrópolis excavada en
sus inmediaciones durante los últimos años. De sus enterramientos proceden algunos bro-
ches y otros pequeños objetos de adorno personal fechados en momentos avanzados del
siglo VII, que coinciden plenamente con la fecha que se ha propuesto para la utilización tar-
día del edificio como templo cristiano (Fernández-Galiano, 2001: 169).
Es probable que tanto por la entidad que tuvieron los restos de la construcción como
por su situación estratégica en la red viaria que tenía a Toledo como centro, la primitiva igle-
sia evolucionara hacia fórmulas más complejas, que tendrían su continuidad en el monas-
terio cluniacense de Santa María de Batres, del que se conoce una importante actividad
desde el reinado de Alfonso VI (Bishko, 1987).
6. Los Castillejos (Cabañas de la Sagra).- Los restos localizados de esta nueva villa se en-
cuentran ubicados en pleno casco urbano de la localidad de Cabañas de la Sagra, domi-
nando las llanuras arcillosas que se extienden al Norte de la antigua capital, a escasa dis-
tancia de otra serie de complejos dotados de características muy similares (Tsiolis, 2004).
Se trata de un asentamiento con un comportamiento similar a los descritos hasta
ahora, al tener su origen en el siglo I y sufrir transformaciones en los siglos II y III con el fin
de construir un primer balneum. Los cambios más importantes se producen nuevamente
a partir del siglo IV en que se lleva a cabo la reconstrucción completa de la edificación y se
procede a su monumentalización. A este momento pertenecen los diferentes pavimentos
de mosaicos descubiertos hasta ahora que ofrecen un panorama muy similar al docu-
mentado en otros puntos del resto de la provincia (Fig. 3g).
De acuerdo con los datos dados a conocer, la gran edificación tardorromana se
mantendría en uso hasta los primeros momentos del siglo V, tal y como parece deducirse
del hallazgo de ciertas cerámicas y de la documentación de diferentes reparaciones en los
pavimentos de mosaico, que muestran la existencia de una cierta preocupación por el man-
tenimiento de la función representativa de la antigua edificación.
En ese mismo siglo se fecha el abandono de algunos sectores del inmueble, en es-
pecial de las dependencias secundarias de las termas. Sobre ellas se construirían algunos
pavimentos, pequeñas estructuras de piedra y algunos silos, que muestran el carácter
más o menos ocasional de las reocupaciones que ahora nos interesan. Su inicio se fecha
como decíamos en el siglo V y se ha propuesto que tendrían continuidad a lo largo de los
siglos VI y VII, al relacionarse con la necrópolis visigoda documentada en las inmediaciones
de la localidad (García Zamorano, 2001), de la que luego hablaremos.
c) Otros asentamientos rurales.- Tal y como hemos dicho con anterioridad, los pe-
queños asentamientos que se localizan en áreas montañosas y en lugares alejados de la
principales vías de comunicación son una de las principales novedades que ofrece la in-
vestigación realizada en los últimos años en el sector central del valle del Tajo para los si-
glos IV y V. La mayoría de los datos proceden de diferentes trabajos de prospección y sólo
puntualmente se ha realizado la excavación de algunas de las estructuras documentadas

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en el poblado del Rondal (Oropesa) (Rodríguez et al. 1992: 142-144). Los restos allí loca-
lizados muestran que nos encontramos ante asentamientos de tamaño reducido que se
disponen en zonas que podíamos considerar como marginales, en los que se documenta
una clara tendencia a la movilidad e, incluso, a la estacionalidad. Asociados e estos pe-
queños hábitats, se encontrarían pequeños cementerios. Es el caso del yacimiento de Las
Caleras, en Villanueva de Santiago, donde se han localizado unas pequeñas estructuras de
habitación y una pequeña necrópolis asociada. Patrón que se reproduce en el mismo es-
pacio en pleno siglo VII.

II. EL NUEVO MODELO TERRITORIAL. EL SISTEMA ALDEANO DE ÉPOCA VISIGODA


EN EL TERRITORIO DE TOLEDO
Frente al panorama de continuidades que dominaba la investigación hasta hace
unos años, nos encontramos ante una nueva fase en la que empiezan a valorarse las in-
novaciones y con ellas los nuevos modelos territoriales que surgen tras la caída definitiva
del mundo romano en el interior de la Península Ibérica (Brogiolo–Chavarría, 2008). Si con
anterioridad sólo se conocían algunos registros funerarios que parecían surgir de la nada,
en la actualidad, la investigación arqueológica realizada en algunas localidades del sur de
la Comunidad de Madrid ha servido para poner de manifiesto la existencia de distintas ca-
tegorías de poblamiento que venían pasando completamente desapercibidas. En ellas se
encuadran una amplia serie de asentamientos que explican los antiguos hallazgos funera-
rios y les convierte en los auténticos centros de las nuevas comunidades, dotándolos de una
nueva significación (Vigil-Escalera, 2009: 220-223).
Su invisibilidad arqueológica se debe en buena medida a la propia naturaleza de los
restos, generalmente de escasa entidad constructiva, por la utilización mayoritaria de ma-
teriales perecederos que dificultan su detección (Vigil-Escalera, 2003, 2006). Una situación
que cobra su verdadera dimensión cuando consideramos la cronología de estas estruc-
turas, comprendida entre los grandes complejos monumentales tardorromanos e islámi-
cos que cuentan con un protagonismo mucho más evidente en el paisaje y requieren téc-
nicas mucho menos depuradas para su localización.
La documentación de estos asentamientos ha sido posible por la utilización de nue-
vas metodologías arqueológicas que han superado nuestro viejo interés por los sondeos y
las secuencias. La vinculación de los hallazgos con el desarrollo de nuevas maneras de ac-
tuar en la gestión de nuestro patrimonio arqueológico, se pone de manifiesto en la locali-
zación de la mayor parte de los nuevos ejemplos en lugares concretos de la Comunidad de
Madrid, en los que las grandes obras públicas y el crecimiento de los núcleos urbanos han
hecho necesaria la excavación cuidada y en área de grandes superficies. La menor presión
constructiva y, sobre todo, la utilización de técnicas de investigación menos ambiciosas,
parecen ser las causas de que los hallazgos carezcan de continuidad hacia el Sur y, por lo
tanto, de su actual ausencia en el territorio más cercano a la ciudad de Toledo.
En líneas generales, el nuevo modelo territorial parte de que la práctica totalidad
del espacio rural más productivo, el que antes concentraba el mayor número de villae, pasó
a ser explotado mediante una red de aldeas y granjas (Vigil-Escalera, 2007a) que serían el
resultado del desarrollo de una sociedad completamente nueva, que fue capaz de generar

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un nuevo modelo de aprovechamiento del territorio adaptado a las nuevas condiciones sur-
gidas tras el fin del Imperio y la llegada de gentes procedentes de lugares muy distintos. De-
bido al poco tiempo transcurrido desde la valoración de los primeros hallazgos, todavía se
desconocen los mecanismos que hicieron posible la implantación de las nuevas entidades
de las que venimos hablando a finales del siglo V. Un momento complejo condicionado por
la llegada y asentamiento del pueblo visigodo en estas tierras del interior peninsular, en el
que se han empezado a detectar la implantación de estos nuevos asentamientos (Ripoll,
2007: 63-64; Barroso-Morín 2008). Su consolidación se produciría a lo largo del siglo VI
y luego, por los motivos que trataremos de explicar, sufrirían ciertos cambios y adaptacio-
nes antes de desaparecer en los siglos VIII y IX, como consecuencia de la implantación del
nuevo modelo islámico, en el que primó la construcción de pequeñas ciudades secundarias
en diferentes puntos del antiguo territorio de Toledo.
La célula básica de explotación en este momento pasará a ser la aldea (Wickham,
2005; Quirós-Vigil- Escalera, 2006; Quirós, 2007; Vigil-Escalera, 2007a), una población in-
tegrada por la unión de una serie de grupos familiares que desarrollan una conciencia de
pertenencia al grupo y se identifican con un territorio concreto perfectamente delimitado
que es explotado de forma individual en los sectores más inmediatos a las viviendas y de
manera colectiva en el resto del espacio disponible. Se trata de asentamientos caracteri-
zados por una baja densidad de ocupación que resulta del adosamiento de propiedades que
intercalan la residencia familiar con zonas dedicadas al cultivo intensivo, a explotaciones de
secano o a la cría de ganado. El resultado es la formación de unos asentamientos muy am-
plios (en algunos casos se ha calculado su extensión en 12 Ha) que parecen caracteri-
zarse por una cierta tendencia a la movilidad interna debido a la constante reconstrucción
y cambio en la disposición de las cabañas, aunque siempre en torno a un gran cementerio
que es estable y se convierte en su gran seña de identidad. La separación entre aldeas se
ha fijado entre 4 y 9 Km y varía en función de la calidad del suelo en el que se encuentren,
al ser el resultado de una clara ordenación del medio rural realizado desde la ciudad y, por
lo tanto, de un reparto del suelo que atiende tanto a las necesidades de la población como
a los recursos disponibles.
La práctica totalidad de las construcciones documentadas están realizadas con ma-
teriales perecederos y sólo en momentos avanzados del siglo VII parecen empezar a tomar
cierto protagonismo algunos inmuebles que se dotan de cubiertas de teja y se ejecutan con
paramentos más cuidados y duraderos (Marcos-Galindo, 2006: 471-476; Vigil-Escalera,
2009: 209-215). Junto a ellos y como consecuencia de los usos y transformaciones que
se producen en el espacio, se encuentran grandes fosas que podrían identificarse con au-
ténticos fondos de cabaña, pozos, silos, hornos, zanjas de delimitación, amontonamientos
de tierra, y toda una serie de evidencias de escasa entidad, que recuerdan a las que se ge-
neraron en los poblados de la Prehistoria reciente en esta misma zona.
El núcleo central de estas nuevas categorías de poblamiento es la necrópolis que ac-
túa como el único espacio simbólico y definidor de la identidad del grupo (Azkárate, 2002;
Vigil-Escalera, 2009: 220-223). En Gózquez (Contreras, 2006; Contreras-Fernández,
2006), uno de los yacimientos más característicos del modelo aldeano documentado en
Madrid, el cementerio estaba formado por más de 450 enterramientos y se ubicaba en el

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centro de la población, dentro de unos límites perfectamente establecidos desde el mo-


mento en el que se produjo la fundación de la aldea (Fig. 4 a y b). Su destacado protago-
nismo visual y el cuidado puesto en la conservación de todas y cada una de las fosas fune-
rarias muestra que ésta y otras necrópolis jugaron un importante papel en la definición y
cohesión social de los grupos humanos aquí asentados, al ligarse a un territorio y refle-
jarlo a través de la presencia más que evidente de sus antepasados. Todos los enterra-
mientos documentados son característicos de las denominadas necrópolis “visigodas” (Ri-
poll, 1989, 2007) que se fechan a lo largo del siglo VI y en conjunto pueden servir para mar-
car la extensión del sistema de organización territorial que estamos analizando.
Junto a estas poblaciones identificadas con aldeas, en las que priman los compor-
tamientos comunitarios y las identidades de grupo, también se ha señalado la presencia
de otras unidades menores que han sido consideradas como granjas. La documentación
arqueológica muestra que también nos encontramos ante asentamientos dotados de per-
sonalidad expresada en la ausencia de verdaderas necrópolis, como consecuencia de una
menor identificación de sus habitantes con el espacio habitado y el nulo papel jugado por
la estirpe y los lazos comunitarios (Vigil-Escalera, 2009).
En la provincia de Toledo no se han estudiado casos representativos de ninguno de
ambos tipos de yacimientos. Sin embargo, existen numerosos hallazgos que hay que vin-
cular necesariamente con ellos. Es el caso de la mayor parte de las necrópolis “visigodas”
que se conocen y de algunos hallazgos que proceden de contextos residenciales aún in-
éditos, que permiten asegurar la lógica presencia del sistema aldeano en puntos muy ale-
jados del valle del Tajo y muy especialmente en la comarca de La Sagra-Torrijos. Se trata
en la mayor parte de los casos de hallazgos antiguos que habían sido valorados en sí mis-
mos, es decir, al margen de su relación con cualquier categoría de poblamiento y de su fun-
ción en la definición y organización de un modelo territorial concreto. En ninguna de las ex-
cavaciones realizadas se hizo el más mínimo análisis del entorno en el que se encontraron
y, a lo sumo, se tendió a vincularlos con las villae tardorromanas que hubiese en las inme-
diaciones o incluso en zonas relativamente alejadas, como consecuencia del papel prota-
gonista que algunos investigadores les habían adjudicado.
Los hallazgos más destacados relacionados con este tipo de necrópolis “visigodas”
que adquieren su máximo desarrollo en el siglo VI son:
1. Cerro de las Sepulturas (Azután).- Se localiza en el extremo occidental de la pro-
vincia de Toledo, en plena vega aluvial del Tajo y muy cerca del antiguo vado de Puente Pi-
nos, en las inmediaciones de la localidad de Puente del Arzobispo. En esta necrópolis se han
realizado diferentes actuaciones como consecuencia de la realización de distintas obras,
la mayor parte de ellas muy puntuales, en diferentes momentos del siglo XX (Barroso-Mo-
rín, 2008).
Los restos conocidos proceden de una pequeña elevación que ha perdido buena
parte de su antiguo protagonismo por la realización de desmontes relacionados con la am-
pliación de una carretera y la utilización agrícola del suelo. Del conjunto de sepulturas lo-
calizadas hasta ahora se desprende que éstas estuvieron claramente ordenadas y que pa-
recen detectarse agrupaciones definidas por la cercanía y por la mayor o menor presen-
cia de cistas realizadas con lajas de piedra. La cronología de todas ellas parece fijarse en

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diferentes momentos del siglo VI, según se desprende del estudio de algún broche de cin-
turón de placa rectangular y decoración de celdillas, de otro pisciforme y de varios de placa
rígida calada que fechan el final de la utilización funeraria del espacio (Fig. 5).
Del conjunto de los hallazgos se desprende que nos encontramos ante una de las
características necrópolis “visigodas” que, como ocurre con el resto de las documentadas
hasta hace unos años, se suponía aislada y separada de cualquier evidencia de pobla-
miento. Sin embargo, los hallazgos realizados recientemente, han puesto de manifiesto
que en el entorno inmediato al cementerio se desarrolló un asentamiento del que sólo se
conocen algunos silos que han sido fechados por los materiales cerámicos aparecidos en
época emiral (Barroso-Morín, 2008: 83-108). Su ubicación y características podrían indi-
car que nos encontramos ante un asentamiento más antiguo, en el que se documentan las
características que se asocian con el grupo de aldeas que estamos analizando, que se
mantuvo activo hasta finales del siglo VIII o los comienzos del IX, en que se fechan los ma-
teriales cerámicos a los que acabamos de hacer referencia.
2. Valdelazada (Castillo de Bayuela).- Del conjunto de la necrópolis tan sólo se conoce
el contenido de un enterramiento que fue localizado al pie de la Sierra de San Vicente, en
una zona de tránsito entre el ambiente de montaña y los primeros relieves pertenecientes
a la cuenca sedimentaria del Tajo.
Se trata de un hallazgo casual aunque realizado en una zona en la que se conocía
la existencia de otros enterramientos, que dio lugar a la realización de una excavación pun-
tual del lugar en el que aparecieron las piezas y a la prospección de sus alrededores (Ca-
ballero y Sánchez-Palencia, 1987). Gracias a estos trabajos se localizaron diferentes res-
tos de época romana entre los que destacan una presa y lo que podrían ser algunas villae
u otro tipo de asentamientos rurales. En la única de las tumbas que conocemos, se loca-
lizó un importante lote de objetos de adorno personal en el que destacaban dos fíbulas
aquiliformes que presentaban decoración de celdillas con relleno de pasta vítrea, un bro-
che de cinturón de placa rectangular con el mismo tipo de decoración, diferentes cuentas
de vidrio y un anillo de plata.
De acuerdo con lo que muestra el estudio de lo hallado, nos encontramos ante una
sepultura característica de los considerados como enterramientos visigodos de comien-
zos del siglo VI. La riqueza de los adornos con los que fue enterrado el difunto, nos remite
a las ceremonias realizadas en función de los comportamientos comunitarios que sólo se
desarrollan en las nuevas aldeas de las que venimos hablando.
3. Vega de Santa María (Mesegar).- En plena vega del Tajo se localiza una nueva ne-
crópolis que ha proporcionado diferentes hallazgos a lo largo del siglo XX, incluyendo los
producidos en una campaña de excavaciones arqueológicas realizada con motivo de la am-
pliación de la carretera que divide al yacimiento, que aún permanece inédita. En las inme-
diaciones se documentan restos de una gran villa romana y evidencias de poblamiento
desde el final de la Edad del Bronce.
En el conjunto de piezas dadas a conocer, procedentes tan sólo de los hallazgos
más antiguos (Jiménez de Gregorio, 1966: 181-184), destacan algunos broches de cin-
turón con placa rígida, hebillas con aguja de base escutiforme, cuentas de pasta vítrea,
anillos y otros elementos de adorno personal de menor tamaño. Su estudio muestra que

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nos encontramos ante un yacimiento que se mantuvo activo durante un periodo de tiempo
bastante amplio, al menos a lo largo de los siglos VI y VII. Sin embargo la falta de cualquier
contexto impide saber si estamos ante una necrópolis dotada de una larga y excepcional
pervivencia o lo que parece más probable, que las piezas procedan de diferentes agrupa-
ciones funerarias surgidas en el seno del mismo asentamiento con características y cro-
nología muy diferentes.
4. Travilla (Carpio de Tajo).- Es sin duda alguna la más conocida de nuestras necró-
polis “visigodas” tanto por el número de enterramientos documentados, como por haber
sido una de las primeras en estudiarse a comienzos del siglo XX (Ripoll, 1985; Sasse,
2000). Los importantes materiales entonces recuperados se han convertido en una refe-
rencia para el estudio de la metalistería de época visigoda en la Península Ibérica, al per-
mitir la ordenación y clasificación de otros materiales y yacimientos de la misma época (Ri-
poll, 1998; Balmaseda, 2006b: 261-264).
De acuerdo con los últimos estudios realizados, que siempre han tenido que sor-
tear la dificultad que presenta trabajar con materiales procedentes de excavaciones anti-
guas que quedaron inéditas, se localizaron un total de 285 enterramientos de los que sólo
90 contarían con objetos de adorno personal. Las tumbas se disponían de forma regular
siguiendo unas líneas perfectamente orientadas, aunque con una clara tendencia apre-
ciada en otros yacimientos de la misma época a formar grupos que siempre se han aso-
ciado a la existencia de lazos familiares entre los individuos allí enterrados (Fig. 6a).
El estudio de la posible evolución de la necrópolis muestra que su inicio se produjo
a finales del siglo V y que pronto empezaría a crecer en extensión, hasta las primeras dé-
cadas del siglo VII en que se produce la disminución drástica en el número de nuevas in-
humaciones aunque no finaliza del todo el uso del espacio funerario.
Los objetos de adorno personal documentados presentan una amplia variedad y ri-
queza y han protagonizado un buen número de discusiones sobre su carácter visigodo o
hispanorromano de las gentes que los utilizaron. Un aspecto relacionado con la naturaleza
étnica y cultural de las poblaciones de esta zona de la Meseta, que ha monopolizado buena
parte de los estudios sobre estos hallazgos en los últimos años (Sasse, 2000; Ripoll, 2007).
A pesar de haberse considerado tradicionalmente como un yacimiento aislado con
fines exclusivamente funerarios, todo parece indicar que no fue así. Las características
que aún podemos conocer son similares a las que se documentan en otros grandes ce-
menterios rurales del valle del Tajo (Morín, 2006), caso de Gózquez, Cacera de las Ranas
(Fig. 6b) o Tinto Juan de la Cruz (Fig. 6c), por citar algunas de las más conocidas y cer-
canas al ámbito toledano. Todos ellos, tal y como se ha podido comprobar, están relacio-
nados con la implantación del modelo territorial aldeano en el que jugaban una destacada
función como espacio identificador y definidor de cada grupo.
En su conjunto, estamos ante el mejor ejemplo del que disponemos para conocer
la evolución de este tipo de cementerios en la zona toledana. Su decadencia comienza a pro-
ducirse en los inicios del siglo VII y todo parece indicar que se debió a la pérdida del papel
simbólico que jugaban los antepasados en la cohesión de la comunidad allí asentada. Si
hasta entonces el espacio funerario era el lugar en el que se mostraba la vinculación de
unas gentes con un determinado territorio y de las dependencias establecidas entre ellos

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y el resto de la sociedad, plasmadas en este caso en el desigual adorno de los cadáveres,


a partir de esa fecha este sistema de relaciones deja de funcionar como tal y se implanta
un nuevo modelo. En él, la nueva iglesia rural, documentada por la existencia en las cerca-
nías de una amplia serie de elementos arquitectónicos decorados de uso litúrgico (Jimé-
nez de Gregorio, 1966: 176-178), pasaría a detentar la misma función identificadora y
simbólica (Ripoll–Arce, 2001: 35). En su entorno crecería una nueva necrópolis muy dis-
tinta de la anterior, al obedecer a nuevos planteamientos claramente diferenciados.
5. Los Pozuelos (Cabañas de la Sagra).- Su hallazgo tuvo lugar en una explotación de
áridos ubicada en las afueras de esta localidad (García Zamorano, 2001). En los cortes de
la cantera en la que se realizó el descubrimiento, se localizaron una serie de enterra-
mientos de los que sólo se pudieron estudiar 3 estructuras completas. Todas ellas mos-
traron que éstas se disponían siguiendo una clara ordenación lineal y que existía una or-
ganización del espacio funerario similar al descrito en otros casos mejor conocidos.
En los pocos conjuntos estudiados, se ha señalado su frecuente reutilización y la
presencia de algunos objetos de adorno personal, en concreto dos hebillas de placa rígida
y un anillo que fechan las tumbas a finales del siglo VI o como mucho, en los primeros años
del siglo VII.
Desde que se produjo el hallazgo, los restos se han vinculado con el poblamiento de
la villa romana a la que hemos hecho referencia con anterioridad, que se localizan a una
distancia cercana al kilómetro. Sin embargo, y de acuerdo con la descripción realizada de
las reutilizaciones que sufrió el inmueble, no creemos que las inhumaciones tengan nada
que ver con el mantenimiento del complejo fechado en el siglo IV, sino con el estableci-
miento de un poblamiento completamente nuevo que sería el responsable del uso ocasio-
nal de las ruinas tardorromanas con carácter claramente marginal. En este sentido hay
que valorar toda una serie de estructuras documentadas en la misma excavación de la
necrópolis que no han recibido la atención que merecían. Nos referimos al hallazgo de una
serie de fosas de tamaño muy diferente que fueron interpretadas como basureros y que
muy probablemente son el resultado de la evolución de la arquitectura residencial de un
asentamiento similar a los documentados en la zona madrileña en el siglo VI (García Za-
morano, 2001: 190-191). Su forma varía desde los hemisféricos y piriformes hasta los
más grandes de paredes rectas que podrían pertenecer a cabañas semienterradas. En su
interior aparecieron materiales tan significativos como algunos fragmentos de vidrio, un ati-
fle de alfar y piedras de molino que también aparecen en los contextos residenciales de las
aldeas localizadas en la comunidad vecina.
6. La Arboleda- Arroyo de Bobadilla (Illescas).- Al norte de la localidad, cerca del límite
provincial y regional, se han localizado diferentes restos que pertenecen a un importante
yacimiento en el que por desgracia se ha excavado mucho y se ha publicado poco. Un pro-
blema que también tiene su parte de culpa la invisibilidad de los yacimientos de época visi-
goda en el medio rural toledano.
El hallazgo de tumbas en las que aparecían destacados objetos de adorno personal,
en concreto algunos grandes broches de placa rectangular y decoración con celdillas re-
llenas de pasta vítrea y cabujones, es bastante antiguo. Desde finales del siglo XIX (Maroto,
1991: 65-68, fig. 6) se vienen produciendo importantes hallazgos que han tenido conti-

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nuidad en diferentes momentos del siglo XX. Es el caso de una tumba que parece haber
formado parte de una necrópolis extensa que permanece inédita y que por la importancia
y calidad de los objetos de adorno personal encontrados en ella se encuentra expuesta en
las instalaciones del Museo de los Concilios y de la Cultura Visigoda. También de otro en-
terramiento mucho menos visual pero mejor estudiado, que se localizó gracias al segui-
miento de las obras necesarias para la realización de una canalización (Hernando-Iguacel,
1994). La escasa capacidad de maniobra de la que dispusieron los arqueólogos respon-
sables del hallazgo impidió la documentación de cualquier posible relación de los restos
con las zonas de hábitat que podrían estar asociadas.
Tanto los hallazgos antiguos como los realizados en los momentos más recientes
vuelven a ofrecer una cronología de origen y desarrollo de la necrópolis a lo largo del siglo
VI. Su importancia para nuestro estudio radica en que en otras intervenciones cercanas
han aparecido algunas estructuras como un horno que nuevamente permanece inédito y
que confirmaría la existencia de la zona residencial asociada al núcleo funerario.
7. Otros.- La lista de hallazgos que permite valorar el alcance real de la implantación
de los yacimientos de tipo aldeano que estamos analizando en el territorio toledano desde
finales del siglo V debe completarse con una serie de hallazgos funerarios hoy aislados
pero que, sin duda alguna, formaron parte de contextos similares a los descritos hasta
ahora.
En su totalidad proceden de yacimientos poco conocidos de los que apenas tenemos
referencias. Es el caso del que se localizó a finales de los años 50 en las cercanías de la lo-
calidad de Belvís de la Jara (Jiménez de Gregorio, 1961: 216-217). En él se documentó
una cista realizada con lajas de piedra que contenía en su interior los restos de un único
individuo, un broche de placa rectangular con decoración geométrica con celdillas y cabu-
jones y dos pendientes de plata, que permitían fechar el conjunto en los años centrales del
siglo VI. En un hallazgo parecido tiene su origen un nuevo broche de cinturón procedente
de la finca La Capitana, en la localidad de La Torre de Esteban Hambrán, que ha sido dado
a conocer recientemente (García Serrano, 2007: 465). Su aspecto es similar al descrito
en el caso anterior y también se fecha a mediados del siglo VI. Algo más tardíos son los ha-
llazgos realizados en El Guerrero (Escalonilla). Éstos consisten en dos broches de cinturón
de placa rígida que habría que fechar a finales del siglo VI (López Muñoz, J, 2005: 20). El
hecho de que estas últimas piezas aparezcan junto a elementos arquitectónicos decora-
dos podría indicar la vinculación del cementerio con algún pequeño templo rural, siguiendo
el modelo al que ya hemos hecho referencia que comienza a finales del siglo VI y se acaba
imponiendo en el VII.
En conjunto, y a falta de yacimientos excavados en época reciente y sobre todo en
extensión que permitan equiparar nuestro registro con el que se conoce en la cercana
zona madrileña, tenemos que conformarnos con los datos que hemos expuesto y confiar
en la relación existente entre este tipo de necrópolis y las estructuras residenciales que han
servido para definir el modelo aldeano. Sin embargo y con las debidas cautelas, todo parece
indicar que esta misma realidad es la que debería documentarse en los yacimientos que
ocupan las zonas más productivas del territorio de Toledo desde los últimos años del siglo
V. Su implantación marcará el definitivo final del modelo territorial basado en las grandes

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villae, que quedarán relegadas a un uso marginal hasta que de nuevo se vuelvan a construir
en ellas edificaciones de prestigio vinculadas al culto cristiano que tenderán a realizarse,
por estricta economía de medios, en algunas de sus mejores dependencias mucho tiempo
después de haber quedado abandonadas.
El nuevo modelo basado en aldeas y granjas pasará a dominar el paisaje que em-
pieza a gestarse con la llegada del pueblo visigodo, equiparándolo al que se documenta en
otras zonas del occidente de Europa (Wickham, 2002, 2005). Su implantación implica la
existencia de una sociedad nueva que impone un sistema territorial muy distinto del exis-
tente con anterioridad (Martín Viso, 2000), pero que se sigue articulando y dirigiendo desde
ciudades como Toledo, que, no conviene olvidar, adquiere la condición de sede regia en los
años centrales del siglo VI en los que se produce su consolidación.
Su evolución parecer ser rápida y, de acuerdo con lo que se conoce por el estudio
de las necrópolis y de las transformaciones que sufren algunas construcciones residen-
ciales, en los años finales del siglo VI se registran importantes innovaciones y cambios que
coinciden con los que también se producen en el propio Estado tras la celebración del III
Concilio de Toledo (Olmo, 2007). A pesar de todo ello, las aldeas seguirán siendo la base
del poblamiento rural, pero sus valores y aspecto cambiarían notablemente al documen-
tarse una evolución en las jerarquías internas del grupo y, sobre todo, en la manera en que
las elites propietarias externas se hacen presentes en ellas.

III. EN EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÚLTIMO SIGLO DEL REINO VISIGODO DE TOLEDO


A finales del siglo VI el registro arqueológico que conocemos revela el inicio de un
profundo cambio que va a afectar a aspectos básicos de la cultura material y espiritual de
las gentes que habitaban las zonas rurales. Nos referimos a temas tan complejos y arrai-
gados como son las costumbres funerarias o la manera de vivir la religión. Todas estas
transformaciones son el reflejo de la nueva situación política inaugurada con la conversión
al catolicismo de Recaredo que sienta las bases de un nuevo Estado. En él van a tender a
desaparecer los aspectos ligados al comportamiento comunitario germánico y se va a con-
firmar la creciente capacidad de la Iglesia católica para intervenir en numerosos asuntos
de la nación.
Hasta hace pocos años se seguía defendiendo el papel de las antiguas aristocracias
romanas en la cristianización de la población rural desde la segunda mitad del siglo IV (Díaz,
2007; Fernández-Galiano, 2001). En la actualidad se ha iniciado el cuestionamiento de
esta afirmación al no encontrarse más manifestaciones cristianas en ese ámbito que las
estrictamente funerarias y, por lo tanto, dentro del ámbito de lo que podemos considerar
como comportamientos privados (Chavarría, 2006a). Ninguna de las iglesias que se do-
cumentan en las villae, incluidas las de la provincia de Toledo, parecen tener relación con
este primer cristianismo que es estrictamente urbano. La religiosidad rural de los siglos V
y VI se mantendría por lo tanto a un nivel muy distinto del existente en las ciudades y fue
necesario que se iniciara una serie de actuaciones constantes y decididas para hacer pre-
sente a la nueva religión en cada uno de los rincones del territorio (Sotomayor, 2004; Ce-
rrillo, 2008). Un fenómeno ligado necesariamente el ejercicio del poder de las elites, que
encontraron en la cristianización un importante aliado para conseguir sus propósitos.

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216 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Todos estos cambios ocurridos en su mayor parte a lo largo del siglo VII son tam-
bién el resultado de la reorganización de un Estado que surgió del pacto con todos aque-
llos que encontraron en él los mecanismos necesarios para asegurar y acrecentar su po-
der territorial (Martín, 2003). Por primera vez desde la desaparición del Imperio romano
se volvía a generar un núcleo central fuerte que necesitaba del desarrollo de nuevas elites
que de esa manera iban a adquirir un nuevo e importante protagonismo. Su destacado pa-
pel político debió estar relacionado con un crecimiento de su capacidad para atraer nue-
vas rentas procedentes del aumento de la presión ejercida sobre las comunidades rura-
les o también de la puesta en funcionamiento de nuevos sistemas de explotación basados
en el aprovechamiento de recursos que habían tenido menos importancia como era la ga-
nadería a gran escala (Martín Viso, 2000, 2007).
La consecuencia fundamental para el registro arqueológico de todo este proceso es
que las elites van a volver a hacerse visibles en el medio rural, al favorecer procesos como
la cristianización, que posibilitaba la sustitución de los antiguos elementos comunitarios
que primaban en las poblaciones rurales por nuevos templos privados o propios (Rodrí-
guez, 1999), que pasaron a ser los verdaderos protagonistas de los cambios que se iban
a producir. El control de las nuevas iglesias a través de figuras como el patronato y la co-
laboración con las elites eclesiásticas, tan interesadas como las civiles en la fundación de
los centros de culto, acabaría por consolidar los cambios de los que venimos hablando
(Martín Viso, 2000; Vigil-Escalera, 2009: 223-225). Un hecho significativo en la mayor
parte del territorio pero especialmente relevante en el entorno de la ciudad de Toledo, pues
no en vano aquí se concentraban las aristocracias más destacadas del reino (Martín,
2003).
Una vez iniciado el proceso de cristianización del ámbito rural, la fundación de igle-
sias en comunidades dejó de ser suficiente y se desarrollaron nuevas formas de interven-
ción basadas en la implantación de nuevos complejos cada vez más presentes en el paisaje
como eran los monasterios y algunas villas áulicas, que deben ser consideradas como el
último eslabón de una misma cadena (Martín Viso, 2007). Su destacado papel en el con-
trol del movimiento de ganados, como ocurre en Santa María de Melque, podría explicar
el origen de este nuevo modelo que se implanta en zonas en las que se carece de datos
sobre hallazgos que podamos vincular a los modelos de poblamiento previos más tradi-
cionales.

a) Las necrópolis urbanas


La basílica de Santa Leocadia se va convertir en el área funeraria por excelencia en
estos momentos. El templo estaba dedicado a esta santa, mártir durante la persecución
de Daciano y a quien las fuentes designan como uirgo et confessor. Esta basílica fue pan-
teón episcopal, y en ella fueron enterrados los obispos Eugenio y su sucesor Ildefonso, se-
gún testimonio de San Julián en su Sancti Ildephonsi Elogium.
En cuanto a su situación, las actas del VI sínodo toledano apuntan que los padres
conciliares ser reunieron in praetorio Toletano in eclesiam sanctae Leocadiae martyris. La
tradición, por su parte, siempre ha ubicado este templo bajo la fábrica de la iglesia del
Cristo de la Vega, junto a la cual se descubrieron los fragmentos del famoso Credo epi-

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gráfico (Fig. 7a) y un fragmento decorado con un crismón gemado (Fig. 7b). Diversas ac-
tuaciones llevadas a cabo por Palol parecen confirmar este extremo (Fig. 7c). En tiempos
del obispo Cixila (745-754) los restos de la santa se hallaban todavía en la basílica, pero
poco después, durante el emirato de Abderramán I (756-788), sus reliquias fueron tras-
ladadas a Oviedo.
El problema entonces es conciliar el apelativo “pretoriense” empleado por las actas
del sínodo toledano para referirse a la basílica martirial con su situación extramuros de la
ciudad. ¿Significa, como algunos autores defienden siguiendo modelos del Bizancio con-
temporáneo, que en la Vega Baja se construyó un área palatina que englobaba las iglesias
de Santa Leocadia y los Santos Apóstoles y el propio palacio real? Es posible, pero creemos
que una explicación más plausible es considerar que dicho apelativo fuera empleado por
el hecho mismo de haber servido la basílica de Santa Leocadia como panteón regio. En tal
caso, la basílica de los Santos Pedro y Pablo quedaría emplazada en el área palatina cons-
truida en la parte alta de la ciudad, sobre el antiguo pretorio romano, un área que en todo
tiempo ha mantenido una especial vinculación con la corte.
A este respecto dos ilustraciones mozárabes de la ciudad de Toledo parecen apo-
yar esta interpretación. La primera de ella se encuentra en el folio I42R del Codex Vigilanus
(Fig. 8), códice realizado entre 974-976 en el monasterio riojano de Albelda y actualmente
conservado en el monasterio de El Escorial (ms. Esc. D.I.2). Una página del Códice de los
Concilios del monasterio de San Millán del año 992 (folio I29V), actualmente custodiado en
la biblioteca escurialense, reproduce un esquema similar basado, según R. E. Reynolds, en
un original visigodo que representaba el orden de celebración del XI Concilio toledano. Se-
gún ambas ilustraciones, la iglesia catedral (ecclesia Sancta Marie uirginis) debió estar
ubicada en el interior de la ciudad, en estrecha relación con la puerta de la ciudad (ianua
urbis), en paralelismo con el que los ilustradores establecen entre la puerta de la muralla
(ianua muris) y la basílica pretoriense de los Santos Pedro y Pablo. De ambas ilustraciones
parece deducirse que el área palatina se hallaba encerrada en un recinto amurallado dis-
tinto del que rodeaba a la ciudad –de ahí la dualidad ianua urbis/muris–, un cinturón amu-
rallado al que quizá haga referencia la noticia de la crónica mozárabe de 754 según la cual
Wamba emprendió una remodelación de la muralla de la urbs regia y que explicaría el ape-
lativo al-hizam empleado por las fuentes árabes para la alcazaba toledana. Este recinto
amurallado serviría también para explicar de forma satisfactoria el empleo de basílica su-
burbial que las fuentes conciliares aplican al conjunto palatino, definiéndolo como un ente
al margen del resto de la ciudad. Una dualidad que en líneas generales tendría su corres-
pondencia con la división madina/alcazaba del Toledo musulmán.

b) Iglesias y monasterios: el mundo rural


1. Guarrazar.- Las primeras intervenciones sobre este yacimiento se iniciaron en
1859, motivadas en parte por el escándalo que supuso la venta de algunas de las piezas
en Francia. Las excavaciones fueron llevadas a cabo por una Comisión de la Real Acade-
mia de la Historia dirigida por José Amador de los Ríos y documentaron, aparte de los ho-
yos donde se escondieron las coronas, una necrópolis y restos de una edificación, así como
diversos fragmentos arquitectónicos y de escultura decorativa (Fig. 9a). La necrópolis con-

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218 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

taba además con una sepultura privilegiada donde fue enterrado el presbítero Crispín, fe-
chada, según inscripción, en el año 693 de la era cristiana. Nuevos descubrimientos y ad-
quisiciones, catalogados por Luis Balmaseda, elevaron el número de fragmentos hasta un
total de 63, incluidos aquéllos custodiados en instituciones públicas y los que se conservan
en diversas colecciones particulares. En la actualidad, desde hace ya unos años, el yaci-
miento es objeto de nuevas intervenciones por parte del Instituto Arqueológico Alemán
bajo la dirección del doctor C. Eger (Balmaseda, 1998).
2. San Pedro de la Mata.- Esta iglesia descubierta en 1903 por el conde de Cedillo
se halla situada a unos 30 km al sur de Toledo, en las proximidades de Casalgordo, villa per-
teneciente en la actualidad a Sonseca. Se trata de una iglesia de planta cruciforme de áb-
side rectangular con tres cámaras añadidas: dos flanqueando la cabecera y otra alargada
hacia el suroeste (Fig. 9b). El primitivo conjunto sufrió una fuerte destrucción siendo pos-
teriormente reconstruido en dos ocasiones.
En el momento de ser descubierta esta iglesia aún conservaba 16 fragmentos de
imposta decorada empotrados en el crucero. Años más tarde, también H. Schlunk pudo ver
algunos restos de frisos decorados con motivos de palmetas y racimos en el interior de la
cabecera. El edificio muestra además huellas de las ranuras donde iban encajados los can-
celes que dividían el espacio litúrgico. Schlunk y Hauschild (1978: fig. 132) publicaron un
fragmento de mármol decorado con una cruz patada que parece corresponderse con el
tenante de altar de la iglesia. Caballero, que estudió el edificio con motivo de su tesis doc-
toral, observó la presencia de una hilada regularizadora a una altura entre 1,40 y 1,60, in-
dicio de una posible faja decorativa perdida. En el trabajo de Caballero se inventariaron
cerca de un centenar de piezas con decoración, de las cuales casi un 80% correspondían
a frisos que fueron clasificados en cinco tipos diferentes siguiendo los mismos criterios
que se han descrito para Guarrazar. Volvemos a encontrar algunos de los temas presen-
tes en Guarrazar y otros que serán característicos de otros yacimientos toledanos como
Los Hitos y Arisgotas (Caballero-Latorre, 1980).
3. Los Hitos.- Situado a 2,5 km al sur de Arisgotas, próximo a Orgaz, se encuentra
el yacimiento de Los Hitos. Varias campañas de excavación realizadas entre los años 1975
y 1982, dirigidas por L. J. Balmaseda, han puesto al descubierto los restos de un edificio
construido en mampostería y sillarejo con contrafuertes externos dividido en tres ámbi-
tos, con el central de mayor amplitud que los laterales. En este ámbito central se encon-
tró bajo el pavimento de opus signinum un sarcófago de mármol rodeado de sepulturas cu-
biertas con lajas de piedra (Fig. 9c). Como elemento de depósito funerario sólo se docu-
mentó una jarra cerámica depositada en una de las sepulturas a modo de ofrenda fune-
raria. En uno de los recintos se halló además una inscripción métrica que ha sido inter-
pretada en clave monástica y en cuyos últimos versos se alude a la erección de una igle-
sia por parte de un desconocido personaje. Por sus características epigráficas, la inscrip-
ción se puede fechar entre los siglos VI y comienzos del VIII, con mayor probabilidad en la
segunda mitad del siglo VII (Balmaseda, 2006a: 291-295; Velázquez-Balmaseda, 2005:
137-149; Velázquez-del Hoyo, 2005: 233-234).
No obstante, la extraña planimetría del edificio en relación con el desarrollo de la li-
turgia, que la hace poco adecuada para la misma, así como la total ausencia de mobiliario

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litúrgico, han suscitado una comprensible reserva acerca de la funcionalidad eclesial de


este conjunto. En realidad, el carácter monástico del mismo se basa en cuatro argumen-
tos que no son en absoluto concluyentes: inscripción métrica (encontrada fragmentada y
como material de relleno, no in situ), elementos decorativos, orientación del edificio y ne-
crópolis (Moreno, 2008).
Más interesante resulta el estudio de la planta del edificio. Moreno Martín ha puesto
en evidencia la escasa adaptación al uso litúrgico de esta construcción. El edificio, en efecto,
no se acomoda en absoluto a lo que conocemos de una iglesia monástica al uso, si acaso
podría recordar la disposición de un martyrium, pero incluso así resultaría poco convin-
cente dada la disposición de las sepulturas en el aula central. Precisamente L. J. Balmaseda
ha puesto en relación la disposición de estos enterramientos en torno a una sepultura pri-
vilegiada con una hipotética “liturgia de difuntos”, hipótesis que ha sido contestada por Mo-
reno (2008: 36-38). La distribución de las sepulturas tampoco apunta en ese sentido, y
más bien parece como si el edificio hubiese sido utilizado como panteón después de aban-
donarse su función original.
A la hora de fijar cuál pudo ser ésta, conviene volver detenidamente sobre la singu-
lar planimetría del edificio. Decimos esto porque existe toda una serie de edificios que pue-
den parangonarse a lo que se ha podido documentar en Los Hitos. Nos referimos a con-
juntos monumentales relacionados con grupos privilegiados de los que la arqueología viene
dando noticia cada vez con mayor asiduidad; edificaciones ligadas a grupos de prestigio
como los conjuntos de Recópolis (Olmo, 1987) y Falperra (Real, 2000: 26), los complejos
episcopales de Barcino y Minateda (Gutiérrez-Cánovas, 2009: 91-132), la villa áulica de
Plá de Nadal (Pastor, 1989) o el llamado edificio A de Morerías (Alba, 2004), en Mérida.
La presencia de contrafuertes (probablemente para aumentar la altura parietal del edifi-
cio, tal como sucede en la arquitectura prerrománica asturiana), la doble nave longitudinal
y la tendencia a marcar espacios tripartitos, son características todas que acercan este
yacimiento de Los Hitos a varios de los ejemplos antes citados. Las semejanzas con Mo-
rerías y Plá de Nadal nos parecen más que evidentes –siempre dentro de la parcialidad de
los datos con que nos movemos– y sirven para establecer la comparación con otro gran
complejo altomedieval: el conjunto formado por Santa María del Naranco y San Miguel de
Lillo en Oviedo. Quizá Los Hitos sirviera como palacio o pabellón de prestigio de algún miem-
bro de la alta nobleza toledana dentro de un conjunto más amplio que, al estilo de lo que
vemos en Naranco, contara también con un centro religioso de importancia (¿San Pedro
de la Mata?), lo que explicaría la presencia de la inscripción métrica y la adscripción a este
yacimiento de un ara pagana custodiada en la iglesia de Arisgotas como pila benditera que,
por la presencia de loculus, permite intuir su reaprovechamiento como tenante de altar
cristiano (Maquedano, 2002: 46).
Alguna luz más podría arrojar el estudio de los motivos ornamentales de las piezas
documentadas. En este sentido, la decoración que presentan algunos de los elementos do-
cumentados en Los Hitos, como los dos tondos gallonados del cementerio de la localidad
(Maquedano, 2002: 47), remite a piezas halladas en el entorno del puente y puerta de Al-
cántara, que hemos relacionado con la ubicación en este área del antiguo complejo pala-
tino visigodo, y en San Bartolomé de Toledo (Barroso-Morín, 2007b: nº 12-14 y 218-219).

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Si bien procedente de la iconografía de los foros imperiales, es cierto que el motivo del
tondo gallonado no es exclusivo de la arquitectura civil (se encuentra presente por ejem-
plo en la iglesia siria de Qirqbize: Arbeiter, 2000: 258), pero por su origen y por su amplia
difusión dentro de contextos civiles como el que presumimos para el área de Alcántara en
Toledo o como se muestra en el vestíbulo de los baños de Hirbat al-Mafyar (Ib. loc. cit.), y
al igual que sucede con las veneras, el tondo gallonado o estrellado debió ser un elemento
decorativo habitual en toda arquitectura de prestigio que se preciara. Por su frecuente
aparición formando parte de un mismo friso, este tema aparece en Toledo relacionado
con el de cruces o rosetas inscritas entre estrellas (Barroso-Morín, 2007b: nº 186-194
y 429), cuyo origen puede rastrearse asimismo desde Siria hasta la Bética (Arbeiter, 2000:
fig. 12; Cruz, 2000: fig. 11).
4. Melque.- Situado en San Martín de Montalbán, a poco más de 40 km de Toledo,
la iglesia de Melque ha sido objeto de numerosas intervenciones y estudios dirigidos por L.
Caballero, quien llega a distinguir hasta tres fases diferentes en la vida del edificio: una pri-
mera de construcción del monasterio e iglesia y una segunda fase de reforma anterior a
su abandono y transformación en un poblado islámico. El monasterio se sitúa en las proxi-
midades de una cañada que, en dirección norte-sur, se dirigía desde Ávila a Córdoba, siendo
el camino más corto (aunque no el más confortable) para ir desde Toledo a la capital an-
daluza. El monasterio ocupa una parcela rectangular de unas 25 ha. y se encontraba ro-
deado por una cerca de mampostería que delimitaba las dependencias monásticas. Ade-
más, contaba con un complejo sistema de cinco presas supuestamente destinado a em-
balsar agua, pero más probablemente realizado con el fin de colmatar de tierra algunas zo-
nas del valle y permitir así la puesta en labor de los huertos que necesitaba la comunidad
(Fig. 10 a y b).
La iglesia, construida en sillares irregulares de granito, estaba situada en el patio del
recinto central, tiene planta cruciforme, con cabecera de testero recto al exterior y en
forma de arco de herradura en la cara interna, así como un pórtico a los pies (Fig. 10 c).
Cuenta también con dos habitaciones a los lados, a la altura del recinto anterior al ábside,
comunicadas con éste y con los brazos del crucero. En el brazo sur de este último se co-
locó un arcosolio para alojar el sarcófago de un enterramiento privilegiado, lo que permite
inferir que se trata de una iglesia edificada con finalidad funeraria, probablemente destinada
a panteón de su promotor (Fig. 10d). Dada la magnificencia de la obra arquitectónica, pa-
rece indudable que éste debió ser algún personaje importante de la ciudad de Toledo. En
un momento posterior se añadió otro recinto conformado con nichos ocupando el lado oc-
cidental del brazo norte del crucero (Caballero, 2007).

c). Las necrópolis rurales


Los cementerios rurales de este período son los más numerosos, pero desagra-
ciadamente no ha sido objeto de excavaciones sistemáticas y sólo los conocemos por re-
ferencias a hallazgos aislados. En este sentido, el estudio de las necrópolis madrileñas que
si se han excavado de forma sistemática puede arrojar algo de luz para la comprensión de
la evolución del mundo funerario en el territorio de la Sedes regia. En la mayoría de las oca-
siones estas necrópolis se situarían siempre en las inmediaciones de las iglesias rurales

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que existirían en las propiedades rústicas -iglesias propias-. En este sentido, señalar que al-
gunas de las sepulturas que se han localizado en las excavaciones de la Casa de Hipólito
(Alcalá de Henares) se disponen alrededor de una estancia abovedada de planta rectan-
gular. Esta concentración podría interpretarse como una evidencia de la existencia de una
“iglesia propia” alrededor de la cual se disponen los enterramientos (Fig. 11a). Sin em-
bargo, la realidad arqueológica muestra la existencia de cementerios que no tienen por
qué estar relacionados necesariamente con un templo, sino sólo con una propiedad fun-
diaria o con un núcleo de habitación (villae, vicus, castro, etc.), o incluso en muchos casos
no se pueden asociar a una población concreta, sino que se localizan en sus cercanías o
en cruces de caminos.
En la séptima centuria contamos con cementerios como el de La Indiana (Pinto),
ubicado en una pequeña loma y con los enterramientos orientados al Este. Se han docu-
mentado un total de 48 enterramientos (Fig. 11b), aunque el cementerio era de mayores
proporciones (Morín et alii: 1997). Esta necrópolis debió estar vinculada a un pequeño há-
bitat, quizás un pequeño fundus señorial (Vigil-Escalera: 1997). Aunque los datos para las
zonas de montaña son escasos, no debe desdeñarse una ocupación de las unas tierras ri-
cas en pastos que resultan esenciales para la explotación ganadera. Este parece ser el
caso de la necrópolis de La Cabrera (Yánez et alii: 1994) (Fig. 11c) o las de Colmenar Viejo
(Colmenarejo: 1986).

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230 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 1a. Planta general de la necrópolis del Paseo de la Basílica –según Sánchez de Pedro; 1b. Sarcófago
paleocristiano de la Puerta del Sol; 1c. Sarcófago paleocristiano de la Fábrica de Armas.

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Fig. 2. Necrópolis tardoantiguas en la ciudad de Complutum.

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232 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 3a. Fotografía aérea de la villa de Saucedo, Toledo; 3b. Fotografía aérea del mausoleo de Las Vegas de
Pueblanueva, Toledo –fot. DAI-; 3c. Reconstrucción del mausoleo de Las Vegas de Pueblanueva, Toledo –
según Schlunk y Hauschild-; 3d. Planta de la villa de Las Tamujas –según Palomeque-; 3e. Planta de la villa
de El Solao, Rielves –según Fernández-; 3f. Planta del Edificio A de Santa María de Abajo, Carranque –se-
gún Fernández Galiano-; 3g. Planta de la villa de Los Castillejos, Cabañas de la Sagra –según Tsiolis-.

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Fig. 4 a y b. Necrópolis de Gózquez, San Martín de la Vega –según Contreras-.

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234 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 5. Necrópolis del Cerro de las Sepulturas, Azután. Tumbas de la campaña de 2005.

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Fig. 6a. Planta de la necrópolis de Travilla, El Carpio de Tajo –según Sasse, modificada-; 6b. Planta de la ne-
crópolis de Cacera de las Ranas, Aranjuez –según Ardanaz-; 6c. Planta de la necrópolis de Tinto Juan de la
Cruz, Pinto –según Barroso-).

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236 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 7a. Credo epigráfico, Vega Baja –Toledo-; 7b. Placa-nicho procedente de la Vega Baja, Toledo; 7c. Res-
tos arquitectónicos de la Vega Baja excavados por Palol.

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Fig. 8. Folio 142R del Codex Vigilanus. Biblioteca de El Escorial.

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238 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 9a. Guarrazar. Planta, inscripción de Crispín y escultura decorativa –según Amador de los Ríos-; 9b.
San Pedro de la Mata; 9c. Planta de Los Hitos –según Balmaseda y Jiménez de Gregorio-.

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Fig. 10 a y b. Conjunto monástico de Melque, Toledo –según Caballero-; 10 c. Santa María de Melque, To-
ledo. Iglesia; 10d. Santa María de Melque, Toledo. Enterramiento privilegiado del crucero.

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240 EL MUNDO FUNERARIO EN EL ÁMBITO DE LA SEDES REGIA TOLETANA

Fig. 11a. Casa de Hipólito. Iglesia propia –según Rascón; 11b. Necrópolis de La Indiana, Pinto; 11c. Necró-
polis de La Cabrera, Madrid –según Yánez–.

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