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Detalles del modelo de Jesús

El Maestro de Galilea sigue siendo el mejor ejemplo de cómo llevar adelante el trabajo de formar un
discípulo.

Escoger lo escogido

Cristo afirmó, en su gran oración sacerdotal (Jn 17), que no se había perdido ninguno de los que
«el Padre le había dado». En medio de la intimidad de esta oración, descubrimos que Jesús no
escogió a los doce, sino que recibió a los elegidos por el Padre. La convicción de que estos eran
los hombres en que debía invertir fue uno de los pilares que sostuvo su tarea durante los tres años
de intensa inversión en sus vidas.

Existe una tendencia en muchos de nosotros a soñar acerca de la clase de ministerio que
podríamos tener si solamente contáramos con las personas adecuadas. Estos sueños, sin
embargo, pueden ser el mayor impedimento para comenzar a trabajar con las personas que ya
tenemos delante de nosotros. Seguramente no serán todo lo que nosotros desearíamos, pero son
los que el Padre nos ha confiado; comience entonces a invertir con mayor intensidad en la vida de
algunos que podrían, eventualmente, convertirse en socios en el proyecto ministerial que lo ocupa.
No dude que quienes están con usted en este momento, son precisamente las personas que
necesita para construir un ministerio que glorifique al Padre.

Asumir compromiso

Los evangelios revelan que Cristo asumió un compromiso profundo con sus discípulos. Es,
precisamente, por esa convicción que el Padre no se había equivocado con las personas que le
confió, que pudo sobreponerse a las muchas desilusiones y dificultades que experimentó en el
camino. Aunque todos lo abandonaron en el momento de mayor necesidad, Jesús siguió confiando
que esos eran los hombres que iban a llevar adelante la obra de extender el reino hasta lo último
de la tierra.

Para hacer discípulos debemos estar dispuestos a asumir un compromiso incondicional con ellos.
Esto significa que debemos acompañarlos, amarlos y persistir en la inversión que estamos
haciendo, aún cuando todo pareciera indicar que nuestra tarea es inútil. El proceso de formación se
mantiene gracias a que usted y yo asumimos un pacto con Dios y los formados. Al igual que en el
matrimonio, no podemos permitir que las circunstancias dicten nuestro comportamiento hacia las
personas que amamos.

Dar acceso

Jesús invirtió algo de tiempo en las multitudes, pero no les dio la importancia que hoy les damos.
Reservó lo mejor de su tiempo para los doce y, dentro de este grupo, dio acceso ilimitado a tres de
sus discípulos. Esta entrada incluyó la posibilidad de que ellos lo acompañaran en experiencias de
tremenda intimidad, como la ocurrida en el monte de transfiguración. Tampoco escondió de ellos el
momento en que enfrentó su mayor prueba, en el jardín de Getsemaní. En aquella ocasión abrió su
corazón y les confesó que se sentía angustiado, hasta el punto mismo de la muerte (Mt 26.38).

Las personas que usted está formando deben tener el mismo acceso a su vida. Sin que usted se
dé cuenta, sus mejores lecciones las enseñará utilizando su propio ejemplo personal. Para que
esto ocurra, estos deben tener la oportunidad de verlo en familia, en el ámbito de su trabajo, en
momentos de ministerio o simplemente cuando está realizando actividades de la vida cotidiana. Si
tienen acceso ilimitado a nuestras vidas evitaremos el error de querer formar discípulos solamente
con «palabras».
Enseñar la Palabra

No cabe duda de que la Palabra de Dios fue un elemento central en el ministerio de Cristo con sus
discípulos. En cada oportunidad, los refería a los principios eternos del Reino y a la forma como
estos se aplicaban a la realidad personal. El rol purificador de la Palabra quedó entonces
manifestado en Juan 15, cuando dijo a los doce: «vosotros ya estáis limpios por la palabra que os
he hablado» (v. 3), y en Juan 17, mientras reflexionaba sobre la tarea que había realizado, volvió a
afirmar el rol central de la Palabra, diciendo: «yo les he dado las palabras que me diste» (v. 8).

Para formar un discípulo es indispensable el rol de la Palabra. Por tanto, es necesario programar
encuentros semanales o quincenales cuyo objetivo sea profundizar en las Escrituras. Observe, no
obstante, que muchas de las lecciones de Cristo surgían como consecuencia de las circunstancias
y experiencias del momento. Esto indicaría que resulta más eficaz buscar las enseñanzas de la
Palabra con respecto a las experiencias cotidianas del discípulo que atarse a un programa pre-
establecido de estudio. Si bien es útil este último, nunca debe ser tan rígido que no permita la
oportunidad de hablar de las vivencias diarias a luz de la verdad eterna.

Crear experiencias

Jesús entendía bien que las experiencias personales pueden muchas veces convertirse en
nuestras mejores maestras. Por esta razón, creaba situaciones donde deliberadamente colocaba a
los discípulos en situaciones útiles para aprender las verdades que les quería enseñar. Los mandó
por ejemplo, a buscar comida para alimentar a los cinco mil. Les dio órdenes de cruzar el mar y los
dejó solos toda la noche, batallando contra las olas y el viento. Los envió también de dos en dos,
para que dieran sus primeros pasos en el ministerio.

Del mismo modo debemos trabajar con los discípulos. Esto significa que hemos de estar
dispuestos a dejarlos cometer errores, como alguna vez lo hicieron otros con nosotros. No provea
para los suyos experiencias donde todo está ya resuelto; más bien, introdúzcalos en situaciones
donde existen elementos de desafío y en las cuales usted deliberadamente se va a abstener de
intervenir, para observar en ellos el proceso de resolución de dificultades. No desprecie estas
oportunidades, pues pueden producir las lecciones más duraderas en el tiempo.

Fomentar el diálogo

Una de las escenas que se repiten en los evangelios son las conversaciones, en privado, de Jesús
con los discípulos. Muchas veces ellos no entendían sus palabras y cuando estaban a solas,
compartían con ellos sus dudas y preguntas. El Maestro, con paciencia y perseverancia, ofrecía
mayores clarificaciones sobre los asuntos que les inquietaban.

Es muy fácil caer en el error de creer que si nuestras enseñanzas fueron claras para nosotros,
también lo fueron para quienes las oyeron. La realidad es que cada uno procesa lo que escucha
por medio de las perspectivas particulares de su vida. Muchas veces requerirán de una asistencia
adicional para entender apropiadamente nuestra enseñanza. Por esto, debemos crear en las
personas que estamos formando una libertad para continuar dialogando acerca de cualquier
inquietud que haya surgido. Estas conversaciones informales pueden ser más importantes que lo
que ocurre en las reuniones programadas, y deben ser valoradas como una herramienta valiosa.

Entender los tiempos

Jesús se abstuvo de ciertos temas con los discípulos hasta el momento oportuno. No habló de su
sacrificio en la cruz, por ejemplo, hasta después de la confesión de Pedro (Mt 16). Recién cuando
estaba en los últimos días antes de su arresto, expresó la importancia del ministerio del Espíritu
Santo como el ayudador que continuaría en ellos el trabajo que él había comenzado.

Algunos métodos para formar discípulos dependen de cursos que cubren sistemáticamente los
temas pertinentes. El buen discipulador, sin embargo, sabe discernir el momento apropiado para
compartir las verdades. Hay algunos temas que no conviene compartirlos hasta que las personas
hayan adquirido la madurez necesaria para procesarlos correctamente. De este modo, entonces, el
formador estará atento a la realidad personal de cada persona, evitando el error de creer que el
mismo método es aplicable para cada persona. El proceso de formar discípulos se resiste a la
sistematización.

Respetar el proceso

Jesús no se desanimó con los muchos traspiés de sus discípulos porque sabía que convertirse en
un fiel seguidor es el resultado de un proceso, no de un momento. Aún cuando Pedro lo hubiera
negado tan abiertamente, llegó hasta él para afirmar el llamado que le había hecho tres años
antes. Cristo le estaba diciendo, en efecto, que el fracaso del apóstol no había descarrilado el plan
de Dios. Con ternura, volvió a poner de relieve su misión: «pastorea mis ovejas» (Jn 21.17).

Uno de los más famosos libros sobre el discipulado lleva el título: «un discípulo no nace, se hace».
La formación de un discípulo requiere de una actitud de paciencia y perseverancia. El proceso de
transformación respeta las leyes de crecimiento que gobiernan la vida en la tierra, avanzando a un
ritmo pausado y seguro. No debemos entonces, ceder ante la corriente de este momento que
afirma que todo se puede lograr rápido y sin esfuerzo. Un discípulo no es el producto de un curso
de tres meses, sino el fruto de una relación perdurable a lo largo de un buen trecho del camino.

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