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Contemplativas en la acción

Buscaban caminos poco transitados, querían nadar contra corriente y anhelaban tener el
último lugar. Eran mujeres muy extrañas y ¿cómo no iban a ser extrañas? Si en paralelo
había personas invirtiendo su tiempo en un celular, horas y horas frente a instagram,
facebook, compartiendo momentos “vividos”. Y claro, ellas también habían sido parte de
ese perverso mundo. Un mundo donde se anhelada tener “likes” y corazones en las
publicaciones. Donde todos deseaban que sus historias de quince segundos fueran vistas
por más y más seguidores, donde las personas tenían un lugar dependiendo de lo que
tenían y de lo que mostraban.

Ellas no soportaron más la viciada competencia de egos. Se aburrieron y empezaron a


conectarse con su interioridad y espiritualidad. Tomaron decisiones drásticas de retiró,
exilio y soledad. Se rencontraron con lo más profundo de su ser. Fue en este tiempo donde
se sintieron libres por primera vez, siempre les habían dicho que eran libres pero se veían
esclavizadas en el deber ser, en las apariencias y en el tener.

Libres y profundas, mujeres en discernimiento que compartían sus descubrimientos,


mujeres en el mundo, en el ruido, pero siempre contemplativas, atentas y en constante
búsqueda de amor y servicio.

Empezaron dos y mientras contaban su experiencia se fueron sumando más mujeres que
como ellas querían vivir de la verdad, un deseo grande de autenticidad, sin el más mínimo
interés de agradar a nadie, simplemente siendo ellas.

Con el paso del tiempo, se fueron identificando con los más excluidos de la sociedad,
con aquellos que sufrían persecución, con aquellos que eran encarcelados, con aquellos
que eran abandonados al nacer y discriminados desde el día uno de su existencia. Ellas
querían sentir y vivir como ellos, como los pobres.

Tuvieron que dar pasos drásticos, dejaron sus hogares y comodidades y decidieron en
comunidad irse a vivir a un campamento. Ahí ya no había luz, agua, gas, techo ni
ventanas. Era un lugar frío y húmedo, había suciedad y hacinamiento. Pero se
acompañaron con más personas que vivían como ellas, personas menos libres porque
ellos no decidieron vivir ahí, sino que simplemente nacieron ahí.

Pasaron meses y estas mujeres iban a la universidad, a sus trabajos ya que seguían con
sus quehaceres, se las arreglaban para ducharse, lavar su ropa y planchar. Todo era más
complejo cuando no existían las condiciones básicas para vivir.

Se quedaron ahí por mucho tiempo, hasta que las cuarenta y cinco familias de ese
campamento lograron tener una casa propia en un sector muy cercano al lugar donde
vivieron las más paupérrimas condiciones de vida.

Hoy ellas siguen compartiendo su vida en comunidad y recuerdan cada día ese
campamento donde radicalizaron su espiritualidad.

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