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Notas sobre la noción de enciclopedia de Umberto Eco*

Daniel Gastaldello

1. Preliminares

Es técnicamente imposible resumir la producción de Umberto Eco en una sola clase, no sólo
porque obedece a un recorte (tal como lo planteamos para los otros autores del programa)
sino además por la extensión de su obra, que contabiliza más de 40 libros (entre ensayos,
producciones teóricas y teorizaciones noveladas). En términos de una aproximación a sus
aportes y en el marco de una Semiótica General, lo que intentaremos hacer es acercar una
serie de reflexiones en torno a la categoría de Enciclopedia, noción que creemos que permite
trazar un recorrido por diversas problemáticas planteadas por este autor.
Como podrá verse en la cartografía de producciones teóricas que propone la materia, Eco se
encuentra en las bases del campo. Esto se debe a que retoma ideas de las semióticas anglo-
americana, europeo-continental y eslava, ya sea desde sus contemporáneos hasta los
proyectos fundacionales, especialmente el sistema teórico de Charles Peirce. De éste último
hereda la noción de signo como proceso. Establece que el signo no se relaciona con la cosa a
la que refiere, no se basa en la igualdad o la correlación fija establecida ni en la equivalencia
entre expresión y contenido. El signo es inferencia, interpretación, semiosis: el signo no es
sólo algo que está en lugar de otra cosa, sino que es siempre lo que nos hace conocer algo
más. En este sentido el signo es un vínculo que se prepara y está disponible para una
operación mayor: la interpretación. Cruza en esta noción algunas ideas deudoras de la
lingüística estructuralista: el interpretante del signo sería el significado y el proceso de
significación sería el proceso de semiosis ilimitada.

2. Las definiciones de enciclopedia

Eco logró distanciarse del estructuralismo planteando los límites de lo que en lingüística se
conoce como “código”, y en algunas disciplinas abocadas al estudio de los lenguajes se lo
menciona como “diccionario”. En lugar de estas categorías planteó la noción de
*
El presente material fue organizado a partir de algunos lineamientos previstos para la clase sobre la teoría de
Umberto Eco en la clase de Semiótica General que no pudo realizarse (miércoles 6 de mayo de 2015).
enciclopedia “como único modelo capaz de expresar la complejidad de la semiosis en el
plano teórico, y también como hipótesis reguladora en los procesos concretos de
interpretación” (Eco, 2000: 289). El modelo enciclopédico adopta la forma de una red de
saberes inscriptos en la cultura, es el conjunto registrado de todas las interpretaciones,
concebible como una biblioteca de bibliotecas. La actividad textual transforma con el tiempo
la enciclopedia misma y además la enciclopedia, como sistema de interpretaciones, es
poseída de diferentes maneras por sus distintos usuarios. Nótese la filiación que tiene esta
idea con los postulados de Saussure sobre la langue: poseída por todos los integrantes de una
comunidad y a la vez por ninguno en su complejidad. Sólo que Eco extiende esta idea a las
terceridades de Peirce, a las interpretaciones, a la producción sígnica, a la semiosis en
movimiento, donde eso que se posee es un fragmento del sistema de terceridades o
interpretantes que componen una cultura. La enciclopedia sería, entonces, una red de
interpretantes, donde una interpretación sería una ocurrencia posible de la cultura.
En una conferencia de 2010 Eco sostuvo en una conferencia que Internet es una “especie de
parodia de la enciclopedia que reúne todo el saber del mundo, porque incluye también
información falsa [y que ha] fracasado en su intento por ordenar el conocimiento del mundo
disponible”. En esa conferencia indicó que la función de la cultura “no es sólo conservar
cosas, sino, también, saber desecharlas (…) una biblioteca es la imagen representativa de
una cultura, no sólo por los libros que tiene, sino también por los libros que no ha querido
tener”.
En este sentido, para Eco una enciclopedia no son sólo datos, sino interpretaciones de datos,
modelos para comprenderlos y métodos para dinamizar la producción de conocimiento
nuevo sobre ellos.

3. El problema de la interpretación

El problema de la interpretación fue planteado por Eco partiendo de un corpus de obras de


arte contemporáneas. Él notó que ciertas pinturas, instalaciones, puestas en escena y otras
manifestaciones artísticas extrañas para la época tenían un factor común: no se comprendían,
no se sabía qué querían decir, si es que decían algo. Esto es, si pretendían ser un mensaje, no
estaban funcionando como talres. En respuesta a esto, en Obra abierta (1962), Eco afirmó
que la forma artística podría ser considerada como una metáfora epistemológica, esto es, que
el arte contemporáneo podría ser un tipo de conocimiento que puede ser descripto por
modelos científicos. También sostuvo que la explicación para interpretar la obra artística
necesitaba de la cooperación del destinatario (lector, espectador, etc.). Estas dos
conclusiones a las que legó, le permitieron afirmar que el arte contemporáneo produce
“obras abiertas”, que implican un proceso abierto en su interpretación, una interacción
comunicativa entre el artista y el destinatario mediado por la obra. En 1962 aún hablaba de
emisor y receptor, pero ya estaba planteando un problema formal en los textos que
demandaba operaciones mentales de un auditorio, esto es, interpretantes en términos de
Peirce. Esta forma de concebir el arte no solamente produjo un vuelco en la forma idealista y
aristócrata que imperaba (y que persiste aún hoy) donde el autor tiene la verdad del texto,
sino también con las interpretaciones estructuralistas que consideraban el arte como una
estructura cerrada. Sobre esto debatían precisamente Claude Levi-Strauss y Roland Barthes:
el primero sostenía que existía una estructura cerrada de una obra de arte, basándose en los
estudios de los mitemas, de base antropológica, que vimos cuando estudiamos la teoría de
Greimas; el segundo opinaba lo contrario, por lo que vimos cuando observamos la apertura
del texto a la libre interpretación, a partir de la noción de escritura y sus argumentos desde
el psicoanálisis.
En ese momento Eco se posicionó en medio de esta discusión y aportó una mirada
conciliadora. Por un lado, coincidió con Barthes y sostuvo que la obra abierta privilegiaría el
polo del destinatario en el sentido de que el mensaje estético puede ser recepcionado con un
sentido diferente al propuesto por el emisor. No adhirió así a la idea (reitero, que aún
conservamos fuera de la semiótica) de un único fundamento y una verdad en la obra de arte.
Por el contrario, buscó coordenadas que le permitan pensar y justificar la complejidad y la
variedad de la experiencia artística, cuya característica fundamental precisamente sería la
ambigüedad de su mensaje.
Y por otro lado, coincidió con Levi-Strauss, sosteniendo que el mensaje ambiguo de la obra
de arte y el lugar privilegiado del destinatario no implican que el proceso comunicativo sea
gobernado por elementos subjetivos. Los mensajes abiertos están regidos por límites
textuales que proponen un equilibrio entre la libertad interpretativa del destinatario y la
fidelidad de la obra misma.
Entonces surge otra pregunta: ¿cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre
intervención interpretativa por parte de sus destinatarios y por otro lado, mostrar unas
características estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de las
interpretaciones? La respuesta a esta pregunta, se ofreció en Lector in fabula (1979). La
respuesta parcial se centró en la concepción del texto como una enciclopedia que implica el
juego del contexto, texto y las circunstancias de enunciación.
En otras materias conocen su propuesta de lector modelo. Sabrán que con esto se está
refiriendo no a un lector ideal, una persona concreta que puede comprender todo lo que un
autor escribe, porque estas nociones del texto como un mensaje y de autor y lector son
ajenas a las preocupaciones de la semiótica. Por lector modelo se refiere a un interpretante
posible, una hipótesis de lectura que el texto mismo fabrica. En lugar de lector modelo
deberíamos llamarlo interpretantes hipotéticos para acercar la noción a la raíz peirceana de
la idea de Eco. Esta noción surgió cuando Eco se planteó la siguiente pregunta en Lector in
fabula. La cita parte de una situación corriente (la interpretación de un lector cualquiera),
para luego abstraer una pregunta en términos teóricos:

“¿Cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre intervención
interpretativa por parte de sus destinatarios y, por otro, exhibir unas características
estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de sus
interpretaciones? Como supe más tarde, ese tipo de estudio correspondía a la
pragmática del texto; abordaba un aspecto, el de la actividad cooperativa, en virtud
de la cual el destinatario extrae del texto lo que el texto no dice (sino que presupone,
promete, entraña e implica lógicamente), llena espacios vacíos, conecta lo que
aparece en el texto con el tejido de la intertextualidad, de donde ese texto ha surgido
y donde más tarde ha mostrado Barthes, produce no sólo el placer, sino también, en
casos privilegiados, el goce del texto.” (Eco, 1979: 13).

Así podríamos decir que comienza a plantearse un problema bajo el rótulo de “libertad de
interpretación”, que deriva más tarde en una teoría sobre cómo se interpreta y por qué
motivos, bajo qué mecanismos constantes.

4. Interpretar textos: entonces, ¿qué es un texto?

Para clarificar un mecanismo que se ejecuta sobre un objeto, es necesario primero hablar del
objeto mismo. Eco propuso dos posiciones en debate entre las teorías semióticas textuales:
las teorías de primera y segunda generación.
Las teorías semióticas de primera generación se sostenían en la lingüística de la oración,
mientras que las de la segunda generación trataban de ampliar la noción y entender al texto
como cualquier materialidad significante, y al discurso que es anterior a esos textos. En este
marco, reconoció que las dos corrientes demostraron la existencia de elementos de un texto
que exceden la oración, y por lo que puede decirse que la interpretación de un texto depende
de factores externos, que se vinculan con el uso de las unidades de la lengua o del discurso
que les da sentido. Esto le permitió a Eco pensar en factores pragmáticos, vinculados con el
contexto en donde se produce, circula y se consume un texto, factores lingüísticos y también
extralingüísticos. Así nace la necesidad de incorporar categorías nuevas: contexto, cotexto y
circunstancias.
Si entendemos la comunicación como un vínculo entre un hablante y un oyente, debemos
ampliar el espectro de la comprensión que se da en ese intercambio y reconocer que se da a
partir de selecciones contextuales y circunstanciales. Un hablante tiene la posibilidad de
inferir, a partir de una expresión aislada, su posible contexto lingüístico y sus posibles
circunstancias de enunciación. Como dice Eco:

“El contexto y la circunstancia son indispensables para poder conferir a la expresión


su significado pleno y completo, pero la expresión posee un significado virtual que
permite que el hablante adivine su contexto” (Eco, 1979: 26).

En un texto, una expresión cualquiera está en conexión real con otras expresiones que le dan
sentido a lo que se está diciendo. Esas palabras o expresiones que conviven en el texto se
denominan el cotexto. Por ejemplo si la expresión lingüística “bella” está en un texto junto
con marcas como “noche”, “playa” y “mar” el cotexto se estará refiriendo a un espacio con
ciertas características; si está en un texto con marcas como “pintura”, “arte” o “formas” el
cotexto estará configurando un objeto; si “bella” coaparece con “sonrisa” o “mirada” las
marcas construirán un cotexto vinculado con una persona. Todas las marcas y expresiones
provienen de contextos de donde son seleccionados, se trata de saberes y situaciones que se
actualizan cuando los elementos de los cotextos se articulan. En este sentido, el cotexto se
da en la materialidad de un texto, es una presencia concreta, que trae a colación un contexto,
que es una presencia virtual. Dice Eco:

“Las selecciones contextuales prevén posibles contextos: cuando éstos se realizan, se


realizan en un cotexto” (Eco: 1979: 29).

La tercera categoría que se suma es la de circunstancia. Las selecciones circunstanciales


tienen que ver con la situación que en ese momento determinó que se realicen determinadas
selecciones contextuales y contextuales. La palabra “bella” de nuestro ejemplo pudo haberse
emitido en un viaje, en un museo o frente a una persona. Esa circunstancia determinó
también su sentido y orientó la interpretación de lo que se dijo. Si en un texto se cambia un
término, se altera su cotexto, su contexto y su circunstancia, y todo el texto reorienta su
sentido y la interpretación se modifica. Entonces, la interpretación es una hipótesis de aporte
de sentido en función de una articulación cotextual, contextual y circunstancial. Dicho esto,
podemos decir que el texto puede tener cualquier materialidad significante: un texto
literario, un film, una imagen, etc… todos enuncian algo y son dado a la interpretación,
gracias a esta articulación con elementos materiales presentes en el texto que definen un
cotexto para lo que estamos observando o leyendo, convocando saberes previos de un
contexto y guiados por unas circunstancias específicas en las que ese texto se inscribe.
Nuestra interpretación, para Eco, debería ser la evaluación de todos esos aspectos y el
resultado de nuestra lectura sistemática que organiza esos elementos.

5. El texto como enciclopedia

Dado esto, hay que señalar que la noción de enciclopedia no debe confundirse con la de
diccionario. Un diccionario es la presencia de todas las opiniones compartidas, en un
momento histórico para una comunidad restringida, sobre el referente que evoca un signo.
La enciclopedia en cambio implica definiciones culturales más complejas y múltiples, que
una comunidad completa proporciona de todas sus unidades de contenido. Eco definió al
texto como la expansión de un semema, que posibilita que el contexto pueda actualizarse en
diferentes cotextos y éstos a la vez expandir diferentes campos semánticos reconstruyendo
constantemente las unidades de contenido de una cultura (cfr. Eco, 1988: 165).
En este marco, la enciclopedia podría entenderse como un laberinto global, cartografía de la
semiosis de una cultura, y es irrepresentable en su extensión total. Igualmente, puede ser
representado por fragmentos, porciones de campos semánticos, lo que se denomina zonas de
competencia. Como la enciclopedia es extensa y dinámica, el relevamiento de diversas zonas
de competencia diversas puede proporcionar a la semiótica una cartografía de los posibles
sentidos e interpretaciones que pueden darse en una comunidad. Para Eco, esta cartografía es
limitada (no podemos interpretar cualquier cosa de cualquier expresión) por lo que la
enciclopedia permite describir itinerarios o desplazamientos semántico-pragmáticos
limitados y posibles en un grupo social, y reenvíos entre textos. Es decir, permite identificar
interpretantes (en el sentido peirceano). La enciclopedia no puede lógicamente prever todos
los desplazamientos y circunstancias o contextos posibles del discurso construido en el
texto, pero sí puede acercarse suficientemente en cuanto mapa semántico-pragmático
relativo a una cultura determinada. De allí viene su preocupación por los límites de la
interpretación: si bien es libre, siempre está previamente determinada. O mejor dicho, la
interpretación es libre de ocurrir en un sistema previo de ocurrencias ya previstas.
Un texto entonces, entendido como mera expansión de un semema, tiene su construcción
incompleta y busca que el lector, a través de movimientos cooperativos, activos y
conscientes, pueda completar y llenar enciclopédicamente su propuesta estructural en el
marco de una pragmática textual, entendiendo que.
Las teorías semióticas de segunda generación que mencionamos, especialmente a partir de
las propuestas de Peirce, reconoce la enciclopedia del texto: el saber cultural e idiosincrásico
que hay en él. Esto dista de las propuestas de las teorías semióticas de primera generación,
que se limitan a ver en el texto un saber forma de diccionario, donde el lector atribuye
significados primarios a los términos que aparecen en el texto sin que participe nada más de
la cultura que le da sentido a los objetos del mundo.
Dice Eco que una competencia enciclopédica:

“…se basa sobre datos culturales aceptados socialmente debido a su constancia


estadística (…) este tipo de representación enciclopédica puede integrarse mediante
elementos de hipercodificación a través del registro de cuadros comunes e
intertextuales. De este modo se postula una descripción semántica basada en la
estructura del código que se construye par alcanzar la comprensión de los textos; al
mismo tiempo se postula una teoría del texto que no niega, sino que, por el contrario,
engloba (a través de la noción de enciclopedia o thesaurus, y también frame) los
resultados de un análisis componencial ampliado” (Eco, 1979: 37).

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