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Adam Blake
Título: Los hijos de Judas
ISBN: 9788415239789
RECOMENDACIÓN
AGRADECIMIENTO A ESCRITORES
PETICIÓN
EL CÓDIGO ROTGUT
1
a foto mostraba el cadáver de un hombre al pie de una
L escalera. La imagen estaba perfectamente enmarcada, se
veía con mucha nitidez y nadie parecía haberse dado cuenta
de lo más interesante al respecto, pero ni por ésas Heather
Kennedy sentía nada parecido al entusiasmo.
Cerró la carpeta de nuevo y la hizo retroceder por el
escritorio: de todas formas, no había nada más que ver.
—No lo quiero —dijo.
Mirándola a través de la mesa, el inspector jefe
Summerhill se encogió de hombros, un gesto que venía a
decir: «En toda vida debe llover de vez en cuando».
—No tengo a nadie más a quien dárselo, Heather —le
dijo, utilizando un tono que pretendía ser de hombre
razonable que hace lo que tiene que hacer—. Todo el
departamento tiene sus pizarras llenas. Tú eres quien tiene
menos tareas asignadas. —No añadió, aunque podría haberlo
hecho: ya sabes por qué te toca a ti bailar con la más fea y
ya sabes qué tienes que hacer para que eso cambie.
—Sí, es cierto —aceptó Kennedy—. No tengo mucho
trabajo. Entonces, ponme a corretear con Ratner o con
Denning. No me asignes esa mierda que se va a quedar
eternamente abierta en mi lista de casos pendientes, joder.
Summerhill ni siquiera hizo el intento de parecer
simpático:
—Si no es asesinato —dijo—, ciérralo. Olvídate. Apoyaré
tu informe siempre que no queden cabos sueltos.
—¿Y cómo se supone que tengo que hacerlo si las
pruebas son de hace tres semanas? —protestó ácidamente
Kennedy. Ella sabía que iba a perder: Summerhill ya había
tomado la decisión, pero no iba a ponérselo fácil al viejo
cabrón—. Nadie investigó la escena del crimen. Nadie hizo
nada con el cuerpo allí mismo. Todo lo que tenemos son unas
pocas fotos tomadas por algún chaval de la comisaría local.
—Bueno, eso y el informe de la autopsia —dijo
Summerhill, aburrido. Apartó con firmeza el archivo hacia
ella, irrevocablemente—. Y está en el archivo. De hecho, eso
es, básicamente, el archivo. Fue suficiente para reabrir el
caso, aunque admito que no te da mucha información para
saber por dónde empezar.
—¿Y puede saberse por qué se hizo una autopsia si nadie
consideró que la muerte era sospechosa? —preguntó
Kennedy, perpleja. «¿Cómo es posible que algo así haya
llegado siquiera a convertirse en nuestro problema?», pensó.
Summerhill cerró los ojos y se los masajeó con los dedos
índice y pulgar. Hizo una mueca con gesto cansado:
simplemente quería que cogiera el caso y se fuera de allí
cagando leches.
—El fallecido tenía una hermana y la hermana apretó.
Ahora tiene lo que quería: un caso abierto, lo que implica
todo un mundo de excitantes posibilidades. Francamente, no
tenemos alternativa. Somos los malos de la película, ya que
dijimos enseguida que se trataba de una muerte accidental y,
encima, pusimos trabas a la solicitud inicial de realizar la
autopsia, así que tenemos que reabrir el caso y fingir un poco
hasta que ocurra una de las dos posibilidades: o encontramos
una explicación lógica para la muerte de ese tío o lo
intentamos hasta que no haya más cojones y podamos decir
que hemos hecho todo lo posible.
—Y eso podría durar eternamente —apuntó Kennedy.
Aquél era el típico agujero negro: un caso que no tenía
trabajo preparatorio de entrada significaba que tenías que
dedicarte precariamente a hacer todo a partir de ese
momento, desde analizar la autopsia hasta las declaraciones
de los testigos.
—Sí, podría. Pero mira el lado bueno, Heather. Tendrás
un nuevo socio, un agente joven y dispuesto que se acaba de
incorporar a la división y no sabe nada de ti, Chris Harper.
Enviado directamente desde Saint John’s Wood a través de la
academia. Trátalo bien. En la calle Newcourt están
acostumbrados a los buenos modales.
Kennedy abrió la boca para decir algo, pero la cerró
enseguida. No valía la pena. De hecho, de alguna forma era
de admirar la pulcritud y la gracia de la jugada. Alguien la
había cagado soberanamente cerrando el caso demasiado
rápido para luego darse de bruces contra la verdad, así que
ahora todo el berenjenal se pasaba a manos de la detective
más prescindible de la división y de un pobre tipo, carne de
cañón, reclutado de algún distrito, y aquí no ha pasado nada.
Y si resulta que sí que pasa, tampoco salpicará a nadie
importante.
Silenció una palabrota y se dirigió hacia la puerta.
Reclinado de nuevo en su silla, cogiéndose las manos por
detrás de la cabeza, Summerhill observó su retirada.
—Devuélvelo de una pieza, Heather —la exhortó él,
lánguidamente.
NO INTENTES BUSCARNOS.
Ni siquiera la firmaba.
Tillman caminaba herido, asimilando el shock,
sintiéndose amputado. Llamó a la policía, que le dijeron que
debía esperar. Uno no se convertía en un desaparecido
solamente por el hecho de irse de casa. Tenía que pasar
tiempo antes de alcanzar esa categoría. El sargento le sugirió
que llamara a los amigos y a la familia de su mujer, por si
estaba con alguno de ellos. Si los niños no aparecían en la
escuela el día siguiente, Tillman debía llamar de nuevo. Sin
duda era mucho más probable que la familia entera estuviera
a salvo en algún lugar cercano a que hubieran sido
secuestrados y más teniendo en cuenta que había una nota.
Que Tillman supiera, Rebecca no tenía amigos, y no tenía
ni idea de dónde vivía su familia, si es que quedaba alguien
vivo: esas opciones estaban cerradas para él. Todo lo que
podía hacer era pasear por las calles hasta medianoche con
la remota esperanza de dar con ella. Caminó, aunque ya
sabía que no valía la pena. Rebecca y los niños ya estarían
bien lejos: el propósito de la nota era asegurarse de que no
la seguiría o bien convencerlo, si eso hubiera sido posible, de
que se había ido por su propia voluntad.
No, no había sido así. Ese era el punto de partida. A
medida que recorría las calles de Kilburn como un autómata,
revivió los acontecimientos del día una y otra vez. Los niños
le habían dado un beso y le habían dicho adiós con la misma
espontaneidad y cariño de siempre. Rebecca le había
recordado que tenía que llevar el coche al taller para pasar la
ITV, por lo que si tenía que ir a recogerlo, probablemente no
podría. Llamó al taller y lo comprobó. Rebecca había llevado
el coche a mediodía, había pedido que también repusieran la
rueda de repuesto y había quedado en recoger el coche la
mañana siguiente, a menos que no hubiera pasado la
inspección. Incluso el interior de la nevera era una prueba.
Ella había comprado para toda la semana, seguramente la
mañana anterior a dejar el coche.
Así que la nota tenía que haber sido escrita bajo
coacción, una posibilidad que tenía que alejar de su mente
inmediatamente porque la rabia que le provocaba amenazaba
con arrancar de forma muy enloquecida.
La policía no fue de mucha ayuda la mañana siguiente.
La nota, decían, dejaba muy claro que la señora Tillman le
había dejado por su propia voluntad y había cogido los niños
con ella por no fiarse de él.
—¿Hubo alguna disputa conyugal la noche anterior? —le
preguntó el agente. Había pura antipatía en sus ojos. «Por
supuesto que hubo una disputa», decían esos ojos. Las
mujeres dejan a sus maridos constantemente, pero no cogen
y se van con tres niños a menos que haya algo que vaya muy
mal.
Tillman insistió en que no hubo nada, pero la misma
pregunta aparecía una y otra vez, seguida de una negativa
absoluta de declarar a Rebecca como una persona
desaparecida. A los niños sí. Los niños de edad escolar y
preescolar no pueden desaparecer sin más. Se tomaron
descripciones y se hicieron retratos robots. Se buscaría a los
niños, le dijeron, pero una vez encontrados, no los
separarían de su madre, y la policía no necesariamente iba a
cooperar en poner a Tillman y a su mujer de nuevo en
contacto. Eso dependería de la historia que les contase
Rebecca y de sus deseos.
En un determinado momento del círculo vicioso de
indiferencia condescendiente y pura sospecha, Tillman perdió
el control. Pasó una noche en el calabozo, después de tener
que ser reducido y separado de un jovencísimo agente,
gritando obscenidades porque aquel pequeño cabrón le había
preguntado si Rebecca tenía un amante. Por suerte no llegó a
poner las manos alrededor del cuello del chiquillo. Había
estado a punto.
Que él supiera, nunca hubo una investigación real.
Recibió algún informe sobre los avances, a raros intervalos.
Avistamientos, que según la policía siempre se investigaron y
siempre resultaron ser falsas alarmas; algunos artículos
esporádicos que de alguna manera parecían construir una
especie de teoría conspiratoria según la cual él habría
matado a su mujer y vendido a sus hijos a unos pedófilos
belgas, pero ese tipo de fenómenos necesitaban tener en qué
sustentarse y, ya que no había noticias, se fue apagando sin
llegar a nada.
Tillman fue testigo de cómo se arruinaba su vida. Debería
haber regresado al trabajo, intentar olvidar, pero nunca lo
consideró una opción. Olvidar era dejar a Rebecca y a los
niños en manos de extraños cuyas intenciones no podía ni
siquiera empezar a imaginar. Si no se habían ido por
voluntad propia, y sabía que no era el caso, se los habían
llevado y estaban esperando ser rescatados. Lo estaban
esperando a él.
El problema, Tillman era capaz de verlo así, es que él no
era el tipo de hombre que necesitaban, un hombre que
pudiera encontrar y liberar a su familia de las manos de sus
captores. No sabía ni por dónde empezar.
Sentado en la cocina, una semana después de la
desaparición, lo estudió con lógica implacable y lúcida. Lo
que se tenía que hacer no lo podía hacer él, pero tampoco
podía confiarlo a nadie más.
Tenía que cambiar. Tenía que convertirse en el hombre
capaz de encontrarlos, luchar y liberarlos y hacer cualquier
cosa que hiciera falta para restaurar el equilibrio en el
mundo. Los recursos de los que disponía eran mil
cuatrocientas libras en ahorros y una mente que no se había
puesto a prueba hasta sus verdaderos límites.
Tomó la nota de Rebecca del bolsillo.
NO INTENTES BUSCARNOS.
No
INTENTA BUSCARNOS
«P52»
«P75»
«NH II—1, III—1, IV—1»
«Eg2»
«B66, 75»
«C45»
EL PALOMAR
22
—¿Te olvidará?
—Nunca.
—Entonces es un estúpido.
—Sí. Y deberías temerlo. Es demasiado estúpido como
para entender cuándo ha perdido o cuándo rendirse. Ignorará
esa nota. No va a dejar de intentar llegar. Algún día, cruzará
su mirada con la tuya, Kuutma, y uno de los dos tendrá que
parpadear.
El equipo de Mariam. Les informaría personalmente. Y
aunque no iría hasta Gran Bretaña en persona, observaría
por encima de sus hombros y les dirigiría. No directamente
hacia Tillman, ya que la situación con el Rotgut era el
problema que requería una resolución inmediata, pero era
evidente que Tillman estaba en camino de colisionar contra el
Rotgut.
De una forma u otra, y tanto si se apartaba de ese
camino como si no, por esa colisión lo destruiría.
24
P52
P75
NHII—1, III-l, IV—1
Eg2
B66, 75
C45
YJESÚSLEDIOLABENDICIÓNDESUSMANOSQUEOCULTÓ
ATODOSLOSDEMÁSINCLUSOAAQUÉLLOSQUELE
SEGUÍANYÉLLEDIJOMELLAMANELSALVADORPERO
QUIÉNMEVAASALVARISCARIOTELERESPONDIÓSIÉSTE
TUDESEOJUROQUEOSSERVIRÉENCUALQUIERDE-
SEOYJESÚSLEDIJOAISCARIOTETÚSERÁSELMÁSBAJOY
ELMÁSALTOELALFAYELOMEGAENTONCESLOSDEMÁS-
SEENFADARONPORQUEFAVORCIÓ
Dalath 2 reales
Waw 3 reales 1 espaciado
Semkatb 2 reales 2 espaciados
Él exacto
Resb exacto
Mim 1 real 1 espaciado
Tau exacto
Usó la barra de desplazamiento para ver cuánto había.
Continuaba por lo que parecía centenares de ítems.
Cerró el archivo y abrió uno de los titulados PARCIAL. El
archivo era mucho más complejo.
ENTONCESNODEJESATUSIRVIENTETRABAJARPENOSA
MENTEENVANOSEÑOROSINRECOMPENSALARECOM
PENSAQUETEDARÉSERÁMAYORDELOQUESEHAVISTO
JAMÁSYMÁSGRANDEDELOQUEPUEDESDECIRCONPALA
BRASLUEGOLELLEVÓDEESELUGARAOTROLUGAREN
ELQUETODASLASCOSASDELCIELOYDELATIERRASON
VISIBLESLEHEDADOLATIERRAAADÁNYASUSEMILLA
LOQUETEDARÉATIMÁSQUERIDOYMÁSSUFRIDOTE
HARÉODIADOYVILIPENDIADOPEROLUEGOTEHARÉ
124
39
P52
P75
NH 11—1,111—1, IV—1
Eg2
B66, 75
C45
GINAT ‘DANIA
52
l se fue a casa.
É Su casa seguía vacía, pero el vacío era distinto. Sabía
que su mujer había muerto amándolo, pensando en él. Sabía
que no había querido irse y que no había podido imaginar
una vida sin él, al igual que él no podía imaginar una vida sin
ella.
Sabía que sus hijos estaban vivos, en algún lugar del
mundo, que eran felices.
Sintió que su soledad era un santuario en el que
guardaba lo más sagrado: los recuerdos de su breve tiempo
juntos como familia, algo que ya no recordaba nadie más.
Porque él seguía vivo. Y como los recordaba, ellos
seguían con él.
Y teniendo eso, ¿qué importaba todo lo demás?
71
Querido Web:
Siento no haber podido asistir al funeral de Eileen. La verdad es
que pude salir de México por los pelos y temía que si regresaba a Arizona
no me dejaran marchar de nuevo. Sé que los cargos originales fueron
retirados, pero todavía queda todo el daño que hizo Tillman cuando me
sacó de allí y más cosas en México que fueron aún peores.
Es por eso que le escribo. Creo que tiene derecho a saber cómo
terminó todo. Usted perdió más que yo y es una pérdida que no puedo
reemplazar, así que esto, la historia, es todo lo que puedo darle. Esto y mis
gracias, de todo corazón, por todo lo que hizo por mí.