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Huw (Roddy McDowell) recuerda sus tiempos de niñez en una localidad minera
galesa. El lirismo cinematográfico del gran maestro John Ford alcanza cotas sublimes en
esta descripción de la vida minera en el País de Gales. Centra sus esfuerzos en el loable
retrato emocional de una familia en proceso de descomposición, sin escatimar un
miramiento social a la dura existencia de los mineros.
El cuidado en el dibujo sentimental de la comunidad trabajadora, el paisaje y
escenario industrial y la representación familiar, con sus roles, sus ansias, sus conflictos,
sus alegrías y sus penas, son evocados desde la memoria de un niño, testigo presencial de
los quehaceres y desintegración de su hogar. Esta honda remembranza nostálgica del
personaje central, desarrolla principalmente instantáneas de costumbres e interacción de
caracteres, más que un simple progreso de una trama, pues Ford intenta aprehender en sus
imágenes el ambiente de ese microcosmos, su evolución vital y la huella dejada en sus
integrantes. La película conseguiría ganar el Oscar a la mejor película, superando a otros
títulos nominados como "La loba" de William Wyler, "El difunto protesta" de Alexander
Hall, "Si no amaneciera" de Mitchell Leisen, "El halcón maltés" de John Huston,
"Sospecha" de Alfred Hitchcock, "De corazón a corazón" de Mervyn LeRoy, "Sargento
York" de Howard Hawks o la mismísima "Ciudadano Kane", de Orson Welles. Casi
nada........
© Aloha Criticón..
Argumento
Los Morgan es una familia que vive tranquila en la Gales minera de principios de siglo. Los
6 hijos y la hija crecen felices y fuertes en un ambiente de cariño. Pero el paso del tiempo y
la industrialización del valle en el que viven llevará a situaciones conflictivas y poco a
poco, los hermanos irán abandonando el valle para retomar su vida en otros lugares lejanos.
La historia está vista como un flashback del pequeño de los hermanos, Huw, en el momento
de abandonar el valle como el último Morgan.
Valoración: la nostalgia
Es obvio el tema que esta película toca: la nostalgia ante el inevitable paso del tiempo y el
recuerdo de los felices años que quedan atrás. Se trata de un tema muy recurrente en el arte,
la literatura y el cine, pero no por eso menos interesante o profundo. Es más, se trata de un
tema del que se pueden decir muchas cosas, pero sólo la vivencia personal es capaz de
comprenderlo en toda su amplitud. Las palabras o imágenes que se nos presenten siempre
se quedarán cortas, pero sí que podrán evocarnos momentos o sensaciones y transmitirnos
sentimientos muy profundos.
Y es que, ante el paso del tiempo, caben unas pocas opciones. Y todo depende,
curiosamente, de cómo afrontemos el final de todo ello, es decir, la muerte. No quiero
comenzar una especie de disquisición tremendista o apocalíptica, pero muchas veces me
pregunto: ¿por qué tanto miedo a hablar de lo único seguro que tenemos en esta vida? Pero
aún así, estoy convencido de que muchos detendrán aquí su lectura. Tras esta pequeña
aclaración continúo con el discurso. La primera de las maneras de afrontar la muerte es con
la desesperación: "la muerte es el final de todo lo bueno que tengo y que puedo hacer". Esta
idea lleva a la desesperación ante el inminente final y a un recuerdo atormentado de todos
los buenos momentos que se han pasado. También puede llevar a un alocado "carpe diem"
sin reflexión ni freno algunos. Como segunda opción de enfrentarse a la muerte está,
sencillamente, el no preguntarse por ello y apartar de la vista todo lo que recuerde o huela a
muerte, empezando por "energúmenos" que me recuerdan que he de morir al comentar una
película. En fin, ni que decir tiene que esta solución es un tanto absurda... Pero creo que
existe otra forma distinta de afrontar la muerte: viéndola simplemente como el paso a otro
estado, generalmente a mejor, aunque eso dependerá de nosotros.
¿Qué tiene todo esto que ver con la película y el paso del tiempo? Mucho. Ante esta última
manera de enfrentarse a la muerte, los recuerdos son imágenes entrañables que nos pueden
hacer soltar alguna lágrima, ciertamente, pero será de alegría. Mucho más aún si durante
nuestra vida hemos dedicado todas nuestras fuerzas a hacer felices a los demás. Y en esta
forma tan maravillosa de afrontar el fin de nuestra vida en la tierra no cabrán los buenos
recuerdos que nos torturen.
¿"Todo tiempo pasado nos parece mejor"? Es una pregunta que ha de hacerse uno mismo.
Pero ya digo que es muy curioso lo importante que es nuestra visión de futuro a la hora de
juzgar nuestro pasado. Muy curioso...
Valoración técnica
Y ya concretando un poco más sobre la película, su historia y sus personajes, me gustaría
recalcar a estos últimos. John Ford es único en la creación de personajes y su excelente
caracterización en apenas unas pinceladas. Muy pocos directores de cines han sido capaces
de dar a sus personajes esa fuerza. Pero no se trata sólo de los personajes principales. En
esta película, todos los componentes de la familia Morgan quedan bien dibujados, así como
el reverendo Gruffyd o el gracioso Dai-Bando.
En esta película, además, Ford trata de plasmar la transformación de la vida en los antes
tranquilos valles galeses. Más tarde, en El hombre tranquilo, volverá al reflejo de la que nos
parece ahora la ancestral vida rural. Pero aquí intenta captar, sobre todo, el brutal cambio
que afecta tanto a economía como a los individuos, uno por uno. Y todo ello desde la
inocente visión de un niño que poco a poco se convierte en un hombre: el pequeño de los
Morgan, Huw.
Por último, me gustaría destacar la impresionante capacidad del director para alternar el
drama con la comedia. Escenas de un humor desbordante dan paso segundos después a
trágicos sucesos. Uno se encuentra riendo y llorando casi al mismo tiempo. Sólo un genio
sería capaz de hacer esto. Y John Ford lo hace.
16/07/2005
Comienza con los recuerdos de Huw Morgan (Roddy McDowall) de sus años de infancia,
cuando su valle de Gales era aún verde, cuando su familia permanecía unida. Lo hace de un
modo sencillo y profundamente agradecido a la figura de su padre, “que no me enseñó
ninguna cosa inútil”, añorando aquellos momentos en que todos se reunían en torno a la
mesa.
Ese sentido cristiano que rezuma la película no deja margen a la duda, desde las
bendiciones de la mesa al sentido de la Providencia que les cuida, del espíritu de sacrificio
como manera de aprender a amar hasta la comprensión que muestran sus personajes, o
hasta el mismo sentido trascendente de la vida: todo responde a una honda religiosidad de
la que el director de origen irlandés hace gala. En definitiva, son virtudes tradicionales
encarnadas por personas cristianas las que Ford nos propone, las que fundamentaban una
época gloriosa que se ha ido y que ahora añora.
En ocasiones, esto resulta obvio al contraponer la figura de los diáconos, que se reúnen en
asamblea para juzgar con rigor, dureza y falsedad a una joven madre soltera o para
propalar calumnias sobre los devaneos del nuevo párroco, el Mr. Gruffydd (Walter
Pidgeon) con Angharad Morgan (Maureen O’Hara). Ese joven clérigo, culto y humano, se
nos presenta como la antítesis a ese puritanismo frío y superficial, y por eso como una
figura atrayente: su atención por Huw enfermo, su labor en el pueblo acompañando a los
feligreses en los difíciles momentos laborales, su cariño por todos atraerán también a
Angharad. Ambos se enamoran, pero el matrimonio no es posible porque la sociedad no lo
permite. La coyuntura del momento empujará a la mujer a casarse con el hijo del patrón
que se ha encaprichado con ella, algo quer la acarreará el bienestar futuro pero también con
la infelicidad; mientras, Mr. Gruffydd tendrá que irse del pueblo poco después del trágico
accidente de la mina.
Los rasgos autobiográficos de la película son muchos y el propio Ford así lo ha reconocido
al decir “soy el menor de trece hermanos, y debieron pasarme las mismas cosas; yo siempre
me portaba como un niño fresco”. Ciertamente, sabemos que su propia familia conoció lo
que suponía la emigración a un país nuevo y que también se apoyó en los valores
tradicionales y cristianos para llevar las dificultades de la vida con garbo. Abundan, por
otra parte, escenas emotivas y cargadas de humanidad. Podrían destacarse la del
reencuentro de madre e hijo después de meses de enfermedad, la de la audacia del joven
Huw al ofrecerse como cabeza de familia a la esposa del minero muerto, o aquella en que
los hijos mayores parten para América a buscar trabajo. Sin embargo, la más conseguida
quizá sea la de la boda de Angharad: todos aparecen en un primer plano, mientras en otro
más general se ve al clérigo Mr. Gruffydd, solo e inmóvil, al pie de un árbol, incapaz de
hacer nada por evitarlo.
Aunque inicialmente la película estaba pensada para William Wyler e incluso llegó a
comenzar la preproducción, “¡Qué verde era mi valle!” tiene todas las características del
cine de Ford, con una condensación narrativa digna ya de un maestro, unos ligeros picados
y contrapicados con carga expresiva, o una cuidada fotografía en blanco y negro que da
dramatismo a las escenas que lo requieren. También destaca el excelente decorado del
pueblo, con una profundidad en su calle principal que es digna de elogio. Supuso el
segundo Óscar para el director, además de llevarse otros cinco más, entre ellos a la mejor
película y mejor guión. Por último, diremos que la película termina al modo teatral, porque
a Ford le agradó la idea de que sus personajes volvieran a salir… para despedirse del
público. Sin duda un bello final tras la dramática pero bella escena de recuperación de los
cuerpos fallecidos en la mina.
En las imágenes: Fotogramas de “¡Qué verde era mi valle!” – Copyright © 1941. Twentieth
Century-Fox Film Corporation. Todos los derechos reservados.