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A partir de 1870 se produjo una expansión territorial sin precedentes de los países europeos. Las grandes potencias
occidentales exploraron y conquistaron territorios en todos los continentes y enviaron personas, capitales y productos
industriales a todo el planeta. La superioridad técnica y militar les permitió imponer su ley y dominar fácilmente.
Una de las características de la segunda mitad del siglo XIX, fue la expansión europea por el mundo, aunque
no era un hecho nuevo, pues, a finales del siglo XV, los españoles y portugueses ya habían abierto el camino
en Asia, en África y en América, con el establecimiento de factorías comerciales o de grupos de población. Los
ingleses y los franceses —los primeros, sobre todo—, habían hecho después progresos en América del Norte,
y, luego, en la India, tras el gran conflicto colonial franco-inglés del siglo XVIII.
El movimiento de expansión continuó a principios del siglo XIX; pero, a partir de 1880, habría de adquirir un
ritmo de velocidad y una amplitud desconocidos hasta entonces, ligados, por otra parte, a los cambios
producidos por el desarrollo del capitalismo y de las técnicas modernas. En 1875, sólo el 10% del territorio de
África se encontraba en poder de los europeos; en 1902, lo estaría el 90%.
Anteriormente, la vitalidad y la audacia de Europa se habían manifestado mediante fuertes corrientes de
emigración y exploraciones de tierras desconocidas, que fueron preparando las futuras conquistas.
A partir de 1850, la emigración «blanca» se organizó y aumentó, debido a la expansión demográfica (entre 1815
y 1848, había reinado la paz en Europa), al paro creado por el desarrollo de la mecanización, y la ruina de las
industrias rurales por efecto de la industrialización fabril.
La carestía, el hambre, como ocurrió en Irlanda (1846-1848), y la abolición de la servidumbre en Alemania y en
Austria-Hungría, que obligaron a los campesinos a abandonar la tierra, favorecieron el éxodo.
El descubrimiento de las minas de oro, provocó «avalanchas» febriles. Los transportes marítimos se
perfeccionaron, haciéndose más rápidos y menos caros. Igualmente, los ferrocarriles facilitaron el acceso a los
territorios americanos del interior, y las oficinas y sociedades reclutaron y organizaron la emigración.
Los mayores contingentes de emigrantes los proporcionaron Inglaterra y Alemania. Siguieron a éstos, los
escandinavos, y, después, a finales de siglo, los italianos, los polacos, los eslavos de los Balcanes. Millones de
emigrantes fueron poblando Estados Unidos, Brasil, Argentina, Australia, etc.
Y, a partir de 1850, las tierras inexploradas van siendo cada vez menos. Los exploradores se veían impulsados,
sobre todo, por principios religiosos o científicos, y por el atractivo romántico de la aventura.
En realidad en las últimas décadas del siglo XIX, debido al considerable desarrollo del captalismo, sus nuevas
ténicas y la feroz competencia explican la aceleración de las conquista en África, especialmente para los países
coloniales, pues eran unas fuentes de materias primas baratas (para los aceites industriales, en particular), de
mercados para las mercancías metropolitanas, como la India, por ejemplo, para los tejidos ingleses, y unos
lugares para la fructífera colocación de capitales.
En Francia, Jules Ferry, gran artífice de la expansión colonial, expuso en sus discursos claramente los
formidables recursos que se ofrecían a los intereses privados. Los imperios coloniales se convirtieron en un
«coto de caza», del que cada país se reservaba la explotación. Es preciso observar que la opinión pública se
mostró bastante lenta en apoyar las empresas de ultramar.
Muchos franceses eran hostiles a ellas, debido a que desviaban las energías de la meta esencial: la revancha
de la derrota de 1870, y el mismo Bismarck alentaba la política colonial de Francia, ya que temía el nacionalismo
exacerbado de ésta ante la pérdida de Alsacia y Lorena.
LA ARGUMENTACIÓN: Las maneras de justificar la conquista y explotación de otros continentes por parte de
los países europeos han sido diversas y variadas. Las necesidades económicas del capitalismo y el deseo de
prestigio y de fuerza por parte de los Estados colonizadores se han encubierto con explicaciones y teorías de
todo tipo.
Quizá la forma más generalizada y vergonzosa fue la defensa de la «raza superior», la pretendida superioridad
del hombre blanco sobre las otras razas. Así, los colonizadores intentaron justificar sus intereses egoístas con
argumentos denigrantes para los pueblos colonizados o con falsos paternallsmos que pretendían velar por estos
pueblos y protegerlos.
El menosprecio por la cultura, la historia y los más elementales derechos humanos de estas comunidades es
uno de los agravios más importantes que el mundo desarrollado ha infligido a los pueblos del Tercer Mundo.
Ahora bien, esta actitud no fue general en toda la opinión pública.
Voces muy cualificadas se alzaron en contra de este estado de cosas y podemos decir que, desde mediados
del siglo XIX, frente a la corriente defensora de la explotación colonial, surgió un potente movimiento
anticolonialista. Sus argumentos penetraron poco a poco en las conciencias y con el tiempo muchos gobiernos
se encontraron, en el interior de sus propios países, con una fuerte oposición a la acción colonial.
TESTIMONIO: Una justificación del colonialismo: la superioridad del hombre blanco
Se hicieron las deducciones generales siguientes:
1.Hay razones tan buenas para clasificar al negro como una especie diferente del europeo como las hay para
hacer del burro una especie diferente de la cebra; y si tomamos en consideración la inteligencia, hay una
diferencia mayor entre el negro y el anglosajón que entre el gorila y el chimpancé.
2. Las analogías entre los negros y los monos son más grandes que entre los monos y los europeos.
3. El negro es inferior, intelectualmente, al hombre europeo.
4. El negro es más humano en su natural subordinación al hombre europeo que bajo cualquier otra
circunstancia.
5. El negro tan sólo puede ser humanizado y civilizado por los europeos.
JUNT, J.: Sesión científica de la Sociedad Antropológica de Londres. 1863.
Es un hecho incontestable que los negros tienen un cerebro más ligero y menos voluminoso que el de la especie
blanca. Pero esta superioridad intelectual, ¿nos da a los blancos el derecho a reducir a la esclavitud a la raza
inferior? No, y mil veces no.
Si los negros se acercan a ciertas especies animales por sus formas anatómicas, por sus instintos groseros, se
distancian y se aproximan a los blancos en otros aspectos que cabe tener en cuenta. Están dotados de la
palabra y gracias a la palabra podemos tener con ellos relaciones intelectuales y morales […]. La inferioridad
intelectual de los negros, lejos de conferimos el derecho a abusar de su debilidad, nos impone el deber de
ayudarlos y protegerlos.
«Negro», artículo del «Grand Dictionnaire (Jniversel Larousse du XIX siécle», 1872.
TESTIMONIOS DE CONDENAS
Resoluciones de los Congresos Socialistas que condenaron el imperialismo
Fuente Consultada:
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo IX La Gran Aventura del Hombre
ACTUAL Historia del Mundo Contemporáneo Bachillerato Primer Curso de García-Gatell