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Neurobiología: con un amigo se comparten hasta las ondas cerebrales

Hallazgos de neurobiólogos y científicos cognitivos revelan que las raíces de la amistad se


extienden más profundo de lo que se sospechaba.

Por Natalie Angier - New York Times News Service

Si necesitas mover muebles, dice el dicho, llama a un amigo; si requieres mover un cadáver,
contacta a un buen amigo. Y es que, si ponemos de lado escrúpulos morales, ese buen amigo
sin duda estará de acuerdo en que la víctima era un patán intolerable que se lo merecía.

Desde hace tiempo, los investigadores saben que elegimos amigos que son muy parecidos a
nosotros en una amplia gama de características: edad, religión, nivel socioeconómico,
educativo, preferencias políticas, e, incluso, la fuerza de agarre al dar la mano.

El impulso hacia la homofilia -es decir, a vincularnos con quienes son, en la medida de lo
posible, lo menos diferentes a nosotros- ha sido hallado por igual entre grupos de cazadores y
recolectores que en sociedades capitalistas más modernas.

Según nuevas investigaciones, las raíces de la amistad se extienden incluso más profundo de lo
que se sospechaba. Los científicos han descubierto que los cerebros de los amigos cercanos
responden de maneras sorprendentemente similares al observar videos cortos: parecidos
reflujos y oleadas de atención y distracción, el mismo punto máximo de procesamiento de la
recompensa por aquí y las mismas alertas de aburrimiento por allá.

Se comprobó que los patrones de respuesta neuronal evocados por los videos -sobre temas
tan diversos como los peligros del fútbol (norte)americano colegial o cómo se comportan
gotas de agua en el espacio exterior- coincidían tanto entre amigos, comparados con patrones
entre personas que no lo eran, que los investigadores podían predecir qué tan fuerte era el
vínculo social entre dos personas únicamente con base en sus lecturas cerebrales.
"Me sorprendió la excepcional magnitud de la similitud entre amigos", comentó Carolyn
Parkinson, científica cognitiva de la Universidad de California en Los Ángeles. Los resultados
"fueron más convincentes de lo que había imaginado".

Los hallazgos ofrecen evidencia prometedora para sustentar la vaga idea que tenemos acerca
de que la amistad es más que intereses compartidos o de tener ciertas coincidencias en
nuestros perfiles de Facebook. Se trata de lo que denominamos buena química.

"Nuestros resultados sugieren que los amigos son similares en cuanto a la forma en que ponen
atención y procesan el mundo que los rodea", explicó Parkinson. "Ese procesamiento
compartido podría hacer que la gente se vincule más fácilmente y tenga el tipo de interacción
social sin roces que puede ser tan gratificante".

El nuevo estudio es parte del auge del interés científico en la naturaleza, la estructura y la
evolución de la amistad. Detrás del entusiasmo hay una montaña virtual de evidencia
demográfica que muestra que la carencia de amigos puede ser sumamente dañina; cobra un
precio físico y emocional comparable con el de factores de riesgo más conocidos como la
obesidad, la hipertensión, el desempleo, la falta de ejercicio y el tabaquismo.

Los científicos querían saber por qué algunos integrantes de una red son amigos cercanos y
otros son solo conocidos.

Nicholas Christakis, biosociólogo de Yale y autor de "Conectado: el poder de nuestras redes


sociales” ha demostrado que la gente que tiene fuertes vínculos sociales posee, en
comparación, bajas concentraciones de fibrinógeno, una proteína asociada con el tipo de
inflamación crónica que se cree origina muchas enfermedades. Sigue siendo una incógnita por
qué la sociabilidad podría ayudar a bloquear la inflamación.

El equipo de Parkinson demostró que la gente tiene un entendimiento automático y profundo


de cómo encajan los actores en su esfera social. Los científicos querían saber por qué algunos
integrantes de una red son amigos cercanos y otros son solo conocidos.
Por eso decidieron explorar las reacciones neurales a los estímulos cotidianos y naturales. En
estos días, eso significa ver videos.

Los investigadores comenzaron con una red social definida: una generación de 279 estudiantes
universitarios en una universidad que el estudio no nombra, pero los neurocientíficos
reconocen fue la Escuela de Negocios de Dartmouth.

A los estudiantes, que se conocían entre sí y en muchos casos compartían dormitorios, se les
pidió que llenaran cuestionarios.

¿Con cuáles de sus compañeros de estudio socializaban (compartían alimentos, iban al cine,
invitaban a sus casas)? A partir de esa encuesta, los investigadores hicieron un mapeo de una
red social con distintos grados de conexión: amigos, amigos de amigos, amigos en tercer
grado.

Después se les pidió que participaran en un escaneo cerebral. Mientras un dispositivo de


resonancia magnética funcional rastreaba el flujo sanguíneo en sus cerebros, los estudiantes
observaron una serie de videos, una experiencia que fue comparada con ver distintos canales
de televisión cuando alguien más tiene el control remoto.

Al analizar los escaneos de los estudiantes, Parkinson y sus colegas encontraron fuertes
concordancias entre los patrones de flujo sanguíneo -una medida de actividad neural- y el
grado de amistad entre los participantes, incluso después de controlar otros factores que
podrían explicar similitudes en las respuestas neuronales, como la etnicidad, la religión o el
ingreso familiar.

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