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tensiones de una cultura. Así, una campaña de telefonía móvil emplea el estereotipo de la
“rubia tonta” y gana una aceptación en el plano de la cultura popular y el habla cotidiano
que difícilmente habría obtenido si hubiese empleado otros estereotipos, tales como el
“indígena alcohólico”, el “judío avaro”, o incluso –¡cuanta agua ha pasado bajo el puente!–
el “homosexual afeminado”.
Pero, dirán algunos, ¿no es eso una inconsecuencia? Si tenemos aunque sea un mínimo de
compromiso con la igualdad, ¿no debiéramos rechazar todos los estereotipos y
caricaturizaciones? Aceptar algunas caricaturas y rechazar otras, ¿no sería entonces una
doble forma de discriminación, mediante la cual se discrimina discriminadamente? ¿La
lucha por la igualdad no debiera entonces ser una lucha contra todas las formas de
estereotipo y caricaturización?
Para poner orden en este embrollo hay que poner algo de claridad conceptual. Lo primero
es establecer que estereotipos y discriminación son dos cosas distintas. Desde luego
estereotipos y discriminación tienen, como se dirá, una estrecha relación entre sí; pero ella
es sutil y compleja, no –podríamos decir– lineal y directamente proporcional. La
identificación que parte importante de la opinión pública habitualmente hace de estos dos
conceptos es, en consecuencia, una confusión.
Los estereotipos forman parte habitual e importante de nuestro proceso de cognición social.
Al adscribir a ciertos sujetos características consideradas habitualmente presentes en los
sujetos que participan del estereotipo en cuestión, el estereotipo le indica a su usuario qué
puede esperar y qué no puede esperar del otro con el cual está interactuando. De esta forma,
los estereotipos facilitan la interacción social, proveyendo a los individuos de una imagen
provisional de otros individuos que no les son conocidos en profundidad. La división social
del trabajo misma reposa sobre la construcción de estereotipos asociados a cada uno de los
nichos especificados en un determinado orden social.
Los párrafos anteriores evidencian que los estereotipos forman parte fundamental de
nuestra gramática social: del instrumental que empleamos cotidianamente en nuestras
interacciones comunicativas. Si la lucha contra todas las formas de estereotipo fuera la
misión de la lucha contra la discriminación, entonces esta sería una batalla perdida.
El párrafo anterior nos orienta respecto a qué usos de los estereotipos son moralmente
condenables a la luz de la igualdad. La igualdad es un valor relacional de carácter colectivo:
en estricto rigor, no son iguales los individuos sino que las sociedades. Una sociedad
igualitaria, una sociedad de iguales, es una sociedad cuya estructura social le entrega a
todos los sujetos que la componen iguales oportunidades, iguales libertades, iguales
derechos. Una sociedad desigual es una sociedad que le niega a algunos sujetos algunas
oportunidades, algunas libertades, algunos derechos.
Es aquí cuando llegamos al segundo de los conceptos con los que iniciara esta reflexión: la
discriminación. La discriminación consiste en una práctica social –es decir en un conjunto
de conductas y actitudes unificados por premisas subyacentes– que emplea ciertos
estereotipos para negarle a los sujetos que integran el grupo en cuestión ciertas
oportunidades, ciertas libertades, ciertos derechos. La discriminación puede ser formal,
estando codificada en las reglas jurídicas y consagrada en la regulación de las instituciones
sociales, o informal, limitándose a estructurar la mentalidad y la acción social de algunos
grupos de sujetos.
Y para terminar, ¿qué ocurre con el estereotipo de la “rubia tonta”? Quizás habría que
recordar que la marginalización de la mujer en nuestra sociedad no opera mediante este
estereotipo. En una sociedad eurocéntricamente racista y clasista como la nuestra, el menor
de los problemas de una mujer es ser rubia. De todas formas habría que reflexionar sobre si
el estereotipo de la “rubia tonta”, importado junto a muchas otras manifestaciones
culturales desde Estados Unidos, no será entre nosotros un mecanismo descafeinado y
simpático para calificar de tontas a todas las mujeres. En una sociedad donde las mujeres
son discriminadas salarialmente y donde su autonomía no está plenamente reconocida, hay
buenas razones para pensar que así es