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Se preocupa de los aspectos económicos de la ingeniería; implica la evaluación sistemática de los costos y
beneficios de los proyectos técnicos propuestos. Los principios y metodología de la ingeniería económica son
parte integral de la administración y operación diaria de compañías y corporaciones del sector
privado, servicios públicos regulados, unidades o agencias gubernamentales, y organizaciones no lucrativas.
Estos principios se utilizan para analizar usos alternativos de recursos financieros, particularmente en relación
con las cualidades físicas y la operación de una organización.
¿De qué se encarga la Ingeniería Económica?
Se encarga del dinero en las decisiones tomadas por los ingenieros al trabajar para hacer que una empresa sea
lucrativa en un mercado altamente competitivo. Inherentes a estas decisiones son los cambios entre diferentes
tipos de costos y el desempeño (Tiempo de respuesta, seguridad, peso, confiabilidad, etc.) proporcionado por el
diseño propuesto a la solución del problema.
¿Cuál es su Objetivo?
Lograr un análisis técnico, con énfasis en los aspectos económicos, de manera de contribuir notoriamente en
la toma de decisiones.
Flujo monetario
En Economía, el Flujo Monetario es un flujo circular entre las familias y las empresas, el cual consiste en el pago,
por parte de las familias, de los bienes y servicios que ofrecen las empresas, y las remuneraciones que reciben
las familias de las empresas en contraprestación a sus servicios de trabajo.
FLUJO MONETARIO NETO SIN FINANCIAMIENTO
Se establece el flujo de inversiones (inversión inicial + capital de trabajo) y luego se
establece el flujo de operación (realizando un estado de resultados sin financiamiento, es
decir, sin pago de intereses y a la utilidad resultante, se le adiciona la depreciación y la
amortización.
Concepto Año 0 Año 1 Año 2 Año 3 Año 4 Año 5
-Flujo neto de inversión Xxx Xxx
-flujo de operación Xxx
Flujo monetario neto Xxxx Xxxxx
Costo de capital
Este indica aquélla mínima tasa de rendimiento que permite a la empresa hacer frente al coste de los recursos
financieros necesarios para acometer la inversión; pues de otra forma nadie estaría dispuesto a suscribir
sus obligaciones o sus acciones
Esto es, el coste del capital es la tasa de rendimiento interno que una empresa deberá pagar a los inversores
para incitarles a arriesgar su dinero en la compra de los títulos emitidos por ella (acciones ordinarias, acciones
preferentes, obligaciones, préstamos, etc.). O dicho de otra forma, es la mínima tasa de rentabilidad a la que
deberá remunerar a las diversas fuentes financieras que componen su pasivo, con objeto de mantener a sus
inversores satisfechos evitando, al mismo tiempo, que descienda El valor de mercado de sus acciones. Es por
esto por lo que dicha tasa será, a su vez, el tope mínimo de rentabilidad que la compañía deberá exigir a sus
inversiones
Por ello, el coste del capitales la tasa de rentabilidad que la empresa deberá conseguir con objeto de satisfacer a
los accionistas y acreedores por el nivel de riesgo que corren.
El coste del capital es uno de los factores principales de la determinación del valor
de la empresa al ser utilizado como la tasa de descuento que actualiza la corriente de flujos de caja que la
compañía promete generar. Por tanto, un riesgo alto implica un coste del capital alto, es decir, una mayor tasa de
descuento y, por ende, una baja valoración de los títulos de la empresa (lo contrario ocurriría si el riesgo es bajo).
Y dado que la emisión de estos títulos es la encargada de proporcionar la financiación necesaria para acometer
la inversión, el coste de dichos recursos financieros aumentará cuando el valor de dichos títulos sea bajo, y
descenderá cuando el valor de éstos aumente.
Si la empresa consigue una rentabilidad sobre sus inversiones suficiente para remunerara sus fuentes
financieras es de esperar que el precio de mercado de sus acciones se mantenga inalterado. Ahora bien, si la
rentabilidad de sus inversiones supera al coste de los recursos financieros empleados en ellas, el precio de las
acciones ascendería en el mercado; por el contrario, si dicho coste fuese mayor que el rendimiento esperado del
proyecto y, aún así, éste se acometiese (lo que sin duda sería un error) el valor de mercado de las acciones
descendería reflejando la pérdida asociada a esa mala decisión de inversión.
Leer
más: http://www.monografias.com/trabajos104/ingenieriaeconomica/ingenieriaeconomica.shtml#ixzz5DBR47K6m
2.
3.
La relación entre economía y ética ha sido siempre muy difícil, porque en la economía se
manifiestan habitualmente comportamientos guiados por los intereses de los individuos, las
pasiones de los grupos, las ambiciones y el afán de enriquecimiento y de poderío de muchos,
que contradicen los más antiguos y elementales principios éticos. Las formulaciones éticas,
por consiguiente, se esfuerzan por corregir tales comportamientos y se esmeran en
promover las virtudes y valores individuales y sociales en tan díscolo espacio. La ética se ha
siempre empeñado en domar los intereses, las pasiones, las ambiciones, el afán de lucro, etc.
utilizando para ello las herramientas que le proporcionan la teología, la filosofía e incluso las
ciencias; pero ha tenido en ello poco éxito. Más aún, ha ocurrido que a nivel del
pensamiento, esto es, en cuanto al modo en que se ha pensado y concebido la economía, el
proceso histórico muestra un progresivo y muy lento pero inexorable camino de
autonomización de la economía (de las ideas sobre la economía) respecto a la ética. Tal
proceso marca la derrota histórica de la ética, o bien el triunfo de las lógicas puramente
económicas sobre las razones y exigencias de la ética, esto es, en última síntesis, el triunfo de
los intereses sobre las virtudes.
Es interesante hacer una breve reseña histórica de este proceso, para comprender en qué
momento y situación nos encontramos.
Podemos comenzar con La República de Platón, en que aparece la que es tal vez la primera
formulación conceptual sobre la economía. El modelo político-económico propuesto por
Platón se funda exclusivamente en motivaciones éticas, en cuanto toda la propuesta busca
forjar un nuevo hombre en el cual la virtud y la buena disposición del alma guiarán sus
acciones y lo alejaran del vicio y la violencia. Por ello Platón rechaza la propiedad privada y
postula la propiedad común, y en Las Leyes, aplica una rigurosa concepción ética de la que
desprende los principios que la traducen en la organización del Estado y de la economía.
Platón es consciente que hay una absoluta distancia entre la economía real y su formulación
ética de la economía, pero es clara su intención de que ésta llegue a aplicarse. Así se
comprende claramente del siguiente diálogo, en La República, 592b:
“Glaucón: Ya entiendo; quieres decir: en aquella ciudad que ahora hemos fundado y
discutido, que tiene su sede en nuestros razonamientos y discursos, pues no creo que exista
en ningún lugar de la tierra.
Sócrates: Pero en el cielo quizás exista un modelo de ella para el que quiera verla, y viéndola
se proponga fundarla en sí mismo”.
En la Edad Media, con la filosofía cristiana y la escolástica, la ética continúa siendo entendida
como la guía práctica de la actividad económica, lo que se intenta lograr a través de la
enunciación de “preceptos”, como los relativos a la propiedad, a la usura, al trabajo, al
salario, al desprendimiento de la riqueza, al sentido social de ésta, etc. Si bien se entiende
que la economía es algo que como realidad es independiente, todo el saber económico
apunta a subordinarla a la ética. De este modo el conocimiento económico se manifiesta en
forma de enunciados sobre el “deber ser” de las decisiones económicas. La economía es
sierva de la ética, de igual modo que la filosofía es sierva de la teología, en una estructura del
saber jerarquizado, en cuya cima se encuentra la teología.
Esta etapa de la relación entre economía y ética culmina en la magnífica Utopía de Tomás
Moro, que consta de dos libros. El primero describe críticamente la situación económico-
socio-cultural de Inglaterra en ese tiempo, describiendo la ruina de los artesanos, el despojo
de los campesinos, el encarecimiento de la vida, el auge del vicio y de la indigencia y la
vagancia. Es una crítica ética de la economía. Que continúa en el segundo libro, en que
Tomás Moro formula cual debiera ser el orden económico justo, la Utopía económica que
corresponde al modelo de una economía ética, guiada por la ética. Tanto el análisis de la
economía como el proyecto de la economía están basados en la ética, subordinados a ésta.
La separación del análisis científico de los hechos sociales y económicos respecto al juicio y
guía moral sobre ellos tiene lugar en los albores de la época moderna, y sus inicios pueden
atribuirse a Nicolás Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia política, y a quien
erróneamente se ha atribuido la afirmación de que “el fin justifica los medios”. Maquiavelo
nunca afirmó esto, sino que le fue atribuido por quienes no comprendieron la revolución
intelectual que cumplía al afirmar que “Si un príncipe (o gobernante) se quiere mantener en
el poder, debe aprender a ser no bueno, y a usarlo o no usarlo según la necesidad del
momento”. La afirmación “el fin justifica los medios” es un enunciado ético para justificar
cierto comportamiento. En cambio la afirmación que hace Maquiavelo es un riguroso
enunciado científico sobre cómo funcionan la política y el poder, donde los objetivos se
logran con independencia respecto a la ética.
Entre la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVII aparece la teoría económica
conocida como “mercantilismo”, que por primera vez examina la economía como realidad
objetiva independiente de las doctrinas. Las formulaciones de J.B.Colbert, William Petty, John
Locke, John Law, etc. constituyen el comienzo del proceso de autonomización de la ciencia
económica respecto a la ética; pero es una separación precaria, pues todavía se busca apoyo
moral para las formulaciones y propuestas económicas. En efecto, en un contexto cultural
dominado por las concepciones religiosas, el mercantilismo busca todavía una
fundamentación ética, o más exactamente, encuentra una justificación ética en el
pensamiento de Calvino y en la Reforma Protestante, que dan una valoración positiva de la
actividad económica, de los negocios y del enriquecimiento personal y de las naciones.
Después de Maquiavelo, todas las ciencias sociales, incluida la economía, siguiendo en ello al
filósofo empirista que fue también economista e historiador David Hume, separan
rigurosamente los juicios sobre los hechos de los juicios de valor, el análisis de la realidad
considerada objetiva (de lo que es) del análisis del deber ser (considerada una cuestión
subjetiva). Así, por ejemplo, la sociología comienza con Durkheim que identifica el principio
metodológico de “tratar los hechos sociales como cosas”. Es la gran revolución
epistemológica realizada por el positivismo, que marca la ruptura de la conciencia moderna
respecto a las filosofías anteriores y la conciencia antigua y medieval. De la conciencia como
sujeto ético se pasa a la conciencia como sujeto cognitivo.
La ciencia económica continuará desde entonces y hasta nuestros días como una disciplina
que analiza los hechos y propone modelos teóricos exclusivamente en base a la información
empírica interpretada por conceptos supuestamente referidos a los hechos, relaciones y
procesos prácticos, ajena a toda consideración ética. Ello es así incluso en la teoría crítica
marxista, toda vez que Marx y sus seguidores no abandonan el concepto de que la economía
se encuentra regida por leyes, tanto en su continuidad como en la transformación de un
modo de producción a otro, sin poner la menor expectativa de que los cambios económicos
puedan provenir de decisiones y formulaciones éticas que adopten los individuos y los
grupos.
De este modo la racionalidad ética parece haber perdido la partida histórica en que se ha
enfrentado con la racionalidad científica. Sin embargo la ética no se ha dado por vencida, y
en la economía moderna ha mantenido la presencia de su discurso, buscando eficacia
práctica por tres caminos diferentes.
El problema de fondo que ponen estas tres maneras de enfrentar el problema, así como toda
la evolución histórica del conocimiento económico, es que en realidad la ciencia económica
tiene razón cuando sostiene que la subordinación de la lógica económica a la ética, o más
exactamente, las interferencias de ésta en el mercado capitalista, implican sacrificar parte de
la eficiencia económica de este modo de organización económica. Sé que esta afirmación
puede ser y ha sido discutida con diversos argumentos, pero creo poder afirmar que la
evidencia histórica es al respecto decisiva y contundente.
Teóricamente no debería haber conflicto, puesto que la ética es prescriptiva, nos indica lo
que debe y no debe hacerse, siendo la economía, en cambio, una ciencia de naturaleza
descriptiva, pues indica los efectos probables de determinadas políticas y analiza,
utilizando el método científico, la realidad; lo que es y no lo que debería ser.
Afirmaciones como las anteriores, planteadas sin una mayor explicación, podrían llevar a
graves errores pues, por una parte, tanto las leyes que establecen el marco para el
funcionamiento de una economía de mercado como el comportamiento de aquellos que
actúan en el mercado sí pueden ser juzgados éticamente, y por la otra, la Doctrina Social
de la Iglesia y la ética económica deben nutrirse con las verdades de la ciencia
económica para elaborar sus juicios morales, lo que demuestra la íntima relación
existente entre la ética y la economía.
Para comprender esta relación es conveniente aclarar previamente qué es lo que
entendemos por ética y por economía.
La moral es, en el hombre, un valor o realidad que resulta del ejercicio de su libertad. Si
las acciones no fueran libres, evidentemente no podrían ser calificables de buenas o
malas. Pero debemos entender esta libertad en el sentido de que "es libre el hombre en
dirigirse o no dirigirse hacia el fin que Dios le ha señalado; pero dejaría Dios de ser la
causa primera y último fin, si fuera libre el hombre en imponerse el fin último de su vida
o en conseguir el que Dios le ha señalado por caminos diversos de los que, en su
sabiduría infinita, le tiene trazados" (Antonio Peinador Navarro, Tratado de Moral
Profesional; Madrid, BAC, 1969, p. 11).
Por ello podemos decir que es bueno lo que acerque al hombre a su creador o, en otras
palabras, lo que contribuya al perfeccionamiento de la persona.
Para el objeto de nuestro estudio es también muy importante definir lo que entendemos
por economía, pues existen diversas acepciones de la misma, aparte de aquella que la
entiende como ciencia, y en varios campos de la economía abundan los juicios de valor.
La economía como ciencia podríamos decir que es "el estudio del comportamiento
humano relacionado con la asignación de medios escasos y de uso alternativo para la
consecución de fines" (Lionel Robbins). Es en este sentido que podemos decir que la
teoría económica no se preocupa de analizar la bondad o maldad de las acciones
humanas.
Tanto la economía como la ética estudian el acto humano, libre y racional, pero la
diferencia es que la ética lo estudia desde el punto de vista de la bondad o maldad de las
acciones, en cambio la economía no estudia sino cómo actúa el hombre. Es por ello que
podemos decir que los postulados científicos de la economía son correctos o equivocados,
completos o incompletos, pero no buenos o malos, ni liberales, ni keynesianos.
A la inversa, el estudioso de la ética económica debe valerse, para realizar sus juicios
morales, de los antecedentes de hecho que le proporciona la ciencia económica, pues de
lo contrario sus conclusiones, al carecer de una base real, serán erróneas. Ello es
evidente, pues para poder juzgar una realidad, cualquiera que sea ésta, que es lo que
pretende la ética, es necesario conocerla y saber como funciona. Lo mismo ocurre al
realizar juicios morales acerca de la economía.
Como conclusión, podemos señalar que la ética económica debería señalar los objetivos
económicos deseables, buenos o preferibles, y los conocimientos económicos influir en la
selección de los medios para alcanzar dichos fines.
LA ÉTICA ECONÓMICA
La ética económica es la "ciencia acerca del orden moral de la cooperación social del
hombre para satisfacer sus necesidades vitales y culturales" (J. Messner).
En efecto, la economía forma parte de la cultura humana, como todo lo que se refiere al
cumplimiento de las tareas esenciales de la vida humana, y no sólo porque cree sus
"presupuestos materiales", como muchas veces se afirma, sino también en cuanto parte
del orden personal y social de la vida y porque para la mayoría de los hombres ocupa la
mayor parte de su vida bajo la forma de trabajo profesional, y sólo por esto hay que
reconocerle un decisiva importancia en la configuración de la vida humana.
El hecho básico de que depende el esfuerzo del hombre para satisfacer sus necesidades
vitales y culturales es la escasez de los medios de comparación a las necesidades, y el
problema aumenta si consideramos que las necesidades crecen según se eleva el nivel de
su satisfacción. Por ello, la razón humana se ve abocada en primer lugar a la actividad
económica, es decir, a procurar la mejor satisfacción de sus necesidades con los bienes
escasos de que dispone, y a buscar a esa meta por medio de la cooperación social, a
través de la especialización e intercambio.
Si cada familia cubriese sus necesidades con sus propias fuerzas, nunca hubiese
sobrepasado un estado cultural completamente primitivo, y por ello el hombre no podría
alcanzar su fin último subjetivo, que es la actualización plena de todas sus potencias.
Dadas las limitaciones del hombre, este fin no puede lograrse por un individuo solo, sino
por la sociedad toda, y a través de la especialización, como viéramos.
a) El Bien Común
b) la doctrina colectivista o totalitaria del bien común, que considera a la sociedad como
un todo colectivo superior bajo todo concepto a los seres humanos que la componen, los
cuales carecen frente a la sociedad de toda trascendencia, y por lo tanto, de todo
derecho. El bien común es considerado el bien de la colectividad entendida como este
todo colectivo, por lo cual se admite que en aras del bien colectivo se sacrifique todo
derecho o bien individual, por lo cual el bien común muchas veces no es más que un bien
en apariencia.
El hombre se agrupa en sociedades para alcanzar fines que no puede alcanzar por sí solo,
luego forma sociedades mayores para lograr fines que las menores no están en
condiciones de proporcionar. Cada sociedad es por definición apta para lograr su objetivo
o bien común particular. En caso contrario se disuelve o se transforma en otra distinta, la
cual sí es apta para lograr su fin.
Si toda sociedad tiene los medios para alcanzar su fin, tiene a la vez el derecho de
buscarlo con libertad y autonomía, es decir el derecho de gobernarse a sí misma. El
gobernarla es dirigir una sociedad hacia su fin o bien común particular, y esto es lo que
marca el ámbito y límite de la autonomía de una sociedad. (Se extiende a todo lo
necesario para alcanzar su fin, pero sólo a ello).
a) Aquellas funciones que de suyo y por naturaleza no podrán jamás ser tomadas por los
particulares, las cuales serían representar a la comunidad toda (relaciones exteriores,
defensa, policía), y coordinar las relaciones jurídicas (la ley y su aplicación), y
b) El rol subsidiario del Estado, es decir, aquellas funciones que pueden ser realizadas
por los particulares, pero que de hecho no las realizan en forma satisfactoria. El Estado
debe realizar estas funciones sólo cuando sean necesarias o claramente convenidas para
el logro del bien común, y siempre que haya agotado sus esfuerzos para que los
particulares las asuman, esfuerzos que deben continuar hasta que los particulares
puedan de hecho asumirlas.
En definitiva el principio de subsidiariedad pretende dar tanta libertad como sea posible,
y tanta regulación como sea necesaria en interés del bien común.
El trabajo es expresión de la dignidad humana, pues todo ser tiene dos perfecciones, el
ser y su finalidad. El hombre existe, tiene la primera perfección, pero debe conquistar la
segunda, y por ello debe trabajar. Por esto el trabajo es un derecho y también una
obligación para el hombre.
Lo anterior nos lleva a concluir que el trabajo debe ser respetado y valorado por el hecho
de ser ejercido por una persona que, por lo mismo, para que el salario sea justo debe
alcanzar al individuo para vivir dignamente, él y su familia, con una razonable posibilidad
de ahorro.
Por otra parte, para determinar una retribución que sea justa hay que valorarla desde un
punto de vista objetivo, es decir atendiendo al valor concreto del trabajo realizado, el
cual está dado por el aporte del trabajador a la productividad de la empresa. Para
calcular este aporte se debe considerar que la remuneración no debe ser inferior a la
demercado, pues si lo fuera, el trabajador preferiría cambiar de empleador. El máximo a
que podía optar el trabajador estaría dado por su costo de reposición, y para
determinarlo habría que ver cuánto costaría al empleador obtener un nuevo trabajador
con la misma experiencia y conocimiento de la empresa, costo que suele ser bastante
superior al salario de mercado. Si el trabajador pretendiera exigir una remuneración
superior, el empleador optaría por reemplazarlo. Los dos límites antes señalados marcan
el marco dentro del cual debería encontrarse una negociación salarial lícita.
Como vemos, es justo que todos sean remunerados de acuerdo a su aporte, pero
también es justo que su remuneración les alcance para vivir dignamente. Se produce así
una aparente contradicción en el caso de aquellos trabajadores cuyo aporte a la
productividad de la empresa no sea suficiente para llevar una vida digna.
En efecto, las relaciones entre los particulares deben regirse por criterios de justicia
conmutativa, es decir, las prestaciones de las partes deben ser equivalentes, por lo que
las remuneraciones, para que sean justas, deben estar de acuerdo con el aporte del
trabajador a la productividad de la empresa.
Es la única solución justa pues no lo son las dos únicas alternativas que se puede
concebir:
a) Que la remuneración se fije exclusivamente según las leyes del mercado, lo cual
técnicamente es correcto, pues equilibra la oferta y la demanda por trabajo, pero puede
ser injusto si no permite vivir dignamente a la persona.
b) La otra solución sería fijar un salario mínimo superior al aporte del trabajador a la
productividad de la empresa. Esto es injusto para con el empleador por cuanto le obliga a
pagar en ciertos casos remuneraciones superiores al aporte del trabajador a la
productividad de la empresa. Pero lo más grave es que, por olvidar las más básicas leyes
económicas, hace que la mayor injusticia del sistema sea para con el trabajador al que
pretende beneficiar, pues nadie estará dispuesto a contratarlo por un salario superior a
su aporte a la productividad de la empresa, y lo único que se logra es que en lugar de
ganar poco no gane nada, pues no tendrá trabajo.
Ahora bien, a pesar de que en las remuneraciones laborales debe influir el principio ya
señalado por Santo Tomás en su "Comentario a la ética a Nicómaco", de que "el precio
de las cosas se impone según que los hombres las necesiten para su uso", desde el punto
de vista ético, no exclusivamente, pues en el caso del trabajo también debe entrar en
consideración la dignidad de la persona que presta los servicios laborales. El principio de
ética social que de esto se desprende es que la cuantía del salario debe no contradecirse
con la dignidad de la persona.
Aquí entra un elemento objetivo y otro subjetivo, cuya compatibilización se podría lograr
a través de la intervención subsidiaria del Estado, que ya viéramos, y de la formación
moral de los empleadores, en el sentido de que éstos intenten mejorar las condiciones de
los trabajadores incluso por encima de lo que deben pagar en razón de justicia
conmutativa.
Ahora bien, para que se respete la dignidad de la persona, deben tenerse presentes los
siguientes principios de ética social:
3. Por último, debemos tener presente que en la intervención subsidiaria del Estado en
estas materias, en primer lugar hay que ver las posibilidades de éste, y la necesidad de
que el Estado fomente la inversión y el desarrollo económico, pues sólo así se logrará
solucionar en definitiva el problema de las remuneraciones.
Esto último nos lleva al problema de los que se han denominado derechos sociales. Bajo
esta expresión se hace alusión a una serie de bienes y servicios que las personas
tendrían derecho a reclamar. Así se habla del "derecho a la alimentación", "derecho a la
salud", "derecho a la vivienda", etc.
Este tipo de derechos aparecen con frecuencia en la ética social católica, pero al
analizarlos descubrimos una serie de dificultades, que debemos analizar para comprender
a qué se está refiriendo cuando habla de estos derechos:
a) En primer lugar, un principio básico en economía es el de que los recursos son escasos
y las necesidades limitadas.
Si a cada necesidad del hombre la llamamos "derecho a", estaríamos creando una
situación jurídica de imposible cumplimiento, pues los recursos son escasos y por lo tanto
no todas las necesidades podrán satisfacerse, ya que, como es evidente, el deber ser se
fundamenta en el ser. Es decir, lo imposible no puede ser fuente del derecho.
Por todo lo anterior, podemos afirmar que más que de derechos se trata de pretensiones
o aspiraciones sociales. Al afirmar esto, no pretendo en ningún caso restar importancia a
las mismas, sino precisar su verdadero sentido y alcance.
En efecto, estas dificultades no nos deben hacer olvidar que detrás de la idea de los
denominados "derechos sociales" existe el principio de ética social de que es conforme
con el derecho natural que las condiciones de vida sean acordes con la dignidad de la
persona humana.
Lo importante es comprender que esto sólo se logra si se respeta el bien común, el cual
es el orden que permite a todos y cada uno de los miembros de la sociedad alcanzar su
fin personal en la mayor medida de lo posible. No es el Estado el que debe alcanzar este
fin personal, es deber del individuo. El Estado debe garantizar el bien común de tal modo
de permitir que los individuos satisfagan estos llamados derechos sociales por sí mismos.
Sólo en forma extraordinaria, y por aplicación del principio de subsidiariedad, sería
procedente la intervención del Estado en esta materia.
Por ello podemos decir, en conclusión, que estos derechos son indirectos y analógicos (en
el sentido que es conforme con el derecho natural que la persona, a través del bien
común, obtenga lo adecuado para su desarrollo personal) y el modo ordinario de su
satisfacción es la libre iniciativa privada, dentro de un marco de bien común.
Las principales funciones del mercado son que: a) sintoniza la demanda y producción de
bienes, es decir, pone en interacción a oferta y demanda y tiende a equilibrarlas; b) dice
el productor qué bienes serán solicitados, y según esto regulará él su producción; c) hace
que se intente satisfacer lo mejor posible las necesidades vitales y culturales de todos
con los bienes disponibles, ya que los productores se esfuerzan en obtener la mayor
ganancia posible por los bienes ofrecidos, y esto sólo lo logran si ofrecen bienes de igual
calidad a menor costo o bienes de mayor calidad a igual costo que el valor medio de
cambio. Este hecho es la competencia.
Los efectos de la competencia, según lo visto, son: a) El movimiento del valor de cambio
de los bienes al de menor costo; b) Una mejor satisfacción de las necesidades vitales y
culturales de todos, y por lo tanto un mejoramiento progresivo en el nivel de vida general
de la población; c) Una mejor asignación de los recursos con este fin.
Esto no quiere decir que únicamente la competencia sin barreras garantice el logro de
estos objetivos. En efecto, la competencia totalmente ilimitada puede ser también
ruinosa, y por tanto, frustrar el fin social de la economía, del mismo modo que lo frustra
la competencia imperfecta debida a las limitaciones de los monopolios. Por tanto, la
competencia necesita de una regulación que se base en el principio de subsidiariedad y
que incluya todo aquello que sea necesario para el logro del bien común.
De las dos facetas del intercambio comercial, oferta y demanda, corresponde a ésta, por
naturaleza, la dirección de la producción. Por ello, a la libertad de elección en el consumo
va ligada la obligación de crear unas necesidades y una demanda dotada de auténtico
valor, es decir, que satisfagan necesidades que permitan al hombre lograr los fines
esenciales de su vida. La reforma social presupone educar al consumidor a satisfacer sus
necesidades y a orientar su demanda en función del auténtico valor de los productos.
Todo ir más allá de la verdadera satisfacción de las necesidades en el sentido descrito es
lujo, y evitarlo es un problema de responsabilidad del individuo, responsabilidad que
normalmente no es exigible coercitivamente.
Como hemos visto la fuerza impulsora del comercio por parte de la oferta es el deseo de
ganancia (también el deseo de poder y goce en el riesgo), y por ello las funciones propias
del empresario consisten en intentar la mejor combinación de los factores productivos,
de modo que tengan mayor productividad; buscar nuevas posibilidades de venta o
descubrir nuevas necesidades, así como también explotar nuevas fuentes de materias
primas. El principio básico de la ética del fabricante es, por tanto, que la ganancia del
empresario es justa en cuanto corresponde a él un rendimiento económico social
productivo.
DERECHO DE PROPIEDAD
La función social de la propiedad significa que ésta debe adecuarse al bien común. Esto
es así porque Dios dio los bienes en común al género humano, para que sean utilizados
en favor de todos los hombres, y esto es lo que se denomina derecho natural primario.
Es después, por una deducción posterior, que se llega a la conclusión de que la única
forma de cumplir el precepto del destino común de los bienes, es a través de la
propiedad privada de los bienes de consumo y de producción, y es por ello que ésta
pertenece al derecho natural (secundario), porque es conveniente para cumplir los fines
individuales de la vida y los fines sociales de la cultura.
c) El hombre siente una inclinación a preocuparse por el futuro para asegurarse una
cierta independencia y seguridad a través del ahorro, para el cual es imprescindible la
propiedad privada;
d) Influye en una estructuración natural del cuerpo social, en la forma que señalamos al
estudiar el principio de subsidiariedad y el bien común. Con la propiedad común y
economía centralmente planificada, sólo hay trabajo dependiente e individuos
dependientes;
La libre iniciativa privada es claramente necesaria para el logro del bien común, y así lo
ha reconocido la doctrina social de la Iglesia. Pero dicha libre iniciativa no puede implicar
libertad para cualquier cosa, debe ser regulada. La clave de la cuestión es que dicha
regulación no anule el derecho de propiedad, para lo cual, a su vez, debe dilucidarse cuál
es la esencia del derecho de propiedad.
En ambas fases se plantean dos posibilidades, excluyentes entre sí; o son los
consumidores los que deciden lo prioritario mediante sus compras o no lo son, en cuyo
caso, lo decide otro, y esto sólo puede hacerlo si ejerce la fuerza necesaria para impedir
que los consumidores decidan. Y por el lado de la oferta, o es el oferente quien decide de
qué modo combinará sus recursos, o no lo es, en cuyo caso lo decide otro. Ambas
posibilidades deben ser reducidas a esta última, pues si el oferente no decide como
combinar los recursos, y es el Estado el que lo hace, entonces el Estado tiene la
capacidad de decidir qué, cómo y cuándo se fabrica.
Ahora debemos analizar cuál de las dos posibilidades es compatible con la esencia del
derecho de propiedad. Si afirmamos el derecho a la propiedad privada de los medios de
producción, se desprende la libre iniciativa privada y la capacidad de uso y disposición
por el propietario de sus medios de producción. Esto fue claramente señalado por Pío XII,
en su discurso en 1949, en que expresó: "El propietario de los medios de producción...
debe, siempre dentro del derecho público de la economía, permanecer dueño de sus
decisiones económicas". Si el Estado es el que decide qué, cómo y cuánto se fabrica, el
propietario deja de ser dueño de sus decisiones económicas, y por lo tanto, deja de ser
propietario. Con ello no se estaría regulando, sino anulando el derecho de propiedad.
En la regulación del mercado, el Estado debe crear los presupuestos necesarios para que
se produzca un control eficaz que emane en lo posible de las propias fuerzas del
mercado. Ahora bien, cuando una empresa obtiene sus beneficios debido a protecciones
y privilegios especiales (intervencionismo), y no por su eficiencia en servir a los
consumidores (como propone la economía del mercado), se está atentando contra el bien
común, y prevaleciendo un determinado interés particular o sectorial, el cual es un falso
o aparente bien.
Para terminar, es importante señalar que del destino común de los bienes se desprende
que debe compartirse con los demás en sus necesidades con aquello que nos queda
luego de satisfacer convenientemente a las necesidades propias y al decoro. Pero este es
un deber de caridad y justicia que no puede exigirse por ley, pues en caso contrario
daríamos al Estado control sobre la propiedad y sobre las conciencias. En todo caso,
podemos afirmar que con sólo usar honestamente los bienes se está cooperando al
beneficio común, y por ende, que es de por sí un acto de caridad realizar una buena
inversión.
EL DINERO
c) facilita el ahorro y permite realizar negocios futuros sobre la base del cálculo
monetario.
Tanto en la inflación como en la deflación, la causa está en el cambio del valor del
dinero; el cálculo y la planificación del empresario a base de suponer una determinada
demanda resultaron ilusorios.
EL CAPITAL
Los bienes de producción mismos son el capital real y el excedente de los ingresos
necesarios para producir, el capital nominal, que es la forma monetaria del capital.
Ambas formas del capital nacen por una renuncia al consumo.
Los bienes de capital son siempre escasos y por eso la utilización del capital se somete a
la regla de la formación de precios. El precio por la utilización de capital es el interés.
Quien pone el capital debe incluir en su cálculo económico dicho precio.
El que pone el capital siempre corre el riesgo de que por cualquier circunstancia
imprevista la empresa no tenga el éxito económico previsible al poner el capital, y de
este riesgo del capital depende en gran parte el progreso económico social.
1.La inversión del capital: es una obligación social de la gran propiedad monetaria
aumentar la demanda de fuerzas de trabajo y el desarrollo económico, pues el dinero, si
no se usa, no sirve de nada. Atentaría contra este principio la acumulación de dinero por
aquellos que están en posición de invertirlo y la transferencia de capitales al extranjero
en el caso de países en vías de desarrollo como el nuestro.
Por ello podemos decir que atenta contra la justicia social el empresario que no reinvierte
por ejemplo, porque utiliza sus beneficios en lujos en lugar de emplearlos en mejorar las
maquinarias de la empresa. Faltan también a sus deberes de justicia social los sindicatos
que practican una política de salarios que obstaculice la necesaria formación de capitales,
o el gobierno, cuando con políticas de impuestos perjudique la formación de capital, si
utiliza sus beneficios de tal modo que frene la productividad.
EL CRÉDITO
Es un préstamo para adelantar la utilización del capital contra amortización mediante los
beneficios a obtener.
Desde el punto de vista de la ética económica, nos interesa el tema de la amplitud del
crédito, pues de ella depende en gran medida el desarrollo económico, el cual exige su
mayor utilización posible, y por lo tanto la creación de puestos de trabajo y el aumento
de los ingresos. En cuanto a las formas del crédito, éstas deben corresponder a las
auténticas necesidades de las diversas ramas de la economía. Principalmente se debe
fomentar el crédito a largo plazo, que es el que se utiliza en la inversión, fundamental
para el desarrollo económico, y los créditos a los pequeños empresarios, que permiten
una mayor difusión de la propiedad y sus beneficios.
Por último, es necesario dirigir el crédito hacia aquellas ramas de la producción que
tienen grandes dificultades y son necesarias para el logro del fin social de la economía. El
logro de todos estos objetivos se puede obtener mediante políticas económicas
coherentes al efecto.
EL INTERÉS
El interés tiene la misma función de selección que tiene el precio de los bienes, pues sólo
permitirá solicitar créditos a aquellos inversionistas cuyo beneficio eventual sea superior
a la tasa que deben pagar por percibir el crédito; por esto, sólo los proyectos de mayor
rentabilidad tendrán acceso a la obtención del crédito, lo cual va en beneficio del interés
general económico. Es decir, el interés fomenta la formación y guía la utilización del
capital.
De todo lo anterior se desprende claramente la justicia del interés como un precio por la
productividad económico-social de capital, siempre que corresponda a ésta y no sea
excesivo, en cuyo caso sería un interés usurario (entendiendo por usura la "apropiación
de plusvalía en el intercambio económico social" (J. Messner)).
El interés como precio por la utilización de capital está determinado por la oferta y
demanda del mismo, que depende de múltiples factores.
Esta oferta y demanda en el mercado de capital, y por lo tanto, la constitución de un
interés económico socialmente adecuado y éticamente justo puede ser influida, además,
por la tendencia de ambas partes al monopolio.
Por parte de la oferta está la posición monopolizadora del capital financiero, la cual, al
establecer las condiciones de crédito y de los tipos de interés, trata de obtener beneficios
extraordinarios a costa de la economía productiva, con lo que se convierte en un medio
de usura social.
La ganancia por un contrato de préstamo, cuyo objeto sea una cosa fungible, es usura, y
por lo tanto injusta, decía la doctrina moral eclesiástica invariablemente desde el tiempo
de los padres hasta el Código de Derecho Canónico de 1917 (canon 1534). Cosas
fungibles son aquellas que se consumen con el uso, y sólo pueden ser devueltas según
medida y especie, y que por lo tanto no son fructíferas.