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Unitarios y Federales.
El 6 de febrero de 1826, el Congreso dictó la Ley de Presidencia, que creaba un ejecutivo
permanente. Bernardino Rivadavia, recién desembarcado de su viaje a Europa, fue nombrado
presidente.
Rivadavia debió asumir su cargo en un clima cargado de tensiones internas y conflicto
externo. Brasil había declarado la guerra en diciembre de 1825, cuando el Congreso aceptó
a incorporación de la provincia oriental a las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por otro
lado, la Asamblea replicaba las divisiones de antaño al constituirse ahora dos partidos con
nombre propio: quienes pretendían instaurar una forma de gobierno de unidad y centralizada
pasaron a ser denominados “unitarios”, y quienes buscaban organizar una forma de gobierno
que respetara las soberanías de las provincias continuaban bajo el nombre de "federales".
Las tensiones latentes terminaron de dividir las opiniones cuando Rivadavia, tres días
después de asumir, presentó al Congreso el proyecto de Ley de Capitalización. La
promulgación de la Ley de Capital en marzo de 1826 terminó aislando al grupo unitario
rivadaviano de sus antiguos apoyos. Mucho más alarmante para los intereses económicos
locales fue que la provincia perdiera, con la federalización del territorio asignado a la capital,
la principal franja para el comercio ultramarino y, con ella, la fuente más importante de
recursos fiscales, la Aduana, ahora en manos del gobierno nacional. Por eso, entendían
indispensable sostener la unidad entre ciudad y campaña, y de este modo defender el proceso
de ocupación y expansión territorial iniciado entonces.
De manera que, con la Ley de Capitalización, el grupo unitario que aún dominaba el
Congreso se lanzó a concretar su aventura nacionalizadora, haciendo caso omiso de la
creciente oposición de la Asamblea. Su próxima tarea era dictar una constitución.
La Constitución de 1826.
En septiembre de 1826, la Comisión de Negocios Constitucionales dio a conocer un proyecto.
Los diputados federales argumentaron que la carta orgánica propuesta avasallaba los
derechos soberanos de las provincias, recordando las nefastas experiencias vividas en el Río
de la Plata luego de los fallidos intentos de imponer regímenes centralizadores. La
Constitución fue sancionada el 24 de diciembre de 1826; en ella se advertía, entre muchas
otras variaciones, un doble desplazamiento respecto de la aprobada en 1819. Por un lado,
había un cambio de nominación importante, con el reemplazo del nombre de Provincias
Unidas de Sudamérica por el de República Argentina. Por el otro, frente al silencio respecto
de la definición sobre la forma de gobierno en la carta de 1819, en el artículo 7 de la
Constitución de 1826 se declaraba explícitamente que “la nación argentina adopta para su
gobierno la forma representativa republicana, consolidada en unidad de régimen”.
La nueva república nacía en un clima político, interno y externo, que presagiaba un mal futuro
para sus posibilidades de subsistencia. A comienzos de 1827, varias provincias (Córdoba, La
Rioja, Santiago del Estero, San Juan) habían rechazado la Constitución dictada pocos meses
antes y al presidente en funciones, Bernardino Rivadavia.
En el plano externo, la situación también era desfavorable: el agravamiento de la situación
en la Banda Oriental había llevado a la declaración de guerra contra el Brasil.
La guerra contra el Brasil.
Rivadavia, ya en funciones de presidente, designó al general Carlos de Alvear jefe del
ejército, convertido en Ejército Nacional por ley del Congreso en mayo de 1825. las
repercusiones de la declaración de guerra se hicieron sentir internamente, como consecuencia
del bloqueo naval impuesto por la escuadra brasileña al Río de la Plata. Esto impedía la
llegada de barcos al puerto y, en consecuencia, la posibilidad de comerciar con el extranjero,
deteriorando las finanzas tanto privadas como públicas. Mientras tanto, el comercio local se
hundía y la crisis se hacía sentir en todos los niveles sociales repercutiendo en el ya debilitado
gobierno central.
Inglaterra veía sus negocios arruinados con la prolongación del bloqueo y de una guerra que,
desde el punto de vista bélico, no parecía tener resolución definitiva en el corto plazo. En una
situación de absoluta debilidad, producto de la oposición de las provincias a la Constitución
dictada poco tiempo antes, la guerra civil desatada en el interior y la falta de apoyo en la
misma Buenos Aires, Rivadavia decidió desconocer una paz tan deshonrosa y renunció a su
cargo de presidente en junio de 1827.
A esta altura, las divisiones en el interior del Congreso entre unitarios y federales se había
trasladado a todas las provincias, alcanzando una virulencia hasta entonces desconocida.
La guerra civil.
El legado del fracaso constitucional.
Luego de la disolución del Congreso Constituyente, las provincias regresaron,
Pues, a su anterior condición de autonomía y Buenos Aires volvió a la situación institucional
previa a la Ley de Capitalización. Las bases del poder político e institucional se habían
reconfigurado al conformarse las repúblicas provinciales e integrarse ios espacios urbanos y
rurales a través de los entramados jurídicos sancionados durante la década. Este proceso
mostraba un desplazamiento del poder desde los tradicionales espacios urbanos coloniales
hacia un nuevo espacio político en el que la campaña comenzaba a cobrar mayor relevancia.
En el plano de la economía, la desestructuración de los circuitos mercantiles coloniales con
la pérdida del Alto Perú y la declaración del libre comercio volcaron, visiblemente en el caso
de Buenos Aires y más tarde en el resto del litoral, el motor del crecimiento económico hacia
la producción ganadera destinada al mercado atlántico. En el plano de la política, el
desplazamiento se expresó en todas las provincias.
El Pacto Federal.
El 4 de enero de 1851 se firmó el Pacto Federal. Su misma denominación pone de manifiesto,
una vez más, el uso indistinto que se hacía de los vocablos federal y confederal. En su artículo
se estableció que las provincias signatarias expresaban voluntad de paz, amistad y unión,
reconociéndose recíprocamente libertad e independencia, representación y derechos. El
Pacto fue firmado por Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos; Corrientes se negó en principio
a ser incluida, por no contener el tratado definiciones más contundentes respecto del futuro
congreso. De inmediato, se iniciaron las operaciones militares para vencer a la Liga del
Interior.
El desmoronamiento de la Liga del Interior dejó a buena parte del territorio bajo el control
de los tres principales líderes federales: Rosas, Quiroga y López. En consonancia con las
disidencias internas, durante los años siguientes se disputaron entre los tres la hegemonía
regional.
El Pacto se convirtió entonces en un nuevo escenario de disputa: esta vez, entre los líderes
federales vencedores. El motivo de debate fue la Comisión Representativa y las facultades
que se le conferían. Rosas se opusieron a la continuidad de la Comisión, ya que no sólo
competía con sus atribuciones de delegado de las relaciones exteriores, sino que además le
quitaba el control del futuro congreso. Para ello apelaba al argumento de que las provincias
no estaban preparadas para constituirse, afirmaba que era conveniente que se manejaran a
través de pactos y tratados parciales recíprocos y enfatizaba la necesidad de lograr una
pacificación definitiva. Las provincias se rigieron por una laxa organización confederal en la
que cada una mantenía, supuestamente, su independencia y soberanía, delegando en Buenos
Aires la representación de las relaciones exteriores. El Pacto Federal, suscrito entonces como
una alianza provisoria, se convirtió por la fuerza de los acontecimientos en uno de los únicos
fundamentos institucionales que reguló las relaciones interprovinciales hasta la sanción de la
Constitución Nacional en 1853.