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El hombre trazó una línea muy suave con un lápiz negro sobre la cartulina azul
y luego otra y otra y otra. Dibujo un trapecio. Lo cortó con mucho cuidado.
Sobre los laterales pegó círculos dorados del tamaño de un botón y una banda
blanca cruzada sobre el azul.
El viento arrastra nubes de plomo. A lo lejos juegan los pájaros. Suben, bajan,
se hacen de fuego, caen. Se los ve formados de líneas que se sobreponen unas
con otras, aparecen y desaparecen como si estuvieran detrás de una masa de
vapor denso y cremoso. Forman parte de un espejismo, el de la salvación o la
destrucción definitiva. “Este agujero inmundo está inundado. No hay
borceguíes que paren el agua que ya es hielo, mis pies son una masa de carne
congelada”, pensaba sin esperanzas. El disco pálido que agoniza a través de la
bruma pronto será tragado por el horizonte y comenzará el terror.
El chico leía y leía un papelito. Repetía en voz alta y volvía a leerla. Daba
vueltas a la mesa del comedor leyendo. Cerraba los ojos y repetía todo en voz
alta, haciendo ademanes. Le costó dormirse y muy temprano ya estaba
despierto.
“El cielo pasa del gris al negro sin estrellas. Estamos desplegados y esperando.
Quiero que todo acabe de una vez. Muero de sed y hambre. Apenas puedo
sostener el fusil, tengo los dedos agarrotados por el frío. Aprieto el rosario que
pende de mi cuello, creer quizás es mi única esperanza. La sombra de Cabral
me cubre. Tal vez yo sea su reflejo y nuestras historias tengan un mismo
destello de gloria final. Ahora sé que sin miedo no existe el valor”, piensa y
medita mientras la realidad lo abruma. El bombardeo de ablande terminó, la
tierra ya no tiembla. Un olor acre apesta al aire. La niebla densa introduce el
último horror. “Vienen por nosotros. Por los que quedamos. Tengo miedo, no
puedo dejar de temblar, mientras aguardo en la soledad de mi pozo de zorro, la
inevitable llegada del enemigo”.
Pantaloncito largo azul, polera azul y sobre ella sujeta con alfileres la pechera
de cartulina. Se puso el gorro y colgó del cinturón una espada de plástico.
Corrió y se cuadró e hizo la venia frente a la foto de un muchacho vestido de
soldado, con un FAL en las manos.
—Soy un soldado de la patria como vos tío —dijo orgulloso el chico, mirando la
imagen que tenía una flor seca en el marco. El hombre lo tomó de la mano y
salieron a la calle. Caminaban despacio, llegarían con tiempo de sobra al acto
del nueve de julio.
—Abuelo, hoy festejamos el día de la independencia, pero ¿Qué es la
independencia? —preguntó buscando la mirada del viejo.
Pasaban frente a un quiosco de diarios, el hombre leyó de reojo los titulares.
Sin mirar al chico, le apretó fuerte la mano y con los ojos llenos de lágrimas
dijo:
—Vamos, apurate, que llegamos tarde.
El hombre gris