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HOMO FABER
Las cuestiones relativas a la persona constituyen uno de los temas favoritos de la filosofía
contemporánea. Con el idealismo hegeliano, la persona concreta fue sucesivamente reemplazada en
el análisis por el espíritu, la razón, la idea o el yo trascendental, impersonales y anónimos.
Una suerte no menos triste conoció la persona en el materialismo. Allí fue brutalmente negada.
Desde el momento que se niega la espiritualidad del hombre, todo sólido fundamento de la
personalidad se derrumba, y lo que se sigue designando con el nombre de persona, queda reducido
a una serie de fenómenos pasajeros.
Actualmente, las corrientes fenomenológicas y los distintos pensadores agrupados bajo el nombre
de existencialistas, se están ocupando extensamente de la "persona" humana, como el movimiento
personalista. Sus representantes son, entre otros, Scheler, Mounier, Lersch, etc. Es aquí donde los
grandes filósofos cristianos, como San Agustín, Santo Tomás, Pascal, etc., han dejado una huella
imborrable en lo que respecta a la exploración intelectual de la existencia, valor y destino, de ese
núcleo intimo con carga infinita de valores que es el alma espiritual.
Para hablar de las imágenes del hombre que son el fundamento de las corrientes filosóficas
contemporáneas, conviene partir de una definición de hombre que sirva de presupuesto para
realizar una exposición crítica. Blanco, admitiendo la especificidad de lo humano, dice que el
hombre es el ser viviente corporal, vegetativo y sensorial, que puede tener actos espirituales, (como
actos de inteligencia y actos de voluntad).
El “animal técnico”.
Si no lo hay, estamos frente a la teoría del homo faber, el hombre fabricador de instrumentos,
teoría que hace del hombre una especie animal más desarrollada y no más.
La teoría del homo faber, a la que hace referencia Scheler, surgió en el siglo XIX, y cobró gran fuerza
en el siglo XX por un librito de Spengler titulado El hombre y la técnica, publicado después de su
gran obra La Decadencia de Oc¬cidente, en la que hacía una interpretación histórica del mundo
sobre una base biológica, comparando las culturas con los organismos (tam¬bién las culturas tienen
nacimiento, crecimiento y muerte). La teoría del homo faber, es "naturalista", positivista y también
"pragmatista".
En El hombre y la técnica, Spengler viene a decir que como el león, también el hombre se alimenta
co¬miéndose a otros animales, también es un animal de poderío que ha creado el Estado -un
sistema de poder-; no tiene garras pero compensa esta falencia mediante lo que podemos llamar
garras artificiales, las máquinas, toda la creación instrumental que englobamos bajo el nombre de
técnica. El hombre sería entonces una especia¬lización en la línea de los animales técnicos con un
mayor desarrollo, no una diferencia específica.
La teoría del homo faber es una lectura del fenómeno de la técnica. Esta doctrina empieza por negar
una "facultad racional" específica en el hombre. No hay entre el hombre y el animal diferencias de
esencia; sólo hay diferencias de grado.
El hombre no es más que un ser viviente, especialmente desarrollado. Eso que llamamos "espíritu",
"razón", no tiene un origen metafísico propio y separado, sino que representa una evolución
prolongada de las mismas facultades psíquicas superiores que ya encontramos en los monos
antropoides, un perfeccionamiento de la "inteligencia técnica".
Para esta teoría del homo faber, el hombre es un animal de señales (idioma), de instrumentos, un
ser cerebral, es decir, que consume mucha más energía en el cerebro que los demás animales.
Esta idea encontró apoyo en los grandes psicólogos del instinto, como Feurbach, Schopenhauer,
Nietzsche, Freud y A. Adler.
El fenómeno de la técnica
En la segunda mitad del siglo XIX surge y se impo¬ne el uso de la palabra "técnica", que se refiere a
la fabricación de algo, al modo racional de hacer algo ("técnica de la respiración", por ejemplo).
Indudablemente, el fenómeno técnico acompaña al hombre casi desde su aparición en el mundo, y
es objeto de una evolución en el curso de la historia, hasta nuestros días. Hoy se ha tornado tan
importante que Jaspers, en su libro Origen y meta de la historia, dice que no podemos continuar
llamando a nuestra época "Edad Contemporánea", y propone denominarla "Edad Técnica" porque,
si bien el fenómeno técnico no es exclusivo de nuestros días, su grandiosidad es la característica
fundamental de nuestro tiempo.
Después de haber sustituido la energía animal humana por la energía animal, se sustituye la energía
animal por la máquina, por el motor. Todo el progreso técnico de la humanidad está ligado a la
perfección del maquinismo por una parte y al uso de nuevas fuentes de energía por otra.
Para el homo faber el trabajo es un fin (teleología finalista), mientras que para el Homo sapiens el
trabajo es un medio (para transformar la realidad, para recrear la realidad, para reflexionar sobre la
realidad),
El “homo videns”.
Esta teoría es postulada por el politólogo Giovanni Sartori en la década del ’90.
Se configura así un sistema donde predominan los individuos solitarios, la comunicación es cada vez
menos personal, la televisión se convierte en el vehículo universal de transmisión de información,
desde los países más poderosos hacia todo el planeta, y aparece un nuevo elemento comunicacional:
las redes de comunicación cibernéticas.
Sartori niega a la televisión cualquier posibilidad de transmisión de una opinión pública real, en
tanto en cuanto, según el intelectual italiano, son los propios medios audiovisuales los creadores de
las diferentes corrientes de opinión, que luego se encargan de presentar cómo la opinión de una/s
determinada/s sociedad/es. Por otra parte, no es menos favorable a concederle al medio televisivo
unas mínimas posibilidades informativas. Califica a la televisión de reduccionista, porque coge una
realidad determinada y la simplifica y reduce al máximo para transmitirla. Y utiliza dos términos
para definir el medio: "subinformación", en tanto que los mensajes son extremadamente resumidos
y simplistas, y "desinformación" porque, a menudo, se utiliza para dar una información "amañada",
de acuerdo con las convicciones de los que ostentan el poder, y también en función de lo que éstos
desean transmitirnos.
Se pasa, además, a una nueva forma de hacer política, influenciada por el poder de los medios de
comunicación. Mientras tanto, la información en manos del pueblo es cada vez más pobre, a la vez
que a la sociedad se le pide más participación y se produce el tránsito de una democracia
representativa a una directa. Pero, ¿qué tipo de participación se pide cuando existe un criterio, pero
alimentado al amparo de corrientes de opinión pre-configuradas a través de los medios de
comunicación dominantes?
"Mientras la realidad se complica (…) las mentes se simplifican y nosotros estamos cuidando a un
video-niño que no crece, un adulto que se configura para toda la vida como un niño recurrente (…)
Nos encontramos ante un demos debilitado, no solo en su capacidad de tener una opinión
autónoma sino también en clave de pérdida de comunidad".
El animal simbólico abre una nueva perspectiva antropológica que rompe con el
raciocentrismo clásico. El animal racional de Aristóteles se convierte, a través de este
nuevo punto de vista, en un animal capaz de representar y comunicar el mundo a
través de símbolos. Y, lo más importante, un animal que no sólo crea símbolos sino que
también vive en ellos. Ya no somos animales cuya característica principal es la razón,
sino que, además, ahora también somos capaces de crear y descifrar símbolos. Ahora
bien, esta capacidad para lo simbólico implica de manera necesaria la capacidad de
razonar: somos animales simbólicos porque previamente somos racionales; creamos e
interpretamos signos porque somos capaces de pensar en ellos; trazamos los límites de
nuestro mundo humano y simbólico porque somos capaces de imaginarlo. Es decir:
somos capaces de representar el mundo a base de símbolos porque previamente hemos
sido capaces de pensarlo y, en la medida de nuestras capacidades, comprenderlo. Los
símbolos son nuestra herramienta y nuestro lenguaje. Y sin ellos quedaríamos
abocados a los impensables peligros que nos depara la jungla del caos y la
irracionalidad.