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La Conciencia del Limite Ultimo, earlos calderén fajardo mosea azul editores Con auspicio del CONCYTEC Primera edici6n 1990 © Carlos Caderén Fajardo Mosca Azul Editores Conquistadores 130, San Isidro. Lima, Pend Teléfono 415988 Jos limites de mi lenguaje implican los limites « ‘mi mundo, Wittgenstei En ese momento de la noche, Gerazada v ‘parecer la mariana y se callé discretamente Las mil y una noches. A, Mitlrededor se desenvuelve el vérigo el tu- yo y el mio y por favor no me pidas que invente otro asesinato. Ya no puedo seguir fra- sguando cada difa tanta muerte sangrienta, En todo caso, construir erfmenes inventados no fue idea mia. Se te ocurri6 a ti Gaspar. Gaspar Contreras, el que no se sorprende, forégrafo, nave- ante extraviado; hechicero del oficio y ademas embaucador y un flojo contumaz, pero también un escenégrafo increfble, Maquillador de asesinatos inventados, en eso Gaspar fuiste prodigioso. El fotSgrafo de las tinieblas.Yo en cambio puse la imaginaciGn en esta historia de muchisimas noches Yuna iltima en la que alguien como yo asumié la obligacién de escribir el relato de un asesinato diferente y original cada dfa. En realidad, ue un concilidbulo de imaginan- tes, Qué extrafia asociacién de ideas pudo haber introducido en nuestro cerebro el deseo de conver- timos en cronistas de la muerte inventada. La floje- ra habria dicho Gaspar. Yo diria, mis bien, el deseo de inventar la nuina,dibujar susilueta. Hubo nese impulso tenebrosas corrientes, vientos obs- ccuros que buscaban convertirse en suntuosas flores 9 negras, Gaspar lo dijo a quemarropa: para qué salir aaa espesura, a cazar en la jungla, sila fiera y su frigil e indefensa presa Ia podemos construir sin ‘movernos de nuestros escritorios. A Nicolas no le ‘qued6 otra que asentir {Quien no ha querido alguna vez inventar un crimen?. Describir las facciones de la victima, concebir a! asesino. Entonces los seres ingrividos que asumen esa tarea oyen el murmullo del mundo. cen sus ventanas. Tamafia responsabilidad obliga a preguntarse si inventar un crimen no es una forma de cometerlo, No nos qued6 alternativa. Esa noche pacta- mos con lo ilusorio, con lo nebuloso. Por qué lo hicimos, porque no hubo material para la pégina. Y ya cerdbamos. Y habia un hueco inmenso que llenar, y El Colorado, nuestro director, ya estaba harto de reftitos. Detén Nicolas tu atorrante mano, evita relle- ‘nar hoyos con recortes de antiguas revistas Life. Deja la tijera Nicolas, usémos el ingenio. Si no puedes con el mundo imaginalo. En ese momento Gaspar demostré ser diabs- lico ¢ iluminado. El lanzé la idea y més que una idea represents el nacimiento del éngel. Qué dijs- te. Que siinventamos las crénicas, el mundo nunca sabra que inventamos un querubin deforme y mal- dito, el dngel del crimen imaginado. La victima en la primera crénica es una mujer. Enla foto cualquiera de nosotros, de espaldas, pue- 10 de hacer del asesino. Enseguida fuimos a traer a Rosita, la secretaria de Nicolas que ms paraba en Ja pagina Internacional que en nuestro sitio y de ella Gaspar hizo la bella seccionada por un misico loco. Ti Nicolas hiciste de misico criminal, del ‘guitarrista ido que luego de ultimar a su convivien- te con una varilla de construccién se echa a su lado y se duerme junto ella, Verlaa Rosita de cadsver imaginariome cau- 6 una horrible desazén que no supe disimular. De golpe, me sent{ fuerte. Yo solfa quedarme dormido cuando ocurria algo que no soportaba, pe- roesta vez la voluntad de dominio que nacia en mi ‘me ocasionaba al mismo tiempo bochorno y ale- ria interior. Ni siquiera imaginaba que el origen de ese sentimiiento me lo confer la libertad de de- cidir Gaspar también se habia transformado con la idea de inventar fotograffas. Una mentira se super- puso a otra: Esa tarde habian llamado al periédico para informar de un crimen real y el diligente Nicolas habia enviado a Gaspar acompaiiado de un practicante de periodismo a efectuar el reportaje Feroz era el asesinato que habia sido cometido en el distrto del Rimac. Pero en lugar de apersonarse al escenario de los hechos, Gaspar y el aprendiz se habfan instalado en una cantina, Después de beber varias horas Gaspar tuvo que conducir cargado al bisofo, llevario a su casa borracho. El erimen no fue noticiado y Gaspar regres6 al periédico sin fotos ni reportaje y Nicolas lo apa, 0 tuvo que hacerlo, ¥ allf quedé ese hueco descomunal en la u pégina. Pero ya Gaspar trafa en la cabeza eso de reinventar el asesinat, Cuando Gaspar cont6 lo que pretendia, Nico- las lo apoyé enseguida y yo me pregunto por que. Fue él quien me tent6. Fue Nicolas el que propuso crear una nueva columna con el titulo de La créni- a del crimen inséiito No pude negarme a participar. Ti a firmas, dijo Nicolas. Yo nunca habia figurado con mi nombre en el periédico, Pénte a escribir flaco, esos son los datos - ordené finalmente Nico Minaya, Al principio Rosita se asust6. Luego festej6 ‘mucho la idea con esa su risa que le hacfa hoyites, pero al verse muerta en ls forografias trucadas de Gaspar, se turbé muchisimo viendo el cuerpo de Rosita-Carmela, un cuerpo sin cabeza debido al magnifico truco fotogrfico logrado por un eximio en su oficio. El asesino contempla a su presa, la crénica enmascara a su autor, dije o. El enredo lo tejié Nicolas. Nicolas fue en realidad quien urdié todo: el portalillo para el titulo de la columna, el cronista con nombre propio y 1o ‘que ocurrid después. En el juego antificio el gran Jugador escondido fue él. Pedi que me dejaran solo. Yo tenfa una hora para redondear mi crénica antes de que legara el corrector de prucbas. En realidad, el misico loco no la habia seccio- nado, fue mi imaginacién, Se fue formando en mi 12 mie ese desenlace; cuando ya habia redactado 1 mitad de la erdnica, se me acereé Nicolas y me lo dijo desde sus ojos relampagueantes. Susu- 176 con su lengua de estilete en mi ofdo: Escucha flaco, pon atenciGn: sangre, mucha sangre, eso ‘quiero. Retomé la escrtura. Esribia En el momento preciso proved a seccionarla, Pero, como dije, el isico no haba legado a ese extremo. Fue en mis ‘manos que se transmuté en un sanguinario depre- dador. Yo escribt consiruyendo, preparando, est escena final. Antes de matar a Carmela, el enloque- ido guitarrsta el misico asesino habia incurrido en necrofila, Habia penetrado en ella lentamente hasta que el Cuerpo de cares fofas y blandengues se fuera durmiendo paulatina, dulce, dormida ta ‘vietima como una azucena que se desvanece en ese Tago inopinado que era el escrtorio de Nicolas convertido en lecho de amor trigico. Viva como si estuviera mucrta. Eso eral temible Nicolas. Te lo digo a ti sobre todo Rosita, y a ti Gaspar, les confieso mi pecado: Yo fui, por momentos, Luis Gerardo, el enloquecido misico asesino. La matéa In divina Carmela y luego que estuvo muerta mis palabras describieron el instante en que el misico se acost6 junto a la difunta No podia moverme del asiento, quitar mis dedos de la miquina, separarme de aquella crénica inventada a la que yo ahora pertenecia. Escribién- dola logré comprender que para Luis Gerardo, el ifsico loco, el asesinato s6lo habia sido un leve paréntesis, El dormia, él y yo, 0 él 0 yo, juntos al lado de la muerta, Todos los tes inmersos en una B ‘quietud que s6lo el vuelo de una mosea tenebrosa Perturbaba, Cuando intenté imaginarlo que ocurti- ria presenti el efecto que iba a lograrsiel desenlace residfa en el seccionamiento. En la realidad Luis Gerardo habia sentido de manera diferente, proba- blemente. Carmela sto apenas un mes ats habia cum- plido los 22 aitos. En cambio Luis Gerardo tenta la ‘edad de su pasidn: el resto del tiempo que existio ‘en el mundo lo hizo para esperar ese encuentro, para hallar al innombrable angel que mezcla lo abominable con lo sublime: muerte con amor. El cuerpo yacia rigido pero mantenia ain cierta ti- bieza cuando el asesino ingresé en él Luis Gerardo era misico profesional, ast se ganaba Ia vids, tocando la guitarra, Carmela lo acompataba cantando; actuaban en las pizzerfas de Miraflores; domicliaban en el Rimac. Regres:- ron tarde el dia de la noche terrible, volvieron a sus barrios dormitando juntos en el dltimo asiento de un microbus; al lado de Luis Gerardo ta guitarra La noche es triste como un esqueleto y yo, el -viajero perdido por los laberintos de la noche de un cerebro, de mi propia imaginacin, del torturado ‘cerebro de Luis Gerardo y esa primera erénica in- sélita de un crimen nos hermanaba. Entonces ‘comprendf que cada erénica que escribira iba a aiadir a mis sentimientos nocturnos los ecos de un cernicalo salvaje. Lo noté cuando revisaba la piigi- na inicial, folio de muerte y también Gaspar expe- rimentaba lo mismo, desbordaba el lente de su talentosa cémara con la proliferacién del acaba- rmiento. 14 El arte de Gaspar habia convertido a la dulce Rosita en una muerta amante, Bast un trapo blan co conseguido sabe el diablo de dénde, una posi- cidn de los brazos, un par de sillas, para lograr el efecto, Luego desperté dentro del cuerpo de Luis Gerardo, en su mente, Habfa mucha negeura y polvo envalviendo ese conventillo misero dete de Ia plaza de Acho y voy en los pasos de Luis Gerardo hacia el cerro San Cristbal. Sube, suo; subimos hasta legar a la cima, Debajo nuestro se arquea la ciudad, iluminada con luces que el alba, todavia no derrota y llora Luis Gerardo aferrado a Ja cruz del San Crist6bal. También lloro yo en mi erénica, Habia que desentrafiar el m6vil, to que caus6 cl fatal impulso, Carmela le confeséa su vietimario. que no era el tinico hombre en su vida, peor que €s0, arrogante lo comparé con el otro. Si algin di ‘una mujer me dice algo asi soy capazde cortarlaen pedacitos, dijo Gaspar. En Ia crénica, Luis Gerardo no dejaba de hablarle a Carmela, idolatraba el cuerpo ya sin vida. Le pidi6 perdn a la vida extinguida, en la pe- rnumbra soledosa de una habitacién casi vacfa legs incluso a escribirle poemas y a cierta hora de la noche Luis Gerardo se recost6 suavemente al lado de la muerta. Igual que Nicolas, que, en la foto de Gaspar, después de quitarse los zapatos y la camisa se estird suavemente junto al cuerpo de su amada dando la espalda al lente para permitir que se trucaralaimagen, Rosita mejordisfrazadade muerta no podia estar. Aquel cuerpo habfa adquirido la 1s suprema blancuray fraldad de la noche inacaba- ble, y del rosto de la bella joven habia desapareci- do para siempre la alegra, su rsa, y sin embargo la vida perssta y el deseo. Que ella ya no estuviese Luis Gerardo no queria aceptaro. Rosita se puso a lorar. Gaspar le recordé que las difuntas no lloran y luego prendié un cigarrillo. En cambio Luis Gerardo, el misico loco, se habia quedado en si- lencio. El sabia que no podia revivira, reavivarla aunque sea por un instante, Cerraba’los ojos imaginaba. Yo inventaba, crefa suponer que Car- mela estaba dormida. Luis Gerardo dormia. a su Jado. El respiraba con dificultad, mientras tanto imaginaba, sentia respirar a Carmela, Dulce tran- 4uilidad placentera de Ia mujer que acaba de hacer el amor, En ese momento sond el telfono en la redaccién Nicolas cogi6 el fono. Nicolas comentaba con alguien la crénica titulada: El Misico asesino y la ella durmiente, abogaba por la nueva colurana. Una voz exigia detalles, no podis autorizar un des- calabro. Era el Colorado, el director del periddico. Yo escribia. El misico loco despertaba. Y en it rma instancia, slo para los efectos de la crénica, hhubo una verdad tan palpable como lo que real- mente ocurrié en Ia vida misma, Luis Gerardo se debatia, y al voltear hacia el cuerpo de Carmela, en ‘ese instante yo senti que la inspiracién se posesio- naba de mis dedos. No, no ten‘a sentido seccionar- Ja, le consulté a Gaspar. Rosita estuvo de acuerdo. Necesitabamos algo vital y sutil. Modificamos e! desenlace. Arriesgabamos al introducir exquisite- ces y sugerencias en una pagina policial. Luis Gerardo, el miisico, agonizaba de tanta vida y su 16 mirada se enturbiaba. Fue una vision; nada mis {que un resplandor porque cuando pretendié subir nevamente sobre el cuerpo de la muerta, ella, ‘como una extraordinaria mufieca dormida abrid los ‘jos. La difunta accioné sus inmensos pirpados, entreabrié sus esplendorosos ojos negros. Luis Gerardo no pudo soportar esa mirada, Hala atre- pentimiento en la expresidn y por ese motive utl- zando un serrucho la seccion6. Ese fue el abominable tema de la primera Cronica del crimen insélito. Yo habia quedado vacfo. Un pedazo himedo y ceniciento de mi alma ertenecia al guitarrista loco y a su amante nada. Nicolas salié corriendo con las cust: Tas, Apagué las luces de la sala de redaccién y el fuego de mi cigarrillo Mientras la primera crénica del crimen ins6li- to entraba en prensa, yo abria la puerta de mi casa Era impredecible lo que podia suceder. En la noche de ese primer dia vista desde mi ventana la calle crujia desierta. Yo ocupaba un pequeiio piso en un edificio antiguo de departamentos en una angosta calle lateral. Y en la ciudad estaban las historias reales, los crimenes cotidianos ;Los evitaba al escribir sobre lo insélito? Y las luces de las farolas "7 cen la neblina eran las de un pais sérdido, Qué sentido tenia expresar muerte y crimen cuando podia escribir sobre las fantisticas aves del pa- rafso, sobre el amor y la alegrfa, Ocurria que triste- zay muerte me rodeaban. La niebla se entretejia y al hacerlo cantos oscuros se desgajaban. {El que lee periddicos presiente lo indecible? De eso me preocupaba en mi trabajo en el periddico cy la quietud en el anverso? aquel otro mundo, solo, quieto, subterrineo, de gestos que dicen mas que palabras, de tenues leyes secretas, mi mundo, mi Con dedos agarrotados no podia escribir. Me senté en el borde de la ventana. La ciudad desde alli multiplicaba las ciudades. De pronto adquirié sentido la urdimbre del mundo. Y senti cerca al hombre que queria comunicarse conmigo, no era ‘un hombre abstracto, sus palabras eran reales. Al {Buien habia enviado una carta al periédico. Tenia ue ver con la erénica del crimen ins6lito. Llezs sa carta ala pagina policial. Al leer, con ingenui- dad esa carta, cref que me topaba con una historia inasible, escurridiza, escrita por un habitante ané- nimo de la ciudad disgregada, Volvi a poner el sobre y la carta junto a mi méquina. A cierta hora ime era imprescindible mirar por la ventana, escu- char el rumor de la noche. Escuchar el desierto: una misiva legada del péramo, del yermo. Relef varias veces la carta de ese hombre sin rostro. Y también allf encontré el baldio poblado por la muerte: La sensacién de no pertenecer a ninguno de los mundos existentes. La frustrciGn de invisible, del no includo, una carta 18 ‘que trajo una propuesta al dfa siguiente de publi- ‘carse la primera crénica del crimen ins6lito. El que lnescribi6 proponfa una crénica, un relato para que sea publicado en la columna del crimen extraiio, pero esta inesperada oferta desafiaba el juego nues- tro de inventar crimenes ya que relataba un asesi- rato real cometido por el hombre que intentaba comunicarse conmigo, Habfa un momento preciso en la noche en la cual hasta el rumor lejano de los automéviles pare- cia hacerse frigil en medio de ese silencio de piedra suspendida en el aire. Una piedra agresiva que prometia caer. Una piedra trémula como una idea que pendiera en el aire. Eso contenfa la carta que llegé a la pagina policial, una idea desde la realidad; noté al pobre obsesionado por la idea de Ja muerte. Era una carta desde el mundo. La inerpreté de esa forma: Una carta que representa la insondable noche. Senti agobio. Hice Jo posible por ignorarla; le ocuité la carta furtiva a Nicolas. Alguien ofrecfa un asesinato real para la crénica del crimen ins6lito, un asesinato impune, no develado atin, ni siquiera investigado, un asesi nato sumergido. La carta era firmada con un curio- so seudnimo: El Domador de moscas. or supuesto que lo pensé inmediatamente, ‘que se trataba de un lector de la crénica, que, al descubrirnos, solicitaba participa en el juego, pero por olfato, por instinto presentf que no era imagi- nado lo que proponfa esa carta sino real, nos habia. escrito un asesino de a verdad que deseaba extre- ‘mat su acto. 19 El domador de moscas era un asesino. Eso deseaba yo. De ser asf formaria su carta y mi ‘rénica una imagen y su sombra invertida, un ase- sinato imaginado y ino real buscando hacerse pi- blicos. ;Y siera un mentiroso? Podia ser un inven- tor de asesinatos como yo. Rosita, unos metros de mi miquina de escri- bir, dormia. Antes de ponerme a trabajar en mi novela habiamos hecho el amor. Ella cerré los ojos, desnuda, como extendida sobre la arena de exe desierto espejeante, en mi cama de dos plazas. Ella era, en la intimidad, distinta a la mujer que trabajaba conmigo en el periédico. Plomiza la os- curidad de una habitacién que absorvia la luz del ‘mundo de la calle. Una luz indirecta desde una impara cafa sobre mi mquina de escribir. Rosita descansaba el suelo de su cuerpo. Eso ocuria jiempre. Se quedabs en esa posicién, examine, como si hubiese perdido el conocimiento; en mien cambio parecfa aumentar la lucide; de un salto me paraba de la cama ¢ iba a sentarme al borde de la ‘ventana para mira la calle y la noche. Después de aquellos encuentros distinguia la noche con tal claridad de contenidos que era natural pensarla como la metifora del cuerpo cult, la sombra, aquel teritorio dentro de otro mundo Yo sabia que tuna patina de sudor la cubria; el trabajo de lo oscuro, Nuevamente la reunién habia sido dificul- tosa. Rosita dormia veneida por la insatisfaccién El suyo eral cuerpo erizado que se habia negado. Una frase asf fue escrtaen la pagina primera de mi novela. De dia, en la redaccién, yo inventaba la erénica del erimen insdlito, y haber iniciado esa serie me obligaba a escribir de noche el anverso de 20 sa erdnica, una novela de lo comin donde intro- ducfa los instantes anodinos, rutinarios, el eco. Ya que la trama se iba hilvanando minuto a minuto, la novela y su camino impredecible no tenfan un lector espectfico, en cambio una crénica firmada enseguida creaba sus interlocutores, los invisibles deseos de dislogo, y eso era el Domador de mos- cas, Por todas partes yo hallaba Ia misma huidiza ambiguedad. Por ejemplo en el edificio donde yo vivia habia superficie y nuez secreta: ropa colgada cn traspatios, macetas comidas porel yodo, un nia encerrada tas un vidrio turbio; una mujer con una Jarguisima cabellera negra se peinaba no con un peine sino con una especie de gruesa peineta; un hombre dormfa echado sobre una hamaca de trapo, hinchado, completamente borracho, los gatos inva- dian las escaleras del edificio en la oscuridad, gen- ve gritaba tras puertas que no se abrian nunca. Todo ‘me solicitaba una respuesta, Yo registraba dispues- 10 a persistir en el intento de entrar en contacto, Claro que Rosita ignoraba que yo la dibujaba constantemente, no supo nunca que la perseguia escribiendo sobre ella. Ella daba por sentado que yo estaba tratando de darle forma a una novela Policial. No se la querfa ler, por supersticién, por que era un engendro, ese era el pretexto. Yo no queria que ella supiese que analizaba sus movi- mientos. La tensidn de cada misculo de Rosita me obligaba a efectuar un bosquejo, un disefio, un bosque de palabras para describir sus quejidos apenas perceptibles. Varias lineas para describir c6mo dormia. Lue- go.con suavidad, con la palma de mi mano recorr 2 su piel. En medio de ese silencio me parecié escu- cchar un grito. Eran los ruidos de la ciudad, una sirena estridente, el estampido de un disparo. Rosi ta se desperté; yo corri a la mquina para transeri- bir los gestos que Rosita hacia al volver del suetio. — Hola, has dormido més de dos horas -dije dejando de escribir. Rosita me eché la culpa de su suefio. Ella tenia esa forma delicada de entretejer nuestros gestos; mentia al decir que la habia dejado exhaus- ta. Pregunt6 por Ia hora. Protesté, aduje que era temprano, que atin no era la media noche. Pero supe que’ ella me hablaba en sentido figurado, Enseguida Rosita mostré preocupacién en su sem- blante: la esperaban en su casa. Cudntas mujeres habitaban en Rosita, cudntas diferentes, como un entramado de siluetas, de sombras ineomunicadas, un secreto dentro de otro secteto, eso era Rosita, Escondida en el castillo de su privacidad. No per- mitia la revelacién de nada verdadero sobre ella Ninguna mujer deja realmente entrar a un hombre a su verdadera intimidad y encubrimos la clave de la verdadera separacién, pensé mientras Rosita me ‘contaba su suefio. Haba sofiado con una playa es- pejeante pora conchilla de nécar, tl vez una playa enel Caribe, o més remota atin, en Oceanfa, habfa notado el refulgir de Ia luz sobre la arena y lagartos iridiscentes gozando de la resolana y me hablaba del refulgir de la luz en los suefos, y como vivia la nitidez de los colores. ‘Yo queria contarle del Domador de moscas. De su carta, de c6mo un asesino y su crimen real 2 desafiaban a un imaginante y sus ficticias cnicas. Pero me contuve; de decirselo Rosita se habria burlado: le causaban gracia el nombre de mis per- sonajes y hasta el titulo de mis relatos, Pero el Do- ‘mador de moscas no era un personaje novelesco, crac disfraz de un asesino que us6 un alias grotes- camente cémico. Rosita bajé de la cama y caminé en punta de pies. Era el momento que yo preferia. Ahora yo escribiaa méquina, a mucha velocidad. Verla avan- zar por la habitacién, su apariencia, y yo atrapando su manera de caminar suave, comparable slo con el momento en que ella se cepillaba el cabello, mo- ‘mento tan sublime registrado con diferentes pala- bras y en varias oportunidades. - Me gustaria escribir todo lo que pasa en el mundo, absolutamente todo. = {Qué dices? -pregunts ella. - Que cada vez me convenzo més que escribir el mundo no es describirio. - No te escucho, habla mas fuerte -grité Ros ta haciendo funcionar la lave de la ducha. = {Qué habrias deslumbrado a Modigliani! - respondi alzando la voz. - Cudndo vas a componer la terma -se quejé lla engrefda, no le gustaba baflarse con agua fria = Cuando tengo plata 23 - Entonces nunca. Rosita siguis duchindose, canturreaba crista- lina a media noche, en la ciudad cubierta de nebli- na, vivia con naturalidad, conciliada con las cosas, con el miedo suyo siempre enmascarado, tiemo. Salié de ta ducha, Se sent6 desnuda en el borde de la cama y coqueta enfundé con lenti- tud las medias nylon en sus piernas no muy largas pero contorneadas. Ella sonreia enigmética y vi- viamos cada uno por su cuenta, sintiendo cosas distintas, En la mafiana la ganda habia mojado ligera- mente las veredas y los periédicos eran distribui- dos en paquetes por los camiones repartidores, la crénica de un crimen inventado caminaba su noche através del dia, Se le abren a la muerta los esplen- dorosos ojos negros de Carmela, reviven en su ‘cuerpo sin vida después de haber sido ultimada por Luis Gerardo, el misico desquiciado; y esa inven- cin dentro de la invencién tuvo de borrasca y ‘exceso y casi arruina la estrafalaria aventura dél ‘que imagina cada dfa un nuevo crimen.... Los ojos de la muerta brillaron relampagueantes y ya no hhubo tiempo para que nadie se los cerrara. 24 Sali Ia erénica sin las enmiendas del gordo Galvez, el corrector de pruebas y sin que se entera- ra de la herejfa Nico el iritable; en la galera no ingres6 recortador, como acostumbraba, con su ccensurante lapiz de carpintero, kipiz tachador, in- truso; no pudo Minaya esta vez deshacer lo escrito, Me vi por fin libre para elegir, para determinar Ia ‘materia prima, Me ayuds el tiempo exiguo, la ur- gencia; accedi al milagro porque la edicién se Cierra a una hora fija Te tengo confianza flaco -me dijo -Rosita -que vaya asia vaina, como esti. ¥ asi se levaron ese cuerpo sangriento a la rotativa, con los ojos de tuna muerta que se abren indebidamente en la pagi- na policial. Si, mi crénica era un desaffo, Alia siguiente, desde la madrugada, los ojos abiertos de la difunta recorrieron Ia ciudad. Gas- par, artista cuando no, me feliité por el detall. ara Rosita lo romntico consistia en que de tanto amor la muerta regresara a la vida. Pero el que reaccioné mal al contemplar esos ojos abiertos fue Nicolas. Habl6 de traicién. Cémo era posible que no le hubiesen informado de ese elemento irreal en su pagina cuyo éxito tenfa un slo ingrediente: el realismo més ortodoxo y brutal. Se le salia la espu- rma leyendo la crénica, revisando las fotos de Gas- par. ;Deslealtad! ;Traicién! clamaba el viejo cro- nista policial, epitetos gruesos rodaban desde sus dientes amarillos. Leo esto y se me desborda la espuma, decfa, Te jodiste flaco, Te jodiste porque el cronista de policiales deja al escrtor colgado en la puerta y se convierte en s6lo un ojo que es un tremendo espejo. No sabes eso, zonz0 de mierda. 25 Te jodist abriéndote los faros a la muert, perora- ba Nicolas con su cigarillo sobre mi hombro. Site botan no te defender el sindicato, nadie del gre- ‘mio, porque ellos saben que un reportro profesional no Ie abre los ojos a una muerta. Ni creas que esto va a pasar, rezongaba Nicolas caminando de un Jado a otro del pasillo, entre los escritorios y las miiquinas de escribir. De pronto soné el telefono. {Te jodiste aco! Esta llamando el Colorado, el diector, y quiere hablar contigo. Si, contigo, aunque no lo creas. Anda, ve recogiendo tu kipiz y tu borrador, pero note lleves lacinta de la maquina porque pertenece al periddico. No te lo dije yo, susurraba Nicolas como repitiendo una letania: te jodisteflaco. Yo caminaba livido hacia el teléfono, ‘me embargaba un gran ansiedad Cogt con mano temblorosa el fono: Sf, sefior director, diga Usted. {Eres ti el flaco Calderén? Pregunts desde el otro lado de la linea. Si sefor, soy yo, el mismo; que si escribo cuentos, sf sefior, si los escribo; que quiere leerios alggin dia. Como no sefior. Luego el Colorado me cubrié de lisonjas. ‘Me aconché, permaneci quieto como una salaman- dra, Colgué el fono, temblaba de emocién. Qué te dijo - preguntaron en coro Rosita y Gaspar. - Me eché flores. Estupenda le pareci la idea. Le encanté mi crénica. Le parecié genial eso de los ojos negros espléndidos que se le dibujan en lacara la muerta, No me decias que me iban a joder? ‘Vaya que si Serd iluso Nicolas, no sabes que el 26 Colorado es un eximio narrador. Nico bajé la cabe- 2, 61 conocia bien al Colorado. El sabe apreciar el talento. Ya puso su olfato sobre nuestro material. No te das cuenta Nicolas, ‘ya capté lo que pretendemos con la crénica del crimen ins6lito - Un cronista policial sale ala call, testimo- nia, recoge la noticia, no la inventa, -se laments Nico Minaya. Pero el viento en la cima de la ‘montafa es cambiante. Esa misma maviana volvi6 a sonar el teléfono, Era de nuevo el gringo. Ahora queria hablar con Nicolas. Pésenme a Nico Mina~ ‘ya; asf lo llamaba él. Tuvo la misma actitud: feliz aprobs la erdnica del misico loco. Felicit6 a Nico- las por su acierto periodistico. Le ordené a Nicolas que se me diera todas las facilidades. Yo tenfa libertad para escribir 1o que quisiese en el mismo tono, en mi propia columna, le encantaba la Créni- cca del crimen insdlito. Queria la columna diaria, pero en un recuadro, como un guifio de ojo en el conjunto de la pagina policial, como contraste, para balancear con poesia la violencia; matiz, equi- librio, contra tono, y no sé cudntas cosas mds. Algo ‘que contrastara con el resto de la pagina policial, historias eriminales que mezelen realidad y fanta- ‘muerte y sexo, la sangre con lo ins6lito. Nico- las se petrficé en estatua con el fono en la oreja. Gaspar prometi las mejores fotos artisticas. Yo de iple redactor pasé a periodista cuyo nombre se corporiza, se personaliza, pocos en el ofico tienen columna propia con licencia para escribirloque les déla gana. Nico Minaya de estatua mut6 a cangre- jp, andaba crispado todo el dia. Ni me hablaba. Pa Igual aesos cangrejos pefieros,ariscos, que aper si asoman a cabeza entre las rocas, asi andaba Nicolas; con la justas si asomaba la nariz por entre la ruma de sus papeles en su escritorio, Yo convert mi rinedn en una isla mi reino, el bosque del crimen inventado, El Colorado, para asegurarun trabajo pulero ordend que se me libera- rade cualquier otra tarea, Esa fue su orden: El flaco Calderén que se dedique a sus crénicas insditas ya ninguna otra cosa. Yo tenia por designio expreso de la direccién que concentrar todas mis energias en inventar, me pagaban para imaginar, Eso era la sloria. Mi sueldo me lo ganaba retorciendo mi cerebro para cada dia sacar una crénica original y ‘mis ns6litamente sangrienta, E piblico cuando se prende como vampiro a la herida quiere cada vez iis sangre, eso pens6 nuestro director. Estaban deshechadas, prohibidas, en mi co- Jumna las erénicas periodisticas comunes, por ejem- plo: alguien con una pistola le desarreja cinco balazos a la mujer de sus suefios. Descartados esos crimenes que innumerables ocurren cotidiamente ‘en la ciudad: un hombre indefenso es sorprendido Por un grupo de maleantes y cosido a puffaladas en tuna miserable esquina de penumbra borrando para siempre la energia incomparable que anima la vida; no podia yo hacer uso de las artes envenenatorias, es decir del crimen planeado con premeditacién y alevosia en el que sistemsticamente alguien va introduciendo en los alimentos de su victima o en ‘subebida una sustancia nociva contemplando como la presa se adelgaza, se difumina, convierte su ‘cuerpo en un hato de piel y huesos y sus ojos se le 28 desorbitan y cada dia respira con més dificultad. Tampoco debia tener en cuenta los sanguinarios delitos provocados por la obsesién del vicio, los Crimenes que, por ejemplo, cometen ciertas bandas de drogadictos que contienden por la zonas de influencia en la comercializacién la droga, nece- sitan investirse de poder. Una variante posible, por tal motivo, que yo podia aceptar en mi colum- nna, eran los homicidios vinculados a sectas dia- bélicas, hombres que devoran el corazén de sus victimas para proveerse de fuerza e inmunidad, y que les permite haverse invisibles a sus persegui- dores. Gaspar escuchaba los fundamentos de mi re- ‘6rica que tenia tantas limitaciones. Y me sugiri6 una historia: La de la muerte del rey del pollo en manos de su ser mis querido, un monito Titi, El Rey del pollo, que tenfa granjas y pollerias por toda la ciudad, después de haber probado todos los pla- ceres, habia pasado a los vicios y los habia gustado tambien casi todos, se inyectaba morfina como Ultima etapa de su larguisimo viaje, Gaspar lo describié colosalmente gordo, con unos pantalones ‘enormes, con el cuello adiposo que sudaba, con un pafiuelo amarrado al cuello inyectindose mientras escuchaba ala Sonora Matancera. Se habia queda- do domido, eximine por efecto de la droga. Su ta le introdujo la hipodérmica en la yugular, tuna burbuja de aire. No me sirve, Gaspar. Se parece demasiado a un cuento de Poe y el Colo- rado se va a dar cuenta, Gaspar se rascd ia cabeza, ino entendia esas sutilezas. Gaspar igual que yo vivia un sélo y eterno dia, 2» es decit lo que demora en entrar en prensa la edicién, Hay apenas un instante, el de la publica- cidn, luego comienza la vida de la edicién siguien- te. ¥ es asf, con eso de efimero en nuestra tarea, {que no dejamos de morir. Estas de acuerdo Gaspar, somos todos los dias, flor de un dia y dentro del castillo vive el cangrejo celoso, siempre est all. Cudnto aprendi en un slo dfa,que lo peor que le puede pasar a uno es tener su propia columna: Se alzan las hogueras atu alrede- dor. Claro que, como es percibible, a esas alturas ya se me habian subido los humos. Yo andaba omo un pavoreal por el periddico, y el periédico se habia plagado de crustéceos celosos al mando de ese enorme céncer rojo fuego que era Nicolas Minaya, a quien yo no reconocia ya como jefe. Yo cra un periodista independiente, propietario de un espacio, ya Nicolas no podia hablarme soplindo- ‘me el humo en la cara mientras su pucho de tabaco negro colgaba de su labio. Empez6 la guerra de los cangrejos. La primera pasada que me hizo Nicolas fue cenviarlo a Gaspar a Huacho a cubrir una noticia {que estaba causando sensacién: los crimenes de un furioso sétiro que habia violado a 56 mujeres. En segundo lugar, el bendito cangrejo comploté con las musas, con excepcién de Rosita el resto de se- ‘retarias me despreciaron y evitaron a la hora del almuerzo cuando yo pensaba que iba a ocurri todo Tocontrario, que se me iban a adular por eso de pe- riodista de lujo, estrella con columna propia. Ese dfa almoreé con la hel en la boca; ahora sé que esa es la hiel det triunfo, 30 Habja logrado éxito, ahora tenfa que pagar el precio: Me habia quedado solo. Fue asf como Ilegé la tarde, en medio de una cignaga fra y rodeado por la innombrable soledad de la fauna, Sélo la carta de un lector que firmaba con el seudénimo de El domador de moscas me tunia con el mundo rea Unirme-con el mundo real, no era otra cosa lo que deseaba esa tarde. Yo era un narrador de histo- ras obligado a renunciar ala fccién, a testimoniar la verdad para ganarme la vida como periodista y ahora habia fusionado ambos oficios en uno. No ppude evita el deseo de vista el escenario del eri men, el espacio de los hechos reales; confrontar no es un problema para cualquier otro, pero lo fue para mi, Me refiero ala ertnica sobre el misico loco y la bella seccionada y lo que me impuls6 a ‘conocer el lugar donde habfan vivide Luis Gerardo y Carmela, donde ella vencié a la muerte. Me pregunto por qué estar tan cerca a la realidad caus6 en mi una repulsion tan grande. El crimen no podia tener mejor escenario: un viejo solar tugurizado del distrto del Rimac; la mat6 en 31 tuna calle que desembocaba en la avenida Francis- co Pizarro, asesinada Ia idolatrada, Ia amada, muer- ta varillazos, besada y venerada nuevamente y f nalmente seccionada, No podia traajar, me agobiaban las imagenes de la primera crdnica. Estuve en el lugar en pocos minutos en un micro-bus. Fui como reportero, iba en nombre del periédico. No se lo dije a nadie, tampoco nadie me pidi6 que fuera; la crénica cir~ calaba por las calles, iba a ser en pocas horas s6lo papel paraenvolvery senia yo el deseo de recorrer la realidad sobre la cual yo habia sobrepuesto I fieciGn y mis pasos repetian movimientos antes imaginados. ¥ es0 lo atribuyo a la misma motiva- cin que empuja a tocar lo que se ve. ;Toda cons teuceién i ia tiene Ia misma consistencia’? deseo de ser verdad y no imaginacién, en mi contendian Ins palabras que yo habia escrito, {Pongamos que era Ia mentira contra Ia verdad, Sobre qué bases se consiruy6 la diferencia? No estoy insinuando nada, insisto, imaginar un crimen no es igual a cometerlo, imaginar no es tun acto fallido, en cambio matar es imaginar, es un salto al vacfo. Luis Gerardo habia traspuesto la delgadisima frontera que aproxima al insecto que devora a lo que idolatra trastocando lo real. En el limite dlimo imterviene furiosamente la imagina- cidn, sino, de lo contrario, lo ominosa realidad de un asesinato impediria que éste se produzca. Desde muy temprano aquel dia tuvo algo de turbio. Después de que a media noche, Rosita aban- ddoné mi departamento, yo no habia podide dormit: R urdir me impedia aquietarme y conciliar el suefio. Después de perseverar me sentaba en un sill6n a enfrentar el insornnio y losruidos en el edificio. Un par de puertas més alld, junto a mi casa, vivia un hombre que se emborrachaba a diario. Yo lo sentia Iegar dando de tumbos. Daba un portazo luego de entrar. Se ponia a gritar, pedia que le sirvan su comida, luego cantaba viejos boleros a vor en cuello, Su mujer y su tnica hija lloraban. Yo no podia sustraerme; cogta un libro, lefa pérrafos ais- lados, a veces s6lo una frase, trataba de compren- dr en que se diferenciaba lo que yo escribia de lo escrito por otros que se dedicaron a imaginar. Mi cerebro seguia trabajando, Al dia siguiente yo ya habia asumido una decisi6n sin saberlo, Hablar de un muerto-es distin- to que palpar con la vista el lugar exacto donde ‘murid, Nicolas habia anotado la direccién con un plumén en la pizarra blanca en donde cabia de todo: encargos,teléfonos, anotaciones furtivas; en sa pizarra se planeaba la pégina, Estaba anotado: (Misco loco...) a calle, el distrito al que legué a ‘media tarde. Al bajar del micro-bus mentalmente volvi a algo que venia pensando desde la noche anterior, que una cosa es crear la atmésfera de algo ‘que ocurre y otra cosa completamente diferente su- rmergirse en el ambiente donde era apabullante la aglomeracién de detalles: La grisura de la neblina parecia encontrarse con el polvo, las moscas, las veredas, aceras rajadas, una capa de grasa negruz- ca, cdscaras, papeles, latas completamente corroi- das por la herrumbre y una extrafa peluslla, No s6lo en las esquinas se acumulaban los rimeros de basura, un par de mortecinos drboles habian logra- 33 docrecer y sobrevivir en ese mundo, pero sus hojas ahollinadas se empapaban constantemente de la polucién negra que escapaba de los émnibuses combustionados con petrbleo. Pobreza en Ta base de esos érboles, en ese cuadrado de tierra entre el cemento donde el tallo hundia sus raices, tierra ccubierta por basura, por papeles amarillentos. En la miseria no habia belleza, no la habrfa nunca. Yo habia memorizado la direccién, ;Cudl era la cara real de Carmela? Esa pregunta irrumpid inespera- ‘da mientras yo caminaba por la calle, Tampoco co- nocia el rostro del asesino, de Luis Gerardo. En la crénica yo habia descrito sus actos y no sus faccio- nes, yo habfa acomodado sus sentimientos a la logica de mi relato y por mis que me esforzase ‘nunca coincidirian mis ideas con la realidad y su compleja exactitud. :Y si era asf entonces mis crénicas sangrientas solo servian para entretener a lectores aburridos?. ;Yo habitaba una ciudad sin verla? Fue entonces que comprobé que existir equi- valia a imaginar. Callejones, cadenetas de papel descoloridas por el sol, vesigios de fiesta y de felicidad fugaz, ahora colgandijos, eran, sin embargo, reales y también la desidia de descolgarlos. Cusntas veces habia caminado sus formas atrayentes Carmela por ese callején; cudntas veces entraron juntos cargan- do con una guitara y con sus cuerpos repletos de aleohol y de noche, asesino y victima. ‘Yo caminaba muy de prisa como sino me Ila ‘mara la atencin lo extraordinario: la mirada de las personas. Cref encontrar alli, en cada mirada, lo ‘que es eternamente diferente a cada instante y los 34 habitantes naturales de ese mundo eran ‘mf, como si me hubiese subdividido en muchas ‘imagenes, Me dejé ir por entre Ia neblina, las calles dde humo, el polvo, la basura, las moscas, Ia pobre- za que parecfa impregnarlo todo. Yo combatia con ‘mi propia desidia. Algo dentro de mf se resistfa a aceptar el desencuentro, Llevaba las manos en los bolsillos y en la mano apretaba mi carné de perio dista que utilizaba como coartada, y dentro de mi iba el sentimiento del reportero, me habia olvidado del cronista de lo insdito, es decir no me interesa- ‘ba otra cosa que acumular informacin para descri- bir. Nifios famélicos correteaban con sus larguisi= ‘mas canillas flacas y sonrefan aquellas mujeres pintarrajeadas y yo también era registrado escruta- doramente por aquellos que con la camisa levanta- dda mostraban su ombligo; un hombre en cuclillas mascaba un palito, otfo se apoyaba en un poste, ‘con molicie. Y me chocaban todos aquellos gestos, Ia manera como la punta de los zapatos de esa gen- te se introducia casi de forma natural en losrimeros de basura que desde la calle parecian entrar dentro de las casas. Un cometa deflecado yacfa sujeto ene los cables de luz, un perro muerto, su cada- ver, se va corrompiendo dia a dia, me detuve un instante a contemplar los restos de ese animal; pellejo y pelo, una plasta que apenas si permite dlistinguir lo que alguna vez. fue un perro, los ras- gos ain estaban alli, la forma de la cabeza, lo que fue el hocico, las patas y la cola. El escenario ‘donde habia sido asesinada la bella Carmela estaba cerca y un sentimiento repulsivo se apoders nueva- mente de mi, Estaba como dormida la casa de Luis Gerardo 35 y Carmela, el afioso solar cuyo niimero escrito con tiza apenas si se distinguia en la pared. Un viejo rancho de quincha, con balcones exteriores de ‘madera; alguna vez modema edificacién limefiaen el Rimac, cerca ala plaza de toros, ahora un vetusto inmueble ocupado por muchas familias pobres que atestaban las habitaciones; una familia en cada cuarto; el patio central era un ojo de cielo gris, atra- ‘vesado por ropa colgada. La ropa tendida impedia ccaminar. Me abri camino. Traspuse la zona de ropa colgada. Cuando intenté seguir, dos individuos ‘azambados salieron agresivamente a mi encuentro, Se pararon frente a mi, @ uno lo marcaba una cica- trizen el pémulo, el otro calzaba un par de zapatos muy deteriorados. En la calle habia sido tratado yo ‘como un advenedizo, al interior det inmueble al ‘que munca debf entrar, fui el invasor venido del mundo exterior. Y silo mirado no acepta al que mira, de qué sirve entonces la mirada, repetia una vor interior, qué hacer ante la actitud de dos delincuentes agre- sivos dispuestos a sacarme a empellones de su territorio. En gesto defensivo mostré mi camé de periodista, Ellos se echaron hacia atrés como repri- midos por un muro de contencidn. Expliqué que venfa a hacer un reportaje sobre el asesinato del misico loco. Ambos maleantes se sitieron impor- tantes, contaron su versiOn y ante mi pasmo, mi desconcierto, relataron un conjunto de hechos y detalles que repetian lo que yo habia imaginado, Ellos habian leido indudablemente la crénica del crimen ins6lito, Daban como verdad la crénica imaginada, lo aftadido en un caso real como pro- dducto de la imaginacién. Hice el ademdn de apun- 36 tar en una libreta lo que mis “informantes” me hhacfan conocer, Entrar a la casa ahora era para mf imprescin- ible. Me indicaron a entrada. El juez habia sella- do la puerta con una cinta adhesiva recubriéndola con el sellode a fiscalfa. Yo no pude disimular mi decepcién. Con sorna, los dos zambos, se miraron entre sf sonriéndose. Uno de ellos cogié un extre- ‘mo de la cinta adhesiva y la levant6 con facilidad Enamos a la habitacin. Estaba casi vacta, en realidad cuando hubo vida ya estaba casi desocu- pada, una mesa, una cama y un colchén de paja Sobre un somieroxidado, un viejo almanaque en la pared. También una cémoda donde alguna vez hhubo ropa. Un espejo partido por la mitad. El cuarto despedia misera,soledad, abandono, trste- na Y por fin yo habia entrado en contacto con el escenario real de crimen. Estaba emocionado, pero ims gestoscasi no se habianalterado. Yo iba absor- viendo lentamente detalles que no habia consides- do en mi crénica: la mancha de sangre pegoteada nel piso, también el contorno de Carmela dibuja- do en el entablado, el momento del peritae, la ‘casional presencia de testgos, lo eran esos dos 2zambos? aquellos paibularios mofiindose de todas Jas reglas. Habian invadido el lugar y vivian allen ese cuarto, como moradoresinvisibles, nada de eso incitaba ese sentimiento de repulsa, sino el extra bbamiz que lo envolvia todo, un polvo negro, algo horrible en el origen. Uno de los dos maleantes que me guiaban en 37 los detalles de esa habitacin, producfa un zumbido «en mi ofdo. Estirando un dedo inmenso me sefala- ‘bala mancha de sangre. Yo escribia en mi libreta, séloanotaciones conta, trazos,claves,comoun au- {mata reproducia los gestos de un repontero de po- liciales. Cuando salflos dos zambos se refan a car- cajadas. Esa primera carta negra la dejaron al lado de ‘miméquina yallfestuvo dormida, febril. La habian lacrado con cinta adhesiva, Fue la primera. Anéni- ‘ma, secreta, remitida a la columna: Crénica det crimen insélito. Alguien habia usado una de esas ‘viejas méquinas olivettique abundanen las salasde redaccién; habia escrito con cintadisminuida pore! uso, con letra trémulas surgidas de la maquina de un reportero; el espaciador carcomido por el uso- una carta obscura con olora ceniza. Fue un presen- timiento primero, que al sospechoso lo tenfa cerca, attiro, en el periddico, Las hojas tenfan ese emba- durnamiento sutil que s6lo yo podia percibir, ya 4que alli era como si toda la papeleria para redactar la pasaran por humo; yo reconocia esas hojas que olian a tabaco, a pisco, a mala noche y a una angustia de tiempo que todo se lo traga. El abismo con flores de tiniebla en aquellas cuartllas que ‘ocultaban las manos que deslizaron un sobre en el 38 buzén del perisdico. También divisé inmediata- mente no s6lo dolor sino soledad. El seudénimo que escogis el escribiente de esa primera epistola fue el mismo en la carta siguiente: El Domador de ‘moscas. Por supuesto que enseguida entrevi lo que ‘cualquier ser normal imaginarfa: un gigante con un sombrero de penacho alto, con uns bufanda amari- Ila de borlas granates, mal afeitado, blandiendo su largo litigo sobre un enjamire de moscas que se encrespan y se revuelven como obedeciendo las Srdenes del domador, es decir, dibujando lentas piruetas en un espacio completamente saturado de hhumo, Era alguien de la redaccién; y si no es alguien de la calle, pensé, ,Pero quién? ;Nicolas? Gaspar? {El Colorado? Hasta Rosita figurabacomo Sospechosa. Cuando revisé con detenimiento la crénica, que eso era la cara, la propuesta de una cexénica, me percaté que porel estilo ¢ intenciones, clautor podia cohabitara mi lado. Era un periodis- ta,esosenotaba, Masque unacrénica era un cuento policial. Tenia un titulo sugerente, provocador: Exiraia muerte de lamujer que ibasolaal cine. Era una historia inventada, evidentemente, un relato imaginario, pero yo noté en cada linea que llevaba fen la savia el fuego de la vivencia, Usaba una ‘mentira como mis crénicas, pero contenfa un Ilanto desesperado de soledad que materializaba el retato superando cualquier texto que yo pudiese escribir Por supuesto que lef la carta del Domador de un tirdn, Al final, en una especie de post-data estaba la propuesta para que Ia historia fuese incluida en la erénica del crimen insdlito. El autor se revelaba como el asesino, esa era su confesidn. En realidad el titulo no me gustaba, era demasiado largo. Pero como no pensaba publicarla,puselacartaen un én- 39 gulo del pizarrén blanco, junto a otras notas perdi das, a fotos que se podian utilizar en cualquier ‘momento como relleno; esa pizarra era nuestra ‘mesa de trabajo, all se encontraba desde un teléfo- ro extraviado, hasta los encargos de Nicolas a los reporteros. Cuando menos me di cuenta habia llegado la noche, a terrible oscuridad de la pégina en blanco, Una noche més de a sangre imaginaria, Empieza ya, anda, teclea, que broten de tu méquina las pe- Fipecias del crimen ins6lito. Por una razén que en ese momento no comprendia, se me agarrotaban los dedos. Senti miedo de escribir algo muy bueno. Perfeccién y soledad son la cara escondida de imperfeccién y querencia. Ademis, yo tenia el corazén hecho trizas por tanto desprecio recibido en el periddico desde que publiqué reportajes inventados en mi columna. ‘Odiado gratuitamente, con ese sentimiento soste- riendo mi osamenta engendré la segunda crénica ins6lita del crimen. ‘Salié de mi esa segunda tropelfa in conversa- ci6n previa con nadie, como una mosca negra que brota intempestiva de mi corazén, o de mi cerebro torturado que es mis exacto, cerebro deformadoen ese iry venir de cartas que las barruntan adiariolos cadéveres extendidos por kilémetros, comunica- dos invisiblemente con mi pluma porei hilodorado de la araiia, Ast escribia yo esa noche, como un insecto crispado sobre la méquina, y una a una fueron cayendo sobre la pagina blanca las rojas gotitas de la sangre fresca. Esa segunda crénica se 40 deseabaa si misma nebulosa y nadie podta impedir que dispusiese de ella, que el personaje central lo ‘bautizara con el nombre de Nico Mina, pero inme- diatamente me dije, no. No le declares ia guerra ast tan a Ia brava a Nico, serénate, mesiirate y fabrica una crénica sin nombres, que los personajes sean abstractos, que se sostengan por la fuerza de la anécdota, Eso significaba continuar desafiando las reglas de la crdnica policial clisica. De nuevo ibaa ‘ponerme una soga al cuello. Una cténica sin nom- bres de personas le quitaba la dimensién de chisme ala crénica delincuencial. Yo estaba violando uno de los nexos de comu- nicacién con el lector medio. Una voz volvié a decirme: Pésate al otro lado flaco, haz lo tuyo, fabrica literatura, Esa voz secreta me decia: Escri- be un casi cuento, aver si después de tal pecado te botan delacolumna propia y asfrecuperas el carifio perdido. “Asalo al Colorado, zdmpate un cuento, flaco”. ;Tenfa yo el coraje como para atreverme a transgedir tanto? Escribir algo impregnado de las diversas par- tesde lanoche, Redactar sobre lo indecible,el alma del ciempiés espectral y para lograrlo crei necesa- rio construir un personaje que en mi crénica debia ser alguien que vivia presintiendo a cada instante la violenta llegada de su victimario. Con esos senti :mientos me senté frente ala méquina sin saber que ibaaescribir sobre una duplicacién, Rosita me trajo un café, Al principio no contaba atin con un titulo ni con el esqueleto de una anéedota, el nico material 41 ‘ala mano era una idea general sobre cémo se habia extendido la noche. EL personaje de mi crénica viviaen el distrito de San Isidro, lo imaginé solitario morador de una residencia cercada por jardines. Pero por alguna razén negra que anidaba en el fondo de si mismo - por algo que él no lograba discernir sentia habitar, este malhadado personaje, en un misero cuarto en un callején en el Rimac. Era oscuro el jirén de famélicas luce y acerasrajadas. Este hombre divi- dido empe26 a vivir en mi crOnica y no pude evitar el atribuirle una exigencia de deterioro que se propagaba por los muebles de su habitacién, Ademés de embrollarse en relacién al barrio donde vivia, crefa ser dueiio de sélo una cama destartalada y una mesa de noche con un tinico y pequefio cajén. En realidad, en su cuarto lucia un gavetero elegante y una ancha cama, muy cémoda, de lineas modemas. Disimulado en la pared un ropero empotrado escondfa 25 ternos cortados a la ‘medida. Cogiéel que crey6 su tinico temo; antes de onérselo 1o mir6, lo imaginé viejo y raido. Mal afeitado, ojeroso, hacfa ya varias noches consecuti- vas que no dormia bien, Un sentimiento de raro desdoblamiento era como un dibujo nuevo en su vida. El dibujo se completaba con una espera. Paciencia con la que la victima espera.a su victima- rio, Aguardaba a su enemigo. Antes de volver a salira lacalle abriéel cajén de lamesa y extrajo una pistola pensando que sacaba un cuchilio muy gran- de que apret6 con fuerza escondiendo su mano armada dentro del saco, Exactamente a la misma hora, enel Rimac, que en la Lima moderna noes un 42 Jugar muy lejano de San Isidro, alguien habia efec- tuado movimientos similares “igualmente pertur- bbado- pero no por un sentimientode desdoblamien- to, sino por una figura invertida que busca igualar- se. Este hombre, con un pasado en un pais similar pero con una historia diferente ladel otro hombre, regresé de la cae a su casa después de haber espe rado varias horas sentado en un parque. Se habia echado en sucama,en un cuarto que era una peque- fia habitacién sin ventanas en un callején del ‘mac, un cubil estrecho, pero que por ese sentimien- to abominable que cundfa por toda la ciudad, este segundo hombre se negaba a aceptar como su vi- vienda. ¥ por un raro mecanismo que tenfa que ver con los deseos insatisfechos, su imaginacién lo compensaba. Era él y a la vez el hombre de sus deseos, el hombre de lo que creia poseer, ya que se creia duefio de 25 elegantes ternos guardados en un ropero empotrado. No habia ventanas en su cuaro, perode acuerdo a ese mismo mecanismo de trasto- ccamiento y ensuefio, él se sentfaestarmirandoa ta- vvés de un gran ventanal que dabaa la realidad de su ado por el sonar de ese trino que es apenas un atisbo de vida entrevisto desde la oscuridad. ;En {qué grado de embriaguez habfa sido escrito ese Pensamiento? 2E! domador encontraba la lucidez ‘nel abismo, en la extrema ebriedad? ) Gaspar no me escuché cuando le hice esa pregunta;"él buscaba en un antiguo chinerito de bambi poblado de multtud de figuras, este detale, tun adorno de este tipo, nos confirms la idea queen ‘esa casa alguna ver habia vivido una mujer. En el cchinerito Gaspar encontré escondido el siguiente pensamiento: Contemplando el universo, es decir su creacién, Dios estaba feliz. En esto se presents ‘ante él otro Dios y le dijo: “Tu obra es imperfecta, las hojas de los érboles que té has creado han de envejecer, amarilléndose caerén, los frutos que nazcan madurarén, pero luego se pudriran, lo més bello con lo que tt adornas ese drbol, las flores, luego de florecer esplendorosamente terminarén ‘marchitdndose; todo lo que has creado esté conde- nado a morir". Dios sufrié demasiado en ese in- stante, su rencor, su frustracién cre6 el pecado. Gaspar ley6 el pensamiento del domador y se que- ds petrificado, como hablando slo dijoen vozatta. - Pobre dios, que jodidamente triste debe vivir. Enesalaventurade encontrarlos pensamientos de un hombre anénimo, del que finalmente no sa~ ‘biamos mucho més de lo que sabfamosal entrar asu casa, habfamos vivido sumergidos en el polvo de quella vida extrafia sin percatarnos de la hora, Leonidas, el chofer del auto del periédico empez6 a tocar su bocina insistentemente, Era Nicolas el ‘que tenia que dar la 6rden de terminar Ia pesquisa. Pero él estaba como atrapado por esa red de pensa- mientos ocultos, con sus cinco sentidos puestos en Iabuisqueda, Por su cuenta, Nicolas habia encontra- do varios pensamientos; sospeché que deseaba seguir acumulando ideas y material para publicar 70 Jos pensamientos del Domador en recuadros en la piigina policial, con fotos de Gaspar que mostraban el cadaver del domador de moscas apurialeado, pero no habfa cadaver alguno, s6lo la plétora de pa- peluchos camuflados por toda la habitacién. Al interior de una consola antigua Nicolas encontrs tuna servilleta en donde el domador habia escrito ‘con letra dibujada: ¥ sies la mirada del hombre le que persigue la luz de la estrella y no la estrella la que vaga por la via Idctea en busca de la mirada. Nicolas se dejé caer en el sillén donde solfa sentarse el Domador; estaba exhausto y viejo nues- tro jefe de pgina, algo lo anonadaba, algo que no podia confesar En un momento ya no tuvimos fuerzas para seguir desenterrando servilletas escondidas, esa no ‘era una casa, era un bosque de pensamitentos. Nico- las, nel silldn donde estaba sentado, en uno de los bolsillos laterales, encontré una servilleta escrita, la ley6 en voz alta: “El drbol de la razén estd atin ‘en mi puerta, pero también esté allt el drbol de a locura, también crecié conmigo yexiste frondosoe inexpugnable. Nicolas leg6 al limite de su aguante, Otal vez. lo que verdaderamente ocumri6 es que Minaya se did cuenta de que ese material no iba a servir para uusarlo como noticia, el Domador podia acusarnos dde haber violado su intimidad, y hasta podia de- ‘mandarnos por violacién de domicilio. “Vimonos, cstévaina no sirve”,exclam6 Nicolas. La busqueda de pensamientos ocultos se detuvo. Salimos de la ccasa del domador. n Después de “mostrarnos” su casa de inmedia tol Domador se comunies conmigo. Yo no hat podido conciliar el suefo, desvelado por su carta. Aparecié publicada su primera colaboracicn y se alegraba que nos hubiese gustado El asesinato de Ja mujer que iba sola al cine. Nos ofrecia una segunda, tan “real” como la primera, en esta el Domador, por supuesto, era el protagonista. En la segunda carta-crénica el titulo era inobjetable: El sacrifcio de la gacela, y no hubo necesidad de cambiarlo. Leer esa crénica anénima invitaba a imaginar lasituacién, No loniego, s{,me gusté lo que lef. Iba a impactar en el lector. Se podia acompafarel texto con una ilustracién en la que el talento de Gaspar ibaa lucirse: una foto trucada, una esfinge: cuerpo de mujer y la ornada testa de un antilope. La segunda contribucién de aquel subrepticio ccorresponsal hacfa referencia a como la vida se es- fuma evanescente y frégil. Se pretendia confesio- nal, vivencia directa, De pronto, como cegado por un resplandor ‘que surge de la entrelinea, comprendf el designio. n secreto del domador de moscas: Deseaba competir conmigo como escritor y a mis crdnicas ficticias él ‘oponfa sus erdnicas “verdaderas”. Entonces todo parecié aclararse. Esa mafiana yo sabia la numeracién del vehiculo que debia ‘omar, cud era su ruta, cudnto demoraba en llegar mi lugar de trabajo. Yome habia convertido en la méscara de otro. Y¥ moscasinvisibles volaban en mi cerebro, inatra- pables. Alcancéa entender que las moscas eran as crSnicas mismas, aquellas que yo iba a plagiar, yo ‘mismo era una mosca, yo que habia exprimido mi cerebro inventando a diario un homicidio termina ba firmando lo escrito por otro porque la imagina- cién se me rebelaba. No era posible imaginar mil asesinatos en mil y unas noches. En la esquina compré el periédico. Caminé con mi capitulacién bajoel brazo, con lacrénica de una mujer que hat sido asesinada en un cinema, ahora una historia de conocimiento puiblico. EtDomador supo siempre que la consumacién llega, que la imaginacién es una mosca de lomo amarillo, insecto azul, moscén de muladar, una ‘mosca urbana pequeiia y persistente, una ingrata ‘mosea, En eso pensaba yo sentado en el microbus entrelazando mi vista a la ciudad. ;Valfa la pena explorar la superficie? ;Servia de algo explicar el ‘mundo en lugar de zambullirse en la gelatinosa Ciudad inexpugnable? A mi y a mi invisible verdu- ‘go nos encerraba la ciudad que variaba de una casa 2 otra, de una calle a la siguiente. Y no son los perros las bestias emblemiticas -pensé, tampoco B los gallinazos, ahora son las moscas. Fuera y dentro de las veredas se acumulaba la basura, {Es el Domador el infinito disfrazado de un viejo contador que se pasa la vida haciendo sumas y Testas en una calculadora? Me preguntaba al irasponer el umbral del periddico. Yoexigia parael que me proponfael plagioun rostro; me era indispensable figurar la imagen posible del suplantador. Fue Iégico suponer que trabajaba en Ia oficina de contabilidad. Yo lo co- nocia. ‘También fue racional adjudicarle un aspecto desalifiado: terno gris, ajado, sus abultados parpa- dos y el patiuelo sucio con el que de vez en cuando se secaba la frente. Era el sospechoso ideal. En la secci6n contaduria del periédico abun- dan las maquinas modelo antiguo, de periédico, de las que se usan para rellenar boletas y factu- ras. Enseguida las relacioné con las cartas -cr6- nicas, Se disiparon mis dudas: en esa oficina se hhabja escrito El sacrificio de la gacela, es decir la segunda crénica del Domador y que iba a apare- cer con mi firma confingndome a un plagio consue- tudinario, ‘Cuando entréa la pagina policial tados labora ‘ban armandola pagina de laedicién del dia siguien- te, Rosita no me miraba. Y con qué facilidad ella separaba su cuerpo del mio, Luego, sentado a la vera de mi méquina yo no 4 sabia cémo empezar; cémo reincidiren el hurto sin perturbarme en absoluto. Una mosca se paré sobre mi hoja en blanco; adejé andotear se pases por toda la mAquina, vol. La seguf, vol6 por encima de Ia cabeza de los redactores. Entraban y salfan de la redacci6n los reporte- +0s, los diagramadores y los visitantes, esos escu- ridizos inoportunos que nadie sabe cémo burlan el control en la entrada. En una oficina en el mismo edificio trabajaba alguien obligado a hacer lo que ‘no querfa, el autor de mis confusiones, el viejo domador invencible. Y al voltear intempestivamente, me encon- tré con la mirada acerada de’Nicolas Minaya. Si, ‘Nicolas, mi jefe inmediato; ahora, marchita ya mi jimaginacién, lo volvia a reconocer como tal. En una réfaga de mal humor podia mandarme a Ba- rranco con un fotégrafo a cubrir la noticia de un hombre que habia sido asesinado en la bajada de los bafios sin que nadie sepa de dénde sali el dis- paro, osi querfa podia enviarme fuera de la ciudad ‘escribir una crénica sobre salteadores de cami- nos. No habria podido negarme a obedecer sus “rdenes. Y enun Gltimo esfuerzo me puse a escribir una ‘erénica de mi propia factura. Si el Domador escri- bia sobre si mismo por qué yo no podia hacer lo ‘mismo. Su drama contra el mio, por qué no. Escribt tuna crénica de un tirén. Nicolas adivin6 lo que ‘ocurria, Meacerquéa élyyleentregaé mi crénica. El 15 se fue a sentar en un sill6n y con indolencia se puso ‘leer lo que yo habia escrito. “El peor delito consumable es el cometido contra uno mismo. En esa inopia incurrié Alipio Rosales, cuentista andnimo”. Ese era el primer parrafo de mi crénica, sfmia, Alempezar a escribir ‘no tenia una historia y poco a poco se fue armando Elcuentista que se corié la mano, no se me ocurtié un mejor titulo, “Una t6rrida noche de silencios, repleta de frustraci6n, En un estrecho cubil en el centro de la ciudad, Alipio, asentando su mano sobre la mesa de ‘madera en la que escribfa sus relatos, levant6 un hacha de regular dimensién y se propiné un certero tajo a la altura de la mano derecha, Termind, a través de ese ritual casi sangriento, con su oscura carrera literaria, Su mano cercenada qued6 al lado de aquellas cuarillas donde adn latfa una tenaz obsesisn’” E] extraiio impulso de escribir cuentos habia nacidoen Alipio, cuando escolarain,en un colegio dde Huanuco, se top6 de forma casual con un libro inusitado, Era un adolescente todavia la vex que ppaseando por laplaza de armas de su ciudad, divisé uunejemplar de bolsillo inumerables veces tefdo. Lo cogié répidamente y to meti6 dentro de su camisa, fra una seleccién de cuentos de Las mil y una noches. Esa noche fue blanca y luciente para Ali- pio, que lefa aquel volumen amarillento, el racimo ‘de maravillosas historias escritas en desiertos leja- nisimos, en siglos remotos. Historias que fueron algiin dia a parar a la banca de una plaza de una 16 ciudad andina sobre la que cafa una ligera escar- cha, Nicolas leia lo que acabo de referir. Yo me sabia de memoria esa histori. Habia legado a la nuez de mi drama, todas as anteriores erdnicas del crimen insOlito, lograban su climax, su prolonga- idm extrema en El cuentista que se corté la mano. Yo era Alipio Rosales; no descubro nada que sorprenda si lo digo. Y Hudnuco es una ciudad de exéticas flores y fabuladores noctumos. Ast lama Borges a los cuentistas de la noche. ¥ mi crénica pertenecia a la noche. Alipio, luego de descubrir su vocacién, se vincula répidamente con jvenes que tienen las mismas inquietudes. De ellos aprendi6 los rudimentos del oficio. Y con ellos soi ser algin dia un escritor famoso. Pobre Alipio, hizo lo que todos, som6, crey6, se vino a la gran ciudad, a lacapital dela noche, viaj6aafincar- se en un lugar en donde pens6 que eseribiria para due fo lean, Por qué demoraba tanto en terminar de leer Nicolas. Yo habia recurrido a mi tiltimo subterfu- gio como imaginante, al ltimo disfraz posible: Yo ‘mismo absolutamente expuestoen unrelato. Alipio Rosales que alquila una habitacin sencilla en el centro de la ciudad. Ese era yo indudablemente, entregado con la plenitud de las fuerzas de mi espiritu a escribir cuentos. ‘Unaa.una van saliendo las historias, una una fueron saliendo las crénicas. Se acumulaban los relatos de Alipio Rosales hasta formar un apila- tmiento de papeles. Se acumularon mis historias criminales a las que llamé crénicas, hasta que se terminé mi posibilidad de seguir imaginando nue~ n vas. Hasta que un dia a Alipio Rosales no se le ‘ocurri6 una sola historia mis. Cogié ta montaiia de papel, su libro, y a dife- rencia del rey Schair, rey del tiempo, que al reme- rmorar las mil y una historias que le escuché a Gerazada revive el goz0 y la delicia, Alipio com- probé que habia pormenorizado mil formas de horror en mil historias negras, relatos de espanto- soscrimenes, de homicidios sangrientosque Alipio 1 habia podido eludir como si un dngel tenebroso hhubiese guiado su mano. Era el espejo que se mira enel espejo, Esa fue la historia de mi dltima crénica, de la vverdadera iltima. Era elesumen de todo lo sentido cn la crénica del crimen insdlito. Yo me sentia hhaber escrito un nimero infinito de historias de asesinatos inventados, si, yo era Alipio Rosales. Cuando Alipio quiso saber el niimero exacto decuentos que habia escrito, supo que habia escrito ‘mil cuentos y que le faltaba escribir slo uno para palpar el libro infinito, Noche a noche batallé con- {asf mismo tratando de inventar un dltimo cuento, El desenlace que se me ocurrié para la citima dde mis erénicas tenfa que encerrar la metéfora del narrador de relatos que se autodestruye en su tarea. Alipio Rosales escribié su mil un cuento: el relato dde un cuentista que se corta la mano al no poder escribir el cuento que le faltaba para completar las ‘mil y una historias. Cargando con un mufién, con una mano invi- 8 sible en el brazo derecho Alipio viaié de regreso a su tierra, a Hugnuco. El manuscrito con los mil y un ccuemtos Alipio lo dejé abandonado en la misma banca donde hacfa veinte afios habfa encontrado un viejo libro de bolsillo. Luego se fue de all para no volver. Nicolas fruncfa el cefio, dejé caer su mano; la Llkima erénica de mi propia inspiracién colgaba de la mano del verdugo. Hacfa cudnto tiempo que Nicolas Minaya no publicaba algo firmado con su nombre. Apenas un ‘minutoantes Nico habia demostrado su garraextra- ordinaria, Cualquier hueco que se generaba en la paigina y al estaba él, pronto a subirse al caballo. Le daba vuelta a las notas gruesas que periodistas debutantes trian de las dependencias policiales. El ceraquien escribia muchos de os reportajes, no los inventados sino los reales. El, quien moldeaba lo que recogian los picapedreros en las canteras. Nunca figuraba su nombre. Y cuando aparecfa un

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