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rf|s vENEz0rANos
EN EL SIGTfl XX
MmuclC,aballno
a
EDITORIAL
AtFA
luorce
Introducción.... ...11
Primeraparte! Venezuelase bajadel caballo ....... 19
Laagonladelaguerra .....21
LaRevoluciónLiberalRestauradora.... ... 22
Guerritasdecalentamiento. ...25
LaRevoluciónLibenadora... ......26
L,aPaxGommica ....31
LabatalladeCiudadBolfvar .......31
LacreacióndelEiército ......33
Castro se va, Gómez se queda . . . . 4l
ol-a evolución dentro de la situaciónn. . . . . . 47
Cronología:1899-1908. ..50
S€$mdapa^fresElestadosoyyo .......51
Liberal,nofederd ...53
Uncrecienteliberd. ....53
Unmenguantenfederal, ,..,.62
¿Latifundiooulatrofundior?.. ...67
Gómez er¿elleúfundio . ..... 68
Lafortunayelpoder ...7.A
EI reino del teror . . . 73
Unresabiodelaguerra .......73
uEl Olvido>ylatortura ......76
¿L"adictaduradelpetróleo? ......81
Cipayosypatriotas .....82
Lariqueza fácil.. ......84
Teorladelatiranla .......89
Unaguerradeconquista.... .......91
¿Vdlenillamarxista? ....94
Cronologla:1908-1928.... .....96
Tercera partq La invención de le polftica. ... . 99
Polltica,democraci¿ymodernidad... ...... 101
Lasbocasseabren ....102
I-a,viejaVenezuela intenta resucitar . 106
La doctrina de la democracia. . - . 111
Un maquiavelismo ingenuo ... ..... .... 116
Unalargatransición .....l2l
El l4defebrero ......123
Una derrota anunciada . 124
La nueva polltica petrolera . . . 127
Cronologla:1928-1945.... ....131
PorlacdledelaAmargura.... ..:.318
ElmadrugonuLo.. ,...321
Untriunfodelliberalismo.. ......332
Paraucuidarlacasa, .....337
Elgobiernomásdébil. ......338
Resurrecciónpolltica,muertehistórica ...... 341
Hasta el Partido Comunista . . 342
Larlltimaoportunidad.... ..344
Eldiscurso del92 .....344
Lacrisisbancaria .....347
Elindeseadoviraje ....348
Losmilagrosnoexisten .....350
La puntilla . .. 353
Unpolíticopopular ...355
Unproductodelademocracia .....355
Chavismoyfascismo ..357
¿Chávezizquierdista o izquierda chavista?. . ., . . . 360
nElsegundoCastro, ...364
¿Chlvez populista? .... 366
Mesianismo, autoritarismo, militarismo. . . 367
¿Unvenezolanotlpico? ......368
Pobreza,corrupción,ineficiencia .... .... 369
Cronologla:1988-1998.... ....374
Conclusiones... .. 375
Bibliografiacoment¿da ..387
Primera parte: Venezuela se baja del caballo ... . 387
Segunda parte: EI estado soy yo ... . 388
Ticera perte: La invención de la polltica .. . 390
Cuarta parte: Los trece años de octubre .. . 392
Quinta parte: Vida y pasión de la reptlblica civil . . . .. . 393
Sexta parte: La agonla de la política . . . . . . 395
INTRODUCCÉN
Cuando moría el XIX, los venezolanos no tenían muchas razones para pen-
sar que el siglo que se avecinaba sería diferente del que terminaba: cien
años de guerras. De hecho, el23 de octubre de 1899 una nueva revolución
triunfante llegaba a Caracas; y los tres primeros años de ese gobierno serían
de los más violentos si no más sangrientos en la historia de la República de
Venezuela desde 1830.
El análisis de las tres primeras décadas del siglo )O( se puede hacer
dividiéndolas en cuarro conjuntos temáticos. Se le señalan límites crono-
lógicos pero esas fechas no son linderos de compartimientos esrancos: los
temas se imbrican en las diferenres etapas.
La primera de esas etapas, la irrupción, va desde el primer intento de
Cipriano Castro, fracasado en 7992 por apoyar el continuismo de Raimundo
Andueza Palacio, hasta 1903 con la última baralla de las guerras civiles. La
segunda. la implantación, es un proceso que se extiende desde 1903 hasta
1918. La tercera, la consolidación, va de 1918 a 1928, cuando comienza la
cuarta, la reacción democrática, que deja de ser embrionaria al morir Juan
Vicente Gómez en 1935.
En los años de la irrupción (1892-1903), se producirán cuarro situacio-
nes que van a condicionar el desarrollo de la sociedad venezolana, de su histo-
ria, por lo menos hasta la mitad del siglo veinre. La primera podría llamarse
desde 1892 ula presentación en sociedad, de la región andina, lo cual quiere
decir su participación política, o sea, su entrada en la guerra, pues ambos tér-
minos son entonces sinónimos. Al llegar a Caracas ofreciendo gobernar con
(nue'ros hombreso, Castro está diciendo la verdad: la presencia de los andinos
en Palacio completa una primera fase de la unidad nacional.
La segunda: en 1901 aÍranca un primer proceso de unidad nacional,
pero contra los andinos. La rercera: la guerra y la ruina ponen al país al borde
HISfORIA DE LOS VEilEZOLAIIOS ETT EL SICLO N
GUERRITAS DE CALENTAJICUTO
LA REVOLUCIÓN LIBERTADORA
Esos siete mil hombres van a oponer a entre mil quinientos y dos mil
se
adversarios en la asediada Ciudad Bolívar.
Por último, al contrario de lo que hizo su jefe en la batalla anterior,
Gómez buscará una solución política. Pero una vez decidido al combate, no
entran en juego consideraciones distintas a las de lograr la victoria a cual-
quier costo, como lo revela la orden de dañar las mejores casas de Ciudad
Bolívar, sin que lo detuviese saber que en una de ellas vivía el único norte-
americano de la ciudad.
Gómez le informará a Castro en términos bastante austeros del resul-
tado de esa batalla, y felicita a su jefe por la consolidación dela paz en Vene-
zuela. Y el Presidente, que un mes antes yalo creía u...predestinado para ser
el Pacificador de Venezuelar, ahora le estará ratificando su orgullo por haber
...nsellado infatigable, el horroroso expediente de nuestras guerras civilesu.
Así, cuando Gómez regrese a Caracas, ya no traerá sólo como presea
el haber sido vencedor de una gran batalla. Ni siquiera la de haber sido ven-
cedor -junto con Castro- de esta guerra, sino algo mucho más importante:
viene como el vencedor de la guerra venezolana.
Asentado en aquella percepción, en los cinco años que separan a la
batalla de Ciudad Bolívar de su asunción plena de la presidencia, Gómez
irá consolidando y extendiendo su pode¡ desde el llano hasta 1908, desde
Palacio hasta su muerte en 1935.
El gran vencedor histórico de la batalla de Ciudad Bolívar será, pues,
el general Juan Vicente Gómez, porque desde ese preciso momento, y hasta
su muerte treinta y dos años después, va a ser visto como el hombre que trajo
Iapazasu país tras un siglo de guerras. Si lo que los venezolanos anhelaban
era liberarse de la guerra, Gómez podía ser aclamado asl como el segundo
Libertador.
Pero necesitaba un arma para lograrlo, y una vez más, será Castro
quien la brinde: pocas semanas antes del enfrentamiento de Ciudad Bolí-
se
var, un decreto presidencial crea la Academia Militar. Pero eso será más que
todo un papel hasta que en 1910, ya en el poder y como parte de los fastos
del Centenario, Gómez la inaugure con cincuenta y cinco alumnos en unas
aulas inconclusas. De allí van a salir los hombres que dirigirán un ejército
profesional, el cual enterrará por el resto del siglo las fuerzas armadas per-
HISTONh DE LOS VENEZOI-ANOS EN EL SIGLO XX
sonales, regionales, los ngenerales) cuyo título se lo han dado ellos mismos,
las montoneras, las guerrillas. En tales condiciones, al contrario de lo que su
propaganda pretende, el Ejército venezolano actual no será concebido para
nforjar libertadeso sino para acabar con ellas. Con el comprensible aplauso
del país entero porque esa libertad nada tenía de bella: era la libertad de
alzarse en armas, Ia anarquía.
Cierto, el terreno estaba abonado: lo que impresiona en Ciudad Bolí-
var es el control de Gómez sobre sus hombres.
Cuando va a visitarlo a su cuartel general, el capitán del Bancroft, Cul-
ver, encuentra soldados de ambos bandos que en algunos sitios estaban na
distancia casi de poder conversar)), pero no por eso el fuego se cruzaba entre
ellos. Apenas toma posesión de la ciudad, Gómez prohíbe la venta de ron.
El22 de julio, ese mismo observador, a quien Gómez le permitió
desembarcar sus hombres para que viesen de cerca la batalla, constata que
nNadie en nuestra tripulación fue testigo de escena alguna de desorden,
una buena indicación de que el general Gómez tiene a sus hombres bien en
mano). Gómez no va a permitir, mucho menos propiciar entre sus soldados,
el saqueo y el botín. En aquella fecha tan temprana, lo que está tomando a
Ciudad Bolívar no es una horda desenfrenada, sino un ejército regular.
Si en 1903 se percibe que las cosas han comenzado a cambiar, desde
1910 se sabe que para llegar a la cúspide de la jerarquía, habrá que paser por
las aulas de una escuela militar.
Antes de eso, se llegó a considerar el servicio militar como un casti-
go. Muchos peligrosos delincuentes eran así enviados a servir en la filas del
ejército ant€s que encerrarlos en la prisiones locales. Esa idea estaba muy
generalizada: en 1915, Samuel Niño destituye a un funcionario porque (tra-
taba muy mal a la gente y a los empleados, y exigía real a los que venían a
sacar algún títulou, concluyendo que dicho funcionario estaba mejor <para
el ramo militaru.
Eso también pensaba la calle: en Palacio se recibían a cada rato cartas
de padres suplicando el ingreso a la Academia Militar, o a la tropa, de algún
hijo nde carácter fuerteo al cual se consideran incapaces de dominar.
El Benemérito, en cambio, tenía un concepto diferente de lo que
debía ser el ejército. Un hombre tan poco dado a doctrinas, no vacilaba en
proponer una para la fuerza armada. En una carta de I 9 I 5, se lo dice a Eus-
toquio Gómez: uBien sabe usted que el Ejército es la base del Gobierno y
sobre su buena organización estriba la seguridad de todosr.
MANUEL CABALLERO
lópez mismo constata que al funcionar (en mayor escala, la Escuela Mili-
tar, <surgían continuas desavenencias y rivalidades entre oficiales egresados de
la escuela y aquellos que habían ganado sus presillas en el campo de accióno. Él
mismo pertenecía a estos últimos y se mostraba orgulloso de tal condición.
Pero la más simple lógica le diría que los primeros terminarían por
imponerse, cuando los viejos oficiales se retirasen de la escena por muerte,
jubilación o inutilidad para el servicio.
Así, sobre la base de una fidelidad al jefe que estaba por encima de
cualquier otra consideración (incluido el lazo de sangre, como lo demostró
en 1928, cuando hizo encarcelar a su primogénito que se había alzado contra
Gómez), López Contreras tenía cierta autonomía; o por lo menos, actuaba
como si la tuviese. Desde I9l4 el Benemérito había permitido a López Con-
treras su reingreso al ejército, luego de varios años ocupado en cargos civiles
que, si bien lo ayudaron a conocer el país que recorrió de punta a punra,
contrariaba su más lntima vocación por el servicio militar, y lo mantenía
alejado de la fuente principal del poder, Ia fuerza armada.
En 19i9, el dictador lo nombra Director de Guerra en el Ministe-
rio de Guerra y Marina, cuyo titular era un civil, el doctor Carlos Jíménez
Rebolledo. Siendo la Marina poco importante (Soublette llegó a llamar a
eseministerio ode Guerra y Goletao), eso significaba que el verdadero poder
después de Gómez venía a ser en el Ejército el entonces coronel Eleazar
López Contreras.
A él se le debe desde entonces en buena parte la relativa modernización
de la Fuerza Armada y el lento y prudente proceso de su institucionalización.
Pero eso no quiere decir que antes de ese momento nada se hubiese hecho
al respecto. Desde el año en que se abre la Academia, se comienza a hablar
de reforma militar y a proceder en consecuencia. El objetivo confeso era, al
menos en teoría, la conversión de la Fuerza Armada en una institución úni-
ca, apolítica y obediente al Presidente de la República en su condición de
Comandante en Jefe; poniendo el acento además en la formación de efecti-
vos y en la creación de instituciones educativas; así como en la adquisición
de materiales y equipos.
El elemento humano para dirigir esa transformación, sobre todo en el
campo educativo, no existía, o casi, en Venezuela. Por lo tanto, se recurrió
a instructores traídos de fuera, o a venezolanos formados en el extranjero.
Es así como en la Junta Asesora que guió los primeros pasos figuraba como
Instructor el coronel chileno Samuel Mc Gill.
38 HISÍORIA DE LOS VENEZOLANOS EII EL SIGLO XX
Como suele suceder, una cosa eran los discursos oficiales y otra la
realidad. Aquellos ayances no siempre daban como resuhado un ejército
disciplinado y dedicado en exclusiva a sus labores específicas. Cuando en
1927 se incorpore Santiago Ochoa Briceño al Cuartel General de Maracay,
nla instrucción era casi nula, porque las tropas estaban dedicadas a faenas
agrícolas en las múltiples haciendas del general Gómez. En el cuartel sólo
quedaban los soldados de la guardia de prevención y los enfermosr. El nue-
vo ejército no era pues, ni con mucho, una tacita de plata. Pero tenía dos
ventajas: era uno y era nacional.
Gómez había demostrado, en sus años iniciales, en sus relaciones con
el Consejo de Gobierno, y también con algunos de sus ministros más des-
tacados, que podía ceder, escuchar, aceptar opiniones de hombres en cuya
inteligencia y conocimientos confiaba. Pero su relación con el Ejército era,
como es lógico, algo muy especial.
Como sea, para asegurar su tranquilidad, el régimen debía institu-
cionalizarse. Sólo hay una forma de hacerlo para evitar la temida anarquía:
que al morir el hombre, la sociedad perciba que no lo ha sustituido otro. No
sólo porque el dictador es insustituible, sino porque todos pueden creerse
con derecho.
La tiranía personal de Juan Vicente Gómez se va convirtiendo más y
más en la dictadura de una institución. nlnstitucionalizaciónu quiere decir
antes que nada, ndespolitización, en el sentido que se le daba entonces: que
el Ejército debía estar fuera del ámbito de influencia del partido liberal.
Cuando el general muera, habrá dejado para sustituirlo una colectividad
respetada, acatada, temida.
Pero eso no se producirá de la noche a la mañana. Porque entre la dic-
tadura personal y la institucional, habrá de existir un sistema si no una etapa
de transición. Es lo que permite afirmar que la tiranía de Gómez evoluciona,
en sus años postreros, hasta convertirse en una dictadura militar nacional.
La ejercerá esa institución que, hasta 1936, debe considerarse todavía como
la institución armada gomecista venezolana.
Por muy nacional e institucional que fuese, la condición de su exis-
tencia, de su desarrollo y permanencia es la fidelidad personal a su funda-
dor y jefe. Porque él mismo no la concibe sino es bajo una jefatura perso-
nal y única; ybajo su mando directo a través de alguien en quien se sienta
proyectado. Durante un buen tiempo, acaríció la idea de que ese alguien
tuviese su carne y su sangre. Pero desde 1928, vuelca su confianzahacia
HISTORI,A DE LOS VENEZOLANOS EI{ EL SIGLO XX
Castro me mandó a llamar [...] Antes de dejarlo, le dije que habla decidido
pedir dos barcos de guerra. Castro me respondió que él veía a los Estados
Unidos como el mejor amigo de Venezuela entre las grandes potencias y
que se sentiría agradado de tener aquí nuestros barcos de guerra; y luego
me preguntó si enviaría un cable para eso. Le respondl que no me parecía
necesario.
imponer esa norma, porque nadie quiere atacar a Gómez: todo el mundo
es
está de acuerdo con é1. El mismo, por su parre, no deja de recordar que el
suyo no es un gobierno militar sino una magistratura civil
Y además que é1, fuera de toda adulación, no es sino un nmodesro
ciudadanor. Y si rodo el mundo está de acuerdo con é1, es porque, en una
venezuela donde todo el mundo se proclama liberal, el Benemérito está apli-
cando por primera vez (hasta donde eso es posible), el programa liberal.
Y lo está haciendo por una razón muy sencilla: no sólo porque ese
sea el programa nacional, sino porque por primera vez en un siglo, alguien
está gobernando en paz.
En paz adentro y afuera. Porque aquí viene el elemento final de ese
apoyo generalizado: el del gobierno de los Estados Unidos. En efecto, al
producirse la reacción de Gómez conrra Castro, y con el visto bueno del
Benemérito, barcos de guerra norteamericanos comienzan a patrullar las
aguas venezolanas para impedir el regreso de Cxtro.
La luna de miel del país con el general Gómez se prolongará a lo largo
de su primer quinquenio de gobierno. Pero en 1913 se termina su período
constitucional. Es muy posible que de presentarse para la reelección, hubiese
aplastado a cualquier conrrincanre en una elección normal y limpia. Pero
el Benemérito no quería eso: no quería que nadie lo enfrentase. Se puso
entonces en campaña contra una supuesta invasión de Cipriano Castro, y
disolvió un Consejo de Gobierno sospechoso de estar contra la reelección:
Gómez había llegado para quedarse.
A la dispersión de los caudillos después de la derrota de la ulibertado-
ra, y al apoyo nacional de la nEvolución, de 1908, se agregará un elemen-
to venido de fuera. Ese elemento será acaso el mayor aporre a la aspiración
reeleccionista de Gómez: el estallido de la Gran Guerra 1914-1919. Como
entonces nadie en Venezuela concibe una oposición que no sea armada, a
los enemigos del régimen de Gómez no les queda otro camino que rascar
el freno hasta que termine la contienda: ¿quién le iba a vender armas, si sus
productores están comprometidos a fabricarlas para sus propios ejércitos? Y
por mucho que se le sospeche de simpatías por Alemania, el astuto Gómez
mantiene neutral a Venezuela.
HISTORTA DE LOS VEilEZOLAIIOS EN EL SIGLO XX
UN CRECIENTE LIBERAL
nSin hipérboler, dice Tosta García, pero coloca a Gómez en rercer lugar en la
sucesión apostólica de la iglesia liberal después de los dos grandes muerros,
Zamora y Falcón. De donde, por cierro, se excluye al más recienre, al más
ilustre, y sobre todo, el hombre cuyo arribo al poder se estaba celebrando
en el banquete: Antonio Guzmán Blanco.
Segundo comentario: al final de su intervención, el autor delas Memo-
rias de un uiuidor se limitó a sugerir n...la conveniencia de adoptar todos los
principios liberales de esa incomparable Constitución de 1864...", ya con-
tenidos en el Decreto de Garantías enunciadas por Falcón al llegar al poder
en 1863, triunñnte la Revolución Federal.
Esto último se puede ver desde dos ángulos: el primero, propuesro por
el propio Tosta, la deseada voluntad de Gómez de aplicar la Constitución de
l\64.Elotro iingulo es el de la aplicación del programa que el liberalismo venía
agitando desde 1840. Los artículos fundamentales de aquella Constitución,
que sintetizan la doctrina liberal, eran los contenidos en los primeros quince
incisos del artículo 14, deI nTítulo III, Garantías de los venezolanoso.
En primer lugar la inviolabilidad de la vida, tal vez lo más significa-
tivo de todo, pues convirtió a Venezuela en el primer país en el mundo en
abolir la pena de muerte. De allí en adelanre, hasta el inciso quince, se enu-
mera el resto de las garantías, en esre orden: la propiedad; la inviolabilidad
del secreto de la correspondencia y demás papeles; y del hogar doméstico;
la libertad personal (entre otras cosas se prohiben la esclavitud y el recluta-
miento forzoso para el servicio de las armas); la libertad de pensamienro; la
de tránsito; la de industria; la de asociación y de reunión sin armas, públi-
ca y privada: la libertad de petición y el derecho de obtener resolución; la
libertad de sufragio; la libertad de enseñanza; la libertad religiosa, si bien
solo podrá ejercerlo fuera de sus tempos la Religión Católica, Apostólica y
Romana; la seguridad individual; la igualdad.
La enumeración anterior sugiere también varios comentarios. Los
cuatro principios básicos del liberalismo son la libertad, la igualdad, la pro-
piedad y la seguridad. Llama entonces la atención en una consrirución liberal
que Ia primera inviolabilidad garantizada después de la vida no sea la liber-
tad sino la propiedad. Y que en una nrevolución social, como han querido
ver algunos historiadores a la Guerra Federal, la igualdad sea garantizada
en último lugar.
Por otra parte, quién sabe si con la única excepción del privilegio ororga-
do a la Iglesia Católica, en esos principios, en esas garantías, estaba de acuerdo
fi HrsroRr,a oE LoslrENEzolAxos Elj!!lc!9]x
todo el mundo en Venezuela: ése era el proyecto nacional. De modo que nada
costaba a los liberales que representaba en aquel ágape Tosta García, suPoner
que Gómez lo acogería como suyo; nada le costaba tampoco a éste prometer
que actuaría basado en tales principios. La cuestión era otra: en qué medida
estaba dispuesto a respetarlos, sea por voluntad propia, sea por imposición
de las circunstancias. Acaso no exista nadie que pueda jactarse de haber apli-
cado al pie de la letra una declaración de principios, un programa de gobier-
no. Aún el más principista de los gobernantes se verá alguna vez obligado a
uacomodos con el cielo, que Moliére ponía en boca de su Thrtufo.
Vayamos entonces por partes, comencemos por el derecho a la vida.
Desde 1863, sólo dos gobernantes se han atrevido a violar esa garantía:
Guzmán Blanco haciendo fusilar a Matlas Salazar, Cipriano Castro hacien-
do otro tanto con Antonio Paredes. Lo cual no quiere decir que sean los
únicos. Pero quienes la han infringido lo han hecho a escondidas, violando
su propia legalidad.
En una declaración del cinco de noviembre de 1928, el general Gómez
se jactaba de jamás haber levantado patíbulos. Pero, dicen los emigrados, no
se necesitan patíbulos para aplicar de facto la pena de muerte, como sucedía
a diario en las cárceles venezolanas: nada más que en La Rotunda, se cuen-
tan entre l9l3 y 1921, cincuenta y tres prisioneros muertos sin necesidad de
nlevantar patíbulosr. Sus cárceles funcionaban así como uguillotinas secas>.
En ellas se dejaba morir a los presos sometidos a las más bárbaras
torturas desde por lo menos 1918, a raíz del descubrimiento de la primera
coniura cívico-militar en su contra. Pero antes, en una fecha más cercana a
la de aquella proposición de Tosta García, el General se había hecho de la
vista gorda, o había tratado de ocultar con cómplice autoridad, los crímenes
de dos parientes suyos.
Uno fue el asesinato del gobernador de Caracas, Mata Illas enl907
por su primo-hermano Eustoquio Gómez; así como la muerte del concejal
Enrique Chaumer por otro pariente del Benemérito.
Que después del derecho a la vida, se garantice el de la propiedad es
muy significativo. Pero ese orden de prioridades no es del general Gómez,
sino de los liberales: es de 1864, o sea casi medio siglo antes de su llegada al
poder. Y este derecho será respetado con bastante rigor durante los veinti-
siete años del mando del Benemérito. Se puede decir una cosa no por polé-
mica menos cierta: que la primera propiedad garantízada y protegida será
la suya v la de los suyos.
I\¡ANUEL CABALLERO >/
de algunos estados llaneros, así como a Ciudad Bolívar, era casi obligatorio
hacer escala en la isla británica de tinidad
En un país así, la fuerza armada cumplía sobre todos las funciones de
una policía nacional: estaba hecha más para la represión interna que para
combatir a ejércitos venidos de fuera. Pero para cumplir esas funciones,
nada hace encerrada en sus cuarteles citadinos: le es necesario poder des-
plazarse con rapidez. Yya el caballo no sirve; entre otras cosas, no es útil en
las regiones escarpadas de los Andes y Caracas. Se imponía entonces crear
una red de comunicaciones, de preferencia terrestre. Entre lB72 y 1910, los
gobiernos invertieron unos 160 millones de bolívares de los cuales apenas el
trece por ciento se dedicó a la construcción de carreras y caminos. El general
Gómez procederá de otra manera, ordenando en un Decreto sobre Vías de
Comunicación de la República, el estudio de la red general de nuestras vías
de transporte y la construcción de las arterias principales en cada estado.
Se destinó a este ramo el cincuenta por ciento de la renta total de obras
públicas. Por otra parte, ese decreto precisa que la política de comunicacio-
nes está destinada a facilitar el comercio de exportación e importación. El
propio ministro Román Cárdenas proponía basar esa política (en conside-
raciones exclusivamente administrativas)), un simple dato basta para revelar
el tipo de nadministración, que se estaba pensando con la promulgación del
Decreto, pues está fechado el 24 dejunio de 1911, nonagésimo aniversario
de la batalla de Carabobo y día del Ejército.
Así, si de algo puede jactarse Juan Vicente Gómez es de haber puesro
por obra lo que los liberales del siglo XIX fueron incapaces de hacer; o cuan-
do menos de haber continuado, ampliado y culminado Io que fue preocu-
pación central y la acción más elogiada del gran campeón del liberalismo,
el Ilustre Americano Antonio Guzmán Blanco.
El desarrollo de una política comunicacional tiene una verrienre que
hasta ahora poco se ha destacado. Por una parte, eso es obvio, fundamental
para culminar el proceso de la unidad nacional, que junto con la formación
del ejército profesional, ha servido para manten er la paz.
La tercera pata con que se sostienen aquel proceso y esta paz es el terror.
Eso se verá en un capítulo aparte, pero sin establecer una relación de causa
-efecto, se puede señalar cuando menos el momento de una coincidencia
entre el desarrollo de la política carretera y el aflojamiento del rerror. Eso se
produjo en 1925, cuando llega la carretera Thasandina hasta el río Táchira,
el terrible Eustoquio Gómez es retirado de la Presidencia del Táchira y el
¡I,IANUEL CABALLERO 6I
propio Juan Vicente proyecta vialar a su tierra natal para presidir ula recon-
ciliación de la familia tachirense, con el regreso de los miles de compatrio-
tas que hubieron de buscar refugio al otro lado de la frontera, aterrorizados
npor Gómezu, lo que en el Táchira querla decir Eustoquio.
Pero de una u otra forma, eso se extendió al resto de Venezuela: las
cárceles se abrieron y hasta el general Fernando Márquez saldrá por poco
tiempo del cuarto de siglo que le correspondió. Se atribuye todo eso a
la buena infuencia de su Secretario General, Francisco Baptista Galindo.
Para el general Gómez, sin embargo, nunca valieron demasiado semejantes
influencias, si veía que detrás de un gesto de misericordia, se podía ver un
signo de debilidad.
En la aplicación de este punto tan importante del programa liberal, el
general Gómez no se contentará con palabras. Las carreteras se le convertirán
en una obsesión y por supuesto, en un elemento central de su propaganda.
El presupuesto para construirlas pasó de siete millones entre 1908 y 7913, a
cincuenta y un millones entre l93I y 1935, y si en 1 920 se anunciaba que
estaban en servicio 4.000 kilómetros de carreteras, en 1929 esa cifra había
subido a algo más de 6.000 kilómetros.
Por supuesto, las consideraciones extra-militares no eran menores en
el desarrollo de las vías de comunicación. Hasta 1923, cuando se decreta la
carretera Trasandina, el sistema estaba constituido por las llamadas carreteras
centrales, un eje cuyo polos eran los puertos de La Guaira y Puerto Cabello,
como es lógico en una economía basada en la exportación de sus escasos
productos y la importación de otros pocos.
Por su parte, la vía tradicional de los estados andinos era el lago de
Maracaibo. Muy pocos pensaban en una comunicación directa y terrestre
con el centro. Por último, pese a cuanto se podría creer, el desarrollo de las
carreteras por oposición al ferrocarril no será una consecuencia de la explo-
tación del petróleo, sino que la precede.
En la introducción de la Memoria de Obras Públicas de 1911, el
ministro Román Cárdenas asienta que en la mayor parte del territorio vene-
zolano... nes la carretera macadamizada, construida de conformidad con los
principios modernos y alimentada por los caminos secundarios, la que ha de
resolver, por el momento, el interesante problema de nuestros transportes)).
El general Gómez, pues, ha cumplido las promesas liberales en materia de
comunicaciones terrestres; pero al mismo tiempo, enterró el viejo sueño,
también liberal, de un país cruzado por vías férreas.
62 HISTORIA DE LOS VENE ZOLAI{OS EN EL SIGLO )O(
UN MENGUANTE <FEDERAL¡
poder legislativo, si bien escogido con sumo cuidado por él mismo, cosa de que
,-ro ,. l. á.r*"dr., ,..for','"rá la ley para acentuar su dominio personal: en
los
veintisiete años de su mando, la Constitución será reformada siete veces'
La primera reforma, la de 1909, establecerá que el congreso elegirá al
Presidente de la República en sesión plena. Como al Congreso lo eligen las
Asambleas Legislativas de los Estados (Senado) y los Concejos Municipales
(Diputados), los cuales a su vez son escogidos por los mayores de 21 años
q.r. ,.p"r leer y escribir, ese riguroso filtro hace que la concentración del
al máximo, y toda tentación federalista muera'
^ llegue
poder
peio ese modo de elección, que durará hasta 1945, no será lo único.
El mismo texto establece que el período constimcional será de cuatro años
(esto es un guiño a la opinión pública: el general Gómez se hace rebajar su
período). Junto .o., esa pretendida limitación, el artículo 156 daba plenos
pod.r., al Presidente Provisional (o sea, al general Gómez) y eliminaba las
Vicepresidencias que existían desde 1901.
La reforma de I9l4 acaso sea la más importante de todas. Desde el
año anterior, Gómez se había arrancado la careta legalista y deiabaclaro que
había llegado para quedarse: no permitirá que nadie le oponga su candida-
tura (Félix Montes, quien intentó hacerlo, fue a dar a un larguísimo exilio)
aún a sabiendas que arrasaría en las elecciones.
Pero eso no fue rodo: se creó la comandancia en Jefe del Ejército
Nacional, que Gómez ejercería hasta su muerte, fuese o no Presidente de
la República. La Constitución del aío 14 estableció además que el período
constitucional sería de siete años con derecho a ser reelegido, Io que le per-
mitía gobernar hasta 1922.
F,n 1.92I,el Benemérito tiene 64 aios; como a todo varón de su edad,
Cuando, a partir de los años treinta del siglo )O(, se comenzaron a escri,
bir análisis del desarrollo social venezolano, por lo general influidos por el
marxismo, se caracterizó el de Gómez como un representante asaz clásico
del latifundismo en el poder. El primer intento de interpretar el régimen
gomecista aplicándole criterios clasistas, fue un informe del joven estudian-
te Juan Bautista Fuenmayor destinado a la Internacional Comunista y que
nunca llegó a su destino ni a ver la luz pues fue a dar a manos de la policía
y a sus gavetas.
El texto se refería al sistema gomecista como una nbarbarocraciar. Eso
era una connotación polémica, más literaria que sociológica que en todo
caso, nada decía a un marxista: era apenas recoger la formula positivista de
la lucha entre civilización y barbarie.
Pero por polémica y literaria, por exagerada que pudiese ser, reflejaba
la percepción que ya en los años treinta, una embrionaria sociedad urba-
na comenzaba a tener de los hombres que la dominaban: el de una milicia
campesina que había sentado sus reales sobre una sociedad de citadinos,
más refinados, cultos e inteligentes. La idea de un ejército de bárbaros viva-
queando en plena ciudad es muy temprana, desde la llegada de los nchá-
charoso a la capital en el 99. Ella está implícita incluso en la justificación
teórica de la dictadura por Laureano Vallenilla Lanz, como se verá en un
capítulo aparte.
EI otro análisis marxista de la sociedad venezolana, el nPlan de Barran-
quilla, veía en el origen de los males venezolanos, junto con nla penetración
capitalista extranjerao, lo que llamaba nIa organización política económica
semifeudal de nuestra sociedado.
Cuando, en 1938, Miguel Acosta Saignes publique con su li6ro Lati-
fundio el primigenio intento de tratar ese tema específico, la primera gran
68 HTSTORIA DE LOS VENEZOLANOS EI¡ EL SIGLO XX
Por muy ciertas que pudieran ser las caracterizaciones clasistas men-
cionadas al principio, no dejaba por eso de estar del lado acá de la realidad:
el general Gómez no representaba el latifundio, sino que era ellatifundio.
Porque al final de su vida y de su gobierno, al publicarse la lista de los bienes
confiscados al Benemérito, se reveló que él era el mayor terrateniente del país.
Thmbién lo había sido Páez en 1830, si hemos de creer a Vallenilla Lanz: el
caudillo llanero se había hecho de esas propiedades tal como se habla alzado
con el santo de la Cosiata; y sus tierras tenían, amén de la cantidad, todas la
taras que caracterizan la explotación latifundista de la tierra. Cuando Gómez
se haga del poder en 1908, su fonuna era considerable, en gran parte amasada
gracias al poder que ya compartía. Se acrecentará durante los veintisiete años
de su mandato, con la anuencia por cierto nada oculta del uPoden legislativo.
lJncaso emblemático es el de la hacienda El Caura propiedad del Benemérito
que no valía más de doscientos mil bolívares: el Congreso autorizó que se le
pagase aG6mez por ella diecisiete millones de bolívares.
Según la formulación marxista pana caracterizar una sociedad y su
gobierno, el poder político le venía a la clase dominante de su condición de
I\,IANUEL CABALLERO 69
propietaria, pero no era así en Venezuela. Porque aquí se presentaba una rea-
lidad diferente, casi podría decirse impuesta por la historia: el poder político
no le venla a la clase dirigente de su riqueza, sino que su riquezale venía de
su poder político. La corrupción no era así hija del régimen político, sino
que el régimen político era hijo de la corrupción.
Eso no comienza con Gómez. Aunque tamPoco tenga allí su origen,
se puede señalar el desarrollo impetuoso de la riqueza latifundista, y de esa
simbiosis entre tierra y corrupción en el régimen de José Thdeo Monagas.
Este antiguo prócer fue echado del poder alavoz de n¡mueran los ladro-
neslo. Pero además, fue bajo su régimen que se promulgó la ley del 10 de
abril de 1848 (no confundir con la otra, mucho más famosa, promulgada
en el mismo día pero 14 años antes, en 1834).
Ésta deJoséThdeo Monagas proponla una forma de apropiación de los
terrenos baldíos que dio un empujón bestial al latifundio y a su crecimiento,
al permitir a los gobernantes adquirir a vil precio, y sin límites, mucha tie-
rra (a lo que se agregaban los llamados nlinderos andanteso). Como Gómez
llevó eso al extremo, un neologismo podría definir su régimenl no como
latifundista sino nlatrofundistao.
Al analizar las fuentes del poder económico de Gómez se debe aten-
der a varios renglones: la cuantía de sus bienes y la de sus familiares; su uso
como una fuente para sus apoyos políticos, o sea, para hablar más claro, del
soborno; y la forma como se utilizó el poder para adquirir esa riqueza. Lo
primero es muy fiícil de calcular pues ocho meses después de la muerte de
Juan Vicente Gómez, el Congreso dictó un acuerdo confiscando sus bienes,
lo que se facilitó por el hecho de que el dictador había muerto, decían los
juristas, ab intestato.
Se hizo una lista de sus pertenencias, la cual reveló que Gómez era el
propietario territorial más grande de Venezuela.
El documento citado estima en 154.046.168,34 de bolívares los nValo-
res originales de Ias propiedades que fueron del general Juan Vicente Gómez
según sus títuloso. De los veinte estados y el Distrito Federal en que se divi-
de entonces Venezuela, sólo en ocho carecerá de propiedades: Lara, Falcón,
Mérida, Thujillo, Barinas, Portuguesa, Anzoátegui y Nueva Esparta.
Sus posesiones estaban concentradas en la región central del país: en ese
orden, Carabobo con 53.900.483,7 4 de bolívares; fu agua con 48.0 | 5 .489, 00;
es cierto que el Distrito Federal (5.854.569,I0) viene en cuarto lugar después
del Táchira (7.917.459,25), pero si se le agregan los 972.000,00 del estado
70 HISÍONIA DE LOS VENEZOLAT¡OS EN EL SIGLO XX
LA FORTUNA Y EL PODER
Los rusos apellidaron Grosny (el Terrible) al más despiadado de sus déspo-
tas, a quien se atribuye haber pasado por las armas 75 mil moscoviras en
una sola noche. Ni la población del país, ni su circunstancia histórica, ni
su poder real, y acaso ni siquiera su voluntad, permiten atribuirle a Juan
Vicente Gómez crímenes de esa magnitud.
Pero en el ámbito de un país sin la población ni el territorio de Rusia,
el calificativo de nTerrible,le calza muy bien al Benemérito: en la concien-
cia colectiva, en la historia, solo nel Diabloo José Tomás Boves, el caudillo
monárquico que al frente de sus huestes venció y humilló al Libertador,
sigue helando de igual manera con su recuerdo la sangre de los venezolanos.
De todas las explicaciones de la prolongada dominación de Juan Vicente
Gómez, ésta es la favorita. Sin ser la única. ella lo es bastante.
UN RESABIO DE LA GUERRA
igual manera llegado el caso, uno de los argumentos esgrimidos no sin entera
razón por los gomecistas para justificar el terror.
Aunque eso repugne a una mentalidad civilizada, nunca ha faltado
quien trate de explicar si no justificar el empleo de la tortura. En el caso
venezolano, esas explicaciones se refieren a sus contextos.
Hay tres grupos de argumentos expuestos a partir de allí. El primero
invoca la tradición penal venezolana. El segundo, la situación penitencia-
ria en todo el mundo, en el mismo momento en que se están empleando
los grillos, el tortol y la castración por colgamiento en Venezuela. El ter-
cero, a la situación misma del país: los combatientes de una guerra civil
nunca están cubiertos por las disposiciones de la llamada (aunque fueron
muchas) Convención de Ginebra, la cual trató por primera vez el asunto
en l9O7 y por lo tanto, es muy posible que para 1908 sus resoluciones
fueran desconocidas.
Los ugrillosr, por ejemplo, no son una invención venezolana: lo era tal
vez apenas su forma. La literatura, pero sobre todo el cine, nos ha mostrado
que, por lo menos hasta los años cuarenta del siglo veinte, se empleaban en
los penales norteamericanos.
La mayor diferencia, para acentuar la crueldad de los venezolanos,
era que aquellos lo llevaban presos que trabajaban a campo abierto y para
dificultar la fuga, mientras que éstos estaban encerrados. En materia peni-
tenciaria, en \/enezuela se vivía todavía en el siglo XVI. Si el servicio militar
era considerado como un castigo, como el equivalente (sin la muerte civil
ni moral) de los ncorreccionales, adonde se enviaba a los delincuentes juve-
niles, ¿qué no podría decirse de las cárceles?
El argumento último de quienes defendían el uso de tan inhumanos
castigos era que en la guerra todo está permitido. Es la defensa de Simón
Gómez, en una carta al Benemérito cuando, salido su pariente Eustoquio del
Táchira, se le acabe la protección que éste le aseguraba: en guerra no se cobran
muertes. Y Venezuela vive en una guerra permanente contra la guerra.
Todo lo anterior sirve para explicar menos el ejercicio del terror por
el régimen gomecista, que su aceptación pasiva por la sociedad: era eso o Ia
guerra, su terror durante un siglo. Sobre la base de esas tradiciones, en ese
ambiente, ese terror Io ejercían unos venezolanos de carne y hueso contra
otros tales. Para comenzar, el propio Gómez. Como todos los triunfadores,
esgrimir esa condición es su arma principal para paralizar la acción de sus
enemigos. Él no es ni con mucho jactancioso: el lema usiempre vencedot
jamás vencidoo es de Cipriano Castro, no suyo.
MANUEL CAEALLERO /)
Pero Cómez no deja por eso de recordar sus propias hazaítas cuando
alguien pretende enfrentarlo a lomos de caballo: ha participado, y vencido,
en veintisiete acciones de guerra, le recuerda a uel Mocho, Hernández cuan-
do éste se vaya, dando un portazo, de su Consejo de Gobierno; ha vencido a
los más terribles lanceros, entre ellos a uno que derrotó en algún momento
aPáez, nla primera lanza del mundor.
Esa amenaza permanente de Gómez, esa presencia aterradora, estaba
de tal manera inscrita en la conciencia colectiva, que el país tardó unos días
en salir de su estupor ante la inesperada noticia de su muerte. Puede parecer
absurdo que una muerte cualquiera sea inesperadá, pero mucho menos la de
un tirano ochentón de cuya próstata estaba pendiente el país entero.
Sin embargo, muchos años después de ese suceso, era posible hablar
todavía con gente del pueblo que había vivido hasra rres décadas de Gómez,
y era corriente escuchar la idea de que allá adentro en la Venezuela campesina
se pensaba que uel general Gómez no se iba a morir nunca). Algunos cientí-
ficos sociales llaman a esto (predominio de la conciencia ingenua), caracre-
rístico de lo que ellos mismos llaman usociedades tradicionaleso. Como sea,
era algo anclado muy hondo en la conciencia venezolana.
Por supuesto, la idea de un Gómez inmortal era insosrenible ni siquiera
entre las almas más rústicas, en las mentalidades más rudimenrarias. Pero es
que para ellas tampoco existía evidencia alguna de que Gómez fuese mortal:
en Tümeremo, en Cumanacoa, en Elorza, en Aregue, en Borojó, incluso en
Michelena, muy pocos, si algunos, lo habían visto, porque el viaje a Mara-
cay costaba mucho en tiempo, en dinero y peligros morrales. lJnos cuan-
tos habrían visto su fotografía, hierático y siempre igual a sí mismo, en el
ambiente aterrador de una jefatura civil.
Aquel gordo prusiano encaballado de los primeros años, pero sobre
todo aquel anciano bigotón y sombrerudo, de pómulos salientes y siempre
enguantado de los últimos años, aquella combinación de bondad y esperanza
con maldad (de bondad no siempre atribuida por interés o insinceridad: nel
general Gómez no es malo, sino quienes lo rodeano); de esperanza expresada
en las miles de cartas, de peticiones que conserva el Archivo Histórico de
Miraflores; de maldad. ¿A quién se parece, con quién se confunde si no con
ese Padre terrible, vengativo pero justo del Antiguo Testamenro? Y como éste,
también aquel Padre era inmortal; inmortal en carne y hueso ¿Cómo no iba
a parecerlo quien dejaba pasar los años, los lustros y las décadas, enterrando
a medio mundo tan tranquilo en su sillón de mimbre?
HISTORIA DE LOS VEI{EZOLANOS EN EL SIGLO XX
Los presos de las cárceles gomecistas eran sometidos a ese régimen con
una consecuencia a la cual no es exagerado considerar sistemática. En todo
caso, llamar nel olvido, a los calabozos donde se encerraba a los opositores
no era ocurrencia de estos últimos sino también de sus carceleros.
Con todo, los estudiantes de 1928 fueron ratados con mano relativa
e inusualmente blanda por la dictadura, y eso incluye a los protagonistas del
levantamiento cívico-militar del T de abril. Aunque no se les ahorró el engrilla-
miento, no existen testimonios directos conocidos de que hayan sido objeto de
las pavorosas torturas sufridas por sus predecesores en el año nuevo de 1919.
Pero lo típico era la ignorancia del familiar sobre la suerte del preso. Lo
típico era el aislamiento total, la desatención médica, el nencortinamientou,
así como también el cuidado en impedir que, en la propia cárcel, determi-
nados presos pudieran comunicarse con otros.
MANUEL CABALLERO 77
paz; por el otro se habla de los derechos humanos y de ellos el m¿ís preciado,
el de una vida libre. Sería un error ver el primero como un planteamiento
político y el segundo moral: ambos tienen de una y otra cosa.
Porque la conservación de lapazlo es, en términos simples, de la vida;
y el irrespeto a los derechos humanos, lo ha demostrado la historia de este
siglo, puede transformarse en el talón de Aquiles de un gobierno, y por lo
tanto, es un problema político de primer orden.
¿Podría decirse que los castigos impuestos en las cárceles gomecistas
apenas reproducen, aplican, la recia disciplina de los campamentos, contra
el enemigo y también contra el amigo no muy afecto a la disciplina?
¿Hay algún castigo más terrible que el llamado ucepo militarr? ¿No
son los azotes el pan de cada día del soldado? Los hombres que vienen de
guerrear durante un siglo, no hacen sino repetir cuanto han aprendido a
hacer en los campamentos, obrando sobre enemigos ganosos de volver a las
andadas guerreras.
Eso no es del todo cierto. Porque en materia penitenciaria, Venezuela
pudo haberse quedado en muchos aspectos anclada en el siglo XWI, pero
ni eso dejó de preocupar a las conciencias venezolanas, ni estuvieron ausen-
tes los intentos de reforma. Bajo Guzmán Blanco se establecen dos tipos de
presidios, el cerrado y el novedosísimo npresidio abiertor.
Como junto a esto se fundan escuelas de primeras letras y de oficios en
los penales, se nota ya alguna idea de rehabilitación y no de simple castigo.
Durante el bienio de Rojas PaúI, se fundaron las casas de corrección cuya mira
era separar los delincuentes primerizos de los incorregibles y más o menos (pro-
fesionalesr. Cuando arranque el siglo )O(, con Castro y después con Gómez,
no sólo se detiene tal tendencia, sino que hay un evidente retroceso.
Para Maquiavelo, es bien sabido, existían dos tipos de crueldad: la
crueldad nbuenar, aquella que se ejerce de vnayez y luego no se practica
más, mientras que la nmalao procede al revés, comenzando con morosidad e
incrementándose al paso del tiempo. Para el florentino se trata de una cues-
tión de eficacia: el más duro castigo se olvida con el tiempo, no así el que no
termina, el que se ejerce día a día, aunque sea mucho más benigno.
Aplicando esos criterios, Gómez no pasa el examen. El suyo comenzó
siendo un régimen benevolente, donde la crueldad, ejercida sobre todo por
subalternos, si no era castigada tampoco se podía decir que fuese estimulada.
Pero cuando ya el régimen se podía considerar consolidado, cuando enfrenta
sus primeras fisuras y luego una conspiración seria, como en l9l3 y I9I8,
MANUEL CABALLERO
79
Definir a la de Gómez como nla dictadura del petróleo, serviría tan poco
para explicar su esencia como referirse a algunos de los regímenes posteriores
como ula democracia del petróleoo. Conviene entonces disipar una serie de
equívocos al respecto, refiriéndose al tiempo de ambos -dictadura y petróleo
-a su relación entre ellos y con la sociedad donde actúan.
En cuanto a lo primero, es cierto que en 1914, al estallar el pozo
Zumaque (Jno, se descubre el petróleo que preña las entrañas venezolanas;
que, en l9l7 comienzan a llegar las inversiones extranjeras, anglo-holande-
sas primero, norteamericanas después; que en 1922, con el reventón de Los
Barrosos, se constata su enorme potencial.
Pero se encuentra con una dictadura consolidada, en cuya implan-
tación no han tenido las compañías aceiteras una fuerza determinante asf
hubiese la intención.
En esa implantación han jugado diversos factores, la mayoría inter-
nos, y por lo menos uno externo, pero ninguno ligado a la industria Petro-
lera. El primero ha sido la aceptación, unánime por el país en 1908, de
lo que no pocos ingenuos creyeron, en el peor de los casos, una dictadura
comisoria ejercida por quien, en la batalla de Ciudad Bolívar, parecía haber
ahogado lo que la prosa ramplona de la época llamaba nla hidra de la gue-
rrar. El segundo fue la política del guante de seda para esconder la mano
de hierro durante el primer quinquenio de su mandato, en el cual Gómez
gobernará con la ayuda de un Consejo de Gobierno en el cual se sentarán
sus antiguos enemigos de la uRevolución Libertadorar' Thes, el estallido de
la Gran Guerra mundial, que cegó a sus enemigos la fuente de la guerra:
nadie le venderá a la oposición venezolana las armas que ellos solicitan para
enfrentar Ia tiranía.
82 HISTORIA DE LOS VEilEZOLAI{OS EN EL SIGLO XX
CIPAYOS Y PATRIOTAS
LA RIQUEZA FACIL
Hay que decir además dos cosas en esa relación. Una es que todo lo
que concierne a la explotación petrolera, el país lo desconoce: es como si
todo eso sucediese en fuia. La otra es a la vez causa y consecuencia de esa
ignorancia: en una economía liberal ortodoxa, la riqueza adquirida por el
país no ha npermeadoo hacia abajo, y un gobierno rico no significa sociedad
próspera; eso se producirá sólo a partir de los años cuarenta.
Así, la riqueza petrolera significará para el país bajo el gomecismo dos
cosas: la primera es la obtención del sustento soñado por todos los gobiernos.
La segunda, el desarrollo impetuoso de la corrupción administrativa.
En cuanto a lo primero, desde mucho antes de Gómez, se buscaba una
fuente de riquezas a salvo de la política, capaz de poner al Estado en situa-
ción de actuar con independencia de los partidos. ¿De dónde podía venir
ese dinero a llenar las arcas del Estado; al punto de ponerlo por encima de
los partidos, de la política, de la sociedad?
Tenía que ser del extranjero, porque en el pals no lo había. Para atraer
ese capital, desde muy temprano se pensó en el subsuelo. La llamada men-
talidad <rentista) del venezolano no proviene del largo acostumbramiento
al maná petrolero, sino que la precede. Mucho antes de pensar en petróleo,
cuando se ignoraba incluso la importancia industrial del hidrocarburo, ya
se hablaba, con tono de apostado¡ del noro de Guayanar, de las oriquezas
naturaleso de Venezuela.
Ellas nos resolverían todo, porque Venezuela era un país uricoo. ¿Lo
era Venezuela, o sólo una parte muy pequeña de ella? Aquí viene la segunda
de las cuestiones arriba planteadas. Es la siguiente preocupación de Gómez,
par€1acon la búsqueda de esa fuente uapolíticao de financiamiento: la de su
base de sustentación política. Al aparece¡ con el petróleo, se combinaron la
natural avidezde los candidatos al disfrute de esa riqueza, la aceptación del
hábito de Gómez de comprar lealtades con dinero contante y sonante y una
estructura administrativa que, sobre todo por su inexistencia, en particular
en materia petrolera, favorecía y casi imponía una corrupción galopante.
Para comenzar por esto, basta con referirse a un hecho, que tuvo
lugar cuando apenas el gobierno de Gómez comenzaba a darse cuenta de
la importancia del petróleo, después de que Pedro Emilio Coll anunciara
con entusiasmo en 1913 que los recursos petroleros habían dejado de ser
un tesoro escondido en las entrañas para aforar a la superficie: en 1914,
el coronel uVicentico, Gómez Bello y al año siguiente Carlos Delfino fue-
ron nombrados miembros de la Comisión Permanente de Fomento de la
Cámarade Diputados.
Sus únicos méritos para llegar allí, como decía de Colmenares Pache-
co la acre pluma de Rufino Blanco Fombona, provenían de la bragueta de
Juan Vicente Gómez. Pero eso no es lo más importante, sino que el hijo y el
yerno del drano tenían así la oportunidad de emplear la mejor información
posible sobre el desarrollo de la industria minera, para beneficio personal,
pues ambos hablan bailado todos los ritmos conocidos en la ndanza de las
concesionesr, y donde entre intrigas y corruptelas ellos se situaban en la pri-
mera fila de los familiares del tirano, junto con el ngeneral Juancho, Gómez
y Julio Méndez, otro yerno del dictador.
La información recabada allí por esos dos era usada para beneficio
personal, pero un observador imparcial sostiene que eso derivaba en ventaja
para el país entero, al estar ligado el desarrollo y la supervisión de la indus-
tria minera a las ganancias personales de la familia Gómez, u...asegurando
así que Ia cabeza del país estuviese informada íntimamente de los progresos
de la industria petrolerar. A partir de 1923, se pasa de la información a la
implicación personal del dictador. En ese año, Gómez, quien hasta entonces
había permanecido al margen de los negocios petroleros, entró en liza nen
una forma dramática y perniciosar. Lo cual se unió al uso creciente que él
hacía de las concesiones petroleras para asegurarse lealtades políticas y para
premiar a los más fieles funcionarios de su gobierno.
Hay algo mucho peor, porque revela las formas que tomaba la rela-
ción entre petróleo y corrupción. Mc Beth cita el caso de Rafael A. Hermo-
so, quien en 1924 ofreció aGómez el 70 por ciento de los beneficios netos
que obtuviese sobre el valor (cien mil bolívares) de sus tierras, al transferir
las concesiones que iba a adquirir en el Zulia. Como él esperaba recibir por
esa transferencia entre millón y millón y medio de bolívares, la ganancia de
Gómez sería según el caso de728.000 y 1.092.000 bolívares.
Aunque el autor precisa que no se tiene noticia de que la transacción se
haya llevado a cabo, la existencia ya cítada en el Archivo Histórico de Mira-
flores de cartas con proposiciones parecidas, sin ninguna sanción contra lo
que un gobernante honesto consideraría un insulto si no un delito, indican
que no se consideraban inmorales y por lo tanto inaceptables.
Después de Gómez y los Gómez, venía la larga teoría de los fieles que
recibían concesiones y las revendían de una vez a las compañías, haciéndose
una bella fortuna si mover un dedo. Pero esto es sólo un aspecto de la cues-
tión, aunque debería haber sido el más importante.
IVIANUEL CABALLERO
que lo sitúa en primera fila entre los más densos y más brillantes expositores
de las doctrinas del positivismo comtiano y el organicismo de Spencer.
Sus ideas históricas, sociales y políticas siguen la línea que partiendo de
esos dos maestros del positivismo, pasando por Georges Sorel, desemboca en
la exaltación del jefe y entronca, un poco auant la lettre, con el fascismo ita-
liano. Su apasionada militancia a favor del régimen de Juan Vicente Gómez,
expresada en el cotidiano El nueuo diario del cual fue director, hacen que las
grandes líneas de su propia filosofía de la historia, hayan sido consideradas
la filosofia política del gomecismo.
Ello sale alaluz al estudiar los factores del proceso histórico en su
pensamiento. Asigna al medio geográfico una infuencia determinante. Des-
pués vienen, en orden decreciente, el medio social y el cultural; sin olvidar
el valor que concede al npueblo de muertos, de Gustave Le Bon, a la tradi-
ción, en este proceso; y, por último, a la violencia guerrera como elemento
de progreso socid universal.
Esos factores se integran dentro de una dinámica precisa: la de la
sociedad venezolana, y contribuyen a su estructura presente; partiendo de
una guerra de Independencia, que es ante todo una conmoción social, una
invasión de nuestros ubárbarosr.
Con tal origen, nuestra turbulenta democracia da origen al Estado
autoritario, personificado en el César. Vallenilla estudia además, para asenrar
sus conclusiones, el papel de las ideas, de las élites, del pueblo y del héroe
en la formación de la sociedad, de la nación y del Estado.
Es posible seguir el pensamiento de Vallenilla Lanz, de toda su obra,
en diarios y revistas. Sin embargo, euien ha tenido como él ocasión de reco-
ger en volumen sus artículos y conferencias dispersos, y se ha contentado
con que su obra fundamental se reduzca a tres libros (Cesarismo demorático,
Disgregación e integración y Críticas de sinceridad I exactitud) esrá recono-
ciéndolos como sus solos hijos legítimos. Sus descendientes, con iguales o
mejores oportunidades de publicación, se limitaron a permitir la reimpresión
(bastante descuidada, sea dicho de paso) de esas tres obras.
Es posible catalogar a Vallenilla como un determinista. En los pueblos
situados en las primeras etapas de su desarrollo, esa presión, esa infuencia, es
absoluta y predomina sobre cualquier otra. La realidad, el ambiente social,
es otra de las imposiciones, de las determinaciones del medio. Sometida a
la intensa presión de determinismos absolutos, la nflaca voluntad humanao
nada cuenta en la historia.
MANUEL CABALLERO 9L
por encima de nla faca voluntad humanar. Pero el héroe, el dictador, puede
amasar a su antojo la psicología de un pueblo formado bajo la presión de
aquellas determinaciones.
Una de dos entonces: o aquellas determinaciones del medio no lo son
tanto que una nvoluntad humanao, no ran flaca como la de Vallenilla pero
humana al fin, puede conrenerlas y contrariarlas; o el héroe vallenilliano
es un demiurgo, y ¿adónde va a parar enronces su llamado a nhumanizarlo
para engrandecerloo que propone al hablar del Libertador? O, tercera posi-
bilidad, el héroe, el César recibe esa fuerza de otra más poderosa, no huma-
na, divina, en una palabra, y entonces, ¿adónde va a dar el librepensador, el
positivista, el científico que no acepta, en ranto tal, sino hechos susceptibles
de comprobación experimenral?
Pese a su aparenre dinamismo, la concepción de la sociedad en Valle-
nilla es más bien estática, se desarrolla en clrculos cerrados. En el binomio
caos oclocrático-tiranla unipersonal se resolvería, en corsi e ricorsi, la historia
humana, o Ia nuestra.
Rota la cáscara del huevo colonial, sólo hemos conocido la anarquía
de la Independencia que desemboca en Páez; la anarquía de la Federación
domeñada por Guzmán; el relajamiento liberalisra encorsetado por Gómez.
Aceptémoslo. Pero, ese movimiento pendular, ¿no tiene fin? ¿Se produce pese
a todas las transformaciones estructurales que puedan cambiar la psicología
o la historia misma de un pueblo? ¿Terminará acaso con nuesrra integración
nacional? De ser así ya debla haber terminado para su época pues ya enron-
ces postulaba nla existencia de una nación venezolanar.
Ese racismo rechazado en el sentido horizontal, ¿no lo practica en el
vertical? Ese desprecio por el pueblo, esa desconfianza en la posibilidad de su
elevación intelectual y moral, ¿no es el viejo refejo de casta, el incontenido
orgullo de la aristocracia que ejerció la imperiosa <riranía domésticar?
Vallenilla se declara a cada paso paftidario del método científico, y
enemigo ude las improvisaciones de todo géneror. Sin embargo, nadie más
que él exalta la improvisación en el terreno de la ciencia política. La cien-
cia del general Gómez, <que es la de saber gobernaro, no la adquirió en los
libros, ni siquiera en la reflexión sobre los hechos: la trajo consigo, por reve-
lación o ciencia infusa.
Esa adoración del irracionalismo, en cualquier rerreno que sea, es
indigna de un científico y hasta puede descalificarlo como tal. En el labora-
torio del sabio Vallenilla, la razóny la irracionalidad forman un matrimonio
de amor y, seguro, de conveniencia.
HISTORIA DE LOS VENEZOLANOS EN EL SIGLO XX
Last but not bast,laviolencia que Vallenilla exalta como factor de pro-
greso es la más infecunda de las violencias. Porque nada tiene que hacer con
el progreso la exaltación de la violencia per Jr. Y menos cuando, en el caso
de la guerra, los valores morales que él jubila al verlos dominar la sociedad,
son elementos de una rancia y momificada moral de clase: el patriotismo,
la obedienci a ciega a la jerarquía, la disciplina, los militares.
Hay que insistir en que las ideas expuestas por Vallenilla, sobre todo en
Cesarismo democrático,encontraban mucho más eco del que se suele admitir'
Hoy nadie discute su afirmación según la cual la guerra de Independencia
fue una guerra civil: basta no sólo ver la documentación que los archivos
han ido mostrando para ver que era cierto en el plano humano.
Pero no sólo eso, sino que las masas primitivas que se fueron tras el
caballo de Boves o el caballo dePáez luchaban mucho menos por consignas
abstractas como la República o la Monarquía que Por un instinto de iguala-
ción social, y de búsqueda del botín, o de venganza individual o social.
¿VALLENILLA MARXISTA?
Hay dos ideas del libro de vallenilla copiadas casi al pie de la letra
por los marxistas: una es la guerra de independencia como m" .orr..,r.n-
cia de las tensiones sociales acumuladas hasta llegar al estallido por el rfgido
sistema de castas de la Colonia. Estallido que en Venezuela fue en exrremo
sangriento, al punto de eliminar flsicamente a la toralidad de la clase domi-
nante. La segunda es que las revoluciones son fenómenos naturales, como
puede serlo un terremoto o una tormenta.
Por último, se riene tendencia a pensar que eran positivistas sólo los
intelectuales que apoyaron a Gómez. Eso no es cierto: con excepción de los
muy contados pensadores cristianos (Caracciolo Parra [rón, Mario Brice-
ño Iragorry Renato Esteva Rlos), todos los intelectuales venezolanos de la
época eran positivistas.
Al bautizar a Doña Bárbara como su mayor novela, Gallegos desposa-
ba la tesis positivista de la lucha entre la civilización y la barbarié. pocaterra,
al hablar de la ndecadenciar, estaba aceptando que Gómez, como pensaba
Vallenilla, era un César, pero de la decadencia.
96 HISTOFIA DE LOS VENEZOLANOS EN EI SIGLO )O(
cRoNolocfn: rgog-tgze
123 hombres toma por asalto San Fernando de Atabapo, capital del
Territorio Federal Amazonas, que entonces se hallaba en manos de
Tomás Funes, a quien hace prisionero y lo somete a un Consejo de
Guerra que decide ejecutarlo.
3l de marzo: los estudiantes de la Escuela de Medicina protestan
para exigir la restitución del medio pasaje estudiantil negado por Ia
Compañía de Thanvías de Caracas. Como saldo de esta manifesta-
ción resultaron presos setenta y cuatro estudiantes.
MANUEL CABAII-ERO
les que serán, entre otras cosas, los fundadores del poder civil en Venezuela:
antes de ellos, sólo habían existido pálidos retoños mostrándose indecisos
bajo la tutela militar.
Quieren verse como ciudadanos y creadores de ciudadanía. A su acción
se deberá en primer lugar la extensión del voto y sobre todo, la fundación
de los partidos políticos modernos, y de las demás formas de participación
popular. Serán así los verdaderos fundadores de la democracia representati-
va, y los creadores de la sociedad civil en Venezuela.
La política sólo puede emerger cuando se parte del abandono de una
actitud que viene de las guerras de religión, y que se resume en Ia negativa a
reconocer la existencia del adversario. Sólo cuando se abandona aquella actitud
se ingresa a la política, que es mucho m:is que ingresar a la democracia.
Todo lo anterior se puede sintetizar diciendo que en 1928 se produce
el ingreso de Venezuela a la modernidad. No hay que ver en los estudiantes
del 28 apenas los protagonistas de una protesta contra la tiranía. En verdad,
en las aulas universitarias siempre había habido malquerencia sino resistencia
a la dictadura; muchas veces, más por desprecio de la uhorda andina, que
por amor a la democracia.
Cuando los jóvenes rebeldes del 28 sean lanzados al exilio, inician lo que
puede llamarse su ofensiva teórica. Algunos de los exiliados más políticos
de esa generación, infuidos por voraces lecturas, la mayor parte marxistas, y
encandilados aún por la Revolución Mexicana y la figura de Zapata, ponen
sobre el papel su propio nPlan>.
Será el Plan de Barranquilla, suscrito en marzo de 1931 por quienes
con ese acto, están dando aluz a la Agrupación Revolucionaria de Izquierda
(ARDD, el más lejano ancestro de Acción Democrática. No es un simple
programa político, sino también el primer ensayo venezolano basado en el
materialismo histórico, que los marxistas repetirán desde entonces casi sin
modificación, aún entre historiadores profesionales.
Si bien se diferencia de ellos en el fondo, la formade este nPlano podría
asimilarlo a uno cualquiera de esos documentos que preceden y justifican la
invasión del territorio por una nrevoluciónr. Se habla allí de nperíodo pre-
constitucionalr, de nproblemas políticos, sociales y económicos que pondrá
a la orden del día la revoluciónr. Da la impresión de que este último térmi-
no lo toman en su tradicional significación venezolana de sustitución de un
gobierno por la fuerza de las armas. Pero ni el propio análisis del nPlanr, ni
del contexto político en que se mueven sus autores, del momento y de las
perspectivas inmediatas, nos hablan de que sus redactores estuviesen prepa-
rando algún movimiento de ese tipo.
El manifiesto consta de dos partes: la primera, el análisis materialista
histórico; la segunda el programa de gobierno. En la primera parte se emplea
un lenguaje marxista. No se tiene temor de hablar una jerga que hoy nos
es harto familiar.
tt2
Se alude a las n...condiciones objetivas que para poner a la orden del día
la insurrección exigen los [sic] de la más rigurosa dialéctica materialistao.
El análisis general tiene ese tono, pero cuando se llega a la parte con-
creta, al programa de gobierno, hay un vuelco: se trata de un programa
bastante moderado. Es cierto que los autores del nPlan, advierten que ese
es un programa mínimo. Pero por ninguna parte, ni entonces ni después,
apareció el programa m¿íximo.
¿Cómo explicar esta diferencia? Porque no se trata sólo de una diferen-
cia de concepción, sino también de estilo. Este es el programa que va a ser
agitado ante las (grandes masas). Pero, ¿y el resto del plan, con su lenguaje
peculiar y sus análisis marxistas, no lo iba a conocer el pueblo? ¿Y no podría
darse cuenta de la diferencia? Aqul hay una explicación posible: la idea de la
existencia de dos políticas, una para la élite y otra para la masa.
Al mismo tiempo que aquellos jóvenes escriben en Barranquilla su uPlano,
otros, junto con compañeros más jóvenes, intentan distribuir en Caracas el
primer manifiesto de la Sección Venezolana de la Internacional Comunista.
Fue, como aquel uPlanu, redactado en Colombia por el secretario
general del Partido Comunista (PC) colombiano en colaboración con algu-
nos emigrados venezolanos. Fue traído a Venezuela por Joseph Kornfeder,
un delegado de la Internacional que más tarde reveló ser él mismo un agen-
te doble del FBI. Los jóvenes que se reunieron para discutir y distribuir el
manifiesto, fueron detenidos por la policía, mientras que Kornfeder fue
rescatado por su Embajada y expulsado del país.
Pese al apoyo de la Internacional, este manifiesto fue mucho menos sig-
nificativo, que su coetáneo Plan de Barranquilla. Su redacción estaba marcada
por el sectarismo del llamado (tercer períodoo de la Internacional Comunista.
Por tal, hablaba un lenguaje estereotipado más incomprensible aún que el
de los nbarranquillerosn y en el largo plazo, sus frutos fueron mucho menos
exitosos: el PC nunca llegó a ser un partido de masas.
En verdad, ambos documentos parecían estar destinados a lo que Marx
llamó algunavez nla crítica demoledora de los ratonesr.
El Plan de Barranquilla no hubiese pasado de ser un divertimento
intelectual de un ínfimo puñado de exiliados dispersos y aislados de su pals
de origen si luego de la muerte de Gómez, y con la intención de desacredi-
tar a los grupos de jóvenes que le hacían oposición, el nuevo gobierno no
lo hubiese hecho publicar para demostrar el ncomunismoo esencial de sus
I\¡ANUEL CABALLERO rr3
UN MAQUIAVELISMO INGENUO
hombres que, por primera vez en muchísimos años, osan pensar en términos
de lustros y décadas antes que de días y semanas. Y esa ularga paciencia, es
tanto más meritoria cuanto que hay que medirla en términos venezolanos, o
sea de hombres cuya esperanza de vida no era muy larga por aquel enronces.
Desde el mismo año de l92B corrían esperanzados rumores sobre la salud de
Juan Vicente Gómez: nadie parecía pensar que el viejo tirano fuese a alargar
su vida offos siete años. Organización, estudio, homogeneidad, pero también
(grupo de combate, ¿Qué formas va a tomar ese ucombater?
Betancourt intuye que un dirigente político no puede quedarse en
las teorizaciones puertas adentro, en la prédicapara iniciados, sino que tie-
ne que nhacerse la manor. Y eso sólo se logra con el trabajo diario en una
organización de masas. Es por eso que a falta de mejor escogerá ese partido
donde se agrupan gentes hacia las cuales ha mostrado siempre reticencia: el
partido de los comunistas de Costa Rica.
Pero por supuesto, junto a aquella de la cohesión de su grupo, la pre-
ocupación fundamental de Betancourt es la de ir creando también, en el
interior de la Venezuela gomecista, las bases para la formación del partido.
Preocupación más angustiosa cuanto que sus rivales comunistas daban
la impresión de haber obtenido algunos pequeños éxitos, sea en la forma-
ción de organizaciones clandestinas en el interior, sea en la publicación de
algunos periódicos. Como es normal entre desterrados, existe deferencia
y admiración por quienes (en el vientre del monstruo) están arriesgando
libertad y vida. Eso se deja ver en algunas cartas que le envían Luis Villal-
ba Villalba y al parecer hasta el mismo Joaquín Gabaldón Márquez, quien
acaba de salir de la Thes Torres de Barquisimeto y anda cuidándose de la
vigilancia policial.
Thmbién, en carta a Valmore Rodríguez, Betancourt dice haber traba-
jado mucho por conectarse con Venezuela. En lo que va constituirse en una
de las obsesiones de su vida, esos esfuerzos están encaminados a n...neutralizar
la campaña zurdista de las vestaleso.
Por último, hay que decir algunas cosas en relación con algo que si
bien nunca expresado en esos términos está presente en toda la correspon-
dencia de este y los años posteriores: la formación de un liderazgo.
Lo que será, andando el tiempo, todo un estilo político -el famoso
usectarismo adeco> tan satanizado por sus enemigos- ya comienza mostrarlo
Betancourt en esos años.
tm HISTORIA DE LOS VENEZOIANOS EN EL SIGLO N
por supuesto, disgusta a los gomecistas npuros y durosr. Por tal, el nuevo
Jefe del Estado se vio constreñido a tomar medidas muy rápidas y serias para
yugular en el seno del ejército la conspiración de esos oultrasr.
Una bala de origen todavía desconocido le libra de un dolor de cabe-
za: Eustoquio Gómez, su cabeza visible, es asesinado en una oficina de la
Gobernación de Caracas. Así, durante un buen tiempo, el nuevo Presiden-
te no parece avistar peligros de ese lado: el gomecismo miís recalcitrante ha
muerto con su padre. Pero Venezuela deberá esperar aún varias semanas para
poder anunciar la muerte de la dictadura, y no sólo del dictador.
Porque aquella conjura palaciega no era el único problema del nuevo
Presidente. Apenas se supo la muerte del tirano, se comenzaron a saquear
las casas de sus acólitos más notorios. La anarquíaparecía así a punto de
desatarse, como para dar argumentos a quienes se resistían a afojar el corsé
dictatorial, porque de hacerlo, se decía, era inevitable el regreso al viejo país
de las guerras civiles.
Al mismo tiempo, seguían retornando los exiliados. Los viejos capitos-
tes del antigomecismo liberal y conservador no representaban mayor peligro.
Nadie los entendía: ni siquiera se les oía.
En cambio, el segmento más joven de la emigración mostraba la exis-
tencia de un nuevo país y de una nueva manera de hacer política.
Entre los emigrados hay algunos jóvenes, en su mayoría nveintio-
cherosr, contaminados ahora con las nuevas teorías sociales, el comunis-
mo y el socialismo. Vienen con un vocabulario nuevo y atractivo: prole-
tariado, sindicato, antiimperialismo; sobre todo con el más aborrecido de
los vocablos: partido. Espontáneas reuniones populares han convertido el
centro de la ciudad ,la plaza Bolívar, en un ágora vecina de la Universidad
Central. Thmbién la prensa comienza a estrenar una libertad otorgada, si
no garantizada a plenitud.
Los dos pilares sobre los cuales se asienta la frágrly recién nacida demo-
cracia son la universidad y La prensa. Los estudiantes no son una amenaza
demasiado temible: para el gobierno es más sencillo controlarlos, pues no
son demasiado numerosos y se les puede contener en sus aulas. Pero la prensa
es otra cosa. Sus palabras llegan más lejos; y tanto más si se las combina con
el recién nacido periodismo radial. Temiendo un estallido, López suspende
las garantías constitucionales y establece la censura de prensa. La naciente
opinión pública interpreta eso como el comienzo de un retroceso: se decide
entonces convocar a una huelga de prensa y a una manifestación.
MANUEL CABALLEFO r23
EL 14 DE FEBRERO
se muestra, acaso por primera vez, de acuerdo con seParar las cuestiones de
Estado de las de simple gobierno.
fuí, Rómulo Betancourt, en su condición de jefe del mayor partido
opositor, va a participar en el mitin organizado a principios de 1943 para
apoyar el anuncio hecho por el presidente Medina de una nueva política
petrolera. La manifestación buscaba dar la impresión de una férrea unidad
nacional. En ella hablaron desde Lorenzo Fernández (considerado entonces
como de extrema derecha y hasta en lo físico una especie de sosías del opo-
sitor líder católico Rafael Caldera) hasta los comunistas. Excluirse habría
sido un error y Acción Democrática no lo cometió.
Había, además, otnaznna de coincidencias con el gobierno: la polí-
tica internacional. El partido se puso de parte de la coalición antifascista;
tal y como lo había hecho el gobierno. Apenas Medina Angarita es electo,
comienza el alejamiento entre los dos líderes más respetados por el ejército,
el general en Jefe Eleazar López Contreras y el Presidente Constitucional y
Comandante en Jefe, general Isaías Medina Angarita. Laalianza (morga-
náticau con los comunistas era grave, y una comprensible causa de ruptura
para un hombre como López Contreras, por su cerrada formación religiosa
de la conservadora región andina, enemigo mortal del comunismo.
Pero tal vez eso no hubiese bastado para una ruptura abierta si no
fuera porqueLópez Contreras aspiraba a regresar a la Presidencia, una vez
terminado el período de Medina. Para lo cual contaba con una fuerza consi-
derable en el Congreso, donde se hacía la elección. Pero Medina tenía otras
intenciones y apenas López se dio cuenta de ellas, se rompió la alianza. Era
una ruptura política, pero en las Fuerzas Armadas eso significaba otra cosa:
se perdía la unidad de comando. El camino se abría así para cualquier ambi-
ción, cualquier intentona.
Pero la aventura sola no atrae demasiado, y siempre se treta de encontra¡le
una justificación. La corrupción es el tema favorito de toda oposición, porque
ella es inherente al Poder. En este caso, el partido de Rómulo Betancourt había
encontrado un filón particular: la existencia de un peculado uhereditarioo. No
se trataba sólo de cuanto pudiese robar la administración de Medina, (aunque
también), sino de ser su régimen heredero directo del de Gómez, reconocido
por todos como el mayor peculador de la historia venezolana.
Pero a Betancourt y a su partido les preocupaba más (y era el tema
central de sus campañas periodísticas) la forma de elección de los pode-
res públicos. La cual era en extremo antidemocrática: los yarones alfabetos
MANUEL CABALLEFO r29
cRoNolocfa rgeg-rs¿s
UN CUARTELAZO CLASICO
ESA DESCONFIANZA
¿Qué autoridad tenían para guardarle tal secreto al CEN? Por supues-
to que la tenían, en particular Betancourt, y siempre le fue reconocida en el
partido que había fundado. Esa autoridad no siempre esrá en los esrarutos
ni en las decisiones tomadas en los congresos de la organización: los partidos
no son instituciones abstractas, sino organismos vivos. En cuya dirección
y funcionamiento juegan una serie de factores que en el análisis político e
histórico se suelen explicar recurriendo a formulas no siempre muy racio-
nales o científicas.
Pero para tomar una decisión tan seria, una de dos: o actuaron en
todo momento a espaldas del partido, o tenían uun comando, diferente a
la instancia institucional.
En cualquiera de esos casos, la decisión fue menos democrática que
elitesca, menos acorde con las protestas de democratismo de los años cua-
renta que con la idea expresada en los años treinta, según la cual los partidos
van adonde los lleven sus dirigentes.
Aprovechando la ocasión, el neslabón m¿ís débil,, de que hablaba knin, el
18 de octubre de 1945 Betancourt puso a su parrido frente al fait dccomplL
De todas formas, no olvida que el suyo es un parrido de masas, por
vocación o en los hechos. No puede romper el secreto conspirativo, pero rie-
ne que dar alguna seña a sus tropas para que se apresten al combate. Decide
dar, antes del golpe militar, un golpe publicitario. Convoca enronces a un
mitin en el Nuevo Circo de Caracas, el 17 de octubre de 1945, o sea, pocas
horas antes del estallido de la insurrección (aunque esro él no lo supiese: el
golpe estalló sólo por casualidad al día siguiente). Su discurso de esa noche
es una de las piezas más interesanres de su vasto repertorio. Se combinan
allí, la audacia y la prudencia dosificadas con mucha destreza. Buscaba sobre
todo presentar en público sus propios batallones, acaso con la intención de
impresionar a los militares de la conjura.
Con todo, se puede insistir en que, en mareria de consulta y parrici-
pación los conjurados militares extendieron el secreto de la conjura hasta
el extremo límite, y que en ella participó la determinante mayoría de los
mandos medios de las fuerzas armadas.
En cambio, en Acción Democrática funcionó a cabalidad la esrrucrura
piramidal del leninismo. Y funcionó muy bien: la conjura fue descubierta a
través de los militares, no de los civiles. Aquel golpe militar con un compo-
nente civil dio a luz así a una curiosa paradoja: los militares, duchos siempre
en masonerías y juramentaciones, resultaron serlo esta vez mucho menos
r& HISTORIA DE LOS VEIIEZOLAIIOS EiI ELSIGLO XX
discretos. Mientras ellos hicieron partícipes del secreto por lo menos a ciento
cincuenta oficiales de diversa graduación, en cambio entre los conjurados
civiles no se enteraban de ese secreto más de cuatro, acaso seis Personas.
Tiiunfante el golpe, AD fue el grupo mayoritario en Ia nueva junta
gobernante, de cuyos siete miembros, sólo dos eran militares: los mayores
Carlos Delgado Chalbaud y Mario Vargas.
El nuevo gobierno se puso en obra para cumplir sus dos compromi-
sos iniciales: luchar contra el peculado y Promover las elecciones libres. Se
anunció la convocatoria a elecciones para una Asamblea Nacional Consti-
tuyente en un plazo breve.
LO REVOLUCIONARIO
LA (TÚNICA DE NESO¡¡
Por ser el más importante de los partidos políticos tanto por el volu-
men de su electorado, como por ser el primero de ellos en llegar al poder
y por haber protagonizado los más importantes y fructíferos intentos de
modernización del país, AD merece ser analizado en primer lugar.
Para no caer en una descripción estática que no deje muy claros ni
los procesos históricos ni los procesos políticos, se tratará aquí su estudio
desde el ángulo de la movilización popular. Una primera evidencia: AD ha
sido el partido que mayor cantidad de masas ha movilizado en la historia
de la República de Venezuela. Por dos razones al parecer banales. Una, por-
que ha actuado en un país cuya población ha ido creciendo hasta al.canzar
niveles nunca antes conocidos. Otra, por primera yez esa movilización ha
sido susceptible de ser contabilizada por medio de técnicas confiables, en
primer lugar el voto universal.
Esa movilización, como su volumen, provienen de la voluntad de sus
fundadores y dirigentes, no de la atracción que pudiesen haber ejercido en
un momento determinado sus líderes. Es decir: AD se concibió a sí mismo
como un partido y no como una agrupación polltica circunstancial. Yde igual
modo como un partido de masas, antes de llegar a serlo. Adicionalmente tenía
como objetivo la creación de una sociedad capitalista democrático-burguesa
en Venezuela, tal como lo exoresó con toda claridad Betancourt:
aquí un aspecto algo olvidado y que señala ese cordón umbilipal de Betan-
court con el leninismo organizacional: la creación de un diario vocero de
sus proposiciones políticas y lazo entre las instancias verticales y horizon-
tales del partido.
Para decirlo en el lenguaje leninista, un periódico que fuese alavez
un agitador y un organizador colectivo. Si este periódico aparece sólo al
final del período previo a la toma del poder, es porque no iba a hacerlo en
una situación similar al de la aparición de la Isk¡a leniniana, es decir, una
situación en donde al periódico se le perdona, como lo anotaba Gramsci,
cualquier imperfección formal, porque la borra su hazaña fundamental que
es la de aparecer. En casi todos los otros aspectos de la organización de un
partido, la falta de recursos se puede sustituir con imaginación, con sacri-
ficio y con mística. No así un diario, que requiere especialización profesio-
nal, y necesita además para rodar, una cantidad, por pequeña que sea, fija
y determinada de dinero. No sólo si se compara con los periódicos de ho¡
sino también con los periódicos del momento, con Ahora, Últimas Noticias
y El Nacional, el periódico de AD, El País, es bastante menor. Pero cumplía
a cabalidad lo que Betancourt se proponía: ser un punto de referencia dia-
rio, un periódico político y no comercial.
Por último, es en el terreno organizacional donde AD se mostrará con
mayor intransigencia leninista. Cierto, AD no va a adoptar la organización
celular, sino una más cercana a la inventada por la socialdemocracia europea.
Pero hay algo con lo que Betancourt será intransigente: el partido habrá de
ser homogéneo, y esta homogeneidad hace incompatible su existencia con
la tolerancia hacia las tendencias internas.
Talvez no sea muy exagerado decir que éste es el único rasgo leni-
niano que Betancourt jamás abandonará: sólo rechinando los dientes ante
una realidad que se le dificultaba dominar, aceptó hacia el final de su vida
la organización de elecciones primarias, en las cuales por cierto se negó a
votar pese a que todo el mundo sabia cuál era su preferencia.
tl
estaba (maduro) para la democracia, sobre todo porque volvía trizas la vieja
idea liberal según la cual sólo la ilustración capacitaba para ingresar al reino
de lo político. Como complemento a eso, AD va a movilizar y encuadrar
en términos de participación política elemental, a las mujeres y a la juven-
rud. No era la primera vez que la mujer participaba en la acción política, y
hacia ella se abría muy lenta alguna hendija: la reforma electoral de Medina
le daba la posibilidad de votar en las elecciones municipales.
Pero a partir de 1945,le mujer también va a acceder al voto sin cor-
tapisas, y por lo menos en ese terreno, desde entonces será en este país la
igual al hombre. Hay una consecuencia de todo esto y que en lo inmediato
vaafavoreceraAD.
Al contrario de cuanto había sucedido en Europa, y a lo que no se
dejaba de vaticinar aquí mismo, el voto de la mujer reveló no ser por nece-
sidad un voto conservador.
En cuanto a los jóvenes, su acceso al voto al alcanzar la edad militar
va a servir también para que el primer partido hacia el cual se vuelquen en
avasallante mayoría sea AD. Aquí el partido parece tener un relativo éxito
en la búsqueda de un encuadramiento que no fuese sólo electoral. Es cierto
que al decir njóvenes, casi siempre se quiere decir oestudiantesr, y por diver-
sas razones aquí ese encuadramiento cotidiano es más fácil. Pero, como sea,
AD de hecho, llegó a dominar durante ese tiempo una parte sustancial del
movimiento juvenil, y esto fuera del momento electoral.
Por último, AD logra algo que va favorecerle muchísimo en térmi-
nos electorales inmediatos y también a mediano plazo, pero que por otras
razones se va a revelar mortal y acelerará el proceso que condujo al24 de
noviembre. Se trata de la confusión entre democracia y partido, partido y
nación, partido y estado.
Sea como recompensa a quienes le han concedido el voto; por igno-
rancia de los mecanismos de la sociedad democrática, o por simple falta de
ejercicio político, el recién estrenado electorado tiende a confundir la demo-
cracia con el partido democrático.
Por su parte, al sentirse así inflado con los votos del 80 por ciento
de los electores venezolanos, el partido tendía a confundirse con la nación
entera. Si bien se respetaba lo que además se había inaugurado, la represen-
tación proporcional de las minorlas, en la mente del militante común, pero
también a menudo en la de sus dirigentes, todo ataque contra el partido se
recibía como un ataque contra la democracia. Por supuesto, la confusión
N,4ANUEL CABALLERO
LJs
entre Partido y Estado era también casi automática, en un pals donde ya el
Estado era el primer empleador.
Todo eso va a favorecer aAD desde el punro de vista electoral, pero va
a serlemortal desde el punro de vista político. Porque de la trinidad Partido-
Nación-Estado, era muy fácil decir, por mucho que fuese sólo propaganda,
que el único Dios verdadero era el Partido.
Lo cud repugnala lógica política, porque en ese caso ese Dios carecía
a
de su principal atributo: el poder real que dan las armas. EI24 de noviembre
de l94B se demostró que ese supuesto Dios desarmado fracasaría como los
profetas desarmados de Maquiavelo.
Iil
fl
la escena política venezolana. Pero que, fuera de sus límites, quien quiera
existir sólo podrla hacerlo comiéndose a uno de los dos panidos dominan-
tes; así como el Labour Party se tragó en Inglaterra al antiguo parrido \lhig
o Liberal; así como la propia Democracia Cristiana se tragó en varias partes
al antiguo partido conservador.
A partir de allí se explica la reticencia del recién Partido Socialcris-
tiano Copei ante el golpe del 24 de noviembre de 1948, el cual además en
cierto modo le viene al interior del partido como una bendición: los restos
del viejo conservatismo para nada enemigo de la dictadura se van con el
nuevo gobierno; y Caldera permanece esperando su momento, primero en
un prudente wait and see, luego en la oposición a partir de 1952.
A fines de la dictadura, la oposición de Copei es tan clara que no sólo
acepta una alianza con AD la cual, como decimos, nunca ha abandonado del
todo, sino que hasta consiente en una unión así sea efimera y reticente con
quien no es tanto su enemigo histórico (ése es Acción Democrática), sino
su enemigo mortal (como lo es la enseñanza pauliniana el pecado contra el
esplritu): el Partido Comunista.
La alianza que se firmará en 1958 en la casa de Caldera llamada por
esta razón nPacto de Punto Fijor, será, desde el mismo momenro, más que
un ménage d trois que la moral cristiana repudia, un matrimonio de amor y
de conveniencia entre Copei y Acción Democrática.
Caldera y los suyos han comprendido que nada se parece tanto al
poder como el poder mismo. En los próximos años, por si le hiciera falta,
va a tener ante los ojos, más que el ejemplo de las democracias cristianas de
Alemania, Italia y Chile, el de la sinuosa, lenta pero audaz táctica que llevó
a gobernar a \7illy Brandt y la socialdemocracia alemana: el acercamiento
al poder no desde afuera, sino desde adentro, aliándose con su enemigo his-
tórico, la Democracia Cristiana.
Allá, eso se llamó Die Grosse-Koalition. Pero Caldera no necesira
andarse quebrando la cabeza con un diccionario de alemán. Si se quiere ir
muy atrás, a su joven discípulo Luis Herrera Campins le gusta mucho recor-
dar que, dePáez en adelante, casi todos los nuevos gobiernos venezolanos
han salido del seno del antiguo: Alcántara, Rojas PaúI, Gómez, Medina.
Y si no se quiere ir tan lejos, allí está el ejemplo de otra coalición exirosa,
en términos de crecimiento vertiginoso de las cifras del partido: la alianza
Betancourt-Pérez Jiménez en 1945.
162 HISÍORI,A DE LOS VENE:ZOLAI{OS EI{ EL SIGLO N
Pero otra cosa han comprendido también Caldera y su gente; hoy por
hoy nadie hace política desde su oficina, por mucho que ella sea ministe-
rial. Al electorado se le gana no en cada elección, sino entre ellas. Y la úni-
ca manera de hacerlo, paciente, a diario y con frutos, es construyendo una
maquinaria, lo mismo que hizo Betancourt desde 1941. Eso lo llevó, por
derecho propio, a la Presidencia en 1958. Diez años más tarde le tocará el
turno a Caldera.
t¡l
LA IMPOSIBLE IZOUIERDA
tl
Es así como mucha gente que se queda adentro aborrece que la consi-
deren derechista como los propios Betancourt y Leoni durante mucho tiempo
consideraron un insulto que se les creyese reformistas. De modo que, para
designar al nuevo fenómeno, será ese partido el que más se exprimirá los sesos
para emplear circunloquios: la nmal llamada izquierdar; la nautodesignada
izquierdar; se llegó incluso a inventar un eslogan que no tuvo demasiados
adeptos: o¡izquierda blanca, sí; derecha roja, no!,
Todos esos cuidados se terminaron con el aplastante triunfo de Carlos
Andrés Pérez en 1973: el baño de multitud volvió, como en 1945, a curar
a los adecos de sus complejos.
Los copeyanos, por su parte, se tomaron el asunto ntranquilos y sin
nervios, auant k lettre.Ellos sentían que su espacio político no lo molestaba
ni lo cubría siquiera en parte aquel fenómeno, y nunca se anduvieron con
demasiados cuidados para llamar a la izquierda por su nombre.
Thmbién porque intuían que, como se verá al final, la autodefini-
ción en esa forma era demasiado cómoda, y era una trampa que quienes la
empleaban se empeñaban en fabricar y pisar con una consecuencia digna
de mejor causa.
En 1973,luego de que la izquierda sufriera una hecatombe electoral
de la cual sólo el Movimiento al Socialismo (MAS) pudo sacar a duras penas
la cabeza, este partido se dio cuenta de la trampa en que se encontraba pata-
leando y emitió una declaración (nNos negamos a dividir al país en izquierdas
y derechasr), Que a muchos sonó entonces provocadora y señal indefectible
de que ese partido se disponía a pasarse con armas y bagages aI enemigo.
Este proceso de intenciones continuó durante un buen tiempo, hacien-
do que el MAS no siguiese una línea continua en relación con Ia política
que aquella declaración parecla proponer. Cierto, habrla quepregunrarse si
en política es posible seguir alguna vez esa línea continua, pero ése no es el
problema: es que se han unido factores de diversa índole que han hecho que
el MAS deba proceder en ese terreno mediante marchas y contramarchas.
Apane del proceso de intenciones (unido al mágico retintín que tienen
en ciertos sectores la formula de unidad como la misma palabra izquierda),
una serie de partidos se han aferrado d Érmino sabedores de los refejos que
podría despertar en electores que vienen de una larga tradición de radicalis-
mo, y en revolucionarios a quienes molesta que los sitúen a la derecha por
mucho que la acusación sea injusta, y por mucho que buena parte de quie-
nes la hacen no tengan la menor autoridad o credencial para hacerlo. Así,
MANUEL CABALLEBO 169
ilt
Es bien conocida la frase del ensayista francés Alain según la cual quien
niegue vigencia a los conceptos de derecha e izquierda se hace sospechoso
de derechismo. Esta idea, aún antes de ser expresada, ha inhibido a dema-
siada gente para hacer una disección de la izquierda y el izquierdismo, pues
uno de los más tenaces esnobismos de la latinidad polltica es ser de gauche
(asl, en francés, porque de allá ha venido). En Venezuela, hasta un partido
de dimensiones tales que llegó en cierro momento a ser comparado con el
PRI mexicano (a saber Acción Democrática), ha tenido sus momentos de
susto e inhibición frente a ese esnobismo y, en general, muy poca gente se
confiesa derechista en este país.
No tenemos inconveniente en aceprar lo que Alain dice, porque no
sostenemos que los conceptos de derecha e izquierda estén superados: lo
que nos proponemos es demostrar es que el concepto de izquierda no tiene
vigencia.
¿Y no es lo mismo? En absoluto. Porque el conservatismo, el establis-
ltment, el statu quo, o si se prefiere, la derecha, no necesita precisiones ni
definiciones, y poco importa que la ubiquen a la izquierda o a la derecha si
con eso logra disimular que donde en realidad está es arriba.
Pero la idea de que exista una izquierda política es un concepto ideo-
lógico. Es decir, un ocultamiento de Ia realidad, una falsa conciencia. Es
decir, un concepto que no calificaremos de derechista, de conservador o de
reaccionario, porque esos son epítetos de la polémica política y muchas veces
nada más. No: el concepto de una izquierda política es un concepto burgués,
lo cual es una ubicación social, clasista, histórica muy precisa.
Todo lo escrito en las páginas anteriores para rrarar de dar una ubica-
ción histórica a ese concepto, nos lleva a concluir que él nace con el comienzo
de la dominación política de la burguesía, sobre todo la francesa.
r70 HISTORIA DE LOS VENEZOLAIIOS EI{ EL SIGLO XX
EXTRA ECCLESAM...
Fuera de esas opciones, ¿no hubo ninguna otra que, en el siglo )O(,
pudiese comparárseles, hacerles sombra? Son dos cosas diferentes: hacerles
sombra sí, sobre todo en algunas elecciones, comparárseles no. De todo esos
movimientos, el más fuerte y duradero ha sido la Unión Republicana Demo-
crática de Jóvito Villalba. Pero audaz y en ocasiones exitosa en el terreno
táctico, dio siempre la impresión de carecer de estrategia.
Por una parte, fue un partido reactivo, cuya obsesión mayor ha sido
vencer a su rival y en cierto modo gemelo ideológico, AD. Y por la otra,
dependía demasiado del prestigio personal deJóvito Villalba. Y, como parti-
do, falló en la prueba suprema del poder: apenas participó en él como socio
menor de uno de los grandes partidos, su detestado fére ennemi, Acción
Democrática.
LOS MILITARES PASAN LA CUENTA
nimidad del ejército. Ello haría posible presentar como nel gobierno de las
Fuerzas Armadaso al surgido del derrocamiento de Gallegos.
Pero para lograr ese objetivo, era necesario salvar al menos dos obstá-
culos: el primero, la presencia de algunos oficiales leales, a la cabeza de los
cuales estaba Mario Ricardo Vargas, uno de los conspiradores de octubre y
miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno. El otro era el Ministro
de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud.
La pésima salud de Mario Vargas contribuyó a acelerar los aconteci-
mientos: debió irse a los Estados Unidos, buscando mejores aires para sus
pulmones corroídos por la tuberculosis. Apartado así ese obstáculo, era más
fiícil aislar a Delgado Chalbaud, un hombre cuya formación civil (era inge-
niero, asimilado por López Contreras al Ejército) y cuya cultura francesa,
amén de un carácter vacilante, parecían hacerlo poco proclive a encarnar el
clásico ngorila, latinoamericano.
Delgado Chalbaud venció sus propias dudas y de ser el emisario de
Gallegos ante las Fuerzas Armadas, pasó a convertirse en el portavoz de los
golpistas. Fue en todo caso él quien comunicó al Presidente las condiciones
inscritas en el pliego militar: nombrar un gabinete de seis militares y seis
civiles y expulsar a Rómulo Betancourt del territorio nacional.
Gallegos se indignó ante la sola posibilidad de escuchar semejan-
te lenguaje de parte de unas Fuerzas Armadas a las cuales la Constitución
les imponía ser obedientes y no deliberantes. El escritor era un hombre de
principios muy rígidos, no un político que supiera maniobrar, emplear la
mano zurda, lo cual contribuirá a hacerle perder el poder' Pese a vivir en
ese momento un gran distanciamiento de Betancourt, se negó en redondo
a la imposición militar.
Ante lo grave de la situación, Mario Vargas regresó a toda prisa a
Venezuela. Betancourt, por su parte, intentó alguna negociación de última
hora para enderezar las cargas. Confiaba en su celebrada capacidad dialécti-
ca, y en su veteranía política para desconcertar si no envolver a los militares
como lo había hecho en 1945. Creyó poder convencerlos o cuando menos
hacerlos dudar de las posibilidades de triunfo de un golpe.
Les pidió tiempo para tratar de solucionar la crisis y atender de una
forma u otra a las demandas del sector castrense. Según él mismo, allí se
había llegado a un acuerdo.
Pero ya era demasiado tarde: la unidad de comando se había restable-
cido: hasta el propio Mario Vargas se vio obligado a firmar el documento del
t\,,lANUEL CABALLTRO
UN MISMO PROCESO
ra que se inicie proponiendo esto no iba a tener tal vez demasiada audien-
ciaen un país que, con todo, llevaba desde López diez años disfrutando de
un régimen democrático.
El24 de noviembre ya no se tienen esos escrúpulos, pero además, esa
fecha, ligada a la del 18 de octubre, adquiere una significación particular: es
muy difícil (y en todo caso los ejemplos no sobran) que ungobierno militar
no derive hacia una dictadura militar.
¿Por qué ngolpe frfor? Porque pese a las fanfarronadas de los dirigentes
deAD, el partido no movió ni un músculo para defender un régimen que
habían jurado defender hasta la última gota de sangre. No se puede expli-
car esto ateniéndose al muy comprensible instinto de conservación. Plan-
tear eso en términos de miedo o coraje no tiene sentido como no sea el del
miís pedestre primitivismo. Por lo demás Leonardo Ruiz Pineda entre otros
demostró que no era valor ftsico lo que les faltaba. Aqul se trata de un pro-
blema de relación de poder: el partido no era entonces una fuerza suficiente
para servir de equilibrio al ejército.
Durante el Tiienio, los dirigentes de AD se dejaron obnubilar por el
número de sus votantes y el entusiasmo de sus manifestantes; jamás pensa-
ron que, luego de esa borrachera de multitud, el partido fuese a pasar de Ia
noche a la mañana a una situación de persecución y de clandesdnidad.
Pero además, paradójicamente, la gran debilidad de AD residía en
su fuerza avasallante. El volumen de su votación le daba un estatus muy
parecido al partido único, lo que facilitaba que la oposición comparase el
suyo con los regímenes de Europa Oriental y sobre todo, con el ya por ese
entonces largo ejemplo de hegemonismo, el mexicano.
Aparte de esa condición de partido-mamut, que contribuía a darle
una exagerada confianza en sí mismo, el partido estaba solo en el escena-
rio político. Por muy pequeño que fuera el universo exterior a ese partido,
lo único que lo caracterizaba era su fiera oposición a Acción Democrática,
incluso en el caso de un partido que, como Copei, había aceptado el 18 de
octubre. En suma, que la falta de resistencia al24 de noviembre no fue una
cosa de coraje o falta de tal, sino que en todas partes donde existe un parti-
do único civil, tiende a formarse un partido único militar.
Otro problema que parece estar claro ahora es la participación nor-
teamericana en el golpe, tal como lo denunció el propio Gallegos, siendo
desmentido con su vehemencia característica por Domingo Alberto Rangel,
entonces nada antiimoerialista.
MANUEL CABALLERO IT
EL MAGNICIDIO
LOS MILITARES
A lo largo del año 1958 entrarán en acción las tres fuerzas que darán
el tono a la política venezolana durante los cuarenta años siguientes.
Ellos serán en orden de aparición en la escena política y social: las
Fuerzas A¡madas, la calle y los partidos políticos. En 1945, cuando los líderes
militares se acerquen a los civiles, buscarán a los más conocidos, al primer
partido de oposición, para que los acompañen en su pronunciamiento. En
1958, en cambio, cuando intenten algún apoyo civil para enfrentar la tira-
nía, será a los menos conocidos a quienes busquen. Es que ellos tampoco las
tienen todas consigo. Aquí se revela otro rasgo que hará que el año 1958 sea
muy diferente del año 1936.En este último hay un ejército (si bien peque-
ño y todavía bastante inorgánico) agrupado en formación cerrada detrás de
un comando único.
En 1958 la situación es otra: parecíahaber tantos jefes como oficiales
de la misma jerarquía. Esto se va a hacer evidente después del alzamiento
del primero de enero.
Cuando se examinan los testimonios sobre el momento se encuen-
tra mucha gente atribuyéndose la iniciativa de la conspiración y sus más
importantes desarrollos.
Eso no se debe sólo al deseo de uncir sus propios nombres al carro de
la victoria. Es muy posible que sea cierto: en aquel momento todo el mundo
MANUEL CABALLERO r83
perecíaestar consÉirando. Los últimos días del régimen del uhombre fuerte,
Pérez Jiménez no dejan así de parecerse a los del uhombre débil, Ignacio
Andrade sesenta años antes. Pero frente a este último ya había un Cipriano
Castro que se acercaba ala cabeza de sus tachirenses.
Aquí la situación era muy diferente: cuando se afirmaba que el con-
üalmirante \Wolfgang Larrazábal, fue escogido para presidir la nuevaJunta de
Cobierno sólo porque era el oficial de mayor jerarquía; y cuando éste riposta
que fue escogido no por eso sino por sus méritos, es posible que ambas ver-
siones sean ciertas. La situación siendo lo que era, convenía, pafano agregar
un elemento explosivo más, respetar hasta el detalle la jerarquía.
Y por el otro lado, el mayor mérito que alguien podía tener en esa
circunstancia, era su falta de color político, y también militar: un hombre a
quien se había conocido hasta entonces como director del Círculo Militar
(dos veces) y del Instituto Nacional de Deportes , parecía garantizar con eso
que no tendría demasiadas agallas.
Con todo, nadie se llama a engaño: el elemento decisivo de la situa-
ción sigue siendo el Ejército. A sus oficiales viene martillándosele desde
siempre el desprecio por la política -de los políticos- y sobretodo el horror
de los partidos.
Por eso, cuando a una reunión donde acuden BIas Lamberti, Anto-
nio Alamo Bartolomé y Oscar Centeno Lusinchi con el capitán José Luis
Fernández, se presente el joven comunista Héctor Rodríguez Bauza, acude
prevenido de que debe ocultar esto úldmo; que los militares quieren reunirse
ncon los estudiantes, y además con esa Junta Patriótica que ha comenzado
a nombrarse sin que ellos sepan mucho qué cosa sea.
Organismo, además, que acaso tenga para ellos dos condiciones que
la hacen muy simpática: ser una organización nmisteriosa, (como las logias
militares) y un nombre con resonancias proceras.
La situación en los primeros meses de 1958 talvez pueda resumirse
así: en la calle los partidos recuperan sus fuerzas y aceitan sus maquinarias
pero lamen todavía sus profundas heridas y por lo tanto tratan, si no de
pasar inadvertidos, por lo menos de proyectar una imagen de calma y uni-
dad nacional.
Porque en el Ejército la vieja desconfianza está todavía muy viva. Allí
forecerá la campaña anti-partidos (centrada en AD y el PC) del general Jesús
María Castro León, terminada con su exilio el23 de julio de 1958.
184 HISÍORI,A DE LOS VEIIE:ZOLANOS EI{ EL SIGLO XX
LA CALLE
Pero la victoria tiene cien padres. Las conclusiones del comité cen-
tral comunista giraban en rorno a la formación de un frente nacional para
derrocar la dictadura, pero no parecíaesrar en la menre de nadie que aquel
proceso se diese a vuelta de pocos meses y menos aún de semanas. De acuer-
do al testimonio de Guillermo García Ponce en junio propone a Amílcar
Gómez, Fabricio ojeda y José vicente Rangel la constitución de un frente
para luchar por esras simples consignas: ul'. Amplia amnistía para todos
los presos políticos, desterrados y perseguidos; 2". Elecciones mediante el
voto directo, secreto y universal; 3o. Formación de un gobierno resperuoso
de las libertades democráticas>.
La primera consigna era una petición de principios, una declara-
ción humanitariay por tal capaz de reunir la mayor aprobación. pero las
otras dos son proposiciones rácticas que cobran sentido en su secuencia: el
gobierno (respetuoso de las libertades, deberá venir como consecuencia de
las elecciones y Ro, como resultó en 1958, las elecciones como resultado de
la formación de ese gobierno.
Era así, pues, como el Partido comunista veía las cosas en junio de 1957.
En cuanto a los textos de Herrera Campins (uno de 1955, otro de 1957) don-
de habla de 1958 como ufecha clave en nuesrro porvenir de puebloo, puede
leérseles de dos maneras, porque se referían al momento de lo pautado para
la transmisión de mando.
Es decir, que para el entonces joven líder socialcristiano, se trataba
de repetir la haza(ta de 1952. De hecho, en la prime ra página del perio-
diquillo, aparecía la consigna uPor un nuevo 30 de noviembre, contra un
nuevo 2 de diciembreo. Por ningún lado aparecía el anuncio de una insu-
rrección popular.
Porque cuando se refiere a la actitud de la dictadura en 1 958 nsi anres
no esderrocada por lafuerzar, es lícito pensar que se refería como casi todo
el mundo a un golpe militar. Por lo demás, se podía creer que PérezJimé-
nez iría a un proceso amañado, fraudulento, pero similar en lo esencial al de
1952; o que recurriese rambién al expediente de hacerse reelegir por medio
de una reforma constirucional. Pero nadie lo imaginó escogiendo la peor
de todas las formulas: un plebiscito donde combinaban el fraude y la mala
conciencia de no sentirse legitimado si no había la unción de alguna forma
de voto popular.
La desconfianza militar hacia el régimen de partidos; lo sorpresivo
de la reacción popular (y militar) frente a un gobierno de apariencias tan
HISTORI,A DE LOS VENEZOLAIIOS EII EL SFLO )(x
Y mal que bien, con toda su inmensa carga de taras y defectos, el régi-
men de partidos ha permitido a la democracia convertirse, a partir de enero
de 1985, en el período más prolongado de la historia venezolana.
Cuando, en 1983, se celebraron el bicentenario del nacimiento de
Simón Bolívar y \os 25 años del 23 de enero, la retórica que esa sola coin-
cidencia produjo llenaría volúmenes.
Pero mientras en torno a Bolívar se celebraba una fecha, la de su lle-
gadaaeste valle de lágrimas, con el 23 de enero se celebraba menos la fecha
de un suceso que el cuarto de siglo posterior. Porque no era la primera vez
que en Venezuela se derrocaba a un gobierno, ni siquiera a una dictadura.
Thmpoco era la primera vez que se Producía un Proceso de unidad nacional
untado con la salsa del (nunca más>: en 1958 hacía un siglo que' para echar
a un Monagas detestado e instalado a su creer para siempre en la Presiden-
cia, se proclamó la nfusión de los partidos y olvido de lo pasado,. Thmpoco
era como para armar ranto escándalo, en materia de celebraciones: se estaba
derrocando a la tiranía más corta en la historia de Venezuela.
Lo que se celebraba, pues, no era tanto el 23 de eneto como el cuarto
de siglo que le había seguido. Es que la historia del siglo veinte se podría
muy bien dividir en dos grandes bloques temáticos: la Venezuela gomecista,
desde 1900 hasta 1945; y la Venezuela antigomecista, cuya construcción se
inicia en firme el 23 de enero.
Repitámoslo: lo celebrado en 1983 no era Pues tanto el 23 de enero
como cuanto le había seguido. Esa aparente banalidad no lo es en Venezue-
la. Lo que da significación al estallido del23 de enero es el hecho de que
en los próximos cuarenta años se van a suceder en el gobierno paftidos y
personalidades que, aliados o enfrentados, tendrán en común la referencia a
una misma serie de postulados y principios, así como también la aceptación
de esa fecha como el alba de un perlodo de verdad nueYo. Lo anecdótico es
entonces el derrocamiento de PérezJiménez.
De todas formas, el recuerdo de todo lo anterior a esa fecha está de
tal manera presente en nuestra memoria colectiva, que era posible calificar
de nlongevoD a un régimen que a esas alturas no llegaba a los treinta años,
edad que ni para una existencia individual se considera tal.
La calle demostrará su fuerza en 1958 Pero, como veremos ahora, sus
aspiraciones nunca fueron demasiado lejos. Porque hay algo, además, que
llama la atención en todo esto. En todo proceso revolucionario, en toda
insurrección, siempre algún grupo, por pequeño, por marginal que sea,
proclama que es necesario nir más allár.
MANUEL CAMLLERO r97
cRoNoLoGía rg+s-rgse
Seguridad Nacional.
lg54 13 de marzo¡ es asesinado por la seguridad Nacional el dirigente de
Acción Democrática Luis Hurtado Higuera.
22 de octubre: el gobierno de los Estados Unidos otorga Ia Legión
del Mérito a Marcos PérezJiménez.
1955 22 de mayoz muere en su exilio mexicano el escritor y poeta Andrés
Eloy Blanco.
1956 1O y 2O de febrero: tienen lugar Protestas estudianriles de repudio a
la dictadura.
9 de diciembre el director de Ia Seguridad Nacional, Pedro Estrada,
anuncia al país un complot para asesinar aPérezJiménez' Son dete-
nidos Ramón J. Velásquez y Manuel Vcente Magallanes entre otros'
acusados de participar en ese complot.
1957 I de mayo: se da a conocer la Pastoral escrita por el arzobispo de
Caracas Rafael fuias Blanco.
14 de junio: repres€ntantes de los partidos de oposición acuerdan
conformar una Junta Patriótica.
26 de julio: el Congreso Nacional ñiapara el 10 de diciembre Ias
Desde 1959 y hasta finales del siglo, se sucedieron gobernantes civiles electos
en comicios universales y directos, dirigidos por un árbitro imparcial, cuyos
veredictos fueron acatados en forma casi un¿inime por la sociedad venezo-
lana, y no sólo el mundo político. Durante un cuarto de siglo, llegaron a la
Presidencia de la República Rómulo Berancourr, Raúl Leoni, Rafael Caldera,
Carlos Andrés Pérezy Luis Herrera Campins. Los tres primeros fueron fir-
mantes del Pacto de Punto Fijo en 1958, y habían venido actuando en con-
dición dirigente de sus organizaciones desde 1936; los dos últimos pueden
ser considerados representantes típicos de la primera generación de relevo.
En todo caso, con ellos se asiste al ascenso y descenso del régimen
instaurado en 1958 con las elecciones que cerraron un año que se había
inaugurado con el derrocamiento de la que sería la última dictadura del
siglo )O( venezolano.
Si se puede analizar esa etapa en bloque, en vez de hacerlo siguiendo
la forma tradicional de la separación en diversos y sucesivos períodos quin-
quenales; y si se puede considerar esa etapa como la del ascenso es porque
en ese cuarto de siglo se asiste a la aplicación sistemática de las grandes
líneas del proyecto nacional liberal-demo crático hasta el punro de converdr
a Venezuela en un modelo de su cumplimiento, en medio de un continente
plagado de dictaduras, donde sobresalían las del cono Sur por englobar a
los países más grandes y poblados (Brasil y Argentina), que durante mucho
tiempo, con Chile y Urugua¡ habían sido asiento de democracias liberales,
modelo buscado por los demás países del área.
En el modelo venezolano, los aspectos positivos inclinaban una balan-
za favorable. En primer lugar, se trataba de gobiernos surgidos de eleccio-
nes libres, apegados a una constitución que entre otras cosas consagraba la
alternabilidad, la separación de poderes, el acatamiento a la voluntad de la
mayoría, combinado con el respeto de las minorlas.
2M HISTORIA DE LOS VENEZOLA'{OS EN EL SIGLO )O(
A partir de 1959 las Fuerzas Armadas recuperan al menos uno de sus más
importantes atributos, que hablan perdido al producirse la separación enrre
los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita: la unidad
de comando.
En efecto ellas se unifican, si bien esra vez bajo comando civil: en
Ios próximos treinta años, siempre un civil será Comandante en Jefe de las
Fuerzas fumadas. En apariencia, porque en verdad, nunca las Fuerzas fuma-
das Nacionales hablan estado tan divididas. Porque es imposible que no lo
estén: al entrar en contacto cotidiano con la sociedad venezolana, dejarían
de ser seres de nuestra propia galaxia, si no se infectasen con las divisiones
que caracterizan aquella.
Por lo tanto, es también imposible que no haya militares adecos,
copeyanos, incluso masistas y hasta nos atreveríamos a decir comunistas si
no hubiesen sido pulverizados después del nporteñazo> en 1962 (evitándose
así sufrir las readaptaciones de la perestroika). Por lo demás, la Constitu-
ción no prohibe que rengan opinión, incluso política, sino que sobre ella se
imponga la obediencia.
Pero lo que diga la Constitución vale bien poco si no lo respalda una
realidad de poder. El sistema político venezolano extrajo una gran fuerza de
esa división del ejército en fronteras políticas. Lo primero que debe Vene-
zuela a los cuarenta años de democracia transcurridos entre 1958 y 1998
es la democracia misma. Esto podrla sonar tautológico, y por lo ranto se
impone aclarar qué significa esto, si se trara de evitar la sola descripción para
poner el acento en el análisis. Y a la vez, eludir lo casuístico para cenrrarse,
más que en el suceso, en el proceso general.
HISTOFI,A DE IOS VENEZOLANOS EN EL SIGLO N
LA PALABRA r¡DEMOCRAGIAU
Así pues, cuando se habla de democracia no quiere decir esto una suce-
sión de gobiernos democráticos electos en comicios limpios, con Prensa y
asociación libres, equilibrio entre los poderes y todo lo que se asocia con aquel
término. Todo eso es, si bien nada secundario, más consecuencia que causa.
Porque lo b¿ísico es considerar que democracia significa sobre todo conciencia
popular de la propia fwerza. Conciencia y la consiguiente acción para imponer
su voluntad, por los medios que sea' por el voto, por la resistencia pasiva o
por la insurrección popular. Por eso, la importancia que tiene la democracia
inaugurada en Venezuela en 1958 no es el conjunto de sus innegables logros
y realizaciones a lo largo de cuatro décadas, sino su propio origen.
La democracia así de6nida e inaugurada en 1958 no provino de Ia
muerte de un tirano, como en parte sucedió en 1936, ni de la voluntad de
un grupo de militares que echó del poder a otro e invitó luego a un partido
a colaborar en el nuevo gobierno, como en 1945.
Thmpoco fue el producto de un pacto entre las diversas facciones
políticas para regresar a la democracia, pacto después ratificado por el voto
popular, como en España o en Chile; fue el fruto de una verdadera insu-
rrección popular, con mucho de espontánea, que obligó al ejército a inter-
venir para dar la puntilla a un toro derribado por el hierro popular en los
combates de calle del21, 22y 23 de enero de 1958.
Si esto es necesario recordarlo siempre, es porque en la propaganda
satanizadora de los (cuarenta años> transcurridos entre 1958 y 1998, se
oculta con cuidado ese origen; se oculta que en esos dlas se echó, en medio
de la ira primero y luego el júbilo popular, una tiranía inepta y corrompida,
una dictadura militar.
¿Cómo se llegó a eso? Los enfrentamientos de calle que culminaron
con el derrocamiento de la tiranía tuvieron, es cierto, mucho de espontanei-
dad; por lo cual, una óptica ingenua en unos y nada desinteresada en otros'
llevó a pensar que se trataba de un movimiento nacido ex nihilo.
Lo primero, porque, actuando en la m¿is cerrada clandestinidad, perse-
guidos, presos, muertos o exiliados sus dirigente más conocidos, los Partidos
políticos nhistóricos> (que de una forma u otra venfan actuando desde 1936)
daban la impresión de haber desaparecido. De hecho, quienes sdieron a la
luz después del23 de enero de 1958 como sus representantes, unidos en la
llamada Junta Patriótica en cuyo nombre se desataron los combates de calle
eran casi desconocidos.
MANUEL CABALLERO ztl
qué cosa sea una democracia ninformalr, el hecho es que esa democracia no
se había conocido nunca en la historia venezolana.
Esto no pretende desconocer el hecho de que entre 1936 y 1948 se
habían dado diversas formas de esa democracia, unas más restringidas, otras
más abiertas. Pero si bien dieron pasos de avance muy serios en el camino
hacia la democratización de la vida política, seguían practicando una for-
ma de voto restringida, con una elección de tercer grado para la Presidencia
de la República, con aquel padrón electoral que excluía a las mujeres, a los
analfabetas y a los jóvenes en edad militar.
LA COALICÉN
UN MAGNIC¡DIO FRUSTRADO
SEPARARSE DE COPEI
DANDO Y DANDO
UN SÓLO AS EN LA MANO
EL ÚITIMO FUNDADOR
¡ROGKEFELLER NO!
importaciones. Sus metas, que no son originales ni pretenden serlo, son las
de diversificar la economía con el aumento entre otras cosas las exporra-
ciones no-petroleras para depender menos de la renta aceitera, mediante la
ampliación del mercado interregional. Y sobre todo, rratando de invertir la
corriente de exportación-importación, cuyo sentido hacía por tradición tan
vulnerable a la economía venezolana, comenzando por la alimentación.
Eso tendrá incidencia también en las relaciones inrernacionales: allí,
Caldera puede mostrar en su haber decisiones importantes. La primera de
ellas fue la denuncia del Thatado de Reciprocidad Comercial con Estados
Unidos, que regía las relaciones económicas enrre ambos países desde fina-
les de los años treinta.
La propaganda izquierdista lo había denunciado desde el principio
como (rapazr. En verdad, su impacto real en la economía venezolana, así
como en las relaciones económicas de los dos países firmantes fue mucho
más reducido de lo que se pensó en un principio.
Incluso hay quien opine que las ventajas fueron mayores paraVenezue-
Ia, sobre todo con la introducción de la cláusula de nación más favorecida.
Pero más allá de la polémica, la denuncia de ese tratado se había converrido
más que en un elemento de propaganda, en un punto de la agenda nacio-
nal. No sólo porque al paso de los años ese tipo de tratado termina obsoleto,
sino por razones de sensibilidad nacional. En orras palabras, Caldera se dio
cuenta del favorable impacto político de su denuncia.
En éste como en otros terrenos, el gobernante demócrata cristiano
comenzará a arrancarle banderas tradicionales a la izquierda. Pero, por supues-
to, como todo el país, Caldera sabía que lo cenual de la política económica
seguía siendo el petróleo.
EL HORIZONTE DE 1983
CONTRA EL CENTRALISMO
LA DIOSA FORTUNA
Como si eso fuera poco, cuando Carlos Andrés Pérez inicia su primera
presidencia, la diosa Fortuna hizo una primera aparición, llenando los bol-
sillos venezolanos de una manera hasta entonces no sólo desconocida, sino
insospechada: la guerra del Yom Kippur convirtió de la noche a la mañana
a Venezuela en un nuevo rico, el cual no dejó de comporrarse como tal.
La llegada al poder de Carlos Andrés Pérez se producía en un momento
de auge económico producto del mejoramiento de los precios del petróleo,
y tal situación se reflejaba ya en el último presupuesto del gobierno de Cal-
dera. Pérez encargará de su programa de desarrollo económico a Gumer-
sindo Rodríguez, uno de los fundadores del MIR que había regresado a su
antiguo partido y se había convertido en una de los más enrusiasras y acrivos
promotores de la candidatura del ahora Presidente. Al revés de lo que suce-
derá con muchos ex izquierdistas en la Latinoamérica de los años ochenta,
Rodríguez no aplicará un plan de tipo neoliberal (todavía no se pronunciaba
ni siquiera el término). Por el contrario, el suyo será un programa ndemo-
crático burgués, muy cercano de la formulación leninista. Lo que en esre
caso pasaba por el desarrollo de un capitalismo de Estado basado en lo que
se preveía como un ingreso por vía de la comercialización del petróleo en
progresión geométrica. Ese proyecto se plasmó en el V Plan de la Nación,
que fue aprobado en Consejo de Ministros el 2 de mefzo de 1976.
Ñ,lANUEL CABALLERO
ry
Por otra parte, parecía tener claros sus objetivos. Al encargarse del
poder, precisó en una frase que pronto se hizo célebre cuál era' a su juicio, el
problema del país que su gobierno debía resolver en primer lugar: la deuda
externa; urecibo un país hipotecado,,, dijo en su discurso inaugural. Pero no
fue sólo esa frase: los primeros meses de los pasó tratando de desmadejar el
tremendo enredo de esa deuda, revisando su legalidad y su monto red.
Thmpoco era todo frase y cálculo: se trataba de enderezar el entuer-
to, aplicando una serie de ajustes que profundizaran los que ya se habían
intentado con timidez en 1977 y que luego, como una terapia de shock y
con resultados catastróficos, se intentaría a partir de 1989.
EL (VIERNES NEGRO¡
Esto era cierto sobre todo en el caso de uno con perspectivas tan promi-
sorias como la Venezuela del vientre ahíto de petróleo. Esos créditos no sólo
fueron otorgados a la administración centralizada sino también a los entes
descentrdizados, no siempre con gran apego a una legalidad muy estricta.
El pago de esos créditos era exigible a corto plazo, y eso lo sabía el
gobierno, de modo que no hubo uengaño> por parte de los prestamistas.
2K HISTORIA DE LOS VENEZOLAIIOS EI{ EL SIGLO XX
Cuando al fin habló del asunto, lo hizo como quien no quiere la cosa,
al decir que estaba siguiendo (...con total interés [si.] y entrega la marcha
de los acontecimientos que inciden sobre nuestra economíar. Al revelar
que estaba haciendo sólo lo que todo el mundo hacla en ese momento, el
Presidente buscaba salirle al paso a la impresión pública de que él se desin-
teresase de los asuntos de la economla. Pero el efecto fue el contrario: qui
s'excuse iaccuse.
Esa impresión se fue acentuando cuando se instaló una áspera polé-
mica, bastante pública, entre el Presidente del Banco Central, Leopoldo
DíazBruzualy el Ministro de Hacienda, Anuro Sosa. El primero era par-
tidario de una devaluación lineal, unos seis bolívares por dólar. El segundo
se oponía a ello, y su posición al final triunfadora, estuvo en el origen del
establecimiento del régimen de cambios diferenciales. Según la versión de
DíazBruzual, el decreto que lo estableció fue redactado a sus espaldas, y en
la práctica se le puso frente al hecho cumplido.
Una polémica de ese tipo entre dos personeros tan relevantes del gabi-
nete económico siempre repercute en la marcha de la economía. Pero en
este caso lo que la agravaba era que el Presidente no intervenía ni para dar la
razón a una de las partes, ni tampoco para ordenarles cesar en su enfrenta-
miento público. En algunos casos, tal actitud puede obtener buenos resulta-
dos en la política cotidiana, dando la impresión de que al final, el Presiden-
te intervenía como un Deus ex machina para resolver el conflicto. Pero en
aquel momento, lo que hacía era acentuar la percepción de un gobernante
indeciso, que se desinteresaba de los asuntos económicos por ignorancia o
simple dqadez: ¿no había dicho algunavez el general Gómez, por boca de
su ministro Tinoco, que ulas crisis se resuelven solaso?
Todo el asunto se había complicado tanto porque 1983 era un año
electoral. Después de haber hecho lo posible por imponer un candidato que
I\¡ANUEL CABALLERO 249
NI CHICHA NI LIMONADA
Para las elecciones de 1983, Jaime Lusinchi decidió asumir su grisura per-
sonal en lugar de sufrirla como Leoni: lenzó como eslogan la idea de que
nJaime es como túo. El hecho es que, explotando esa imagen, Lusinchi se
dio el lujo de presidir un gobierno acaso más opaco que el de Raúl Leoni,
y sin embargo entrar y salir del gobierno con una cota de popularidad alta
como nadie antes ni después.
Al revés de lo que le había sucedido a Carlos Andrés Pérez en 1974,
recibla el gobierno en condiciones nada auspiciosas desde el punro de vista
económico, lo que un político costarricense amigo suyo definió con una frase:
nahora te tocará bailar con la feao. Pero tampoco era que todo fuesen desven-
tajas. Su victoria había sido avasallante: Rafael Caldera, no logró superar la
impopularidad de su compañero de partido Luis Herrera Campins.
Lusinchi le sacó millón y medio de votos de ventaja a Caldera; y el
descalabro de su partido frente a Acción Democrática fue aún peor. Eso hacía
presagiar la formación, por los siglos de los siglos, de un sistema político
similar al mexicano, con un dominio absoluto y ererno de un solo partido:
el esquema bipolar soñado por Betancourt se había roto.
AI analizar este período constitucional, lo que se percibe de inmediaro
es lo poco sorpresivo del panorama político: el partido de gobierno conrro-
laba el Parlamento, la judicatura, las municipalidades y como si fuera poco,
Lusinchi resolvió realzar el poder de la organización dominante nombrando
gobernadores de los diversos estados de la república a los respecrivos secre-
tarios generales de su partido. Y todo hacía pensar que AD ganaría también
las próximas elecciones, como en efecto llegó a suceder.
HISTORIA DE LOS VENEZOLANOS EN EL SIGLO I
?54
EL ENTUERTO DE LA DEUDA
I.A COPRE
La reforma del estado fue también una de las promesas más publici-
tadas del programa de gobierno de Lusinchi. Para dLamizarla, formó una
comisión, presidida por Ramón J. Velásquez, historiador y futuro presiden-
te provisional.
Era la Comisión Para la Reforma del Estado, la famosa COPRE, que
debía trabajar en cuarro direcciones prioritarias: la profundización de la demo-
cracia en los partidos políticos; reformas a la ley del sufragio; elección directa
de gobernadores de estados y creación de la figura del alcalde en los municipios
y su elección popular. Planteaba además hacer más rransparenre el proceso
de financiamiento de los partidos políticos, para evitar alavezla corrupción
administrativa y su colonización por los grandes inrereses económicos.
H| TON|A DE LOS VEI{EZOLANOS EN EL SIGLO XX
MENTAL¡DAD DE BUITRES
Por lo tanto, hasta los años cuarenta, seguirá siendo predominante entre
los dirigentes de la política y la economía venezolana la idea de que la única
riqrseza verdadera, sólida y durable es la que proviene de explotar el suelo,
no el subsuelo. Ello se hará patente en la actitud del propio Gómez frente a
la riqueza petrolera, como en las ideas de Alberto Adriani antes y después de
la muerte del dictador, y que refleja también la conocidísima frase de Uslar
llamando a sembrar el petróleo. No se trata de una idea abstracta, sino que
ella determina una actitud, una práctica. Pese a los fabulosos ingresos que el
petróleo proporciona una vez que se comienza a explotarlo, nadie, entre los
sectores dominantes, económicos y pollticos, parece decidido a arriesgarse
apostando a ese solo caballo.
Verdad es que, para tener acceso a esos beneficios, se necesita arriesgar
primero mucho, muchísimo, y ya no es sólo un problema de quere¡ sino
de poder hacerlo.
LA HUELGA PETROLERA
país de una vez por todas, sino la posibilidad de que existan estadios inter-
medios entre el coloniaje y la confiscación.
Como se ha dicho, la segunda etapa de la relación venezolana con las
compañías petroleras comienza en el año 1941, con el ataque japonés a los
Estados Unidos. Pero es en 1943 cuando la nueva polltica petrolera anun-
ciada el año anterior por el presidente Medina enrra en vigencia.
Por boca de Rómulo Betancourt, la oposición aprueba sin reticencias
el anuncio de esa iniciativa por parte del gobierno, y parricipa en el mitin
que, en la plaza de los Museos, se lleva a cabo para dar un respaldo nacional
al Presidente en esa materia.
Pero una vez que la reforma alaLey de Hidrocarburos sea llevada al
parlamento, el líder de AD toma sus distancias con ella; le parece todavía
demasiado tímida.
Entre otras cosas, se criticaba el carácter que quiso darle el gobierno a
la nueva Le¡ la de ser una <Ley-convenio, entre el Estado venezolano y las
compañías, no un acto soberano de la nación, lo que hacla inamovibles en
Ia práctica sus cláusulas si un viraje futuro de las condiciones del mercado
petrolero internacional planteaba una situación desfavorable para Venezuela
e imponía una revisión de la Ley por la voluntad autónoma del Estado.
Ademiís, se criticaba, en lo que sería el caballito de batalla de AD tanto
en la oposición como desde el gobierno, la decisión de extender el plazo de
duración de las concesiones hasta por cuarenta años más. Por otra parte, va a
seguir espoleando los ijares de su otro caballo de batalla: la necesidad de impo-
ner a las compañías petroleras que instalen sus refinerlas en Venezuela.
Como se sabe, Medina fue derrocado en 1945. La propaganda de los
triunfadores de octubre atribuye a su acción de gobierno los cambios en la
sociedad venezolana. En verdad, ellos ya habían comenzado a hacerse sendr
y si se aceleran en 1945 no se deben sólo a la acción del gobierno octubrista,
sino al fin de la guerra mundial.
El petróleo ya no servirá para mover una economía de guerra, sino
una industria de paz. Pero además, si hasta entonces, en los cuarro años
transcurridos desde Pearl Harbor, los venezolanos habían podido ver cómo
se aumentaban la riqueza colectiva, es sólo a partir de 1945 que ya no se
limitarán a encajarlo o atesorarlo, sino que aprenderán -casi podríamos decir
que se les obligará- a gastarlo, adquiriendo desechos de guerra, luego todos
los productos de las industrias de paz, esta vez, en mayoría casi exclusiva,
norteamericanos.
2& HISTORIA DE LOS VEI{EZOLAÍ{OS EN EL SIGLO )o(
cargar con los gastos de protección de la industria petrolera: ésta debía pagar
la protección que le brindase el Estado.
En mismo aíro, ya lo dice en forma abierta y por así decirlo, con
ese
todas sus letras: la nacionalización por decreto no la plantea nadie en Vene-
zuela. Con ese nnadie, queremos decir el gobierno, pero también la oposi-
ción; e incluso el más radical en principio de los partidos, el comunista.
Se renunciaba entonces a toda veleidad de nacionalización por decre-
to (a la mexicanar. Es lo que, más tarde, califrcará como (un viraje de 180
grados, en el lenguaje al tratar de (y con) las compañías petrolera. Ésa será
una política nacional hasta la Ley de Reversión que en 1976 declare extin-
guidas las concesiones que deblan regresar a la nación en 1983 y estarice
la explotación del petróleo. Eso está anclado tan hondo en la mentalidad
de todos los sectores políticos que, en esta última le¡ se evitará con mucha
cautela emplear la palabra nnacionalizaciónr.
Los otros dos puntos son el relativo a la política de no otorgar más
concesiones a particulares. Los gobiernos de AD, y en general todos los que
llegaron al poder después de 1958 respetaron ese dogma intangible.
En cuanto a la subida de los sueldos y salarios, y en general, la mejo-
ra de las condiciones de vida de los trabajadores (petroleros en particular),
fueron entre otras cosas la base de su inmensa popularidad.
Con esas acciones, Carlos Andrés Pérez arrancaba dos de las más
queridas banderas de la izquierda desde los años treinta. Esa izquierda, no
había contemplado la nacionalización, acaso Por considerarla una ensoña-
ción utópica.
En los años siguientes, Pérez se propondrá además culminar lo que
se llamaba, desde los años veinte, la revolución ndemocrático-burguesar. A
partir de ese momento entramos en la tercera etaPa, que todavía estamos
viviendo, aunque desde el mal lado: Porque caímos tan rápido como había-
mos subido, pero conservamos la misma mentalidad.
Porque si bien la distancia entre la plétora y la ruina ha sido para
nosotros muy corta, aquella mentalidad tenía muchos años formándose.
En 1973 no nos conformamos con seguir recibiendo los beneficios de la
explotación petrolera y seguirlos gastando como siempre habíamos hecho,
sino que enloquecimos y comenzamos a pensar que esta <pequeña Venecia,
podía transformarse de la noche a la mañana en la nGran Venezuelar.
Pero la explotación del petróleo cambió también d venezolano en un
sentido positivo: es falso que la prosperidad económica sea fuente sólo de
males y pecados. Se puede decir que, con todo lo que hemos retrocedido en
la llamada ndécada perdidan de los ochenta, de todas formas el venezolano
MANUELCAMLTEFO 2Á9
En 1936 como título de uno de sus arrículos periodísticos, Anuro uslar pie-
tri acuñó la frase uSembrar el petróleoo que fue tomada como manifiesto de
la modernización de venezuela y que no cesa de repetirse hasta hoy. suena
muy bien, pero revela que, al contrario de lo que se supuso enronces al leer-
Ia, uslar no está pensando como un escudriñador del futuro sino como un
profeta del pasado: no cree en el porvenir de Venezuela como una potencia
petrolera. Como casi todo el país pensanre (y no pensante) de enronces,
considera la producción del hidrocarburo como un enclave extranjero.
Cree, como todo el siglo XIX, que la verdadera riqueza está en el suelo,
no en el subsuelo, en cuyas entrañas habita, negro y viscoso, ese Minotauro
que algún día terminará por devorarnos.
Los párrafos siguientes intenran explorar cómo se produjo esa usiem-
brao sobre la tierra, una vez que ese Miniotauro abandonó su oscura morada
y se derramó sobre la superficie del país: la forma que tomaron sus frutos al
germinar su negra semilla sobre el suelo venezolano.
La frase anterior no es una fiícil comparación: desde siempre, se ha
hablado del petróleo como del (oro negro>. Pero los minerales no germi-
nan: ¿y el petróleo? ¿Ha sido sembrado? En las líneas que siguen se intentará
una respuesta. Pero hay algo que es posible consrarar a simple vista: la siem-
bra del petróleo, si siembra ha habido, no ha transformado a Venezuela en
una potenciaagrícola, ni en un vergel: sus frutos más evidentes son frutos
urbanos. Así en el siglo )C( pasó de ser un país rural a otro donde el 95 por
ciento de sus pobladores vive en las ciudades.
Durante mucho tiempo se ha repetido, sea o no de forma intencional,
la idea de que los regímenes dictatoriales son más eficaces que los democrá-
ticos, y pueden mostrailo a través de su obra material.
n', HrsToRrA DE LOS vENElOtAxgl EIIISIGLO )O(
Y por otra parte, por primera vez en la historia del siglo )C( se da
un gran salto en el proceso de descentralización con la elección directa de
gobernadores de estado. Eso hizo perder al gobierno el control sobre Ara-
gua, Miranda, Carabobo, Zulia y Bolíva¡ acaso las entidades más impor-
tantes del país sobre todo desde el punto de vista económico. Thnto en este
caso como en otros que siguieron, el Presidente se sometió a la legalidad,
haciendo de los gobernadores de la oposición sus colaboradores cercanos,
sin discriminarlos a favor de los de su partido.
Pese a todos los problemas, Venezuela reemprendió el camino del
crecimiento económico, que en 1991 llegó a ser uno de los más altos del
mundo. Pero cuando regresaba de exponer en Suiza, los logros de su pro-
grama, lo sorprendió la ingrata noticia del estallido del primero de los dos
golpes militares de 1992 que dieron a conocer al teniente coronel Hugo
Chávez Frías,
Ambos fueron debelados, pero a mediados de 1993, faltando pocos
meses para la elección presidencial,Pérez fue destituido con la anuencia del
Congreso y la Corte Suprema. El no haberse dejado derrocar por los golpes
militares y haber acatado sin resistencia que se le sacara del poder por vías
legales quedará como ejemplo en el activo de Carlos Andrés Pérez.
Pérez fue sustituido por Ramón J. Velásquez, quien llevó al país a las
elecciones y profundizó el proceso de descentralización.
Cuando todo el mundo lo creía un cadáver político, Rafael Caldera
reeditó el milagro deLánaro: fue reelecto Presidente de la República. En su
activo, hay dos obras que no se pueden considerar nmaterides, pero que lo
son de hecho.
[Jna es la política llamada de napertura petrolera, que mostró un
camino muy interesante para el desarrollo de la industria, con el aporte de
la inversión extranjera pero bajo el control del Estado venezolano. La otra
logro es la constitución de la llamada uComisión tipartita, (obreros, capi-
talistas y Estado) que señaló un camino muy importante para la solución
consensuada de los problemas económicos y sociales. El segundo quinquenio
de Caldera también puede señalar una importante lista de obras materiales:
la construcción de la represa Macagua II-23 de enero (Guayana); la línea3
del metro de Caracas; unas trescientas mil viviendas; el inicio de la repre-
sa de Cruachi (Guayana); el adelanto del ferrocarril Caracas-Tiry medio; la
culminación de la carretera Mérida-El Vigía; y el Museo de Arte Contem-
poráneo deIZúia.
EL FRUTO ESPIRITUAL
I
Para salir de la oscuridad
tl
El estado como mecenas
del mes de febrero de 1936. Para lavar la cara todavía manchada de gome-
cismo a su régimen, una de las primeras acciones del nuevo gobernante fue
la de hacer ingresar a su gabinete al más PoPular de esos hombres de cultura
en la izquierda, y el más famoso. Rómulo Gallegos fue nombrado entonces
Ministro de Instrucción Pública. Thmbién llamó aAndrés Eloy Blanco para
una de las más espectaculares acciones del régimen, la ceremonia de botar
al mar los grillos usados en las cárceles.
Pero el general López Contreras tenía en su relación con los represen-
tantes de la cultura un problema ideológico y también en cierto modo legal
Y era que en su determinante mayoría, como en todo el mundo occidental,
ellos simpatizaban con Ia izquierda, y con la República Española. Esto los
hacía sospechosos a los ojos de un régimen como el suyo, el cual había abre-
vado en las fuentes del peor reaccionarismo hispánico, tendencia manifiesta
durante mucho tiempo en la admiración de los intelectuales gomecistas Por
Ramiro de Maeztu y en la de los antigomecistas por Ortega y Gasset.
Por otra parte, todo contacto suyo con quienes estuviesen contami-
nados de las udoctrinas extranjeraso del comunismo y el anarquismo, estaba
prohibido por el Inciso Sexto del artículo 32 dela Constitución.
En tales condiciones,López prefirió girar hacia el otro lado, siempre
tratando de caminar sobre el filo de la navala, siempre manteniéndose en el
centro. Cierto, no podía volcarse hacia la vieia macolla positivista demasiado
comprometida con el gomecismo. Solicitó entonces la colaboración de quien,
nada sospechoso de izquierdismo y ni siquiera de antigomecismo, no era mal
visto por la izquierda ni por sus Pares en la cultura: Arturo Uslar Pietri
Con los intelectuales y artistas, Lópezmantiene la misma actirud que
con el resto del país: el régimen podía acercarse a ellos en tanto se alejaran
de la izquierda; sin convertirse por eso en cortesanos.
Así, Mariano Picón Salas fue nombrado en 1936 para un cargo diplo-
mático en Praga. Al no exigirles cortesanía ni obsecuencia, se marcaba un
matiz diferencial con la política de Gómez. Por una parte se les respetaba su
libertad de expresión artística y hasta política, mientras ella se mantuviese
dentro de los límites legales. Y como la manera casi única de ayudarlos era
meterlos en la administración pública, siendo el premio mayor el ingreso al
servicio exterior, se suponía que si no una adhesión entusiasta y militante,
se podía esperar de ellos cuando menos una neutralidad benevolente.
No descuida del todo al resto de los intelectuales: en 1938, el gobierno
funda la Reuista Nacional de Cultura.Por fin, en forma consecuente, tendrán
MANUEL CABALLERO
ellos donde expresarse, tendrán un público fiel y en cierto modo cautivo que
los acompaña desde entonces. Pero en el fondo, el estímulo a la creación
seguía concibiéndose en términos de mecenazgo.
Bajo el gobierno de Isaías Medina Angarita se produce un vuelco si
no en la filosofía gubernativa en relación con la cultura, sí en la situación de
los intelectuales y los artistas. La segunda figura del régimen, una especie de
Richelieu a la medida del país, es Arturo Uslar Pietri, quien decide cambiarle
la fachada al gobierno, haciendo entrar el régimen, de una forma sesgada
aunque inoculta, en la era de los partidos políticos modernos.
Eso se hizo con la organización, desde el gobierno, de un partido
político para apoyaflo, el cual a poco de fundado tomó el nombre de PDV.
Ahora bien, quien organizaba ese paftido era uno de los intelectuales más
prestigiosos del país. A su llamado, se integró al PDV la mayor masa de
intelectuales y artistas que partido alguno haya tenido antes o después en
la historia de Venezuela.
Aquí entonces la situación cambia: se les propone ingresar al partido
de gobierno, pero no para hacerles partícipes del poder (para lo cual, con
las excepciones de rigo¡ se les considera inaptos y hasta ineptos), sino para
prestigiar al gobierno con su presencia. El mecenazgo personal y diplomá-
tico toma entonces otra forma: los intelectuales y artistas serán ula flor en
el ojal, del gobierno.
Pero sería injusto reducir a eso la política cultural del medinismo. Bas-
ta recordar que, siguiendo una idea de Uslar bajo López, se inició la edición
de la Biblioteca Popular Venezolana.
El 18 de octubre de 1945 se derrumba el gobierno de Isaías Medina
Angarita, Rómulo Betancourt, presidirá laJunta Revolucionaria de Gobierno.
El nuevo paftido de gobierno tiene también enrre sus fundadores a los dos
escritores más populares del país, Rómulo Gallegos yAndrés Eloy Blanco. El
jefe del nuevo gobierno es él mismo un intelectual cuya primera vocación,
allá por los años veinte, había sido la escritura.
Por otra parte, el partido tiene como apellido nel Partido del Pueblo,
y pretende estar llevando a cabo una revolución popular. Entre esas dos
variables va a girar la política cultural del trienio octubrista. El gobierno
sabe que debe conquistarse la voluntad de los hombres de cultura haciendo
lo posible para despersonalizar al m¿íximo el mecenazgo. Esto va a buscarse,
y en ocasiones a lograrse, con una serie de realizaciones prácticas paraganar
el apoyo del mundo de la cultura, aparte de que la orientación izquierdis-
HISTORIA DE LOS VE¡{EZOLANOS EN EL SIGLO XX
ta, con mil setecientos títulos publicados podía jactarse de ser la segunda
editorial de su tipo en América Latina, después del Fondo de Cultura Eco-
nómica. Lo cual nos lleva a una cifra muy conservadora de dos millones y
medio de ejemplares puestos en la calle en un mercado tan pequeño como
el venezolano.
Por otra parte, en 1968 se crea la Cinemateca Nacional, cuya primera
directora será Margot Benacerafy al año siguiente la sustituirá Rodolfo Izaguirre,
cuya excelente gestión se prolongará por veinte años, hasta su jubilación.
La tarea de la Cinematece era muy ardua, porque estaba desbrozando
un terreno del todo incultivado. Si Monte Avila tenía ya un público for-
mado, aunque pequeño y dependiente de las editoriales y de la producción
de autores extranjeros, en cambio la Cinemateca, ni eso: debía en primer
lugar formar un público capaz de entender aquellos filmes, sobre todo los
del cine mudo, acostumbrado como estaba a la cinematografía comercial.
Y en segundo lugar, debía formar una buena colección, a fin de, ya bien
encaminada hacia esos dos logros, obtener el reconocimiento y el apoyo
institucional de la Federación Internacional de Archivos Cinematográficos,
a la cual pertenece nuestra Cinemateca.
Hoy se puede hablar de aquellos dos logros como de algo consolida-
do, y todo cuanto se pueda decir al respecto se sintetiza en una frase: hace
treinta años no existía en Venezuela un archivo público del cine. Ahora
tenemos una cinemateca, y muy buena. Todo esto generó una mayor cul-
tura cinematográfica.
Por otra parte, ya desde 1972 se comienza a actuar, con diversa for-
tuna, en el camino hacia la creación de una compañía nacional de danza,
gracias a la labor pionera de Elías Pérez Borjas.
Un poco más tarde, en 1972, se va a crear, con mayor autonomía
administrativa, el Museo de fute Contemporáneo. Su infatigable fundadora,
Sofla Imber, colocó este museo alacabeza no sólo de los de Venezuela, sino
también de América Latina. Al final del siglo, el MACCSI podía hoy enor-
gullecerse de las tres mil piezas de su colección permanente, la cual contiene
nombres como Picasso, Léger, Chagal, Giacometti, Moore, Braque, Botero,
Soto, Otero y Borges, aparte de haber traldo en sus exposiciones periódicas
a los más grandes artistas plásticos del mundo y de Venezuela.
Para concluir esta parte, se puede decir que con el INCIBA se había
avanzado bastante en el senddo de hacer de la cultura un problema de Esta-
do y no sólo de los gobiernos sucesivos, ni mucho menos de los gobernan-
DO
Cuando se habla del )O( como del siglo de lapaz, esa afirmación hace nece-
sarias algunas precisiones. En primer lugar, eso se refiere a la ausencia de
guerras civiles endémicas del siglo XIX; o sea, guerras cuyo ámbito, duración
e intensidad si no siempre pudieron echar abajo a un gobierno, lograron
arruinar el país hasta el extremo límite.
Todos los análisis históricos señalan que entre los años lB59 y 1870,
se vive un incierto equilibrio: ni la revolución puede vencer al gobierno, ni
el gobierno yugular la revolución. Pero en verdad esa va a ser el caso de casi
todo el siglo. Pero partir de 1903, y más aún de I 908, se va a inaugurar un
modalidad inédita en Venezuela, tradición rota apenas dos veces en un siglo:
cambiar de gobierno sin disparar un tiro.
Pero eso no significa que Venezuela se vaya a convertir en un país
pacífico al estilo de la Suiza moderna. La violencia guerrera no se hace pre-
sente, pero se asiste a la expresión de las diversas violencias de la paz. Así,
copiando la expresión del oficial de marina norteamericano que fue testigo
de la batalla de Ciudad Bolívar en 1903, resulta tentador hablar de quietud,
por lo menos hasta el 18 de octubre de 1945.
La segunda vez que se rompa aquella tradición inaugurada el 19 de
diciembre de 1908, será con el deruocamiento de la dictadura dePérezJímé-
nez el23 de enero de 1958. En ambos casos, a aquellas rupturas seguirá un
período de intranquilidad militar que en el segundo se combinará con el
intento de la extrema izquierda de tomar el poder por las armas, siguiendo
el ejemplo y con el inoculto apoyo y financiamiento de Fidel Castro.
Después del l8 de octubre, se produjeron varios pronunciamien-
tos militares de una gran violencia, en particular el del I I de diciembre de
1946, una intentona destinada a impedir la reunión de la Asamblea Nacio-
nal Constituyente.
Betancourt logró yugularlas con una gran energía, mientras se negaba
a abandonar el Palacio de Mirafores para protegerse, pues, según confió al
mayor Carlos Delgado Chalbaud, sólo saldría para colgar la banda presiden-
cial a un presidente electo en comicios libres o en una urna.
Después del23 de enero de 1958, la situación era mucho más com-
plicada: en los cuarteles fue muy mal recibida la elección de un hombre que
Ia rcnaz propaganda del gobierno durante los diez años anteriores, presen-
tabacomo un enemigo mortal del Ejército. Entre 1959 y 1962, el gobier-
no de Betancourt debió enfrentar unos veinte pronunciamientos millita-
res. En el campo militar, se lo demostrarán las conspiraciones que deberá
debelar hasta que, en 1962,los cuarteles se aquieten gracias al temor de un
alzamiento comunista. Es a esto que deberá atender en primer lugar: como
suele repetirlo, Betancourt está consciente de que durante los diez años de
gobierno militar la propaganda del régimen se ha centrado en su contra,
y en la supuesta voluntad de su partido de suprimir el ejército profesional
para sustituirlo por milicias de su partido.
Si bien los oarsenales) mostrados en 1948 (algún revólvet una granada,
unas pocas escopetas) no daban mucha carne, en el supuesto de que fuese
cierta su existencia, para alimentar esa leyenda, siempre había Ia posibilidad
de recurrir a los ejemplos dados por los npartidos hermanos, de AD en Costa
Rica (supresión del ejército) y en Bolivia (creación de milicias populares).
Como lo testimoniara un alto oficial de la fumada, Betancourt debió
hacer frente a no menos de veinte conspiraciones, la mayoría de las cuales
fueron simples abrebocas (upasapaloso), y dos nbanquetesr: las insurreccio-
nes de Carúpano y Puerto Cabello.
Tal vez no sea muy certero calificar asl a las otras intentonas: una de
las primeras será la más peligrosa, porque el régimen no está todavía conso-
lidado en el terreno civil y mucho menos en el militar. Fue la invasión del
general Jesús María Castro León por el Táchira en abril de 1960, la cual debía
coincidir con un alzamiento militar. Y además, el Ejército estaba en efecto
dividido. Eso se combinaba con una crisis política cuyas consecuencias eran
imprevisibles: la división de Acción Democrática que daría origen al MIR.
Años después de haber finalizado su mandato, Betancourt comentó
a un grupo del recién formado MAS, que ése había sido el momento más
peligroso para su gobierno. Thnto lo era que abandonó su lenguaje y su
actitud moderados de Presidente Constitucional para regresar a los modos
discursivos del trienio octubrista: amenazó a los conspiradores con apelar a
¡,4ANUEL CABALLERO 295
ese pueblo que en 1958, con las manos desnudas, se había lanzado al asalto
de un cuartel insurrecro.
La sublevación fue debelada, y le permitió a Betancourt desorganizar
una red conspirativa que se había puesto en evidencia. No sería la única. Por
lo demás, tampoco ella se quedó tranquila con el fracaso de Castro León.
Ésta fue la primera de las sublevaciones de la derecha militar. Esto último no
está muy lejos del pleonasmo: se puede decir que todos los levantamientos
militares contra Betancourt provendrán de allí, sin exceptuar el de Puerto
Cabello e incluso el más izquierdista de todos, de Carúpano. Por eso, al exa-
minar los levantamientos que Betancourt debió enfrentar, no es demasiado
arbitrario clasificarlos en dos grupos: los, militares, en mayoría de derechas,
y los civiles, en mayoría de izquierdas.
El pronunciamiento de Castro León será el primero, casi se podría
decir de confeso derechismo: no hay que olvidar que siendo Ministro de la
Defensa en 1958, había armado una conspiración para derrocar a \Wolfgang
LanazábaJ,, o en todo c:$o, para hacerle torcer el rumbo de su política dándole
un sesgo militarista y represivo contra los partidos políticos. El alzamiento
no sólo fue debelado con rapidez, sino que se inició una persecución del
propio Castro León por todo el estado Táchira, hasta que un campesino lo
detuvo y lo entregó a las autoridades.
La segunda de esas sublevaciones, también derechista y sobre todo
anticomunista, se produjo en Barcelona (fue el ubarcelonazoo). En esa cons-
piración, además del elemento militar, estuvieron compromeridos algunos
militantes de base de URD, feroces enemigos de AD que no aceptaban que
su propio partido le fuese aliado. De ellos partió la conseja de ufusilamien-
tos, a los rendidos, lo cual parece haber sido una leyenda.
CUBA Y LA DIVISIÓN DE AD
Peor aún, entre los más entusiastas Por tomar la vía revoluciona-
ria armada estaban los militantes del recién formado MIR' El temor a ser
usatelizados, jugó un papel de importancia en la decisión mayoritaria del
III Congreso del PC en 1961.
La tercera razón, fue la presión militar. Los oficiales' en general de
pensamiento nada izquierdista (por decir lo menos) estaban dispuestos a
alzarse contra el gobierno de Betancourt, hallasen o no aPoyo civil. Así,
cuando los partidos de izquierda deciden crear las Fuerzas Armadas de Libe-
ración Nacional (FAIN), en típica actitud confusionista, ponen a su cabeza
al coronel Juan de Dios Moncada Vidal, quien hasta entonces era conocido
como hombre de derechas. No es de creer que los dirigentes comunistas se
fuesen a trzLgef la gruesa culebra de que habían ocaptadoo Para su doctrina
a esos soldados impacientes.
pio asombro, en una especie de héroe y de mártir popula¡ adorado por ese
mismo pueblo que diez años antes le había mostrado su odio echándolo
después de tres días de sangrientas manifestaciones. Debe decirse que esta
nueva actitud popular no era el necesario producto de una comparación
desfavorable: quienes gobernaban en 1968 no habían sido alcanzados por
el escándalo y nadie intentó en serio acusarlos de corrupción.
En 1973 estalló en el Medio Oriente la guerra del Yom Kippur. Los
estados árabes decidieron un embargo petrolero contra Occidente; entonces
conoció su momento de gloria la OPEB cartel de productores fundado en
los años sesenta por iniciativa de Venezuela. El Estado venezolano vio entrar
en sus bolsillos una riqueza nunca imaginada.
LA (GRAN VENEZUELA,,
(BARRER LA GASA"
DEVALUACóN E INFLACIÓN
había podido salir del Tercer Mundo. Tenía que haber un culpable de todo
eso. Durante largo tiempo, para la izquierda, nada era más fácil que señalar
una mano diabólica: el imperialismo, sobre todo el norteamericano.
Pero con el fin de la guerra fría y sobre todo la caída del nsocialismo
real, ese discurso pasó de moda. Entonces l¿ ucorrupción> comenzó a ocu-
par el lugar abandonado por el antiguo demonio imperialisra, acusación
tanto más fácil como que aquella efa no sólo real, sino denunciada en todas
partes y por todo el mundo.
Durante los dos períodos presidenciales de 1983 a1993, entró en
escena uno de los demonios más viejos de la historia: la mujer. Se descubrió
entonces que los presidentes Lusinchi yPérez tenían cada uno una (casa
chica, y que sus dueñas eran muy ávidas mujeres de negocios (o mejor, lo
que los franceses llaman ffiiristes).
Tener concubinas no es en América Latina un pecado que pueda, como
en los Estados Unidos, hundir un prestigio político' Pero dejarse gobernar
por ellas es otra cosa, en una cultura machista y misógina. De todas maneras,
la presencia de esas mujeres (tanto más cuanto que era real y no inventada)
no hacía más que agrega¡ a los otros, el pecado de la carne. Eso reforzó el
discurso moralista y semi-religioso en la materia. Para enfrentar tal situación,
se propusieron dos tipos de soluciones, o me.ior, dos discursos: el primero,
el moralista, según el cual bastaba cambiar el gobierno, y poner a su cabeza
a gente honesta (y también casta o por lo menos monógama). Por supuesto'
ése es el discurso favorito de los políticos.
LA (INGENIERíA SOGIAL,
cRoNolocía: rgsg-tgge
l¡s tres ultimos quinquenios del régimen inaugurado en 1958 y del siglo veinte,
se iniciarán con algunas novedades de esas que muchos podían augurar como
positivas y resultaron lo contrario. De estas últimas, la primera y principal,
era el descenso de los precios del petróleo:laamenaza de nponer de rodillas
a la OPEP', lanzada por Ronald Reagan, parecía estarse cumpliendo.
La segunda es que el primero de esos gobiernos va a estar presidido
por un hombre que ni pertenecía a la generación fundadora, como los tres
primeros, ni tampoco había sido percibido como un sucesor natural, como
en el caso de Carlos Andrés Pérc2 y Luis Herrera Campins.
La tercera rompió con una tradición inaugurada en 1936 y cuyo
intento de hacerlo una primera vez lo frustró el 23 de enero de 1958: la de
no reelegir al Presidente de la República. Como en el caso dePérez y C"l-
dera, ambos venían de una primera administración exitosa; tal vez nunca
haya tenido una comprobación tan rotunda aquella advertencia cervantina
de que (nunca segundas partes fueron buenaso: Carlos Andrés Pérez fue des-
pojado del poder antes de término; y Rafael Caldera, uno de los firmantes
del Pacto de Punto Fijo, le tocó enterrarlo al pone¡ por voluntad popula¡
la banda presidencial al peor enemigo del régimen civil, convicto y confeso
de tal cosa desde 1992.
Pero no se detienen allí las novedades en este proceso de derrumbe del
régimen. Jaime Lusinchi fue electo contra la íntima voluntad de Betancourt,
quien había mal ocultado su preferencia por Luis Piñerúa Ordaz en las pri-
marias de 1978. Por au parte, el fundador de Copei y el llamado (segundo
fundador de AD, impusieron sus reelecciones en contra de la manifiesta
voluntad de sus respectivas organizaciones.
En tales condiciones, mientras Acción Democrática participaba de
forma asaz ectivaen la defenestración dePérez, Caldera gobernó esta vez con
318 xtsfoRta DE Los vENEzoLAltos Et{ EL slclo )o(
EL MADRUGONAZO
rrectos, había logrado hacerse del control, poniendo bajo custodia incluso al
gobernador. Pero, avanzado el día, Chávez, quien se había acantonado en el
Museo de Historia Militar, se rindió: apareció ante las cámaras de televisión
llamando a sus compañeros a rendirse.
¿Quiénes eran los insurrectos? El cuatro de febrero sólo se mostraron
oficiales jóvenes, por lo tanto de graduación asaz reciente. Su jefe, el teniente
coronel Hugo ChávezFrías era un oficial con una hoja de servicios normal,
que además había efectuado estudios de Ciencias Políticas en la Universi-
dad Simón Bolívar.
Pero sus primeras declaraciones no contenían refexiones políticas fue-
ra de las habituales denuncias de corrupción. Contenían apenas una invo-
cación a los genios tutelares de su acción: Simón Bolívar, Ezequiel Zamora
y Simón Rodríguez. Era fiícil ver allí la proposición por los insurrectos de
una especie de fundamentalismo laico y patriótico no muy dejado de los
religiosos que azotan el Medio Oriente.
Llamaba la atención la pobreza del discurso político de los insurrec-
tos, impresión que se magnificó con ocasión del segundo alzamiento de
ese año, con su jefe, el contraalmirante Hernán Gruber Odremán, cuyo
lenguaje no dejaba de recordar las obscenidades de Queipo del Llano en la
radio fascista durante Ia guerra civil española. La rebelión no dio muestras
de tener ramificaciones civiles. Parecía imposible que una insurrección mili-
tar no hubiese encontrado algunos de esos personajes que siempre están a
la orden para servir, en el caso de un golpe de estado, como secretarios de
junta, ministros y hasta presidentes.
Pero no fue así: la impresión que dieron los alzados fue de que no
sólo era la suya una conspiración militar, sino de que había en ella incluso
la tácita intención de excluir a los civiles.
LJna semana antes de la intentona, una encuesta revelaba que un 74
por ciento rechazaba la acción de gobierno de Carlos Andrés Pérez. Nada
resultaba más f,ícil entonces que atribuir el hecho a una respuesta, en el seno
de las Fuerzas Armadas, a la insostenible situación política.
Pero, como los mismos conjurados revelaron en los días siguientes
al estallido del movimiento, ellos habían estado conspirando desde hacía
unos diez años, durante el gobierno de Herrera Campins y, acaso antes del
nviernes negro). Como suele suceder, en el curso de una década pueden
cambiar los actores: algunos pierden interés en una conjura a tan largo pla-
zo; otros se dan cuenta del error de manifestar su descontento en esa forma,
en lugar de hacerlo por los canales institucionales regulares; otros dejan de
MANUEL CABALLERO 3?3
tener poder de fuego útil en una acción de ese tipo. Todo eso parece haber
sucedido entre los conspiradores, pero además, el deterioro de la situación
hacía que la conjura se mantuviese en sus líneas fundamentales, esperando
la ocasión para lanzarse a la toma del poder. En el terreno sólo militar, esas
ocasiones no faltaban. Existían en el seno del ejército fisuras, producidas por
un descontento qu€ raÍavez trascendía a la calle. En primer luga¡ había algo
que venía de fuera: la clase media continuaba siendo muy golpeada por los
resultados de la crisis de 1983.
En segundo lugar, habían revelado, en las m¿ís altas esferas de las Fuer-
se
zas Armadas, serios escándalos de corrupción, con varios antiguos ministros
de la Defensa enfrentando procesos por tal causa en los tribunales penales. La
corrupción siempre ha sido el pretexto para los golpes militares en América
Latina. En un sistema democrático, donde exista libertad de prensa, la combi-
nación entre una situación real de falta de honradez en el manejo de los dineros
públicos y la tendencia al esc.índalo para atraer lecrores, suelen terminar dando
la impresión de que la democracia y la corrupción sean consustanciales.
Es entonces cuando, en la opinión popular, comienza a romar cuerpo
Ia idea de un nescobazo, que cancele de una vez pof todas la nsucia políti-
car. lJn sentimiento generalizado de ese tipo, por supuesto, salta los muros
de los cuarteles, y siempre encuentra oídos atentos allá adentro. Al lado de
eso, había, en el ejército venezolano, enfrentamientos de oüo tipo, que no
dejaban de recordar la situación previa al 18 de octubre de 1945.
Muchos de los oficiales más jóvenes habían optado por seguir, junto
con su carrera militar, estudios en las universidades y otros institutos equi-
valentes. Esto no era bien visto por una parte de los oficiales de mayor ran-
go, que preferían una formación sólo militar. Al final, les fue concedida la
razón a los primeros, cuando se legalizó una situación de hecho; pero qu€
no podía dejar de crear descontento en los unos y desmesurada satisfacción
en los otros. A todo eso se unían las tradicionales tensiones comunes en
toda institución, y mucho más cuando ella es, por su condición inrrínseca,
bastante cerrada y por imposición constitucional, no deliberante.
Fuera de los cuarteles, el descontento se evidenciaba en la encuesra a
que se hacía alusión más arriba. El segundo gobierno de Pérez había arran-
cado mal, con el estallido popular anárquico del27 de febrero de 1989.
Desde entonces, aquel hombre que había sido electo por una confortable
mayoría, no había logrado remontar la empinada cuesta de su impopulari-
dad como gobernante.
324 HFTORTA DE LOS VENEZOLA¡{OS EN EL SIGLO XX
No se puede decir que no lo sintió así, pues nadie puede saber eso
a ciencia cierta; pero queda el hecho del silencio popular. En cambio, sí es
posible decir que la salida de CAP sea un triunfo del Estado liberal.
Una idea que se constata con suma facilidad, despersonalizando al
extremo el asunto. El Poder Judicial y el Poder Legislativo se impusieron
por encima del Poder Ejecutivo. Nunca en la historia de Venezuela había
funcionado con tanta evidencia el esquema del Estado liberal, la idea del
equilibrio de los Poderes. Que eso sea circunstancial, siempre lo es; que eso
sea efímero, no se puede saber todavía, pero en todo caso aún si se trata de
una golondrina solitaria es un precedente demasiado importante para que
pueda ser olvidado.
Como sea, y es por eso que lo llamamos nprecedenteo, no es Fácil
olvidar por todo lo que ha debido pasar Carlos Andrés Pérez en ése, para
é1, annus horribilis de 1993. La justicia decidió en su momento y con sus
métodos si él era culpable o inocente de corrupción: rampoco nadie pue-
de garantizar que su decisión, cualquiera que ella hubiese sido, sea justa y
acertada, pero es la suya.
En todo caso, se pensó no sin ingenuidad, que de ahora en adelante
se haría mucho más difícil en un sistema democrático manejar a capricho
unos fondos que, en todas partes del mundo, son secretos.
Ése es el verdadero y mayor, y mejor, resultado de todo este proceso
que se le siguió aPérez. Era, si no la muerte, por lo menos un durísimo golpe
a la discrecionalidad presidencial. En este sentido, tenía ranro valor como la
renuncia de Nixon a la Presidencia de los Estados Unidos: el velo del mis-
terio, acaso siempre necesario para algunas acciones de los gobernantes, no
puede servir para encubrir cualquier manejo del hombre en el pode¡ sea
doloso, sea negligente, o sea apenas la inconsciencia de que, en un régimen
democrático, no se puede proceder durante mucho tiempo con los modos
de un despotismo electo. Cuando se dan casos como el que entonces se dio
en Venezuela, sucede que la voluntad de la democracia es equilibrada por
las formas y la esencia del Estado liberal. Porque la democracia puede equi-
vocarse y de hecho lo hace. ¿Acaso no fue CAP reelecto por el voto popular,
por la democracia?
El estado liberal da la posibilidad de corregir esos errores, cuando el
pueblo mismo es incapaz, por falta de fuer¿a o de voluntad, de hacerlo por
sí mismo. Y es así como en \tnezuela, ese nlibritoo que blandía como arma
mortal el Fiscal General de la República, logró lo que en Brasil se impuso
MANUEL CABALLERO
menos por estar de acuerdo con sus propósitos durante mucho tiempo nada
claros, como por el deseo de que la tortilla se voltease. Asl al final quienes ter-
minaran ingurgitando deyecciones no fueran nlos ricoso sino todo el mundo,
como sucede siempre en una guerra civil. Porque de lo otro, lo de no haber
hecho un milagro, eso no se lo perdonará jamás nadie, ni Dios.
En tales condiciones, la prensa (no hablamos sólo de los diarios) no
necesita planificar nada para desatarse, mostrar sr¡s Peores asPectos. Le bas-
te intuir que está halagando un sentimiento popular, poco importa si es
innoble o iniusto.
Nunca se puede excluir en situaciones como ésta la mala fe, el deseo
de pasar oscuras cuentas a un personaje público. Pero eso es lo menos impor-
tante; y que no podría manifestarse si no existiese un clima previo que' en
este caso, tiene aquellas dos causas ya señaladas.
Como sea, no es cosa de caer en la ridiculez de profetizar que el jui-
cio de la historia le será favorable a Ramón J. Velásquez, entre otras cosas
porque no creemos en eso de la nhistoria-tribunalo.
Thn sólo se debe señalar que entonces se buscaba condenarlo mucho
menos por el error comeddo al firmar un indulto inaceptable, que Por su ver-
dadera culpa. la
culpa de haberse dado cuenta de que no podía hacer milagros,
y haberlo dicho; y la culpa de que en sus manos no se perdiera la república.
Cuando estaba en las postrimerías de su gobierno, un periodista, cre-
yendo insultarlo, escribió que había quedado para ncuidar la casa, mientras
venía otro inquilino a Palacio. u¡Y la cuidélo, respondió con orgullo. Ese
ncuidadon permitió una transición pacífica.
RESURRECCIÓN POLITICA, MUERTE H|STÓRICA
Es un hecho que hacia la última década del siglo, el desprestigio del partido
polltico en Venezuela nunca había llegado tan bajo desde 1958. Aquí con-
viene separar dos cosas: una es el desprestigio del two-party slstem tal como se
habla presentado desde 1960; y otra es el desprestigio de la institución par-
tidista en general, lo cual, al confundirse democracia y régimen de partidos;
y más aún, régimen de partidos y política a secas, conduce a un rechazo de
la democracia y de la polltica. Lo primero hizo que los dos Partidos sintieran
con más fuerza el impacto de la tácita coalición bipartidista.
En Acción Democrática, eso era más que natural: por mucho que
haya intentado tomar distancia de Carlos Andrés Pérez,lo que finalizó con
la exclusión de sus filas, era normal que la impopularidad del Presidente reca-
yera también sobre el partido. Asf, la primera consecuencia del desprestigio
partidista fue la derrota de Acción Democrática en las elecciones de 1993.
Sin embargo, no deja de llamar la atención que lo que todo el mundo pre-
sentía como la liquidación del partido se transformó en una honrosa derrota,
con el candidato claudio Fermln quedando de segundo en la contienda, y
conservando siempre el primer grupo parlamentario.
La situación de Copei fue algo diferente, aunque tamPoco asumió su
derrota las características de débácle vaticinada por todo el mundo. Copei
fue a las elecciones golpeado por una doble hemiple¡ía, y lo asombroso es
que permaneciese vivo. Por una Parte, no sólo debía enfrentarse a su líder
funJador y sempiterno candidato Rafael Caldera, sino con un candidato
sorpresiYo, Oswaldo Ñvarez Paz.
Éste había triunfado en unas primarias que el aParato partidista creía
ganadas por Eduardo Fernández. Y sin embargo, su abanderado llegó en
,rn horrroro tercer lugar y el partido conservó una no desdeñable fracción
parlamentaria.
A2 HISTORIA DE LOS VEI{EZOUTNOS EN EL SIGLO XX
tA ÚLTIMA OPORTUNIDAD
EL DISGURSO DEL 92
como una conjura contra un sistema que, con todos sus vicios y defectos si
se atendía al resultado de todas las encuestas seguía siendo el preferido por la
determinante mayoría, casi la unanimidad de los venezolanos.
Pretender que se trataba de un simple incidente personalizado era
ocultar la grave situación en las fuerzas armadas: el27 de noviembre demos-
tró que eso era vana ilusión.
Lo demás son las críticas que todo el mundo hacía en el momento al
sistema, y seguía haciéndolas aún cuando después de 1993 hubiese cambiado
la cabeza del Estado. Lo otro es el diagnóstico de una sociedad, un sistema
y un régimen enfermos, tal y como se hacía entonces y el cual Caldera no
hizo sino sintetizar. En el penúltimo párrafo insistía: (...no es que yo diga
que los militares que se alzaron hoy o que intentaron la sublevación que ya
felizmente ha sido aplastada (...) r. hayan levantado por eso, pero eso les
ha servido de base, de motivo de fundamento, o por lo menos de pretexto
para realizar sus accionesr.
En verdad, menos que un apoyo a la acción de los golpistas, lo que el
discurso de Caldera señaló en su momento fue la falta de visión y de vigencia
de unos partidos pollticos que de tal manera habían abdicado de su derecho
y su deber de opinar.
Esos partidos mostraban a la opinión una imagen cerrada y monopó-
lica de organizaciones del estatus; daban la impresión de la inexistencia de
oposición a un gobierno al cual la mayoría detestaba por diversas razones,
pero sobre todo por la situación económica y social. Que fuese uno de los
fundadores del sistema de partidos quien de tal manera se les enfrentaba, no
provocó en la opinión la desconfianza que hubiese sido normal. En esa cir-
cunstancia, sirvió sobre todo para demostrar cuán profundo era su deterioro.
Sea como fuere. el discurso de Caldera se convirtió en uno de los aconteci-
mientos más importantes y más discutidos de aquel mes de febrero, y logró
de momento desviar la atención de lo militar hacia lo civil.
Como se ha dicho antes, la segunda presidencia de Caldera fue una
combinación de conservación y de renovación. Lo primero se puede ver en
dos vertientes: la institucional y la económica; la segunda, sobre todo en el
terteno de la economía.
MANUEL CABALLERO 347
LA CRISIS BANCARIA
EL INDESEADO VIRAJE
*Una primera versión de este capltulo apareció al 6nal de La gestación dt Hugo Cháuez,Medrid, Ed' Catarata,
2002.
354 H!SIORn!! I9IVENEZOLATOS EN EL StcLO xx
I
Un político popular
Hugo Chávez Frías es, poca duda cabe, un polltico popular, tanto
como en su mejor momento lo fueron Rómulo Betancourt y Carlos Andrés
Pérez. El fraseo de esta proposición plantea ya de entrada una serie de pro-
blemas. Para comenzar, lo de npolíticor. Chávez rechaza de forma visceral
esa calificación: él es la némesis de los políticos, él es apolftico por defini-
ción, es el representante de un sentimiento y una actirud hoy generalizada
en Venezuela, pafa no hablar sino de ella: la antipolítica. En esto se parece
más a Hitler que a Mussolini: su popularidad se basa en un rechazo de la
política que, en el pueblo, es una forma de rechazo de la realidad, de una
voluntad de soltar siempre la presa para atrapar Ia sombra.
La comparación con ese Betancourt objeto del odio visceral de Chávez
es por ser un rival que se disputa la misma clientela. Se suele decir que los
nchavecos, son la reencarnación de los nadecosu de 1945, no sólo por su
carácter mayoritario, sino por su voluntad hegemónica y su gusto por el
garrote y la trompada.
tl
Un producto de la democracia
ill
Chavismo y fasclsmo
tv
¿Chávez izquierdista o ¡zquierda chav¡sta?
v
rEl segundo Castro>
vt
¿Chávez popul¡sta?
caso, como el argentino , Chávez es lo que su auditorio quiere que sea: mili-
tarista o civilista, derechista o izquierdista, socialista o fascista.
Su apelación a la fidelidad de hombre a hombre, pasando por encima de
las instituciones, y su voluntad de establecer un régimen personalista
¡ hasta
donde sea posible, vitalicio, le asimila mucho más a los viejos caudillos del
XIX latinoamericano que a cualquier otro especimen político (no olvidemos,
dicho sea de paso, que el peronismo intentó reivindicar al tirano Rosas).
vtl
Mesianismo, autoritarismo, militarismo
vill
¿Un venezolano típico?
tx
Pobreza, corrupción, ineft iencia
Esto fue esc¡ito en el año 2000: hov la situación es la misma. sino ha emoeorado.
370
más puro estilo dadivoso, caritativo, no ha logrado sin embargo paliar esa
situación, y apenas pareciera sobre todo un mecanismo para captar votos.
Hay un aspecto particular de esa política que ha causado cuando menos
desazón entre quienes conocen la historia de América Latina: es el carácter
personalizado de la dádiva.
Siguiendo el ejemplo de Eva Perón, el Presidente recibe en su progra-
ma de televisión, las cartas de los pedigüeños y afecta ocuparse en persona
de sus problemas. Así, el paciente que encuentra una cama en un hospital
no estará recibiendo la atención que la ley comanda a las instituciones, sino
un favor personal del Jefe. La ayuda de los palses extranjeros que se dio a
los damnificados por la tragedia del estado Vargas, se llegó a etiquetar como
nregalo de Hugo Chávez Fríasr.
Talvez ninguna de las promesas electorales de Chávezhaya tenido
tanta audiencia, ninguna de sus crlticas al llamado npuntofijismoD tuvo
una pegada tan demoledora como el tema de la corrupción. Y sin embargo,
como una hidra de mil cabezas, la corrupción rampante ha visitado tam-
bién la novísima república. No es un problema de simple deshonestidad de
sus secuaces. En la inevitable tendencia del gobierno chavista a sumergirse
en el pantano de la corrupción administrativa, subyace el problema de su
concepción misma del Estado.
Decir que Chávez sea el padre de la nueva corrupción, que él mismo la
esté inoculando en las yenas de la nquintao república, no debe tomarse como
un ataque personal y ni siquiera contra alguno de sus ávidos parientes .
tmpoco es una denuncia como esas que en su tiempo, hacían las
delicias de algunos periodistas que hoy andan escondiendo la mano o remen-
dando capotes ajenos. Se trata de una verdad demostrable sin que por ello
se realicen procesos de intenciones, ni se adivine el futuro, y sobre todo, sin
acusar a nadie de intrínseca deshonestidad. Lo primero es un problema his-
tórico: ¿por qué razónlademocracia que hemos conocido los venezolanos en
este siglo ha sido inapta para contener una corrupción que no por exagerada
por cierta propaganda es menos real y abundante? ¿Por qué los fundadores
de esa república que hacían gala de su honestidad nunca desmentida y per-
seguían sin descanso a quienes en su entorno pudiesen corromperse, dieron
aluz a esta cáfila de políticos desorejados que al ñnal la llevó al desastre?
Más aún: ¿por qué es posible postular con todo énfasis que la auto-
denominada (quinta república, seguirá de seguro, en materia de la corrup-
ción, los pasos de la anterior? La respuesta es una, la misma para ambos
I,4ANUEL CABALLERO !7r
Djilas. Antes de citarlos, diremos algo que acaso nos haga llover críticas y
hasta insultos de parte de quienes creen, por ingenuidad o demagogia' que
el pueblo nunca se equivoca. Se trata de la idea, expuesta muchas veces en
nuestros artículos y ensayos, de que una buena cantidad, no cuantificable,
de los votantes de Chávez, o en todo caso los más chillones, agresivos y
esquineros, no votó porque quisiese un buen gobierno.
Ni, como se dice, por rabia o frustración, y ni siquiera por castigar el
empobrecimiento general o la corrupción. No: 'rotó porque quería una dic-
tadura. Este es el más grande e imperdonable mal que Chávez y sus secuaces
le han hecho al país: revolver y hacer aflorar el viejo sedimento autoritario
que está en el fondo de toda sociedad y no sólo de sus estratos inferiores. Es
lo que decía Rousseau del esclavo que llega a amar sus cadenas (u¡Vivan las
caenaslo, llegaron a decir los españoles).
Es decir, practicar la peor, la más asqueante de las corrupciones, por-
que decía Milovan Djilas, la verdadera corrupción del poder no reside en el
robo de los dineros públicos, sino en la fascinación que aquel produce no
sólo en quienes lo ejercen durante sino también y sobre todo entre quienes
sufren su maltrato.
En cuanto a la Fuerza A¡mada, el proceso de institucionalización que
había tomado sesenta años por lo menos, está siendo echado por la borda.
Después del triunfo electoral de Chávez, es más que lógico pensar que
todo muchacho que ingrese a una academia militar tiene como norte y cul-
minación de su carrera la Presidencia de la República a través de un putsclt
que luego pueda ser refrendado en las urnas. El ejército venezolano ha dejado
de ser obediente y no-deliberante; el paso siguiente es transformarlo en un
guardia pretoriana, proceso cuyos muchísimos atisbos han sido denunciados
entre otras instituciones por la misma Iglesia Católica.
Pero es en lo que ha merecido su atención prioritaria, la nrevolución
política, donde más clara se ha mostrado la ineficacia del gobierno y la
ineptitud de sus dirigentes. Ha sido en efecto, hasta ahora, mu)¡ efrctz en
la destrucción, pero nulo en la construcción. Dejó de prestarle atención a
todas aquellas áreas primarias de la acción de gobierno para preparar una
nrevolución políticao que le permitiese copar todas las nuevas instituciones
con gente adicta al gobierno.
Estas líneas esperaban su punto final después de la elecciones del 28
de mayo del 2000. Pero en el momento de escribirlas, esas elecciones fue-
ron pospuestas sine die. En la prisa por organizar unos comicios antes que
¡rA¡{Jg. CTqAAITEFO
lepoguta*dad&ChCxr€spdie sminerono&[ig&c*sus,
pcltdctas. Venc¡m*"q1rc he$da thg¡do ascsorar en rn¡reriadmsl la
ú¡a$i6kfn cspnnota@r*e & h muerr¿dc F*anco, quedabe r b4eda al
nftrd & Hafuf yh Rryiblica Dominic¡naqrs debicren algunarrcz suryen-
dcr urus deccioncs por inryacidd para oryanizarlas. Er{ el &er¡so d€ te
*tsr¡ol¡¡ción ¡dfricall dc Chárs-
I-a nor¡eded pol{dca dd c$avisnm h¡ hccho rerroccdcr a Venezuele
cn su$ modo6 polfticos ca¡i r¡n qdo l" rlnico nr¡er¡s es su jefc. Dc rcoo, es
d vüc¡o r¡nci,o dc k pottrcedcimonénice loquc pareci rdknar kn odres
nr¡cl,oc &bricadas con qrÉno de bote miliar.
374 HTSTORIA DE LOS VEI{EZOLAilOS EN EL SICLO XX
CRONOLOCh: 'lggg-rggg
I
Historiar el siglo )O( ude los venezolanos, sólo tiene sentido si se
precisa que sólo en esa centuria, a exclusión de las anteriores, se puede lla-
mar tales a los habitantes de la antigua Capitanía General de Venezuela, al
antiguo Departamento Venezuela de la República de Colombia. Hablar del
siglo )C( como el siglo de Iapaz enVenezuela tiene sentido si tal afirmación
se refiere sólo a la ausencia de guerras civiles campesinas como las que aso-
laron su territorio durante el siglo XIX. A partir del 14 de febrero de 1936
se puede hablar de la venezolana como una sociedad democrática (aunque
no siempre un gobierno tal).
Cuando en 1903 el país pasó de una situación de guerra a una sirua-
ción de paz, ambas seculares, el cambio se dio con larapidez de un estallido;
y afalta de una explicación única, se le han dado las más diversas.
La primera y más antigua es el ncansancio, de una gente que a partir
de 1859 y hasta 1898 vivió la experiencia de unas diez acciones guerreras
nnacionales, por año: el país se volvió un campamento, y tanto la llamada
<Revolución Liberal Restauradorao que llevó a Cipriano Castro yaJuanVicente
Gómez al poder, como la nRevolución Libertadorao que intentó expulsarlos
de allí, fueron de las más sangrientas conocidas por un país cuya pertinaz
hemorragia no había podido ser restañada en un siglo, desde 1810.
Le sigue otra explicación que no dejaba de tener en su momento una
intención propagandística: esa paz se habla logrado y conservado gracias al
puño de hierro del general Gómez durante los veintisiete años de una tiranía
absoluta: nse murió el loquero de Maracayo fue la exclamación de Laureano
Vallenilla Lanz al. enterarse en su retiro de París del deceso del Benemérito.
Pero de eso hace ya tres cuartos de siglo y sin embargo, los venezolanos no han
desatado ni soportado más una guerra civil. Es de ellos, y no de un tirano des-
parecido hace setenta y cinco años, el mérito de haber conservado esa p^2.
376
tl
La oratoria como instrumento se inicia con los festeios de la Semana
del Estudiante, durante los carnavales de 1928. Los primeros pasos de la
política en la escena socid venezolana son reseñados en la tercera y cuarta
partes de este libro: ola invención de la polltica, y nl,os trece años de octu-
brer. Entre 1928 y 1945, se revelan y se podrla decir se despliegan, algunas
de las características más saliente s de il uiuere politico.
Lo primero es el cambio de escenario de las luchas sociales, del campo
a la ciudad. Un escenario natural y hasta podría decirse obligado; no se olvi-
de esta cuasi verdad de Perogrullo: la palabra política viene de polis, como
llamaban los griegos a la ciudad.
Lo segundo es la importancia dada a la palabra hablada y escrita.
Nunca en la historia de Venezuela los dirigentes políticos habían hablado y
escrito tanto, en vez. de caerse a tiros.
MANUEL CABALLERO tn
ill
civiles, período en el cual todo marchaba sobre ruedas hasta que algrin infame
demonio se metió en el asunto y le prendió fuego a una casa feliz, no resiste la
menor crítica. En verdad, la implantación del modelo no se daba sin sobresal-
tos, sin incumplimientos, sin aplicaciones defectuosas, sin injusticias
En general, el proceso fue sometido a la misma crltica hecha a todo
reformismo: para unos va demasiado rápido, para orros demasiado lento.
Estos años no fueron pues, nada tranquilos: alzamientos militares, guerrilla,
guerra sucia ¡ en particular después de 1974, corrupción y su ndemocrati-
zación, por medio del clientelismo.
Había, y nunca dejó de haber, un cuestionamiento a la aplicación del
modelo, no al modelo mismo: tanto la oposición de exrrema derecha como
la de extrema izquierda, todas se arropaban bajo la inmensa e incuestionada
bandera de la democracia.
Los resultados electorales sucesivos parecían dar la nzón a los dirigen-
tes del proceso. De un lado y otro, en conjunto llegan a arrastrar hasta el 90
por ciento del electorado, un pals donde sus habitantes, eran olos campeones
mundiales de la no-abstenciónr. Pero a pardr de 1977 seproduce una caída
que no cesa con el final del siglo. ¿Qué había sucedido?
1) El modelo adoptado buscaba fundar en Venezuela una sociedad
capitdista avanzada, o para emplear el viejo lenguaje leninista, para la (revo-
lución democrático-burguesar. Cuyo desarrollo debía ser dirigido, dinami-
zadoy protagonizado por el Estado. Esto se amplió hasta el extremo posible
a partir de 1973, con la hinchazón de los ingresos petroleros y la naciona-
lización de las empresas b¿ísicas. Pero ese régimen traía en sí, para repetir la
vieja frase, el germen de su propia destrucción.
A saber: un Estado cuyo gigantismo era producto de un crecimiento
súbito, trala consigo como debilidades, esas aparentes grandezas: su deses-
perante ineficacia y la ineficiencia producto de la bisoñería, de la improvi-
sación. Lo primero hacía que una enrevesada permisologfa, unos controles
insalvables, produjesen el deseo, la búsqueda de la aceleración de resultados
saltándose la normativa. Hablando en plata, dicho sea muy a propósito, la
corrupción administrativa.
Lo segundo lo había advertido Juan Pablo Pérez Nfonzo, el upadre de
la OPEP" como lo llamaba la prensa con su tendencia a la simplificación:
Venezuela no tenía estómago para recibir un tal hartazgo. Es así como las
empresas estatales se fueron arruinando. La crítica de la planificación y el
estatismo soviéticos, más por su inviabilidad intrínseca que por cualquier
desarrollo teórico adverso. se dio también en Venezuela.
N2 H|STON|A OE LOS VEI{EZOLAilOS EI{ EL SIGLO )q
vez mayor: ¿Dónde están los reales? Se los llevó una minorla de políticos
corruptos. Lo peor de todo es que eso lleva a una conclusión no por sim-
plista menos generalizada: es necesario un salvador de la patria que barra
con los políticos corruptos y reparta esa riqueza entre todos los venezolanos.
No existe una mentalidad productiva sino una mentalidad distribudva. Y
salvacionista.
tv
En los trabajos históricos cuyos primeros lectores provienen del mundo académico,
se suele organizar la bibliografla poniendo al inicio las fuentes primarias: archivos y
compilaciones documentales. Aqul se ha escogido la vla inversa ubicando al principio
las fuentes secundarias. Por dos razones: una, son las más accesibles para el público
no especializado; dos, por ser ése el camino adoptado con mayor fruto por quien
inicia una investigación, y conocer hasta dónde ha llegado el estudio de ese tema.
Por otra pafte, y por razones bastante parecidas, cuando se ciren fuentes primarias,
en especial las de archivos, se ha escogido de preferencia las empleadas por el auror
en algunas de sus investigaciones sobre temas particulares, ya citadas en sus libros.
Por ser característica de este período y el siguiente hasta 1935 la rivalidad y el domi-
nio de personalidades muy recias (no en vano se habla de <hombres fuertes>) con-
viene iniciar esta lista con dgunas biografías citadas o no directamente. En primer
luga¡ hay dos, ya clásicas, del general Cipriano Castro: Los dlas de Cipriano Castro,
de Mariano Picón Salas y El bornbre de k buita gris, de Enrique Bernardo Núñez,
de los cuales si no se citan los datos de publicación es porque han sido reeditadas
muchas veces, en diversas editoriales, como corresponde a dos excelentes prosistas
celebrados por todo el mundo; el primero más literario, el segundo más histórico.
Existe una tercera biograffa, menos meritoria en ambos aspecros, pero que tiene en
cambio la ventaja de provenir de un hombre que conoció tanto a Castro como a
Gómez, el general Eleazar López Contre ras: EI presidente Cipriano Casno. Caracas,
Libros de Bohemia, 1986.
En segundo lugar, hay algunos libros que abordan temas más especlficos,
relacionados con lo tratado en este capítulo. El primero es La caída del liberalismo
t{lsToRra DE Los vElrE:zolAllos El{ EL slolo xx
La influencia polltica de Juan Vcente Gómez durante los treinta y cinco años ini-
ciales del siglo )O( es inmensa; y en veintisiete de ellos será primero determinante
y luego absoluta. Al mismo tiempo, bajo su gobierno se comienza a llevar con más
rigor la correspondencia oficial. Eso hace que el fondo documental para el estudio
de su época sea muy abultado, aunque su escaso interés por la escritura, amén de su
bien conocido laconismo, compensen aquella abundancia con la escasez de fuentes
directas, personales, necesarias para cualquier intento biográfico, casi obligado en
cualquier estudio sobre ese perlodo inicial del siglo )O( venezolano.
Eso no quiere decir que no se haya intentado incursionar, y con éxito, en el
género biográfico, en el cual destacan por muy diversos méritos tres libros.
MANUEL CAMLLERO 389
Como eslógico suponer, no sólo por su cercanía en el tiempo sino por el carácter
polémico de algunos de los protagonistas de este lapso, no es fácil encontrar traba-
jos que conteng¿n análisis de conjunto y mucho menos ensayos históricos dignos
de ese nombre. Hay además la permanencia de un viejo prejuicio historiográfico,
según el cual la pasión política impide analizar con frialdad los sucesos y los proce-
39,1
sos. Ni siquiera se tiene a mano el recurso de las memorias de los protagonistas, pues
los dirigentes políticos venezolanos son muy poco dados a escribirlas. Entre otras
cosas, porque se pueden interpretar como la confesión de un retiro de la actividad
política y sobre todo, de su posibilidad de acceder de nuevo al poder. Ni siquie-
ra Rómulo Betancourt, un hombre que expresó con todo énfasis y formalidad su
renuncia a toda nueva candidatura presidencial, y cumplió con su palabra; y quien
además era un grafómano empedernido, al cual todo el mundo creía dedicado en
su retiro europeo a escribir sus memorias, dejó al morir entre sus papeles algo que
se pudiera considerar tal.
Sin embargo, hay algunos testimonios recogidos en entrevistas a protago-
nistas de diversos sucesos, sobre todo de los años 1959-1969 que pueden suplir
en parte la ausencia de memorias de los llderes de esos años. Son útiles las series
de historia oral de Agustín Blanco Muñoz, en particular los volúmenes La conspi-
ración cíaico-nilitar, Caracas, UCV-FACES, 1981 ; La lucha armad¿: La izquierda
reuolucionaria insurge, Caracas, UCV-FACES, 198 I ; La lucha arrnada: Hablan
cinco jefes... Caracas,
UCV-FACES, 1980; y La lucha armada: hablan teis coman-
dantes, Caracas, UCV-FACES, 1981.
Todo lo anterior no niega la existencia de un análisis que, con todo y venir
de la pluma de un dirigente de partido (en este caso Copei), sea modelo de luci-
dez y objetividad. Uno de ellos, el libro de Ramón Guillermo Aveledo. La Cuarta
República: k uirtad I Libros marca dos, 2007 . Como suele suce-
el pecado, Caracas,
der también, los observadores extranjeros pueden analizar los procesos polfticos
con mayor frialdad. Es el caso del norteamericano John l,ombardi con su estudio
Venezuela,Madrid, Grijalbo, 1 985.
Hay además, ensayos particulares, valiosos sobre todo por las documentos
que aportan, aunque las opiniones provengan de un determinado sector polltico y
puedan estar sesgados de partidarismo. En primer lugar, algunos estudios de Rómulo
Betancourt: Antohgía política, Caracas, Fundación oRómulo Betancourrru , 1990, 5
vols (de los cuales dos en curso de impresión); El atentada d¿ Los Próceres, Papeles
de fuchivo No 2, Caracas, Centauro, 1992.
Además, El l8 d¿ octubre d¿ 1945 (Génesis y realizaciones dt Reaolución Demo-
crática), Barcelona, Seix Barral S. A., 1979; Fragmentos de sus memorias. Papeles de
A¡chivo, No l, Caracas, Centauro, 1992; La segunda independcncia de Wnezuela, 3
tomos, Caracas, Fundación Rómulo Betancourr, 1992 (se trata e los artículos sobre
economía y finanzas publicados en el diario Ahora mientras permanecla clandes-
tino entre 1937-1939; compilados y prologados por Arturo Sosa, SJ); Ties años de
Gobierno Democrático ( I 9 5 9- I 962), Caracas, Imprenta Nacional, 1 962.
MANUEL CABALLERO ty5
Junto a ellos, los trabajos del otro líder histórico del proceso iniciado en
1959: varios estudios de Rafael Caldera: Cinco años d¿ cambio (1974); Ref.exiones
d¿ k R¿bida (1976); y sobre rodo, una obra histórica, Los causahabientes, de Cara-
bobo a Puntofio (1999)
Dos análisis particulares son el intento biográfico de Alfredo Thrre Murzi
(Sanin), Rómulo, Caracas, Vadell Hermanos, 1984, y el libro de entrevistas de Ali-
cia Segal, La uenedemouaciA, Caracas, Monte Avila, 1968.
Thmbién son de útil consula49 Demouática contra k corn¿p-
años d¿Acción
ción, Careces, Centauro, 1990; así como Docurnentos para k historia de Acción
Dernocrdtica 1936-l94l,vol I, Caracas, Ediciones Centauro, 1981. De igual mane-
ra, se debe revisar varios autore s, Wnezuek moderna, Caracas, Fundación Eugenio
Mendoza, 197 6; y Manuel Caballero, Lae uenezuelas dcl siglo W. Caracas, Grijalbo,
1988. Así como Las risis dz h Venezuek conternporánea, Caracas, Nfa,2004. Por
último, los siempre prácticos Diccionario d¿ Historia d.e Wnezuek, Caracas, Fun-
dación Polar, 1988; los Documentos que bicieron historia, Caracas, Presidencia de la
República, 1962,2 vols., y la valiosfsima Colección Pensamiento Pohtico Venezohno
ful Siglo W. Caracas, Congreso de la República, 1983-1992.
Estamos conscientes de lo exiguo de la bibliografíapara un período tan pro-
longado y tan pletórico de problemas. Pero nos hemos atenido a la posibilidad de
acceso a ella por el público no especializado.
Por las mismas rezones expuestas al comienzo de la quinta parte de este tra-
bajo, la bibliografía utilizable, en especial los libros o folletos, es más exigua aún.
No es f;ícil encontrar trabajos que conserven una cierta frialdad u objetividad, por
ser los dos lustros de más intensa polémica por lo menos desde 1959, mucho más
cuando, en el momento a redactar estas llneas, todavía están vivos dos de los mayo-
res protagonistas del drama, si bien en edad provecta y de relativa indefensión y
discapacidad.'
Varios libros nuestros publicados en Caracas por Editorial Alfa tratan aspec-
tos particulares del tema: la tercera parte de Ni Dios ni Federación,; Ias tres últimas
partes de Las crisis de k
Venezuela Contemporánea ) I 903- I 992; La pasión d¿ Com-
prender; así como La peste militar (escritos polémicos).
*Nota del editor: Rafael Caldera fallece el 24 de diciembre de 2009, antes de la publicación de este libro.
,96 HISTORI.A DE LOg VENEZOLA¡{OS Eil EL SIOLO XX
Por ser polémicos, no contienen sin embargo una diatriba: son opiniones que
tratan de ser argumentadas con todo el rigor que requiere quien comprende que el
respeto al lector comienza por el respeto del autor por el propio trabajo.
Dentro del mismo orden de ideas, se puede citar un conjunto de publica-
ciones de la Editorial Alfa sobre el tema de Chávez y el chavismo: Cháuez I el moui-
miento sindical en Wnezuel¿; Cháaez la sociedad ciuil I el estarnento militar y Cháuez
1 los medios d¿ comunicación social.
Pero tal vez la más útil fuente primaria para conocer las intenciones del hoy
Presidente de Venezuela, sea la larga entrevista de Agustln Blanco Muñoz, Habla en
conundante, realizada antes de su ecceso al poder, Agreguese a esto el libro donde
un periodista colombiano, Camilo Chaparro, recoge las frases más resaltantes de
Hugo Chávez Frfas, El que me Acase de dictador es un ignorante, Bogotá,Interme-
dio Editores, 3007.
También es muy útil la biografía (no autorizada) de Carlos Andrés Pérez,
Memorias proscrir¿¡ de Ramón Hernández y Roberto Giusti, Caracas, Los libros
de El Nacional,2006.Y El asedio inútil de Germán Carrera Damas, Libros Mar-
cados,2009.
Aparte de eso, como fuente primaria, está la recopilación de los mensajes
presidenciales de los cinco años de la segunda presidencia de Rafael Caldera, Com-
promiso solidario, publicados en la Imprenta Nacional.
Esta edición dc
CARACAS, VENEZUELA
1'edbión: mayo 2010
E|fibülal A|f.
Apartado postal 50.304. Caracas 1050 A" Venszuab
Tekáforo: [+58 212] 762. 30. 36 / Fo(: V582121762.02.10
e-mail: contrcto@eclitofial-ara'com
www.€ditorH-affa.com
ISBN: 978-s@354-292-4
Depósito legal: lf5o42o1 009@1 036
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