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“Vi a un pobre hombre aferrado a su arado. Llevaba un tosco jubón. De la capucha agujereada sobresalían sus cabellos.

Cuando caminaba, sus zapatos gastados, de gruesas suelas, dejaban ver los dedos de los pies. Las polainas le colgaban de las
pantorrillas a ambos lados y, como caminaba detrás del arado, estaba todo embarrado. Tenía mitones confeccionados con
tela rústica, gastados y llenos de estiércol. El hombre se hundía en el fango casi hasta los tobillos y llevaba delante de él
cuatro novillas de aspecto miserable, tan flacas que se les podía contar las costillas. Su mujer caminaba a su lado, llevando
una larga aguijada en la mano, vestida con una túnica encogida y envuelta en una criba de tela para protegerse del mal
tiempo. Caminaba descalza sobre el hielo, y le salía sangre. Al final del surco, había un pequeño canasto, y adentro, un niño
pequeño cubierto de trapos, y del otro lado, dos mellizos de dos años, y todos cantaban una canción que daba pena oír:
todos emitían el mismo lamento de acentos miserables. El pobre hombre suspiró amargamente y dijo: ´¡Silencio, niños!´”.
Pierce the Ploughman´s Creede, siglo XIV.

“Los pobres de Francia beben agua, comen manzanas, con pan muy oscuro, hecho de centeno. No comen carne,
salvo a veces un poco de tocino, o entrañas y cabezas de los animales que matan para la alimentación de los
nobles y los mercaderes del país. No usan nada de lana, salvo una pobre camisa de tela rústica debajo de su
vestimenta superior. Sus polainas son de una tela semejante, y no sobrepasan las rodillas, a las que se ajustan
con una liga: los muslos quedan desnudos. Sus mujeres y sus niños van descalzos. No pueden vivir de otra
manera, porque los granjeros, que debían pagar cada año un escudo de arriendo al señor, ahora pagan además
cinco escudos al rey. Están así de obligados por necesidad a vigilar, labrar, roturar la tierra para su subsistencia,
hasta el punto de consumir sus fuerzas, y su especie es reducida a la nada. Están encorvados y son débiles, no
son capaces de combatir y defender al reino. Tampoco tienen armas, no dinero para comprarlas. Viven en la más
extrema miseria, y sin embargo habitan el reino más fértil del mundo.”
Notas de un viajero inglés, siglo XIV.

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