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Juan Trigo
Ingeniero Químico con el grado de Doctor por el Politécnico de París. Ha sido alto
ejecutivo en una empresa multinacional alemana, ha dirigido empresas, tanto
españolas como extranjeras y ha sido jefe de refinería en una planta de Gas en España.
Empezó a estudiar astrología a los 15 años con Josefina Maynadé de la Sociedad
Teosófica. A los 30 años siguió un entrenamiento intensivo de clases privadas durante
7 años con Emilio Salas. A los 38 años abrió consulta astrológica, especializándose en
el diagnóstico astromédico para dos clínicas homeopáticas y un gabinete de psicología
clínica de Barcelona. A los 42 años estudio psicoterapia con Jordi Cartoixa y a los 47
con Vicente Lupo.
En la actualidad se dedica a la psicoterapia con la ayuda de la astrología.
Ha participado con ponencias o talleres en los siguientes Congresos Ibéricos de
Astrología:
En detalle.
FORMACION EN ASTROLOGIA:
De 1975 a 1982 Clases privadas ininterrumpidas de 2 días semanales con Emilio Salas
Año Medio/Publicación
Prologo Capitulo 6
Capitulo 1 Capitulo 7
Capitulo 2 Capitulo 8
Capitulo 3 Capitulo 9
Capitulo 4 Capitulo 10
Capitulo 5 Capitulo 11
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Juan Trigo
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Es la inquietud del ser humano actual por no perder contacto con lo que
el desarrollo intelectual y científico no pueden explicar, pero que
sigue presente de forma invulnerable y alimenta realmente su vida. Ese
ser que no tiene otro remedio que transgredir permanentemente el orden
establecido para sobrevivir, construido a lo largo de decenas de siglos
de manipulación y condicionamientos. Y siendo el ser invulnerable,
sobrevive.
Juan Trigo
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A S H Â N T E Asaltantes de la Mente
"Con esa cadencia mágica de una danza de nómada, van huyendo de mi los remolinos de
arena, llevándose una vez más el alma del extranjero que quisimos conocer"
Canción ritual de la Tribu Kharjan, que habitó una vez las laderas Norte del Hindu Kush
Capitulo 1
Creo que ya hemos llegado al hospital. ¿Pero cual? ¿Dónde estamos? Me debí
desvanecer otra vez antes de que llegáramos a la fachada. No estoy seguro,
pero me pareció reconocer el aeropuerto de Barcelona cuando me transfirieron
del avión a la ambulancia. Es una habitación espaciosa y el ambiente
inconfundiblemente europeo. Comodidad, control, orden. No huele al insultante
zotal del hospital de Damasco. Que descanso estar en casa. Aunque, a decir
verdad, no se han portado mal conmigo las autoridades sirias, por lo poco que
recuerdo.
- ¿Está en coma?
- Inconsciente nada más...creo.
- Veremos.
- Mucho gusto, señorita. Acomódese, por favor. Dice usted en su informe que
el Sr. Gálvez le habló durante el viaje.
- Bueno, pues,... no sabría decirle, doctor. Todo era muy incoherente y sin
sentido. Deliraba. Quiero decir que no parecía tener ninguna relación con él ni
con su trabajo ni con su familia... Además su acento... no se parecía en
absoluto a... Verá he oído a personas de muy variadas nacionalidades hablar su
peculiar inglés, como los pakistaníes, o los japoneses, o los mismos españoles
con nuestro acento latino, pero no, eso era distinto... No sabría decirle. Incluso
no parecía inglés a no ser porque podían reconocerse claramente algunas
palabras. Y además no tenía ninguna relación con su vida, ni con su trabajo, ni
con él mismo.
- ¡Qué quiere decir, señorita! ¿De que puede hablar una persona en sueños
sino de sí mismo?
- ¿Y usted no lo cree?
- No. Qué va. Según hemos podido averiguar todo ha transcurrido dentro de la
más absoluta normalidad. El Sr. Gálvez visita Oriente Medio desde hace más de
diez años como Jefe de Exportación de una conocidísima empresa
multinacional, y el Sr. Elías Sarafian, su representante oficial, es un respetado
comerciante de Damasco desde hace muchos años. Lo llevó él mismo al
Hospital General de Damasco y realizó todos los preparativos para repatriarlo
inmediatamente. No ha habido ningún impedimento por parte de las
autoridades. El Sr. Sarafian ha estado presente en todo momento. Todos los
papeles están absolutamente en regla. Son centenares los hombres de
negocios que visitan regularmente Oriente Medio, si todos fueran a tener
vínculos con el terrorismo...
- Vamos, continúe.
- Pues... "San Juan" o algo así. "El ataque a San Juan..." "Son los hombres
de..." un nombre árabe que no puedo entender. Hablaba de avisar a alguien...
algo así como un maestro, un músico o yo que sé. Pero lo cierto es que cuando
hablaba de esas cosas se ponía extremadamente agitado, como si un gran
peligro real y físico se le viniera encima,... y precisamente no a él... Esto me
pareció curioso.
- No estoy segura, doctor, pero parecía estar preocupado por salvar a alguien,
por avisar a algún amigo de un peligro muy grave. Y no hay duda de que
hablaba de una lucha, de un conflicto... bélico.
- ¿Y ese nombre, doctor: "San Juan?". ¿Que puede significar?. No es más que
un delirio
- Bueno, puede ser que todo esté muy bien preparado. Pero me da la
sensación, y solo es eso, una sensación, de que ni la más completa
investigación de la policía podrá explicar jamás qué pudo haber puesto a este
hombre así.
- Pues, pueden ser muchas cosas, qué sé yo... Se encontraría de bruces con
algo que lo aterrorizó tanto que llegó a paralizarlo, y que probablemente sigue
aterrorizándole. O un paisaje que de pronto le resulta familiar, pero para
recordarle algo terrible en su vida y desencadenar una tremenda reacción
psicológica. ¿Quién lo sabe?. Solo él...
Los estoy perdiendo otra vez, el sonido se desvanece y debo haber cerrado los
ojos. ¡Qué gracioso, yo un contacto de los terroristas!. En mi vida he visto uno
de cerca a pesar de haber estado por casi todos los países de Oriente Medio
tres o cuatro veces al año en los últimos catorce. Pero, espera... "San Juan"...
"Un ataque a San Juan"... Gritos en lo alto del declive... No consigo ver a
nadie, y sin embargo sé que están ahí. Y tampoco recuerdo su nombre... Es la
misma visión que se reproduce una y otra vez en ciertos lugares por los que he
estado, todos muy parecidos, con las mismas características y creo que en la
misma época del año, verano... ¡Dios mío, esta vez las visiones han ido tan
lejos como para afectarme en lo físico! Jamás me lo hubiera podido imaginar.
Hasta ahora, hasta el otro día por lo visto, se habían limitado a provocarme
ausencias, muchas veces muy comprometedoras y en los momentos menos
oportunos, pero nunca me habían paralizado físicamente... ¡y de este modo,
Santo Dios!. ¿Cómo puede ser posible que una imagen o un recuerdo o lo que
sea que ocurra en la mente le deje a uno en algo parecido al coma? No tiene
sentido... sin embargo es real: no puedo moverme, no puedo hablar, no puedo
comunicarme, ni siquiera mover un dedo para darles a entender que les he
oído... Luisa siempre tuvo miedo de que me dieran un cargo directivo porque
en el momento menos pensado, como me ha ocurrido algunas veces, en mitad
de una conversación... ¡zas!: Mi mente se desconecta, y en su lugar aparece
algo que no he visto jamás pero que parece tener estrecha relación conmigo. Y
lo hace de forma cada vez más insistente. Hasta ahora no he querido admitir
que eso haya sido la causa de no haber progresado en la empresa después de
tantos años y tanto esfuerzo, y también después de éxitos reconocidos. Lo
achacaba a mi falta de ambición, pero Luisa debe tener razón, la gente que
está en puestos directivos tienen la intuición muy fina, y habrán detectado
alguna vez mis ausencias y les dio miedo otorgarme más responsabilidad. Luisa
siempre tuvo miedo... Sin embargo creo que en esas visiones hay alguien que
no lo tiene, pero no sé quién es.
Hice el Camino de Santiago, y a mi regreso los vi con bastante claridad. Por eso
viajé a Irlanda en busca de aquel acantilado. Y también las ruinas de una
fortaleza entre las brumas sobre un paisaje desconocido, y las notas
penetrantes de una flauta celta, y el sonido de un nombre pronunciado en las
colinas de Tara... ¡Dios mío, si pudiera encontrar una explicación coherente!
Por lo que acaba de decir el doctor mi estado puede ser irreversible. Un
esquizofrénico catatónico, por lo que he leído, es alguien que termina
adoptando la segunda personalidad en la que se desdobla su inconsciente,
generalmente la no deseada, que interrumpe todo contacto con el exterior. Por
tanto ni habla ni escucha, han de darle de comer, etc. Parece que esas
personas pocas veces vuelven a la realidad; se extinguen. Y la principal razón
de ello es porque no quieren volver. Ha ocurrido algo entre ellos y el mundo
exterior que les asusta tanto como para encerrarse en un caparazón que se va
haciendo más y más duro... ¡Pero yo quiero volver! ¡Quiero a Luisa y a los
niños! ¡Quiero mi trabajo!... Y el viaje a Irlanda no pasó, al fin y al cabo de
puro viaje turístico. ¡No ocurrió nada en Irlanda! ¡Nada! Y además soy un tipo
a quien le gusta poner los pies en el suelo... De otro modo ya haría mucho
tiempo que estaría volando por esos mundos sin retorno. He de explicarles lo
que significa "San Juan"; es muy simple, está a 158 kilómetros de Damasco y a
267 de Krak de los Caballeros. Y no es otra cosa que la fortaleza templaria de
San Juan de Acre. Es un lugar muy interesante de visitar al otro lado de la
Bahía de Haifa, en Israel, pero ¿qué tiene que ver... ?
Tal como están las cosas, parece que nadie puede ayudarme excepto yo
mismo. Y a lo mejor eso es precisamente lo que estoy haciendo ahora, o.. lo
que debo hacer. Es muy extraño, pero probablemente el sentido que tenga
verme en este estado no es otro que el de desentrañar la naturaleza de esa
doble vida o lo que sea. ¿Por donde empiezo? Es cierto que en las consultas a
psicólogos y en las terapias a las que he llegado a someterme, que no han sido
pocas, siempre como es lógico por cuestiones de tipo familiar y profesional,
jamás he mencionado esas ausencias, porque las consideraba sueños de
aficionado a películas de aventuras. Pero ahora, siendo sospechoso de
contactos con el terrorismo, ya no tengo tiempo para enmendar eso y
someterme a otro psicoanálisis para esclarecer la causa de esas visiones.
Además la investigación policial puede afectar a mi familia. Si algún
pensamiento o recuerdo o lo que sea ha sido capaz de "desconectar" mis
funciones motoras, probablemente si lo descubro y lo traigo a la luz, al plano
de la vigilia, y me enfrento a él, se cumpla su función y deje de interferir en lo
físico. Bueno, es una teoría, pero no tengo nada más, y a lo mejor a la hora de
enfrentarme a eso lo que sea tal vez resulte peor... Pero no tengo nada más, y
he hacerlo yo. Vamos a ver: ¿Empiezo por aquel día en que llevé a Antonio
Perinat, uno de mis mejores clientes a inspeccionar unos terrenos que había
comprado para su nueva fábrica? ¿O cuando lo invitamos Luisa y yo a pasar el
día en el club de tenis? ¿O, sobre todo la angustia que me paralizó aquel
verano en Menorca cuando subíamos los cinco de excursión al Cap de
Caballería? ¿O lo que me ocurrió regresando del Camino de Santiago? ¿O lo
que ocurrió en Irlanda? ¡En Irlanda no ocurrió nada!... Tengo entendido que
visiones estando despierto las tiene todo el mundo, destellos de algo que no se
puede identificar y que no se le da importancia, se interpreta como fantasías
propias de una mente y a otra cosa. Las catalogamos como recuerdos de
infancia que deformamos inconscientemente para adecuarlas a la experiencia
reciente, y seguimos con lo que estábamos haciendo. O por el contrario se
montan las consabidas fantasías esotéricas de vidas pasadas o contactos con
extraterrestres, etc., que siempre van muy bien para justificar cualquier cosa.
Siempre hay interpretaciones para todos los gustos. ¡Qué frágil es la mente
humana! Los orientales dicen que vivimos en una ilusión, en una película, que
nada es real, sino producto de nuestra imaginación. Las tendencias más
modernas en psicología, los conexionistas, tratan la mente como un gran
ordenador, pero también, como sus antecesores, conductistas, cognitistas, etc.
acaban en un callejón sin salida. La mente es el gran problema de esta especie
que mutó hace 2 millones de años a partir de un simio grande. Lo que sí
parece cierto es que esas visiones, esos contactos con otro mundo (como decía
Paul Eluard, hay otros mundos, pero están en este) no pueden hacerlo las
personas normales de forma voluntaria, es decir provocándolas o dirigiéndolas,
como parece que pueden hacer ciertos iniciados. Son chispazos que aparecen
cuando uno menos se lo espera; surgen sin que esté ocurriendo nada de
particular y en la más cotidiana e insulsa de las situaciones, como aquel en el
club de tenis...
Habíamos invitado, Luisa y yo, a Antonio Perinat, por aquella época uno de mis
mejores clientes, a comer en el Club de Tenis de la localidad costera donde
estaba ubicada nuestra casa de veraneo. Hacía por lo menos media hora que
contemplábamos un partido de campeonato, sentados en las cómodas sillas de
las gradas. Al fondo había otras dos pistas más y luego la suave colina que se
elevaba discreta para ocultarnos el mar con un tupido bosque de pinos. El día
descansaba sus calores veraniegos entretenido en las suaves ráfagas de brisa
marina y los claroscuros de las nubes circulando por algún lugar del cielo.
- ¡Enfermera, el desfibrilador, rápido, este hombre se nos va!... Eso es. Otra
vez. Siga, 20 cc intravenosos de adrenalina. ¡Otra vez, siga! ¡Otra vez!...Vaya,
por poco. Casi se nos va...¿Pero qué demonios es esto? ¿Qué es lo que
tenemos aquí? ¿Alguien puede explicármelo?
- Vaya..
No, esas sesiones fueron antes de ir a Santiago y nada tienen que ver con lo
que ocurrió en Palacios de la Sierra. Por lo menos que yo sepa, puesto que sin
duda algún facultativo de lo oculto, y de lo no tan oculto, diría que
probablemente su encuentro fue gestándose en mi inconsciente largo tiempo
atrás. A lo mejor tienen razón, pero entonces, cuando todo el que consigue
arroparse con algún título o fama pretende tener razón, todo se hace mucho
más confuso. Algún viejo aldeano diría que la mierda no hay que removerla,
porque entonces saca su hedor.
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Capitulo 2
-¿
E
stá seguro de que realmente invocó a las brujas?.
- Absolutamente de nada.
Este diálogo no fue exactamente así. Más bien, hubiera querido que lo fuera.
Pero jamás habría podido ocurrir de tal modo entre Juan Francisco Reguero, el
Consejero Delegado de la compañía multinacional, y yo. Trataré de recordar
exactamente sus palabras, aunque, eso de recordar exactamente sea lo más
difícil de toda esta situación. Creo que fue más o menos de este modo:
- Sí...
- ¿Solo? ¿En voz alta? ¡Vamos, Gálvez, no me haga creer que una persona
como usted habla solo! Debe de estar usted muy cansado. La última campaña
ha sido muy dura para todos, pero especialmente para usted. Tómese unas
vacaciones...
Nos interrumpió nuevamente el teléfono. A decir verdad había zanjado ya la
cuestión con la última frase, puesto que no podía perder tiempo en aquel tipo
de conversaciones. Yo le había revelado aquellos sucesos, engañado, una vez
más, por su gran poder de seducción, y también animado por la tolerancia que
mostraba hacia mi faceta literaria. Pero había ido demasiado lejos en mis
confidencias. Y además inútilmente, porque no me atenazaba una imperiosa
necesidad de contarle a nadie aquellas vivencias, y, sencillamente, porque ya
se los había contado a alguno de mis más íntimos amigos. ¡Maldita necesidad
mía de que me quiera todo el mundo! Y explicar por ello, incluso a un tiburón
de las finanzas como Reguero, miembro además del Opus Dei, intimidades
esotéricas ciertamente rayando en lo herético. Mi madre solía decir que cuando
yo era pequeño regalaba mis juguetes a cuantos niños pasaran por mi lado, me
los pidieran o no. De mayor he seguido regalando perlas de la intimidad a
cualquiera.
En cierta ocasión me dijo una psicóloga, que tanto metal, espadas, corazas y,
en fin, tanta lucha feroz en mi imaginación, no era más que imponerme una
penitencia y mantener una lucha contra mí mismo. Pero ella no podía llegar a
imaginar siquiera la belleza cautivadora de la batalla. ¡Brillan los aceros,
truenan las voces y se sienten las rabias surgiendo de lo hondo de las
entrañas, crecen las almas y con las manos tendidas hacia el cielo desafían a
todos y por supuesto a todos los dioses! ¡Sobre todo desafiar a los dioses!
Porque en ese momento los guerreros son más poderosos que cualquier ente
de los que vulgarmente se llaman "superiores". Están poseídos por Marte, pero
ni este mismo ente energético es capaz de imaginar el coraje que alcanzan los
corazones de los guerreros. Porque siendo mortales no le temen a nada, cosa
que no ocurre con los dioses. Leí una vez en el Corán que Dios ordenó a los
ángeles postrarse ante el ser humano, porque él es capaz de escoger su
destino, los ángeles no tienen esa facultad. Lucifer, el más luminoso, se negó a
rebajarse, y por eso desobedeció a Dios, y por eso fue desterrado a las
sombras, para provocar la confusión en las mentes de los hombres y así
contradecir a Dios. Y en esos momentos de exaltación del guerrero parecido al
éxtasis sexual, que lo sustrae tan eficazmente a cualquier angustia o miedo por
la existencia, traspasa la barrera de lo irreal hacia el verdadero mundo. Ese
lugar donde no tienen sentido los extremos de la dualidad, bien y mal,
merecimiento o castigo, vida o muerte, tierra o cielo, etc. ¡Oh, si me oyera la
gente devota! ¿Qué iban a pensar de mí? Mi madre trató de condicionarme al
temor del qué pensará la gente; pobre mujer, siempre tan angustiada por lo
que pensarían de ella los demás, siempre haciendo las cosas de cara a la
galería. Y por lo tanto siempre tan llena de sufrimiento porque la galería es una
ficción destructiva, modificar nuestra conducta para que los demás nos
admiren o simplemente no nos censuren es dejarse caer en un pozo sin fondo,
o sea ceder a la farsa de todos los días. ¿Soy yo, Lucas Gálvez, quien está
pensando estas cosas, que dirán mis clientes? Sí, claro que es Lucas Gálvez
quien esta "diciendo" todo esto, no hay nadie más en esta habitación. Afuera
no hay nadie más, aunque en mi interior... ya no podría asegurarlo.
Para seres corrientes como Lucas Gálvez el contacto con la Unidad les es dado
a conocer durante breves momentos y con la ayuda de gente entrenada, a la
que llaman maestros. Pero ya es suficiente porque de ese modo empiezan a
conocer el fin último de sus vidas y restarle importancia a "los males y
calamidades de este mundo", y a tomarlos como una experiencia necesaria. El
mundo, la vida en la Tierra solo es un puente, un pasaje temporal que hay que
aprovechar y por ello se presenta con tanta riqueza de situaciones con las que
experimentar.
Las batallas, el orgasmo, etc. son estímulos de primer orden, porque liberan
gran cantidad de energía en un solo instante y por lo tanto todos los centros
del cuerpo y del alma se ponen en movimiento. Lo importante es mantener la
conciencia de relatividad, de temporalidad, de estar experimentando algo que
no sabremos hasta haber experimentado bastante. Es decir, a medida que la
Unidad reine en el interior y presida todos los actos, cuando ya necesite
alimentar a ninguno de los planetas del sistema solar, ni a ninguna estrella,
porque ha conseguido el equilibrio entre todos: ha conseguido centrarse en el
Sol, su corazón y Él reina en su interior reproduciendo la Unidad Primordial.
Pasar bajo la mirada del Aguila sin que éste detecte tu presencia.
Tuve que detener el coche tan pronto como llegué a aquel paraje. Al rebasar el
recodo de la carretera la fuerza del lugar se apoderó de mí. En efecto, se
parecía mucho a las imágenes que me habían paralizado en otras ocasiones,
solo que más suave, más mágica. La última vez creo que fue vez en Menorca,
de excursión con Luisa y los niños. Afortunadamente, yo me había adelantado
bastante y tuve tiempo de reponerme cuando los tres llegaron a mi lado. Casi
al llegar a lo alto de un monte llegué a un semicírculo de piedras, un pequeño
barranco u hondonada en herradura donde parecía terminar un camino, o
mejor dicho una huida. Entonces escuché los alaridos de la masacre. Me
sobrecogió el insospechado nivel de terror y el infinito dolor que estallaron en
un instante, como contenidos en una Caja de Pandora durante siglos. La visión
me bloqueó absolutamente los sentidos durante unos minutos, hasta que
escuché la voz de mis hijos que llegaban corriendo. Solo diez años más tarde
he podido contarlo a alguien, que por su buen control sobre los miedos del mas
allá, ha intentado de entenderme. Creo que tal impresión ante un lugar
semejante, se ha reproducido otras veces en mi vida; dos, tres... En aquel
lugar próximo a Palacios de la Sierra no hubo terror, solo magnetismo. Una
llamada muy poderosa, una invitación, notar palpablemente una presencia, o
varias...
Cerré el coche y fui hacia allá. Era casi mediodía. La atmósfera limpia, el cielo
despejado, brillante, los colores exuberantes. El prado en suave declive
ascendente al tiempo que las rocas grises, redondeadas, se hacían más
numerosas y compactas en lo alto. Casi dibujaban el fatídico circo de piedras,
sólo que éstas invitaban a la invocación y penetrar en el misterio en lugar de al
llanto y al dolor. Me fui aproximando despacio, en silencio, mirando a ambos
lados las pequeñas paredes rocosas, con las manos desnudas, las palmas
abiertas, conteniendo la emoción y casi contando los latidos. Al principio sentí
miedo. Empecé a temer que hiciera aparición el terror de mis entrañas. Pero
cuando la intranquilidad amenazaba con aumentar peligrosamente y desatar el
terror, algo me apuntó que en aquella ocasión las presencias estaban fuera de
mí, en el exterior. Se trataba de entes concretos y cognoscibles, pero externos
a mí. Me fui tranquilizando gradualmente: nada podía temer de lo que
estuviera fuera de mí, en el exterior, el único peligro está dentro. Por lo tanto
podía tener absoluta confianza de dominar la situación, cualquier situación. El
Maligno es un soldado torpe cuando está fuera de ti. No hay ningún ser del
Oscuro que te pueda si antes no le has dejado entrar en tu caverna. Fuera de
ella no tiene ningún poder. Tú tienes todo el poder.
Seguí invocando, y en mi mente dibujé otra vez la silueta del acantilado, las
torres de la fortaleza, los hombres a caballo, y la figura que cae. Una imagen,
no siempre exacta aunque sí conceptualmente la misma; algo más que una
fantasía. Seguí la invocación e imaginando rayos de luz que abrían el cielo
pétreamente encapotado para iluminar la escena y desvelar quienes era sus
personajes, cada vez más pausadamente mientras recorría el lugar, paseando
la vista sin fijarla para dejar que la intuición me siguiera guiando. Un guijarro
atrajo mi atención, o el perfil de un arbusto que no parecía tal, la forma de un
peñasco, un extraño recoveco del terreno. Entonces, cuando creí que la
invocación había concluido encontré a mis pies una piedra extraña que aún
guardo. Tiene forma de diente incrustado en una concreción de arcilla
petrificada. Sonreí. Aquello parecía un signo, un recordatorio. Las brujas me
había escuchado y me lo hacían saber. "Gracias, compañeras, nos volveremos a
ver... o mejor dicho, a sentir".
- Sí, doctor.
- ¿Ni a través de la lista de preguntas que nos han dado para intentar
sonsacarle algo? ¿Han interrogado a su familia o amigos?
- No lo han dicho.
- Es tan raro... A lo mejor nos está tomando el pelo. Pero ¿Porqué? Si fuera un
contacto de alguna organización terrorista, ¿porqué iba a montar un número
así? Orgánicamente no tiene nada, ni un rasguño, entonces, ¿a qué viene todo
esto? ¿Ha probado de pincharle?
El discurso esoterísta que podría lanzarles Claudia, siempre desde una posición
defensiva debido a lo dudoso de su profesión, embrollaría innecesariamente
todo el caso. Puede incluso ser capaz de decir que me vio poseído por el
diablo, o cualquier otra sandez de ese estilo. ¡Es tan fácil crear una atmósfera
circense entorno a estos temas! Y ello porque en las artes llamadas ocultas
(ocultas, porque solamente las conoce quien las domina, y las domina solo una
parte, y durante un cierto tiempo) interviene mayormente la intuición y la
sensibilidad, y ambas dependen de la naturaleza cambiante de la mente
humana. De cuando en cuando me asaltan con violencia (curiosamente la
violencia es uno de los ingredientes inevitables) visiones de Luisa echándome
en cara... algo ¿el qué? ¿Algún nombre de mujer pronunciado en sueños? Y
también percibir de antemano la angustia culpable de mis otros pecados
menores, fueran pecados o no lo fueran.
... Durmiendo apaciblemente, con su larga cabellera negra cubriéndole casi por
completo los hombros y la espalda. Una vez más la larga fusión amorosa siguió
suavemente los derroteros del antiguo ritual. Y después, mi espada y yo
velábamos para que ningún ser extraño y diabólico turbara su sueño. A cada
día que pasa, la madurez me hace al ir eliminando las últimas briznas de miedo
hacia cualquier ser diabólico, por monstruoso que quiera aparecérseme. Debía
protegerla, pues, de sus fantasmas y de los míos, de sus dragones y mis
hechiceros. Incluso creí ver los rayos divergentes de una clara luz de vitrales
catedralicios entrar majestuosamente en aquella humilde cabaña...
Oh, sí, cuántas veces oíste eso de tu garganta. ¿A quién estabas pidiendo a
una tregua, Lucas, un lugar en tierra de nadie donde poder descansar, aun a
costa del tiempo que ibas a perder en ello? Pero El Destino, viejo amigo, hay
que apurarlo lo antes posible, como el cáliz hasta las heces. No vale la pereza
ni la cobardía, es una inútil pérdida de tiempo. Si esta vida es un puente, ¿a
qué hacerse una casa?... Pues, ¿sabes? No sé qué contestarte a eso, de vez en
cuando uno ha de parar para curarse sus heridas.
Pero si realmente es cierto que yo vivía en otra vida con mi familia en una
fortaleza cerca del borde de un profundo acantilado, en el condado de Antrim,
en el actual Ulster, allá por el Siglo XII, ¿qué demonios significa recordarlo a lo
largo de esta vida y precisamente ahora con tanta fuerza? A lo mejor he
reencarnado otras veces, si es que existe eso de la reencarnación. Desde que
estoy en este estado (que a lo mejor es el coma, ¿cómo puedo saberlo?), las
visiones se han convertido en escenas clarísimas, vívidas, corpóreas, como si
las estuviera experimentando físicamente. ¿Qué puede significar? ¿Alguna
clave? ¿Alguna conexión? Probablemente algo que debo recordar ahora, o
mejor dicho "vivir" otra vez, en este momento y todo lo intensamente que
pueda para que produzca un determinado efecto... ¡A lo mejor, Lucas, solo es
un intento de convertirte en héroe a costa de tu vida real para huir de la
soledad y de tus frustraciones!.
Ya, claro... Debe tratarse de eso, ¿verdad?... ¡Respóndeme, por el amor de
Dios!: ¿Es solo eso? ¿El qué? Luisa y los niños, ¿quienes son? Mi padre y mi
madre. ¿quienes son...? Recuerdo una canción que se puso de moda durante
la guerra del Viet-Nam, una de cuyas estrofas decía: "I got to get out of this
place", ("He de largarme de aquí")... He de largarme de aquí, de este mundo,
de una jodida vez.
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Capitulo 3
¡Espera, espera!... He oído algo... Sigo sin sentir nada, ningún dolor ni
sensación. Pero esta noche me ha parecido percibir un ruido. Podría ser otro
golpe en el fondo de mis visiones. Pero era distinto, como el rozar de pasos
sobre la arena, o algún cajón que alguien cerrara con cuidado. Y ahora... Es de
día. Veo a las enfermeras que circulan por la UCI realizando los controles de
siempre. Todo es pura rutina. ¡Que curioso! Mi vida se ha reducido a una pura
rutina mecánica, a un conjunto de gestos repetitivos hora tras hora, siempre
los mismos, que para colmo de ausencia ni siquiera hago yo, y al que solo hay
que observar y vigilar para que no se acabe de diluir en la nada. Es una nueva
experiencia. ¿Dramático? No... No hay ni que pensar en esos términos. No es
dramático, sino simplemente curioso. No dejes que la desesperación abra la
más ligera vía de agua en el muro de tus emociones. Sería el fin. No bajes la
guardia. Debes mantener la lucha a toda costa. A ver como repites conmigo,
Lucas Gálvez: esto es simplemente curioso, cu-rio-so. Interesante. In-te-re-san-
te. Una experiencia más que contar en la vida. Nada más. Muy bien, campeón,
lo estás haciendo muy bien...
Ahora he oído claramente una voz... Están hablando. ¡Sí! ¡Oigo! ¡Oigo como
están hablando las dos enfermeras! No me miran, pero escucho sus voces.
¡Espera! ¡Atención! No digas... No pienses nada. Concéntrate. Estoy oyendo
perfectamente. Es una voz algo atiplada y como si se esforzara más de lo
normal en sacar los sonidos afuera. Debe ser una enfermera muy joven:
- ...¿Quién debe ser ese Dunlogan o como se llame? No para de repetir ese
nombre... La policía está muy intrigada, al parecer han consultado los archivos
de la Interpol. Pero vete a saber, como no nos dicen nada... Aunque por el
trabajo que nos tomamos podrían contarnos algo.
- Sí, pero, ¿qué es lo que tiene este hombre, qué enfermedad padece?
Dunloghan... ¿Cuando oí ese nombre por primera vez? El episodio del asalto a
la fortaleza es uno de los más complejos. Resume todo el mundo de ilusiones y
alucinaciones. Materializa el fantasma en las personas que no debe. Dicen que
eso ocurre casi siempre. Es el detonador. Pero cuidado, es el detonador
aparente. Luisa siempre sostuvo que se debía a mi incapacidad para disfrutar
de mi profesión. O, dicho de otro modo, mi constante obsesión por hacer otra
cosa y por supuesto estar en otro lugar. Yo le repetía que eso le ocurre a casi
todo el mundo, y ella me recordaba que todo era cuestión de extremos, y que
lo mío rayaba en la locura. ¿Tendrá razón? Sea como fuere, un buen día, muy
especial o perfectamente corriente, se pone el fantasma delante de mi ser
físico y lo emula tan eficazmente que me confunde con él. ¿Será este conflicto
de personalidad la causa de mi colapso? Yo tenía entendido que la
esquizofrenia catatónica provoca el firme deseo de incomunicarse del mundo
exterior, pero en mi caso es todo lo contrario: ¡yo deseo vivir como antes,
hablar a cualquiera y explicarle punto por punto todo lo que recuerdo!. Todo lo
que quiero es eso: explicar y ser escuchado. No me asusta en absoluto el
mundo exterior, algunas veces es muy divertido.
De cualquier manera parece que tanto las revelaciones de Santiago como las
de Irlanda se instalaron en mi interior como si fueran un cuerpo extraño,
exterior a mí, algo más que visiones o que un sueño, y por supuesto
inexplicable. A lo mejor la escena de la ejecución en el acantilado y la posterior
masacre de mi pueblo y de mi familia fueron otra cosa que lo que aparece en
mis visiones. ¿Pero qué? En general, cualquier sueño desaparece al despertar,
o las visiones lo siguen siendo y nada más. Pero, ¿qué es aquello que se parece
a una visión pero que se apodera de ti desconectando todos tus circuitos
físicos?. No tiene sentido. Ningún ser exterior puede hacer eso contigo. No
existe la posesión diabólica, es puramente una fantasía medieval adoptada por
la Iglesia porque le conviene, se trata de un puro desencadenante psicológico.
Solamente la acción de tus enemigos internos, de alguno de tus propios
saboteadores.
Pero, sigamos. A lo mejor hay que ir a buscar alguna remota conexión con mis
actividades en el mundo árabe, ya que parece precisamente que es ahí donde
termina un camino. A lo mejor aquel episodio de mi vida empresarial fue la
gota que colmó algún vaso clave de mi interior. ¿Que ocurrió en realidad, Lucas
Gálvez? Puede que sea para ponerse a reír. Es probable. Pero lo cierto es que
fui parte integrante de un negocio redondo, una obra de arte de la
manipulación para llevarse un buen botín en un país del Tercer Mundo. Llevaba
yo 14 años en el comercio internacional, pero normalmente lo había
desarrollado desde la limitada perspectiva del típico responsable de exportación
de una firma multinacional. A lo sumo había aceptado ofrecer comisiones a
empleados de los propios clientes, depositar fondos en Suiza, Montecarlo o
Andorra por cuenta de intermediarios, etc. Pero aquella maniobra fue el golpe
contra el techo que hizo detonar todo el edificio.
Ramzi entró sin nada en las manos sonriendo abiertamente, como siempre con
el eterno "Marhaba, Salam Allahi’kum, labesse, bejair, hamdullah". Mi colega y
yo nos levantamos a recibirle. "Allahi’kum salam, Allahi’jalik, bejair, hamdullah".
Besos en cada mejilla. Ya se había reunido una hora antes con Reguero. Luego
en inglés: "¿Qué tal? ¿Cómo está la salud? La familia bien, los asuntos bien.
Muy bien. ¿Cómo estás? Muy Bien. La familia bien, los asuntos bien... " (Todo
eso normalmente dura bastantes minutos y se repite varias veces). Por fin nos
sentamos todos. El árabe esperó, siempre sonriente, una indicación de
Reguero. Este empezó sin más dilación yendo directamente al grano.
- Bien Abdelhamid vamos a ver ahora, con Gálvez y Espinosa, esos productos
que nos faltan en la Tabla Comparativa.
Entonces Reguero abrió su portafolio al tiempo que Ramzi sacaba del bolsillo
interior de la americana una gran hoja de papel doblada varias veces,
extendiéndola paralela al portafolio de Reguero para comprobar, al parecer por
enésima vez, una tabla de nombres y números. Yo tardaba en darme cuenta
de lo que estaba ocurriendo. Incluso tardé en comprender lo que era esa tabla
aun cuando Reguero fuera leyendo algunos nombres de productos ofertados
por nuestra compañía y en los que precisamente mi colega de la central y yo
habíamos estado trabajando.
Me contuve los accesos de vómito. Por otro lado aquella era una regia mesa de
caoba y hubiera quedado feo mancharla con bocadillo de jamón a medio
fermentar.
A los dos días viví la sesión de negociación de precios. Tal vez algún día lo
cuente. La gente corriente cuando va al cine, sale de él tranquila, pensando
que lo que ha visto es solo una película, que esas cosas no pasan en la vida
real. Pero tampoco se hace necesario recordar aquel dicho de Isaac Asimov,
según el cual los relatos de ciencia-ficción más fantasiosos están extraídos de la
vida real de las personas, sólo que un poco exagerados para que resulten
novelescos y además, lo que es crucial, que no resulten incómodos. Lo que
estoy contando es realidad cotidiana pura y dura, y además solo es un
apresurado apunte de un esquema de una fotocopia de una fotografía borrosa
de un boceto de un dibujo de la parte visible del iceberg. Podría llenar muchas
páginas con datos, cifras y nombres, y entonces si que la Interpol tendría
buenos argumentos. Terroristas de Hamas... pobrecitos, simples peones de un
complicado juego que la misma prensa la que hacen los mejores profesionales
del mundo ha de ocultar por "falta de pruebas". Curioso, eso de la "falta de
pruebas". Esto es lo apasionante de vivir. Tener que arreglártelas como puedas
en medio de la masacre en esta tierra de nadie, en esta jungla despiadada a la
que llamamos mundo.
Sigamos: A lo mejor Abdelhamid Ramzi resulta una pieza que después de todo
hace encajar el puzzle. Podría ser que yo necesitara llegar a mi techo
profesional para tener una excusa suficientemente convincente para no
acceder a puestos de responsabilidad que delatarían mi natural incapacidad a
comerme el asco. Luego Claudia me auguró que no encontraría la paz interior
hasta que no hubiera ido a Irlanda a expulsar mis angustias en las ruinas del
que fue mi castillo feudal, antes de que ocurriera la tragedia que me obligó a
vagar sin rumbo, precisamente por las tierras de los musulmanes hacia
principios del segundo milenio de la Era Cristiana.
Cuando acudí a esas sesiones de regresión esperé una vez más, encontrar el
maestro capaz de arrancarme del inconsciente aquellas recónditas claves que
me llevarían a mí mismo. Y nuevamente mi entrega absoluta, mi credulidad a
cualquier precio. Por lo menos al principio. Después, empecé a darme cuenta
del espíritu de parroquia, de arracimamiento alrededor del líder, sobre todo de
dependencia y fomento a la dependencia de los discípulos-pacientes hacia el
maestro-psicólogo, y del terror de éste por motivos económicos a perder un
pupilo-cliente. Lo cual no se diferencia en nada la dependencia sectaria hacia
una religión cualquiera, solo que en este caso se invoca la voluntad de Dios en
vez de la búsqueda de uno mismo, aunque ambos vienen a ser ejercicios
equivalentes. Y tal constatación me dio una buena excusa para sacudirme al
grupo de encima. Pero antes recuerdo...
- ...Y ahora Lucas, sin abrir los ojos, cuéntanos lo que ves.
Un sendero amarillo que serpentea entre ambas partes del bosque. Es un día
claro, los colores son claros, no hay brisa, ni calor, ni olores, ni aromas. Voy
avanzando lentamente, como si me deslizara flotando a un palmo del suelo.
Pasan unos minutos y discurren los árboles de tronco delgado, ramas casi
hasta el nivel del suelo, monte bajo verde oliva. Entre los árboles se ve el azul
del cielo...
De pronto empiezo a distinguir algo en el extremo del camino allí donde la vista
me alcanza. Sigo avanzando, ahora parece que con más rapidez. Poco a poco
se dibuja una forma, más bien un obstáculo, una pared o algo que bloquea el
camino. Sigo avanzando y me encuentro ante algo material de forma ovoide de
color marrón claro que cierra el paso encastada entre dos árboles de ambos
lados del camino, o como si fuera prolongación de ellos, algo parecido a una
tela de araña de árbol a árbol, pero sólida y densa. Parece de naturaleza
orgánica. Sea lo que fuere, se interpone. Me detengo...
Entonces, doy un grito bestial que me brota del bajo vientre y abro los ojos. Un
circo de pacientes y la psicóloga me observan absortos. Ésta lanza un resoplido
de indignación: me ha dicho repetidas veces que no se puede salir de este
modo de una regresión. Dice que es peligrosísimo.
¿Por qué me viene ahora aquella visión con tanta nitidez? Vamos a razonar un
poco: Una pared orgánica puede ser también un grupo de personas que te
impide el paso hacia algo. El que tengas miedo a penetrar esa pared por
hacerle daño, puede indicar que dispones de un arma contundente con la cual
herir a esas personas. El que la pared sea blanda puede sugerir que esas
personas o no tienen armas o no son tan diestros como tú. Parece que esa
pared es carne de tu carne, personas conocidas,... ¿de tu familia?... ¿Qué es lo
que brilla en tu mano? ¡Es una espada! La has levantado. ¿Que vas a hacer,
desgraciado? Suena un alarido de horror de dentro de mis entrañas... ¿Qué te
impulsa a herir a tu propia familia para seguir adelante por ese camino?. ¿Y
hacia dónde?
¡Dios mío, qué angustia! No sé como estos aparatos de la UCI que controlan mi
ritmo cardíaco no saltan en pedazos o suena la alarma para que la oigan hasta
en la calle. Ha de haber alguna explicación al hecho de que me asalten estas
visiones, precisamente ahora. He de poner en claro lo que creo haber
entendido hasta este momento, por si la teoría de las reencarnaciones fuese
cierta. La pobre ventaja que tiene esa teoría es que, por poco que te esfuerces,
todo cuadra.
Una espada, alguien que se interpone en el camino. ¿Quién? ¿Uso esta espada
contra ese alguien? Yo no he usado la espada contra nadie. ¿Qué puede
significar? El sensei nos decía muy clara y machaconamente que el samurai
solo lucha contra si mismo, lo otro es servicio. El samurai se entrena para no
temer a la muerte y estar en cada momento listo para ella. Se entrena contra
sus propios deseos, apegos, miedos, etc. Nos decía aquel malayo feo y bajito,
pero con un corazón como una catedral, que la katana está tan afilada porque
los fantasmas del interior son tan sutiles que necesitas un arma
extremadamente eficaz. Cuando un samurai lucha contra otro hombre, incluso
si le mata, la muerte no tiene la más mínima importancia, solo es un servicio,
algo a cumplir para el mundo. Algo a cumplir... ¡Ahora! ¡Ahora les veo otra vez!
Están entrando al galope por la cocina, a través de la nevera pero no se ha
abierto su puerta. Son los mismos mercenarios del Duque de Brunswick.... Ha
habido otras escenas irrumpiendo mi vida cotidiana con la misma violencia,
pero desde que me pasó "esto" Krak de los Caballeros, ésta se repite una y
otra vez. Como si quisiera advertirme de algo. Yo tenía una espada en la mano
en aquella sesión de dinámica de grupos, o por lo menos eso concluyó la
psicóloga, sin embargo ahora mi mano está vacía y esos caballeros se
precipitan... corro, doy traspiés subiendo una cuesta, llego a un lugar... Un
semicírculo de piedras... ¡Gritos de masacre!... ¡Dolor!... Y no ocurre nada con
el electrocardiograma, en esta UCI todo parece absolutamente normal, no ha
sonado ninguna alarma, y sin embargo el paroxismo es indescriptible...
La imagen ha quedado en blanco otra vez. Son fogonazos del pasado, disparos
en el tiempo. Y la noche vuelve a cerrarse otra vez, amenazadora. Decíamos
que el sensei nos prevenía constantemente contra las emociones. Una y otra
vez nos gritaba: "¡Está usted llenó de cólera! Así no hará nada. La rabia no
sirve de nada, le perjudica su destreza!". "Pero, sensei" , le replicábamos,
aunque muy de tarde en tarde, "quiero ganar, y por eso empleo todas mis
fuerzas". "Ganar, perder", mascullaba él mirándonos con lástima, "eso no
significa absolutamente nada". Luego añadía con voz de trueno, pero sin
emoción: "Pobres occidentales, pensando siempre en los resultados, cuando
por dentro no ha habido ningún cambio. Siempre actúan de cada afuera.
Dentro de ustedes solo hay miedo. ¿Para qué han venido aquí? ¡Vamos,
contesten!". Al cabo de un rato, alguien se atrevía a murmurar algo, como por
ejemplo: "Queremos aprender Ken-Do...". "¿Para qué?". Entonces ya nadie
podía contestar, porque sabíamos su respuesta. Lo que desconocíamos era
nuestra respuesta.
Sí, Lucas Gálvez, es bueno ir atando cabos. A lo mejor el mito de Isis y Osiris
consista en eso, ir atando los cabos sueltos por ahí. ¿Recuerdas cuando
estuviste con los Mevlevis en Konia. Uno de los jeques te dijo algo parecido a:
"Ni saben ustedes escoger las palabras adecuadas a la hora de hablar ni
conocen el efecto que pueden producir en su mente". Tu habías acudido allí
como tantos intelectuales de Occidente en busca de nuevos estímulos en el
cajón de sastre del Oriente exótico y te habían permitido participar en
ceremonias derviches, bailando con ellos y te habían permitido continuar
porque en aquella época, Lucas Gálvez el fracaso había machacado
convenientemente tu Ego, y en esa situación podías aprender algo. Por
ejemplo le intereso bastante al jeque el que, cuando hubo terminado una parte
de la ceremonia en la que la danza y las oraciones, a lo largo de varias horas,
se había hecho muy intensa, y se pasó a compartir el té y el halwa, y él
preguntó a los extranjeros que habíamos sido autorizados a participar, si
teníamos alguna pregunta, tu contestaste sin pensarlo dos veces: "No tengo
preguntas, sheikh, todo esta muy claro, benditamente claro". El anciano había
sonreído. En otra ocasión otro maestro en sufismo me había dicho que nuestras
preguntas son respuestas en desorden, solo que en aquella ocasión en Turquía
no estaba recordándolo, simplemente dije lo que salió de mi corazón.
Otra vez ese nombre en las colinas de Tara, vibración que te hace estremecer
hasta la raíz de los cabellos. Irlanda. ¿Un noble irlandés? ¡Vamos, Lucas! ¿Qué
mas recuerdas? Ese cuerpo que cae por el acantilado. Debes recordar lo que
visten en Irlanda. Estuviste varios días buscando el acantilado en los
alrededores de la Fortaleza Luce, Dunluce, en gaélico, pero te pareció que ese
no era el lugar, luego se te hizo de noche en la Giants Causeway o "Calzada e
los Gigantes". ¿Recuerdas? O lo que ocurrió en el castillo de Cahir, cuando
buscabas el Salón de las Audiencias, ante la atónita mirada de turistas y
empleados. Colmaste la paciencia de estos últimos cuando les insultaste
porque habían reconstruido el castillo "erróneamente". Por fortuna te tomaron
por borracho y la policía ni siquiera te pidió declaración. Simplemente les basto
con tu pasaporte en regla. Menos mal que el Cahir Castle a orillas del río Suir,
está en la provincia de Tipperary, al Sur de Irlanda y lejos de la conflictiva
Ulster. De otro modo te habrían encerrado.
Capitulo 4
He seguido oyendo las voces del médico y las enfermeras, pero poco más. No puedo contar los días
porque ignoro las horas y el tiempo que puede transcurrir cuando estoy inconsciente. He de continuar.
A cada paso parece que se van uniendo las piezas de este rompecabezas. Vamos a ver, ¿qué significa
el eslabón de Abdelhamid Ramzi y las practicas corruptivas llevadas a cabo por empresas del
llamado mundo desarrollado? A primera vista parecería revelar que he estado llevando a cabo una
actividad que subleva violentamente alguna parte de mi conciencia. Llevar una doble cara, sonreír
cuando hubiera deseado vomitar. Pero no creo que se trate de nada extraordinario, mi vida es común
y corriente y no da ni para un cotilleo. Además intuyo que eso que me produce tanta repulsión es algo
normal y cotidiano, aceptado por todos y de práctica habitual. O a lo mejor me da tanto apuro porque
hace aflorar la faceta de mí mismo que más desprecio. Sin duda puede resultar interesante para un
estudio de la personalidad, pero desde luego dudo que justificara un colapso repentino como que
estoy sufriendo, a no ser que haya algo más. Y si lo hay, aunque se refiera al mundo árabe ¿qué
conexión puede tener con un episodio de la Tercera Cruzada ocurrido hacia finales del Siglo XII?
Aparentemente parece algo fuera de toda lógica y absolutamente demencial, pero por el momento los
indicios tienen un aire parecido a eso. Por lo tanto no tengo más remedio que seguir por ahí.
Normalmente, cuando buscas algo sigues un camino que crees que es el adecuado. Buscas y buscas, y
resulta que terminas encontrando otra cosa que no buscabas, pero que la necesitas realmente, mucho
más que aquello que andabas buscando al principio, o mejor aún, descubres que aquello no lo
necesitabas.
En el Siglo XII el mundo árabe era la civilización de mayor auge y contenido cultural de la época.
Bernardo de Clairvaux había inspirado la Orden del Temple y organizado cruzadas precisamente
para ir en busca de aquello que los árabes habían sabido recopilar con tanto celo como
meticulosidad de todo el saber antiguo. Tierra Santa no era para el sabio Bernardo el objetivo de una
conquista mesiánica, por otro lado sin valor alguno para todo verdadero sabio, sino el apoderarse
del conocimiento que, pensaba, haría salir a las nuevas naciones de occidente (más tarde llamada
Europa) de la "barbarie". En las postrimerías del Siglo XX ya no queda de la cultura árabe más que
una grotesca caricatura de lo que alguien podía recordar que le habían contado que le pareció que
debió ser. Aquella cultura plural, tolerante, abierta, humana, realista, que dio cobijo y dejó
desarrollar durante siglos plenamente a la luz del día el experimento Sufí, estaba produciendo
groserías como Khomeini, típicas necrosis de los mejores calabozos de la Inquisición
torquemadesca, o suicidios esquizofrénicos como el preconizado por Saddam Hussein. El Siglo XX
asistía a algo más que a la decadencia del mundo árabe, y a mí me tocaba vivir de muy cerca esta
etapa, ganándome la vida precisamente dentro del despiadado juego comercial en aquellos países
donde las desigualdades y el hambre arreciaban más. Y en el marco de ese juego del comercio
internacional, tantas veces de dudosa catadura, a mí me tocaba paladear, o tragarme hasta las heces,
la corrupción más pura y dura en empresas estatales y en esferas del gobierno. ¿Por qué sentía tanta
repulsión? ¿Por qué odiaba tanto mi trabajo? No tiene lógica. ¿Que había en ese trabajo que me hacía
sentir extraño y ajeno a cuanto estaba ocurriendo? ¿Es que me creía tan distinto, honesto o
espiritualmente elevado? ¿Qué razones tenía para creer semejante vanidad? No se trataba de otra
cosa que el juego de todos los días, de todas las naciones, de todos los tiempos, tácitamente aceptado
por cualquiera, salvo que se comerciara con drogas o con armas, y aún así habría mucho de qué
hablar. En realidad, se trataba de la manipulación comercial llevada hasta los extremos permitidos
por el medio en que se desarrollaba; no puede corromperse quien no se deja, o quien ya está
corrompido.
Y, por otro lado, las corrupciones en Europa parecen menos cruentas porque la gente pasa menos
hambre. A lo mejor porque Europa se ha dejado expoliar menos, expoliando más. ¿Por qué nos
dejaban indiferentes las corrupciones denunciadas en el seno de nuestro propio gobierno y me dolían
tanto aquellas a las que yo asistía en países musulmanes del Tercer mundo?. O, enfocado de otro
modo: ¿Por qué me ganaba mi salario a base de mantener ese granito de arena en tal playa? ¿Por qué
me tocaba tan de cerca emotivamente? Y sobre todo ¿Por qué lo recuerdo ahora con tanto desgarro en
mi interior? ¿Es que termina o se cierra un ciclo? ¿Qué quedó pendiente en el sitio de San Juan de
Acre en 1191? ¿Qué terminó y qué empezó? ¿Llegué a admirar tanto a mis enemigos que siglos
después he de lamentarme por asistir a tan dolorosa decadencia? Será que en esta existencia Lucas
Gálvez se vio obligado a viajar a los países árabes para ganarse la vida y de pronto le entró un
miedo sobrenatural. ¿Porqué? ¿De qué tenía miedo Lucas Gálvez, o como se llamara siglos atrás?
¿Tanto miedo que le arrebató el idealismo hasta acercarse a la fe musulmana?. Aunque desde luego,
la práctica prosaica de todos los días, los trapicheos comerciales y el imperio de la ley de las
comisiones bajomano, etc., se encargaron de poner en su sitio tal idealismo. ¿Ese era el motivo de
que Lucas Gálvez odiara su trabajo? Las ruinas de Dunloghan, al borde de un risco en algún lugar del
Norte de la costa Irlandesa, al parecer, tenían parte de la respuesta. Y eso fui a buscar a Irlanda,
entre la niebla.
Pero, ¿he de acercarme ya a Dunloghan (en gaélico Dun = fortaleza, Loghan = del lago)? ¿No es
demasiado pronto en el laberinto? Me paraliza el terror de descubrir algo horrible. ¿Es aquel nombre
de mujer lo que te asusta? No estoy seguro. No sé lo que es, pero me hace temblar hasta la raíz de las
uñas. Siento acercarse el dolor demasiado rápido, y no sé si podré soportarlo. Necesito ver otra vez
la escena de los caballeros armados a galope tendido colina abajo. Y también sacar el alma por los
pulmones en un arcaico grito de guerra, que los druidas debieron injertar en el fondo de mi
conciencia. Es importante ver y oír otra vez, antes de dar un paso más en el laberinto.
Como, por ejemplo, aquel día en qué llevé a Antonio Perinat, a inspeccionar los terrenos para la
instalación de su nueva fábrica. Los solares estaban enclavados en un pequeño y hermoso valle, la
cuenca de un río que los expertos de la Confederación Hidrográfica aseguraban que seguiría vivo, es
decir, llevando suficiente agua, por lo menos durante los 30 próximos años. En un momento dado
Perinat tomó el hilo de mi descripción acerca de las ventajas del lugar y continuó él mismo,
imaginando distribuidas las distintas unidades de su complejo fabril, trazando paralelepípedos en el
aire con el índice extendido sobre los exiguos campos de labrantío, barriendo, imaginaria pero
premonitoria e implacablemente, las cercas, los márgenes, las casas, demoliendo peñascos y
allanando lomas, al tiempo que les iba dando nuevos nombres al paisaje: Sección de filtrado y
reciclo, reactores primarios, decantación, unidades de envasado de productos de reconversión,
laboratorios de control de calidad... Ocurrió en ese momento. Ahora lo recuerdo perfectamente,
como si volviera a estar en compañía de aquella pedante y unidimensional máquina de hacer dinero.
El prado, los campos de labrantío, las cercas de madera astillada por el descuido, la masía, etc.
volvieron a su lugar. O mejor dicho, volvieron a lo que hubieron sido en un tiempo pretérito muchos
años, lustros o tal vez siglos atrás. No recuerdo si el viejo caserón desapareció también o existía ya
en la época de los antiguos caballeros. Pero de pronto, y probablemente después del tañido de unas
súbitas trompetas, ocultas tal vez en alguna parte el bosque o de mi alma, desde lo alto de la loma de
enfrente, por el camino que serpenteaba entre los altos pinos y encinas, comenzaron a bajar al galope
tendido, ensillados con los gastados arneses, encorsetados con sus melladas y grises corazas.
Silenciosos, como máquinas mudas de aquel tiempo, escondidas sus expresiones detrás del yelmo
que les llegaba hasta los hombros, el brazo izquierdo enfundando el gran escudo cuadrangular y la
mano derecha agarrando la lanza. Seres sin nombre y a lo mejor sin destino. Tres, cuatro, media
docena, veinte. El estruendo amenazador de los cascos de sus caballos, el gruñir de las cinchas y el
rechinar hierro contra hierro. Suave declive de la colina y al fondo, alzándose sobre la playa la
altiva silueta de la fortaleza, y a su alrededor las tiendas y bosque de lanzas de los campamentos
sitiadores Demasiado lejos para distinguir los detalles del asedio. Y de pronto, un golpe en el pecho.
Profundo, extenso. La palabra traición gritada contra la línea del semicírculo de piedras. Y la brutal
sensación de soledad. ..
Es la voz de Perinat, y luego sus pequeños ojillos negros de inquisidor (¿por qué han tenido que
existir los inquisidores? ¡maldita sea!), escrutando afanosamente en mi cara, al tiempo que debe
pensar: Vamos, vuelva, estamos hablando de negocios, deje a sus fantasmas o lo que sea seguir su
inevitable peregrinación hacia los caminos del pasado. ¡Que disparate!, un ejecutivo como usted,
Gálvez, hacer caso de esas tonterías...
- Yo la situaría un poco más a la izquierda, Antonio, aprovechando aquel repecho del rió. De este
modo las aspiraciones de las bombas tendrán menos recorrido y por lo tanto la pérdida de carga será
mínima.
¡Muy bien Lucas! Rápido, ocurrente, incluso desconcertante. Un buen ejecutivo debe tener golpes
desconcertantes, eso vende muy bien. Y sobre todo, ni un pestañeo, como si lo que tu cliente ha
creído interpretar como una ausencia, un despiste, o una evasión de tu conciencia, resulte en realidad,
un mutis reflexivo acerca de lo que se está tratando, y que da sus provechosos márgenes de
beneficios. ¡Bravo campeón! Lo has deslumbrado, no solamente te encargará la compra de los
terrenos sino el estudio de la implantación. ¿A cuánto puede subir el estudio? Vamos, haz funcionar
la caja registradora que llevas en el cerebro, ¿12, 15 millones?. No está mal, ¡bravo por los
caballeros de gris y sus melladas armaduras!. Ni siquiera sabes cómo te ha venido esa inspiración
divina que te ha sacado de tus visiones de pesadilla para responder airosamente, y que siga sin
enterarse nadie de que vives más en los mundos de la fantasía estratosférica que en los reales. Ha
sido un reflejo automático.
Sí, pero, te ha sacado del apuro. Y ni siquiera un pestañeo emotivo al despedirte, en tu visión
industrialmente premonitoria, de la apacible hermosura de este valle que va a ser convertida en
enorme y pestilente fábrica. De todas formas, te queda el consuelo ecológico de que va a haber
reciclado de residuos y tratamiento de efluentes. ¡Qué trampa nos hemos tendido con la invención de
la sociedad avanzada!: Hemos creado una máquina de destruir nuestro entorno hasta acabar con el
planeta, el consumo, y otra para justificarla, la ecología. Y nos creemos que, ahora, imponiendo leyes
severas vamos a salvar al planeta. Sólo podrán cumplirlas, y aún a costa de muchos controles, los
países ricos. ¿Cómo vamos a obligar a los países del Tercer Mundo industrializado a limitar la
producción de sus residuos tóxicos? ¿Quién va a pagar sus plantas de reciclado? ¿Quién hará cumplir
las leyes y ejercerá los controles en esos países? Sin duda, cualquier intento generaría una nueva
fuente de corrupción. Durante mi vida profesional, en el comercio de productos químicos se ha hecho
una constante ir a comprar ciertos productos tóxicos a la India, a Indonesia, Pakistán, etc. Las mismas
empresas multinacionales, creadoras de tales venenos, no han desmontado sus plantas en los países
del tercer mundo y siguen produciéndolos, y, naturalmente vendiéndolos camufladamente a través de
empresas locales. Y en el caso de compañías que sí han desmantelado sus fábricas, obligadas por
acuerdos tomados en el seno de la CEE, han creado entonces "empresas tapadera" con socios locales
con el propósito de seguir produciendo tales elementos prohibidos. Y, por último, si no es la misma
multinacional, lo será algún directivo que la abandona para formar sociedad con capitalistas del país
en cuestión. Es el famoso problema de los Fluocarbonados, destructores, según dicen, de la capa de
ozono estratosférica ¿cómo se puede controlar que los países del tercer mundo dejen de producirlos,
cuando no tienen dinero para incorporar tecnologías alternativas, ni mucho menos substituir los
equipos que están en uso en la actualidad?. Es el discurso de la impotencia por nuestra travesura.
A lo lejos, saliendo del valle, tras una moderada estela de polvo, porque llovió ayer, siguen
distinguiéndose las siluetas de las corazas, los escudos y las lanzas sacudirse arriba y abajo al ritmo
eterno del cabalgar. Se están dando mucha prisa por llegar al sitio de San Juan. Posiblemente caiga
hoy. Aún tengo tiempo de llegar a nuestro campamento por el atajo de Bab-El-Rahim, para evitar la
sorpresa. Gerard de Ridefort espera un contraataque de los sarracenos por el camino del mar y
resulta que son los propios mercenarios de Brunswick quienes van a atacar por su otro flanco, el
campamento del Rey Ricardo que trata de reorganizarse lo más rápidamente posible. Pero eso
ocurrirá muy lejos de aquí y no ante Perinat, por supuesto, porque quedaría muy poco elegante. Por
nuestra parte ya nos destrozaremos convenientemente ante los portafolios extendidos sobre regias
mesas de caoba del Consejo de Administración, aunque estemos maquinando también una forma de
muerte sin que seamos ni de lejos conscientes de ello. Probablemente la historia de la humanidad la
escriba nuestro gesto de apartar la mirada cuando somos conscientes de que hubiéramos podido no
contribuir a la villanía institucionalizada, y en lugar de ello esperamos ansiosos que una organización
humanitaria encuentre un desastre ecológico con el que tranquilizar nuestras conciencias en base de
una limosna que ni siquiera damos personalmente. Y además tratamos en vano de seguir
tranquilizando nuestra conciencia postulando contra la pena de muerte.
Matar... Me dijo una vez un iniciado que incluso los Grandes Avatares, aquellos que están en sus
postreras etapas de Realización han de estar dispuestos a matar, si es necesario. En parte porque
vivir o morir, sólo son dos caras de una misma moneda; estar en uno u otro lado es sólo cuestión de
circunstancia. Y también porque las formas que adopta la Contradicción, los mensajes del Maligno,
pueden ser nocivos para otros a quienes no es necesario contemplar como son sacrificados, y por
tanto se hace necesario sacrificar al inductor. Matar al lobo para proteger el rebaño es una sagrada
obligación del pastor. Pero sólo si es absolutamente necesario, y sin odio y sintiendo en el momento
de matarlo respeto y amistad por él, porque no es más que un compañero de viaje, solamente que las
circunstancias lo han colocado frente a nosotros.
Esto me recuerda el cuento del barquero y los náufragos. Dice, que un barquero fue al islote que
había quedado como única tierra sobresaliente de la inundación a recoger gente de la que se había
refugiado en él. Iban subiendo a la barca, y cuando el agua llegó casi al borde el barquero creyó
oportuno alejarse para poner a salvo a cuantos habían subido. Pero apenas estaba haciéndolo vio
como una mano se agarraba a la borda: otro náufrago que quería subir. El barquero le dijo que si él
subía el bote se hundiría y perecerían cuantos estaban en él. Le pidió que esperara al siguiente viaje.
Pero el naufrago porfió y porfió cada vez con más vehemencia y en su insistencia la barca comenzó a
zozobrar peligrosamente. El barquero tenía una pequeña hacha de leñador al cinto... ¿Qué haría
usted, colega, le cortaría la mano al obstinado para salvar a los demás, o se pondría pacientemente a
rezar por el alma de todos?
Desde luego, yo no maté al Obispo de Dungiven para salvar a nadie, sino para condenarme. Todo
parece tener una finalidad, aunque la mayoría de las veces escapa a nuestra comprensión, incluso la
rabia, la venganza y la desesperación parecen tener una finalidad. Y desgraciadamente la turba de
aldeanos y canónicos proporcionaba un buen ramillete. También dicen los iniciados que nadie muere,
ningún espíritu maligno es erradicado, sino que reaparece en otra ocasión y bajo otra forma. La lucha
continúa, el descanso está vedado, o mejor dicho, no tiene sentido...
¿Quién ha dicho eso? ¿El obispo de Dungiven? Irlanda va irrumpiendo una y otra vez,
insistentemente. Dungiven está en el condado de Londonderry, y las ruinas de la antigua abadía
cisterciense de Mellifont, lo poco pero revelador que queda de ella, el baptisterio octogonal, donde
presencié claramente la matanza, está al Este, en el condado de Louth, no lejos de las colinas de
Tara. Los nombres pueden mezclarse, pero las situaciones no. Una espada, un grupo de personas
desarmadas que huyen. Una visión que aparece durante una sesión de psicoanálisis y que se
materializa con toda su violencia en el lugar indicado. En la Tierra hay un lugar para cada energía, y
la memoria es energía en latencia que reconoce su lugar. El viajero solo tiene que ir recorriendo los
lugares hasta encontrar el que despertará esta o aquella clave de su memoria ancestral, siempre que
este viajero sea lo suficientemente imprudente.
Y en este momento, contemplando la pared de la izquierda y releyendo por enésima vez el cartelito
"Oxígeno", la habitación se inunda hasta rebosar de la sabiduría infinita que brotaba de sus palabras.
Aún no consigo recordar su nombre, pero siento otra vez su presencia pasearse plácidamente por mi
interior de un extremo a otro, como si se tratase de una de mis venas que se ha vuelto juguetona y me
hace cosquillas desde la nuca, bajando por la espalda hasta la planta de los pies. Jamás me había
ocurrido sentir a una persona dentro de mí, como algo físico que se mueve en mi interior en forma de
suave vibración tibia.
Debajo del cartelito "Oxígeno" se ha dibujado otro recuadro, más grande. Es una ventana, porque se
ve un paisaje a través, no unas palabras que indican un instrumento. ¿Quién ha puesto esa ventana
ahí? Antes no estaba... ¿Se está haciendo más grande o soy yo que me estoy asomando a ella? ¿Pero
como puedo asomarme si esto paralizado sobre este lecho? Aparece la silueta de la abadía
cisterciense de Ennis Friary, inconfundible. Las fotografías que tomé en esa abadía siguen
inquietando a más de uno de mis amigos. Luces imposibles, reflejos de ninguna parte. Uno de mis
amigos ha hecho una ampliación de una de esas fotografías y la ha publicado en una revista
sensacionalista de lo oculto como ejemplo de captación paranormal de entes desencarnados. Yo le
insistí que probablemente habría entrado luz a la cámara en el momento de hacer la foto, como me
paso a todas las fotografías que saque de los acantilados en la Calzada de los Gigantes... ¡Cierto, no
salió ninguna! ¿Será que los entes desencarnados, espíritus de otra época conservan su carácter
travieso? Bueno, hay que ponerse serios, que estar en coma no es para tomárselo como un chiste.
La abadía de Ennis Friary, fundada en el siglo 13, se encuentra en el condado de Clare, al Sur de
Galway, al oeste de la Isla. Por tanto, no puede tener ninguna relación con 1191. De todos modos si
que tiene relación con Lucas Gálvez, porque al verla al fondo del precioso prado que se extiende
más al Norte de la Abadía franciscana de Clare en la carretera de Limerick, se quedó paralizado.
Aunque esta vez solo fueron unos segundos, al cabo de los cuales se decidió por fin aparcar el coche
y acercarse al lugar. No había venido a Irlanda para asustarse otra vez y salir huyendo por una visión
inquietante que apareciese de pronto en el paisaje. El ruido de los pasos sobre la yerba mojada por
la lluvia de hace unos minutos. Incluso en Julio hay chaparrones casi cada día en Irlanda. Seguir
andando y ayudarse con el mecanismo de defensa de ir sacando fotos compulsivamente. Intentar que
la mirada no sea atraída por ese punto del muro. Tratar de mirar panorámicamente, como cualquier
turista. Pero algo parece haber en ese muro, justo debajo de las estilizadas columnas que soportan
por la izquierda el hermoso y monumental arco de ojiva de la cara Norte de la nave principal. Es un
reflejo, o una macha de musgo, o una talla en piedra. No es lógico que sea nada de eso. El día es gris
plomo y no hay reflejos, la abadía ha sido reconstruida y las paredes han recibido una buena limpieza
para mejor solaz de turistas, y no iban a poner una talla en ese punto ciego del muro. Por tanto ha
sido un defecto de visión. Me froto los párpados. Abro los ojos (curiosa ejercicio humano ese de
"abrir los ojos") y la "cosa" o lo que sea sigue ahí. Sé que es inútil todo esfuerzo por distraerme y
entrar en ese impresionante conjunto de ruinas por otro lado para dar una vuelta como el que
simplemente pasaba por aquí y se metió porque no tenía nada más que hacer. Mis pasos no obedecen
y van directos a esa parte derruida del muro exterior que franquea la entrada a la nave principal justo
en frente de la gran ventana en ojiva. Ese punto a varios centímetros por debajo del ángulo del
ventanal se va acercando. O soy yo el que me acerco, al cruzar el inmenso espacio, todavía
sorprendentemente acogedor a pesar de que no hay techo. Ando como un autómata sin ver nada de los
interesantísimos elementos arqueológicos que dejo a mi lado; lápidas del siglo XIII y XIV con
inscripciones en un latín desconcertante, figuras hieráticas que no recuerdan a ningún gótico
continental, sosteniendo instrumentos irreconocibles. Hasta que ese punto llega a mí o yo llego a él.
Es un bajorrelieve excavado en uno de los grandes sillares de la pared. Una cara de muerto, una
cabeza cortada. Tiene una especie de corona y un velo. Es una cara de mujer sin expresión.
Estereotipada como el resto. La iconografía de gran parte de las abadías presenta de pronto figuras o
símbolos realmente inquietantes, pero este lo es con exageración. He visto cabezas cortadas en
capiteles, al pie de conjuntos esculturales en retablos y altares, pero no aislada, en mitad de una
pared desnuda, totalmente fuera de lugar e insólita sin paliativos. ¿Existe realmente o solo es
producto de mi imaginación enfervorizada por la búsqueda del nombre de mis fantasmas? Doy unos
pasos hacia atrás con la intención de irme y entonces empiezo a oírlos. Salen del muro y son los
alaridos de terror de la masacre en la Sala de las Audiencias de Dunloghan. Ocho siglos separan dos
escenas que confluyen en el mismo instante solapándose como si en el proyector hubiéramos
colocado dos películas una sobre otra. El prado tranquilo y en silencio despreocupado, señalado por
la carretera a Limerick, acariciando las majestuosas ruinas de la abadía de Ennis Friary, y
superpuesto la abominable matanza que destruía hasta las raíces del mundo de Henry Dunloghan, el
altivo y orgulloso señor del condado de Antrim, uno de los pocos aliados que le quedaban en Irlanda
al viejo Rey Henry II de Inglaterra, en su eterna lucha con el Rey Hugh de Connaught, el Obispo de
Dungiven, Wilfried de Roscommon y los otros señores de la isla.
Retrocedo dando traspiés por la nave central. Los gritos retumban contra paredes, columnas, arcos.
No puedo soportarlo, he de salir de aquí.
¿Podía haberse evitado tanto dolor? ¿Tenía yo, o como me llamara en esa otra vida, demasiado
apego a mi poder terrenal, para hacer el acto de humildad de huir a otro país con ella y vivir una vida
sencilla? ¿La quería realmente más que a mi propio orgullo? Acabar con el obispo de Dungiven era
una partida demasiado fácil y prometedora de una victoriosa revancha para que la dejara pasar. A lo
mejor en aquella existencia no había aprendido más que a guerrear y no pude comprender las
palabras de la maga por más que ella insistiera.
A lo mejor Dios tendría que esperar muchas reencarnaciones para poder entenderle.
¿Y si no existe eso de las reencarnaciones? ¿Y si no somos más que un mero canal de transmisión, un
experimento que encarna un buen día para servir a un fin que se termina con la vida? ¿Y si no existe
otra vida sino que vamos transmitiendo y nos transmiten durante ésta? Por lo tanto la muerte no tiene
importancia, lo único importante es darnos cuenta que vivimos. El tiempo solo es un instrumento. Y
únicamente, aunque apenas, existe el ahora, y en él ocurre la historia del universo, solo que no somos
capaces más que detectar un instante. Por eso la memoria es un guión.
Muchos psicoanalistas han atribuido mis constantes jaquecas a traumas de mi infancia. No tuvieron
que esforzarse mucho para concluir esto. Una jaqueca es un punto de conflicto en el cerebro, la
contradicción se hace insoportable y necesita salir por algún lado. El estreñimiento, uno de los
causantes de jaquecas, también tiene su origen en una defectuosa digestión de la vida. Y las
constantes contradicciones entre su propia naturaleza y los condicionantes culturales que recibe el
niño desde el momento de nacer, le van construyendo en el cerebro ese programa pirata que
llamamos Ego. ¿Por qué tanta pompa y circunstancia cuando un psiquiatra descubre un trauma de la
infancia a su paciente? ¿Por qué nos extrañamos de que haya eso que algunos llaman trauma, otros de
otra manera?
- Sigue. - Me interrumpe la pared. - Cada uno trata de defenderse como puede y lo demuestra a su
manera, mira que tú... - Mi vista sigue anclada en la pared de la derecha, esa que no aparece tan
abarrotada de instrumentos, apenas la conexión para la mascarilla de oxígeno de emergencia. Es una
pared lisa de color azul claro, como toda la habitación.
Observo con atención el amplio rectángulo azul claro con la válvula redonda dotada de un rótulo que
pone "oxígeno" y que tiene una ventana debajo que da a un paisaje irlandés en el que Lucas Gálvez
vio y vivió escenas de ocho siglos atrás. ¿Cómo es posible que las paredes hablen tan claro tan y
contundentemente?
Me sobresalta el golpe de cabeza que acabo de dar mirando hacia la izquierda, luego a la derecha.
Es preferible hablar con una persona porque normalmente puedes saber donde está y mirarle a los
ojos. Pero supone un riesgo tan elevado hablar a una persona que... Espera, ¿puedo mover la cabeza?
¿Cómo no se han dado cuenta las enfermeras? ¿O sí? O no importa.
Estábamos en Irlanda, Lucas Gálvez, pero buscábamos también un eslabón que diera sentido a tus
relaciones con el mundo árabe y la contradicción que te llevaba a detestar tu trabajo de hombre de
negocios. Y ya que has considerado que la manipulación que supone dedicarse al comercio
internacional es algo verdaderamente corriente, cotidiano y sin ninguna relevancia especial que
mencionar, tendremos que ir a buscar alguna situación difícil o por lo menos incómoda que hayas
vivido y que represente algún bloqueo en el fluido de tus energías naturales. Probablemente no sea
una explicación, pero a lo mejor nos acerca a los bastidores de la tragedia. Vamos a ver, las
situaciones conflictivas con tu madre comenzaron muy pronto. Ella necesitaba que fueras una especie
de profeta intachable para justificarse haber abandonado el celibato, y justificar que lo había hecho
con un hombre precisamente en el momento de su vida en que estaba más hundido y necesitado de
ayuda, es decir que no podía hacerla daño. ¿Y porqué se casó tu padre? Un matrimonio de postguerra
entre una mujer de 38 años y un hombre de 47. ¿Cómo debió sentirse el pequeño Lucas entrando en la
vida y al dar sus primeros pequeños pasos en medio de esos "dioses poderosos" que iban a
asegurarle su supervivencia al recibir las contradicciones y conflictos encubiertos de aquel
matrimonio? Encubiertos para un adulto, que no para la extraordinaria sensibilidad epidérmica de un
niño. El niño necesita inconscientemente que los padres tengan razón, que no puedan equivocarse,
por un puro instinto de supervivencia, y por lo tanto graba los conflictos ambientales en su contra. Si
algo va mal él es el culpable. "Esta bien, soy yo el culpable, pero por favor sigan alimentándome".
Solo que hay veces en que se rebasa el límite de lo soportable y surge el impulso suicida. En el caso
del pequeño y del adolescente Lucas tuvo la forma de encastillarse en el recurso a la locura.
¿Recuerdas el título que pusiste sin dudar a tu primera novela? "Padre, me estoy volviendo loco". Si,
aquello estaba destinado a ser elocuente, pero también recuerdas los mecanismos de defensa con que
fue recibido. El silencio pétreo de tu padre, eternamente refugiado en el alcohol y la campaña
publicitaria que organizó tu madre: "Ya os dije que mi hijo es especial, ya es un gran escritor a los
13 años. Me lo había profetizado una gitana al leerme la mano, que tendría un hijo muy importante y
mundialmente conocido, cuando yo ya no pensaba en casarme". Pero el pequeño Lucas iba para
rebelde y jamás fue escritor, siguió buscando afanosamente a su maestro. Siguió sintiéndose indigno
de su madre y jamás pudo acercarse a su padre.
"¡Vamos, Lucas, cada uno tiene una madre y un padre, que no hacen otra cosa, a pesar de lo que digan
los psicólogos, que dar lo que tienen, porque además ellos también han tenido una madre y un padre,
y sobre todo una montaña de condicionamientos culturales!" (Ha sido otra vez la pared de la
izquierda) "Ha de haber algo más que te provoque tanta repugnancia comerciar con los árabes.
Vamos a ver: Aquella mujer, la maga, la que tiraron por el acantilado,... ¿Cual es su nombre?"
¡Calla, no debes ni pronunciarlo! Las palabras adquieren cuerpo y maldicen. Hablar es muchísimo
más peligroso de lo que la gente cree, sobre todo de seres que ya no están entre nosotros en la forma
con la que los conocimos. Si supiéramos cuantas veces evocamos al hablar, y por tanto le damos
poder a ciertas expresiones, nombres o situaciones, energías en definitiva, callaríamos de inmediato.
Me vienen a la memoria ciertos espectáculos modernos que quieren emular ritos satánicos o magia
negra, o ciertas películas de violencia y de terror. ¡Santo Dios, la ignorancia más supina produce
tales defecciones escatológicas! Tales monstruos o seres del Averno, o escenas de violencia toman
cuerpo físico en el interior del espectador para alterar su equilibrio y sus estados normales de
conciencia. ¿Por qué será que la humanidad se mantiene en tales niveles de ignorancia? ¿Obedece
eso a algún plan del Destino? En todo caso Cristo ya dijo que lo que nos daña no es lo que entra por
nuestra boca sino lo que sale... ¡Y cómo! Si supiéramos el daño orgánico que hacen nuestras palabras
a los demás, o a nosotros nuestros pensamientos...
"En tal caso, Lucas, " (insiste la misma pared) "¿quién ha de pronunciar ese nombre?"
- En tal caso, le respondo a la pared, ha de pronunciarlo quién lo hizo por primera vez en mi alma.
Ocurría el verano pasado en Irlanda, en la Colina de Tara, en el condado de Meath (donde dicen que
San Patricio realizó la conversión de los infieles encendiendo una hoguera antes de que lo hiciera el
propio Rey, como era preceptivo), frente al monolito paleocéltico. Un poco antes de subir al
delicado repecho que conduce a ese lugar, dentro del extenso recinto arqueológico ya entré en
meditación (un estado alterado de conciencia que supone desconectar los programas lógicos del
pensamiento y dejar que sus procesos y representaciones funcionen sin control, es decir sin que el
Ego controle la experiencia vital. Solo en ese estado, y en el momento del orgasmo es posible que se
establezca la Transmisión). Permití a mi mente irse quedando constantemente el blanco por el método
de dejar que cualquier pensamiento entrara y saliera a su antojo, sin hacerle el menor caso, sin
analizar, sin propósito, y avanzando con los ojos semientornados, como aprendiera años antes de un
maestro Zen, me concentré frente a la estrella de luz que creaba el sol poniente detrás de las nubes.
No le otorgué más relevancia a aquel espectáculo que su cautivadora belleza. Y esta me colocó casi
al instante un nombre en la cabeza, como marcado por el fuego más poderoso de la fragua divina. Al
principio fue solo una armonía musical, un susurro, el deslizar de un velo de seda sobre una piel
blanca, luego se hizo más claro, como la voz de algún elfo del bosque. Por fin las tres sílabas fueron
pronunciadas claramente: A-shân-teh... Ashânte, Ashânte. La primera "A" abierta, la segunda casi
con el sonido de "o" larga, y la "e" breve y cortada.
¡Mi Señor, mi Dios, mi Maestro, mi Creador! ¡Gracias ahora por haber podido
llegar hasta aquí y comprender tus palabras en boca de tu hija Ashânte!
¡Gracias por la vida, gracias por todas las vidas, por el dolor y por la alegría!
¡Gracias por ser hijo tuyo! ¡Gracias por haberme permitido comprender!
¡Gracias por permitirme existir y que se me hinche el corazón con la alegría de
sentirte, Mi Señor, tan dentro de mí!.
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Capitulo5
Oigo pasos. Son el médico y las enfermeras. ¿Van a volver a hablar entre ellos
de terrorismo otra vez? Qué testarudos, a mí me colapsó una imagen, una
visión, o el resumen de un mundo de visiones asaltando mi mente, la última
escena de una incomprensible tragedia que nadie podrá saber jamás, a menos
que yo pueda salir de este estado,... y además me crean. ¿Quién demonios es
Dunloghan, al fin y al cabo? ¿Me ha herido un fantasma? Qué ridículo. No tiene
sentido... ¿O sí?.
Dunloghan, o lo que queda de la fortaleza, se alza en lo alto de los acantilados más escarpados de la
costa Norte de Irlanda en el condado de Antrim. Después del incendio los franciscanos lo
reconstruyeron totalmente, aunque modificándolo para hacer de él una abadía. Hoy día sus ruinas se
alzan lúgubres, de dificilísima reconstrucción y apenas pueden identificarse sus dependencias. De
lejos parecen agujas rocosas que se alzaran desafiando los riscos. Pero allí estaban cuando fui el
verano pasado, y lo que es más importante: Estaba el lugar. Un punto preciso de la tierra donde llegó
a ocurrir algo que ha permanecido gravitando durante mucho tiempo en el alma de sus protagonistas.
Y me dirigí allí precisamente a sentir el lugar. Al igual que cuando te enfrentas a la vista de algún
monumento importante que las generaciones posteriores de bárbaros ignorantes se han empeñado en
reconstruir, no hay que fijarse en absoluto en el detalle sino en el poder que emana del lugar. A no
ser que descubras algún elemento muy especial y percibas que no ha sido reconstruido. Hay que
pasar como con la vista del samurai, mirando de reojo, sin fijarla. O como dice León Felipe, sin
"agarrarte" a las cosas para que la vida no te haga callos. De este modo puedes darte cuenta de "lo
que sigue teniendo" el lugar a pesar de las demoliciones. Y para ese ejercicio solo sirve la intuición,
el instinto, y mejor aún, ni siquiera eso. Entonces puedes entrar en contacto con sus moradores...
siglos atrás. Porque, ¿has venido a eso, verdad, a encontrarte con el tiempo? ... Claro, no tengo más
remedio, aunque todo mi ser no sea más que una bolsa llena de terror.
No llegué a saber nunca como fue destruido Dunloghan. No consta en las crónicas que consulté, o no
he sabido encontrarlo, o no he querido encontrarlo. A lo mejor temí tropezar con una de las mentiras
clásicas de la historia, esa infame tramposa, y no ahora tengo demasiadas ganas de reírme. La única
visión que guardo es la de alguien que escapa o simplemente se va inmediatamente después de la
matanza, es decir, antes de que se declare el incendio. A lo mejor fue el incendio lo que la destruyó.
Los castillos en aquella época acababan todos así. La madera de los pisos y tejados ardía
rápidamente, y al ser tan difícil apagar el fuego solo quedaban las cuatro paredes, lo único en piedra.
La visión no continúa con el recuerdo de haber vuelto la mirada hacia atrás, ni siquiera hacia el otro
lado del acantilado. No hay nada más ni siquiera una imagen del promontorio donde se alzaba sobre
el mar. La escena, que se repite constantemente, es la de alguien que se marcha, aunque sin prisa,
después de la tragedia, cuando han callado los alaridos de terror entre las enormes rocas vestidas de
verde yerba. Desaparecer. Luego ya da igual. Después vendrán otras escenas dispersas que podían
pertenecer al sitio de la ciudad de Angulema, a algún castillo en Occitania, alguna taberna en la
Lombardia, un monasterio de los bogomilos al Este en algún lugar de los Balcanes, o cualquier otro
hasta llegar a Tierra Santa pocos días antes de la toma de San Juan de Acre por los templarios
ocurrido el 12 Julio de 1191. A lo mejor el personaje muere ahí. Tampoco recuerdo eso ahora. Solo
el chocar de escudos y espadas, alaridos de rabia y el hecho de estar muy lejos de la tierra de origen,
hasta el punto de ignorar incluso cual era. A lo sumo un vago recuerdo, una imagen, un nombre, el
brillo mágico de unas pupilas de otro mundo, la suavidad inaprehensible de un temperamento sereno,
la ternura del profundo conocimiento intuitivo, el alma eterna de la mujer.
Intento recordar, señora, gran dama de la sabiduría, - esta vez estoy hablando a la Muerte - intento
deslindar lo que es real de lo que puede no serlo, pero cualquier cosa me parece lo mismo: un sueño
o una realidad de ficción. ¿Qué más da que yo sea un caballero irlandés que al parecer vivió en el
siglo XII o un ingeniero español que dice vivir en el XX? ¡Qué más da! Al fin y al cabo todo es un
sueño. Ni yo existo ni aquel existió. Solo permanece la niebla en la que todo se desvanece, océano
galáctico donde se confunden todas las religiones, doctrinas, creencias, filosofías, en una misma
angustia: tratar de SER
A lo mejor lo único que podemos hacer, tanto el irlandés como yo al cabo de los siglos, sea
probablemente eso que nos quedó por hacer a ambos: entender. Intentar aprender cómo aprender, ya
que lo hecho hecho está. Y posiblemente de las acciones más abyectas pueda extraerse la mejor
sabiduría. Pero eso da mucho miedo. Tantas generaciones, tantos siglos educados en la culpabilidad
y el miedo, en el premio y la recompensa, que al párvulo le da mucho miedo cerrar el catecismo y
preguntarse por qué y con qué objeto fue escrito e impartido. ¿Qué puedo hacer entonces, anularlo
todo?. Es lo que parecen preconizar ciertas disciplinas. Vaciar la mente concentrándola en algo
rutinario como preparar el arroz o el té. Probablemente de ese modo deje de sentirme un extranjero
en busca permanente de su tribu. Pero me temo que eso solo sirve de tranquilizante y además tiene el
inconveniente de perder información con la que aprender. "Ni este mundo ni el otro", reza un
proverbio Sufí.
¡Claro! ¡Dios, como no me he dado cuenta antes! Simplemente no podía. Esa es la gran tragedia del
que ama profundamente, de quien se arroba hasta la raíz de los cabellos contemplando su propia
existencia o cuando le sale del alma una llamada a Dios al mirar de noche las estrellas. Cuando uno
está enamorado de la vida y del mundo, como expresiones externas, como realización transitoria, en
suma de la faz de Dios, entonces nada en concreto, ninguna persona única puede encarnar a la
Amada. A lo sumo una compañera de camino, y de arrobamiento, pero teniendo ambos el mismo
objetivo de Amor, y sobre todo con la misma pasión devastadora. Devastadora de todo lo pasajero,
efímero y material, para dejar paso a la llama Unica del Templo Eterno, ese punto distante y por lo
tanto el más próximo, el que está en el Grial, dentro del Corazón de uno mismo. Donde se hace inútil,
irrisorio, baladí decir Yo y en su lugar solo existe el Tú, solo existe el Amado.
... ¿Que ha pasado? Ha sido como volar sobre un torrente de luz, o como si un rayo inmenso me
hubiera levantado de la cama y transportado hacia las nubes. Ha sido un instante que ha durado una
eternidad. O como el ejemplo que suelen utilizar ciertas escuelas iniciáticas a propósito del empleo
de las drogas alucinógenas, como la mezcalina, para provocar estados alterados de conciencia. Las
usan como si fuera un helicóptero que te transporta a la cima de la montaña, la meta de todo camino
iniciático, para que puedas contemplar el paisaje, y luego ese mismo helicóptero te trae de vuelta a la
falda, al inicio del camino, porque éste, para que sea iniciático sólo puede realizarse a pie. Por ello
el uso de tal tipo de drogas/muletas solo es preceptivo en una o dos ocasiones como máximo y bajo
la descripción de un verdadero maestro. Su repetición entra de lleno en el fraude, ya que el viaje que
proporciona es únicamente artificial. El verdadero viaje lo puede hacer cada uno con la sola ayuda
de la evolución de su conciencia. No es necesario ningún tipo de droga o estímulo del exterior, más
que esas indicaciones concretas y precisas de quién te guía en el Camino de la Verdad.
¿Dónde estaba? De nuevo en la Unidad de Vigilancia Intensiva (vaya nombre y vaya significado, para
quien quiera sacarle punta). Y en ese arrobamiento por la existencia real aparece la conexión posible
con lo eterno que es la pareja hombre-mujer, sustrayéndose al engaño de lo irreal, del sueño de la
mente, por medio de la relación profunda, total, hasta las raíces de uno mismo, entrega de cuerpos y
almas como ensayo de la entrega a Dios. Pero para que eso tenga efecto, logra perforar la niebla, el
velo de la irrealidad, no hay más remedio que sea total, absolutamente genuino y extrayendo de uno
mismo todo cuanto lleva dentro, es decir sin hacerle el menor caso a cuantos mensajes el sueño de la
mente de otros ha tratado de inculcarnos. Y para que eso tenga efecto ha de hacerse sin la más
pequeña reserva. Fundirse un cuerpo en el otro y traspasar un alma en la otra, la mujer convertida en
hombre y el hombre en mujer, y nada del exterior, ningún mensaje, ninguna orden, ninguna regla,
ningún dictado, por que todos, absolutamente todos provienen del sueño de la mente. Un hombre y
una mujer en la intimidad. Todo lo demás es distracción.
Los primeros días de mi llegada a Belfast, después de corresponder, fingiendo interés por las labores
de la granja, con la hospitalidad que me dispensaron mis amigos, los empleé recorriendo la costa del
Norte para ir directamente al lugar que sobre el mapa mi intuición había señalado desde el primer
momento. Si dejo escuchar la intuición no me hace falta utilizar el péndulo, las cartas o cualquier otra
herramienta. La primera vez que me enfrenté al mapa de Irlanda supe en qué lugar debían encontrarse
las ruinas de Dunloghan. El resto era simplemente ir allá y dejarme guiar por la brújula de mi
interior. Mis amigos, los granjeros de Antrim, jamás me preguntaron acerca de una extraña frase que
intercalé en mi carta, después de indicarles que deseaba hacer una visita turística por toda la isla,
probablemente porque renunciaron a entenderla desde el primer momento. Decía: "Después de mis
vivencias al final del camino de Santiago, en Galicia, el impacto del paisaje fue tal que supe que algo
poderoso y extraordinario me atraía a vuestro país, tan parecido en el paisaje y en el clima, como
algo muy mío y sobre todo familiar".
Encontré enseguida el lugar, está casi al final de la Calzada de Los Gigantes hacia el Este. Fui
directamente sin dudar de lo que buscaba ni donde lo buscaba, pero al instante de llegar y
reconocerlo en mi interior, en el mismo momento en que mi conciencia se abría como las fauces de
un titán para dejar en libertad el mundo de los secretos, uno de mis saboteadores internos me increpó
usando el fuego demoledor de su escepticismo insistente, y sobre todo bien aprendido. "Vamos,
Lucas Gálvez, has visto demasiadas películas, y en muchas de ellas el Rey Arturo aparece
cabalgando al borde de acantilados como esté. ¿No estás viendo a Robert Taylor y Janet Leight con
sus ropajes de vistosos colores por esos riscos?". Qué poderosa es la impronta cultural, tan
convincente, tan razonable, tan "sensata". Me derrumbé. ¡Claro, tienes razón, "amigo", la fantasía es
el peor de los venenos! Contesté crédulo, obediente, timorato, deseoso de volver al mundo cotidiano
del cómodo escepticismo o malabarismo escolástico, donde uno puede sentirse seguro, y sin miedo a
que pase nada. Se creó el método científico para defendernos de la leyenda. No en vano somos
adoradores de Sócrates por haber ideado las seculares defensas lógicas contra lo inexplicable, a
pesar de que siga siendo inexplicable. Decía el viejo filósofo, tratando de ocultar su miedo a los
miedos: "Si he renegado del Oráculo de Delfos, ¿por qué me pedís que siga creyendo en las
leyendas?". El problema de vivir a base de antídotos es que acaban convirtiéndose en pócimas más
mortíferas que el propio veneno. Si, pero yo soy hijo de la cultura de los antídotos, por ejemplo de
las adaptaciones e interpretaciones escolásticas del mensaje de Cristo en forma de voluminosos
libros que acaban siendo objetos de culto; el becerro de oro substituido por encuadernaciones con
troquelados en oro. Por tanto ¿qué hago yo aquí? Me largo. Me vuelvo a casa. "¿Y les vas a decir a
tus amigos irlandeses que te vas a los dos días de haber llegado? ¿No te parece muy fuerte?". Sí,
claro, pero ¿Pero que demonios hago yo aquí si todo esto es una farsa, una elucubración
calenturienta?
Mezcla de rabia y decepción me compré un mapa, un par de guías turísticas, alquilé un coche y me
lancé en busca de nada. Eso sí, vistiéndola de ilustrada exploración arqueológica de la cultura celta.
Siempre he tenido horror al despilfarro y ya que había invertido tiempo y dinero en viajar a Irlanda,
por lo menos podía aprovecharlos para conocer el país y su arqueología. Tracé una ruta de
yacimientos megalíticos, cruces célticas, abadías en ruinas, fortalezas prehistóricas, etc., con un
recorrido aproximado de unos cinco mil kilómetros partiendo de Antrim hacia Londonderry para
bajar hacia el Sur por Donegal, luego por los lagos de Fermanagh, después a Sligo, hacia el parque
de Connemara, y seguidamente a Galway, Kilfenora, Ennis, Adare, y, por el Connor Pass hasta
Dingle y después las Islas Skelling, luego hacia Cork y Mallow, Cahir, Cashel y Aheny, por
Glendalough hacia Dublín, y de allí a las Colinas de Tara, a Kells, Monasterboice y Newgrange. No
esta mal. Para ser un aficionado había escogido los vestigios más interesantes.
Pero ya desde los primeros kilómetros, a pesar de tantos lugares nuevos y fascinantes que mi
autoprogramación turística había elaborado febrilmente, Dunloghan fue pisándome los talones, como
Dios en mis épocas de agnóstico. Pudo ser al principio, por ejemplo, el destello de una llama de
candil que parecía haberse fijando fugazmente en aquella escultura, o un arco de ojiva que creí
alargarse conforme me acercaba, o sacar de pronto de la penumbra donde no estaba antes una pared
cualquiera de la abadía, o los glifos en círculos concéntricos o los laberintos en espiral de una lápida
funeraria prehistórica que se ponían a girar sobre su centro, o el bajorelieve de la cabeza cortada de
una dama tocada con una diadema, esculpida en un lugar insólito de la pared. Y sobre todo los
sonidos, melodías o alaridos, voces y fragor de batallas.
De la abadía cisterciense de Mellifont solo quedan reconstruidas algunas paredes del baptisterio
octogonal y la columnata del claustro. Desde la carretera de Slane Friary a Drogheda, que
desemboca en la carretera principal N1 de Dublin, las ruinas quedan al fondo de un suave declive en
algunas partes ornamentado con escalinatas. Bajo la directa inspiración de San Malaquías a su
regreso de Francia en 1140 trayéndose consigo las revolucionarias ideas del cisterciense Bernardo
de Clairvaux, fue fundado ese primer monasterio de una orden que por su novedosa destreza en la
artes de la agricultura, artesanía y muchas otras dejó un notable impacto en toda Irlanda. Hasta el
punto de que los cinco reyes que se disputaban el territorio junto con sus respectivos señores
feudales tuvieron mucho interés en unirse a esa renovación y apoyarla. En la construcción de
Mellifont intervinieron un grupo de aquellos enigmáticos monjes que la historia ha dado en llamar,
monjes celtas, pocos osan a decir porqué. Introdujeron modismos latinos por primera vez en Irlanda,
como el famoso "fons mella" o "fuente de miel", de donde le viene el nombre a esa abadía
consagrada en 1157.
Para la historia ha quedado que ese recinto soportado por ocho arcos de medio punto era el lavabo
de los monjes. A lo mejor solo era eso, pero teniendo en cuenta que Bernardo había conseguido que
Hugues de Payn y los primeros templarios le trajeran de Tierra Santa parte de lo que andaba
buscando, como por ejemplo el laberinto octogonal del sincretismo musulmán, a lo mejor los monjes
hacían algo más que lavarse en tan curioso recinto, o a lo mejor no hacía falta una edificación tan
singular solo para lavarse, o también resulta curioso que la destrucción solo dejara un vulgar lavabo
en pie. Pero claro, la escolástica del metido científico, imperante también en historia, antropología y
arqueología nos obliga a concluir que si era un lavabo era un lavabo, y si solo quedó un lavabo de la
demolición ocurrida en 1603 durante el sitio de la rendición Great O´Neill contra la autoridad de los
Anglo-normandos, pues... era un lavabo, y un lavabo solo sirve para lavarse... ¡Solo que los gritos
suenan de ahí precisamente, en el centro, justo en el centro! Y sé que no es ahí donde ocurrió. Lo sé
perfectamente. A Mellifont solíamos ir a conversar con los monjes acerca de cosas que yo no
entendía, pero que me daba igual porque durante aquellas conversaciones el rostro de mi amada se
hacía más radiante si cabe. La primera vez que Ashânte que llevó a la fuente de miel el abad tardó
bastante en franquearme la entrada. No hacía ni dos años que me había lanzado en una incursión
guerrera contra Wilfried de Roscommon, señor de esas tierras, pero la maga lo convenció hablando
en la lengua de los antiguos druidas. Yo me quedaba sentado en un reclinatorio de la pared mientras
Ashânte y algunos monjes practicaban el ritual de las abluciones en la fuente que manaba en el centro
mismo del recinto. Ese agua había curado muchas heridas y sanado muchos estómagos y siempre
despedía un suave olor a yerbas aromáticas aunque en realidad manara del centro de una pila circular
de piedra. Yo aprendí a respetar aquellos rituales y los monjes se acostumbraron a mi presencia sin
temor. Incluso al cabo de una cuantas visitas el abad ya no me pidió que dejara la espada fuera del
recinto sagrado. Al parecer Ashânte le dijo que mi espada también necesitaba purificarse, junto con
su señor. Pero siempre entrábamos cuando no habían oficios religiosos y ningún aldeano pudiera
asustarse de la presencia de una maga en la casa de Dios. Me extraño el primer día que ella quisiera
entrar en una abadía, y que el abad la reconociera tan rápidamente. Mellifont estaba a tres días de
camino de Dunloghan y sin embargo parecía como si Ashânte visitara aquel lugar, con iguales
precauciones y prudencia, asiduamente.
Poco a poco aprendí a reconocer las sensaciones que emanaban de las paredes y del propio recinto.
No porque ella me lo hiciera notar; hubiera sido inútil, sino porque en una de esas visitas, en las que
más bien huimos buscando un lugar donde estar al abrigo de las intrigas palaciegas y las guerras
constantes, y en que mi ánimo estaba muy encrespado por la necesidad de batirme contra el
mentecato de Wilfried, al entrar en el recinto tuve la sensación en entrar en uno de esas cabañas
cónicas donde los celtas acostumbran a ahumar pescado y carne con plantas aromáticas, y en donde a
pesar del tenue vapor a uno se le pasan todos los males. La abertura del techo, que absorbe
lentamente el exceso de calor del interior dejando solamente lo justo para producir un curado lento
de los manjares, produce una atmósfera muy especial. En el baño de Mellifont el efecto era mucho
mejor, no solo sentí palpablemente como toda la congestión y tensiones musculares desaparecían,
sino que mis pulmones se hincaban de aire fresco y me elevaba sobre los pies. Al ver mi cara de
asombro Ashânte me sonrió con ese aire de complicidad de los duendecillos del bosque cuando han
conseguido que los irracionales seres humanos se den cuenta, aunque sea de una parte muy pequeña
de la realidad. Tomaba entonces mi mano y pronunciaba su suavemente autoritario "Vamos".
Por fin me senté sobre un de los sillares de piedra reconstruidos y dejé de jadear. En efecto, aquel
lugar, aunque había tenido, como todos, su tragedia, no lo fue para Henry Dunloghan. Los alaridos
dejaron de sonar poco después de que dejara en paz por fin mi máquina fotográfica. Poco a poco la
beatitud del medio me fue embargando, aunque era, eso sí, una beatitud intensa, estimulante. Y los
minutos pasaron en silencio, largamente. No recuerdo cuando me levanté y volvía a subir el declive
para ponerme al volante del coche.
Pude haberme quedado con el reconocimiento de aquella sensación y disfrutarla, paladear los
rumores de la leyenda, dejar mecer mis sentidos en la beatitud de aromas de la tierra. Pero Sócrates
volvió a intervenir, impaciente: "Eso no fue más que un lavabo y la historia tiene razón, lo que no se
puede demostrar no existe". ¿O fue Descartes quién me gritó eso a los oídos? Hummm... debo
haberme confundido de peluca.
¿Y qué pasó aquella vez que te quedaste literalmente paralizado al bajar del coche para entrar a
tomarte un café en una pequeña y hermosa hostería en la cima de un pequeño valle, al fondo del cual
se asentaba tranquilo un cementerio poblado de las hermosas "Grandes Cruces" célticas. Te pareció,
Lucas Gálvez como si todo el valle fuera un poderoso imán que se estuviera levantando de su anclaje
para atraerte con más fuerza. Era una mañana soleada, sin viento y con muy pocas nubes. Se
escuchaba el canturreo de los pájaros y se olía suaves perfumes silvestres. Era el lugar más tranquilo
del mundo, Lucas, y sin embargo algo poderoso, como un silencio de plomo te pegó al lugar. Cuando
salió la posadera a preguntarte si querías algo no tuviste más remedio que reaccionar; un café por
favor. Pasaste casi una hora sentado en la terraza con la mirada bloqueada en las formas de aquel
cementerio. El café se enfrío y por fin pudiste arrancar tus pasos hacia el lugar. Todavía ahora
conservas, caminante, el misterio de aquella sensación que jamás podrás identificar. El lugar más
apacible del mundo, el más inquietante, ¿porqué?
O cuando subiste al castillo paleolítico circular de tres balaustradas de Grianan of Aileach erigido
en lo más alto de las colinas que dominan estuarios de Lough Foyle y Lough Swillly, a cincuenta
kilómetros de Londonderry. Uno de los vestigios más impresionantes de la prehistoria celta. Allí los
viste. Al poco de encaramarte a la tercera muralla y contemplar la inmensa vista de los intrincados
brazos de mar de la punta más al Norte de Irlanda, oíste el ruido de los cascos de los caballos
despedazar las piedras del declive. Y lo reconociste enseguida, Lucas Gálvez. El escudo del león
rampante sobre campo de gules entre las dos lanzas cruzadas de la familia Dunloghan, su larga
espada y el yelmo coronado por una cabeza de león colgando del arnés. Henry Dunloghan peleaba
mejor sin el fárrago del yelmo. Pasaron al galope tendido por la primera balaustrada persiguiendo lo
que quedaba de la partida del Rey Manfred de O’Grady, protector de Dungiven. De tanto en tanto el
feroz Henry Dunloghan impartía su poderío por aquí y por allá para obligar a sus vecinos a negociar.
Pero, ¿que ocurre?. Se ha detenido. Estela de polvo, relincho. Su cabeza se ha vuelto mirando hacia
lo alto, al otro extremo del círculo. Lucas Gálvez también se vuelve. De pie, inmóvil, sobre la arista
de la enorme pared de piedras sin cementar, se alza la figura de una mujer que mira en silencio la
escena. Henry hace caracolear el caballo. Sus hombres se han detenido también. Espolea y entra en
el recinto por el túnel, da unos trotes por la explanada interior. La antigua fortaleza es usada por unos
y otros y por ninguno como puesto de observación. No es difícil de defender, pero a los moradores
del siglo XI les gustan los castillos o torreones con techo. De modo que durante una temporada la
ocupan los hombres de O’Grady, luego los de John Kelly de Donegal, etc. Henry se ha quedado
inmóvil mirando a lo alto de la muralla. Hace poco que visita a la maga en su cabaña, pero no se
imaginaba que se desplazase tan lejos. Oye el rumor de sus hombres que entran despacio también al
interior de la explanada. Por fin el señor del feudo de Dunloghan hace girar su caballo y sale de
nuevo sin mediar palabra. Sus hombres le siguen. Los enemigos han desaparecido, por tanto no hace
falta correr.
Enfilan colina abajo mientras la mujer los sigue con la mirada fija. Es una bandera de largos cabellos
ondeando en lo alto. Luego desaparecerá también pero Lucas Gálvez no sabrá cómo ni cuándo. Y
poco a poco las figuras de los turistas volverán a colorear la escena. Y Lucas Gálvez blasfemará una
vez más por ser tan fantasioso, por dejarse llevar de aquel celuloide de caballeros y espadas de serie
B, por sentirse tan desamparado en su locura, por haber venido a Irlanda en busca de un sueño en
lugar de hacer turismo como todos, como los seres normales. Por no atreverse a despedirse de esa
pesadilla de una vez por todas y volver a casa a la seguridad de sus miedos, de sus mecanismos de
defensa, del psicoanálisis, de los trucos edípicos del Ego. Y por fin cae de rodillas en mitad de la
explanada y luego da de bruces contra la fresca yerma, y llora su niño desconsoladamente. Me han
descubierto, es mi destino, no hay nada que hacer. Será mejor terminar aquí, desaparecer aquí, ya no
tiene sentido nada.
Pero no han pasado ni cinco minutos que, como aquel día en el castillo de Ponferrada o en el paso
del Cebreiro la tierra le da una enérgica patada para que le levante.
¡Vamos, muchacho, arriba! ¡Levántate! ¡Levántate de un salto! ¡No desalientes, ni le hagas caso al
saboteador! Lo único que quiere es que no seas libre. Que llenes tu mente de miedos, y que caigas en
otra de sus más poderosas armas: Hacerle caso, darle importancia. ¡Adelante, solo te basta un tajo
rápido y seco!. ¡Vamos, lo tienes ahí delante! Ahora. ¡Desenvaina!. Una fracción de segundo que
tardes será un siglo. Fíjate bien: Al desenvainar, continúa con el mismo impulso, prolongando la
curva en el aire, y córtale la cabeza cuando aún está sorprendido. Luego, como si no hubiera pasado
nada, limpia la hoja, vuelve a envainar y sigue tu camino. A los saboteadores, como las plagas de las
cosechas, hay que decapitarlos inmediatamente, uno tras otro, y empleando la ira de Dios, toda ella,
sin escatimar un gramo de su fuerza. Y luego, sin odio ni rabia residual, ni sin concederle la más
mínima importancia, continúa el camino. Un buen día se desencadenará en tu mente la escena
completa, y podrás liberarte de ella, o lo que es lo mismo: perdonarte, mejor dicho, comprenderte, ya
que no hay nada ni a nadie a quien perdonar; a lo sumo comprender.
Volví, pues, a la Costa Nordeste. La reconstrucción apenas permitía distinguir las estancias más
importantes, como por ejemplo la sala contigua al puesto de guardia del puente levadizo. Verdadero
filtro de entrada al castillo, tanto para aldeanos como para nobles. Era el "minifundio" de Hammers,
el lugarteniente. A pocos metros de la mesa, frente a la cual él se sentaba para identificar a cuantos
visitantes solicitaban entrevistarse con el señor de Dunloghan, se encontraba la polea de las cadenas
del puente levadizo, y a su lado se alineaban lanzas, piedras incrustadas, bolas de puntas y otras
armas arrojadizas para utilizar en el caso de que algún asaltante bloqueara el levantamiento del
puente...
¡Dios Santo! ¿Que ocurre? ¡Lo estoy viendo como si hubiera ocurrido el otro día en mi despacho o en
mi casa de veraneo...! Y sin embargo han pasado ocho siglos ¡Y no estoy soñando: Veo
perfectamente también esta habitación de hospital, y sé que de un momento a otro entrarán las
enfermeras! Y tampoco estoy sometido a ninguna droga o sesión de trance hipnótico para provocar
una regresión... No hay nadie aquí que me lo esté induciendo, ni tampoco mi voluntad... al menos
consciente...
En aquella estancia había un gran portalón que comunicaba con lo que podría ser la sala de
audiencias, donde se recibía a los visitantes, tenían lugar juicios, se dirimían querellas, etc. Las otras
cinco puertas daban a otros tantos pasadizos que rodeaban la torre del homenaje y comunicaban con
el interior de la fortaleza...
Por espacio de varias horas los muros de Dunloghan fueron tambores redoblando alaridos de rabia y
agonía unos contra otros. No creo que ninguno de los hombres que estaban conmigo sufrieron el
menor rasguño. Algunos de los defensores se pasaron a mi bando al vernos aparecer por el vientre
mismo de la fortaleza, pero no fueron muchos y yo mismo los ajusticié terminada la batalla y cuando
ya no me hacían falta. Llevar contigo a un traidor a cualquier viaje es peor que tus propios
remordimientos. Aquella madrugada Dunloghan semejaba a uno de los promontorios del Gehena y las
almas de los justos lanzándose innecesariamente al fuego. ¿Cuantas veces habremos de presenciar
sufrimientos inútiles? Sala tras sala, por patios, poternas, contrafuertes, alacenas, torres, la
carnicería no tuvo fin hasta que hubieron cesado los gritos. Ninguno de mis hombres tenía orden
expresa de respetar a mi familia, pero nadie se atrevió a tocarlos, por si acaso. Dejaron que yo me
los encontrara al otro lado del Gran Portalón, muy cerca de la entrada, como si se dispusieran a huir
por el puente...
¡Es la voz de Ashânte! Pero... yo entonces no me llamaba Lucas. Sin embargo es su voz, no hay duda
que es su voz. Además no hay nadie en esta habitación, hace rato se marchó la enfermera. Ashânte
sigue hablándome a través de los siglos.
Al parecer se dio una situación curiosa. Yo era el hereje, el que había jurado
acabar incluso con mi familia si alguien le hacía daño a Ashânte (Has vuelto a
pronunciar el nombre... ya no tienes miedo). El Obispo de Dungiven había
pedido mi excomunión y cada día acudían menos aldeanos a mis audiencias en
las que solían dirimir sus quejas, reclamar justicia o pedirme consejo. Y ello por
temor a las represalias del Obispo, ya que mis capacidades de árbitro o
mediador no solamente seguían intactas sino que con la influencia e intuición
de Ashânte se habían hecho más agudas y precisas. De hecho tenían todos el
Señor que necesitaban, solo que por causa de aquel clérigo fanático, su
arquetipo había dejado de corresponder con los cánones que marcaba la
Iglesia, y, por contagio, al parecer también la tradición. Yo podía ayudarles
mejor que nadie, pero la Jerarquía estaba dictaminando contra mí, y le tenían
más miedo a la "versión" del Otro Mundo que les dictaba el Obispo que a sus
propios males. Y en Dunloghan parecieron resignarse a ser sacrificados como
corderos. Fue como un Apocalipsis tácito. Mi único pecado había sido amar a
quien no debía y desafiar a todos abiertamente por ello. En realidad otra cosa
habría sido que el viejo Rey Enrique de Inglaterra hubiera escuchado las
recomendaciones del Obispo y mandado su ejército a destruirme.
Capitulo 6
...Es un ruido sordo al final del pasillo. Hace rato que no aparece la
enfermera. Aunque como el tiempo transcurre de otra manera no sé lo que
significa "rato". Puede tratarse de cinco minutos como de cinco días...
Otra vez. No recuerdo si lo he oído antes. Parece como el golpear despacio con algo blando sobre
una puerta muy gruesa de madera. Debe tratarse de otro ruido en el borde de mi conciencia. Me fijo
en la puerta de esta habitación; no se por que lo hago. Ha quedado abierta. Las enfermeras suele
cerrarla al salir. Que extraño. Inclino la cabeza un poco y consigo ver el pasillo que da a las otras
habitaciones de esta planta del hospital. Es un pasillo relativamente corto con puertas a cada lado y
al final se divisa la puerta de la escalera de incendios. Poco a poco, a medida que observo, el pasillo
se va alargando... ¿Cómo he conseguido salir de la habitación?
Suelo verme andando - o deslizándome - por un pasillo desierto, una y otra vez. Siempre ocurre en
silencio y el lugar es extraño, en donde no he estado antes, no sé a dónde conduce y la mayoría de las
veces, es muy largo, parece interminable. Otras no tanto y me recuerda al de la casa donde nací. No
hay nunca nadie por el pasillo, o por lo menos eso creo.
Disminuye la iluminación y voy pasando frente a las puertas de las otras habitaciones del hospital,
que se van haciendo cada vez más pequeñas. Unas desaparecen, otras quedan reducidas a estrechas
arquivoltas de piedra. Poco a poco, se van dibujando las delgadas columnas que sostienen los
capiteles, y al girar el recodo se abre la perspectiva que da al amplio patio del claustro. Es un día de
primavera, los monjes estarán satisfechos porque los rosales lucen sus capullos perlados de rocío al
baile multicolor de la mañana. En el centro, el delicado surtidor de la fuente de piedra, que se parece
más bien a una pila bautismal, sigue marcando su cristalino pero inexorable ritmo. Se escucha el
cántico de los Maitines en la capilla. Todos los monjes están en ella entregados al oficio. ¡Me gusta
tanto esta hora en que tengo el claustro para mí solo! Probablemente tenga que marcharme dentro de
unos días, pero ahora, puedo disfrutar de esta paz incomparable. Los monjes no deben saber
apreciarla porque disfrutan de ella todos los días, y lo seguirán haciendo hasta que sus vidas se
extingan, pero, para un viajero angustiado, es como visitar algún rincón del cielo. Voy recorriendo y
examinando una a una la simbología imaginera, esculpida en los capiteles y dejando libre mi
intuición para captar el posible mensaje que el maestro cantero quiso dejar grabado en la piedra.
Mucha tinta se verterá acerca de esta simbología románica y saldrán muchos "maestros" pretendiendo
haber descifrado sus mensajes, pero a mí me da la sensación que solo el escultor y apenas en el
momento de esculpir, con los ojos entornados, envuelto en polvo, pero con la intuición atenta, sabrá
lo que quiso expresar. Pájaros con cabeza de rey o caballero, enlazados por la cola o el tronco,
leones vomitando una selva de retorcido follaje, figuras describiendo extrañas escenas, Cristo con
los brazos extendidos pero sin clavar, apoyándose delicadamente sobre un tronco florido. ¿Qué
herejías podían esconder algunos de los mensajes? Observar los capiteles de reojo, sin concentrar la
vista demasiado y guardarse el destello de la intuición en el cofre del tesoro de nuestro propio Grial.
Tal vez esos mensajes en piedra hayan quedado ahí para que generación tras generación de
peregrinos, desoyendo rotundamente la macabra versión dada por la Iglesia, o el Poder Oficial,
según las épocas, extraiga la parte que a cada uno le corresponde, se la guarde para obrar su propia
transformación y respete lo demás; lo que a uno no sirve hay que dejarlo para que un buen día pase
por ahí aquel a quien va destinado. El que destruye un jalón iniciático en el camino, por más que a él
no le sirva en ese momento, está destruyendo algo de sí mismo, aunque, debido a su ignorancia,
jamás llegue a sospecharlo.
...Otra vez los golpes. El pasadizo del claustro me ha conducido hasta un gran portalón en la pared
del fondo. De pronto me asalta una presión creciente en la boca del estómago. Algo va a estallar en
mi interior. Va creciendo un dolor intenso. Puede ser una simple burbuja de aire o el conjunto de mis
vísceras que reviente en pedazos. La paz anterior se ha transformado en la angustia de todos los días.
Algo atroz va a suceder. Frente a mí, al final del pasillo, se alza la gran puerta de madera labrada y
no hay ninguna escapatoria lateral. Sólo esta puerta y lo que pueda haber tras de ella. Y veo mis
nudillos llamar sin intención de hacerlo, impotentes, autómatas a pesar suyo. Golpecitos tímidos que
esperan no ser oídos y cuya indecisión me permita girar de talones para continuar la huida antes de
que la puerta se abra.
El monje celador, uno de los más atrevidos, me ha preguntado esta mañana, al terminar el desayuno,
de quién huía. ¿Del joven Rey Ricardo? No, al contrario, voy a unirme a sus tropas de la Tercera
Cruzada que quieren arrebatar San Juan de Acre a los sarracenos. Y por otro lado, no se arriesgaría a
crearse más enemigos, después de los sonados fracasos que cosechó su hermano Juan, cuando lo
envió su padre, el Rey Enrique II, a Irlanda, años atrás. ¿De la Iglesia? No se atrevería a
perseguirme; incluso su propia jerarquía tiene mayores motivos que yo para echar tierra sobre la
tragedia de Dunloghan; nadie autorizó al Obispo de Dungiven a llevar a cabo el sacrificio ritual ni
mucho menos emplear aquel olvidado exorcismo. Aún seguía muy vivo el espíritu de rigor místico de
San Malaquías, muerto en Clairvaux 40 años atrás. El Papa Gregorio VIII tenía otros motivos mucho
más próximos de preocupación. ¿Del Rey de Connaught? Me debía muchos favores y concentraba
todo sus esfuerzos contra los Normandos. ¿De la guardia del condado de Armagh, cuna y familia de
la Señora de Dunloghan? Ni había pensado en ello. Nadie del lugar, que haya sobrevivido a la
matanza tendrá la desfachatez o la temeridad para hablar de lo que allí ocurrió. El Prior hizo acallar
sin más las insistentes preguntas del monje celador. Y me miró a los ojos comprendiendo que solo
huía de mí mismo. Ese es y ha sido siempre el peor enemigo... materializado, en este momento, por
los cadáveres decapitados que me aguardan al otro lado de la puerta.
Y no tengo más remedio que seguir golpeando con los nudillos. Nunca he tenido más remedio que
hacer lo que he hecho, por atroz que haya sido o por terrible que pueda ser para mi propia libertad,
que es lo más precioso. Y seguiré golpeando con los nudillos hasta que la puerta se abra, sabiendo
que al abrirse me habré de enfrentar a los cuerpos mutilados de una mujer y dos niños. Pero no tengo
más remedio que hacerlo... Y lo hago.
La puerta se abre al fin. Mis labios también, para dejar escapar el alarido de una fiera de otro mundo
herida de muerte. Me protejo la cara con las manos, pero, para mi desgracia y mayor sufrimiento,
jamás cerraré los ojos a lo que estos deban ver. Ambos batientes ceden en abanico y la estancia
surge ante mi rostro condenado... ¡Vacía!.
No es más que una de las salas contiguas al gran refectorio. Los monjes siguen entregados al sagrado
oficio. No ha sido más que otra visión del horror que me persigue desde hace dos años. Tengo prisa
por llegar a San Juan y entrar en combate. El fragor de la batalla es una de las mejores catarsis que
existen. No soporto la paz y la beatitud. Esos cadáveres decapitados y cuantos quedaron en el camino
de Duloghan, van a perseguirme hasta que yo mismo sea uno de ellos, y aún así, van a seguir
persiguiéndome indefinidamente en el espacio intemporal de varias vidas... hasta que yo les perdone
a ellos y ellos a mí. Pero eso no puede realizarse, mientras no logremos encontrarnos en una forma
que permita tal conexión. No puedo perdonar a alguien a quien acabo de cortar la cabeza en nombre
de mi justicia, entre otras razones porque en este momento su cabeza acaba de ir rodando allá abajo
por el patio hasta mezclarse con los cuerpos de los criados y otros aldeanos que marchaban contra mi
en la turba organizada por el Obispo.
Esta siendo demasiado larga esta convalecencia, sobre todo porque no puedo aprovechar los
momentos ni los parajes de descanso y belleza que se me ofrecen, solo busco la batalla y
embriagarme el alma con la lucha y las matanzas. En estos dos años ha habido de todo desde que
arribé a las costas de Francia, y traté de refugiar mi alma en el castillo de unos parientes. Pero
enseguida vino la necesidad de participar en el sitio de Angulema. Ni siquiera he podido gozar de la
maravillosas hospitalidad de las cortes del Sur, en Occitania, al transitar por ciudades tan especiales
como Foix, o Carcasonne, o Beziers, y darle una tregua a los horrores de mi interior en aquel
remanso de paz de las cortes galantes, que inspiró la incomparable reina Esclarmonde de Foix. Las
cortes de amor, donde el lance era un complejo arte y no una mera posesión sexual, o la expresión
externa de un ejercicio místico, como indica la simbología de la trinidad en la leyenda arturiana.
Pero no podía una bestia herida gustar el néctar de rosas que le tendía la mano blanca de una
doncella en una copa de plata. La bestia solo podía alimentarse de su propia sangre y de sus vómitos.
Además, ninguna doncella, por hermosa e inteligente que fuera podía eclipsar la visión de Ashânte
cayendo por el acantilado.
No conocía personalmente a Roger de Foix pero intimamos enseguida, aunque le alivió saber que yo
continuaría mi camino sin mayor tardanza. No estaba al corriente de lo que había pasado, ni yo iba a
contarlo, pero mi misma presencia transmitía el horror que torturaba mis entrañas contagiando
enseguida a los presentes. El conde insistió en que yo dejara acariciar mis cansancios por alguna que
otra hermosa cortesana, pero, en lugar de eso, salí huyendo otra vez a la soledad polvorienta del
camino. Y era en esos caminos, en los parajes más inhóspitos y desérticos, donde la naturaleza
ofrecía su más feroz aspecto encontraba yo inusitadamente el transporte sexual que ya las cortesanas
no podían proporcionarme.
Ya me había ocurrido otras veces. Y en aquella ocasión, antes de llegar al monasterio de San Miguel
de Cuxá, no fue más especial que otras. Lo que no sé es definir si fui poseído por la montaña o la
poseí yo a ella. Saliendo de la Abadía de Sant Martin por el camino de Villafranca, me desvié hacia
Cornelia. Allí, la carretera discurre por suaves lomas que dan a ambos valles. Poco a poco las
siluetas de los argaños, olivares y monte bajo, esparcidos diría que estratégicamente sobre prados de
un verde eléctrico, mecidos por el viento discreto y algo racheado, comenzaron a magnetizarme.
Sentí un dolor agudo en la base de los testículos. El paisaje me excitó; tanto o más que alguna mujer
de apetitos pornográficos con la que me cruzo por el camino y no volveré a ver jamás.
Probablemente fue debido al tinte metálico de los reflejos del cielo sobre las hojas, al mecerse corto
de las ramas de verde oscuro, al silbido de ese viento indeciso, como si no conociera el lugar, o al
sinuoso lomo de la montaña. Sentí sobre mi cuerpo una presión descomunal. Como la mirada
hambrienta de una hembra madura, desafiante, devastadora y ansiosa de ser devastada. Bajé del
coche y me metí en bosque, como en el interior de una colosal ramera. La tierra me agarraba de los
pies. Había comenzado a entablarse la lucha a muerte del coito. Era mucho más fuerte que aquellas
veces en que salía a la calle y me parecía hacerlo con una erección de caballo dispuesto a fornicar a
diestro y siniestro. Allí no había hembra, solo la montaña. Grité abriendo la boca desmesuradamente
para tragarme el magnetismo, engullir el viento, convertir a la tierra en mujer o yo en peñasco. Había
empezado haciéndole una succión vaginal a la montaña. Agarré con una mano una gruesa rama de
argaño y con la otra el miembro que ya me dolía horrores. Grité con todas mis fuerzas al estallar la
eyaculación. Lástima que no pude compartirlo con una mujer, porque dudo que, a fin de cuentas, la
montaña alcanzara el orgasmo. La vida esta hecha de desencuentros y de orgasmos insólitos, de
intentos para drogar el espíritu y el alma de forma que no pueda darse cuenta de la realidad.
Como por ejemplo en el sitio de Angulema. Yo me había unido a los hombres del Duque de
Gloucester, futuro cuñado del Rey Juan Sin Tierra, contra el Duque de Angulema, protegido del Rey
Felipe Augusto de Francia, a la sazón de camino a Tierra Santa adelantándose a su amigo Ricardo
Corazón de León. Me uní a Gloucester con alguno de mis hombres que me había seguido hasta
Aquitania, en parte, porque no tenía nada mejor que hacer y porque aún hervía y tiraba de mis
entrañas el ímpetu asesino. La matanza de Dunloghan no había calmado mi sed. Aunque era
plenamente consciente que no la calmaría nunca. Tal fue el grado de dependencia y esclavitud hacia
mi orgullo y prepotencia, o mi incapacidad por aprender la enseñanza de mi amor por Ashânte. Y
todas las guerras del mundo no habrían sido capaces de colmar el vacío de mi interior. La Luz Divina
se eclipsó por completo y su ausencia era la oscuridad, el abismo insondable, el Lado Oscuro, y este
estaba ávido de cadáveres, de matanzas, de masacres. Cielo e Infierno conviven en el Grial de
nuestro Centro Sagrado, la Luz sentada en el trono de las tinieblas, y por encima de estos está la Luz
Primordial, aquella que Es antes de que se haya creado la que son capaces de ver los hombres.
La guerra es, como se dice en astrología, haber cedido a la voracidad del planeta Marte. Los
hombres somos tan absolutamente tontos, que nos enzarzamos en guerras que no hacen más que
perjudicarnos a costa de alimentarlo. Pero no es el único depredador del alma humana. Y lo
extraordinario del caso es el candor con que el hombre se entrega a sus depredadores. El rígido, el
avaro egoísta, el intransigente se entrega a Saturno; el glotón, despilfarrador, manipulador de las
leyes a su conveniencia, etc., a Júpiter; el irascible, rebelde, a Urano; el devoto, perezoso e
irresponsable a Neptuno; el obseso a Plutón. No hablemos de las trampas de Venus, sucumbir a los
encantos de la belleza corporal, etc. Y en cuanto a la Luna, ¡cuántas poesías, cuántas nostalgias,
cuántas ensoñaciones volubles y caprichosas, en fin cuantos ritos de magia blanca o negra, poco
importa al caso, para alimentarla!... Cuando el único importante es el Sol, y aunque es imposible
mirarlo de frente sí puede sentirse su calor en la cara con los ojos cerrados, o sentirlo en el corazón,
o darle los buenos días por la mañana o despedirlo por la noche, como a un hermano mayor en la
existencia. Hay quien llega a divinizarlo. En fin, ¡allá cada cual con sus soledades!. Pero el Sol, por
lo menos nos da una referencia del Ultimo, el que está por encima de todos los universos, de todas
las luces y sombras, de todos los nombres, por encima de cualquier rito, seres iluminados, ángeles o
jerarquías de cualquier clase, etc.
Y el sitio de Angulema alimentó a Marte hasta reventar. Podríamos decir que Marte de alió con
Júpiter en lo expansivo y ficticio de la fortuna de los hombres para despedazar a un nutridísimo
grupo de seres, y, por supuesto en su cualidad de tales: ciegos y tontos. Atacábamos con mayor
intensidad la puerta Norte, la principal, aunque distraíamos al grueso de la guarnición por medio de
ataques a otras puertas, sobre todo la Puerta de París, llamada así, obviamente porque de ella partía
la carretera a la capital. El campamento más próximo a las murallas estaba escasamente a unos cien
metros. Lo protegíamos con una gruesa valla de cañizo y troncos. Como el sitio estaba
prolongándose, habíamos tenido tiempo de reforzar esa posición desde la que disparábamos a las
almenas. Un buen arquero es capaz de acertar a esa distancia. Utilizábamos bastantes catapultas con
emplastos encendidos de alquitrán y piedras, pero aún no habíamos tenido éxito con el ariete. La
puerta resistía demasiado para permanecer bajo los contrafuertes de las almenas, desde donde caía
un verdadero mar de aceite hirviendo, piedras, flechas, etc.
Aquel día, estábamos decididos a echar la puerta abajo. Montamos el ariete en la base de una torre
de asalto que cubrimos con escudos. Robert de Gaumont, el militar que nos mandaba, había leído
muy bien a los romanos, y aquel día, sin que yo pudiera imaginar por qué (ni por qué en los meses
anteriores no lo había hecho), estaba decidido a poner en práctica lo que había aprendido. Los
generales deciden poner fin a una batalla no por puras cuestiones de estrategia militar sino por
conveniencia política. A lo mejor a Gloucester ya no le interesaba seguir presionando al Duque de
Angulema y decidió acabar de una vez. Algún secreto acuerdo se habría rubricado o también podría
haberse roto. Todo es tan oscuro, sucio y escabroso que vale más no meterse. Lancémonos al ataque,
que, eso sí, es limpio, claro y contundente.
Al despuntar el alba quitamos a golpe de espada toda la vegetación del camuflaje de la torre y
espoleamos a los caballos para que tiraran de ella hacia la gran puerta. Iban protegidos también por
escudos. Eran las víctimas más caras, porque un caballo muerto bajo las ruedas bloqueaba el buen
rodar de la torre. Simultáneamente, una lluvia de flechas cayó sobre las troneras de las almenas y en
sus mismos patios. Fue el propio De Gaumont quien lanzó el primer alarido de guerra e
inmediatamente le siguió un verdadero estruendo. ¿Qué era aquello? ¿Entusiasmo, rabia,
desesperación, ilusión? Cada uno estaba allí por sus propias razones. La mayoría para seguir
comiendo su ración diaria y por algún botín que pudieran pillar. Hay que ver la de carne de cañón
que el hambre pone a disposición del juego de los poderosos. Lo malo es que para muchos no hay
más remedio.
El resto es fragor de batalla, jadear bocanadas de sudor dentro del yelmo y la coraza, esquivar
flechas o piedras protegiéndose con el escudo. Más, de pronto, al acercarme a la puerta, la visión se
desgarró y se convirtió en el portalón de Dunloghan. Sentí una llamarada en el estómago como si mi
monstruosa garra interior escupiendo fuego por las uñas se abriera paso atravesando mi carne. Rugí
como un animal poseído por el demonio y blasfemé increpando a cuantos avanzaban a mi alrededor.
- ¡Vamos allá, malditos hijos de perra! ¡Mujerzuelas! ¿Qué hacéis ahí parados? ¡Vamos a machacar
esa maldita puerta de una maldita vez! ¡Sujetad las cuerdas de la torre con una mano, protegeos con
el escudo y envainad la espada, ahora no os sirve de nada! ¡Vamos, perezosos, chusma, cobardes
rameras!
Tiré de una de las cuerdas pinchando a los caballos que al encabritarse consiguieron dar un fuerte
tirón a la torre. Seguimos así un buen cuarto de hora, hasta alcanzar el repecho después del cual el
terreno continuaba en suave pendiente hacia la puerta. Una vez allí, la torre podía seguir
deslizándose sola. Pero, como, a pesar de eso, necesitábamos velocidad, continuamos empujando
con todas nuestras fuerzas. Los arqueros, a nuestras espaldas seguían lanzando nubes de flechas
contra las almenas. El grueso de la guarnición de la ciudad había llegado rápidamente. No cabía
duda de cual era nuestro movimiento. La batalla decisiva iba a librarse en aquel punto.
Por fin, el ariete lanzado a toda velocidad chocó contra la puerta. La torre
osciló, flexible como era, y se recuperó. El golpe hizo retroceder el ariete
siguiendo la trayectoria pendular que le permitían sus ataduras colgando de las
cuatro columnas de la torre, los cuatro árboles más gruesos que pudimos
encontrar. Nosotros le ayudamos para que balanceara todo lo posible y luego
volverlo a hacer chocar contra la puerta. Algún soldado, compasivo, soltó a los
caballos que no habían muerto para que huyeran. El resto lo iba a hacer el
ariete en su movimiento natural chocando una y otra vez contra la puerta.
Ciertamente, Robert había leído los Anales de Plinio el Viejo relatando la toma
de Alejandría por Julio César.
Pero no fue hasta media mañana que la puerta cedió. Se quebró por los lados
y entre sus vanos se abrió un boquete en forma de enorme vagina. Fue
bastante fácil subir hacia él gracias a la montaña de cuerpos que se habían ido
apelotonando contra la puerta. Entonces aquel boquete, agrandándose al paso
de la masa humana enfurecida por las heridas y el cansancio, se convirtió en la
llama de un soplete contra la ciudad.
Recuerdo que cogí cuanto botín pude, aunque a decir verdad no se tomó del
todo Angulema. Apenas nos habíamos adentrado por el primer barrió
periférico, cuando de Gaumont ordenó retirada. No pudo obtener obediencia
inmediata, por supuesto, sino después de que la soldadesca hubiera saqueado
cuanto podía llevarse consigo, cargando incluso algún carro o carreta para que
fuera lo máximo posible. Pero la partida de ajedrez entre Gloucester y Guy de
Angulema obligaba a ambos - no llegué a saber quién jugaba con blancas y
quién con negras - a interrumpir la devastación de la ciudad. Y apenas nos
íbamos retirando, las fuerzas de la guarnición aparecieron de nuevo por la
segunda muralla, para detener nuestro retroceso y exterminarnos allí mismo.
Hay quién no pudo llevarse como botín ni su propia piel. Yo recuerdo haber
escupido espuma de rabia en cualquier parte de aquel pedazo de ciudad
conquistado y haberme abierto paso hacia la puerta, con la misma rabia como
entré, pero en dirección contraria. Creo que alguno de los soldados con quien
combatí más estrechamente, me acompañó. Abandonamos al Duque sin tratar
de cortarle la cabeza, estábamos exhaustos, dejamos Angulema y nos dirigimos
hacia el Sur. Días más tarde, nos enteramos de que reanudado el ataque,
Angulema cayó finalmente. Un año después Felipe Augusto la recuperaba. En
aquella época, como en cualquier otra, las conquistas siempre son de quita y
pon. Lo importante era la masacre, el saqueo, el pillaje, el dolor y sobre todo la
inevitable partida de ajedrez. Lástima que los ciudadanos y su sufrimiento no
sean de quita y pon, sino de hoja perenne.
Ahora, en este paraje de verdes magnéticos, desértico, sin ánimo para buscar
una casa, castillo o de nuevo una abadía, me vuelve a la garganta el sabor
amargo de aquella estupidez. Y creo que se debe a que la sufrí yo en propia
piel como vulgar carne de cañón. Cuando jugaba a ese mismo tipo de partidas
de cartas con Hugh de Conaught, o con el propio Juan Lackland (Juan Sin
Tierra) desbaratando (con bastante facilidad dicho sea de paso; no era un
hábil estratega) sus pretensiones de "pacificar" Irlanda, o por el contrario
apoyándole contra los escoceses, nunca tuve esa sensación de absoluta
injusticia. Hay que ser pobre para saber como padecen los pobres. Aunque
entonces la maldición que iba a salir de mi garganta sería como las trompetas
que derribaron los muros de Jericó, o como la espada de Espartaco o los
discursos de Demóstenes. ¡Lástima que la Revolución de los oprimidos sea bella
solo al principio! Después se cristaliza en algo incluso mucho peor que la
injusticia que pretendió erradicar.
¡Que alivio, creí que la tierra se había tragado a las enfermeras! Ah, este es el
médico. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la otra vez que les oí?
- Sí, es el único que ha pasado por aquí, peto se niega a decir nada de su
padre. Se limita a sentarse mirando a su padre fijamente. Sin expresión, como
esperando a que este se despierte y le reconozca.
- Sí, claro, pero parece que se deshizo de ellos con insultos. Dijo que ya había
tenido bastante con los abogados, que solo hablaría con su padre y en privado,
y que a nadie le importaba lo que hablara con su padre.
Andrés... Ojalá el llanto me saque de esto... Pero tampoco puedo llorar, solo
para adentro. Andrés; el mejor de todos, el mejor de todos. De modo que...
claro, ¿cómo pude haberlo olvidado? El verano que fui a Irlanda ya estábamos
en manos de los abogados. El año anterior, 1991, fue el final de una larga
agonía que a lo mejor me he resistido a admitir. Por eso esperaba que viniera
Luisa a verme. Hay que ver de que forma vamos condicionando nuestra mente.
A base de los reforzadores de premio y castigo, o de cualquier otra autotécnica
subliminal. En realidad yo nunca quise el divorcio, pero tampoco quería aquella
vida; era puro un juego sado-masoquísta de destrucción. Y cuando uno esta
condicionado a creer que debe ser castigado, entonces se resiste a abandonar
el suplicio... Abandonar el suplicio... ¡Qué bien suena eso! No lo había pensado
antes. Lo que tienes que pensar Lucas es porque creías que necesitabas el
castigo. Porque además el castigo empezó la misma noche de bodas, de modo
que no se puede decir que Luisa tuviera, ella misma, motivos para castigarte.
Ella no diseñó el castigo, su rabia le fue impuesta mucho antes. Y os juntasteis
dos diseños complementarios. Ella necesitaba un hombre al que humillar y tu
una mujer que te recordara lo pecaminoso que es ser hombre. "J’aime ce qui
me brûle", escribió una vez Max Frish. El viejo Freud tuvo una intuición pero se
quedó por el camino, entretenido, como todos nosotros, con sus propios
condicionamientos. Y es que la extinción del Ego no es tarea fácil. Ser
observador requiere mucho talento y práctica.
Bueno, Lucas, de modo que ahora, además de la vida, necesitas una mujer.
Eso fue lo que les pediste a las brujas en aquella colina rocosa no muy lejos de
Salas de los Infantes. Fue eso y no otra cosa. Pero a Antonio Reguero no
podías decírselo, porque un gerifalte del Opus Dei no puede admitir
colaboradores que estén en trámite de divorcio. Un hombre no es nada sin una
mujer, y una mujer no es nada sin un hombre. Así estuvo dispuesto desde el
principio y así será. Y lo más probable es que el irlandés se suicidara porque
había perdido a su mujer. Eso fuiste a averiguar a Irlanda, ¿verdad Lucas?
Jamás dudaste que existió, y aún puede existir, una mujer como la maga
druida, aunque cueste creerlo.
No podías dudar en absoluto porque las has visto en sueños todos los días
desde hace mucho tiempo. Por eso odiabas a tu madre, porque era tan
distinta. Silenciosa, inteligente, serena, orgullosa de su condición de mujer,
sabedora de que en el fondo la Tierra es un matriarcado, y que para dominar al
hombre la mujer solo tiene que ser mujer, porque el hombre es un niño que
necesita constantemente sentirse hombre. Solo que nada es lo que aparenta y
quien pretende dominar es precisamente el dominado. Si sales de esta, Lucas,
tendrás que ir a buscar a tu mujer muy lejos de esta sociedad de
esquizofrénicos adoradores de la igualdad sexual, es decir miedosos del hecho
de ser mujer y del hecho de ser hombre. Hombres presa de pánico por la mujer
hasta el punto de recurrir a la dominación física, una forma muy efectiva de
autocastración. Muy temible fue el irlandés, un guerrero invencible, pero sin su
maga se convirtió en nada, y sin haberla conocido él jamás hubiera vivido. No
me vayas a decir, Lucas, que has diseñado esta especie de estado de coma
para castigarte por haber escapado al castigo. El divorcio no esta permitido por
la Iglesia porque elude el castigo, y ya se sabe, como hemos venido a este
mundo a sufrir, a purgar nuestros pecados... Sería muy interesante saber lo
que hubiera dicho Cristo al ver en lo que se convertía su doctrina del amor. A lo
mejor se hubiera preguntado: "Pero, ¿de qué pecado están hablando esos?
¿Dije yo algo semejante?". Ah, la historia y los historiadores, los cronistas, y
sobre todo los interpretadores de revelaciones divinas...
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Capitulo 7
No estaba bien visto acudir a la cabaña de Ashânte porque, a pesar de que tenía una imagen bien
visible de San Patricio, no acudía a los oficios religiosos, al igual que tampoco su madrastra hiciera,
soslayando de este modo la obligada pleitesía al Sr. Obispo de Dungiven. Pero la jaqueca me llevó a
conocerla. Fue misma Señora de Dunloghan, la que me aconsejó hacerlo. A pesar de todo no resulta
agradable soportar a un marido enfurruñado casi a diario por un vulgar dolor de cabeza, cuando
además eso es dolencia de mujeres. Lady Dunloghan jamás llegó a sospechar lo que acarrearía su
recomendación. Ella misma había visitado a Ashânte, como lo hiciera antes a su madrastra mientras
vivió, en busca de un remedio para sus dolorosas menstruaciones y por alguna que otra crisis.
Pero hay un recuerdo que no se borrará jamás porque la sensación que produjo fue algo distinto por
completo a cuantos había yo vivido hasta aquel momento. Puede que esa memoria este formada por
imágenes, es inevitable, la mente existe, pero la sensación física es indudable y permanece.
Era la estancia más cálida y acogedora de las que he entrado en mi vida. Y la palabra "cálida" es tan
pobre como cualquier otra para describir la vibración en el fondo de mis entrañas. Tal vez un
regreso al claustro materno, o mejor dicho a un claustro muy anterior. Un gran fuego de chimenea de
hogar en el fondo y en el centro. Las paredes cubiertas con pieles delicadamente curtidas y adornadas
con algunas verduras secas, como ajos, pimientos, yerbas medicinales, etc. En una sencilla mesa
construida con troncos finos y encajados con paciencia artesana, descansan algunos libros, uno de
ellos, el más grande sobre un atril, hecho también de finas y escogidas ramas de nogal. Contra la
pared de la izquierda se alinean estanterías repletas de potes de barro cocido bien etiquetados y
limpios. La estancia huele a limpio - cosa que no ha ocurrido jamás en el castillo de Dunloghan - a
pesar de que el suelo no está embaldosado. Parece recubierto por una extraña tela, o cemento, que no
había visto antes, pero que le da un aire pulcro y ordenado. Antes de entrar en la cabaña de Ashânte,
uno espera encontrar cualquier cosa menos aquel ambiente tan cuidadosamente elaborado.
Y en el centro, una mujer joven, de belleza inquietante, vestida con un largo hábito marrón, el pelo
castaño suelto sobre la espalda y los hombros. Ningún adorno. Solo sus ojos profundos de mirada
insondable. Un cierto arqueo de tristeza ancestral en las conmisuras de los párpados. Una sonrisa
serena, beatífica, dibujada por unos labios perfectos. La piel blanca. No recuerdo nada más. Esa es
una imagen estática; tan solo la descripción de una estancia, objetos y una persona, y sobre todo una
atmósfera distinta, envolvente, una vibración desconocida, relajante; es como haber entrado en otro
país, en otro mundo, en otra dimensión.
En la siguiente escena, estoy sentado en esa misma estancia o mejor dicho, recostado, con los ojos
cerrados en un gran sillón hecho de troncos delgados y piel muy finamente curtida. Detrás, la mujer
moviendo las manos sobre mi cabeza mientras murmura frases ininteligibles. Probablemente en un
idioma desconocido. Y por primera vez siento en mi cuerpo algo distinto al hambre, la ira, el deseo,
la pereza, etc. Es un calorcillo sobre la punta del esternón que penetra suavemente hacia el interior.
Una sensación extraña, y por eso, al experimentarla por primera vez provoca miedo, un impulso de
salir corriendo y no volver más. Pero al abrir los ojos me retiene ese ambiente relajante y cálido,
acariciante, distinto a cuanto he conocido, y el miedo se desvanece... "¡Quieto!" - me dice mi voz en
mi interior - "Conserva esto mientras puedas. Es lo más precioso que has tenido nunca. Todo lo
demás no tiene importancia. Si te vas ahora romperás el mejor regalo que el destino te ha hecho
jamás".
Lo curioso del caso es que no recuerdo si se curaron las jaquecas. Ni tan siquiera, si eso tuvo
importancia, a lo mejor mi cuerpo creó esa dolencia para conocer a Ashânte. Dicen que los antiguos
druidas, rectores de estas tierras mucho antes de la llegada de San Patricio en el 432, creían que
todas las enfermedades no eran más que perturbaciones de la armonía del cuerpo, provocadas por
contradicciones originadas en el pensamiento. Añadían que los organismos estaban sanos y que la
mente los perturbaba, dando lugar a las enfermedades. Por ello recetaban pócimas para tranquilizar,
fortalecer, despertar, clarificar la mente. Creo que Ashânte recetaba remedios de aquel estilo, en
parte sacados de la tradición transmitida por su madrastra y en parte fruto de sus propias intuiciones.
A veces pedía a sus pacientes que se relajaran, echados sobre aquella especie de sillón/camilla, con
los ojos cerrados, procurando respirar pausadamente, mientras ella ejercitaba unos pases con las
manos, con las palmas hacia el paciente, por todo el cuerpo o por las partes mas afectadas por la
dolencia.
Durante las primeras semanas en que acudí en busca de tratamiento, y a pesar del poderoso atractivo
físico que también ejercía en mí, no pensé en usar mis prebendas de señor feudal, como con las
demás aldeanas. Me infundía un secreto temor y respeto, tanto por ella misma, como por el halo que
la rodeaba. Y no me importaba lo más mínimo que acudir asiduamente en busca de sus remedios
estuviera mal visto por el Obispo o por la feligresía, ya que la tachaban de bruja como a su
madrastra. A decir verdad siempre disfruté provocando al Obispo y a su parroquia. En parte, para
divertirme a costa de sus ridículas admoniciones y escaso talento, y también para demostrar mi poder
sobre cuantos habitaban la comarca. Pero igualmente lo hacía, y de forma muy ostensible, para
bloquear cualquier creciente influencia que pudiera ejercer sobre la parroquia en detrimento de mi
propia autoridad, precisamente por que el atacar las artes de Ashânte, como lo fuera antes a las de su
madrastra, era unas notas preferidas del discurso del prelado.
Sin atinar cómo ha ocurrido, ni recordar el día o momento en que ha ocurrido - eso no tiene
importancia -, nos hemos abrazado y nuestros labios han ido al encuentro el uno del otro, con tanta
dulzura como la caricia de la luz del alba que resbala sobre la piel del caminante. Hemos ido al
encuentro como desconocidos e instantáneamente parecemos uno mismo, ella soy yo y yo Ashânte,
ella es el hombre y yo la mujer, y viceversa, intercambiándose constantemente. No son cuerpos los
que se funden en un mismo horno, sino seres incorpóreos cuyo fragor de la pasión puede adoptar la
forma que quiera. Podemos ser ángeles, castillos, montañas o ríos, ¿qué importa? Ni siquiera importa
que nos estemos amando muy por delante de lo que puedan alcanzar nuestros pensamientos, pobres
míseros rezagados en la sublime carrera del acto de amar. No hay razón ni intelecto, sólo sentidos y
ausencia de ellos. Nada importa, es la desconexón total de los miedos y la ausencia de ellos, y por
supuesto de cualquier otra limitación. La penetración las ha pulverizado como una mole rocosa que
se desmorona al estallar una grieta henchida por el agua al helarse.
Y después, tendidos boca arriba, en el lecho, se produce algo todavía más insólito. Mi pensamiento y
sensaciones vagan adormecidos y livianos algunos metros por encima de mí, cuando de pronto siento
un cosquilleo, un calorcillo en el costado, como si algo sólido pero suave se paseara en mi interior,
entre las costillas y las vísceras. Me vuelvo y le pregunto, sin saber por qué:
- Sí.
- ¿Qué pensabas?
- ...Amor mío.
Jamás me había ocurrido antes: estar al lado de alguien y sentirlo físicamente dentro de mí,
palpablemente, dentro de mis entrañas. Un calor agradable y nutritivo recorrer suavemente, desde el
pecho hasta el plexo solar, y luego hacia la espalda para terminar en la nuca, como el gesto de
retozar de un gato satisfecho.
Después de todo esto y muchísimo más, ¿cómo le iba a hacer el menor caso al Obispo? Ni al Obispo
ni a nadie. Absolutamente a nadie. Nadie, ni nada tenía la más leve importancia en comparación con
lo que sentía y experimentaba por Ashânte. Las amenazas se sucedieron cada vez con mayor acritud.
Ashânte me llegó a decir que lo mejor para todos era que ella se fuera a otro condado...
- ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! - me oí rugir - ¡Claro que somos libres! Todo el mundo es libre de buscar
la manera de vivir como mejor sepa sin perjudicar a los demás. Si alguien intenta encadenarme no
tendrá más remedio que matarme, y eso puede resultarle peligroso. No tiene ningún sentido vivir sin
libertad. Simplemente no vale la pena. Y tampoco me suicidaría, no le daría ese gusto a nadie. Y en
lo que al deber atañe, hay mucho de que hablar, porque, si les dejas, la gente se apoyan en tu sentido
del deber para irte poniendo nuevas cargas en su provecho. Fíjate lo estúpidos que son los héroes
nacionales, siempre tan dispuestos a machacarse para que los demás sigan disfrutando de su
comodidad y corruptelas. Yo sólo entiendo la guerra por placer o por dinero. Que cada uno vaya a
buscarse la vida como pueda. En nombre de Dios y de cualquier ideal, los que sujetamos el poder
por el pescuezo mandamos a la muerte a miles de muchachos que estarían mejor en otra parte. Mira,
amor mío: La libertad es un precioso bien que hay que defender a sangre y fuego si es necesario, no
importa lo que cueste. Si he de ajusticiar a un desertor lo haré porque me conviene hacerlo, pero en
mi interior estaré pensando que yo hubiera hecho o mismo. Lo único esencial es luchar por ser libre,
el precio que tengas que pagar es lo de menos.
- ¡Van a tener! - corregí yo. - ...No sabe bien ese mentecato con sotana con quien se las tiene que ver
y de lo que soy capaz. No lo sabe, ni él, ni quien cometa el error de seguirle... Simplemente soy
capaz de todo. Simplemente de todo. Sin paliativos, sin atenuantes, sin freno. No hay límite.
- Me asustas.
- Yo... yo también: Yo también me asusto de mi propio poder. - Me volví hacia ella moderando el
furor de mi expresión, para no herirla. - Mira, Ashânte, amor mío, si cedo un palmo van a querer el
brazo, y cuando lo hayan conseguido lo querrán todo. No tienen otra cosa que hacer en este mundo,
que pedir. Y no hay solución, no hay manera de esconder nuestra unión ni institucionalizarla. Ni yo
voy a renunciar a ti, ni hay manera de hacerte la Señora de Dunloghan. No seré tan estúpido como
para enfrentarme al Rey Hugh de Connaught, deshaciendo un matrimonio de conveniencias
establecido por sugerencia suya, y a Roma al mismo tiempo, al desafiar la indisolubilidad de la
institución. Mientras no comprometa la estabilidad política del condado, el Rey no tendrá por qué
tomar cartas en el asunto. Y en cuanto a Roma, el Papa consultará con Ricardo de Inglaterra antes de
aprobar la excomunión, conoce la posición estratégica de mi fortaleza y lo conveniente que es para
Ricardo mi neutralidad. En otras palabras no le interesa para nada que me una a Hugh o a los
escoceses. Por otro lado es tan usual el concubinato, que el Papa Gregorio no tiene por dónde
hincarle el diente a este asunto, suponiendo que quiera. En este momento, más que una buena espoleta
para provocar algún conflicto a mayor escala, el Obispo y sus secuaces son un ruido molesto. Tendrá
que aceptar o enfrentarse a mí. Al fin y al cabo, en el fondo, todo es una pura cuestión política
provocada por un Obispo de escaso talento, demasiado ambicioso y muy poco prudente.
Conocimiento que podía ver más allá del siglo siguiente, cuando criaturas del
averno en forma de Papas impacientes y esbirros como Simon de Montfort iban
a lanzar la tempestad de épocas oscuras, largas y confusas, que acabarían
también con la síntesis templaria. El tener conciencia de tal fatalidad nunca ha
condicionado a esas almas libres, en ninguna época de la historia, a tomar
partido por la sabiduría en lugar de la barbarie de las armas y la rapiña. Es la
elección de lo perenne frente a lo ilusorio y fugaz.
Capitulo 8
- Déjalos, no les hagas ningún caso. Ignóralos. Con tu actitud les estás dando motivos. Al fuego hay
que vigilarlo, pero nada más. Si lo alimentas no podrás librarte de él nunca. Crees que lo has
apagado, pero eso es solo en apariencia. Con la fiera has de pasar a su lado sin fijarte en ella, ni que
ella se fije en ti, pero estando atento. Si luchas, alimentas una lucha, una reacción. Si vences ella
vendrá a por ti más tarde, y nunca vas a terminar. El universo es un juego unitario de luchas cíclicas,
de violencia y crueldad. Hay que mantenerse ajeno a ellas, apenas como espectador, porque son
círculos que no terminan, no hay batalla que pueda ganarse...
- Sí, es cierto, aquí y ahora, tú tienes el poder, viejo amigo, pero recuerda que el verdadero poder
solo es de Dios, y ya sabes que sus caminos son absolutamente inescrutables. Toda acción habrá de
tener sus consecuencias. Nada que empieces dejará de terminar. Cuanto más ejerzas tu poder
terrenal, así tendrás que sufrir sus propias consecuencias. Sólo puedes librarte de tu propio poder,
dejando que se realice en ti el poder de Dios. Recuerda que eres mortal.
- ¡Amor mío, esa no es la voluntad de Dios sino del Averno! Ese Obispo no cree en Dios, es el
propio Diablo. ¡Fíjate el mal que está haciendo la feligresía con su lengua de veneno. ¡Como no voy
a luchar con el Diablo! ¡Con inmenso placer! ¡Con él y con todo el ejército de Diablos! ¡No le tengo
miedo a nada!
- Entonces combátelo, pero no por mí, sino por tu pueblo. Esa es la gran diferencia entre combatir
por ti o por Dios. Yo no soy nada...
- ¡Tú eres mi vida, mi única razón de existir! ¡Antes de conocerte no sabía lo que era!
- Tú eres tu propia vida y tu propia razón, tu propio reflejo de Dios. Yo sólo soy un ave de paso, a lo
mejor, tu compañera para un trecho del camino, pero nada más. Lo importante es el mismo camino,
porque este lleva muy lejos. Los compañeros sólo son eso, jalones o pruebas, porque es la meta la
propia andadura, tu libertad hacia Dios. No te encadenes al odio y al poder. Al hacerlo sólo estás
escuchando las palabras de Satán, es decir, tu orgullo. Y eso se pagar durante toda tu vida y muchas
vidas que llegues a vivir. Si la libertad es carecer de ataduras, no te encadenes a nada, ni a mí
siquiera, ni por tu amor más hermoso; no te encadenes a nada.
Ashânte suspiraba profundamente sobre mi pecho y yo sentía aquel suspiro penetrarme hasta la
espalda y recorrer con suavidad todo mi cuerpo como un duende travieso que bailara por en interior
de mis venas, zambulléndose, alegre, dentro del fluido sanguíneo.
Yo era el hereje, el que había jurado acabar incluso con mi familia si alguien le
hacía daño a Ashânte. El Obispo de Dungiven había pedido mi excomunión y
cada día acudían menos aldeanos a las audiencias en las que solían dirimir sus
quejas, reclamar justicia o pedirme consejo. Y ello por temor a las represalias
del Obispo, ya que mis capacidades de árbitro o mediador no solamente
seguían intactas sino que con la influencia e intuición de Ashânte se habían
hecho más agudas y precisas De hecho tenían todos el Señor que necesitaban,
solo que por causa de aquel clérigo fanático, su arquetipo había dejado de
corresponder con los cánones que marcaba la Iglesia, y, por contagio, al
parecer también la tradición. Yo podía ayudarles mejor que nadie, pero la
Jerarquía estaba dictaminando contra mí, y le tenían más miedo a la "versión"
del Otro Mundo que les dictaba el Obispo que a sus propios males. Y en
Dunloghan parecieron resignarse a ser sacrificados como corderos.
Posiblemente, al igual que antes habían obedecido las artes del Obispo,
aunque no diera consuelo a ninguno de sus problemas, ahora se dejaban
matar por la furia del Averno. Era como un Apocalipsis tácito. Mi único pecado
había sido amar a quien no debía y desafiar a todos abiertamente por ello. En
realidad otra cosa habría sido que el Rey hubiera escuchado las
recomendaciones del Obispo y mandado su ejército a destruirme. No le
interesaba en absoluto. Había combatido junto a él contra los escoceses y de
mucho le valió. Además, mi comarca estaba en paz, recaudaba buenos tributos
y no tenía ninguna queja. Se tomó aquella historia del Obispo como una de sus
tantas manías de alucinado obseso que ve demonios por todas partes. Alguna
vez habíamos hablado de su influencia en la parroquia - por supuesto antes de
que yo entrara en relación con Ashânte - y siempre me había recomendado
paciencia; "Roma nos lo había enviado para "castigarnos", decía
distraídamente. A En realidad, la mayoría de los problemas los causaba él
mismo. Nunca hubo otros demonios en la comarca que los que él sacaba de
sus propias entrañas.
A lo largo de este largo camino que duró casi un año, entre el sitio Angulema y
Chipre, y en los lugares más insospechados, desde las lejanías beatíficas de
San Miguel de Cuxá, o las sutilezas de las Cortes Galentes de Foix, o el tumulto
comercial de Verona o Venecia, surge un momento, contemplando en el azul
claro del cielo deslumbrante en que la melodía vuelve a sonar desde cualquier
tiempo. Son las notas cadenciosas de una danza desconocida y entre ellas las
palabras de una maga que ocultan hasta el mismo brillo del Sol. No es una
danza que recuerde haber oído en ninguna de las tierras por lasque he viajado.
Tiene un aire diferente. Y suena como un destino; es allá adonde debo ir. Es la
conclusión y la meta. Y de pronto siento vibrar mi cuerpo desde las raíces de
los cabellos hasta la médula. La circulación se activa y me siento más liviano,
mi contacto con la tierra se hace muy sutil, apenas una referencia, el cielo esta
muy cerca y se confunde con migo.
¡Mi Señor, mi Dios, mi Maestro, mi Creador! ¡Gracias ahora por haber podido
llegar hasta aquí y comprender tus palabras en boca de tu hija Ashânte! ¡Gracias
por la vida, por el dolor y por la alegría! ¡Gracias por ser hijo tuyo! ¡Gracias por
haberme permitido comprender! ¡Gracias por permitirme existir y que se me
hinche el corazón con la alegría de sentirte, Mi Señor, tan dentro de mi!.
Vuelve la oscuridad otra vez. ¿Qué ha pasado con el fuego de hogar? Las
luces tenues del bosque se están apagando también. ¿Dónde estoy?: ¿En
mi condado irlandés en 1189, o en una habitación de hospital en 1992?
Parece que estoy viviendo en Irlanda en el Siglo XII y teniendo vívidas
visiones de la vida de un ejecutivo europeo a finales del Siglo XX. ¿En qué
tiempo estoy viviendo? Es un bosque, pero ¿de qué tiempo? Las neblinas
bajas parecen querer envolver los pies para despegarlos del suelo. ¡Se ha
hecho de día de pronto! ¿Qué es esa potente luz? Tenía la impresión de
que el bosque era tan tupido que desde su interior no se podía ver el sol,
sin embargo es como si éste hubiera bajado hasta aquí. No recuerdo que
soplara viento, y sin embargo algo me impulsa hacia esa luz. No hay duda,
me he levantado del suelo y subo en dirección a las altas copas de los
árboles. No siento vértigo. Sin embargo son tan altos que tardo en llegar.
Entonces se abre una vista magnífica. Sobrevuelo las frondosas copas
atraído por esa luz del cielo. El valle se extiende bellísimo a mis pies. Sigo
subiendo hasta alcanzar las nubes. La apoteosis es indescriptible.
Torbellinos claroscuros en espiral rodean el potente disco del sol. Lo estoy
mirando de frente y no me ciega. Sol, viejo amigo, me estoy acercando a ti
y tu visión es una caricia amable y protectora. Ya no soy yo. He quedado
allá abajo, inútil, agotado el tiempo, cumplido lo que tenía que cumplirse.
Veo figuras, ¿o serán penachos de nubes? No, son figuras. ¿Las conozco?
Déjame fijar bien. Parece que me sonríen. Sí los conozco; debo conocerlos,
aunque no puedo aún distinguir sus rostros... ¡Padre! No cabe duda, eres
tu, y eres el primero que has venido. ¡Qué alegría! Tenemos mucho de que
hablar. Te fuiste demasiado pronto sin que consiguiéramos un momento de
intimidad y he tenido que escribir mucho de lo que quería decirte; pero
ahora podremos hablar... ¿Quién es esa otra figura? ¡Abuela! Tú también
has vuelto. ¡He de explicarte muchas cosas que han sucedido! Necesito
explicarte... Pero ahora vamos a tener mucho tiempo para hablar. ¡Que
expresión más magnífica en vuestros rostros! No hay duda, sois vosotros.
Pero ¡qué maravilla! Esto es la imagen del Divino. Por nada del mundo me
detendría ahora...
Pero, ¿qué ocurre allá abajo? Es una habitación de hospital. Aunque está
lejos distingo dos enfermeras trabajando azarosamente sobre el cuerpo de
alguien sobre la cama. Están muy agitadas, su semblante tenso, se
mueven de un aparato a otro. ¿Qué hacen?... ¡No! ¡No hagáis nada, no
quiero volver... !¡No quiero volver! ¡Que alguien les diga que dejen
tranquilo a ese cuerpo que yace sobre la cama. Son los vivos quienes se
angustian. Aquí arriba el espectáculo es maravilloso, jamás me había
sentido así, es indescriptible... ¡Que alguien detenga a esas enfermeras,
saben demasiado bien su oficio y lo van a conseguir...! No quiero volver...
No quiero volver... He encontrado a mi padre y tengo mucho de qué
hablar. Y también con mi abuela. Tengo mucho de que hablar. Y, además,
me van a conducir más arriba... Luego aparecerá mi madre...¡Santo Dios,
qué hacen esas enfermeras, que alguien entorpezca sus manos, por
favor...!¡Que alguien las detenga!
El guía sale de la cabina sin duda para echarse al agua y escapar. Sin mediar
palabra veo como mi mano ha desenvainado, y brazo y espada, como una solo
miembro, describen un círculo en el aire y en muchísimo menos que se tarda
en decirlo la cabeza de ese desdichado rueda por el suelo. Mi grito ha
provocado una explosión a bordo, los remeros bajan de golpe a los asientos y
sacan los remos. Contra el agua, una y otra vez. El timonel grita también y gira
en redondo el timón sin esperar la orden del capitán. La nave gira al principio
lenta, pesada, pero los remos golpean con fuerza y va cobrando velocidad.
Entonces salen claramente las bolas de fuego de detrás de las almenas.
Poco a poco vemos como los dardos y las bolas de fuego van cayendo al mar
sin alcanzarnos. Entonces el capitán ordena a la mitad de los remeros subir a
cubierta para ayudar en las tareas de extinción. El barco se desliza sobre el
cristal siempre enigmático del mar. A golpes de hacha y espada
desmantelamos la barandilla del castillo de popa y parte de él para irnos
deshaciendo de maderamen en llamas. Va a quedar apenas un casco
ornamentado con un sencillo castillo de popa flotando en dirección a alta mar.
Pero por lo menos flota. Tal vez si nos hubieran lanzado una avalancha de
odres sin encender para hacerlo después de que estos hubieran estallado sobre
el barco, no hubiéramos podido huir. Poco a poco, y dejando una estela de
objetos en llamas sobre el agua, va quedando lejos la costa y el peligro.
Estamos agotados, empapados, llenos de quemaduras y heridas de todo tipo,
pero vivos. El alba comienza a abrir una nueva escena, un mundo distinto. El
barco hace rato se ha detenido. La costa se va dibujando y sobre ella la silueta
de las fortificaciones. No es Tiro, y algunos de los que conocen estas tierras
dicen que no saben qué lugar es. Se hacen conjeturas. ¿Estamos al Norte o al
Sur de Tiro?. Aunque estemos al Norte es preferible ir costa arriba, porque la
mayor parte de Antioquía está en manos cristianas, es el bastión de la
cristiandad en Tierra Santa. Y si estamos al Sur, entonces encontraremos Tiro.
El capitán ordena remar. Los demás nos pegamos a lo que queda de la borda
para escudriñar mejor la costa.
Entonces, mecidos los sentidos por el rítmico golpeteo de los remos, la mirada
buscando entre las brumas rosáceas algo destacable en la silueta de la costa,
suenan unas notas que no he oído jamás y luego voces. La melodía parece
árabe, como las que escuchamos a unos esclavos en Venecia o en Chipre, pero
tiene algo distinto. Tambores y flautas profundas y graves. Es una danza, una
danza ritual. No entiendo las palabras, pero se repiten una y otra vez. Y no hay
duda se dirigen a mi. Es una llamada. No hay duda; es una llamada. Mi destino
me recibió hoy a sangre y fuego, pero estoy porfiando por entrar. Y no hay
duda, encontraré el punto de la costa donde desembarcar y ahí estará mi
destino... o más allá; esa danza no parece sarracena, ni beduina, ni seléucida,
debe estar más allá del califato de Damasco
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Capitulo 9
Nunca habrá lugar seguro donde guardar la llave incluso de esas profundidades. Crees que lo has
ocultado bien y sellado la puerta, cuando un buen día, en el que más distraído estás, pasa alguien por
la calle delante de ti jugueteando con la llave. ¡Demonio! ¿Quién se la ha dado? Y quedamos
aterrorizados, petrificados, temiendo el momento en que esa persona dará con la mazmorra y abrirá
la puerta con facilidad para que salgan, como de una caja de pandora, los quasimodos, homúnculos y
criaturas híbridas encerrados en ella.
Antes de dirigirme a San Juan de Acre, me entrevisté, en Tiro, con un templario galés que había
viajado mucho más rápido que yo, emparentado con quién ya se rumoreaba sería el futuro Gran
Maestre, Robert de Sablé, para preguntarle expresamente noticias de Inglaterra, de Francia, de
Irlanda, etc., especialmente de Irlanda. Por su posición, parecía estar minuciosamente informado de
todo. Sin embargo no sabía nada, y al parecer nada se hablaba de la tragedia de Dunloghan.
Penitencia silenciosa para unos y para otros. Culpabilidad hasta para los más inocentes. Todos
fueron culpables porque en todos hubo premeditación, aquiescencia u omisión, y todos sabían muy
bien lo que podía a ocurrir en el caso de seguir con sus intenciones. Yo también, y se lo advertí. Lo
advertí muchas veces, bien claro y alto. Sin embargo, el Obispo continuó con el juicio y los
feligreses continuaron apoyándole, incluida la señora de Dunloghan, mi esposa. Y todo el mundo
intuyó lo que podía ocurrir, si continuaban con sus maquinaciones. Pero no tenían más remedio que
hacerlo. El Obispo sabía perfectamente que no podía enfrentarse a mi y yo sabía que él no podía
dejar de hacerlo, y yo sabía lo peligroso y obstinado que podía llegar a ser, y él sabía lo violento y
radical de mi reacción.
Y sabiendo todo el mundo perfectamente lo que debía saber... todo el mundo continuó. Inexorable
fatalidad total. Si alguno de nosotros pudiera pararse y levantar todo lo posible la cabeza para que
los árboles le dejaran ver el bosque; dar un paso atrás en la conciencia y verificar con esa claridad
meridiana que tenemos en los raros momentos de lucidez, nos daríamos cuenta de la estupidez que
supone dejarse influir por quién pretenda alterar nuestro estado de felicidad original... y nos
haríamos un hartón de reír. Ya sean los astros, los entes malignos, los benignos, los ángeles o los
demonios, etc. Sea quién sea. Los astrólogos suelen decir: "como hoy tengo la cuadratura de Saturno
a Marte mi actividad se verá bloqueada por fuerzas desvitalizadoras..." ¡Y una mierda! ¡Váyanse
todos ustedes, Saturno, Marte, ángeles custodios, demonios, etc. etc. etc., al cuerno y déjenme en paz!
Solo hay una cosa por la que vale la pena vivir y por lo tanto morir: esa Luz Original que jamás ha
dejado de existir en mi interior. Si el Obispo no hubiera ido aquella noche a la cabaña de Ashânte,
rodeado de la turba de aldeanos armados con palos y guadañas. Si mi esposa no me hubiera cerrado
el portalón de Dunloghan. Si yo me hubiera llevado a Ashânte muy lejos antes de que llegara el
Obispo. Si... ¡Hicimos caso a los planetas, les dimos de comer, y no quisimos evitar la desgracia!.
Había sangre de aldeanos, del Obispo, de acólitos, hasta salpicando las rodillas del caballo, cuando
me encontré el puente levadizo levantado, la poterna cerrada, y nadie de la guardia respondió a mi
llamado.
- ¡Hammers! ¡Estos hijos de ramera creen que pueden cerrarle el paso al Señor en su propia casa! -
palabras escupidas junto con espuma de rabia canina. - ¡Reúne a los hombres que están dispersos por
ahí y advierte a cuantos estén dentro que no jueguen conmigo y se rindan de inmediato! ¡Vamos a
atacar Dunloghan! ¡No hay prisioneros!
Ni el propio Lucifer fue jamás tan violento y demoledor. Pobres, los seres desencarnados, las
criaturas celestiales, ángeles o demonios, seres inmortales, no le llegan ni a la suela del zapato al ser
humano, cuando éste despliega todo el poder de Dios; el mismo trueno prende en su corazón y la
materia de que esta hecho el ser humano se encarga del resto. Tal vez, debido a esas potencialidades
latentes y tantas veces ocultas en el hombre los seres superiores lo tratan con cierta precaución, tanto
por su propio bien como por el del Destino. El hombre puede llegar a ser altamente destructivo si se
inclina por la Oscuridad de su interior.
- No, Hammers, ¿quién puede atacar mejor su castillo que su propio dueño? Y para ello no hacen
falta heroicidades. El héroe es un gran cobarde. Y el señor es todo menos un cobarde. Entraremos
por el pasadizo que hice construir bajo el foso, en aquella parte de las rocas, bajo el nivel del agua.
Saldremos en el centro mismo del patio de armas. Solo yo conozco su acceso. ¡Seguidme!
Nadie podía sospechar que apareceríamos en pleno corazón de la fortaleza, empapados, pero sin un
rasguño. (El regreso a la vida anterior a través de la placenta que nos trajo a ésta). Los pocos
miembros de la guarnición que permanecieron fieles a la señora de Dunloghan, no lograron hacer uso
de sus armas. A un traidor se le ejecuta sin más. Nunca se le reta a lucha abierta. Un duelo es la
medida de un contrincante a quien se respeta. La lucha ha de ser limpia, como contra uno mismo. A
un traidor se le dispara un dardo o se le degüella por la espalda. No hay que arriesgar ni una uña por
un traidor. ¡Qué las armas de los muertos se encarguen de la suya,... o las de los demonios o las de
los ángeles, qué mas da!.
La furia no tuvo límite ni freno, incluso al llegar a la estancia real, donde, al echar abajo la gran
puerta de madera labrada, iba a encontrarme de golpe con la que se dijo mi esposa y los que fueron
mis hijos, asustados, impotentes, sabiendo lo que había estado ocurriendo minutos antes por todo el
interior de la fortaleza, como corderillos ante el matarife...
Si tan sólo pudiéramos reírnos del destino. Lanzar una sonora carcajada en sus propias narices, sin
necesidad de escupirle despectivamente a la cara,... seríamos mucho más felices, hubiéramos evitado
nuestros más horribles crímenes y nuestras mucho más horribles penitencias. Un crimen es un acto
que dura un segundo; la penitencia tiene el inconveniente de que no se sabe cuánto va a durar, porque
nos vamos imponiendo la penitencia de la penitencia; purgamos una culpa de la antigua culpa, y ésta
cada día se renueva y se multiplica, tanto como se contradice el pensamiento humano, sin encontrar el
momento en el que ya podemos sentirnos liberados. Y el destino se ríe a carcajada limpia de nuestras
sandeces.
Despuntaba el día cuando asomamos por la loma que da al otro lado del acantilado, volviendo de la
cacería nocturna del lobo. Me acompañaban Hammers, mi lugarteniente, y ocho de mis hombres. El
paisaje era un fantasma hosco y abrupto, de formas alargadas sobre el mar de negro carbón
embravecido, manchado por rápidas brumas que se desgajaban al ser heridas por las afiladas rocas.
El cielo era aún de plomo opaco, insensible e ignorante a la inminente salida del sol de bronce. El
resoplido de los caballos, el murmurar sordo, entre dientes, de los hombres con ganas de tumbarse a
dormir en cualquier parte, el rechinar de los correajes, el frotar de las piezas capturadas contra los
cuartos traseros de los caballos. Y entonces vimos el grupo, arracimado alrededor de la Piedra del
Sol. A pesar de la lejanía, distinguí perfectamente el báculo eclesial del Obispo. No había hecho
fuego. Ignoro por qué, ya que hacían suficiente bulto y ruido como para no poder pasar
desapercibidos. Ni tampoco lo pretendían, a juzgar por lo que iban a hacer y por el número de
feligreses congregados. No pude distinguir el cuerpo de Ashânte hasta que se destacó de la masa
oscura de personas cayendo inerte por el acantilado.
¿Que ha sido eso?... Alguien ha encendido la luz. Aunque no veo entrar a las enfermeras, ni al
doctor. La habitación sigue vacía, pero me ha sobresaltado algo parecido a un fogonazo. Habrá
sido un relámpago, o los faros de un coche desde la calle. Un relámpago... No se, pero me ha
sobresaltado. Estoy seguro de que algo acaba de ocurrir... ¿Será la muerte?. Dicen que al
principio es como penetrar por un túnel hacia un gran resplandor. Pero yo sigo aquí en esta
habitación, y todo está como antes... Estoy seguro de que algo ha estallado en alguna parte.
¿Tendrá el "otro lado" la misma forma que éste?. Es decir, en mi caso, una habitación de tibias
formas y anodina decoración azul claro. A lo mejor este decorado aparece durante los primeros
momentos. Después debe ser otra cosa. Nadie ha ido tan allá y vuelto para contarlo. ¡Espera!
Esto puede tener sus ventajas. Posiblemente después de la muerte uno ya no tenga dificultad en
recordar, sobre todo vidas pasadas; parecería lógico... Pero entonces, ¿de qué me sirve? ¡Toma,
pues para prepararte para la próxima vida! ¿Y si no fuera cierto eso de las reencarnaciones?
Ah, pues, no sé... ¿Que está ocurriendo? ¿Qué ha sido ese resplandor?... Se ha producido en el
momento de ver a Ashânte caer por el acantilado...
Casi a punto de hundirnos divisamos por fin el puerto de Tiro. Un hervidero multicolor formado por
toda clase de peregrinos y exiliados de ninguna parte Trípoli. Sólo quedan en manos cristianas Tiro,
Tripoli y el reino de Antioquía. Tres años antes Salah-el-Din se apoderó de Jerusalén como
consecuencia del desastre de Hattin. Gerard de Ridefort, responsable de tal desastrosa acción
militar, recién ha sido liberado en oscuras circunstancias como único superviviente. Languideciendo
los rescoldos de la Segunda Cruzada, los palestinos europeos, principalmente en las cortes de
Antioquía, andan muy agitados por tomarse alguna revancha, y el enclave de San Juan de Acre parece
el más indicado. Proliferan por doquier las escaramuzas. Voy a unirme a una partida de caballeros y
arqueros que se dirige a hostigar los flancos sarracenos que vigilaban el castillo de Beaufort.
He llegado al final del viaje, es decir al fondo de ninguna parte, o donde la niebla deja de ser niebla
para ser nada. Al final del caos y de la ceguera ya no puedo reconocerme a mí mismo más que por lo
único que creo saber hacer que es guerrear. Como una vieja fiera que ya no vibra por el placer de
cazar y que no se dará de menos en ahuyentar a los carroñeros para alimentarse de lo que quede, no
tengo nada más en el mundo en que ocuparme. Sin pensar ni planear y con gestos mecánicos preparo
mis armas y arneses para unirme a la primera partida guerrera que se ha puesto al alcance de mi
mano... O será que he llegado al principio. Escucho otra vez esa danza ritual que no se parece a
ninguna de estas tierras, pero tiene un aire familiar, por lo menos no se danza así en ninguna parte de
nuestro mundo; Inglaterra, Irlanda, Francia, Italia, etc.
Conseguimos tender una emboscada a un pelotón bastante numeroso y desbaratar una de las defensas
del frente enemigo. Seguidamente, salí en persecución de los supervivientes junto con algunos
caballeros hasta que conseguimos darles alcance en un recodo del desfiladero que conduce a
Beaufort. Caía la tarde, y antes de que cerrara la noche debíamos estar de regreso a nuestras líneas.
Era necesario darse prisa en acabar con todos ellos o hacerlos prisioneros. Los sarracenos se
defendían con una bravura que yo desconocía hasta aquel momento. Se diría que no iban a rendirse.
Yo conocía la máxima del Koran por la que todo guerrero muerto en combate va directamente al
paraíso, pero siempre puse en duda que llegado el momento la carne y el apego a la vida obligara al
guerrero a rendirse. Pero aquellos hombres parecían tener menos apego al mundo de lo que había
pensado. Algunos se rindieron, pero bastantes menos de lo que era de esperar.
En esto, conseguí desarmar y desmontar al que parecía el líder. Rodó por el suelo. Esperé a que se
levantara para cerciorarme si hacía signo de entregarse. Y entonces presencié una actitud aún más
desconcertante. Yo seguía montado a varios metros de él. En lugar de ponerse en pie para defenderse
por lo menos con la daga, se incorporó y miró en dirección al Sol, luego al horizonte, e ignorándome
completamente se quedó quieto con las palmas abiertas en postura de iniciar la oración. Hice un
gesto con la espada para detener a uno de los caballeros que iba a rematarlo. No sé por qué se me
ocurrió tal cosa. Fue un gesto instintivo. Luego desmonté, y sin envainar fui hacia el sarraceno. Me
planté delante. Su cabeza podía rodar con la misma facilidad que una manzana colocada sobre un
palo. Al ver que me quedaba quieto alzó la vista hacia mí. Entonces ocurrió: La niebla se despejó de
golpe o alguien segó de cuajo la venda que desde hacía meses cubría mis ojos. Delante de mí,
apareció una mirada conocida, familiar, y al mismo tiempo sublime, como si viera a Dios frente a
frente. El brazo se relajó de golpe y escuché el ruido de la punta de la espada chocar contra las
piedras. En el rostro curtido de aquel guerrero brillaban unas pupilas serenas y solemnes, la
expresión de una inmensa tranquilidad interior. Era todo menos la de un guerrero que ha luchado
durante todo el día y está al borde de sus fuerzas, y sí la estática presencia de quien está
permanentemente dispuesto a morir.
Yo conocía bien aquella mirada de lucidez y certeza por haberla visto en un rostro muy distinto a
aquel: el de Ashânte. En un instante comprendí por qué me había paralizado. Era el destello del
encuentro con Dios. Les dije a mis compañeros que se fueran so pretexto de interrogar al prisionero,
y que yo me reuniría con ellos enseguida. El sarraceno continuó su oración, inclinó el cuerpo hacia
delante con las manos colocadas por debajo de las rodillas. Murmuraba algún versículo del Corán.
Después se irguió de nuevo para plegarse por completo hasta ir a tocar con la frente al suelo y las
rodillas en tierra. Me senté frente a él con las piernas cruzadas y esperé, no tenía ni remota idea de a
qué. Y cuando se incorporó para sentarse sobre los talones, interrumpió la oración para observarme
atentamente y la pospuso para otro momento. Sin duda le intrigaba mi actitud. Entonces entreabrió los
labios y escuché muy leve un chasquido. Empezó a chapurrear en inglés:
- No lo sé.
- Yo también.
- ¿Qué te ha retenido?
-Algo... No sabría como explicarlo.
El sarraceno cruzó también las piernas y se puso más cómodo. Me observaba muy sorprendido, y
como parecía dispuesto a esperar todo el tiempo que hiciera falta y a mí, por otro lado, me estaba
incomodando la situación, continué sin más preámbulos:
- Es algo de tu expresión que me ha recordado a una persona que conocí hace mucho tiempo. Y no me
explico por qué me la has recordado precisamente tu.
- ¿Qué cosas?
- Tenía tu misma serenidad, - yo hablaba como un autómata, sin medir bien dónde ni a quién estaba
hablando, pero me daba igual,- tenía esa misma lucidez y tranquilidad ante la muerte.
- ¿Te sorprende?
- Sí
- Claro... - balbuceé sin acertar a comprender qué significaba aquella enigmática y súbita pregunta, ni
qué era exactamente lo que el sarraceno me ofrecía ni lo que yo podía desear.
- Esta bien...- se levantó ligero, se sacudió el polvo, miró un instante fijamente al horizonte y
murmuró para sí, pero lo suficientemente alto y en su escueto inglés para que pudiera entenderle. -
Nada es casual; esto será por algo. - Luego se volvió hacia mí, mientras me levantaba también. - Yo
no puedo darte respuestas, pero te las puede dar mi maestro.
- ¿Tu maestro?
- Es discípulo directo de Farid Uddin Attar, de Nichapur.- Y como vio que yo me quedaba igual
continuó: - Puedo llevarte hasta él.
- ¿Llevarme?
- Sí, ahora. No te preocupes por tus ropas. No cruzaremos ninguna línea del frente.
- Pero... ¿Ahora?
- Claro.
- Si lo prefieres podemos seguir combatiendo. Mejor para mí, porque como se te han pasado las
ganas de matarme podré vencerte.- Y entonces yo dije sin pensar:
Y yo le seguí como el ciego al lazarillo. Anduvimos toda la noche y en completo silencio. Un cuarto
creciente nos iluminaba ligeramente el camino. Marchamos por pedregales, llanos y colinas. Y a
cada paso, mirando más al cielo estrellado que donde ponía los pies, fui desentrañando un espacio en
mi interior. De momento era una estancia vacía, pero acogedora, y sobre todo lo que era más
importante, era algo. Y también, casi al llegar, se unió la sensación de que esa estancia esperaba
llenarse, aún no podía saber de qué. Poco a poco, el ritmo de los pasos se acompasó al del corazón y
cuando ya despuntaba el amanecer pensé que podría estar andando días enteros sin cansarme ni
necesitar alimento o agua.
Por fin divisamos un pequeño pueblo de casas blancas, bañadas por la luz dorada de las primeras
horas del día. Una pequeña mezquita se destacaba del conjunto. El sarraceno me hizo una indicación
de que esperara. Se adelantó sin perturbar el paso. Yo me quedé con la oleada física de todos los
pasos que había dado agolpándose en mis sienes. Por un momento pensé que me había jugado una
treta e iba a caer prisionero. Pero no me moví. Además, no me iba a rendir sin lucha y tampoco me
importaba mucho lo que pudiera pasar. Al cabo de un rato, vi la figura larga y fornida del sarraceno
volver con el mismo paso rítmico.
Al cabo de unos minutos él tendió la esterilla de oración en el suelo y esperó la llamada del Muhecin
saliendo potente del minarete: "Allah Akbar...(Dios, el más grande)". Mientras él oraba me di cuenta
que en las calles también algunos aldeanos se habían detenido, extendido sus esterillas de oración
orientándose en la misma dirección que el nicho que se veía practicado en una de las paredes de la
mezquita, señalando para todos la dirección de la Meca. Lugar donde se concentran en varios
momentos del día las energías de millones de seres esparcidos por el mundo en estado de
contemplación. Al concluir la oración, el sarraceno enrolló la esterilla, se la colocó como antes, en
bandolera, y me hizo un signo con la cabeza para que le siguiera.
Llegamos hasta el pueblo. Nos detuvimos delante de la mezquita. El sarraceno se quitó las botas y la
daga, indicándome que yo debía descalzarme y desarmarme para entrar en el interior. Le obedecí
como un niño, sin que tal actitud por mi parte dejara de sorprenderme enormemente.
Al entrar percibí la misma sensación que en ciertos templos, construidos cuidadosamente para
producir una atmósfera propicia a la meditación y la oración, como San Martin del Canigó, Cuxa,
Cluny o Santa Sofía de Constantinopla. Parece que hayas atravesado el umbral de otro mundo.
Incluso la gravedad, se te antoja más ligera y la luz tiene otra intensidad. Los fieles habían salido y
quedaban unos pocos aquí y allá, sentados plácidamente. Aquel hueco interior, creado durante la
caminata de la noche, pareció agrandarse y tomar las dimensiones de aquel templo. Caminábamos
casi de puntillas sobre el suelo cubierto de alfombras, aunque a mí me pareció que flotábamos a unos
centímetros de ellas. En esto nos detuvimos junto a un grupo de aldeanos sentados en silencio. El
sarraceno dobló las rodillas y terminó sentándose junto a uno de ellos, el que parecía el más viejo y
más necesitado, casi un pordiosero. Entonces me hizo un gesto para que me situara a su lado.
Obedecí y esperé. Pasaron unos minutos en completa inmovilidad. El viejo tenía la mirada perdida
en algún bordado lejano de la alfombra. Vestía una túnica muy remendada y llevaba un turbante muy
sencillo y limpio. Los demás estaban igual de inmóviles. Parecía como si se estuviesen percatando
de los efectos de la oración. Algunos vestían mantos de una cierta calidad; otros, incluso peor que el
de aquel viejo junto al que estábamos.
Entonces, de pronto, sin mediar palabra el viejo se volvió hacia mí y pude verle la cara por primera
vez. ¡Santo Dios, era el Sheikh! Unos ojos solemnes y distantes pero increíblemente cálidos brillaban
como ascuas en un rostro seráfico de líneas suaves y alargadas que terminaba en una barba de
mediana longitud. Días más tarde aprendí que los sufíes de aquella orden remiendan su capa con
tantos cosidos como pruebas han tenido que superar. Finalmente, el Sheikh pareció terminar algo así
como su percepción interna de mi persona, y me saludó:
- Ahlan wa sahlan, ahlan bika. Se bienvenido a nuestra casa de oración. -Me dio la bienvenida,
primero en árabe y luego en inglés- ¿Qué puedo hacer por ti?.
- Todavía no lo sé, Sheikh, pero nunca me he sentido tan en paz como en este momento... Mejor
dicho, sí recuerdo en otra ocasión haber experimentado algo parecido. - De pronto me di cuenta de
que no me costaba nada en absoluto hablar, las palabras fluían solas, como si estuviera delante de mi
mejor amigo. - Pero de eso hace mucho tiempo, y fue en la tierra de donde procedo... ¿Sabes? En
realidad yo soy un cruzado, soy uno de tus peores enemigos...
- ¿El qué?
- Bueno, pues a decir verdad... Busco la paz para mi alma, si eso es posible.
- Naturalmente que es posible. ¿Hay alguna otra cosa más importante en el mundo, y por medio de lo
cual podemos honrar a Dios? Bien, Cruzado, - interrumpió iniciando el gesto de levantarse, - ahora
tengo cosas en que ocuparme. Puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que quieras. Tu hermano -
añadió señalando al sarraceno que me había traído hasta allí - te procurará ropas adecuadas para que
pases desapercibido y ocultará en lugar seguro tus armas, para que te las lleves cuando te vayas. Que
la paz del Señor sea contigo.
Me extrañó que la última frase la dijera también en inglés, "Let the peace of
God be with you", en lugar de usar la típica formula árabe, Ma’a Salamah.
Terminó de levantarse de un salto y salió de la mezquita seguido por un
pequeño grupo, que podrían ser algunos de sus discípulos.
No consigo recordar los días que estuve en compañía de aquella gente, tal vez
meses. Ni pude evaluar entonces el efecto que me produjo entrar en contacto
con ellos. Ahora sé que fue una semilla plantada en el momento oportuno y
que germinaría cuando fuera necesario. No fue una semilla del Islam
tradicional, como religión, sino del Sufismo como trabajo de perfeccionamiento
personal, independiente de todo rito, dogma o doctrina. Como dice Muyih El-
Din Ibn Arabi, El-Sheikh El-Akbar: "Un verdadero creyente no puede quedar
atrapado en ninguna forma de creencia". Además, fue precisamente a causa
de las diferencias del Islam político frente al Cristianismo, lo que alimentaba
aquella interminable guerra, como cualquier otra guerra, lo que me obligó a
abandonar aquella comunidad dedicada al trabajo espiritual, cuando en
realidad la razón por la que acudí, por la que me aceptaron y permanecí un
tiempo con ellos se debe exclusivamente al fenómeno de la Unión, al hecho de
que en la intimidad de nuestros corazones todos somos Uno, mejor dicho:
somos uno con el Uno. No hay ninguna diferencia entre un cristiano y un
musulmán, entre otras razones porque todos piden ayuda al mismo Dios.
Hay que tener en cuenta que las dos naciones estaban en guerra por la
cuestión religiosa, por lo menos ese era el pretexto. A la postre en la
motivación de todas las guerras, subyace naturalmente una cuestión
económica y de reparto de poder. Lo cierto es que yo no podía ocultar por
mucho tiempo mi procedencia sin levantar suspicacias y animadversión en
algunos aldeanos. Tampoco corría peligro, ya que en por un lado el Sheikh era
un hombre muy respetado por Saladino. En todo caso siempre se podría pensar
que mi estancia entre los miembros de la Orden se debía a mi deseo de
convertirme al Islam, cosa siempre muy bien vista por los musulmanes. Sea
como fuera, y sin motivo aparente, se apoderó de mí la necesidad de volver a
las líneas cristianas. Ahora comprendo que tal impulso se debió a que ya había
aprendido todo cuanto me era posible digerir con provecho en aquel momento
y por lo tanto debía seguir mi camino para ponerlo en práctica o, en otras
palabras, cumplir mi destino, precisamente para seguir más adelante. Sin saber
la causa, un día me levanté muy agitado y le expresé a mi hermano sarraceno
mis dudas acerca de quedarme o marcharme, pero en el fondo, mi alma había
comprendido que, sin experimentación, ninguna enseñanza sirve para nada y
por lo tanto debía marchar para enfrentarme a esa experiencia. Tampoco
recuerdo exactamente cuales fueron las enseñanzas que recibí, pero eso no es
importante, ya que no hace falta que las recuerdes para que estas operen en
tu interior de la forma más conveniente, ya que la verdadera enseñanza se
produce por transmisión sutil, no hablada. Además la enseñanza es la misma
en todas las órdenes, o grupos de trabajo, lo que cambia es la forma y la
manera de transmitirla, según el momento, el lugar y la gente a la que deba
ser impartida.
Capitulo 10
¿Me ha hecho llegar hasta esta playa palestina mi largo viaje a Itaca? Itaca se
encuentra en algún recodo del interior del corazón. Cuando existía Dios no hacía falta
ir en su busca. Se confiaba en el perdón y listo. Pero ahora, caminando sobre el
desierto de nuestra soledad cósmica, no hay nada, absolutamente nada más que hacer
que ir en busca de ese lugar, del verdadero Grial en el interior de nosotros mismos,
digan lo que digan los Templarios. Ciertamente existió una copa en la que Cristo
bendijo el vino durante su última cena. Pero a lo mejor se ha perdido, y además Cristo
es lo importante, no sus utensilios. Y Cristo ha estado siempre en nuestro corazón.
¡Cuantos griales han ido apareciendo en el mundo reclamando su origen o ni siquiera
pretendiéndolo! Pero ninguno tiene importancia, ya que son producto del deseo y del
miedo. Y además no hay que ir tampoco en busca de Itaca para distraer cualquier
forma de miedo, porque entonces le estamos haciendo el juego a la Confusión,
mensaje del lado oscuro de nosotros mismos, es decir, la formación del Ego. Se llega
a Itaca todos los días, aunque no sepamos reconocerlo.
Dios podría ser, como afirmaba en mis épocas de agnóstico, antes de conocer
a Ashânte, el alivio de nuestra soledad. En cada momento esa necesidad
cambia según el estado de ánimo o vibración de la conciencia, y ambos están
sujetos a influencias externas, y a sus mismos procesos internos. Creo porque
tengo necesidad de creer para no desesperarme. Pero, ¿por qué creo? Porque
mi cerebro me obliga a preguntarme quién soy y de dónde vengo. Dios como
producto de la actividad neuronal. ¿Será un chiste sin gracia, una broma
pesada que nos hubiera jugado esa transformación de la energía que dio lugar
al desarrollo del cerebro en el hombre, ese mutante del un simio grande?.
Se confirma lo que temía. Mas abajo, al rebasar la otra loma me doy de bruces
con una patrulla avanzada de los mercenarios de Brunswick que aguardan al
grueso del regimiento para lanzarse al ataque. A duras penas logro detener el
caballo sin chocar contra ellos. El color blanco del forro de mi armadura me
denuncia y no tengo más remedio que volver grupas hacia en interior tratando,
esta vez sí, de huir. Ya no podré llegar al sitio de San Juan ni avisar a de
Ridefort, ahora es sólo mi vida lo que trato de salvar.
Me persiguen un buen trecho. Siete de los mercenarios son mejor jinetes que
yo y me dan alcance. Entablamos una lucha a espada sin aminorar el galope.
Hiero a tres. Estoy seguro que a espada me ganaban pocos. Pero no me atrevo
a detener la carrera y encararme a ellos, me cuesta pensar con claridad. Por
los golpes con los otros cuatro jinetes pierdo escudo y yelmo. Hiero al cuarto y
al quinto, me hiere el sexto en el costado, al tiempo que yo le derribo del
caballo, pierdo la espada, hieren a mi caballo y ruedo por el suelo. El séptimo
jinete no se atreve a rematarme. Ignoro por qué. Me cuesta trabajo
levantarme. Aquel espera a que llegue el resto de la partida. Me pongo a correr
hacia adelante mientras saco la daga. Sigo corriendo hasta agotar las fuerzas,
precisamente donde los suaves declives dejaban paso a un conglomerado
rocoso que sube hacia la cima. Antes de llegar a ella me cierra el paso un
semicírculo de piedras, una pared rocosa en media luna. Me vuelvo. Los jinetes
llegan sin prisa. Se detienen y el polvo penetra hasta el interior de la armadura.
Son ocho ahora. No tienen más que arrojarme una lanza. Estoy rodeado por la
pared rocosa y ellos delante, bloqueando toda salida. Esperan. Claro: no tienen
prisa y muchas ganas de divertirse.
Les insulto apuntándoles con la daga. Pero ¿qué insulto hace mella en un
mercenario traidor? Se ríen. Y de pronto esas carcajadas empiezan a sonar
como estampidos de martillo sobre yunque en mis oídos. Como si cada uno me
disparara una flecha a los tímpanos por los acontecimientos de Dunloghan, y a
cada dardo un alarido, una maldición. Retrocedo por mis propios gritos
interiores hasta pegar la espalda a la roca. Miro a mis agresores reales, miro a
mí alrededor, al semicírculo de piedras. ¿Porqué no disparan ya? Sin duda les
divierte mi comportamiento paranoide o se sorprenden de darme tanto miedo.
Les extrañará mi expresión desencajada. Pero no es por ellos, infelices piezas
de una insípida y aburrida máquina de guerra, sino por mi propia gente
gritando, sala tras sala, en mi propia fortaleza. Los gritos de la masacre están
martilleando estruendosamente otra vez, una vez más, en mi interior como el
badajo contra las paredes de una enorme campana.
Pude haberme detenido viendo como rodaba la cabeza del Obispo, pero
necesitaba más, mucho más. ¿Porqué? Incluso necesitaba la sangre de mi
propia familia. Si es cierto que esos estados de ánimo son posesiones del
mismo diablo, como aseguran algunas corrientes religiosas, sin duda para
tranquilizar nuestra conciencia, entonces yo tuve que estar poseído por el
mismo Lucifer, rey de los ángeles caídos. Aunque supongo que esta posesión
fue en aumento con el tiempo que pasaba mientras viví, tanto en Dunloghan
como en la cabaña, la tensión creciente con el Obispo y sus inflamadas
homilías en la iglesia contra mis relaciones con Ashânte.
Piqué espuelas y me lancé por el borde del acantilado para llegar más rápido.
Pero enseguida vi claramente el cuerpo que era lanzado al espacio y caía sin
un lamento como un fardo, estrellándose contra las rocas de la playa. Cuando
llegué al lugar del ritual, la turba huía despavorida. Cuatro de mis hombres,
incluido el lugarteniente me seguían a poca distancia. Enfilé el camino de la
aldea, pasé entre los más rezagados, desenvainé la espada al distinguir al
Obispo corriendo con la sotana y los hábitos de pontifical recogidos con la
mano. Al pasar a su lado lancé brazo y espada en amplio semicírculo y su
cabeza salió despedida limpiamente delante de su cuerpo que siguió corriendo
unos metros hasta tropezar con ella y quedarse arracimado como un paquete.
La hoja no volvió a su funda, siguió describiendo medias lunas en el aire y
distribuyendo tajos y estocadas a cuantos cuerpos mi caballo me conducía a
acertar. Algunos aldeanos hicieron ademán de resistirse, mis hombres dieron
cuenta de ellos. Luego fuimos directamente a Dunloghan, donde mi esposa se
había hecho fuerte con el resto de la guarnición. El asedio no duró ni una hora.
Yo conocía muy bien el medio de asaltar limpiamente mi propio castillo.
¿Porqué maté también a mis hijos, 10 y 8 años, qué resistencia podían ofrecer?
Supongo que Lucifer es insaciable, o que la tormenta se apacigua solo cuando
ha terminado su energía, y yo hubiera podido estar peleando contra un ejército
de la guardia de elite del rey durante días. De modo que aquellas frágiles
cabezas rodaron como delicadas flores al paso de los arneses de un caballo
desbocado. No sé quién incendió la fortaleza. A lo mejor se incendió sola, por
contagio, provocado por la violencia que se había desatado dentro y fuera de
sus paredes.
Y ahora también, sin interrupción entre las dos visiones, estoy en el semicírculo
de piedras, delante de aquel grupo de mercenarios que no se dignan a
matarme de una vez y en lugar de ello se ríen a carcajadas que suenan como
estampidos metálicos en medio de la masacre, aunque no comprenden nada al
ver las convulsiones que agitan a ese templario, como si le hubieran caído de
pronto todos los demonios de la creación.
Poco a poco se van dibujando las sombras de las neblinas bajas que se
desplazan lentamente sobre el altozano. Parece que ya anocheció, sin embargo
el mar sigue bañado por una envolvente claridad metálica. No oigo el romper
de las olas contra el acantilado. Debo estar llegando; el paisaje es cada vez
más familiar. En efecto, ahí delante se recorta la silueta de las torres, las
almenas, la contramuralla. ¡Ya estoy en casa, bendito sea! ¡Cuanto tiempo ha
pasado, Gran Dios! Hace mucho que llegué al límite de mis fuerzas, y sin
embargo estoy aquí, delante del puente levadizo. Por fin podré descansar junto
a los míos, cerca del fuego del hogar, envuelto en mi piel de ciervo,
escuchando el dormir tranquilo de los niños y de ella... Llamo varias veces con
el pomo del bastón; no he visto a nadie de la guardia arriba en las almenas. Mi
corazón late como una vieja máquina que alguien hubiera puesto en marcha a
puntapiés. Oigo un ruido detrás de la puerta; un descorrer de cerrojos. Se abre
lentamente la pequeña trampilla de la aspillera. ¡Es el viejo Caleni! ¡Que
alegría!... ¿Que ocurre? ¿Porqué me mira de ese modo?... No me reconoce.
¡Espera, no cierres aún! ¡Soy yo, esta es mi casa, ahí está mi familia! ¡Espera!
¡Maldita sea, Caleni, me has visto nacer, has estado siempre ahí, después de
todo cuanto ha pasado! ¿Tanto he cambiado? ¡No cierres, por Dios, no
cierres!... Oigo el crujir de mis botas sobre las maderas del puente, y su eco
repiquetear contra las rocas varios metros abajo, hasta el mar. Pero, ¿donde
estoy? ¿Es esto Dunloghan? Pero si me dijeron que ardió por los cuatro
costados. Sin embargo no hay duda, es Dunloghan, mi hogar, mi fortaleza... y
su guardián no me ha reconocido.
¿Qué es eso...? He oído algo. Otro ruido. La enfermera sigue ahí, pero no
es ella quien lo ha producido ni nada del exterior. Siempre ocurre ese ruido
en el fondo de mis entrañas. Es una música, o un conjunto escueto de
notas musicales. Como un estribillo corto. Es suave y armonioso... Llega la
paz. Es un bosque de nogales enormes, el piso esta tapizado de hojarasca
de varios colores. El aire es tranquilo. Leves brumas se deslizan allá abajo
entre los árboles que besan el lago... A la izquierda una cabaña forrada con
pieles delicadamente curtidas. Esa melodía, ese nombre... ¡Dios:...
Ashânte! ¡Has vuelto! Estás aquí, otra vez. Cantas tu melodía preferida en
ese idioma arcaico que nadie conoce. No te irás, ¿verdad? Has venido para
quedarte... No debes preocuparte, no habrá más masacres, ni más luchas,
ni más violencia. Ya es suficiente. No ha tenido ningún sentido. No ha
servido para nada. Solo heridas y angustia, y pérdida de tiempo. No vale la
pena, la espada ha quedado ahí, en el semcírculo de piedras, a lo mejor
rota junto a un cuerpo sin vida. He conocido a un Maestro, de la misma
talla que de los que tú has aprendido. Nos iremos lejos. Donde tu quieras.
Tú siempre fuiste la más sabia. Esta vez te haré caso. Enséñame la
sabiduría de tus antepasados. Soy como un gran bloque de arcilla virgen,
donde puedes empezar a escribir lo que tu sabes...
Es una danza ritual de algún lugar más al Oriente de Arabia, porque el idioma en el
que cantan no es árabe, es persa o pashtu. Algún idioma arcaico del Norte del Pamir.
Hablan de la llegada de un extranjero, un guerrero venido de muy lejos y que no
conoce la lengua. Un guerrero en busca de su Amada.
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Capitulo 11
-
¡E
nfermera! Se ha movido... está parpadeando. ¡Solución glucosalina!...
¿Gálvez?... Gálvez, ¿Puede oírme?... Señor Gálvez. ¿Puede oírme?
¿Quién es Gálvez? ¿Porqué se han puesto todos tan agitados? Parece como si
el médico se vaya a echar sobre mí.
-Sí...
-¡Por fin, Dios Santo! ¿Cómo... cómo se encuentra? ¿Le duele algo?
-No...
-No...
-Pruebe de mover los dedos... Bien, muy bien... Ahora la mano... Bien, ahora el
brazo... Es increíble... Mueva las piernas... Eso es. Otra vez.... ¿No le duele
nada?
-No.
-No.
-¿Pero no siente nada, no se siente entumecido?
-Un poco...
-Vamos, siga, muévase. ¡Muévase Gálvez, muévase!... Eso es, muy bien... muy
bien...
-¿Cómo se encuentra?
-Vamos a ver, en el tiempo que ha estado aquí, ¿se dio cuenta de algo de lo
que le pasaba?
-Sí... En ocasiones les oí hablar, y hasta les veía... Pero no podía hablar ni
moverme. ¿Qué me ha ocurrido, doctor?
Lanza otro suspiro, más corto, y se recuesta en el respaldo. No puede decir que no lo
sabe, no le está permitido. Algo sale mecánicamente de sus cuerdas vocales.
-Tuvo un colapso pseudocatatónico... Una especie de coma, pero que no fue coma.
Bueno, qué importa la etiqueta que le ponga, a fin de cuentas será otro nombrecito
más que alguien se tendrá que inventar para salir de apuro. Algo que sustituya a la
admisión pura y simple de la ignorancia. No perdamos más tiempo por ese camino.
-18.
-18... ¿Solo?
-¡Cielos, Gálvez, qué ánimos! Se diría que tuvo un simple resfriado... Bueno, pues no
lo sé, tan solo acaba de despertarse, hay que ver como se comportan sus constantes
vitales, como evoluciona... Pienso que serán necesarios unos días de observación.
-Claro, es comprensible; supongo que quiere saber como están sus asuntos. Pero no
es tan fácil... y así, de golpe...
-Sí.
-No, nada. No dijo absolutamente nada. Se sentaba en esa silla durante horas
mirándole. Nunca quiso decir nada.
-Él es así.
-Ya lo haré yo, cuando salga. Por favor diga a la policía que se dé prisa
No puedo perder más tiempo. Sé donde buscar ahora. Es un extenso territorio, pero la
música me guiará certeramente. Estamos en un gran bosque que es el mundo, y las
notas salen de aquel rincón de allá abajo, entre aquellos olmo enormes. No tiene
pérdida. Solo hay que echar a andar. Es un nombre de mujer, es una expresión serena
y llena de sabiduría, donde no hay lugar para la contradicción. La mujer es mujer y
sabe lo que necesita, y sabe lo que es el hombre y sabe lo que él puede darle. Así de
sencillo. Nada más. Una mirada larga y profunda donde jamás cupo una culpabilidad,
deseo de posesión o estupidez parecida. Un cuerpo y una presencia completa y en
armonía con el propio ser de la naturaleza, y en el que las sensaciones obedecen a
causas naturales, es decir, donde el pensamiento no ha producido distorsiones, que en
los siglos venideros alguien, desesperado por sus insoportables contradicciones,
llamará pecado y reclamará contricción, y tampoco tendrá ni idea de lo que dice.
Ashânte, en un dialecto arcaico, quiere decir tiempo. La mujer de ningún tiempo, y
por tanto, de todos a la vez. Ahora ella está allá, probablemente en algún lugar de la
ladera sur de gran Hindu Kush, en Afganistán. La música, esos acordes de la danza
nómada, vienen de allá.
El hábito debe hacer al monje, o es el oficio lo que conforma tanto aspecto como
conducta. De la misma manera que las vibraciones en un juzgado o en un despacho de
abogados parecen desprenderse directamente de un potro de torturas erigido en mitad
de un desolado desierto, las de un agente de policía real, no de personaje de película,
provocan el escalofrío de la brisa helada de sótanos ignorados que se colara por el
quicio de la puerta. Me cuesta fijar la mirada en aquel hombre enjuto, de pómulos
entrados y expresión desconfiada hasta de la propia aurora. Me fijo en sus pupilas y
por fin diviso al niño que es al fin y al cabo, como yo. Un niño asustado y anhelante
de caricias que se protege con una careta de la bruja de Blancanieves. Amigo mío, me
lo pones difícil, pero no conseguirás que te odie. No puedo odiar a nadie como yo y
daría lo que fuera por que pudieras creer que te amo. Estoy viendo al muchacho
sensible e ilusionado que fuiste, ignorante de la programación mental que iba
modificando las conexiones del córtex de tu cerebro, como los del mío, como los del
abogado de Luisa. Seres asustados al fin y al cabo que se protegen con una máscara
de tragedia griega para dar miedo. Dios mío, si simplemente pudiera levantarme y
abrazarte como se hace con un hermano si que te echaras de golpe para atrás
llevándote la mano a la pistola... ¡Qué solemne estupidez el odio y sobre todo el
miedo! Si pudiera contarte, solo un instante de lo que he visto y de dónde he estado,
lo que he oído y cual es al fin y al cabo tu propia esencia, si pudiera desvelarte quién
eres realmente. Te ibas a reír a carcajada limpia de esa máscara de "bushido" que no
sé cuánto tiempo levas puesta...
-¿Decía inspector?
-¿Del Líbano? Pues no conozco a nadie en especial. Normalmente los visados me los
pide la misma agencia de viajes que organiza todos mis viajes.
-¿Susceptible?
-Y no se lo creen.
- Lo que hago tres o cuatro veces al año para mantener la cuota de exportación de mi
empresa en ese país: visitar clientes, y de paso hacer algo de turismo, como el día 11
de Julio, viernes, día de fiesta en ese país y en la mayoría de los países árabes.
- Pero es libanés.
- Esa es una buena pregunta para la que tampoco ni el doctor tiene respuesta. ¿O la
tiene, doctor?
- Pues... podríamos diagnosticar como un desvanecimiento repentino, un transitorio
colapso el sistema nervioso periférico - Ni él mismo se lo cree - que ha durado 18
días.
El inspector se ha echado casi sobre mí con aire amenazante. Pero creo que será la
última vez que use esa expresión. Pronto desistirá y me dará por inútil. No tiene
pruebas para acusarme de nada y de lo que es más importante, retirarme el pasaporte.
El también lanza un suspiro. ¿Qué otra cosa puede hacer? Me mira durante unos
instantes utilizando sus mejores artes de sabueso escudriñador, como si detrás de sus
retinas hubiera conectado un poderoso scanner. Pero poco a poco se va desinflando,
como si estuviera analizando la playa o un prado verde en primavera a las doce del
medio día. Otro resoplido. Esta vez es la orden a los tramoyistas de que la pueden
dejar caer el telón.
- ¿Estoy detenido?
- No...
- Puedo seguir con mi actividad normal.
- Sí, claro. Probablemente deba pasar por comisaría para firmar su declaración, y eso
es todo. – Ahora si que se adivina un encogimiento de hombros.
El inspector dibuja una media sonrisa y por fin en sus ojos aparece un brillo. Ya lo
sabía yo, amigo. Sabía que eras humano. Y sabía que tienes tu ternura, y sufres por las
cosas cotidianas, y anhelas tiempos mejores, como el doctor, las enfermeras, yo... Que
Dios te proteja y te bendiga.
- Bueno, Gálvez, ya está. ¿Ve? No ha sido tan difícil. Es usted un hombre libre.
Puedo tomar un vuelo que me lleve a Samarkanda, y de allí cruzar la planicie hasta
Balkh. O bien puedo coger un vuelo a Teherán, y de allí Mashad, y de esa ciudad
santa a la frontera con Afganistán. Dicen que hay una guerra civil y que gobierna mas
de tres cuartas partes del país una facción integrista sunita a la que se opone el viejo
Masoud. Bueno, claro, la historia se hace a golpes de guerra e ilusiones de paz. Pero
esa es solo la circunstancia. Porque detrás, como cuando descorres una cortina
cualquiera, aparece la estancia real de la casa y sus moradores en todo su esplendor. El
problema es que el visitante se empeña únicamente en ver la cortina y se entretiene
analizando sus intrincados dibujos. Y de esa forma pocas veces llega a conocer quien
está al otro lado: seres felices y en armonía con el lugar. A lo mejor pasaré en Teherán
algunos días visitando a mis amigos. Dicen que también gobierna allí una facción
integrista chiíta. Dicen que el mundo esta gobernado por facciones. Pero eso solo es la
circunstancia. El viajero sabe prescindir de eso y va en busca de lo que sabe
encontrará detrás de todas las cortinas, a pesar de todas las facciones y de rostros de
terracota, inexpresivos o terroríficos de humanos llenos de miedo por algo tan ilusorio
y efímero como son las ideas. Políticos, comerciantes, especuladores, anhelantes,
ambiciosos, temerosos, cuyas entrañas se corroen al no poder soportar la naturaleza
tanta contradicción, tanto espejismo inútil. Les daría más miedo el aire, si pudieran
quitarse la máscara.
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Nota
(1) La serie de nombres de demonios, Andras, Ambduscias, Belfegor, etc., se refiere
al esquema bíblico de la línea jerarquica de los distintos arquetipos de la demonología
tradicional, atribuyendo un poder menor a las llamadas clases bajas, para ir en
aumento hasta el más importante de todos ellos, el llamado emperador, Lucifer.
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