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Humberto Abarca
Humberto Abarca es sociólogo, titulado en la Universidad de Chile, y fue becado del Programa de Investigadores Jóvenes de SUR,
Centro de Estudios Sociales y Educación, durante 1995.
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Este trabajo es el resultado de un estudio del discurso juvenil en torno al futuro y la droga. El propósito fue determinar el lugar que
estos dos temas ocupan en la subjetividad juvenil de los noventa. Para alcanzar este objetivo se utilizaron metodologías y técnicas
cualitativas de investigación. Los temas propuestos fueron analizados a partir del discurso de los jóvenes, producido en situación
grupal, mediante la técnica de “grupo de discusión”. Su cobertura consideró jóvenes de clase baja, estudiantes de liceos
humanistas científicos y técnico-profesionales de la Región Metropolitana (comunas de Puente Alto, Conchalí, Huechuraba, San
Miguel). Algunos de los alumnos seleccionados participaron en el Programa de Prevención del Consumo de Alcohol y Drogas del
Ministerio de Educación. El estudio se realizó entre mayo y diciembre de 1995; su fase de terreno se extendió entre agosto y
septiembre del mismo año. La investigación se enmarcó en el Programa de Investigadores Jóvenes de SUR, Centro de Estudios
Sociales y Educación, y fue patrocinada por la Secretaría Ministerial de Educación de la Región Metropolitana.
El estudio
A continuación, justificamos las preguntas que orientaron el estudio, que profundizan en dos de las
convocatorias sociales dirigidas a los jóvenes.
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Al respecto, véase: Tironi 1987:246; Canales, Rodríguez y Undiks 1990:314; J. Rojas, "Rasgos visibles de la modernización
autoritaria en una sociedad de transición a la democracia", Doc. de Trabajo 116, SUR, 1990; F. Dubet, "Las conductas marginales
de los jóvenes pobladores", Proposiciones 14 (Santiago: Ediciones SUR, 1987); J. Bengoa, "La pobreza de los modernos", Temas
Sociales (Santiago: SUR) 3 (marzo 1995).
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De esta forma, los jóvenes se saben vigilados e intuyen que cualquier logro no da lo mismo: un buen
trabajo no es lo mismo que una profesión, como sobrevivir no es lo mismo que triunfar.
No solamente uno, sino lo que la familia espera, los amigos, profesores... llegar a la universidad. El colegio
es un paso... La sociedad te lo exige como meta... [para] satisfacer lo que deseas, para satisfacer a los
demás... No es lo mismo que tu papá se sienta orgulloso de ti porque tienes un buen trabajo o que tengas
un título excelente.
Si uno no tiene estudios no es nadie en la vida. Donde vayas, te preguntan hasta qué curso llegó... El
estudio es la base de todo.
Sin embargo, la convocatoria al futuro enfrenta una interferencia: la percepción de una realidad marcada
por la desigualdad de oportunidades, circunstancia que se erige algo obvio para los jóvenes. En este
caso, el discurso generacional —”los jóvenes”— aparece fundido con el discurso de clase —”no
tenemos”—, proyectando la imagen de una juventud a la intemperie, viviendo una vida que no está
comprada.
Como estamos estudiando hoy día, es difícil llegar a la universidad. La prueba es muy exigente. No todos
llegamos, algunos tienen que ir a institutos.
Los jóvenes no tenemos muchas oportunidades... pa’ ingresar a la universidad hay que tener plata y es
difícil para la mayoría.
Frente a una exigencia de éxito impuesta por la norma cultural, y una carencia constituida en marca
común, los discursos sobre el futuro representan formas de reacción y respuesta a la pregunta lanzada a
los jóvenes: ¿lograrás lo que te propones?. A partir de allí, existen distintas formas de relacionarse con la
norma que —como razones “a la mano”— recorren las conciencias del sujeto juvenil popular, la primera
repitiendo el camino del orden, las siguientes contestándolo:
• Actor converso, en concordancia (respeta la norma cultural, emanada del poder legítimo);
• Actor subverso, en oposición (cuestiona la norma y propone alternativas);
• Actor perverso, en transgresión (juega con la norma, afirmando su distancia sin pensar en abolirla).3
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Distinciones propuestas por la teoría de las ideologías como formas de lectura del texto ideológico dominante. Al respecto, véase
Canales (Agurto, Canales y De la Maza, 1985:109) e Ibañez (1979:204).
El texto se impone como un esfuerzo de continuidad, que responde a una ley de la vida donde cada
generación debe superar a la anterior, apoyándose en ella; así, el esfuerzo es una línea ascendente de
progreso, acumulación de empresas y logros cada vez mayores. Aquí, aparece la fuerza de la imagen
del joven-promesa, que alivia las frustraciones de sus padres a través de sus propios logros.
Si la familia apoya, uno puede llegar muy lejos. Así se siente con fuerza pa’ seguir y lucha para ser algo
mejor.
A lo mejor los padres no pudieron hacer lo que uno tuvo la facilidad de hacerlo... Los papás te lo dicen,
porque no quieren que uno pase lo mismo que pasaron ellos.
discurso que tiende a quedarse en la queja, en una constatación amarga de extranjería social, y que —
ajeno a otras alternativas— sólo pareciera demandar mejores condiciones para competir. Más cerca del
reclamo que de la propuesta, más cerca de acatar que de negarse.
En primer lugar, la crítica denuncia el desprecio de la sociedad hacia los que, a pesar de esforzarse, no
tienen sobre sí las marcas de distinción que figuran como requisitos en los avisos del diario: buena
presencia, experiencia previa. Frente a un mundo que pugna por homogeneizar las diferencias, sólo
cabe la renuncia, la automarginación. Al fondo del asunto, hay una constatación: éste es un mundo
cerrado, donde no es posible integrarse a partir de la propia identidad de joven, que debe acostumbrarse
a usar corbata con 30 grados de calor.
A los jóvenes siempre los discriminan. Uno se viste de una manera, “este gallo vale hongo, no sirve”.
Cachai... tenís que andar con terno y corbata... Al final, la mayoría que puede, termina estudiando y
yéndose pa' fuera.
Los empresarios no nos dan la oportunidad, prefieren un viejo con experiencia; pero si no empezai de joven,
no vai a tener esa experiencia, ¿cachai?
En segundo lugar, es un habla resentida, como la de un corredor que —plantado en la línea de partida—
se compara con sus competidores, viendo disminuidas su posibilidades ante la evidencia de los
privilegios de nacimiento de que gozan otros. Es un discurso de autoafirmación que opera negando las
virtudes de los contenedores de vida regalada, para validar los logros propios, amparados en el esfuerzo
personal. Es el fantasma de un mundo segmentado.
Gente apitutada, hijos de gallos importantes... son flojos. Les llega plata todos los meses, así pa’ qué
trabajar, pa’ qué estudiar; total, “mi papá me da plata”.
La discriminación vicia la competencia, favoreciendo la circulación de las elites económicas,
abriendo/cerrando sus puertas de acuerdo al apellido. En este caso, la denuncia apunta a la inexistencia
de un sistema de movilidad basado en los méritos personales. La denuncia de los privilegios es el
principal ataque a la promesa del orden, puesto que evidencia el engaño que constituye la imagen de la
competencia entre iguales. En un mundo dividido entre privilegiados y desamparados, los primeros
tienen total impunidad para circular eufóricos por una ciudad que les pertenece, puesto que sus faltas
serán perdonadas por un poder con el que están coludidos.
Por ser hijito de papi, de tal persona, “ya, claro, pasa”... No soi hijo de nadie, “quédate fuera”.
Cuando hacían las carreras allá arriba... si los meten [en] la cárcel, el papito hace dos llamados, listo pa'
fuera, y al otro fin de semana, vuelta a andar en auto...
En complemento a lo anterior, el poder define al pobre como un sospechoso en potencia. En última
instancia, levantan una amenaza propia de mentalidad de clase media: no hay orden ni espacio para
nosotros, la gente del medio. En la medida en que los ricos sean cada vez menos, a la larga todos
seremos tratados como pobres y, como tales, sin derecho a ciudad. Asimismo, el discurso de la virtud en
la pobreza se fractura ante la evidencia de una sociedad que no da segundas oportunidades, donde al
que resbala sólo le queda seguir cayendo: es un mundo de todo o nada, sin reivindicación posible. Tal es
el agobio que domina el discurso de la virtud: lo que se pierde no se recupera.
En cambio la gente pobre, vai así caminando, ven un gallo sospechoso los pacos, pa’ dentro y unos grosos
palos y hasta ahí no más llegaste... Está muy dividido... Hay sociedad alta y baja y nada más, hasta ahí no
más llega.
Gente que llega a caer en la cárcel por “n” motivo, queda con sus papeles manchados... Va por un trabajo,
¿qué es lo que te hace la sociedad? No le dan la segunda oportunidad que todos deberíamos tener.
Éste es un discurso que pugna por marcar las diferencias y lavar los estigmas, que deja puertas abiertas
al admitir distintos patrones de conducta al interior de la cultura de la pobreza. Es un reclamo de justicia,
un llamado a separar la paja del trigo.
Se marca a muchos, a algunos pobres que no tienen nada que ver... hay gente pobre que te ve la puerta
abierta, se te mete pa’ dentro y te roba lo que puede, como que hay gente que te ve la puerta abierta y
viene a avisar que la cierres.
En relación con el discurso del esfuerzo, esta sensibilidad aparece como su mala conciencia que, frente
a la dificultad de responder al llamado del éxito, acusa en un tono amargo la escasa validez del llamado.
Si la viabilidad de un orden requiere la apariencia de que para todos se cumplirá la promesa de
participar, ésta es una sensibilidad que se integra rezongando, en la sospecha de que no podemos ser lo
que queremos, sino lo que nos dejan o exigen ser. Así, el texto construye su distancia afirmándose
recluido, denunciando que no son los sueños sino el dinero el motor del mundo, escéptico ante la
petición de esfuerzo que emana del orden: “¿para qué seguimos escondiendo las reglas del juego?”. A
la larga, el camino crítico llega a un círculo vicioso, a un dilema que no tiene respuesta sino fuera de las
actuales reglas del juego.
La plata mueve al mundo, eso está claro; si no ganai plata, no pasa na’ contigo... si ganai plata podís darte
los gustos.
La gente pobre no tiene plata, está obligá a estudiar y no puede estudiar porque no tiene plata... Ahí está el
gran problema.
Lectura perversa
Por definición, la lectura perversa juega con la ley, requiere su mantenimiento para poder transgredirla.
En el lenguaje, recurre a un tono provocativo, hablando a los de “dentro” para enrostrarles que sus
palabras no lo alcanzan; reconociendo con desvergüenza el placer de su transgresión. En el extremo,
llega a responder al orden: “no me culpes, estoy afirmando mi individualidad ¿no estoy en regla?”
No me importa lo que hablen o que no hablen de mí.
En todo caso no puedo olvidar que es bueno.
Si lo hago, lo hago por mí y no por los demás; lo hago con mi plata y no con la plata de los demás.
A nivel del discurso general, esta vertiente aparece disminuida por la presencia de las dos primeras,
conversa y subversa. Tales matrices constituyen las voces principales que pugnan al interior de la
conversación juvenil.
El sentido de la competencia
La competencia es un campo donde pugnan, de una parte, una mentalidad sana, que se da entre
amigos dispuestos a turnarse en la obtención de beneficios; de la otra, la rivalidad vinculada a malos
sentimientos como la envidia y a un sentido de la primacía que —para los hablantes— se da como algo
obvio. Entre estos polos, lo que está en disputa es la legitimidad de preocuparse por los demás en una
situación de competencia.
Si tienes una competencia sana con un amigo, ¿qué más rico que decir “deseo esto, pero p’ la otra, ahí nos
vemos?” En cambio si tenís una envidia, ya pasa a ser otro tipo de cosa. Obvio que siempre vas a querer
ser el mejor dentro del círculo en el que te encuentres, ¿no? Pero también está el no dañar a las demás
personas.
Si tienen la oportunidad de estar los dos, de compartir... pueden asociarse, algo así.
Siempre le van a poner “x” obstáculos a los jóvenes. Uno tiene que ser frío. Cuando uno sale del colegio,
tiene que empezar a endurecerse; si no, te van a pisotear.
La lección del texto es clara: a pesar de que existe una actitud defensiva hacia los conflictos (“si me
obligan, peleo”), dado el actual estado de cosas, aprender a pelear es un requisito de ciudadanía.
Si ganarai plata y tenís que hacer una donación, ¿no te sentirías bien con... ayudar a muchos niños?
Es que no es mi problema que los niños tengan el problema que tengan.
Si se le presentara esa oportunidad no actuaría de esa manera, igual como está pensando
Antes que todo están las personas... Yo repetí hace un año... le decía a mis compañeros: “Ayúdame”. “No.
Tengo que estudiar”.
Ellos pasaron y tú quedaste repitiendo... si te la hubierai jugado y luchado por ti, hubierai pasao.
La cultura popular tiene un remedio para el desamparo: la institución del “compadrazgo”, una cultura de
intercambios, de dones, que implica el mutuo beneficio de la cooperación de los actores. El mensaje es
doblemente claro: para pedir hay que estar dispuesto a dar, pues nadie está a salvo de caer algún día.
Si le pide ayuda a un compañero y ese compañero lo ayuda, se está ayudando a sí mismo... Estudian los
dos y es más fácil. Es comadre mía, yo le ayudo a ella y ella me ayuda a mí.
Uno necesita mucho de la demás gente, por eso uno no puede estar mal con la gente.
La definición individualista del jaguar lo sitúa como una expresión extrema del discurso del esfuerzo,
definido como “espíritu de superación” por aquel que no tiene posibilidad de confiar en nadie más que en
sí mismo, especialmente frente a las cosas que pueden sacar del buen camino. Así, el discurso del
jaguar puede devenir en una afirmación dramática de virtud y voluntad personal.
Si no confías en ti, nadie lo hace tampoco.
Tenís que pensar por ti, o sea, tú primero, tú segundo, tú tercero y después los demás... ése es el espíritu
de superación, tú te impones lo que tú quieres.
A estas alturas, una pregunta quemante: ¿qué tipo de mutaciones culturales se están produciendo para
que el jaguar se permita hablar en el grupo? La respuesta puede parecer obvia: se está transformando
en una experiencia recurrente de vivir la ciudad y la sociabilidad. Sin embargo, ¿qué hace al jaguar? A
nuestro juicio, es el sentimiento de soledad: es un individuo que se hace solo, sin ayuda del mundo, que
no tiene deudas con nadie ni proyectos más que los propios: como todo depredador, es un sobreviviente.
El jaguar es el hijo del nuevo “Estado de hágalo-usted-mismo”.
Yo soy yo... que veas por ti... hoy día tú vas con los amigos, les pides un favor, te dicen “ah, marcha de
aquí”. Por eso tenís que tú solo plantearte tus metas.
Yo no dependo... Nadie me enseñó, me mando sola.
Yo vine sola a este mundo.
ascetismo ya conocido en tiempos oscuros,4 transfigurado esta vez en la metáfora de la montaña como
una convocatoria a la aventura, resumido en la filosofía del proyecto Everest:5 sólo se llegó a la cima de
la montaña más alta por la ruta más difícil.
Para que tengamos un buen futuro, la juventud de ahora tendría que cambiar la mentalidad.
Por naturaleza, el emprendedor sale a fundar. Si en los sesenta cambiaba mundos inserto en proyectos
colectivos, en los noventa conquista mercados o pequeños proyectos personales y el éxito es la meta en
la que ansía depositar su proyecto de vida. A nivel ideológico, la fuerza del texto se afirma —como toda
operación de artificio— en hacer pasar la parte por el todo: la empresa del éxito, eminentemente
individual, se lanza como una convocatoria generacional. Dirigido a la “juventud chilena”, el proyecto sólo
puede ser realizado por individuos parciales que buscan “salvarse” en solitario, unos contra otros.
El llamado no considera cambiar estructuras, salvo las que aún engañan a los sujetos que confían en
una voluntad externa como proveedora de oportunidades. Coherente con el repliegue del Estado de
Bienestar, es un llamado a convencerse de que se está en el mundo librado a la propia voluntad. En
esencia, el estereotipo “joven emprendedor, propositivo”, es un intento de abandonar los tres modelos
anteriores: “joven rebelde de los sesenta”, “joven violento de los ochenta”, “joven problema de los
noventa”: cualquiera sea, este joven no cambia nada, sino lo contrario: demuestra que puede habitar el
sistema y acumular triunfos.
Dicen que la sociedad no les da oportunidades; pero, ¿qué oportunidades les va a dar si no las buscan?
El que busca, encuentra.
Crearía todo de nuevo... que fuera todo distinto y tuviéramos una mentalidad diferente.
Los jóvenes siempre decimos que estamos en un país chico, no somos nada; [así], ¿cuándo vamos a
surgir?
Hay que tener una mentalidad... hay que ser luchador. Así en este mundo tiene que ser uno, ir contra todos
los obstáculos... pasarlos a llevar y dejarlos atrás.
• Su representación de la pobreza
De modo principal, es un discurso apuntado a la pobreza y a sus propias carencias que, de cara a la
desigualdad, propone una respuesta individual y define la contradicción principal de la movilidad social
entre emprendedores y conformistas. Esta sensibilidad está dominada por un sesgo individualista que
está en la base de una representación social de la pobreza y que pesa con más fuerza que la
determinación socioeconómica de las posibilidades. A nivel de la teoría de las representaciones sociales,
esta actitud recibe el nombre de “sesgo del mundo justo”: el mundo es, en lo fundamental, el más justo
que podemos tener y lo que les ocurre —y no les ocurre— a las personas es porque ellas se lo
buscaron: cada cual recibe lo que se merece. De esta forma, se cierra el círculo de legitimidad del orden,
pues los que no surgen son conformistas: el mundo es justo.
La gente pobre es mucho más conformista que el resto de la gente... pasan pidiendo por la casa, vai a la
esquina y veís los montones de ropa que botan... Hay gente que le gusta la vida fácil... gallos jóvenes... En
vez de estar ese mismo tiempo ocupándolo en buscar trabajo, les gusta vivir a costillas de otra gente...
¿Cómo van a dar ganas de ayudar a la gente pobre si ve las cosas que hacen?
El ejemplo de sus padres sirve de modelo para erradicar la pobreza: “todos deben partir de abajo. Si
usted quiere, va a surgir”. Es un texto que entronca con el discurso de la virtud, donde el pobre se
dignifica por su empeño y el buen desempeño es el sello personal de decencia, por baja que sea la labor
que cumpla.
Usted trabaja de basurero o en la construcción, pero que trate de surgir...
Si entra a puro clavar clavos... mirai pa’l lao, un compadre está poniendo fierro, estai aprendiendo cómo se
ponen los fierros... los ladrillos...
4
Recordemos la campaña por la calidad desplegada por el régimen militar: "No le echemos agua a la leche".
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Propuesto por la Secretaría de Comunicación Social del gobierno de P. Aylwin.
Al interior de esta matriz, el lugar común de la crítica los políticos que viajan, nacido de la oposición al
gobierno de Aylwin, encuentra su réplica natural —los viajes son necesarios para el país— en las reglas
de juego del nuevo mundo en el que debe insertarse el país.
El caso de Frei, ese gallo pasa viajando y ahora, ¿cuándo va a viajar pa’ Chile? Dijo que iba a luchar contra
la pobreza, todos los presidentes dicen eso, pero es muy difícil... es el monstruo más grande que tiene
Chile.
No creo que viaje porque le guste... Una persona, como un país, no puede surgir solo; necesita la ayuda de
alguien. Cuando fue el régimen militar, las relaciones estaban malas con varios países... Si Chile quiere
surgir y poder ser grande, tiene que dejar las relaciones buenas con todas las potencias. Si no tiene relación
con nadie, qué vamos a hacer con el cobre, con la fruta, los vinos... puras cosas que se exportan, y si tú no
vai a hablar “oye ¿sabís?... en mi país tengo tal cosa que te puedo ofrecer. Tú, ¿qué tienes?”
El “espíritu de superación” es un proyecto total, que sirve de marco para fundir el esfuerzo de un país y
de un joven que fracasaron y se empeñan en surgir y no repetir malas experiencias. En definitiva, es la
versión cotidiana, a escala humana, de la “teoría del chorreo”: al igual que los empresarios definen el
desarrollo del país como un fruto del crecimiento económico, este discurso lo apuesta al progreso de su
gente, que aprende de sus pequeñas derrotas, cuya sumatoria de esfuerzos personales dará por
resultado la grandeza de la nación.
Los repitentes tiene un tremendo bajón, una tremenda caída, pero se paran y seguimos luchando; no nos
echamos a morir... somos personas nuevas, cambiamos caleta.
Ahí está todo, en el espíritu de superación que tiene que tener la gente y es lo mismo que nos va a llevar a
ser grandes personas en el futuro y que va a llevar a este país a surgir... el espíritu de superación, nada
más.
Aquí, individuo y país aparecen fundidos por un mismo lazo: el espíritu de superación. ¿Dónde está la
raíz del lazo? En una operación simbólica que iguala en el nivel generacional la identidad del sujeto y su
país bajo la idea de algo que nace a la vida: ambos son jóvenes, con el mundo por delante; ambos
requieren buscar una identidad, requieren salir a buscarla, imitarla. Un potente relato. Sin embargo, el
país también hereda lo peor del estigma juvenil: un país-adolescente, que adolece de falta de criterio,
que sigue regido por el gran padre, tenso ante cualquier desborde.
• El inquilino es un sobreviviente
La ideología del sobreviviente es un discurso de parches-antes-de-la-herida, que resigna sus metas ante
la posibilidad cierta de no lograrlas. Existe un criterio de realidad que señala “no se puede estudiar algo
muy largo” y lleva de lleno al mercado de las carreras técnicas, que definen las vocaciones a partir de la
capacidad de pago.
A mi mamá le digo: “Si no me va tan bien en el colegio, ¿para qué voy a gastar inútilmente esa plata?”
Reconozco que soy floja... siempre voy a estar ahí mismo y la plata se va a ir perdiendo... Más vale ser
honrados altiro antes que después una ya va mal.
Da lata cuando los papás a uno le sacan en cara, porque uno no pidió que lo trajeran.
En este itinerario de realismo las expectativas se reducen, matizadas por una discreción aprendida: no
se puede prometer lo que no se puede cumplir. La pregunta por la igualdad de oportunidades surge
descarnada: ¿no dicen que todos podemos? A la larga, el discurso disfraza el “voy a tener” con el “me
gustaría”.
Uno no tiene que estar diciendo “yo tengo que ir a la universidad”. ¿Qué pasa si no quedo? Tengo que
pensar también si no me da la cabeza... si después no quedo voy a tener... Me gustaría ingresar a las
Fuerzas Armadas.
Uno no puede llegar de decir “quiero estudiar esto y esto”. ¿Y si los papás no pueden tal vez pagar?
Quería estudiar leyes, pero es una carrera larga y cara... Dijeron “vas a tener que buscar algo más barato”.
Los sueldos son más bajos... pa’ pagar esos precios... difícil que una persona de este colegio
municipalizado pueda llegar a la universidad.
Es un discurso donde el “atinar” cobra sentido como definición de identidad y donde los golpes de suerte
son la forma en que el futuro se hace presente en la vida del sujeto, siempre a la espera. Ante todo, este
discurso intenta un remedo del diseño de carrera con metas jerarquizadas y plantea alternativas de
acción que protegen contra el principal pecado del juego: permanecer sin proyecciones, sin rumbo. El
pragmatismo es su forma recurrente de decisión, en una política de “pájaro en mano” asumida como
forma de ordenar la existencia.
Si un grupo de música tiene suerte... a lo mejor tienen un pituto o son buenos... son golpes de suerte.
Si me da el puntaje en la prueba, estudio periodismo, pero si no, elijo carreras opcionales pa’ no quedarme
parao, porque ésa es la base de todo no más.
Diseñar alternativas para no permanecer detenido: en la base de esta actitud, permanece una clave de
interpretación que vincula la deriva con una amenaza: el fenómeno de la drogadicción se presenta como
una consecuencia del deterioro progresivo de un proyecto de vida postergado. En esencia, ésta es la
declaración de un sujeto que sospecha el riesgo que implica quedarse quieto: el fantasma de las
adicciones acecha.
Si soi una persona conformista y te quedai ahí no más y decís que no tenís plata pa’ estudiar... mejor me
quedo en la casa, salgo con mis amigos, me fumo unos pitos, lo paso piola...
• Su incapacidad de proyectar
La matriz del sobreviviente asume la adolescencia como un período de mutación constante, donde no
hay planes fijos y las preferencias cambian periódicamente. De esta forma, funde la etapa psicológica de
la adolescencia con la circunstancia social que bloquea la validez de sus proyecciones. Así, la ideología
justifica su condición: no proyecto porque soy joven, no porque mi condición me lo impida. Dulce
ideología, que hace habitable este mundo.
Uno todos los días va cambiando...
¿De aquí entro a la universidad?... Voy en segundo [año de educación media] y lo encuentro tan lejano.
Un departamento chiquito, limpiecito... hijos no me gustaría tener... soy catete y no me gustaría pasar lo que
mis papás pasaron conmigo.
Trabajar y tener tu propia casa. Uno no puede estar dependiendo siempre de los demás. Hay que
esforzarse.
Salir del colegio, estudiar, trabajar y casarme... También puede pasar que uno sale de cuarto medio, se
enamora, quiere casarse, y dejar de lado... la independencia.
¿Por qué no nos quedamos acá y tiramos arriba nuestro país, donde nosotros nacimos?
Lo que está en el centro de la discusión es el curso de una crisis de fe, donde la voluntad personal no
basta frente a un mundo que se define en contra. Esta percepción entronca con la vocación de huida,
propia de la religiosidad popular o del discurso del volado que señalaban Canales y otros en la década
de los ochenta: “el mundo está podrido, yo me salvo”. De hecho, la sensibilidad comprometida se asume
como una voz minoritaria y utópica, frente a una muchedumbre entregada a vivir el presente en un afán
depredador, sin consideración por los que vienen.
No sirve de nada que una persona esté recogiendo los papeles... las demás te lo van ensuciando.
Pa’ eso están, trabajar pa’ que eso no ocurra.
Pa’ que toda la gente vaya detrás de un mismo ideal.
Somos pocos los que pensamos positivamente de Chile... la mayoría de la gente le da lo mismo, total,
“cuando esté la embarrá voy a estar muerto y qué”? No están ni ahí, van haciendo más daño, más daño,
más daño.
Lo mismo que pasa en Francia con los ensayos... ese compadre está loco... necesita esa bomba... pa’
destruir a la gente, hacer explotar todo lo bonito que nos queda... ¿Por qué mejor no hacer armamento y se
la damos [la “plata”] a toda la gente pobre y la ayudamos a que surja, que nuestro país surja y nos
olvidamos de las guerras y cuando hay alguna guerra lo conversamos tranquilamente, pacíficamente?
urbano, pariente cercano del jaguar en su relación con la violencia, salvo que el primero no necesita el
pretexto de los planes de futuro para utilizarla. Al fondo del discurso, están los pedazos del estereotipo
“Chile, isla de paz”.
Decían en Estados Unidos, pero aquí también pasa lo mismo, todos van preparados... corta pluma en el
zapato... cuchillo metido en el calcetín, linchaco en el pantalón.
Las pandillas pelean por las esquinas.
Donde yo vivo van preparados, van dispuestos... con palos, con cadenas.
Los punzantes metidos en las pulseras... Lo que se está dando aquí son las peleas de pandillas de
raperos... los Popeyes contra los Aliens.
Para los jóvenes, estas luchas se vinculan con la defensa del territorio y la identidad, en una sociedad
que, paradójicamente, no hace más que agudizar el sentido de las diferencias. Pero la explicación es
clara: en un sistema de dominación, las diferencias deben pasar por una segunda regulación, esto es, su
jerarquización. Así, los tiempos actuales son la ley de la selva: bienvenido a la jungla de las tribus
urbanas.
MOD.: ¿Por qué será que hay más violencia ahora?
Quieren ser superior.
La ley de la selva, pero ésta es la ley de las calles.
La competencia de la violencia, la competencia de las calles, del más superior, del más fuerte.
El resultado de la percepción de deterioro no se hace esperar, obligando a despoblar el inseguro espacio
público y recluirse en el hogar. El mundo está podrido y habitado por gente que ha perdido el sentido de
la solidaridad: el camino de la salvación en solitario está abierto.
Me cuenta mi papá, que ya tiene 48 años, que antes uno podía andar como a las seis de la mañana por la
calle... Ahora uno va a algún lado, tiene que salir de espalda para que no lo asalten a las nueve de la noche
o en pleno día.
La otra gente no atina a nada.
Para los jóvenes, la introducción del consumo de pasta base representa un caso emblemático, que
refleja la facilidad con que un producto adictivo penetra el mercado chileno, cuestión que hace de Chile
un “país esponja”, dispuesto a absorber lo que venga, en medio de su liberalización. Asimismo, el
consumo de drogas modifica su distribución original limitado a minorías contraculturales, ampliándose
hasta el conjunto de la población. Es un problema que, aún preexistente, en nuestro tiempo viene a
agudizarse hasta límites preocupantes.
Lo que pasó con la pasta base, aquí nunca se había visto y hoy todo furor la pasta base.
Antes, cinco o siete años, no se veía tanta drogadicción... Se veía en los viejos, en los que eran más hippy..
ya la droga alcanza niveles mucho más altos.
La presencia de la droga en la vida de las personas es un fenómeno que opera al estilo de una
institución: un poder que se apropia del cuerpo y la mente, que funciona como una maquinaria que oferta
y demanda dependencia. Desde este punto de vista, el trabajo que realizan los monitores de prevención
es visto como un esfuerzo desesperado de personas que se enfrentan a un poder. La identidad de país
no se observa: son personas que se oponen, frente a un poder político en el que no confían y que
definen como esencialmente cooptable.
Ya no la pueden sacar... aunque digai “ya, no la voy a fumar ma’”, igual la vai a tener... aunque luches y
luches, siempre va a haber gente que va a estar contra tuya.
Ya la droga está en todos lados, incluso en el deporte... En tu trabajo, en tu familia, en tu escuela... ya no
hay ningún lugar que se salve de la droga.
El narcotráfico dispone una red de influencias que extiende sus ramificaciones hasta lo más profundo del
poder, y que sólo podrá mantenerse a raya, nunca exterminarse. Al igual que la pobreza, la droga es una
realidad con la que hay que acostumbrarse a convivir.
Y cuando encuentran droga, hacen como que la queman... Pienso que se quedan con ella y después la
venden.
Hay mucha gente importante que está involucrada con eso... Esos compadres mueven muchas cosas,
mueven países, ciudades, gente... Un narcotraficante famoso, está más protegido que el mismo Presidente
de la República.
A la larga, Chile aparece como un espacio de impunidad, de inseguridad creciente, de deterioro de la
calidad de vida. Sin embargo, existe la percepción de que no es más que un punto intermedio de las
redes de tráfico. Como la corrupción, la droga es un problema de otros, que se introduce al país: son los
resabios de la identidad de isla, frente a un continente lleno de lacras sociales.
Chile es un puente no más pa’ que pase todo...
1. EL CONSUMO
El discurso sobre el consumo aparece diferenciado en términos generacionales (“los jóvenes de hoy”) y
de clase (“los ricos”, “la gente pobre”).
drogadicción enrarece la propia identidad de pobre, quien reemplaza el alimento por la droga y es
obligado a entrar al circuito de tráfico como una estrategia de sobrevivencia.
La gente pobre en las esquinas está fumando, o pasándose cuetes, se pinchan con la jeringa sin esterilizar.
Los niños que andan botados pasan hambre... No saben cómo hacerla cortar... piden y todos les dan vuelta
la espalda por ser inferiores... aspirando neoprén se olvidan.
Es pobre... le dijeron “le salió este paquetito a tal persona... te paso tal cantidad de plata...” Después ellos
mismos empiezan a consumir.
Sin embargo, a pesar de que no existe una idea cierta sobre la distribución del consumo, el discurso
construye sus distinciones proponiendo una correlación positiva entre el ingreso y la adicción: a mayor
ingreso, mayor necesidad/capacidad de distorsión. Al fondo del discurso, se sugiere un juicio sobre las
adicciones: éstas provienen de los sectores adinerados de la ciudad, que pagan el costo que implica
seguir el ritmo de su euforia. Es un legado de la “teoría del chorreo”.
En la esquina de mi casa venden... La señora que vende sentada en el mesón... llegó un caballero y le pasó
plata y de una chauchera sacó unas pastillas... Así que no es eso de que no se vende por aquí, porque aquí
se vende.
Cuando uno va a una fiesta... que nadie se te acerque, que nadie te vaya a hacer algo.
En la casa me aconsejan... Cuando veo en la esquina un loco, me acuerdo de mi papi y mi mami que me
conversan: “no te metai en las drogas, porque vai a ser igual que ellos y yo no te quiero así...” Pienso en
eso y sigo caminando.
O sea, pa’ ganar plata Maradona tiene que competir más y hacer más goles, y ahí al pasarle la plata él
compra la pasta base y lo hace de nuevo para ganar mucha más plata.
Ya no funcionaba sin drogas; cuando joven era un deportista total, pero ya está por cumplir treinta... No se
puede el cuerpo, [si no] se inyecta drogas no podría jugar.
Zamorano ofrece una respuesta al primer modelo: es el ejemplo vivo de que se puede triunfar sin perder
la virtud, una expresión perfecta del discurso del esfuerzo: “era pobre y con esfuerzo logró sus metas”.
En este pasaje queda representado el significado más profundo de un modelo de conducta, esto es,
servir como un llamado a la esperanza, a confundir las excepciones con la regla.
Mira, a Iván Zamorano: tiene 29 años y nunca se ha drogado. Él era un cabro pobre y ahora es uno de los
que tiene más plata de los jugadores.
La discusión se zanja recurriendo a un discurso de esencias, que viene a sustituir el argumento
pragmático donde se refugia el éxito de Maradona: su actitud, que encuentra justificación dentro de la
lógica de rendimiento, se derrumba cuando el eje de la discusión se pone en torno a la esencia del
deportista.
Un verdadero deportista no necesitaría la droga.
Al final no está jugando él, está jugando la droga.
• Oficios de sobrevivencia
Otra forma en que la lógica del rendimiento puede conducir al consumo de drogas en la búsqueda de un
efecto estimulante, tiene un origen socioeconómico. Se trata del mundo de los oficios temporales, de alta
concentración y larga jornada, que requieren un alto esfuerzo físico y mental para el cumplimiento de las
metas. En este caso, el desgaste que produce la jornada de trabajo y la obsesión por aumentar el salario
incrementando la producción, hacen recurrir a la droga en su calidad de estimulante.
La presión de tener una familia... Un compañero —yo trabajaba en la fruta en el verano y el mejor trabajador
era él— hacía los dos turnos y al otro día era el primero que tenía que manejar el tractor que cambia los
cajones... era como un ejemplo. Un día me pidió un papel especial, ése que es para envolver la fruta. Yo
creía que era para ir al baño, y se sacó el sombrero y tenía unos papelitos de cuaderno con marihuana y
empezó a fumar delante mío... Yo decía “con razón rinde tanto”. Si estaba fumando marihuana era para
rendir más.
Lo mismo que hace Maradona.
En mi empresa han pillado dos maestros. Se quedan el domingo todo el día y después el lunes en la
mañana... los pillan durmiendo ahí, muerto ‘e curaos...
El chiquillo que hacía el código de barras —es el más importante—, para estar despierto —porque él
trabajaba de repente todo el día y toda la noche, pegao—, este chiquillo fumaba pasta base, porque le quita
el sueño.
En contextos como éste, las regulaciones tradicionales ceden frente a los frutos del rendimiento, pues
mientras la virtud se lleva por dentro, el rendimiento trae éxitos observables. La búsqueda del
rendimiento trastoca el discurso valórico y se refugia en la potencia cultural del relato pragmático,
transformándose en un recurso a todo nivel, una forma de cumplir dentro y fuera del colegio.
Me sorprendió cuando me contaba que los papás sabían, pero los jefes no.
El año pasado tuve clases casi todo el día. No me quedaba tiempo pa’ estudiar y estaba tomando pepas...
despierto total.
Dicen que el pito es bueno pa’ la memoria... pa’ estudiar... Te fumai un pito estudiando pa’ una prueba y te
entra todo.
Creo que todos los universitarios hacen eso.
Y eso no pasa sólo en el colegio. Yo cacho que en el trabajo de los contadores y los que trabajan en la
empresa... en fin toda la gente... es tanta la presión que tiene por un trabajo, por llevar la plata pa’ la casa,
también le hacen a todo ¿cachai?
Bajo los discursos con que se protegen, nadie duda del mundo que le espera.
2. CONSUMIDORES Y ADICTOS
Una hipótesis de interpretación: cuando se maneja a nivel individual, silencioso, moderado, el consumo
de drogas y alcohol llega a ser tolerado. Ello queda evidenciado por la distinción discursiva entre el
“oportuno”, cuyo consumo aparece vinculado a lo social, y el “volado”, fuera de toda convención, donde
el consumo vale por sí mismo.
La línea divisoria de la normalidad se mueve alrededor de la moderación o capacidad de distinguir una
dosis adecuada, de un exceso. Una retórica del justo medio gobierna la jugada, al igual que la oleada de
propagandas masivas de alcohol en la víspera de las fiestas de fin de año, que propugnan consumir sin
exceso.
El alcohol no es malo... Es malo pero en exceso; en su justa medida el alcohol es tan normal como tomar
agua o algo así.
Hay gente que sabe tomar... un poquitito para la sed, para la comida... Hay gente que no queda tranquila
hasta que queda borracho.
Tengo un tío que puede tomar mucho, pero se sabe controlar; él controla su cuerpo.
El discurso construye una tipología de la ebriedad:
• “El tranquilo”:
Cuando se curaba, llegaba a la casa... saludaba a todos, decía “buenas noches” y... directo a dormir.
• “El testarudo”:
El porfiado que no se quiere acostar.
• “El violento”:
Llega a la casa y empieza a golpear a medio mundo.
• “El parlante”:
Otros que hablan toda la noche.
¿Existe una tipología similar alrededor de la droga? Cuando discriminan entre tipos de adicto, el punto
de legitimidad está dado en la capacidad de manejar el efecto de la droga en un nivel de alienación
privada, sin causar perjuicio a los demás, sin conectarse: “en la suya”.
Al igual que en el consumo de alcohol, la distinción entre “diarios-dependientes” y “periódicos-
independientes” se mantiene.
Hay algunos que se drogan a cada rato y algunos que no... de repente, cuando están con un grupo de
amigos.
También se distingue entre drogadictos tranquilos y violentos:
Hay drogadictos tranquilos... andan en su mundo, así volando, se creen supermán...
Hay drogadictos que les gusta andar peleando... las guerras de pandillas... puros drogadictos peleando.
Fumando marihuana... altiro a la violencia. En una fiesta una persona que está consumiendo pasta base se
topan y te dicen “no, no pasa na', socio” y siguen bailando.
Todas las drogas te hacen poner violento.
Puede resumirse lo expuesto en la siguiente interpretación: marihuana y pasta base apuntan a
experiencias interiores, que amplifican lo que hay dentro de uno —en buena o en mala—; coca y alcohol
apuntan a experiencias exteriores, que hacen otro, que son excéntricas.
3. LA AFIRMACIÓN DE LA VIRTUD
convicciones presentes, sino sólo sobre la base de la estructura de la situación futura —que no
conocen—, renunciando a la facultad de afirmar una decisión. El sujeto se desvanece en la contingencia
de un futuro abierto.
Si yo no quiero fumar, no voy a fumar... No me van a meter el cigarro a la fuerza.
Es que, en algunos, casos te obligan.
No sé, depende del momento... no sabría... Te puedo decir aquí una cosa y después me pasa la cuestión y
hago otra... Depende del momento cómo actúas tú.
En otro contexto, existe una sensibilidad similar que refuerza la incapacidad de afirmar una decisión:
frente a la definición del proyecto de vida y a la construcción de la imagen social, el joven debe
responder a un estereotipo cuyo rasgo central es la inestabilidad en las convicciones y la incapacidad de
mantener una decisión, hecho que lo lleva a desautorizarse a sí mismo y a la consiguiente pérdida de
confianza. Así, puede pensarse que la percepción de un futuro incierto y la mutabilidad del proyecto de
vida son factores que se potencian mutuamente.
Cuando chico empecé queriendo ser boxeador; después no quise, porque vi que era muy sacrificado... de
ahí quería ser doctor.
O si no querís ser boxeador un rato.
Va cambiando su forma de pensar y su forma de ser... un día puede ser uno la persona más tímida que hay
en el mundo y al otro día no.
Uno todos los días va cambiando.
De esta forma, en la eventualidad de verse enfrentados a la posibilidad de consumir, no existe un
consenso grupal que asegure la imposibilidad de consumir sustancias. El mantenimiento de la virtud se
transforma en un acto de fe, individual.
MOD.: Ustedes, ¿dirían “nunca la voy a probar”?
No. Yo no podría decir eso.
Nunca se puede decir nunca. [Risas]
Tú no sabes cuándo te va a pasar que puedas consumir.
Nunca me ha llamado la atención ni espero que me llame la atención nunca; tampoco me pongo a escupir
al cielo, así “yo nunca voy a fumar”, porque uno no sabe más adelante lo que le espera.
Ojalá nunca llegue ese momento que tenga que probarla.
Habría que estar en el momento para decir.
Ahora se están inventando drogas que cada vez el efecto es más inmediato.
Los “conversos” articulan la vida de barrio y las actividades externas, reivindicando las esquinas como
un espacio legítimo de sociabilidad y, de un modo más general, constituyen la demostración viva de la
posibilidad de ser “bueno”, mirándose en el propio empeño que ponen en su acción: es una
demostración de fe en ellos mismos: un empoderamiento colectivo.
Mi hermano está en ese equipo, jugaba en la Unión Española... Acá tiene su grupo y se juntan en las
esquinas, pero no se ponen a drogarse... Cuando no tienen nada que hacer, se ponen a jugar pin-pon...
hasta el otro día.
Es entretenido verlos jugar... Entonces a uno le dan ganas de seguir y no echarse para abajo con las
drogas y todo eso.
En vez de estar ahí, se alejaron de la droga y tomar más... Si llegan a tomar es una vez en cuando... Saben
que al otro día tiene que estar bien para llevar a los niños a jugar a la pelota... Tienen que llevarnos para
allá.
De un pozo se sale con los brazos y una cuerda (Una variante del discurso del esfuerzo)
En este punto, se unen el discurso del esfuerzo —referido al futuro— y el tema de la salida de la droga:
el primero provee el soporte ideológico que hace posible la segunda, asumida en calidad de
autosuperación individual: la voluntad y el esfuerzo —junto al apoyo del medio— son las vías para “salir”
de la droga. Se trata de una lucha de la persona contra la adicción que la habita; es una empresa de
virtud que busca exorcizar el vicio y hacer que triunfe lo mejor de sí, como en la analogía del deportista
que corre su carrera: a la vez dependiente de su esfuerzo y del público que lo anima; sólo puede correr
por sus propias piernas, pero requiere que la carrera tenga algún valor.
Para los jóvenes, el apoyo social es una base irremplazable de la labor de rehabilitación, que provee las
oportunidades que orquestan el esfuerzo personal por redimirse. Se trata de un discurso con sólidas
emisiones de mensajes, que reafirma la paciencia ante una difícil misión: salir de la droga requiere
perseverancia.
Vi un programa, un grupo de niños se fueron de sus casas, se tomaron una droga que estuvieron tres días
botados... Dicen que con la ayuda de sus papás, de psicólogos, pudieron salir de las drogas... Si ellos se lo
proponen, salen.
Solos no pueden, tienen que tener a alguien.
Si uno no tiene fuerza de voluntad, no va a salir nunca adelante, no va a ser nunca nada.
De otra parte, la tarea de “salvación” es una labor purificadora que consiste en nacer de nuevo, saliendo
del mundo donde se habitaba en el consumo, para limpiar el cuerpo y la mente de toda dependencia. Lo
importante es que esto abre un espacio para que la conducta del adicto se legitime como una forma de
enfermedad-oficio, que valida la rehabilitación como una ocupación social: “está ocupado saliendo de la
droga”. Ello constituye una posibilidad de diluir el estigma del drogadicto.
Si uno sale de la droga, tendría que cambiar las amistades... Si tiene las mismas, va a volver de nuevo.
Uno tiene que proponerse querer salir de la droga y lo más malo es que... tienes que comenzar de a poco.
• Evaluación de la experiencia
De modo general, la experiencia de ser monitor aparece como una apertura hacia nuevas vivencias y
posibilidades:
Una posibilidad de llegar hasta otros:
Se logró el objetivo, llegar a los gallos de primero, que entendieron lo que nosotros queríamos decirles.
Una experiencia de advertencia:
Súper agradable... uno aprende el daño que hacen.
Una experiencia de límites:
Uno aprende cosas que no debe hacer.
Una experiencia de saber hacer:
• Su margen de actuación
Ante la consulta “ustedes, como monitores, ¿qué pueden hacer?”, surge un tono de desesperanza: la
propia lógica administrativa del sistema que los forma les impide cumplir su función. Se resienten de que
se les impida actuar de modo independiente, y se ven inscritos en un listado de potenciales delatores. Al
fondo, ponen en evidencia un sistema que produce culpables y no prodiga ayuda, pues sólo quiere saber
dónde poner el límite entre decentes y perdidos, esta vez.
Es tan poco lo que podemos hacer... El liceo no nos da la oportunidad de actuar como monitores. Estuve un
tiempo afuera como monitora... después no podía ir por las notas. Es más fácil desde fuera que dentro del
colegio... Uno tiene que rendir cuentas de lo que está haciendo... Si alguien se acerca y te dice “yo soy
drogadicto, ayúdame”, el director va a exigir que le digan quién es.
Sin embargo, una mentalidad que supedita todo a las posibilidades de un proyecto personal desestima la
efectividad del traspaso de mensajes entre generaciones y, a la larga, la posibilidad de una prevención
efectiva. Para esta posición, es el individuo, frente a sí mismo, el que decidirá su acción.
Es que no es algo que te vayan inculcando tus padres... Uno fuma viendo comerciales... los papás se lo
dicen a uno que le hace mal, pero uno fuma igual... Va en ti solamente que fumís o no.
De la ciudad futura
Frente al tema de los límites que la cultura impone a la conducta individual en la sociedad futura, sus
imágenes se contraponen entre un mundo con menos regulaciones y otro donde el aumento de las
lacras refuerza los afanes reguladores. En el primer caso, se imaginan un mundo donde el control de la
conducta es un gesto íntimo, que localiza en la persona la decisión de actuar y la responsabilidad de
asumir el resultado de sus acciones: un mundo sin más regulaciones que las que impongan las
voluntades individuales.
Van a ser más liberales, no con tantos prejuicios... hasta los papás. Si yo tuviera hijos, no le pintaría así los
monos.
¿Por qué tanto complicarle la vida a los hijos si lo van a hacer ellos, si les duele... les va a pasar a ellos?
Los padres ponen muchas barreras y nosotros quebrantamos las leyes que nos imponen... Si no nos
pusieran tantas reglas, seríamos... más conscientes.
Frente a esta propuesta, existe un modelo de conducta que exige sujetos “sujetados” a una moral
supraindividual, que defiende el rol de las regulaciones sociales y de la autoridad de los padres. Esta
visión actúa promoviendo el terror al caos que significaría un mundo no sujeto por la autorregulación.
Los papás son los que tiene que poner orden... Si ellos no inculcaran... cada uno haciendo lo que quisiera,
si no hubieran leyes... está bien poner reglas dentro de tu casa.
La utopía de la autorregulación
El discurso apocalíptico es contestado una segunda posición, que normaliza la experiencia del consumo
a nivel de un sujeto autorregulado, morador de un país que ha abandonado las regulaciones actuales a
la conducta y se ha hecho más permisivo: un país adulto. En ese país, las personas circulan —
silenciosamente— dueñas de sus deseos y respetuosas de los asuntos del resto. Una moderada
indiferencia reemplaza la actual cruzada civilizatoria contra el consumo de drogas.
Quizá pa’ ese tiempo, hasta la marihuana y todo eso esté legalizao... Si uno anda en la calle, se quiere
fumar un pito, se lo fuma tranquilamente... nadie lo molesta.
Este discurso hace cuerpo con otro, que critica la ideología del “Gran Padre”, un restrictor inmanente que
regula la vida de las personas condenadas a una perpetua adolescencia. Desde su punto de vista, el
Gran Padre es una de las fuentes de la adicción, al hacer de la droga una prohibición fascinante y una
promesa de goce perverso donde la adicción no vale por sí misma, sino por la transgresión que rodea el
acto de consumo. Esta crítica dice “si nos prohíben, ¿qué esperan sino que tomemos lo prohibido?”
A los jóvenes les llama la atención lo prohibido y la droga es algo prohibido.
Te lo prohíben por algo, pero tú rechazas esa prohibición, te revelas. Entonces empiezas a buscar por otro
lado, los amigos, la calle... terminai mal.
CONCLUSIONES Y COMENTARIOS
1. DEL FUTURO
A nivel general, se observa un predominio de la lectura conversa de la norma, expresada en el afán de
encajar con un proyecto de normalidad legítima, decente, identificada con un bienestar de clase media.
El sujeto que protagoniza este discurso se forja a sí mismo, diseña su carrera y cuenta con el apoyo de
sus padres para asumir la vida como una empresa de virtud, armado con el espíritu de superación.
Frente a ésta, la lectura subversa de la norma oficia de testigo crítico de la modernidad, limitándose a
denunciar los privilegios que impiden competir en igualdad de condiciones en un mundo cerrado y regido
por las apariencias, que no da segundas oportunidades. Situados ante la incertidumbre de lograr sus
metas, queda en evidencia una versión extrema del discurso del esfuerzo, el “jaguar”, representante del
espíritu emprendedor/depredador. El jaguar lanza una pregunta que pone en jaque la integración social
bajo un proyecto de nación, en una modernidad integradora. Sobre todo cuando su antípoda —el espíritu
solidario— se percibe remando contra la corriente.
El discurso juvenil aparece atravesado por una disputa entre dos formas de reaccionar al modelo de
convivencia, enfrentadas tanto en el corto como en el largo plazo del discurso: de una parte, una pulsión
fundacional, que pugna por un cambio de mentalidad y entronca con un proyecto de país integrado a los
mercados mundiales, que deja atrás todo el resabio de relajo de una cultura que hace de los pobres los
principales responsables de su pobreza, para asumir de lleno el ascetismo y la lógica de rendimiento. La
segunda sensibilidad es el inquilino, que renuncia al espíritu prometeico del fundador, conforme con
asegurarse un lugar cómodo y seguro donde sobrevivir, atento a las posibilidades que surgen en la
contingencia; el tono de realismo que gobierna su discurso fluye de una certeza: el proyecto de diseño
de carrera no encaja en su mundo, todo paso es un paso en falso. A la larga, esta mentalidad domina la
conversación, y deja la prospectiva como un acto de fe.
Por último, está la cuestión del lazo social: el discurso aparece dominado por la imagen de un país en
deterioro progresivo, donde los espacios pierden su condición de habitables y dejan de ser lugares de
encuentro para transformarse en contextos de peligro, que deben ser abandonados. Esta disposición,
que se conecta con un modelo de convivencia que asume al “otro” como un competidor, convierte la
ciudad en un espacio circunstancial donde se debe circular con los sentidos abiertos, donde todo lazo es
efímero y donde el aire de normalidad no es más que una apariencia, siempre a punto de quebrarse.
2. DE LA DROGA
La droga aparece en un país que ha perdido la inocencia, el respeto y la autoridad. En oposición a un
pasado ordenado, el presente está vinculado a la desintegración moral. En resumidas cuentas, la droga
es un producto de la época moderna de la sociedad, y viene a quedarse como una amenaza que sigue
la misma pauta viciosa del país, enraizada en el poder, haciéndose cada vez más incontrolable. Así, la
droga —al igual que la pobreza— es un problema con el que hay que acostumbrarse a vivir. En segundo
lugar, la droga es un estigma democrático que ha conseguido llegar a todos los sectores sociales,
especialmente a los dos polos de la modernización: pobres aproblemados (llevados por su necesidad) y
opulentos eufóricos (llevados por su ansia de sensaciones).
En otra dirección, la representación de la adolescencia asume el riesgo como una marca de identidad en
dos sentidos: de una parte, la juventud —al menos en este sector social— ya no es vista como un
período de goce relajado, sino como un período de ansiedad por el futuro, lejano a la propuesta de
moratoria de roles adultos; de otra parte, el joven enfrenta un estereotipo negativo que lo vincula
constantemente al riesgo (embarazos, drogadicción, delincuencia). Es un sujeto culposo, que responde
constantemente por su virtud. No en vano su discurso de integración social repite “confíen en nosotros”,
y uno de sus deseos más caros es “que los jóvenes del futuro no pasen lo que nosotros”. En conjunto,
su discurso es la expresión de un “deseo de juventud” en el sentido de la moratoria, de vivirse la vida en
plenitud, en un momento en el que —como nunca— ser joven es una tarea difícil.
Otro punto que merece ser comentado es la vinculación entre la compulsión de rendimiento y la
necesidad de consumir sustancias para mantenerse en funcionamiento. Por una parte, este discurso
aparece como la principal vía de legitimación del consumo, porque facilita una respuesta coherente a las
exigencias del medio. Por otra, viene a dar al traste con la visión alternativa del consumo de drogas,
deudora del espíritu de los sesenta: ya no se consume para salir del sistema, sino para habitar
integrándose con más fuerza a sus parámetros de éxito; ya no se consume para viajar y soñar, sino para
permanecer despierto.
Por otra parte, la tendencia de la sociedad chilena hacia la fragmentación de identidades genera una
nueva fuente de tolerancia para el consumo: la tranquila adicción de un sujeto que se mantiene al
margen de los demás, en un goce privado.
Una cuestión epocal. Asistimos a la normalización del consumo por el mero hecho del goce que reviste.
Frente a esto, no podemos evitar el paralelo con la sexualidad: así como en ella se tiende a separar el
sexo y la procreación, en el plano de la droga se observa un divorcio creciente entre droga y discurso
alternativo, entre droga y problemas, que comporta un resultado: la experiencia de la droga, así como la
sexualidad, valen por sí mismas. ¿Qué unía estas parejas? A nuestro juicio, la única forma en que
nuestra cultura occidental, racional y cristiana acepta la relación con experiencias que sacan del
autodominio y pueden constituir motivo de goce, es a través la existencia de un contrapeso, sean los
problemas (en el caso de la drogadicción), sea la reproducción (para la sexualidad). Ambos representan
el lado grave del asunto, que permiten la vinculación placer-culpa, tan cara a nuestra civilización.
Por último, la estrategia “NO a la droga” impone un corte en la sociabilidad juvenil. Al poner la droga
como una amenaza que ronda su ambiente, los jóvenes construyen un mundo de amigos y enemigos de
acuerdo al factor consumo, que recurre al discurso de la virtud y de afirmación de la diferencia para
acatar el llamado del orden a separar la paja del trigo. La posibilidad de construir una voluntad asertiva
capaz de diferenciarse del resto y de decir “no” requiere situarse contra la sociedad, contra un mundo
que está podrido. De hecho, es la sensibilidad que domina la mayoría de las propuestas de acción
sugeridas: alejarse de las calles, despoblar. Sin embargo, el discurso de los jóvenes —monitores
incluidos— aparece dominado por la “ideología del momento” o contingencialismo, manifestada en la
imposibilidad de afirmar una decisión futura y que traslada al momento la resolución de los problemas.
La decisión de no consumir drogas se desvanece en la contingencia de un futuro abierto.
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