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XIII Bienal de Cuenca:

Una pausa a la cultura del consumo

Ana Rosa Valdez

Impermanencia: la mutación del arte en una sociedad materialista fue la propuesta curatorial de Dan
Cameron para la XIII Bienal de Cuenca que tuvo lugar entre noviembre de 2016 y febrero del presente
año. El concepto puede interpretarse como una crítica al afán de conservación de las obras artísticas,
que ha colocado en un lugar central de la historia al objeto material y sus contenedores en detrimento
de la experiencia y la memoria del arte. Éstas pueden ser comunes a todos los seres humanos, no sólo a
los propietarios de las piezas y colecciones.
La curaduría apeló a la noción budista de “impermanencia” para reflexionar sobre el arte
contemporáneo, sus temas, medios y lenguajes. Pero también propuso un modo de relacionarnos con
las obras. En lugar de aferrarnos a la idea de la perdurabilidad, similar a la de las construcciones
monumentales que perpetúan símbolos y sujetos de poder, la propuesta consistió en intentar fluir con la
naturaleza cambiante de los fenómenos de la realidad. Acercarse al arte de esta manera permite estar en
sintonía con la fragilidad del cuerpo humano y reconocer la importancia del tiempo presente. Frente a
la noción conservacionista –vinculada fuertemente a la propiedad sobre las obras de arte y su
especulación en el mercado global–, Cameron enfatizó la dimensión humana de las creaciones artísticas,
y la posibilidad de emplearlas como herramientas para analizar el entorno y compartir con otros distintas
formas de ver el mundo.
La selección de obras desplegó estas ideas en diálogo con los espacios expositivos. Las sedes
estuvieron organizadas en dos circuitos: “Centro Histórico” y “Río Tomebamba”. Esta disposición
quizás respondió a cuestiones logísticas, pero también permitió reconocer los relieves urbanísticos de
una ciudad que deriva entre una memoria histórica con fuerte carga colonial y una relación privilegiada
con la naturaleza, particularmente con sus ríos. La ciudad se desplegó como un escenario para las
experiencias del arte. Las caminatas realizadas por los visitantes pueden entenderse como prácticas de
apropiación de la urbe –sus texturas, huellas y relatos– en una vía distinta a la del consumo impuesto
por el capital inmobiliario y los servicios.
A tono con el concepto curatorial y su crítica a la mercantilización del arte, Cristóbal Zapata,
Director Ejecutivo de la Bienal, asumió la responsabilidad de eliminar los reconocimientos económicos
del concurso. Desde ahora los premios son honoríficos y tienen nombres vinculados a las memorias
culturales del país. Esta decisión no dejó de tener fuertes repercusiones en el medio local. Por un lado,
se celebró que la referencia monetaria no sea un aspecto importante en la valorización del arte, pero
otras voces opinaron en contra, argumentando que son escasas las fuentes de apoyo a las artes en la
escena local.
El Jurado estuvo integrado por Guadalupe Álvarez, Gaudêncio Fidelis y Bernard Marcadé,
quienes otorgaron los premios a José Carlos Martinat (Perú), Oswaldo Terreros (Ecuador) y Cao Fei
(China), así como las menciones de honor para Juan Carlos León, Oscar Santillán (Ecuador), Ignasi
Aballi (España) y Asli Cavusoglu (Turquía).
La representación latinoamericana contó con artistas de larga trayectoria y otros emergentes,
particularmente en la representación ecuatoriana. Sus propuestas dan cuenta de los territorios del arte
que, en su complejidad y diferencia, exceden las fronteras simbólicas de la Bienal. Pero antes de analizar
algunos ejemplos, observemos las particularidades del territorio bienalero en la escena artística del
Ecuador.

Una bienal en proceso

Durante tres décadas la Bienal de Cuenca ha convocado a creadores locales e internacionales para
pensar el arte contemporáneo desde el Ecuador. Cada edición se ha esforzado en propiciar encuentros
e intercambios con agentes culturales de la región para confrontar con miradas externas los debates
suscitados al interior del país. Distintos especialistas y artistas fueron invitados 1 a colaborar en la
construcción de la Bienal, pero ésta siempre atravesó dificultades. Nació sin norte, es decir, sin un
horizonte de pensamiento propio, y se desarrolló durante años como un evento en lugar de consolidarse
como un proyecto a largo plazo. Su historia es la historia de las instituciones culturales del país, aunque
la Bienal ha corrido con mejor suerte. Desde su fundación en 1987 sus actividades no han cesado a
pesar de la ausencia de políticas culturales estatales para el fomento a las artes, y de un mercado
formalmente construido que promueva la participación de la empresa privada.
Pero, a pesar de estas condiciones, el aporte de la Bienal no se limita a la programación de
contenidos para las muestras y eventos. El esfuerzo del equipo liderado por Cristóbal Zapata ha
respondido a la necesidad de generar procesos educativos a través del arte. El período entre bienales
funcionó como un trabajo preparatorio en este sentido, con la realización de exposiciones y proyectos
curatoriales como los dedicadas a la presencia judía en Cuenca, a la escena lojana actual, o a repensar
el papel de los cines en la memoria colectiva. “Paraísos perdidos: revisitando los cines de Cuenca" fue
una propuesta de inserción pública que involucró a artistas emergentes de la ciudad. Estas iniciativas
evidencian la voluntad de ampliar las líneas de acción de la Bienal, lo cual viene muy bien en una escena
cultural con graves problemas estructurales.
Se espera que con la nueva Ley Orgánica de Cultura el panorama de las artes mejore, aunque son
las iniciativas ciudadanas las que mejor expresan la agencia cultural emergente. Tal es el caso del

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Especialistas de la escena internacional como Juan Acha, José Roca, Justo Pastor Mellado, Tamara Díaz, Jorge
Villacorta, Jacopo Crivelli Gerardo Mosquera, Gustavo Buntinx, Virginia Pérez-Ratton, Santiago Olmo, entre otros,
participaron en calidad de curadores o jurados, sin descuidar la intervención de actores locales como Rodolfo
Kronfle Chambers, Mónica Vorbeck, Enrique Tábara, María Guadalupe Álvarez, Lenin Oña, Juan Castro y
Velázquez. Hernán Rodríguez Castelo, Mauricio Bueno, entre otros.
proyecto “Cuarto Aparte”, organizado paralelamente a la Bienal desde el 2009. Es un espacio
alternativo basado en la colaboración y la participación colectiva que aprovecha al público bienalero
para activar una agenda propia que, en otro momento, no tendría igual acogida.
La realización de este evento constata que la Bienal de Cuenca no representa al arte
contemporáneo que actualmente se produce en el Ecuador ni refleja de forma exhaustiva los debates
que tienen lugar en sus múltiples escenas. Ningún proyecto cultural podría arrogarse hoy en día tal
función política. Aunque la Bienal es el evento de arte contemporáneo que cuenta con mayor visibilidad
en el país, su aporte fundamental no reside en la representación de un concepto de arte sino en la
conformación de un espacio de encuentro entre diversos públicos locales e internacionales. El encuentro
ocurre en torno a propuestas curatoriales, editoriales y educativas de calidad, y también juega un rol
importante en la proyección de los artistas ecuatorianos en el exterior.
Una bienal es un proyecto político cultural que se sustenta en un criterio2 sobre el arte y sus
espacios, historias y memorias. Pero ¿esto tiene sentido sin un orden jurídico que garantice los derechos
culturales de las personas? En esta materia, el Ecuador tiene una Constitución de avanzada que se refleja
débilmente en el quehacer de sus instituciones. La Bienal de Cuenca no escapa de estos problemas, pero
tiene el mérito de la constancia. Es la única institución pública en el Ecuador que promueve la
circulación del arte contemporáneo de manera sistemática. Observemos la propuesta curatorial de la
edición más reciente y lo que nos dice sobre el arte de nuestro tiempo.

En los laberintos de lo político

La historia política reciente del Ecuador fue el punto de partida para el artista Juan Carlos León. Su
instalación multimedia Estrategias para encontrar el color de la democracia reflexiona sobre tres
aspectos importantes de la vida política actual: el estado-nación, la democracia y el ejercicio de la
ciudadanía. La propuesta estuvo conformada por tres elementos que dialogaban en un espacio
expositivo. El primero es una visualización de datos que muestra los colores de todos los partidos y
movimientos políticos que han representado a la función legislativa del Ecuador desde 1998 hasta la
actualidad. La propuesta se planteó “encontrar el color de la democracia” mezclando los pigmentos
preponderantes de cada período. El resultado: un gris verdoso que es un guiño a la mayoría de Alianza
País, partido del gobierno, en la Asamblea Nacional durante los últimos años.
El segundo componente, un prototipo robótico del ala de un cóndor (en clara referencia a uno de
los símbolos patrios del país), se mueve de acuerdo a los tuits que publican en sus cuentas los
representantes de las funciones del Estado. El tercer componente es una visualización de datos líquida.
A través de esta técnica, León elabora una crítica a la construcción de las imágenes de la nación

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Cada vez son más los teóricos y especialistas, como Guadalupe Álvarez, que insisten en que un museo no es
un conjunto de colecciones, un espacio o las infraestructuras que lo conforman, sino un criterio frente al campo de
conocimiento del cual forma parte. Es una noción oportuna para valorar también una bienal de arte.
contemporánea, y a la democracia representativa, cuyo afán de igualdad social resulta cada vez más
problemático frente a la diferencia.
En una cuerda política distinta, en la sede de la Federación Obrera del Azuay, Oswaldo Terreros
desplegó el Gran Encuentro Capítulo 6: Sede Social para el libre esparcimiento del Movimiento GRSB.
Este “movimiento” es en realidad un proyecto artístico desarrollado durante más de siete años a partir
de una lectura crítica de la propaganda política latinoamericana, el constructivismo ruso y el diseño
gráfico. De acuerdo con el concepto de la Bienal, la curaduría de esta exposición planteó la necesidad
de recuperar la noción del tiempo libre de la lógica capitalista del trabajo asalariado, la educación
adoctrinadora y la industria del entretenimiento. La muestra incluyó obras de más de una decena de
artistas locales y tuvo como pieza central Entrega del progreso al pueblo, un mural móvil que hace un
guiño al legado del realismo social ecuatoriano de los años treinta, y su influencia estética en el
movimiento obrero.
En estas propuestas lo político emerge como una referencia pero también como un gesto crítico
frente a la realidad social y la historia. Pero para Dan Cameron, “todo el arte es político”, lo cual no
debe confundirse con los contenidos o lo que se dice de las obras. Sin embargo, existen posturas que
trascienden la esfera de lo artístico. Es el caso de Pablo Cardoso, quien también es un activista
comprometido con la protección de los ecosistemas naturales.

Naturaleza y cultura: el arte en los bordes

En la Bienal la naturaleza cobró protagonismo desde un interés estético puramente contemplativo hasta
preocupaciones con perspectivas ecologistas. En la obra de Cardoso ambos lados se conjugan. Caudal
representa cuerpos de agua que no sólo son espacios naturales, sino que constituyen territorios de la
memoria cultural del Ecuador. En trabajos previos, su tránsito por la geografía ecuatoriana ha
significado la conversión de “no-lugares” en “lugares antropológicos” (según las ideas de Marc Augé).
En la obra expuesta en esta ocasión, los ríos y esteros adquieren sentido en los encuadres de las
fotografías que dan origen a las pinturas. Éstas revelan la mirada del artista, su experiencia y un gesto
que podemos relacionar con su lucha en contra de la contaminación del agua.
Chorreras, del artista colombiano Miler Lagos, consistió en un molino de agua emplazado en el
más grande parque recreacional de Cuenca. Casualmente la sequía afectó el nivel de precipitaciones
durante el tiempo del evento, por lo cual surgieron imprevistos. No obstante, la pieza logró su cometido.
Apeló a la memoria de la ciudad de principios de siglo, cuando este artefacto –ambientalmente
sustentable– era utilizado como medio de producción.
La obra del artista chileno Gianfranco Foschino, La edad de la Tierra, propuso observar el fondo
marino de las Islas Galápagos, consideradas Patrimonio Natural de la Humanidad. La video-instalación
mostraba planos fijos del ecosistema natural del archipiélago. El “fuera de campo” de las imágenes daba
una sensación de realismo, cada pantalla parecía una nítida ventana a ese mundo. Los registros fueron
realizados en alta definición por el mismo artista.

Al encuentro de la memoria

Oratoria de José Carlos Martinat estuvo situada en el Parque Pumapungo, un sitio arqueológico que
contiene vestigios de la cultura Cañari-Inca. La obra es un péndulo conformado por un megáfono y una
rueda de bicicleta que gira al tiempo que reproduce conceptos sobre el pasado, el presente y el futuro
procedentes de búsquedas en internet. En otros eventos, la pieza ha funcionado con referentes artísticos,
pero en la Bienal aludió al tiempo y la memoria. El lugar le imprimió un sentido histórico relacionado
con el pasado prehispánico del territorio que hoy ocupa la ciudad. Cuenca, al igual que otras urbes
ecuatorianas, tiene una deuda con el legado de los pueblos ancestrales; bajo su superficie moderna se
esconden aún mentalidades coloniales que son puestas en evidencia por las manifestaciones de la cultura
contemporánea. Obras como la de Martinat evidencian estas contradicciones. El movimiento del
péndulo puede observarse de acuerdo al tiempo progresivo de la modernidad occidental, pero también
a través del tiempo cíclico de la racionalidad andina.
La propuesta artística de Karina Aguilera Skvirsky acude con mayor precisión al encuentro de la
memoria. A manera de un corto cinematográfico, El peligroso viaje de María Rosa Palacios narra la
historia de la bisabuela de la artista, quien emprendió un viaje desde el Valle del Chota (provincia de
Imbabura al norte del país) hacia el puerto de Guayaquil a inicios del siglo XX. En la obra la artista
“encarna” a su antepasado, mientras conversa con viejos habitantes del Chota y alrededores que le dan
pistas sobre el posible periplo. Mientras sortea las dificultades de reconstruir su propia memoria, Karina
camina sin descanso. La búsqueda de aquella mujer negra de su familia, que migró a un lugar extraño
en búsqueda de mejores días, le lleva a transitar por lugares naturales, poblaciones urbanas y rurales, y
un corto trayecto en tren que culmina con la llegada, por la vía fluvial, a la costa ecuatoriana.
Last Breath de Rafael Lozano Hemmer presentó una versión local de un proyecto previo que
consiste en conservar el hálito de personajes relevantes de la cultura, como la artista cubana Omara
Portuondo. El poeta ecuatoriano Efraín Jara Idrovo fue elegido para este inusual retrato. La pieza es una
instalación tecnológica que mantiene el flujo del aliento entre una bolsa de papel y un respirador
artificial. En ese movimiento cargado de poesía la obra nos lleva a pensar en la importancia de
salvaguardar los patrimonios vivos de nuestras culturas.

Una perspectiva educativa en ciernes

Antes de concluir es importante resaltar que la XIII edición de la Bienal de Cuenca contó con una
curaduría pedagógica a cargo de Cristián G. Gallegos y un programa educativo previo al certamen
denominado “Fuera de clase” destinado a estudiantes de arte. También se creó una línea editorial: en la
colección “Los Nuestros” se publicó un libro sobre el artista ecuatoriano Eduardo Solá Franco, escrito
por el curador Rodolfo Kronfle Chambers, y la colección “Nomadismos”, que se encuentra en marcha,
destinada a ciertos autores y textos cruciales del pensamiento visual brasileño contemporáneo.
El enfoque educativo de la Bienal aún se encuentra en una fase de desarrollo, pero claramente es
la vía para contrarrestar los parámetros culturales del consumo que intenta homologar el arte con el
entretenimiento. Las bienales tienen esa función: pensar la circulación del arte como un proceso de
encuentro, diálogo y aprendizaje. En Cuenca el camino ya ha sido trazado.

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