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DESARROLLOS RECIENTES

EN LA TEORÍA DEL ESTADO


Erifoques, problemas y agendas

'j
•. Después de una primera e importante reanimación del inte-
rés teórico por el Estado, a mediados de los sesenta, a fina-
les de los setenta se presentó una renovación del mismo, "lj.
que aún se mantiene 1 • La primera fue liderada por mands-
tas preocupados por la forma y las funciones generales del ('
il
Estado capitalista, mientras las feministas marxistas, que
intentaban extender esas ideas al Estado capitalista patriar-
cal, jugaron un papel esencial2. La segunda incluye más
corrientes teóricas y temas sustanciales, y tiende a ser más
institucionalista. Entre las corrientes más importantes es-
tán el neoestatismo, la teoría foucaultiana, el feminismo y
el análisis del discurso; entre los temas más discutidos se
incluyen las variaciones históricas de la ausencia, fortaleza
y debilidad de los Estados, y los futuros respectivos del Es-
tado-nación y del Estado de Bienestar. Por razones de bre-
vedad, este artículo omite muchas controversias específicas
de los primeros debates y, en su primera parte, sólo revisa
el legado general de la polémica marxista, lo cual permite

1 Este ensayo se benefició de los comentarios de Colin Hay y SumNgai-Ling; la


responsabilidad final es del autor.
2 Para útiles revisiones de la teorización marxista, ver: JESSOP, 1977; CARNOY,
1984; CLARKE, 1990; y ALTVATER y HoFFMAN, 1990. Y sobre el feminismo mar-
xista, ver: MAHON, 1992; y BURSTYN, 1983.

99
hacer una crítica más detallada de los principales argumen-
tos de la segunda reanimación teórica. Concluye con una
posible agenda para la investigación sobre el Estado.

EL LEGADO MARXISTA

La reanimación de la teoría del Estado liderada por los mar-


xistas decayó a finales de los setenta, bajo el peso de una
plétora de premisas teóricas opuestas y del excesivo énfasis
en una teorización abstracta que ignoraba la variabilidad his-
tórica de los regímenes políticos. Con sólo unas pocas y nota-
bles excepciones, las contribuciones individuales al debate
marxista del Estado se perdieron en las brumas del tiempo;
pero algunos de los mejores analistas formularon dos enfo-
ques básicos relevantes para un círculo teórico más amplio.
Aunque éstos no se expresaron con las mismas palabras,
había una clara convergencia en los conceptos centrales im-
plícitos; su significación general es el tema de esta sección.
•.
En primer lugar, pasando del análisis de la función al
análisis de la forma, los teóricos marxistas del Estado des-
cubrieron que la forma amenaza la función; buena parte de
su trabajo inicial se dedicó a derivar la forma necesaria del
Estado a partir de las diversas funciones que supuestamente
debía realizar en nombre del capital. Vista en esos térmi-
nos, la forma debe seguir a la función; pero los trabajos
posteriores se dedicaron a estudiar cómo la forma básica
del Estado minaba su funcionalidad para la acumulación
de capital y la dominación política de clase. Así entendida,
la disfunción también podía seguir a la forma, pues la sepa-
ración institucional del Estado con respecto a la economía,
un rasgo característico de las sociedades capitalistas, pro-
mueve diferentes (y potencialmente contradictorias) lógicas
institucionales y modos de cálculo en la economía y el Esta-·
do [HIRSCH, 1976; ÜFFE, 1984; PüULANTZAS, 1978; REUTEN y
WILLIAMS, 1989]; nada garantiza que los resultados políticos
satisfagan las necesidades del capital. Esta conclusión avi-
vó el trabajo sobre las contradicciones estructurales, los di-
lemas estratégicos y el desarrollo dependiente (es decir, his-
tóricamente condicionado) de la trayectoria de las formas
específicas del Estado; este trabajo produjo explicaciones
más detalladas de la compleja interacción entre luchas so-
ciales e institucionales antes que una teorización abstracta
y a menudo esencialista.

100
En segundo lugar, los marxistas abandonaron gradual-
mente la visión del aparato de Estado como cosa o sujeto
simple y comenzaron a analizar el poder del Estado como
una relación social compleja. Algunos de los primeros traba-
jos veían al Estado nada más que como un instrumento neu-
tral de dominación de clase; otros adoptaron una visión más
estructuralista, según la cual el Estado estaba obligado a
satisfacer los intereses capitalistas sin importar quiénes lo
controlaban, y otros vieron en el Estado a una especie de
sujeto calculador racional, un capitalista colectivo ideal, ca-
paz de identificar y realizar los intereses del capital en gene-
ral contra los intereses de los capitales individuales. Ningu-
na de estas visiones resultó satisfactoria3 , y gradualmente
aparecieron estudios sobre la selectividad estructural de los
diferentes Estados y los factores que determinaban sus ca-
pacidades estratégicas. Por selectividad estructural designa-
ban los medios con que el Estado, como conjunto de institu- !lli

ciones, ejercía un impacto específico y diferencial sobre la


capacidad de las diversas fuerzas políticas para realizar sus
•.
intereses y estrategias particulares mediante el acceso y el
control de ciertas capacidades estatales, las cuales siempre
dependen, para sus efectos, de vínculos con fuerzas y pode-
res que están más allá del Estado 4 • También se prestó más
atención a la variabilidad, organización y ejercicio de estas '''
1
1
11
1

capacidades, y se dio más énfasis a la naturaleza relacional


del poder del Estado y a su capacidad para proyectar su po-
der sobre campos sociales que van más allá de sus propias
fronteras institucionales. Este enfoque también produjo es- ,,,,I'
!¡jl1!
tudios más complejos de las luchas, instituciones y capaci- 1
1

dades políticas.
Gramsci es casi el único teórico marxista de la primera
etapa que aún disfruta de amplia aceptación crítica en los
años noventa5 • No es casual que Gramsci haya estudiado
las modalidades concretas del poder del Estado en vez de
teorizar el Estado capitalist3c en general; analizó el Estado

3 CARNOY, [1984], JESSOP [1977, 1990], ÜFFE [1972] y POULANTZAS [1978] presen-
tan diversas críticas a estas posiciones.
4 Sobre este concepto, ver especialmente: ÜFFE, 1972; y PouLANTZAs, 1978.
5 Por supuesto, sé que Gramsci murió en 1937. Pero sus importantes contribu-
ciones a la teoría del Estado sólo alcanzaron una amplia audiencia (especial-
mente fuera de Italia) durante los setenta y luego desempeñaron un papel
vital en el resurgimiento del interés por el Estado.

101
en su sentido integral (es decir, "sociedad política+ socie-
dad civil") y mostró que en la sociedad burguesa su poder
descansa en la "hegemonía acorazada por la coerción"
[GRAMSCI, 1971]. Además, en vez de tratar las institucio-
nes y aparatos específicos como instrumentos técnicos
de gobierno, se interesó en sus fundamentos sociales y
subrayó que sus funciones y efectos son moldeados por
sus vínculos con el sistema económico y la sociedad civil.
Junto al carácter incompleto y tentativo de su enfoque,
esto lo hizo compatible con otras corrientes teóricas, en-
tre ellas la teoría del discurso, el feminismo, el análisis
foucaultiano y el postmodernismo [GoLDING, 1992; SMART,
(J

1986; y HoLUB, 1992]. Naturalmente, así se mantiene la


vitalidad de su obra.
Una fuente más reciente de interés en la teoría marxista
del Estado es menos directa: la contribución de la teoría de la
regulación a la economía política. Esta escuela de pensamiento
surgió a finales de los setenta y se hizo notoria en los ochen-
ta. En este sentido, es adecuado considerarla como parte de
•.
la segunda oleada de interés en la teoría del Estado. Su
(re)descubrimiento básico fue el de que las economías están
socialmente incorporadas y son reguladas socialmente
(socially embedded and social regulated). De aquí sólo había
que dar un paso -más difícil para unos que para otros-
para entender que el sistema estatal tiene que jugar un papel
clave en la regulación-reproducción de la acumulación de
capital, lo cual abrió el camino para análisis más concretos y
complejos de la contribución del Estado a la modelación, el
sostenimiento y el deterioro de los regímenes de acumula-
ción y modos de crecimiento específicos. Éste es uno de los
principales temas de la segunda y la tercera generaciones de
la teoría de la regulación [HAUSLER y HIRSCH, 1987; JENSON,
1990; JESSOP, 1992; NüEL, 1988; y THERET, 1992].

LA SEGUNDA OLEADA

La corriente teórica particular que quizá más influyó en la


segunda etapa fue el movimiento (muy popular en Estados
Unidos) para "traer de vuelta al Estado", como variable ex-
plicativa esencial para el análisis social. Pero este movimiento
no pasó sin críticas, pues, junto a la persistente influencia
de Gramsci y al variable impacto de otras corrientes
neomarxistas, tuvo una seria competencia de otros enfo-

102
ques muy distintos. Primero, la obra de Foucault y sus se-
guidores sobre la organización disciplinaria de la sociedad,
la microfísica del poder y las cambiantes formas de gobier-
no; un enfoque cuyos efectos van contra el neoestatismo,
pues tienden a excluir al Estado de una consideración teó-
rica; segundo, el desarrollo de una crítica feminista a la teo-
ría machista del Estado, enfoque que suscitó varias pre-
guntas, entre ellas la de si las feministas (y otros grupos)
necesitan realmente una teoría del Estado; tercero, el cre-
ciente interés en los discursos y las prácticas que constitu-
yen el Estado, un enfoque que oscila entre deconstruir y
reconstruir el Estado como objeto teórico. Esta lista no es
exhaustiva pero sí es suficiente para ilustrar la gama de
posiciones existentes en la etapa actual.

Erifoques centrados en el Estado

Las llamadas para "traer de vuelta al Estado" provenían de


científicos sociales que pretendían que los enfoques del Es-
•.
tado predominantes en la postguerra estaban demasiado
"centrados en la sociedad". Sostenían que esos enfoques in-
tentaban explicar la forma, las funciones y el impacto del
Estado por factores enraizados en la organización, las nece-
sidades o los intereses de la sociedad. Así, el marxismo fue
acusado de reduccionismo económico por su énfasis en las
relaciones base-superestructura y en la lucha de clases; el
pluralismo fue acusado de reducir la competencia por el
poder del Estado a los grupos de interés y a los movimien-
tos enraizados en la sociedad civil y, por tanto, de ignorar el
papel y los intereses de los administradores del Estado; y el
estructural-funcionalismo fue criticado por suponer que el
desarrollo y el funcionamiento del Estado o del sistema po-
lítico estaban determinados por las exigencias funcionales
de la sociedad en su conjunto. Según los teóricos "centra-
dos en el Estado", tales enfoques ponían la carreta delante
del caballo. Sostenían, además, que las actividades y el im-
pacto del Estado se explican fácilmente por sus caracterís-
ticas específicas como órgano' administrativo o represivo o
por las propiedades específicas del sistema político, el cual
incluye al Estado. Los factores sociales, cuando no eran irre-
levantes, eran secundarios; y su impacto en los asuntos del
Estado siempre era filtrado por el sistema político y el Esta-
do mismo.

103
En su versión más programática, el enfoque estatista de-
fiende un retorno a teóricos clásicos como Maquiavelo,
Clausewitz, Tocqueville, Weber o Hintze 6 • Pero, en la práctica,
quienes siguen el paradigma estatista muestran poco interés
en tales pensadores (para no hablar de su desconocimiento),
con la parcial excepción de Weber7 ; pareciera que muchas ve-
ces sólo los citan para legitimar el neoestatismo, vinculándolo
a una larga tradición de pensamiento centrado en el Estado.
En todo caso, el interés real del trabajo centrado en el Estado
es el estudio detallado de casos de construcción del Estado, de
definición de políticas y de su implementación.
En este contexto, sobresalen seis temas: 1) La posición
geopolítica de los Estados modernos en el sistema interna-
cional de Estados-naciones y sus implicaciones para la ló-
gica de la acción del Estado; 2) La dinámica de la organiza-
ción militar y el impacto de lo militar en el desarrollo global
del Estado; 3) Los poderes administrativos específicos del
Estado moderno, sobre todo los que provienen de sus capa-
cidades para producir y reforzar colectivamente decisiones
•.
obligatorias en una sociedad centralmente organizada y
territorialmente limitada; 4) El papel del Estado como fac-
tor especial en la modelación de instituciones, la formación
de grupos y la articulación de intereses, capacidades políti-
cas, ideas y demandas que van más allá del Estado; aspecto
que a veces se denomina "tocquevilliano"; 5) Las patologías
propias del gobierno y del sistema político, como la corrup-
ción, el soborno y las fallas del Estado; 6) Los intereses y
capacidades propios de los "administradores del Estado"
(funcionarios de carrera, políticos, etc.), que se oponen a los
de otras fuerzas sociales. Los diversos teóricos "centrados
en el Estado" enfatizan distintos factores o combinaciones
de factores, pero comparten las principales conclusiones:
hay presiones y procesos políticos específicos que modelan
la forma y las funciones del Estado; éstos procesos le otor-
gan una autonomía importante y real para enfrentar pre-
siones y fuerzas que surgen de la sociedad más amplia y,
por tanto, le dan una centralidad única e irremplazable en
'

6 Como se verá más adelante, no es casual que todos estos pensadores sean
varones.
7. Aunque su obra puede interpretarse de modo diferente; es citada, por ejem-
plo, para mostrar que el Estado no existe sino que es un uso reflexivo de ideas
para aumentar la legitimidad de una élite dirigente [MELOSSI, 1990].

104
1
'
la vida nacional y en el orden internacional. En síntesis, el
Estado es una fuerza por derecho propio y no sirve a la eco-
nomía o a la sociedad civil [KRASNER, 1978; NORDLINGER, 1981;
SKOCPOL, 1979; y STEPAN, 1985].
El enfoque centrado en el Estado lleva a que sus teóricos
planteen "una visión radicalmente distinta" de la autono-
mía del Estado. Los marxistas entendían la autonomía del
Estado como su capacidad para promover los intereses co-
lectivos del capital a largo plazo, incluso contra los intere-
ses de capitalistas particulares. Los neoestatistas rechazan
esta explicación de clase o capital-teórica y sugieren que el i.'
Estado ejerce su autonomía por derecho propio y busca sus
intereses propios y específicos. En este contexto, enfatizan
la capacidad de los administradores del Estado para ejercer
el poder independientemente de las fuerzas no estatales (y
aun a pesar de su resistencia), sobre todo donde hay un
conjunto pluralista de fuerzas sociales que les proporciona
un espacio real de maniobra; y enfatizan también la funda-
mentación de esta capacidad en los poderes "infraestruc-
•. turales" del Estado, es decir, en la capacidad del Estado
para penetrar, supervisar, mantener el orden y disciplinar las
sociedades modernas a través de sus propias capacidades
especializadas [DANDEKER, 1990; GIDDENS, 1985; MANN, 1983;
NORDLINGER, 1981; y SKOCPOL, 1985 ]. Además, los neoestatistas ' 1;l' ' I
sostienen que la autonomía del Estado no es un rasgo es-
tructural fijo de todos y cada uno de los sistemas de go-
bierno, sino que difiere entre Estados, entre áreas de polí-
tica y a través del tiempo. Esto se debe, en parte, a los
límites externos sobre el alcance de la acción autónoma
del Estado y, en parte, a las variaciones en la capacidad y
disposición de los administradores del Estado para empe-
ñarse en una estrategia independiente de los actores no
estatales.
Una variante de la teorización centrada en el Estado es la
teoría del Estado centrada en la guerra. Un creciente núme-
ro de teóricos se ha dedicado a recobrar la dimensión mili-
tar de la teoría del Estado y a criticar su omisión por otras
escuelas, ya sea por el exagerado interés de los marxistas
en la lucha de clases o por la errónea creencia de los soció-
logos en la lógica pacífica inherente al industrialismo. Se-
gún los teóricos centrados en la guerra, su enfoque no tiene
un interés arqueológico sino que es relevante para los Esta-
dos modernos. Señalan que la guerra ha dado forma al siglo

105
xx, que los Estados se preparan continuamente para la gue-
rra y han aumentado sus capacidades militares y de vigi-
lancia, y que las guerras civiles (o totales) tienen repercu-
siones en el Estado y en la sociedad [SHAw, 1991].
En este contexto, el Estado es un aparato para hacer la
guerra y reprimir: debe defender su integridad territorial
contra otras fuerzas y mantener la cohesión social dentro
de su propio territorio, recurriendo a la coerción cuando
sea necesario. Por tanto, el Estado es en primera instancia
el sostén del poder militar en un mundo donde hay otros
Estados-naciones, más que una comunidad política en la
que pueden realizarse los derechos de ciudadanía [GrnDENS,
1985]. Para algunos teóricos centrados en la guerra, el Es-
tado plenamente conformado no sólo es un aparato militar
represivo sino que el mismo proceso de formación del Esta-
do está estrechamente ligado a la guerra, puesto que, como
Tilly señala enérgicamente, las guerras hacen Estados y los
Estados hacen guerras. Esta afirmación va más allá de la
afirmación trivial de que los Estados se forjan al calor de la
•,
guerra (ya sea en la victoria o en la derrota); también impli-
ca que el hecho de hacer la guerra puede inducir a lacen-
tralización política, estimular el desarrollo de un sistema de
tributación moderno y generar otros rasgos de un Estado
moderno. Además, una vez que surge el Estado (a través de
la guerra o de la preparación para la guerra), muchos. as-
pectos claves de la forma y de las funciones del Estado es-
tán determinados principalmente por el interés en la defen-
sa externa y la pacificación interna [MANN, 1985 y 1987;
TILLY, 1973; DANDEKER, 1990; y SHAW, 1991].
Al neoestatismo se han opuesto cinco líneas principales
de crítica8 • En primer lugar, se ha dicho que ese enfoque no
es novedoso y que todos sus temas básicos se encuentran
en los enfoques "centrados en la sociedad" [DOMHOFF, 1987;
y ALMOND, 1988]. En segundo lugar, se ha dicho que el
neoestatismo es unilateral porque se centra en la política
del Estado y de los partidos a expensas de las fuerzas políti-
cas que están fuera y más allá del Estado. En particular, qu~
sustituye "las formaciones sociales (como las de clase, géne-

8 En mi anterior crítica al neoestatismo [JESSOP, 1990] sólo mencioné cuatro


de ellas; la quinta, que aquí se menciona en segundo lugar, es igualmente
importante.

106
ro o raza) por los políticas, la política de masas por la de
élites y la lucha social por el conflicto político" {GoRDoN, 1990,
181 ]. En tercer lugar, algunos críticos pretenden haber iden-
tificado inconsistencias empíricas en varios estudios
"estatistas" claves así como explicaciones incompletas y erró-
neas de estudios que se citan para dar credibilidad al enfo-
que estatista [CAMMACK, 1989, 1990; y MITCHELL, 1991]. En
cuarto lugar, se han hecho acusaciones de mala fe política.
Así, Binder sostiene que el neoestatismo implica que los ad-
ministradores del Estado políticamente autónomos pueden
actuar como agentes efectivos de modernización y reforma
social y que deberían ser alentados para actuar de ese modo;
en apoyo de esta acusación, señala que no existe ningún es-
tudio de caso neoestatista que muestre los nocivos efectos
del dominio autoritario o autocrático [BINDER, 1988].
Finalmente -y quizá es la línea crítica que apunta a lo
más grave- el neoestatismo descansa en una falacia teórica
fundamental. Supone que hay fronteras claras y nítidas en-
tre aparato de Estado y sociedad, administradores del Esta-
•. do y fuerzas sociales, y poder estatal y poder social. Esto
implica que el Estado (o el sistema político) y la sociedad son
mutuamente excluyentes y autodeterminados, que se pue-
den estudiar aisladamente y que los análisis resultantes se
pueden yuxtaponer para dar una explicación completa. Esto
reifica y convierte en absoluto lo que en realidad son pro-
piedades emergentes, parciales, inestables y variables; y ex-
cluye lógicas híbridas como el corporativismo o las redes
políticas, las divisiones entre administradores del Estado
debidas a los vínculos entre órganos del Estado y otras esfe-
ras sociales, y muchas otras formas de intersección entre
Estado y sociedad [ATKINSON y COLEMAN, 1992; POULANTZA.S,
1974; y JESSOP, 1990]. Si se rechaza ese supuesto, se di-
suelve la distinción entre enfoques centrados en el Estado y
enfoques centrados en la sociedad. Esto, a su vez, invalida
no sólo la presunción extrema de que el aparato de Estado
debe tratarse como la variable independiente en la explica-
ción de los eventos sociales y políticos, sino también preten-
siones menos neoestatistas tales como el valor heurístico de
combar el palo en la otra dirección o, alternativamente, de
combinar las explicaciones centradas en el Estado y en la
sociedad para completar el cuadro [JEssoP, 1990].
Esto no excluye, por supuesto, el análisis teórico del Esta-
do; significa, más bien, que la teoría del Estado no puede

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darse por supuesta, pues la misma existencia del Estado es
problemática. Así, Mitchell concluye su crítica del neoes-
tatismo con un llamado a estudiar "el proceso detallado de la
organización espacial, el ordenamiento temporal, la especifi-
cación funcional y la supervisión y vigilancia, que crean la
apartencia de un mundo esencialmente dividido entre Estado
y sociedad" [ 1991, 95, itálicas mías]. Esta división es concep-
tualmente anterior a cualquier influencia posible del Estado
sobre la sociedad o de la sociedad sobre el Estado; y es una
división que siempre se produce a través de prácticas en
ambos lados de la línea divisoria entre ,Estado y sociedad
[JESSOP, 1990]. Este punto se retoma en las conclusiones pero
permite acercarse a la obra de Foucault.

Enfoques joucaultianos
Si los teóricos centrados en el Estado esperan lograr que el
Estado regrese del frío, podría decirse que el objetivo últi-
mo de Foucault es echarlo al tarro de la basura, puesto
que entrelazó sus investigaciones históricas sobre el cono-
cimiento, el poder y la disciplina con un ataque teórico
permanente a las visiones liberal y marxista de la sobera-
nía, el derecho y el Estado. Más en general, su obra tiene
importantes implicaciones para todos los teóricos del Es-
tado porque lleva a dudar seriamente de su preocupación
por el Estado, ya sea como una variable independiente,
interviniente o dependiente. Por cierto, Foucault compara '
su rechazo de los intentos de construir una teoría del Es-
tado con el rechazo a comer un alimento que no se puede
digerir [GORDON, 1991, 4].
Este intento de autoconservación teórica se basa en tres
l
argumentos. Primero, Foucault sostenía que la teoría del 1
Estado es esencialista porque intenta explicar la naturaleza
y el poder del Estado en términos de sus propiedades inhe-
rentes, dadas de antemano, cuando debería, en cambio,
explicar el funcionamiento y el desarrollo del Estado como
el resultado contingente de prácticas específicas no necesa-
riamente localizadas dentro del Estado mismo ni orienta-
das abiertamente hacia el Estado. Segundo, afirmaba que
la teoría del Estado mantiene las nociones medievales de
una soberanía centralizada y monárquica y de un poder ju-
rídico-político unificado. En vez de esas nociones, Foucault
subrayaba las tremendas dispersión y multiplicidad de las

108
instituciones y prácticas involucradas en el ejercicio del poder
del Estado e insistía en que muchas de ellas son de natura-
leza extrajurídica. Tercero, sostenía que los teóricos del Es-
tado se preocupan por las formas de la soberanía política y
del poder legal en la cúspide de los aparatos del Estado, los
discursos que legitiman el poder en el centro y el alcance de
la soberanía estatal dentro de la sociedad. En contraste,
Foucault abogaba por un enfoque ascendente, desde abajo,
que procediera a partir de las formas difusas de las relacio-
nes de poder en los numerosos y diversos lugares, locales y
regionales, donde se determinan realmente la identidad y la
conducta de los agentes sociales. Se interesaba en la micro-
física del poder, las prácticas reales de subyugación, no en
las estrategias macropolíticas que guían los intentos de do-
minación, pues el poder del Est~do no se deriva del control
de algunos recursos materiales sustantivos, propios del
Estado, sino que es el resultado emergente y provisional de
la interrelación estratégica y compleja de diversas fuerzas
sociales dentro y más allá del Estado. El poder es disperso,
•. implica la movilización activa de los individuos y no una
búsqueda pasiva de metas, y puede ser colonizado y articu-
lado en discursos, estrategias e instituciones bastante dife-
rentes. En suma, el poder no se concentra en el Estado, es
ubicuo e inmanente a toda relación social [FoucAULT, 1975,
1980].
Eso no significa que Foucault rechazara todo interés en
la macrofísica del poder estatal, lejos de ello. En efecto, en-
tre quienes se identifican más de cerca con el giro lingüísti-
co y el postestructuralismo, Foucault es excepcional por su
interés en el Estado [PRINGLE y WATSON, 1992, 56]. Pero no lo
identificaba con la soberanía estatal del discurso jurídico-
político; su discurso era más personal y potente: el Estado
era el lugar de la habilidad política y la racionalidad guber-
namental. Estudió, entonces, cómo surgieron diversos regí-
menes políticos mediante cambios en la "gobernabilidad"
(govemmentality). Lo que interesaba a Foucault era el arte
del gobierno, una diestra práctica discursiva en la que las
capacidades del Estado se usan reflexivamente para vigilar
la población y, con la prudencia debida, para amoldarla a
los proyectos específicos del Estado. En el origen del Estado
foucaultiano estaba la razón de Estado, una racionalidad
política autónoma, separada de la religión y la moral [GoRDON,
1991, 9]. Esa racionalidad, a su vez, podía ligarse a dife-

109
rentes modos de cálculo político o diversos proyectos de
Estado, como los que se asocian al "Estado gendarme", al
gobierno social o al Estado de Bienestar [GoRDON, 1991,
26-27]. Dentro de estas racionalidades gubernamentales o
proyectos de Estado, y a través de ellas, los lugares de po-
der locales o regionales eran colonizados y articulados en
torno de mecanismos y formas de dominación global más
generales, y luego sostenidos por todo el sistema estatal.
Foucault también insistió en la necesidad de explorar las
conexiones entre estas formas de micropoder y los meca-
nismos de producción de conocimiento, bien fuese para la
vigilancia, la formación y acumulación de conocimientos
sobre los individuos o su constitución como tipos de suje-
tos específicos.
La obra de Foucault ha inspirado muchos estudios sobre
el Estado y el poder del Estado que generalmente se ocupan
de políticas o aparatos políticos específicos o de discursos y
estrategias políticas particulares [RosE y MILLER, 1990]. Al-
gunos han intentado desarrollar una explicación general de
la esencia del Estado con base en las perspectivas foucaul-
tianas9. Por ejemplo, Giddens ve en la vigilancia una de las
cuatro agrupaciones institucionales claves de la sociedad
moderna que convergen en el Estado-nación, además del
industrialismo, el capitalismo y el militarismo. A medida
que progresan las técnicas de vigilancia, el control se ex-
tiende cada vez mas, en el tiempo y en el espacio, y aumen-
tan las capacidades del Estado para la pacificación interna
y las operaciones militares externas. El control del Estado
moderno es diferente del control de la comunidad local y de
la intervención armada del Estado tradicional. Sus medios
de control y castigo son la policía, el derecho codificado y el
encarcelamiento; éstos, a su vez, están ligados al predomi-
nio de las relaciones de intercambio en la producción, al
control civil sobre los militares y a la ampliación de la ciu-
dadanía. Una interesante consecuencia de estos cambios es
que el Estado moderno recurre menos a la violencia para
controlar a la población; la vigilancia y la normalización dis-
ciplinaria realizan buena parte de la tarea de regularizar las
actividades en el tiempo y en el espacio [GIDDENS, 1985, 183-

9 Para una crítica de las pretensiones foucaultianas de Giddens, ver: BoYNE,


1991.

110
192]. Estas ideas son desarrolladas por Dandeker, quien
presenta una tipología de los Estados basada en los meca-
nismos de vigilancia y los intereses que satisfacen [DANDEKER,
1990].
Entender la obras de Foucault es casi tan complicado
como descifrar las notas de Gramsci, pues Foucault nun-
ca codificó su trabajo y sus opiniones tendían a cambiar
en cada monografía. No obstante, para nuestros propósi-
tos, debe tenerse en cuenta que después de atacar las
visiones ortodoxas del Estado y las relaciones de poder
su interés se centró en el papel de los discursos políticos
y del arte de gobernar en el surgimiento y la transforma-
ción del Estado moderno. Con sus ideas sobre la ubicui-
dad de las relaciones de poder, la asociación entre poder
y conocimiento y la gobernabilidad, Foucault ofrece un
importante correctivo teórico y práctico a los análisis más
unilaterales y esencialistas de la teoría marxista del Es-
tado y a la tendencia a presuponer el Estado propia del neo-
estatismo. Pero su obra es todavía vulnerable a la crítica
•. de que tiende a reducir el poder a una técnica universal
(sea la vigilancia del panóptico o la normalización disci-
plinaria) y a ignorar el modo en que las relaciones
patriarcales y de clase modelan el Estado y el ejercicio
más general del poder, así como la importancia perma-
nente del derecho, de la violencia constitucionalizada y
de la burocracia en el funcionamiento del Estado moder-
no [PouLANTZAS, 1978 ]. Además, aunque tenga el mérito
de prestar atención a la ubicuidad del poder, su obra poco
mencioha las bases de la resistencia (salvo un supuesto
espíritu de revuelta plebeyo). Y, aunque Foucault después
reexaminó el Estado y el arte de gobernar, los estudios
foucaultianos aún tienden a ignorar el complejo carácter
estratégico y estructural del Estado. Éstos poco se intere-
san en las condiciones organizacionales que hacen posi-
ble, así sea a medias, que un Estado emprenda acciones
efectivas; al mismo tiempo, muestran escaso interés en
las diversas limitaciones de las capacidades de los Esta-
dos, aun de los mejor dotados. Ambas cuestiones exigen
ocuparse de factores institucionales y organizacionales
que rebasan los conceptos y supuestos típicos del foucaul-
tianismo.

111
Teoría feminista del Estado
Es un lugar común decir que el feminismo carece de una
sólida teoría del Estado [MAcKrNNON, 1983; y CONNELL, 1990].
Las feministas han desarrollado sus propias teorías de gé-
nero y de la "generización" de las relaciones sociales, pero
cuando se interesan en el Estado sus ideas sobre su natu-
raleza y forma general son importadas desde fuera. Esta
observación no pretende subvalorar las sólidas críticas fe-
ministas a la teoría política ni menospreciar sus importan-
tes explicaciones de aspectos de género particulares rela-
cionados con el funcionamiento y el impacto de los Estados.
Por el contrario, busca mostrar las dificultades para elabo-
rar explicaciones propiamente feministas de la forma y las
funciones generales del Estado.
Además, no todas las feministas aceptarían que el femi-
nismo necesita, intelectual o políticamente, dicha teoría.
Así, Allen sostiene que las feministas deberían dedicarse a
desarrollar conceptos ajustados a una agenda teórica y
•. política feminista, y rechazar las teorías del Estado exis-
tentes "con [sus] definiciones, parámetros y objetivos ana-
líticos derivados de posiciones políticas distintas del femi-
nismo" [ALLEN, 1990, 21]. En este contexto, convoca a las
feministas para que se centren en categorías tales como el
control policial, el derecho, la cultura médica, la cultura
burocrática, el crimen organizado, el fraternalismo, el
paternalismo, la misoginia, la subjetividad, el cuerpo, la
sexualidad, los hombres, la violencia, el poder, el placer,
etc., que se relacionan más directamente con los intereses
políticos feministas [ALLEN, 1990, 28]. En otros casos, lo
que suscita el rechazo de las teorías existentes no es tanto
su significado irrelevante como su "sesgo masculino" ma-
ligno o, peor aún, su carácter falocrático y su efecto para-
lizante sobre el pensamiento y la movilización feministas
[MAcKINNON, 1983, 1986]. Pero otras feministas llaman a
sus hermanas para que teoricen las complejidades del po-
der del Estado justamente a causa de su difundido impac-
to sobre las relaciones de género. Así, Brown afirma que
las feministas necesitan analizar el Estado porque es esen-
cial para muchos temas de las mujeres y porque muchas
mujeres son dependientes del Estado [BROWN, 1992, 7; y
FRANZWAY et al., 1989, 12-13]. Pero, en vez de una teoría
única, válida para todo propósito, incapaz de captar la com-

112
-------

plejidad estratégica real del Estado, sus discursos y tecno-


logías de poder, Brown sugiere desarrollar enfoques basa-
dos en diversas teorías del Estado, que capten los distin-
tos rostros que el Estado presenta a las mujeres 1 º.
Las feministas empezaron a abordar el Estado con un
intento de matrimonio entre feminismo y marxismo [MAHON,
1991; y PRINGLE y WATSON, 1992]. Este intento fue una co-
rriente importante dentro del resurgimiento de la teoría del
Estado en los setenta y se caracterizó por el intento de injer-
tar una teoría de la reproducción o patriarquía en los análi-
sis marxistas de la producción, a fin de mostrar que la
patriarquía era funcional para el capitalismo y que la su-
pervivencia de este sistema dependía de formas sociales es-
pecíficas de reproducción de la fuerza de trabajo y de las
relaciones de género, así como de relaciones sociales de pro-
ducción particulares [MclNTOSH, 1978; y EISENSTEIN, 1981].
Durante algún tiempo, el enfoque dominante en la teorización
feminista del Estado fue, de hecho, el feminismo marxista
[PRINGLE y WATSON, 1992]. Quizá por esta razón los esfuer-
•.
zos para desarrollar una teoría feminista del Estado adop-
taron a menudo métodos de construcción teórica similares
a los de la teorización marxista más general. Así, se pueden
distinguir tres formas principales de vincular los intereses
feministas con el Estado: los métodos de subsunción, deri-
vación y articulación.
Algunas teorías feministas radicales simplemente subsu-
men todos los Estados dentro de la categoría envolvente de
dominación patriarcal: cualesquiera que sean sus diferen-
cias, todos los Estados son expresiones de la patriarquía o
falocracia y, por tanto, deben ser impugnados. Esta argu-
mentación asimila el Estado a la patriarquía en general o
identifica mecanismos de género específicos en el Estado.
Para algunas feministas, la patriarquía está difundida por
toda la sociedad, y el Estado sólo es otra institución que
trata a hombres y mujeres en forma desigual, adopta el punto
de vista masculino y sirve y refuerza los intereses de los
hombres en tanto sexo. Por tanto, el Estado sólo es un lugar

10 Brown identifica cuatro rostros: a) Jurídico-legislativo o liberal (un tema ade-


cuado para la jurisprudencia feminista); b) Capitalista: derechos de propiedad
y capitalismo; c) Prerrogativa: poder arbitrario legítimo que define al Estado
como tal (policía, ejército, seguridad); y d) Burocrático [BROWN, 1992, 13-14].

113
más de dominación masculina sobre las mujeres; en el me-
jor de los casos, sirve a la "patriarquía general" [MIES, 1986,
26]. En sus versiones más complejas, ese enfoque ve al Es-
tado como una forma peculiar de dominación patriarcal o
falocrática con efectos determinados (y específicos) sobre las
relaciones de género; de modo que genera relaciones de po-
der particulares a través de la selectividad, las capacidades
y las necesidades estratégicas patriarcales 11 • Sin embargo,
en tanto consideran que la patriarquía define el núcleo del
Estado y que todo lo demás carece de importancia, estas
visiones son subsuncionistas 12 •
Otras feministas intentan derivar la forma y las funcio-
nes del Estado patriarcal de los imperativos de la reproduc-
ción (y no de la producción), de las cambios en las formas
de dominación patriarcal o de la naturaleza del modo de
producción "doméstico". Estos trabajos tienen el mismo tipo
de problemas teóricos que el debate de la derivac}ón mar-
xista, es decir, el supuesto de que la forma sigue necesaria-
mente a la función, y la consiguiente negación de cualquier
'· autonomía o contingencia real del Estado. En algunos ca-
sos, esto se traduce simplemente en una versión feminista
del economicismo. En otros, en una versión más elaborada
del subsuncionismo que define totalmente los mecanismos
que garantizan el carácter patriarcal del Estado 13 .
Otros trabajos analizan la articulación contingente de las
formas patriarcales y capitalistas de dominación que se cris-
talizan en el Estado. Las mejores obras en este campo confir-
man la importancia del método de articulación: muestran que
las relaciones patriarcales y de género producen diferencias
en el Estado, sin prejuzgar la forma y los efectos de estas dife-
rencias. En otras palabras, "el reconocimiento de la existencia
de desigualdades de género no implica automáticamente que
todos los Estados capitalistas se comprometen en la repro-
ducción de esa desigualdad en la misma forma o en el mismo
grado" [JENSON, 1986, 10; y BRENNER y LASLETI, 1991]. Este

11 La posición de MacKinnon es ambivalente: para ella, el derecho es patriarcal


porque ignora el género y los mismos intereses de género están dados de
antemano [MACKINNON, 1983].
12 Para las críticas a las primeras teorías feministas del Estado, ver: .ALLEN, 1990,
26-27; ANTHIAS y YURAL-DAVIS, 1989, 6; CONNELL, 1990, 516-517; y PRINGLE y
WATSON, 1992, 62-63.
13 Críticas a esta posición se encuentran en: JENSON, 1986.

114
enfoque también revela la importancia de las diferencias entre
mujeres y entre grupos de género, y es un importante correc-
tivo a las formas extremas del fundamentalismo de género.
Las mejores obras académicas feministas sobre la teoría
del Estado tienen profundas implicaciones, pues arrojan du-
das sobre supuestos claves de buena parte del trabajo de
índole masculina. En primer término, es un lugar común
decir que el Estado moderno reclama el monopolio legítimo
sobre los medios de coerción. Las feministas critican esta vi-
sión convencional porque los hombres consiguen ejercer la
violencia contra las mujeres (e incluso matarlas) dentro de
la familia y, mediante hechos, amenazas o el miedo a la
violación, vejar a las mujeres en los espacios públicos. Esto
sugiere que la ortodoxia asocia la separación de la coerción
al sistema de la producción (la explotación toma la forma de
intercambio, y la dictadura la forma de democracia 14 ) y a la
centralización del poder públicamente organizado más que
al ejercicio de la coerción parental o patriarcal en la familia
sobre mujeres y niños. Aun así, las feministas deben agre-
gar que esta legitimación racional-legal de la coerción del
Estado es justamente la forma pública que asume la violen-
cia masculina y que es utilizada realmente para apoyar su
expresión privada dentro de la familia y la sociedad civil.
Este último punto lleva a una segunda contribución esen-
cial de la teorización feminista: su crítica a la distinción jurí-
dica entre "público" y "privado". Esta distinción no sólo sirve
para oscurecer las relaciones de clase (como dicen los mar-
xistas) sino también, y quizá más fundamentalmente, para
ocultar un mecanismo básico de la dominación masculina.
Así, mientras que los marxistas sugieren que el ascenso. del
Estado liberal burgués y la consiguiente separación entre
ciudadano público e individuo privado se basan en el desa-
rrollo del capitalismo, las feministas los ven como el pro-
ducto del ordenamiento patriarcal del Estado burgués
[ErsENSTEIN, 1981]. Mientras que los marxistas tienden a
equiparar la esfera pública con el Estado y la esfera privada
con la propiedad privada, el intercambio y los derechos in-
dividuales, las feministas tienen a equiparar la primera con
el Estado y la sociedad civil y la segunda con la esfera do-
méstica y el supuesto lugar de las mujeres en el orden "natu-

14 ·Esta expresiva afirmación proviene de Moore [ 195 7].

115
ral" de la reproducción. Los hombres y las mujeres tienen
ubicaciones diferenciales en las esferas pública y privada:
en efecto, las mujeres han sido excluidas históricamente
de la esfera pública y han estado subordinadas a los hom-
bres en la privada. Incluso la independencia de los hom-
bres como ciudadanos y trabajadores es una premisa para
que las mujeres los cuiden en el hogar [PATEMAN, 1989a,
120, 123; y 1989b, 203]. Además, donde las mujeres tie-
nen plenos derechos de ciudadanía, su persistente opre-
sión y subyugación en la esfera privada obstaculiza el ejer-
cicio y disfrute de estos derechos [SnM, 1988, 163]1 5 • Por
tanto, la distinción entre "público" y "privado" no sólo es
política sino que la misma organización de la esfera "priva-
da" tiene importantes implicaciones para la selectividad
estratégica del Estado.
Una tercera área de crítica feminista se centra en los vín-
culos entre guerra, masculinidad y Estado. En términos ge-
nerales, como señala Connell, "el Estado arma a los hom-
bres y desarma a las mujeres" [CoNNELL, 1987, 26; y ELSHTAIN,
•.
1987]. En su caso más extremo, esta crítica incluye concep-
tos tales como "sado-Estado" [DALY, 1984], la idea de que el
aparato militar es una simple expresión de la agresividad y
la destructividad mascu.linas o la opinión de que el milita-
rismo y el imperialismo son expresiones violentas del culto
a la masculinidad [FERNBACH, 1981 ]. Lloyd afirma que "la
masculinidad de la ciudadanía y la masculinidad de la gue-
rra han estado conceptualmente ligadas en el pensamiento
Occidental" [1986, 64]. Explicaciones históricas más mati-
zadas muestran que la legitimidad del Estado se estructura
en términos de la masculinidad: mientras que el ancien
régime se organizaba alrededor de nociones tales como el
honor personal y familiar, el patronazgo y el orgullo militar,
el Estado moderno se basa en ideas de racionalidad, cálcu-
lo, orden, jerarquía, códigos y redes masculinas informales
[LANDES, 1988; CoNNELL, 1990, 521; y sobre las burocracias
modernas, públicas o privadas, ver: FERGUSON, 1984].
Los autores no feministas pueden adoptar tres posicio-
nes generales sobre la obra feminista: a) Considerarla total-

15 Las feministas usualmente critican los efectos opresivos de la separación en-


tre público y privado; pero Elshtain [1981] sostiene que las mujeres que par-
ticipan en la vida pública deben sacrificar los valores maternales enraizados
en la vida familiar.

116
mente irrelevante; b) Aceptarla como un complemento más
o menos importante a las contribuciones básicas de otras
explicaciones; oc) Saludarla como un desafio fundamental
al saber recibido. La primera posición es insostenible, pues
-como sugiere la segunda posición- la investigación femi-
nista demuestra que las teorías restantes ignoran o margi-
nan aspectos esenciales de la forma y las funciones del Es-
tado y brindan nuevos ejemplos acerca de cómo la forma
problematiza la función y crea contradicciones, dilemas y
conflictos específicos. Esto es válido no sólo para el mands-
mo convencional y los enfoques neoestatistas, sino también
para los recientes análisis en la línea de Foucault (para apre-
ciaciones feministas criticas de este último, ver: MARTIN, 1982;
y SAWACKI, 1991). Además, de acuerdo con la tercera posi-
ción, parte de la investigación feminista revela fallas bási-
cas de gran parte de la teorización de sesgo masculino. Por
tanto, una explicación adecuada de la complejidad estraté-
gica del Estado debe incluir las percepciones feministas cla-
ves sobre la naturaleza de género de la selectividad y las
capacidades estructurales del Estado para la acción, así
como su papel esencial en la reproducción de los patrones
específicos de las relaciones de género.

Análisis del discurso y teoría del Estado sin Estado

La lectura de algunos recientes trabajos analíticos del dis-


curso lleva fácilmente a creer que el mayor secreto de todos
los secretos oficiales es el hecho de que el Estado no existe 16 ,
sino que es una ilusión: un producto del imaginario político.
Su aparición depende de la aceptación de los discursos es-
tatales; el Estado aparece en la escena política porque las
fuerzas que orientan sus acciones hacia el "Estado" actúan
como si éste existiera. Pero, puesto que no hay un discurso
común del Estado (a lo sumo hay un discurso dominante o
hegemónico) y diferentes fuerzas políticas orientan su ac-
ción en tiempos diferentes con diversas ideas del Estado, es
evidente que el Estado es, en el mejor de los casos, un fenó-
meno polivalente y policontextual que cambia de forma y
apariencia con las fuerzas políticas que actúan hacia él y las
circunstancias en que lo hacen. Esta idea aparentemente

16 Esto se sugiere, por ejemplo, en ABRAMs [ 1988, 77].

117
herética ha sido propuesta desde diversas perspectivas y
los siguientes párrafos las ilustrarán con tres ejemplos dife-
rentes.
1. Al revisar los intentos de los marxistas y de otras co-
rrientes por definir el Estado como una entidad, un agen-
te, una función o una relación política material distinta,
Abrams señala que esos intentos sólo crean dificultades, y
sugiere abandonar el Estado como objeto material de es-
tudio, pues el conjunto institucional que abarca al gobier-
no puede estudiarse sin recurrir al concepto de Estado, y
la "idea de Estado" puede estudiarse, a su vez, como la
(errónea) representación colectiva de las sociedades capi-
talistas que sirve para enmascarar la verdadera naturale-
za de la práctica política [ABRAMS, 1988]. Los teóricos de
los sistemas políticos condenan a menudo los pantanos
conceptuales y los insulsos debates que acompañan a la
teorización del Estado [EASTON, 1981]. Pero la posición de
Abrams es, a la vez, más positiva y más negativa porque
considera que la "idea de Estado" desempeña un papel cons-
•. titutivo en la modelación y el enmascaramiento de la do-
minación política. A su vez, este papel exige un análisis
histórico de la "revolución cultural" (o transformaciones
ideológicas) involucrada cuando se transforman los siste-
mas de Estado [CORRIGAN y SAYER, 1985].
2. Melossi hace un planteamiento similar: aboga por una
"teoría del Estado sin Estado", es decir, por el reconoci-
miento de que el Estado es un concepto jurídico, una idea
que permite que las personas hagan el Estado, para dotar-
se a sí mismas y a las demás de razones y fundamentos
para sus propias acciones. Como tal, ésta puede ser usada
reflexivamente por muy diversos tipos de funcionarios para
crear un vocabulario de motivos para sus (in)acciones y
explicar la unidad del Estado en una sociedad civil dividi-
da y desigual [MELossi, 1990, 2, 6, 150]. Esto implica, a su
vez, que la autonomía del Estado no debería considerarse
como una propiedad reificada de un Estado reificado; por
el contrario, varía con el grado de autonomía con que las
élites se ven dotadas a sí mismas en lugares específicos y
momentos particulares [MELoss1, 1990, 128; y WATSON,
1990, 7].
3. Una idea similar -la de que el "Estado" es una simple
autodescripción o modelo interno del sistema político- ha
sido planteada desde perspectivas teóricas muy diferentes

118
por los teóricos de los sistemas autopoiéticos 17 . La carac-
terística esencial de los sistemas autopoiéticos es su radical
autonomía operacional, que surge de su capacidad para de-
terminar sus propios códigos y programas operacionales y
para reproducirse (o transformarse) a sí mismos a pesar de
los intentos de control desde afuera y de otras influencias
perturbadoras de su medio ambiente. Uno de esos sistemas
es la economía moderna como sistema de pagos auto-organi-
zado (así como los marxistas plantean la autovalorización
del capital). Otros dos sistemas de este tipo son el sistema
legal (el sistema autocontenido y automodificante asociado
con las decisiones legales obligatorias) y el sistema político
(un circuito de poder que une a gobernantes y gobernados y
produce decisiones obligatorias para todos los participan-
tes). Puesto que el poder circula continuamente a través del
sistema político, es erróneo reificar el Estado tratándolo como
si fuera una entidad distinta con sus propios poderes y re-
cursos. Ciertamente, la dinámica centrífuga de las socieda-
des modernas funcionalmente diferenciadas significa que el
•.
Estado ya no puede desempeñar el papel de orden superior
(superordinate role) que le atribuía la antigua teoría política
moderna. Es mejor entenderlo como el medio por el cual los
participantes simplifican los problemas de la acción política,
polarizándolos alrededor de la cuestión del gobierno y la opo-
sición. Y la política, a su vez, debería verse como un sistema
más de una sociedad policéntrica, esencialmente anárqui-
ca. Ni la política ni el "Estado" son de orden superior o sobe-
ranos; por el contrario, son medios para ofrecer a la socie-
dad decisiones legítimas y obligatorias sobre los bienes co-
lectivos. Éstos incluyen la seguridad interna y externa (en
que el poder infraestructura! para asegurar este bien colec-
tivo se basa en la violencia organizada); la seguridad econó-
mica y social (en que el gob¡erno juega un papel clave para
controlar los recurs'bs fiscales y financieros); y, más recien-
temente, la seguridad tecnológica y ecológica (en que las
capacidades infraestructurales se basan en el conocimiento
organizado colectivamente). Cada una de estas tres formas
de seguridad corresponde a proyectos políticos y formas de

17 Es imposible dar una explicación adecuada de los sistemas autopoiéticos en


este artículo; introducciones al tema se encuentran en LUHMANN [ 1989] y JESSOP
[1990].

119
intervención particulares. Así, la política contemporánea se
ocupa ante todo de cómo "guiar" mejor los demás sistemas
funcionales sin intervenir directa e infructuosamente en su
funcionamiento. Se ha dicho que esto se logra mejor defi-
niendo los parámetros dentro de los que deben funcionar,
produciendo conocimientos sobre las consecuencias exter-
nas no buscadas de sus acciones y procurando construir
consensos sobre los proyectos sociales 18 •
En los tres casos se observa un rechazo a la reificación
/
del Estado, combinado con un intento de teorizar el papel
de la idea de Estado en el funcionamiento del sistema polí-
tico y de la sociedad más amplia. Este papel es definido
como mistificación, automotivación o autodescripción, pero,
independientemente de la definición, los discursos sobre el
Estado juegan un papel constitutivo clave en la modelación
del Estado como conjunto complejo de relaciones políticas
ligadas a la sociedad como un todo. Este enfoque contrasta
marcadamente con la reificación de la distinción entre so-
ciedad y Estado que propone la teorización centrada en el
Estado. También ofrece una mirada diferente del rechazo
foucaultiano a las explicaciones ortodoxas del Estado, acla-
rando la función de esas explicaciones dentro del sistema po-
lítico. Y, al menos en relación con la teorización autopoiética,
ofrece razones adicionales, basadas en la teoría de siste-
mas, para objetar que el Estado moderno es una autoridad
superior y soberana colocada por encima de la sociedad y a
la cual controla desde fuera. En las conclusiones explora-
mos con más detalle las implicaciones de esta teorización
"sin Estado" del Estado.

Dos NUEVAS DIRECCCIONES DE INVESTIGACIÓN

La investigación básica sobre el Estado ha experimentado


un explosivo crecimiento en los años recientes y es imposi-
ble revisar siquiera una pequeña fracción de la literatura.
Pero merecen mencionarse dos temas que han atraído con-
siderable atención desde diversas perspectivas y que pue-
den ser un útil punto de confrontación entre los enfoques

18 Ver: LUHMAN, 1989; TEUBNER, 1989; y, más importante en este contexto, WILLKE,
1992. Sobre las capacidades y el conocimiento del Estado ver: WAGNER, 1989;
y WITIROCK, 1989.

120
teóricos antes mencionados: la variabilidad histórica de la
existencia (o inexistencia) del Estado y la fuerza o debilidad
relativa de los Estados. Ninguno de ellos puede entenderse
sin superar el tipo de teorización abstracta que caracterizó
las primeras etapas del redescubrimiento del Estado, y am-
bos plantean un tipo de problemas teóricos y empíricos que
sólo puede descifrar una estructura teórica sofisticada y bien
desarrollada.
El primer tema, el interés en la ausencia de Estado, ha
sido suscitado por la creciente insatisfacción con el carác-
/
ter abstracto de gran parte de la teoría del Estado (especial-
mente con su supuesto de un Estado ubicuo, unificado y
soberano) y por el creciente interés en la variabilidad histó-
rica de los Estados reales. Esto ha llevado a que algunos
teóricos traten el Estado como una variable conceptual y
estudien la presencia diferencial de la idea de Estado [NETIL,
1969; DYSON, 1982; y MELOSSI, 1990], y a que otros analicen
la presencia diferencial del Estado como forma política es-
pecífica; así, Badie y Birnbaum distinguen entre el centro
•.
político necesario para cualquier división social del trabajo
compleja y el Estado como uno de los posibles loci
institucionales de ese centro. Los rasgos propios del Estado
son su fuerte diferenciación estructural, su autonomía, su
universalismo y su solidez institucional. Francia es el Esta-
do arquetípico de una sociedad centralizada; Gran Bretaña
tiene un centro político pero no un Estado; Suiza no tiene
Estado ni centro y Alemania tiene Estado pero no centro
[BADIE y BIRNBAUM, 1983 ]. Estos enfoques deberían ser bien
recibidos porque historizan la idea de Estado y destacan la
variedad de sus formas institucionales. Un creciente núme-
ro de estudios ha explorado estas cuestiones a todas las
escalas, desde la local hasta la internacional, prestando gran
atención a la variación al meso-nivel.
Y respecto del segundo tema, si la ausencia de Estado
como variable atañe a la institucionalización del Estado como
tal, el interés en la fortaleza o debilidad del Estado atañe a
los factores que contribuyen a la fortaleza del Estado. Ésta
puede interpretarse de dos maneras: internamente, se re-
fiere a las capacidades del Estado para ejercer la autoridad
sobre la sociedad; externamente, se refiere al poder del Es-
tado dentro de la comunidad internacional de Estados
[HANDEL, 1990]. Esta preocupación se liga a menudo con el
interés en la capacidad del Estado para penetrar y organi-

121
zar el resto de la sociedad, y es especialmente marcada en los
trabajos recientes sobre los Estados depredadores y en desa-
rrollo (developmental state). Mientras que el Estado depreda-
dor es esencialmente parasitario con respecto a la economía
y la sociedad civil, el Estado en desarrollo es capaz de desa-
rrollarse por sí mismo. Mientras que el Estado depredador
posee una buena dosis de poder despótico, los Estados en
desarrollo mantienen un equilibrio entre el poder despótico y
el poder infraestructura!, y lo manejan en formas que se
adecúan al mercado [CASTELLS, 1992; EVANS, 1985; JOHNSON,
1987; y LEVI, 1988]. Un problema de esta literatura es que
hace un marcado contraste entre Estados fuertes y débiles;
además, existen diversas interpretaciones acerca de la forta-
leza (o la debilidad), que dificultan un análisis coherente 19 •
Más seriamente, parte de esta literatura corre el riesgo de ser
tautológica en la medida en que la fortaleza se define exclusi-
vamente en términos de los resultados [LAURIDSEN, 1991;
MIGDAL, 1988]. Una posible solución consiste en permitir una
mayor variabilidad en las capacidades del Estado por área de
•.
política a través del tiempo y en coyunturas específicas; ésta,
a su vez, exige un enfoque "estratégico-relacional", como se
verá en la próxima sección.

¿UNA AGENDA POSIBLE?

La teorización reciente del Estado es más variada de lo que


era en los setenta, aunque las corrientes antes mencionadas
parecen haber seguido una trayectoria o curva de aprendiza-
je similar a la que recorrió el debate marxista. Este último,
originado en una crítica a las supuestas ilusiones reformistas
de las explicaciones socialdemócratas y pluralistas del Esta-
do e interesado en mostrar por qué el Estado en una socie-
dad capitalista era necesariamente un Estado capitalista,
luego se vio forzado a reconocer cada vez más la contingen-
cia de las formas y regímenes del Estado y la variación de
sus capacidades y su desempeño. Esto, a su vez, alentó el
abandono de la teorización altamente abstracta con su clau-

19 Se ha afirmado que los Estados son fuertes porque hay un amplio sector
público, un gobierno autoritario, un fuerte apoyo de la sociedad, una sociedad
civil débil y gelatinosa, burocracias cohesivas, una política intervencionista o
poder para limitar las interferencias externas [LAURIDSEN, 1991, 117].

122
sura prematura de muchos problemas importantes y llevó
el análisis a niveles institucionales más concretos. Este én-
fasis en la contingencia ayuda a explicar el desarrollo de las
dos percepciones mencionadas en la primera sección, a sa-
ber, que la forma problematiza la función y que el Estado es
un conjunto institucional que tiene una selectividad estruc-
tural y unas capacidades estratégicas variables.
Otras corrientes aquí analizadas tienen problemas simi-
lares, especialmente las teorías feministas del Estado, que
muestran un creciente interés en la "generización" estraté-
gicamente selectiva del Estado y su acople estructural con
otros órdenes institucionales de la sociedad. Y, a un nivel
más práctico, las feministas han descubierto algunos de los
problemas que implica trabajar en y contra el Estado de
género [CoNNELL, 1991; WATSON, 1990]. Así mismo, a pesar
de su inclinación a reificar la distinción entre sociedad y
Estado, la teorización centrada en el Estado ha subrayado
la diferencia que los regímenes específicos producen en la
naturaleza y el impacto del proceso político. Además, aun-
•. que los análisis foucaultianos han mostrado menos interés
en las propiedades estructurales más abstractas del Esta -
do, han sido muy sensibles al papel constitutivo de las prác-
ticas políticas y del arte de gobernar en la modelación de los
regímenes y sus capacidades para gobernar [GORDON, 1991 ].
Por otra parte, la teoría autopoiética, después de reducir
inicialmente el Estado a poco más que una autodescripción
del sistema político, recientemente ha dado énfasis a la va-
riabilidad de sus capacidades infraestructurales, a la rela-
ción problemática entre su radical autonomía operacional y
la interdependencia sistémica de los diferentes órdenes
institucionales y al papel "irónico" del discurso político en
la orientación de la evolución social [WILLKE, 1992]2°. A la
inversa, se mantiene y perdura la debilidad de la investiga-
ción estrictamente analítica del discurso sobre el Estado, la
cual carece del aparato conceptual para entender la selecti-
vidad estructural del sistema estatal o la variabilidad de las
capacidades y debilidades del Estado [JEssoP, 1990]. En sín-
tesis, no obstante el debido reconocimiento de las diferen-
cias entre los enfoques teóricos aquí revisados, es posible

20 Irónico en el sentido rortyano de compromiso político consciente de su propia


contingencia y probable alteración futura; ver: WILLKE, 1992.

123
identificar una notoria convergencia sobre un pequeño y sig-
nificativo conjunto de temas basados en la creciente aten-
ción a la contingencia de los aparatos y el poder del Estado 21 •
Al identificar y analizar estos temas, también se puede iden-
tificar una agenda de investigación provechosa para una ter-
cera generación de teorizaciones sobre el Estado. Este ejerci-
cio no pretende excluir agendas alternativas ni prejuzgar los
resultados de la siguiente ronda de debates. Sin embargo, el
hecho de señalar áreas de convergencia y divergencia puede
servir para aclarar las cuestiones teóricas críticas y los te-
mas de investigación que pueden ayudar a resolver las dis-
putas entre los diferentes enfoques.
En primer lugar, todos estos enfoques parecen concordar
en que es necesario destronar al Estado de su posición supe-
rior dentro de la sociedad y considerarlo simplemente como
un ordenamiento institucional entre otros más. Los marxis-
tas ya no lo consideran como un capitalista colectivo ideal;
los neoestatistas ya no lo ven como un sujeto legal soberano;
•.
ha sido deconstruido por los foucaultianos; las feministas ya
no lo conciben simplemente como el patriarca general; y los
analistas del discurso así como los teóricos de la autopoiesis
consideran que se constituye, sea irónicamente o no, a tra-
vés de prácticas discursivas contingentes o comunicativas.
En suma, el Estado se percibe como un sistema emergente,
parcial, inestable e interdependiente de otros sistemas en un
orden social complejo. Esto amplía el campo de contingencia
del Estado y de sus operaciones e implica la necesidad de
una investigación más concreta, históricamente específica,
institucionalmente sensible y orientada a la acción. Todas
las escuelas teóricas mencionadas se preocupan, en formas
diversas, por elaborar tales análisis. Estas preocupaciones
también animan el creciente número de investigaciones bá-
sicas sobre la ausencia de Estado y la relativa fortaleza (o
debilidad) de los regímenes políticos particulares. Todo esto
indica un importante avance general en la flexibilización de
los discursos que equiparan el Estado a una simple cosa o

21 Ya había identificado estos temas en mi libro State Theory [ 1990 ]. Es claro que
existe el peligro de leer las demás trayectorias teóricas en términos de esta
convergencia pero, con las precauciones debidas, parece que los temas si-
guientes se difunden e informan cada vez más la investigación actual sobre el
Estado.

124
sujeto y no pueden considerar su variabilidad como una
relación social compleja dentro de formaciones sociales
dadas.
En efecto, los poderes y capacidades estructurales del
Estado no pueden entenderse concentrándose únicamente
en el Estado, y éste debe ser analizado en un contexto "es- 1:
tratégico-relacional" [BERTRAMSEN et al., 1990]. En virtud de
su selectividad estructural y sus capacidades estratégicas
siempre específicas, sus poderes siempre serán condiciona-
les o relacionales. Su realización depende de los vínculos
/ estructurales entre el Estado y el sistema político que lo
abarca, de los vínculos estratégicos entre los administrado-
res del Estado y otras fuerzas políticas, y de la compleja red
de interdependencias y redes sociales que unen al Estado y
al sistema político con su entorno general. Es en este punto
donde el neoestatismo muestra su debilidad, debido a su
tendencia a reificar la distinción entre Estado y sociedad, y
donde los trabajos de análisis del discurso a menudo igno-
ran las condiciones estructurales, profundamente enraizadas
y extradiscursivas, que determinan la efectividad del poder
del Estado. Aunque los demás enfoques tendrían pocas difi-
cultades para suscribir este tema.
Finalmente, esto sugiere que una teoría del Estado ade-
cuada sólo puede producirse como parte de una teoría mas
amplia de la sociedad. Aunque los neoestatistas rechazan 1,

por principio el enfoque centrado en la sociedad con base


en argumentos relacionados con la sociedad en un sentido
más amplio, ambos enfoques revelan la lógica y los intere-
ses propios del Estado y estudian las condiciones para su
autonomía y efectividad. Los estudios foucaultianos, femi-
nistas y de análisis del discurso se orientan aún más clara-
mente hacia objetivos más amplios: Foucault parte de una 1

microfísica del poder socialmente dispersa, el feminismo se ' 1

interesa en las relaciones de género y la teoría del Estado sin


Estado parte de la constitución discursiva del Estado. Los
trabajos marxistas recientes también continúan, por supues-
to, asociando el Estado con el capitalismo y la anatomía de
la sociedad civil. Sin embargo, es precisamente aquí donde
se encuentran muchos de los problemas no resueltos de la
teoría del Estado, pues éste es el lugar de una paradoja: por
un lado, es un conjunto institucional entre otros dentro de
una formación social y, por otro, tiene a su cargo la respon-
sabilidad global de mantener la cohesión de la formación
1

''I
125
social de la cual forma parte. Su posición paradójica como
parte y conjunto de la sociedad significa que las diversas
fuerzas sociales lo llaman continuamente a resolver los pro-
blemas de la sociedad y que igualmente es obligado conti-
nuamente a mostrar "la falla del Estado", pues muchos pro-
blemas de la sociedad están por fuera de su control e inclu-
so pueden ser agravados por su intervención. Muchas de
las diferencias entre las teorías del Estado aquí estudiadas
tienen su raíz en los enfoques opuestos sobre los diversos
momentos estructurales y estratégicos de estas paradojas.
Intentar entender la lógica global (o, quizá, la ilógica) de
esta paradoja puede ser la mejor vía para resolver algunas
de estas diferencias así como para proporcionar un análisis
más comprensivo del carácter estratégico-relacional del Es-
tado en una formación social policéntrica.

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