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ESTADO DE BIENESTAR

Giddens
considera que el Estado del bienestar, en su configuración actual, no está siendo capaz de dar respuesta a
los grandes cambios, y a la nueva situación social que se ha producido en los países desarrollados. El Estado
del bienestar se propuso, como objetivo prioritario, la consecución del pleno empleo. Para ello se basaba en
la importancia económica de la producción en serie, y en la organización centralizada entre el capital y el
trabajo asalariado…..
Desde mi punto de vista, únicamente no se puede dar respuesta a los cambios de bienestar en lo países que
calcularon su política a mediano plazo, y poca explotación de todo el compendio de rubros económicos
productivos como una política eficaz de intereses que benefician a los ciudadanos. Tampoco se previo una
política de empleo a la mujer, que cada día se integra mas al trabajo rompiendo barreras y tabúes en algunas
sociedades.
Algunos o en su mayoría los países tomaron en cuenta solo los habitantes existentes para el momento sin
calcular cuanto podía crecer la población a futuro. Otro caso de un mal Estado de Bienestar lo producen los
países del tercer mundo o subdesarrollados, en donde prevalece la corrupción de los gobiernos propiciando
un éxodo de los ciudadanos a países con mayor nivel de desarrollo, pero sin una política de futuro para estos
casos de crecimiento poblacional y que ocasiona mayor problema al bienestar equilibrado.

Alberto Saco Alvarez


El concepto de bienestar social tiene sus orígenes en el consenso alcanzado en las sociedades occidentales
tras la segunda guerra mundial para trascender el conflicto de clases garantizando unas mínimas condiciones
de vida a la población como parte de sus derechos. Al derecho a la educación se suman el derecho a la
sanidad y una serie de prestaciones que inciden sobre la vivienda, el empleo o los servicios sociales, dando
lugar al denominado Estado Social de Derecho (Heller,1942/1974)75 . La necesidad de intervenir para
proveer de un sistema de protección social a la población es un requisito para que la modernización se
produzca sin que se acentúe la polarización social y el conflicto de clases, además de paliar situaciones de
desprotección nuevas, consecuencia del desplazamiento de poblaciones del campo a la ciudad y de los
consiguientes cambios en la estructura familiar (Titmuss, 1959). En este sentido, el Estado de bienestar está
íntimamente ligado al proceso de industrialización. El papel del Estado en la provisión de esta protección es
básico y se enmarca en el contexto de políticas económicas de corte keynesiano. Además se halla legitimado
por un consenso social amplio sobre la necesidad y alcance de esta intervención. A partir de esta concepción
es comprensible que desarrollo y bienestar social se hayan considerado como equivalentes en las sociedades
económicamente avanzadas76 . El problema surge cuando se trata de mejorar las condiciones de vida de
zonas económicamente atrasadas, ya que se entiende que es necesario un despegue económico previo de la
misma forma que ha tenido lugar en los países desarrollados. Para invertir recursos en la mejora de las
condiciones de vida de la población, sería necesario contar con estos recursos sin detraerlos de aquellos que
son necesarios para realizar inversiones productivas. De lo contrario, se entiende que la inversión en sanidad
y educación
pueden retrasar o impedir el despegue económico y realimentar un círculo vicioso de pobreza agravado
además por el ritmo de crecimiento demográfico. En el fondo se trata de la célebre polémica entre Godwin y
Malthus que inspiró a éste último su Primer ensayo sobre la población (1798/1988). La discusión versaba
sobre si el ayudar económicamente a las capas más desfavorecidas les ayudaría a salir de su situación o si,
por el contrario, condenaba a la pobreza a las siguientes generaciones. Transición demográfica y desarrollo
económico parecían pues requisitos previos a la consecución de unas mínimas condiciones de vida en los
países en desarrollo.
A esto había que sumar las condiciones extra-económicas para el despegue que propiciaban la organización
y funcionamiento de un mercado interno, misión a realizar fundamentalmente por el Estado-nación, lo cual
suponía también un determinado nivel de desarrollo político. Y, finalmente, para cerrar el círculo, había que
contar con la necesidad de favorecer unos mínimos niveles educativos de la población ya que, como se ha
demostrado (Boyer y Richard, 1975) a iguales niveles de desarrollo económico, el factor educativo es el
principal a la hora de controlar el crecimiento de la población. Esto implica la necesidad de invertir recursos
a largo plazo. Esta interrelación de factores hace muy difícil decidir sobre cuál incidir a la hora de trasladar la
experiencia occidental a los países en desarrollo. Esto, unido a las dificultades de tipo técnico con que se
encuentra el paradigma funcionalista para detectar y resolver los problemas sociales en los países en
desarrollo, favorece la respuesta de la teoría de la dependencia. Según ésta, el desequilibrio viene de fuera y
es propiciado por el proceso de desarrollo del mundo occidental. De cualquier manera, funcionalistas y
marxistas compartirían la distinción entre bienestar y desarrollo. El primero, aplicado a los países ya
desarrollados, el segundo a los países atrasados. Esto implica que el bienestar sería una 283 consecuencia
del desarrollo y no al revés. Se trata pues de una concepción de bienestar claramente sesgada por los
valores occidentales77 .
El concepto de bienestar sufre una crisis notable al tiempo que el propio concepto de desarrollo. Desde una
posición neomarxista, Offe (1990) habla de una doble crisis, fiscal (por la carga que supone el Estado de
bienestar para el sistema económico) y de legitimidad (por la cada vez mayor ineficiencia para cubrir las
expectativas de la población). Estas contradicciones del Estado de bienestar obedecen a su imposibilidad
para producir eficientemente recursos públicos y a las dificultades añadidas por el gasto social para la
competitividad del aparato productivo a escala internacional (Pfaller, Gough y Therborn, 1993). En el fondo
de esta doble crisis, que afecta a unos y otros países, se encuentra una crisis económica mundial provocada
por la subida espectacular del precio del petróleo a mediados de los 70, que da al traste con las perspectivas
de desarrollo y bienestar de unos y otros. La principal consecuencia en los países ricos es una masiva
destrucción de empleo y la inviabilidad de las políticas de corte keynesiano. A esto se suma la percepción por
parte de las capas medias de la población de la posibilidad de responder a sus necesidades desde los
sistemas privados de salud y educación y a una creciente despreocupación por el mantenimiento fiscal de
unos servicios públicos considerados ineficientes y a los que, por motivos de renta, esa misma clase media
que los financia, no tiene acceso (Bauman, 1999). Se produce una segmentación del bienestar paralela a una
segmentación del mercado de trabajo. Frente a este problema de imposibilidad de mantener el Estado de
bienestar en un solo país hay autores que defienden la viabilidad del keynesianismo a escala planetaria,
reconociendo la interconexión entre bienestar y desarrollo. Favorecer el desarrollo en los países atrasados
supondría la ampliación de los mercados y la creación de empleo, lo cual resolvería ambos problemas a un
tiempo (Angelopoulos, 1984). Sin embargo, en los años 80, se optó por un escenario más competitivo en el
que algunos países del denominado Tercer Mundo alcanzan cotas aceptables de desarrollo en períodos
breves de tiempo, especialmente en el sudeste asiático, dando al traste con la visión estructuralista y
estereotipada del subdesarrollo y acentuando la crisis en los países desarrollados por el aumento de la
competencia. De hecho, la crisis del Estado de bienestar viene en gran parte provocada por un aumento de
la competencia en los mercados internacionales, que hacen que el mantenimiento de las condiciones de vida
y de trabajo en los países desarrollados haga sus economías menos competitivas.

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