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Montevideo, 18 de abril de 2018

PARTIDO SOCIALISTA DE URUGUAY


Secretario Nacional de Organización
Compañero Nicolás Núñez Pérez

Estimado compañero:
Si mis registros no fallan, según los padrones partidarios, el próximo 1° de mayo se
cumplen exactamente 19 años de mi afiliación formal al Partido Socialista. Pese a que
comencé a militar siendo prácticamente un niño, en las elecciones de 1994, en un muy
pequeño local que el Partido Socialista alquilaba en la calle Santos Errandonea, casi llegando
la Plaza de Deportes, en mi Salto natal, el ingreso formal alguien lo dio en la fecha antes
señalada. No olvido con la alegría y compromiso que hacía aquella tarea que se me había
encomendado: pintar carteles. Plastillera previamente marcada por un compañero de buen
trazo, lo mío era meterle color, dejando un espacio para que, después, un compañero mayor
hiciera los detalles finales, -es que desde niño las manualidades nunca fueron mi mayor
destreza-. En la bocina colgada afuera sonaba una y otra vez: “El encuentro va creciendo nos
volvemos a encontrar, ¡dale fuerza a la 90, que el encuentro va a ganar!”. ¿Cómo olvidarlo?
Es imposible cuando en el corazón de un niño se planta la esperanza que poco después hará
germinar la pasión y el compromiso con las ideas.
Lo cierto es querido Nico y queridos compañeros, que no se me ha ocurrido escribir
hoy una carta para reseñar mis cortas memorias. No. He elegido esta fecha para cerrar
formalmente un ciclo, que creo realmente ya está cerrado hace algún tiempo. Es esta mi
carta de desafiliación con carácter indeclinable al Partido Socialista. Es esta entonces la
última carta con ese amor de la infancia, de la adolescencia, de la juventud y de los primeros
años de madurez. Ustedes que depositaron en mí tantas responsabilidades en forma tan
temprana (Secretario Dptal de Comunicación, Secretario Dptal de Organización, Secretario
Político Departamental, Candidato a Diputado, Integrante del Comité Central, Secretario
Nacional de Organización, Secretario Nacional de Gobiernos) por lo que les estaré siempre
muy agradecido, entenderán que esta desafiliación no puede, en honor a su propia historia,
escudarse en una frase hecha o en un mero formalismo.
Tampoco voy a exponer en esta carta todas y cada una de las razones que han
fundado este acto. No lo haré porque corremos dos riesgos: el primero que la carta se
convierta en un tedioso tratado; y el segundo dejar expuestas situaciones que para proteger
al Partido se ha optado por no ver. No comparto esa última postura, pero esta desafiliación
implica el renunciamiento definitivo a la batalla interna por cambiar esas cosas y entonces
sería deshonesto de mi parte, ahora desde afuera, dar el debate que se ha perdido adentro.
Despejado ese elenco de razones que podríamos decir se fundan en la ética personal y la
moral colectiva, si me voy a permitir exponer algunas razones organizativas, estructurales e
ideológicas, que no están reservadas como las primeras, pero sobre las cuales tengo el
mismo pesar de derrota.
El Partido Socialista desde hace más de una década está literalmente partido y esto
ya no es novedad para absolutamente nadie. El problema está que en una relación que no
termino de comprender si es causa o efecto, esa fractura tiene consecuencias muy
importantes, sobre la que se ha intentado varias veces ensayar soluciones, terminando todas
en absolutos fracasos.
La primera consecuencia es que el Partido Socialista está ideológicamente paralizado
y desideologizado. Mirado desde afuera ¿alguien puede afirmar cuál es el posicionamiento
ideológico del Partido? Seguramente todos responderán que esto dependerá del ala,
fracción o sector del o de los dirigentes que se analicen. Y el Partido lo sabe, porque además
históricamente ha tenido dificultades para para presentar su posicionamiento ideológico sin
asumirse ni comunista ni socialdemócrata, groso modo. Entonces el “socialismo nacional”
que operó como refugio valido en un determinado contexto histórico, es el fino hilo del que
pende hoy la pesada carga histórica del partido fundacional de la izquierda uruguaya, como
si el tiempo no hubiera pasado. Pero claro está que las tesis del socialismo nacional son
insuficientes para la realidad actual. Un Frente Amplio inmenso, un Partido Socialista que
pierde apoyo elección tras elección; ser gobierno durante 15 años, con un programa que va
agotando aquella base común sobre la que todos estábamos de acuerdo y exige
profundizaciones que pueden hacerse para uno u otro lado, dependiendo del paradigma
ideológico desde donde uno se pare, son algunas de las variables coyunturales que exigen
revisión. Entonces, con un “socialismo nacional” insuficiente, con tesis aprobadas cuyo
debate fue secundario producto de las rencillas internas, pero que además no son parte del
discurso ni de la práctica de las cúpulas directrices, a lo que se suman los recientes
descubrimientos sobre Vivian Trías, que no hacen otra cosa que marcar la necesidad de abrir
y profundizar el debate (sin esconderse en la ridícula postura de que “sobre los muertos no
puede hablarse”), cuestión que no se hace ni se piensa hacer para no exponer la fractura, el
Partido Socialista transita ideológicamente amorfo, lo que trae una segunda consecuencia:
programáticamente dividido.
De qué estamos hablando, de lo ya también archiconocido. Ejemplifiquemos. Por un
lado están los que pregonan una política internacional cuyo hermanamiento está con el
Kirchnerismo, con la Cámpora, con el Partido Socialista Unido de Venezuela, con Podemos,
con el Frente Amplio Chileno, etc. Por el otro los que se recuestan al Socialismo Argentino,
al Chileno, al PSOE, al socialismo francés, etc. Así las cosas, el PS no ha podido tener una
definición clara sobre Venezuela, no logra resolver en su interna si apoya el acuerdo
comercial con Chile, por citar tan solo dos ejemplos. Pero lo mismo sucede en casi todas las
áreas programáticas sobre las que hay debate abierto a nivel de la izquierda. En materia
económica la mitad del PS impulsa el aumento de impuestos, el no abatimiento del déficit
fiscal, la no devolución del FONASA, mientras que la otra respalda la conducción económica
actual de la que es parte central dado su dominio absoluto de la OPP. Todo esto repercute
en una agenda legislativa desperfila, vacía de ideas propias, cuya principal acción es esperar
que el tiempo pase sin que se visualice la fractura. Ni hablar si se contrapone la acción de los
socialistas en el gobierno con las orientaciones de parte de la estructura y del parlamento.
Todo lo que viene de decirse repercute directamente en la estructura interna del
Partido, organizada cual trincheras para futuras batallas internas y ajenas al debate político,
ideológico y programático. Esas estructuras que deberían ser convocadas a una gran síntesis
partidaria y no lo son, determinarán una nueva presentación electoral del PS en el 2019 que
será mucho más contradictoria e indescifrable para el votante que la pasada del 2014, que
marcó un paupérrimo desempeño electoral del PS que solo será comparable con el próximo.
Es que la composición de las listas en el 2014 determinó que mientras la lista al senado era
toda del “partido a” la lista a diputados de Montevideo era del “partido b”. Entonces los
votantes se enfrentaban a una lista 90 que significaba una cosa si escuchaba a sus
candidatos al senado y lo opuesto si escuchaba a un candidato a diputado, mientras quienes
estábamos en la estructura sufríamos acefalía, esquizofrenia y paralización.
Eso llevó a que se impulsara una reforma estatutaria, que sincerara la realidad
interna, permitiendo la libre comparecencia de las corrientes internas bajo la modalidad de
listas, que garantizaran la representación proporcional en todos los ámbitos. Va de suyo que
la reforma estatuaria por sí sola no solucionaba nada, sino que buscaba facilitar un proceso
de síntesis garantizando la libre expresión de las corrientes y la representación de todas las
sensibilidades. Pero la síntesis era fundamental para que funcionaria. Lo cierto es que la
reforma estatutaria se concretó, pero la síntesis no se realizó lo que vino a agudizar el
problema y lo agudizará aún más en las próximas elecciones. Imagínense una lista al senado
encabezada por un representante de un ala y seguida inmediatamente después por uno de
otra, sin coincidencias entre el primero y el segundo sobre ninguno de los grandes temas de
la agenda gubernamental y programática. Replique el problema con la lista de diputados.
Póngase en el lugar del votante ¿qué estará votando?
Estos problemas deberían haber sido el desvelo de la dirección partidaria. Pero a una
dirección agotada, que integré y padecí (y de la que me hice cargo casi en solitario hasta el
último minuto en el más penoso de los Congresos partidarios que recuerde) le sobrevino
otra dirección que a poco de asumir borró de un plumazo los compromisos asumidos con
quienes la impulsamos y se dedicó a administrar la crisis política y económica, preparando
las plataformas personales para las futuras batallas internas, tratando de tejer acuerdos, no
sobre la síntesis de ideas y el postergado debate ideológico, sino sobre el equitativo reparto
de las cuotas partes de poder y posibles acuerdos electorales internos que garanticen la
continuidad de las bancas, por ejemplo.
Estas son algunas de las cosas que me llevan a vaticinar un negro futuro para el
Partido Socialista. Ojalá esté totalmente equivocado. Porque yo sigo creyendo en el
socialismo de don Emilio Frugoni, porque sigo creyendo en la necesidad de una izquierda
ética impulsora de procesos de cambios que garanticen la felicidad de las grandes mayorías,
con los valores de justicia, equidad, igualdad y solidaridad, no declarados en documentos,
estatutos, o cartas, sino predicados en la acción y con el ejemplo.
Lamentablemente me voy derrotado de ese Partido fundado por don Emilio y que
hoy basa su unidad en el afán de mantener los espacios de poder conquistados, sin
contribuir significativamente a la gran alianza política que es el Frente Amplio y mucho
menos contribuyendo con esas mayorías nacionales que deberían ser su razón de ser.
Me voy con el sabor amargo de la derrota y con el dolor de las traiciones. Asumo que
no he podido cambiar esto, asumo mi cuota parte de responsabilidad y me voy porque no
puedo seguir siendo leal a un proyecto en el cual ya no creo. Nunca creí en aquellos que
optan por hacer la suya cuando las resoluciones no le convienen, o cuando la correlación de
fuerzas no les son favorables, y luego, cuando todo pasa o las correlaciones de fuerzas son
otras, vuelven como si nada hubiera pasado. Es una formula muy exitosa dentro del PS, pero
a mí francamente, no me sale.
Tengan claro que me voy sin odios ni rencores. Sé que muchos de ustedes ya me
odian y sé que muchos me odiarán a partir de que esta carta se haga pública. No puedo
pedirles que no lo hagan, solo puedo decirles que yo no voy a hacerlo. Porque en las arenas
políticas ese sentimiento lo guardo solo para los desleales, para los traidores. Con muchos
de ustedes nos hemos tratado con particular dureza, pero los que siento como traidores y
desleales son muy pocos, sobran los dedos de una mano para contarlos.
Confío que esa mayoría de militantes que a lo largo y ancho del país abraza con amor
la bandera, pero que muchas veces termina comprando de buena fe odios ajenos, no se deje
ganar por este sentimiento, porque, aunque ya no revista en vuestras filas, en la lucha por la
causa sin dudas volveremos a vernos, compañeros.
Hasta siempre,

Alejandro Domostoj
Afiliado 55205.

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