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Gobierno de La Rioja
Instituto de Estudios Riojanos
Ayuntamiento de Calahorra
Logroño
2011
Entre Olózaga y Sagasta: retórica, prensa y poder / J.A. Caballero López, J.M. Delgado
Idarreta, C. Sáenz de Pipaón Ibáñez (editores). – Logroño : Instituto de Estudios Riojanos ;
Calahorra : Ayuntamiento de Calahorra, 2011
480 p. ; 24 cm. – (Colección Quintiliano de Retórica y Comunicación ; 14)
D.L. LR. 155-2011. – ISBN 978-84-9960-013-0
1. Retórica. I. Caballero López, José Antonio. II. Delgado Idarreta, José Miguel. III. Sáenz de
Pipaón Ibañez, Cristina. IV. Instituto de Estudios Riojanos. V. Calahorra. Ayuntamiento. VI.
Título. VII. Serie.
946.0”18”:82.085
82.085:946.0”18”
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse,
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Todos los textos incluidos en esta monografía han sido sometidos a evaluación por parte del Consejo
Científico de la colección.
ISBN: 978-84-9960-013-0
Depósito Legal: LR-155-2011
PRESENTACIÓN
José Antonio Caballero López, José Miguel Delgado Idarreta
y Cristina Sáenz de Pipaón Ibáñez (eds.) ................................................................ 13
I. RETÓRICA Y PODER
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turaleza de los vientos que lo turban. E, incluso, cuando Solón quiere recordar
cómo los atenienses caerán bajo la tiranía de Pisístrato por escuchar a sus jefes,
recurre a la metáfora de la tempestad, a través de una tormenta de granizo y
nieve que, desde las alturas, anuncia el desastre político que va a desplomarse
sobre la ciudad3.
Pero existe una metáfora que circula entre los distintos modos de concep-
tualizar la política: la metáfora de la naturaleza. Se trata de una metáfora que
adopta múltiples formas en el curso de la historia y que representa visiones
totalmente distintas en la vivencia y en el pensamiento que la política suscita.
En Aristóteles, por ejemplo, es la idea de la naturaleza como physis del ser
viviente. En este caso, el sistema de la política queda definido como aquello
que gobierna el sistema natural que a su vez regula el grupo particular de los
animales que es la sociedad humana. Y todas las desviaciones se entenderían
como enfermedades, en el sentido hipocrático, del organismo político. Se trata
de una metáfora que nos lleva de nuevo a una época arcaica ligada a la tierra,
a sus cambios y ciclos.
La metáfora aristotélica de la política como organismo ha tenido un éxito
enorme a lo largo de los siglos. A ella se puede contraponer una metáfora mo-
derna, la de la política como artificio.
Ejemplar es en este sentido el Leviatán de Hobbes, en el que puede leerse:
“La Naturaleza está imitada de tal modo, como en otras muchas cosas,
por el arte del hombre, que éste puede crear un animal artificial”4.
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esto tiene mucha relevancia respecto del concepto moderno de certeza o va-
lidez que se hace concreto y explícito en la Crítica de la Razón Pura de Kant.
Una sociedad desprovista de gobierno lleva al desastre de la guerra civil,
es un no valor.
He querido comenzar expresamente con ejemplos clásicos para recalcar
cómo el empleo de la metáfora en política no sólo es un elemento importantí-
simo en el debate contemporáneo sino que, más bien, es constitutivo de la po-
lítica misma. Y ¿por qué? Una solución podría ser la teoría de que la metáfora,
así como el resto de figuras, contiene la capacidad de hacer más aceptable, en
cuanto estéticamente más estilizada, la presentación de pensamientos y accio-
nes políticas. En este sentido, el amplio uso de metáforas que encontramos en
la política tendría una función especialmente ornamental, no constitutiva de la
experiencia política y, al fin y al cabo, prescindible en un discurso político que
pretendiera ser claro y directo. Aquí se encuentra la concepción de que las me-
táforas tienen una función persuasiva en cuanto engañan. Se olvida, desde esta
perspectiva, que para los griegos las metáforas engañan porque realizan apáte,
que es precisamente un acto del intelecto creativo que transforma algo, como
sucede por ejemplo en la Teogonía, donde Hesíodo distingue bien la apáte de
lo falso, cuando las Musas colocan la primera cerca de la verdad.
Mi opinión es precisamente la contraria a la de aquellos que encuentran en
la metáfora un tipo de artificio de la política. Yo creo que las metáforas son
constitutivas, no sólo y no tanto del lenguaje político, sino de la política en
cuanto tal.
Cuanto decimos tiene como punto de partida una concepción del lenguaje
figurado que no solamente rechaza una interpretación exornativa, sino que
tampoco acepta la idea de la figura como desvío respecto de un plano neutro,
ya sea entendido en términos de lenguaje común o científico, ya sea entendido
en el plano denotativo.
En el fondo, estamos tratando de la confrontación entre dos ideas de la
retórica. Una distinción que podremos ilustrar mediante la contraposición en-
tre una concepción aristotélica y una concepción pitagórica de la retórica. Se
ha sostenido, no por error ciertamente, sino quizás por haberse limitado a un
solo aspecto, que la concepción pitagórica de la retórica debe remontarse a
Parménides, quien había distinguido entre un mundo de la verdad, regulado
por el razonamiento científico, y un mundo de la doxa, sometido al engaño de
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que utilizará Lakoff. Supongamos ahora que quisiera describir una batalla con
palabras que pertenezcan al vocabulario del juego del ajedrez. Los lexemas de
este juego determinarán un sistema de inferencias que dominará mi descripción.
La elección de este vocabulario hará que algunos aspectos de la batalla sean su-
brayados, y que otros pasen a un segundo plano, pues el vocabulario del ajedrez
filtra y transforma, y no selecciona meramente, sino que hace emerger algunos
aspectos del combate que de otro modo no serían visibles11.
No se trata, entonces, de una anomalía semántica, sino del modo de conec-
tar el sistema conceptual abstracto con nuestra experiencia, y así construir un
posible conocimiento. En esta dirección ha surgido, a partir de la mitad de los
años 80, el trabajo sobre las figuras desarrollado en el interior de la retórica
general-textual12 y, en una dirección ya psicológica, en la lingüística cognitiva.
Los estudios inaugurados en los años 80 por George Lakoff y Mark John-
son13 han contribuido a presentar una alternativa a la concepción formal de la
mente y del propio significado, interpretando la metáfora como un hecho del
pensamiento y no del lenguaje. La metáfora, en este sentido, se considera un
modo para estructurar los conceptos que permiten comprender abstracciones
como “amor” o “amistad”.
Un ejemplo ofrecido por Lakoff y Johnson, y que nos permite observar lo
que entienden al decir que la metáfora es una cuestión de conceptos, queda
reflejado en la metáfora conceptual “La discusión es una guerra”14. Podemos,
ciertamente, compartir su observación, y decir que esta metáfora está presente
en muchas expresiones comunes. Los dos autores dan los siguientes ejemplos,
que en la traducción italiana y en la española funcionan perfectamente:
11. Idem.
12. Cfr. T. Albaladejo, Retórica, Madrid, Editorial Síntesis, 1989; S. Arduini, “La figura retórica
como universal Antropológico de la expresión”, Castilla. Estudios de literatura, 18, (1993), págs. 7-18 y
Prolegómenos a una teoría general de las figuras, Murcia, Universidad de Murcia, 2000.
13. Véanse G. Lakoff, Women, Fire and Dangerous Things: What Categories Reveal about the
Mind, Chicag.o, University of Chicago Press, 1987 y G. Lakoff y M. Johnson, Metáfora e vita quotidiana,
Milano, Bompiani ed., 1998 o Metaphors we live by, Chicago, University of Chicago Press, 1980.
14. G. Lakoff y M. Johnson, 1998, op. cit, pág. 22.
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17. M. Minsky, “A Framework for Representing Knowledge”, en P. Wiston (ed.), The Psychology of
Computer Vision, New York, McGraw-Hill, 1975, págs. 211-277.
18. N. Elias, La società di corte, Bologna, Il Mulino, 1997.
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tos de la actividad política. Dicho con otras palabras, creo que a las tres clases
de metáforas que hemos señalado (metáforas estructurales, de orientación y
ontológicas) les corresponden momentos diversos de la actividad política y
diversos modos de manifestarse en su desarrollo.
Sin embargo, queremos evitar hablar simplemente de “política”. El uso ge-
nérico de este término puede ser una de las causas de su confusión, en cuanto
que acoge una realidad y diversos comportamientos. Quisiera servirme, con
alguna adaptación, de las tres esferas que la ciencia política ha individualizado
para distinguir tres modos diversos de entender el concepto de política. En
inglés se dispone para ello de tres términos: politics, policy y polity.
Con politics se entiende aquello que tradicionalmente ha sido estudio de la
política por lo menos desde tiempos de Aristóteles. Me refiero a las dinámicas
que tienen los distintos grupos para alcanzar el poder. A partir de los griegos, el
binomio política-poder ha sido efectivamente el centro de la reflexión de la filo-
sofía política, primero, y de la ciencia política, después. En este ámbito, el centro
del problema reside en interrogarse sobre el origen del poder político, sobre
su naturaleza, sobre los principios de su legitimidad, sobre quién o quiénes lo
deban poseer y sobre cómo deben ejercitarlo, en qué forma y con qué límites.
El concepto de policy se refiere a un estadio posterior a la obtención del
poder, y es el momento en el que la política llega a ser gobierno. En este
sentido, la política se convierte en el instrumento para afrontar y resolver con-
cretamente los problemas de un grupo o de una comunidad. Aquí entran las
policies, en otros términos, las políticas públicas. Éstas son un conjunto vasto
y más bien heterogéneo de acciones, disposiciones, decisiones, que van de las
acciones infinitamente pequeñas (por ejemplo, el ayuntamiento que organiza
las fiestas de la ciudad), a las infinitamente grandes (como la intención por
parte de un gobierno de reformar el sistema de pensiones o de modificar los
niveles estándares de las prestaciones sanitarias públicas). En otros términos,
con este segundo aspecto de la política nos referimos a las acciones que quien
gobierna acomete para gestionar los problemas concretos de los miembros del
cuerpo electoral y de todos los ciudadanos.
El término polity, sin embargo, ha sufrido variaciones a lo largo del tiempo
en su significado, pasando de indicar simplemente la forma de gobierno, a sus
problemas legales, hasta llegar a la definición de la identidad y de los confines
de una comunidad política (y aquí estoy pensando en la identidad europea).
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que el mejor instrumento sea aquel que muestra la actuación de las policies
como si fueran algo inevitable, inseparables de los datos concretos que son
las referencias espaciales o las ontológicas. Entran de nuevo en este ámbito
todas las metáforas del Estado como un cuerpo viviente y, en cuanto tal, como
algo natural. Pero también forma parte de esta área la metáfora positiva de la
economía que “tira” del país que ha “levantado cabeza”, o que está “arriba”, así
como en su implicación negativa, cuando hablamos del “desplome” interna-
cional o de la “bajada” del producto interno20. Esta última es particularmente
interesante, porque decir que la economía sufre una bajada y, por tanto, que se
sitúa por necesidad sobre un plano inclinado, significa construir un cuadro de
referencialidad en el que las dificultades vienen imputadas no tanto a las po-
líticas elegidas, sino a la situación objetiva, del mismo modo que el deslizarse
por una bajada no puede ser acusado al escaso equilibrio, sino a un dato de
hecho, propio del terreno.
Muy interesante resulta aquí la metáfora de orientación que considera la ac-
ción política como un “caminar” o un “proceder” en una dirección. Esto supone
que la acción del gobierno puede también ir “hacia delante” o “hacia atrás”. Un
ejemplo de esto podemos encontrarlo en el discurso de Sagasta ante las Cortes
del 28 de febrero de 1855 sobre la libertad religiosa, comentado magníficamen-
te en varios trabajos por José Antonio Caballero López21:
20. A propósito de las metáforas del discurso de la economía es de gran interés R. Sarmiento,
“Sobre la lengua del discurso económico en los medios de comunicación”, en R. Sarmiento y F. Vilches
(coords.), Neologismos y sociedad del conocimiento, Barcelona, Ariel-Fundación Telefónica, 2007, págs.
111-129.
21. Véase J. A. Caballero López, “Retórica del ethôs (imagen de sí) en la oratoria de Práxedes
Mateo-Sagasta”, Rhêtorikê: Revista Digital de Retórica, 1 (2008) págs. 1-21.
22. P. Mateo-Sagasta, Discurso de 28 de febrero de 1855, en Los discursos parlamentarios de
Práxedes Mateo Sagasta, Logroño, Fundación Práxedes Mateo-Sagasta, presentación de J. A. Caballero
López en: http://www.unirioja.es/buscasagasta/listados.jsp.
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cerlo como ningún otro discurso abstracto sería capaz. Sagasta dice, de manera
viva e incisiva, que cualquier decisión sobre la libertad religiosa no puede ser
tomada sobre las bases de ideologías contrapuestas, pero tiene la necesidad
de tener en cuenta muchos factores. Sirven la prudencia y la sagacidad. Te-
nemos aquí el frame del “ir hacia delante” o “hacia detrás” que construye una
estructura cognitiva en la que todos los oyentes pueden reconocerse. Es mu-
cho más que la pura habilidad retórica, pues aquí está presente una metáfora
que perfila un tipo de política. Sagasta nos está diciendo que ciertas policies
que parecen muy avanzadas conllevan en realidad reacciones que echan a
perder todas las conquistas logradas y, por tanto, que hacen retroceder más
que progresar. Es decir, nos encontramos aquí con todo un programa político
reconvertido en una metáfora.
En conclusión, podemos observar que las políticas, por la posibilidad que
ofrecen las metáforas de inventar la realidad, encuentran en éstas un campo
de actuación particularmente interesante. Estos ejemplos, a mi juicio, testimo-
nian el siguiente hecho preciso: que la experiencia política se estructura según
procesos cognitivos en gran parte metafóricos que permiten pasar de grandes
sistemas abstractos a la acción concreta. En este sentido, las metáforas políticas
no son un mero instrumento formal, ni simplemente argumentativo, sino que
construyen un mundo, ofrecen un panorama posible en el que referencialmen-
te podemos situarnos.
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“Por ajustarse a los principios de la naturaleza,
una opinión pública pudo producirse en todos los tiempos
y en todos los lugares, si bien la vitalidad de aquella
facultad depende de las condiciones de la civilización
y de la historia particular de un pueblo.
Es cierto que no hace mucho que se ha acuñado
la palabra opinión pública, así como que, al inventariar
todo el saber humano, la Enciclopedia francesa no le ha
dedicado ningún artículo. Sin embargo, no por eso ha dejado
de existir una misma manera de opinar sobre los
acontecimientos del Estado”