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DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS DEL PROYECTO POLÍTICO LIBERTARIO

Nuestro proyecto político constituye una vertiente de la izquierda chilena que sintetiza
una perspectiva de trasformación arraigada en la tradición política del ideario libertario. Por
libertario entendemos un conjunto de principios y valores que expresan los anhelos de
emancipación del género humano basada en la autodeterminación y libertades plenas para
alcanzar el mayor bienestar colectivo y superar la sociedad dividida en clases sociales. A partir de
esto, definimos a grandes rasgos nuestro proyecto político como:

a) SOCIALISTA AUTOGESTIONARIO: Entendemos que la socialización del poder político y
económico constituye un horizonte emancipatorio que guía nuestro actuar orientado a la
superación de la sociedad de clases. La socialización económica involucra un proceso activo en que
los seres humanos progresivamente organicen la economía por medio de la planificación de la
misma, orientados al bienestar colectivo. Por otro lado, entendemos la socialización del poder
político como un proceso activo de empoderamiento progresivo de la clase trabajadora que
involucra la participación plena de los seres humanos en la vida social y en la toma de decisiones
colectivas.

b) REVOLUCIONARIO, CON VOCACIÓN DE MAYORÍAS Y UNITARIO: Consideramos que el proceso
político, económico y cultural orientado a la superación del capitalismo involucra la sustitución del
orden de cosas actual. Este proceso se denomina revolución. Ella será posible sólo en la medida en
que se constituyan mayorías sociales capaces de actuar unitariamente para alcanzarla.

c) FEMINISTA: Lo libertario es inherentemente feminista ya que aspira a conseguir una sociedad
sin jerarquías sociales. Consideramos que el patriarcado es una forma de organización social que
opera junto a la opresión de clases construida por el sistema capitalista. Sostenemos que el
patriarcado opera desde hace siglos perpetuando divisiones de género, poniendo el género
femenino subordinado a lo masculino y oprimiendo tanto a las mujeres como a cualquier
expresión de feminidad. Una de las grandes expresiones del capitalismo-patriarcado es la división
sexual del trabajo, en donde la contradicción capital trabajo golpea con mayor fuerza a las mujeres
al no valorar económicamente el trabajo doméstico y de cuidados, asociando lo femenino a lo
privado y por lo tanto a lo no valorado. Entendemos que la superación de este estado de cosas
pasa por la organización de la clase trabajadora en conjunto con las mujeres y las diversas
expresiones de la feminidad. Sólo de ese modo se podrá derrotar las divisiones y desigualdades
perpetuadas en la actualidad.

d) ECOLOGISTA: Nuestro proyecto radica en el entendimiento de que la prosperidad del género
humano es incompatible con la destrucción de la naturaleza y el medio ambiente. Así, sostenemos
una concepción del cambio social y de la emancipación basada en la preservación de nuestros
medios de producción y reproducción de la vida, la naturaleza y los bienes comunes.

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e) PATRIÓTICO: Defendemos la autodeterminación de los pueblos y naciones, bajo un sincero


espíritu internacionalista. Comprendemos los elementos constitutivos de la patria y nación, así
como la existencia de los pueblos, como una dimensión social constituida en términos históricos y
culturales específicos. Por ello, creemos que los procesos emancipatorios y revolucionarios deben
considerar necesariamente las particularidades histórico-culturales en las cuales ellos se
desarrollan. Sólo de esa manera, los y las revolucionarias podremos interpretar fielmente las
aspiraciones de emancipación de los pueblos.

f) INTERNACIONALISTA: Creemos que es esencial establecer puentes de contacto político y
coordinación continental con todas las fuerzas transformadoras, revolucionarias y anti-
imperialistas. De ese modo, esperamos potenciar la interacción de los pueblos en todos los niveles
(políticos, sociales y gubernamentales) para de ese modo abrir lazos con todas las fuerzas de
liberación y, especialmente, con aquéllas del tercer mundo.

g) UNITARIO: Para lograr nuestros objetivos políticos, declaramos la necesidad imperiosa de
unificar a todas las fuerzas sociales y políticas de cambio. Nuestra convicción es que dicha unidad
no sólo debe girar en torno al objetivo de superar la sociedad de clases. Ella también debe
articularse en torno a un programa político de cambios radicales, un instrumento partidario y una
estrategia unitaria adaptable a la situación concreta.

ASPECTOS PARTICULARES DEL PROYECTO LIBERARIO EN CHILE

I. CONTRADICCIÓN FUNDAMENTAL DE LA SOCIEDAD DE CLASES
La contradicción fundamental que identificamos en la sociedad actual es aquélla basada
en el antagonismo de intereses entre capitalistas y trabajadores/as. A través de diversos
mecanismos y formas, dicha contradicción es el eje en torno al cual se articulan los principales
conflictos de la sociedad capitalista neoliberal en la cual nos encontramos.
El capitalismo es un modo de producción consistente en la articulación de fuerzas
productivas (instrumentos de trabajo, tecnología, los medios técnicos y la propia destreza de la
clase trabajadora) y relaciones de producción (relaciones que los seres humanos entablan entre sí
para reproducir sus vidas trabajando sobre la naturaleza). Dichas relaciones de producción están
atravesadas por una contradicción entre clases sociales y, particularmente, una contradicción
entre capitalistas y trabajadores/as derivada de la explotación de los/as trabajadores/as por parte
de los capitalistas. La relación de explotación es una relación de interdependencia y antagonismo
en la cual el bienestar de los capitalistas depende del sometimiento de trabajadores y trabajadoras
y, de modo concreto, de la apropiación de los frutos de su trabajo. Producto de esto, la relación de
explotación genera intereses antagónicos objetivos entre capital y trabajo.
En la sociedad capitalista los/as trabajadores/as no son simplemente explotados/as en
tanto agentes económicos. Junto con esto, trabajadores y trabajadoras se encuentran despojados
de los medios deliberativos (políticos) para tomar el control sobre su propia existencia. Es decir,
ellos/as se encuentran marginados/as del poder político toda vez que la clase explotadora es, al
mismo tiempo, la clase dominante en términos políticos. A pesar de que a veces dicha clase no es

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la que controla directamente el poder político (a veces ella no ocupa, por ejemplo, los aparatos
estatales), dicha clase es dominante en la medida en que domina el bloque en el poder (es decir, el
bloque compuesto por el conjunto de clases o segmentos de clases encargadas de administrar el
poder gubernamental). En efecto, la sociedad capitalista se sostiene sólo en la medida en que el
proceso de acumulación y ganancia privada sea estable. Ello se traduce en que muchas veces la
clase capitalista no necesita controlar directamente el poder del estado para ser dominante. Su
carácter dominante está dado, más bien, por el control del flujo de inversiones y por la forma en
que, a partir de dicho control, los capitalistas son capaces de monopolizar el poder (por ejemplo,
la toma de decisiones) del aparato estatal Estado.
En este sentido es que entendemos al Estado capitalista como la principal organización
política existente en la sociedad de clases. A partir de esto, afirmamos que el Estado capitalista es
un instrumento de dominación de clase controlado directa o indirectamente por la clase
capitalista. No obstante, entendiendo la complejidad del proceso revolucionario, comprendemos
que el Estado debe subsistir en una etapa de transición al socialismo a fin de ser utilizado
estratégicamente por la clase trabajadora y los sectores oprimidos que luchan por su
emancipación. De este modo sostenemos que durante este periodo de transición al socialismo el
Estado se diferencia del Estado capitalista en dos puntos específicos. En primer lugar, el Estado
deja de ser un instrumento de dominación controlado por la clase capitalista y se convierte en una
herramienta desde la cual las mayorías trabajadoras, explotadas y oprimidas pueden imponer su
voluntad a las antiguas clases explotadoras. En su condición de herramienta del pueblo, el aparato
estatal se transforma en un instrumento orientado a acompañar la construcción de formas
autogestionarias de organización que serán la base del proceso de disolución del poder político
emanado de la antigua sociedad capitalista. En segundo lugar, y como producto de lo anterior,
concebimos a este Estado de transición como una organización política que se encuentra en un
proceso de disolución, que se profundiza progresivamente a través del ejercicio democrático de
las grandes mayorías organizadas y fortalecidas al calor del cambio revolucionario.

II. SUPERACIÓN DE LA SOCIEDAD DE CLASES Y FASES DE ENFRENTAMIENTO
La superación de la contradicción fundamental entre capital y trabajo no constituye un
hecho instantáneo, sino que es un proceso histórico complejo que remite a distintos niveles de
lucha social, político-ideológica e institucional. En todos estos niveles opera una lucha entre
quienes desean superar las relaciones de dominación capitalista-patriarcal y quienes, agrupados
en torno a la reacción interna, las clases dominantes y agentes de potencias extranjeras, luchan
por mantenerlas. En este sentido es que creemos que la defensa del proceso revolucionario se
basa en una concepción integral, que incorpora al conjunto de la sociedad en dichas tareas. Por
tanto, esta defensa involucra cambios tan variados como: el establecimiento de una doctrina
distinta sobre los cuerpos armados que apunte a la superación de su composición de clase; la
transformación radical de los mecanismos de reproducción ideológica de las clases dominantes
operantes en el sistema educacional educación formal; y la construcción de una nueva cultura
sustentada en valores socialistas/colectivistas y no individualistas.
En este plano, planteamos que existen tres fases de enfrentamiento que representan las
etapas por las que atraviesa el proceso político revolucionario. Estas fases representan un modelo

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analítico del proceso revolucionario que, en la medida que representan periodos específicos de un
proceso más general, están acompañadas de diferentes estrategias para el periodo. Estas
fases/estrategias las describimos como:

ESTRATEGIA PARA
FASE DESCRIPCIÓN GENERAL
EL PERIODO
Esta fase, enmarcada en el rearme de las clases
explotadas y oprimidas, busca generar las condiciones
políticas para abrir un nuevo escenario que cambie la
1. Defensa Ruptura
correlación de fuerzas. Es en esta fase donde se debe
estratégica Democrática
construir una fuerza político-social que logre generar
condiciones de democratización institucional y de la
sociedad.
Esta fase está enmarcada por un escenario de amplitud
democrática radical. Esta fase involucra ensayos de
relaciones sociales de producción nuevas (ensayos de
socialismo autogestionario) en un proceso creciente de
2. Equilibrio Confrontación
socialización del poder político y económico. En este
estratégico Democrática
proceso se involucra al conjunto de la sociedad y los
cuerpos armados. El objetivo es avanzar en el proceso
revolucionario y defender en todos los frentes las
transformaciones de orientación socialista.
En esta tercera y última fase se resuelve el conflicto por
medio de la disputa abierta por el poder político,
económico y social. En esta fase los intereses
3. Ofensiva Confrontación
contradictorios entre las clases sociales en pugna se
estratégica Revolucionaria
presentan de forma mucho más explícita que en las fases
anteriores, ya que lo que está en juego es la permanencia
de la sociedad de clases versus su disolución.

Estas tres fases denotan avances del programa revolucionario y son, por lo tanto, objetivos
a alcanzar en el corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, como libertarios y libertarias somos
conscientes de que el proceso revolucionario está inevitablemente expuesto a la constante
hostilidad de la reacción y, por tanto, a la posibilidad de derrota. Esta derrota la definimos como
“FASE CERO”. Como tal, esta fase no representa un objetivo, sino que más bien la consecuencia
directa de los errores cometidos en alguna de las fases anteriores. En estas tres fases, la
radicalidad de los cambios avanza conforme se transita de una fase a otra. Por eso, la exposición a
una ofensiva reaccionaria y las probabilidades de llegar a la Fase Cero se incrementan a medida
que se avanza de fase (1) a la (2), y de la (2) a la (3). Si en las primeras tres etapas las estrategias
estaban definidas como Ruptura Democrática (1), Confrontación Democrática (2) y Confrontación
Revolucionaria (3), en la Fase Cero la estrategia está definida como de “Resistencia”, ya que la
tarea principal sería la de enfrentarse a la reversión de las victorias conseguidas en las tres fases
de avance revolucionario. Al tematizar esta Fase Cero, creemos que cada etapa del proceso
revolucionario debe estar en constante chequeo y evaluación de modo tal de protegerlo lo más

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posible de errores estratégicos que permitirían un triunfo de las fuerzas reaccionarias y una
reversión de los avances conseguidos en las etapas (1), (2) y (3).

III. EL SUJETO DE TRANSFORMACIÓN HISTÓRICA: LA CLASE TRABAJADORA
Históricamente, los y las libertarias hemos tenido nuestro margen de acción en el seno de
las clases explotadas y oprimidas. Consideramos, por tanto, que el actor central de la
transformación radical de la sociedad capitalista es la clase trabajadora. Entendemos “clase
trabajadora” en un sentido amplio, es decir, como el conjunto de personas que venden su trabajo
al empresariado (trabajadores y trabajadoras asalariadas), sea este trabajo no calificado o
calificado (trabajo técnico), manual o no manual (“trabajo intelectual”) y que, además, no ejercen
labores de supervisión y control de otros asalariados (tal como lo hacen los gerentes). Además de
esta clase trabajadora asalariada, es posible identificar como actores de la transformación
histórica a un conjunto de trabajadores/as informales no asalariados/as (trabajadoras y
trabajadores independientes forzados a “emprender” para subsistir), profesionales ocupados en
empleos precarios y de mala remuneración (por ejemplo, profesores), mujeres dueñas de casa sin
inserción en el mercado laboral formal pero explotadas en el seno de su hogar o en actividades
económicas informales, así como los hijos e hijas de estas personas que se preparan para la vida
laboral (estudiantes secundarios o universitarios). Todas estas clases y segmentos sociales
constituyen, junto a la clase trabajadora, a los sectores populares de la sociedad chilena
contemporánea, es decir, al pueblo trabajador chileno.
En nuestro contexto actual, este pueblo trabajador constituye la inmensa mayoría del país.
En contraposición a la creencia instalada en las últimas décadas, investigaciones sobre desigualdad
en el país han demostrado que casi el 50% de los ocupados pertenece a la clase trabajadora
asalariada, y más del 15% pertenece a la clase de trabajadores/as auto-empleados/as informales.
En palabras simples, más del 75% de los y las chilenas pertenece al pueblo trabajador. Así,
consideramos que tanto el pueblo trabajador en general como la clase trabajadora en particular
existen en tanto conjunto de personas que son explotadas, directa o indirectamente, por la clase
capitalista. Los miembros de este pueblo trabajan en empleos similares, viven en barrios similares
y experimentan las mismas dificultades para “llegar a fin de mes”. Este pueblo trabajador contiene
múltiples expresiones y formas de organización particulares (colectivos barriales, centros de
estudiantes, coordinadoras por la disidencia sexual, etc.).
Consideramos que la clase trabajadora—y en especial el movimiento sindical—es el actor
central de este pueblo trabajador, es decir, el actor que juega un rol estratégico particularmente
importante en la construcción de una alternativa al neoliberalismo. Esto por dos razones. En
primer lugar, debido a que la mayoría de los chilenos pertenecen a esta clase trabajadora, ella es
el eje que sustentará la construcción de un proyecto político de masas. Junto con esto, existe una
razón estratégica que fundamenta porqué la clase trabajadora y sus organizaciones de clase por
excelencia, los sindicatos, son elementos centrales del sujeto revolucionario en Chile, a saber: su
poder disruptivo. A lo largo de la historia, dicho poder se ha derivado de la capacidad
especialmente alta que tienen los y las trabajadoras (no así otros grupos sociales) para presionar al
sistema político y económico, a través de paros y huelgas que pueden poner en jaque tanto los
intereses de los propietarios del capital como el régimen de acumulación en su conjunto

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Este énfasis en la clase trabajadora como elemento central del pueblo trabajador no
significa, en lo absoluto, afirmar el carácter “secundario” de otras expresiones políticas
coyunturales. En otras palabras, si bien la clase trabajadora puede ser entendida como el “centro”
del pueblo trabajador, ella no debe ser utilizada para delimitar los “contornos” de éste. Las
demandas anti-neoliberales del pueblo trabajador pueden, en determinadas coyunturas,
manifestarse en diversas expresiones de lucha que van mucho más allá de temáticas sindicales o
“de clase”. Así, por ejemplo, bien puede ocurrir que en ciertas coyunturas específicas otros
segmentos del pueblo trabajador sean los más movilizados—por ejemplo, los estudiantes,
profesionales precarios, o mujeres organizadas que luchan por el fin de la violencia patriarcal—.
De hecho, es esperable que ello sea así considerando la debilidad actual de las organizaciones
sindicales. En base a esto sostenemos que la tarea central de los y las libertarias en el periodo
actual es articular estas distintas expresiones anti-capitalistas, anti-neoliberales y anti-patriarcales
en torno a un proyecto de transformación radical de la sociedad. En este sentido, estos agentes y
movimientos sociales heterogéneos constituyen, junto a la clase trabajadora organizada en el
movimiento sindical, un elemento central de nuestra estrategia de Ruptura Democrática para el
periodo actual (sobre este punto ver nuestra Línea Política General, sección V “El Sujeto de la
Estrategia de Ruptura Democrática”).
En resumen, como libertarios y libertarias estamos conscientes de que afirmar la
centralidad de la clase trabajadora no significa que sus organizaciones sociales (los sindicatos) sean
la única forma de organización popular existente. Ello tampoco implica que otras formas de
articulación anticapitalista (por ejemplo, a nivel barrial, de disidencia sexual o de lucha por la
recuperación de nuestros recursos naturales) sean irrelevantes. Simplemente significa entender
que cualquier forma de organización y/o movilización colectiva debe preocuparse por el
establecimiento de articulaciones sólidas y orgánicas con el movimiento de trabajadores/as.
Debido a la posición estratégica de quienes producen la riqueza del país, dicho movimiento el
único con el poder suficiente para poner en jaque la acumulación capitalista y, por lo tanto, para
defender masivamente los avances del movimiento popular en su conjunto.

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