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 1890-1907: de un huelga general a otra.

Comunidades y rupturas del


movimiento popular en Chile.

 Sergio Grez1

1 Doctor en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna

Resumen

*Hemos escogido los años de 1890 y 1907 como puntos de observación de la evolución del movimiento
popular en nuestro país durante la época del cambio de siglo y de la matanza de la escuela Santa María de
Iquique, por tratarse de dos momentos de gran significado, dos hitos simbólicos de su historia.

Nuestra ponencia intentará trazar una caracterización general del movimiento popular en ambos instantes, y
entregar algunos elementos explicativos de su desarrollo entre esas fechas.

El panorama que se proyectará no será tarapaqueño sino nacional (con el riesgo de etnocentrismo que ello
implica), lo cual subraya su carácter general y la necesidad de contar con estudios monográficos que
permitan avanzar en la construcción de una visión más rica y detallada que, dando cuenta de las diferencias
regionales y locales, las integre en una perspectiva de conjunto nacional.

El movimiento popular hacia 1890

Hacia 1890, año de la primera huelga general en la historia de Chile -la 'huelga grande' de Tarapacá,
Antofagasta y Valparaíso- el movimiento popular ya había iniciado un proceso de transición, que los
acontecimientos de ese año pusieron de relieve2.

Hasta entonces la columna vertebral del movimiento de los trabajadores había estado conformada por
artesanos y obreros urbanos calificados. Los carpinteros, ebanistas, sastres, zapateros, cigarreros y
tipógrafos constituyeron la vanguardia social popular. Sus reivindicaciones más persistentes fueron, a lo
largo de todo el siglo: el proteccionismo a la 'industria nacional' y la reforma o abolición del servicio militar
en la Guardia Nacional, que pesaba exclusivamente sobre los trabajadores. Las organizaciones sociales en
las que se aglutinaba este movimiento eran: las mutuales, cooperativas, sociedades filarmónicas de obreros,
cajas de ahorro, escuelas de artesanos y otras que venían desarrollándose desde mediados de siglo, como
expresión del proyecto de 'regeneración del pueblo' preconizado por los igualitarios en 1850 y por las
generaciones posteriores de militantes populares. Un ideario de progreso, ilustración, mejoramiento
material, intelectual y moral de los trabajadores a través de la práctica del socorro mutuo, la educación, el
ahorro, las diversiones sanas e ilustradas, era el elemento central del ethos colectivo del movimiento
popular organizado. Y en el plano político, la adhesión inicial a los ideales del liberalismo había dado
paulatinamente paso a una corriente sui generis de liberalismo popular, que progresivamente había tendido
a distinguirse y luego a separarse del liberalismo de las elites dirigentes. La vía de las reformas graduales,
que apuntaba a la transformación del régimen liberal en sistema democrático, aprovechando las libertades
existentes para ponerlas al servicio de los intereses de los trabajadores, llevó a los militantes populares a
romper con el liberalismo 'de frac y corbata' y a organizar en 1887 una representación política
independiente: el Partido Democrático.

Pero este movimiento vivía, como hemos señalado, una etapa de transición. Desde comienzos de los años
ochenta despuntaban una serie de elementos nuevos que estaban relacionados con el paso desde una
economía tradicional, en muchos aspectos precapitalista, a la era del capitalismo industrial. Las huelgas y
protestas en el norte salitrero y en los principales centros urbanos habían proliferado emergiendo con fuerza
reivindicaciones típicamente obreras, como las relativas a salarios y condiciones de trabajo. Un reflejo en el
plano organizativo de esta evolución del movimiento popular, desde una política de 'cooperación' hacia una
de confrontación, fue la afirmación de las funciones sindicales, esto es, reivindicativas, de las mutuales
(especialmente en las de tipógrafos), y la aparición -desde los años setenta- de las primeras estructuras de
índole protosindical, coordinaciones de huelga que actuaban junto o al lado de las sociedades de socorros
mutuos, en los conflictos laborales. En el ámbito político, la corriente liberal popular evolucionaba
decididamente hacia una mayor diferenciación con el liberalismo de las elites, primero, y luego hacia la
ruptura, expresada, finalmente, en la fundación del Partido Democrático a fines de 18873.

La huelga general de 1890 fue un punto de quiebre, una fractura histórica de considerable magnitud en el
seno del movimiento popular, a la vez que un hito simbólico que brinda un excelente punto de observación
de los procesos que se encontraban en curso. La 'huelga grande' de 1890 marcó -de manera sangrienta- la
entrada en la escena social de la moderna clase obrera, en vías de formación en las explotaciones mineras,
los puertos y la industria fabril. Esta huelga permite apreciar el creciente protagonismo de los mineros,
trabajadores portuarios y obreros industriales, el papel de vanguardia que irían ocupando progresivamente
desde esa época.

Pero la sustitución de los liderazgos fue lenta, no sólo porque los antiguos sujetos protagónicos no
desertaron pura y simplemente de la lucha social sino, también, porque los nuevos actores vivían una etapa
transicional. La transformación del peonaje colonial en proletariado aun no había terminado y la
persistencia de relaciones laborales con fuertes resabios precapitalistas (pago en fichas-salario, regalías,
castigos físicos) y la mentalidad que ello engendraba, tanto en los patrones como en los trabajadores, son
claros indicios de que la metamorfosis del peonaje en proletariado no había concluido. Cierta ambigüedad
caracterizaría durante todo un período a la vanguardia emergente: el espontaneísmo, el 'primitivismo' de sus
protestas, los métodos premodernos de lucha persistirían durante algunos años (la huelga general de 1890
tuvo bastante de esto), pero el propio desarrollo del modo de producción capitalista, el avance de las
ideologías de reforma y redención social en el seno de las clases laboriosas, y los esfuerzos conjugados de la
elite y del Estado, aceleraron la mutación cultural de los trabajadores proletarizándolos, alejándolos de su
origen peonal.

Un resultado de estas transformaciones fue la adopción por parte del nuevo actor -el proletariado- de
algunos de los ideales y de las formas de organización y lucha de la antigua vanguardia, cuestión sobre la
que volveremos al examinar la situación del movimiento obrero y popular en la época de la 'huelga grande'
tarapaqueña de 1907.

En la huelga de 1890, por último, los fenómenos de desencuentro entre la vieja vanguardia y la emergente
avanzada social proletaria, también tuvieron su correlato en el plano político. El Partido Democrático no
impulsó el movimiento ni intentó darle conducción; se desligó de la violencia de los huelguistas, guardó
silencio y se limitó a pedir al Presidente de la República la adopción de medidas para aliviar la angustiosa
situación económica por la que atravesaban los sectores populares. El Partido Democrático representaba
prioritariamente a los obreros y artesanos urbanos calificados y a algunos estratos de la intelectualidad de
las capas medias; su presencia entre los mineros, obreros fabriles y portuarios todavía era ínfima o nula. En
su programa se refleja una ausencia casi total de reivindicaciones propiamente proletarias como las
relativas a salarios y condiciones laborales. El desencuentro entre los demócratas y los huelguistas de julio
correspondía también a la estrategia de incorporación del joven partido al juego político institucional. La
huelga general de 1890, puso de manifiesto el desface entre la organización política de vanguardia de la
vieja columna vertebral del movimiento popular y los nuevos actores -proletarios- emergentes.

El período que medió entre esta primera huelga general y la de 1907, profundizó y matizó algunos de estos
fenómenos y provocó el surgimiento de otros.

El movimiento obrero y popular hacia 1907

En grandes rasgos podríamos señalar la consolidación de la nueva vanguardia social (obrera) y de sus
reivindicaciones específicas (salariales y laborales). Asociado a este fenómeno había surgido desde el cambio
de siglo como primeras formas de organización sindical, las sociedades de (o en) resistencia, animadas por
militantes anarquistas. Hacia la misma época nacieron las mancomunales como entidades que tendieron a
combinar la actividad reivindicativa o sindical con aquéllas más tradicionales de tipo mutualista y de
educación y recreación popular. En realidad, el fenómeno mancomunal era la expresión de cierta
indiferenciación de funciones en el seno de muchas organizaciones sociales. Las fronteras entre el
sindicalismo y el mutualismo no eran netas: las mutuales siempre habían impulsado movimientos
reivindicativos de los trabajadores, especialmente desde la década de 1870, en gremios como los tipógrafos
y cigarreros. El fenómeno se acentuó de tal manera que durante los primeros años del siglo XX, en ciertas
ciudades las sociedades de socorros mutuos o sus instancias de coordinación, seguían siendo las
organizaciones más aptas para convocar al conjunto del pueblo llano a movilizaciones para defender sus
intereses. Fue el Congreso Social Obrero -conglomerado de mutuales- quien convocó a la 'huelga de la carne'
en Santiago en octubre de 1905 e hizo, a comienzos de 1908, un llamado a la huelga general para protestar
por la masacre de la escuela Santa María. La mutualidad no era ajena, por lo visto, a la protesta y a la
reivindicación social. Aparte de la imbricación de funciones, también contribuía a oscurecer la línea de
demarcación entre el mutualismo y el naciente sindicalismo el cambio de perfil de algunas organizaciones.
El ejemplo más claro por esos años fue el de la Federación Obrera de Chile (FOCH), creada en 1908 como
una mutual de los obreros ferroviarios, pero que terminó convertida en un organismo nucleador de las
entidades sindicales bajo influencia del Partido Obrero Socialista (POS), fundado en 1912 por Luis Emilio
Recabarren4.

En general, hacia la época de la 'huelga grande' de 1907 no puede hablarse de 'reemplazo' o 'sustitución' de
un tipo de asociación por otras, sino de una mayor variedad de organizaciones sociales populares. A las
antiguas instituciones (mutuales, filarmónicas de obreros, escuelas nocturnas de artesanos, cajas de ahorro,
cooperativas, logias de temperancia), se sobreponen las nuevas (sociedades en resistencia, mancomunales,
ateneos obreros, centros de estudios sociales, etc.), haciendo más variado y complejo el panorama del
societarismo de las clases laboriosas.

Pero, más allá de lo organizativo y de las funciones asumidas por las agrupaciones populares, conviene
subrayar el creciente protagonismo obrero y la mayor importancia que van cobrando las doctrinas de
redención social como el anarquismo y el socialismo. En el fondo, las mutuaciones políticas, culturales e
ideológicas en el seno del movimiento obrero y popular, hacia 1907 ya habían provocado un cambio de su
ethos colectivo. Si hasta fines del siglo XIX, la cultura, el proyecto y el ethos colectivo del movimiento
popular organizado podía sintetizarse en la aspiración a la 'regeneración del pueblo', hacia la época del baño
de sangre de la escuela Santa María, el movimiento obrero ya enarbolaba la consigna más radical de 'la
emancipación de los trabajadores'. En el plano directamente político, la evolución había sido muy compleja
y contradictoria, ya que la ruptura inicial con el liberalismo oficial que había representado la fundación del
Partido Democrático, se había visto matizada pocos años más tarde por su plena cooptación por el sistema
parlamentarista a través del ingreso de los demócratas a la Alianza Liberal en 1896. La situación del Partido
Democrático se había hecho aún más compleja ya que en contraposición en su incorporación al juego
político de la Republica Parlamentaria, habían surgido en su seno tendencias más radicales (socializantes y
anarquizantes), que eran la expresión del descontento de una significativa fracción de la base, base social
que se había desarrollado diversificándose incorporando a mayores contingentes proletarios. Y, aunque las
fronteras entre las tendencias anarquistas y socialistas fuera del propio Partido Democrático tampoco eran
claras hacia el cambio de siglo, al cabo de los diecisiete años transcurridos entre 1890 y 1907, puede
hablarse globalmente de una inclinación hacia la 'izquierda' del movimiento popular. Cuando se produjo el
holocausto de la escuela Santa María este proceso no había terminado, ya que un hito importante ocurriría,
como ya lo indicamos, pocos años después al fundarse el Partido Obrero Socialista.

Los elementos señalados, tanto en el plano de las organizaciones sociales como políticas del mundo popular,
nos indican que los procesos se encontraban a medio camino. Tal vez porque la propia transición laboral no
había concluido, como lo prueba la gran coincidencia entre las principales reivindicaciones levantadas por
los huelguistas de 1890 y de 1907: término de la ficha-salario y de los abusos cometidos en las pulperías de
las oficinas salitreras, exigencia de pago de sus remuneraciones en plata o en billetes no desvalorizados,
demanda de seguridad laboral en las faenas para evitar los accidentes del trabajo, especialmente en los
cachuchos, establecimiento de escuelas, etcétera5.

La persistencia de las mismas reivindicaciones arroja luces acerca de la lentitud con que la elite tomó
conciencia y reaccionó frente a la 'cuestión social'. Si bien se percibía un mayor reconocimiento de la
existencia de problemas sociales y se habían adoptado algunas tímidas medidas como el voto de la Ley de
Habitaciones Obreras y la creación de la Oficina del Trabajo, ambas en 1906; en general prevaleció el
endurecimiento y la respuesta represiva frente a las demandas de los trabajadores: la huelga portuaria de
Valparaíso (1903), la 'huelga de la carne' de Santiago (1905), la huelga general de Antofagasta (1906) y la
'huelga grande' de Tarapacá (1907), fueron ahogadas en sangre por la policía y las Fuerzas Armadas. La
mayor severidad de la represión era otro elemento diferenciador con la situación anterior a 1890, que
también acarrearía cambios en el perfil del movimiento obrero y popular.

Conclusión

Entre la huelga general de 1890 y la de 1907, las transformaciones sufridas por el movimiento popular eran
importantes. La emergencia de una nueva vanguardia (obrera) y de nuevas reivindicaciones y organizaciones
populares se había visto acompañada de una diversificación de la representación política de estos sectores,
tanto por la aparición de la corriente anarquista como por la manifestación de tendencias socialistas dentro
y fuera del Partido Democrático. La mutación del ethos colectivo del movimiento tenía mucho de
sincretismo, de mezcla de lo viejo con lo nuevo: la lucha por 'la emancipación de los trabajadores' recogía
del ideario de la 'regeneración del pueblo' su prédica moralizadora, el racionalismo, la confianza en el
progreso y la civilización, el proyecto de ilustración. Eduardo Devés tiene razón al hablar de una 'cultura
obrera ilustrada' en tiempos del Centenario6, pero me parece necesario subrayar los evidentes puntos de
continuidad con la cultura societaria popular del siglo XIX. La idealización de la ciencia y de la técnica, el
carácter eminentemente urbano y legalista del movimiento, el uso de la prensa como arma privilegiada eran
elementos característicos que habían estado presentes a lo largo de toda la segunda mitad de la centuria
decimonónica. Tal vez las principales diferencias con la cultura y el ethos colectivo del movimiento
simbolizado en la consigna de la 'regeneración del pueblo' eran, hacia fines de 1907, un mayor radicalismo
como expresión de una conciencia más nítida entre los trabajadores acerca de la oposición entre el trabajo
y el capital, y un mayor misticismo que las masacres de 1890, 1903, 1905, 1906 y la propia carnicería de la
escuela Santa María de Iquique contribuyeron a desarrollar.
Mi colofón quedará inconcluso porque persisten algunas interrogantes que la historiografía debería
responder: ¿cuál es el carácter del proyecto que animaba a la vanguardia obrera y popular hacia 1907?
Pregunta que tendríamos que tratar de contestar situándonos más allá del discurso revolucionario de
socialistas y anarquistas, del radicalismo verbal de los lideres proletarios de la época. ¿Se trataba de un plan
revolucionario, antisistémico, de ruptura con el orden capitalista? O por el contrario, ¿era simplemente un
proyecto portador de reivindicaciones esenciales como mayor justicia social y un trato más digno?, proyecto,
a fin de cuentas, infrasistémico, de integración al sistema, de conquistas graduales destinadas a
democratizarlo.

En contrapunto o matiz con lo anterior podríamos plantear un segundo nivel de interrogantes: aun
tratándose de una aspiración de incorporación al sistema, aun cuando los objetos populares fuesen
limitados, ¿la cerrada negativa de la clase dominante no convertía u obligaba a este movimiento a ser
revolucionario, al no tener otra alternativa en el cuadro del Estado oligárquico?

Pienso que las respuestas a estas dudas no tienen que ver solamente con las características del movimiento
obrero y popular de comienzos del siglo XX sino, también, con otros momentos claves de nuestra historia
más reciente como fueron la transición del sindicalismo 'libre' al sindicalismo legal, que se verificó entre
1925 y 1935, y toda la evolución posterior de la izquierda chilena y del movimiento popular.

Y en sentido inverso, el estudio de otras situaciones históricas claves, como su posición frente a la
legislación social, y los desencuentros y desgarramientos que se manifestaron cuando este movimiento se
propuso -hacia fines de los sesenta y comienzos de los setenta- como tarea práctica, inmediata, 'tomarse el
cielo por asalto', esto es: conquistar el poder; pueden ayudar a desentreñar las características y tendencias
más profundas del movimiento popular de la época de la masacre de la escuela Santa María.

* Artículo elaborado en el marco del proyecto FONDECYT N°1980725. Una versión preliminar fue presentada
en el Congreso de Historia Regional, celebrado en Iquique en noviembre de 1997.

2 Sobre este movimiento, ver Sergio Grez Toso, 'La huelga general de 1890', en Perspectivas, N°5, Madrid,
1990, págs. 127-167 y De la 'regeneración del pueblo' a la huelga general. Génesis y evolución histórica del
movimiento popular en Chile (1810- 1890), Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y
Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana- Red Internacional del Libro, Colección Sociedad y
Cultura, 1998, vol. XIII, págs. 705-759; Julio Pinto Vallejos, '1890: un año de crisis en la sociedad del salitre',
en Cuadernos de Historia, N°2, Santiago, 1982, págs. 77-81; Mario Zolezzi, 'La gran huelga de julio de 1890
en Tarapacá', en Camanchaca, N°7, Iquique, invierno- primavera 1988, págs. 8-10; Enrique Reyes Navarro,
'Los trabajadores del área salitrera, la huelga general de 1890 y Balmaceda', en Luis Ortega (editor), La
guerra civil de 1891. Cien años hoy, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, Departamento de Historia,
1993, págs. 85-107.

3 Un amplio desarrollo de estos temas en Grez, De la 'regeneración del pueblo...', op. cit., passim. Véase
también, del mismo autor: 'La trayectoria histórica del mutualismo en Chile (1853- 1990)', en Mapocho,
N°35, Santiago, primer semestre de 1994, págs. 293-315; 'Los artesanos chilenos del siglo XIX: Un proyecto
modernizador-democratizador', en Proposiciones, Santiago, agosto de 1994, págs. 230-235; 'Los primeros
tiempos del Partido Democrático chileno (1887-1891)', en Dimensión Histórica de Chile, N°8, Santiago, 1991,
págs. 31-62 y 'Balmaceda y el movimiento popular', en Sergio Villalobos R. et al., La época de Balmaceda,
Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros
Arana, 1992, págs. 71-101.
4 Grez, 'La trayectoria histórica...', op. cit., págs. 307 y 308.

5 Véase el cuadro comparativo de las peticiones obreras de 1890 y 1907, elaborado por Sergio González
Miranda, Hombres y mujeres de la pampa: Tarapacá en el Ciclo del Salitre, Iquique, Taller de Estudios
Regionales, Ediciones Especiales Camanchaca, N°2, 1991, pág. 52.

6 Eduardo Devés V., 'La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno al sentido de nuestro
quehacer historiográfico', en Mapocho, N° 30, Santiago, segundo semestre de 1991, págs. 127-136 y Los que
van a morir te saludan. Historia de una masacre. Escuela Santa María de Iquique, 1907, 2 a edición, Santiago,
Ediciones Documentas- Nuestra América Ediciones- América Latina Libros, 1989, págs. 203-209.
 Autonomía o escudo protector?. El movimiento obrero y popular y los
mecanismos de conciliación y arbitraje (Chile, 1900 - 1924)

 Sergio Grez1

1 Doctor en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna

Resumen

**INTRODUCCIÓN

Desde que los conflictos entre el capital y el trabajo comenzaron a generalizarse en Chile durante el último
tercio del siglo XIX, las autoridades provinciales y locales manifestaron un interés casi espontáneo por
mediar a fin de mantener el orden público y evitar una escalada entre las partes[1]. Pero ante la
inexistencia de leyes y normas específicas que regularan las relaciones entre el capital y el trabajo, la
intervención de los representantes del Estado quedaba librada a su propia voluntad y criterio. La
conciliación y el arbitraje -que habían surgido en el Viejo Continente en la década de 1860- no eran
obligatorios ni legales en esta nación sudamericana. Sólo dependían del acuerdo entre trabajadores,
empresarios y funcionarios provinciales, municipales, policiales o militares. Sin embargo, a pesar de su
precariedad, estos mecanismos espontáneos se fueron generalizando a tal punto que hacia el Centenario de
la Independencia ya constituían una práctica relativamente difundida aunque -como se ha dicho- sin
obligatoriedad legal.

Este artículo pretende explorar las actitudes y posiciones que asumieron durante el primer cuarto del siglo
XX en Chile los actores -estatales, obreros y empresariales- llamados a constituirse en las piezas
irreemplazables de una relación que por definición y tradición se mostraba muy conflictiva. Al abordar esta
temática nuestra mirada se centrará en el movimiento obrero y popular, pero sin descuidar la atención
sobre el Estado y el empresariado.

LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS

'El cable nos informa diariamente de cómo se solucionan las huelgas en los países civilizados de Europa, en
Francia por ejemplo: un estadista insigne, un verdadero hombre de Estado, el gran Combes, en fin, jefe del
Gabinete francés, es elegido árbitro, en tales circunstancias, de parte de los obreros y patrones, a fin de
que dé su fallo sobre las diversas cuestiones o conflictos que entre éstos y aquellos se suscitan.

Pero aquí no hay arbitraje ni nada que se le parezca: lo que existe únicamente es una ignorancia supina en
materia de legislación obrera de parte de los que desgobiernan -que no gobiernan- a este desgraciado país'.

'La huelga de Tocopilla', El Eco Obrero, Concepción, 1 de octubre de 1904.

En los sectores populares, la nociones de conciliación y de arbitraje parecen haber sido planteadas por
primera vez en 1898 por un efímero Partido Socialista, en cuyo Programa se proponía:
'Creación, por medios electivos, de consejos departamentales compuestos de patrones y trabajadores para
vigilancia de fábricas y talleres, y para solucionar conflictos que sobrevengan entre unos y otros, rentados
por el Estado'[2].

En los primeros años del nuevo siglo la idea comenzó a hacer su camino, especialmente en medios
intelectuales y profesionales, que inspirados en experiencias europeas, trataron de impulsarla en Chile. En
un trabajo publicado posteriormente, se definieron estos mecanismos como parte de un mismo sistema:

'Cuando obreros en desacuerdo con sus patrones encargan a unos cuantos a exponerles sus quejas y
pretensiones y discutir las bases de un arreglo, hay conciliación. Se caracteriza por el hecho de que los
interesados discuten libremente la cuestión que los reúne, procurando llegar a un arreglo pero no ceden a
favor de nadie ninguna parte del derecho que les es propio de discutir sus asuntos.

En el arbitraje ocurre algo completamente distinto. Aquí ha de intervenir un tercero, el árbitro, que puede
ser elegido especialmente para un caso dado, o designado de antemano por un convenio de arbitraje, o
impuesto por la ley, pero que posee esencialmente el derecho, después de oír las partes, de formular una
opinión personal y su sentencia, según las condiciones del convenio o las disposiciones de la ley, tendrá tan
sólo un poder moral, o bien la fuerza de una decisión de justicia'[3].

La senda era incierta y poco explorada. Los distintos actores destinados a recorrerla concurrían con
disposiciones muy disímiles. A menudo, no existía un acuerdo mínimo entre los integrantes de un gremio
(obrero o patronal) respecto de la necesidad de recurrir a la conciliación y el arbitraje. Así, un primer
intento de solución de la huelga de los operarios de panaderías de Valparaíso en septiembre de 1900, en el
que las autoridades policiales se constituyeron como garantes de un acuerdo entre las partes[4], fracasó a
las pocas semanas[5] debido al desconocimiento del compromiso por una parte del empresariado del rubro
que vio en la solución del conflicto anterior el resultado de presiones indebidas:

'Lo sucedido -expresaron los empresarios panaderos en carta publicada en El Mercurio- fue que obligados por
un apremio injustificable y repentino con que los operarios amenazaron a cuatro propietarios, de
abandonarles el trabajo ya avanzado en sus establecimientos si no accedían a sus exigencias, viéronse por
tal motivo precisados a suscribir un convenio en su propio nombre y que estaban muy dispuestos a cumplir,
pero que debido a causas justificadas y expuestas más adelante, desistieron'[6].

Los industriales del pan aseguraban que el acuerdo había sido firmado por sólo cuatro de los treinta
propietarios y no podía perdurar:

'[...] por doble y sobrado destino de haber sido acto forzado y ser un mito hacer respetar compromisos a
individuos [los obreros] que pudiendo ser buenos son inconstantes exagerados para el trabajo, muy poco
sobrios y a más manejados por cabecillas cuyos móviles no nos alcanzan, pero sí sabemos que son los menos
trabajadores'[7].

Si se cuestionaba la calidad de interlocutores válidos de los obreros no podía concebirse diálogo ni menos
mediación, conciliación y arbitraje. Las medidas que debían adoptarse -y que de hecho adoptaron esos
empresarios- eran las que se desprendían exclusivamente de sus propias decisiones. Así, los patrones
acordaron una serie de resoluciones que comprendían entre otros puntos: el pago por mensualidad vencida
con una entrega diaria del 50% de los jornales, la obligación de los operarios de inscribirse en un registro
especial llevado por el Centro de Propietarios de Panaderías, además de varias medidas concernientes a
salarios y normas disciplinarias[8].

Esta actitud contrastaba con la asumida por la Sociedad Unión del Gremio de Panaderos, que solicitó al
alcalde de Valparaíso su arbitraje para dirimir las diferencias que mantenían con los empresarios. El alcalde
Lyon se manifestó de acuerdo con lo pedido por el gremio obrero, proponiendo nombrar también como
árbitro al Intendente Cabezas[9]. Sin embargo, la asociación patronal se mantuvo firme en su posición
contraria al arbitraje, cediendo sólo hasta el punto de permitir el pago semanal en el caso de aquellos
industriales que lo desearan y concediendo como estímulo para los operarios que aceptaran el pago mensual
el derecho a una gratificación anual equivalente a un mes de salario o de medio mes a quienes cumplieran
seis meses de trabajo, excluyendo de estos beneficios a los obreros que no se inscribieran en el registro
establecido por el Centro de Propietarios[10].

Poco a poco, la conciliación y el arbitraje ganaban adeptos, especialmente en el mundo de los trabajadores.
En el mismo puerto, durante un conflicto protagonizado por los cocheros de carruajes públicos en
septiembre de 1901, volvió a ser planteada la necesidad de dichos recursos. Ante las numerosas críticas del
público acusando a los cocheros de variados abusos y malos comportamientos, especialmente robos, la Unión
del Gremio de Cocheros de Valparaíso respondió solicitando a los empresarios una serie de reformas con el
objeto de 'no verse obligados a robar al público [...] o a vivir siempre abatidos en la miseria' [11]. Además de
formular sus demandas más tradicionales como las concernientes a los montos que por concepto de alquiler
de los coches debían entregar cada día a los empresarios y el mejoramiento de los carruajes, el gremio de
cocheros propuso la constitución de una Junta de Arbitraje y de Matrícula presidida por el prefecto de
policía e integrada por dos empleados de policía, dos representantes del gremio de cocheros, uno de los
empresarios, uno de la municipalidad y dos particulares. Este organismo tendría a su cargo el rol de
carruajes y la matrícula de cocheros e intervendría en los reclamos de los cocheros contra los empresarios y
viceversa[12].

De manera más incipiente, en las bases acordadas para poner término a la huelga de cargadores y lancheros
portuarios iquiqueños en febrero de 1902 se incluyó un punto estipulando que:

'Ambas partes, a fin de mantener la más perfecta armonía y de que no vuelvan a producirse paralizaciones
en las faenas, se comprometen a dar aviso con quince días de anticipación cuando se quiera reformar las
tarifas actuales'[13].

Durante la gran huelga portuaria de 1903 en la misma ciudad, la experiencia de arbitraje entre los
trabajadores y las compañías navieras fue a tal punto significativa que conviene detenerse para apreciar los
cambios que se estaban produciendo.

El 15 de mayo, después de declarada la huelga de los gremios de estibadores y lancheros, a la que se


unieron posteriormente los tripulantes de vapores de las compañías de navegación y los jornaleros de
descarga y almacenaje de la Aduana, intervino la autoridad naval para buscar un arreglo entre las partes.
Como resultado de la diligencia del Gobernador Marítimo, los trabajadores nombraron al Contralmirante
Arturo Fernández Vial y al diputado demócrata Angel Guarello como árbitros, junto a los que designaran los
propietarios de lanchas, gerentes de las compañías navieras y contratistas de la aduana. Pero el rechazo de
estos últimos puso fin a la mediación de la autoridad[14].
Entonces la Intendencia tomó cartas en el asunto, obteniendo la cooperación de algunas personalidades,
entre las que se contaban Juan Naylor, Superintendente del Cuerpo de Bomberos, el senador Manuel Ossa y
el diputado Daniel Feliú, quienes -de común acuerdo con el jefe provincial- acordaron formar una comisión
de arbitraje. Angel Guarello fue encargado de establecer el contacto con los gremios obreros. El Intendente
organizó una reunión con los gerentes de las compañías navieras, el director interino de la Armada,
contralmirante Luis A. Castillo, y el Gobernador Marítimo, capitán de navío Francisco Sánchez, logrando que
las compañías cancelaran los haberes debidos a los tripulantes. Luego de ese pequeño pero significativo
avance, el jefe provincial continuó bregando para obtener la constitución de una comisión de 'hombres
buenos' que hicieran de amigables componedores, y como cuestión previa, lograr la vuelta al trabajo en las
mismas condiciones anteriores hasta la conclusión de un acuerdo entre las partes en litigio[15].

Según la impresión del Intendente:

'En general, parecían los presidentes de los gremios bien dispuestos a acogerse a esta solución; pero pude
notar que al ponerse en contacto con los demás, se alejaban de aquel propósito y persistían en que debería
procederse en la forma indicada anteriormente por ellos; y en ocasiones, que debían permanecer en huelga
hasta obtener el logro total de sus pretensiones'[16].

No obstante las discrepancias, los huelguistas declararon sus intenciones de respetar el orden y la autoridad,
a lo que el Intendente replicó reiterando su decisión de mantener el orden público, 'manifestándoles las
consecuencias dolorosas para ellos y demás del pueblo' en caso de perturbaciones y que protegería el
derecho a trabajar a quienes quisieran hacerlo, reprimiendo y poniendo a la disposición de la justicia a
quienes pretendieran impedirlo[17].

Con la colaboración de las personalidades nombradas más arriba, el Intendente designó como miembros de
la comisión de arbitraje al contralmirante Juan José Latorre, a Braulio Arenas, Presidente de la Corte de
Apelaciones y al Superintendente del Cuerpo de Bomberos, Juan Naylor. Al mismo tiempo, se tomaron
medidas preventivas para resguardar el orden y la continuidad de algunos trabajos en el puerto (con los
obreros que no fueron a la huelga), se acuarteló la policía y se acrecentó la vigilancia del muelle[18].

El esbozo de arbitraje fracasó luego del meeting realizado el 10 de mayo por los lancheros, estibadores y
jornaleros de aduana. Aunque en sus conclusiones, los obreros pedían al Supremo Gobierno el nombramiento
de una comisión que se abocara al conocimiento del conflicto con los armadores, sobre varios puntos
persistieron diferencias insalvables con el Intendente, las que se agravaron con dos nuevas presentaciones
hechas por los gremios de lancheros y de estibadores. Las conversaciones se suspendieron y desde la mañana
del 12 de mayo los trabajadores se movilizaron en gran número en la zona del puerto, produciéndose
violentos enfrentamientos entre los manifestantes y los cuerpos armados del Estado[19].

A pesar del espiral de violencia que causó numerosas víctimas, al día siguiente los representantes de los
empresarios y de los gremios obreros firmaron un acta acordando la vuelta al trabajo como condición previa
a la constitución de la comisión de 'amigables componedores'. Luego de completadas las firmas y superados
algunos inconvenientes en los días posteriores, el sábado 15 retornaron a sus labores los fleteros y algunos
lancheros, y el lunes 18 lo hicieron todos los gremios. Como resultado de laboriosas negociaciones, las partes
en conflicto designaron como árbitros al contralmirante Juan José Latorre y al rector de la Universidad, don
Osvaldo Rengifo, con facultades para nombrar a una tercera persona[20]. El fallo publicado a comienzos de
agosto legitimó las aspiraciones obreras puesto que estableció el aumento de salarios, reformas en las
condiciones generales del trabajo de los lancheros, estibadores y tripulantes de vapores, además de diversas
disposiciones sobre contratos de trabajo, tarifas, jornadas laborales, sentando un precedente para las
futuras prácticas de arbitraje[21]. Paralelamente, al calor de la emoción desatada por este conflicto, el
diputado radical Fidel Muñoz Díaz propuso el nombramiento de una comisión encargada de abordar, entre
otras materias, la redacción de un proyecto de ley de arbitraje[22].

Se trataba aún de experiencias pioneras. La conciliación y el arbitraje no eran elementos de la cultura de


relaciones entre patrones y trabajadores, al menos, no como práctica institucionalizada y regular. Si como
se ha sostenido, desde el siglo XIX en diversos conflictos habían mediado las autoridades locales o regionales
con mayor o menor éxito, estas habían sido iniciativas aisladas que no constituían un sistema oficial al que
las partes pudieran recurrir regularmente para solucionar sus diferencias. El historiador Peter De Shazo en
su estudio sobre los sindicatos y movimientos obreros de Santiago y Valparaíso, señala que entre 1902 y 1908
de un total de 84 huelgas identificadas sólo 9 de ellas (13%) fueron negociadas mediante la intervención
gubernamental[23]. Probablemente porque los empresarios y sus representantes eran los más reacios a dejar
sus intereses librados al arbitrio de cuerpos que por definición no controlaban completamente.

De este modo, la solución de la huelga portuaria de Valparaíso se vio amenazada poco después de emitido el
fallo arbitral cuando los gremios obreros acusaron a la generalidad de los patrones de no dar cumplimiento a
las disposiciones del laudo y de no pagarles conforme a la nueva tarifa desde el 18 de mayo, día de la vuelta
al trabajo. Algunos patrones argumentaron como descargo tener serias dificultades para aplicar la sentencia
y otros alegaron cumplirla cabalmente, lo que sumado a los reclamos obreros hizo necesaria una nueva
acción de las autoridades para obtener un acatamiento integral de lo acordado por el árbitro[24]. Como un
par de semanas más tarde algunos miembros del gremio de lancheros encargados del traslado de mercancías
a la Población Vergara, se declararon en huelga sosteniendo que sus salarios no les estaban siendo pagados
conforme al fallo arbitral, la Gobernación Marítima se vio obligada a intervenir una vez más para
reinterpretar el laudo[25].

Un nuevo recurso al arbitraje se produjo en Chañaral, en noviembre del mismo año durante la huelga que
mantuvieron los lancheros y jornaleros portuarios. La solidaridad de los demás gremios obreros de la ciudad
dio fuerza al movimiento y empujó a uno de los jefes de la Casa Besa y Cía., afectada por la paralización de
faenas, a acercarse a los obreros para proponerles la constitución de un Tribunal Arbitral que quedó
compuesto de dieciocho miembros, nueve por cada parte. Luego de un par de reuniones las reivindicaciones
obreras más substanciales -remoción de un capataz y aumento parcial de las tarifas vigentes- fueran
aceptadas. Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones en las que las autoridades jugaron un papel
determinante, promoviendo y prohijando el arbitraje, en este caso la preocupación del poder político
estuvo centrada en reprimir al movimiento obrero, desatando el mismo día del arreglo una persecución
contra la Sociedad Mancomunal de Obreros, acusada de ser la responsable del clima de agitación social. El
desembarco de tropas de marinería del blindado O'Higgins, el encarcelamiento de los principales dirigentes
de la Mancomunal y la persecución de otros líderes obreros, alteró el clima de entendimiento alcanzado,
pero no afectó los acuerdos del Tribunal Arbitral que esta vez no tuvo el apoyo de las autoridades, más
preocupadas en aplastar la contestación social encarnada en el movimiento mancomunal que en promover
compromisos entre los representantes del trabajo y del capital[26].

A pesar de las dificultades y malas experiencias, los gremios obreros cifraban cada vez más sus esperanzas
en las mediaciones que podían realizar los representantes de distintos organismos del Estado, apuntando -de
manera aún poco elaborada- al establecimiento de mecanismos regulares de conciliación y arbitraje. Pero
como se ha venido comprobando, esta predisposición muchas veces encontraba fuertes reticencias y hasta
una declarada hostilidad patronal.
Cuando, por ejemplo, el prefecto de policía de Santiago, señor Pinto Concha, intentó en julio y agosto de
1903 una mediación para poner término a la huelga de los obreros panificadores santiaguinos, la primera
reacción de los trabajadores huelguistas fue negarse al arbitraje y optar por un acuerdo directo entre
patrones y trabajadores[27], pero ante la insistencia de la Intendencia[28], los operarios panaderos
terminaron aceptando la propuesta mediadora de la autoridad en contraste con la terca negativa
empresarial a intentar un entendimiento. Aunque los delegados obreros explicaron que reducían sus
exigencias a la obtención del descanso dominical, el pago semanal y el abono de la misma cantidad que se
les pagaba hasta entonces trabajando siete días a la semana una vez que la semana laboral se redujera a
seis días, la respuesta de los propietarios fue un rechazo intransigente, incluso a la posibilidad de discutir
las demandas de sus trabajadores o someterlas a un tribunal arbitral[29]. Según la versión difundida por El
Mercurio de Valparaíso:

'El señor Guillermo Ugarte, a nombre de los dueños de panaderías, se expresó en el sentido de que tales
bases no podían siquiera discutirse. La Sociedad a la que pertenecemos, dijo, ha tomado un acuerdo en
virtud del cual ha resuelto no sólo no conceder el descanso dominical, sino que se niega a someter este
asunto a arbitraje.

Del mismo modo, tampoco someterá a decisión de un árbitro la libertad que los patrones tenemos de buscar
y contratar nuestros obreros donde nos plazca sin tomar en cuentas para nada las secciones o centros que el
gremio ha formado'[30].

La insistencia del prefecto Pinto Concha por llegar a una solución armoniosa se estrelló contra la firme
oposición de los patrones panaderos. Los representantes obreros pidieron entonces que se les permitiera
enviar un reemplazante los días que tomaran de descanso, solicitando únicamente que además del sueldo
que percibían normalmente y que sería abonado al reemplazante, los industriales les pagaran un pequeño
suple. Los empresarios- informó la misma fuente periodística- respondieron que no podían recargarse con el
abono de ese suple y que el operario que deseaba descansar debía dejar en su poder una garantía
equivalente a dos días de trabajo. Ante el fracaso de su tentativa, la autoridad policial recordó a los
propietarios de panaderías que el 31 de julio ellos se habían comprometido en una nota dirigida a la
Prefectura, a someter a arbitraje todas las diferencias que tuvieran con los obreros, y que 'llegada la
ocasión de poner en práctica lo dicho en la nota, se negaban a someter al fallo de árbitro los puntos
esenciales'[31].

En Valparaíso, el movimiento de los obreros panificadores que se desarrolló en forma paralela y coordinada
con el de sus compañeros de la capital, encontró una similar reacción patronal a la reivindicación del
descanso dominical. Según el decano de la prensa nacional:

'[...] desde que se inició la huelga de los operarios de panadería en este puerto, se han hecho varias
tentativas para arribar a un arreglo que solucione satisfactoriamente la diferencia entre patrones y
trabajadores, sin que ningún resultado práctico haya coronado estos esfuerzos.

Los obreros manteniéndose dentro del orden y de la corrección más absoluta han elevado a los dueños de
panaderías las bases bajo las cuales volverían a sus trabajos. En esas bases, desprovistas de exigencias
inmoderadas, figura como idea fundamental, el descanso dominical los días domingos.

[...]
Es doloroso dejar constancia que estas ideas que tan amplia aceptación han encontrado en el país entero, no
hayan sido acogidas por los dueños de panaderías. Los patrones encerrándose en una terquedad inverosímil
se niegan tenazmente a conceder a los trabajadores lo que la razón y la conveniencia les conceden sin
reservas'[32].

En la huelga de los panificadores porteños también intervino la Prefectura de policía en la búsqueda de una
solución que llegó tras varias semanas el 28 de agosto. En el local policial ambas partes firmaron un acuerdo
que significaba importantes concesiones de los operarios quienes, al igual que los del gremio homólogo
santiaguino, aceptaron posponer la reivindicación del descanso dominical. Pero la instauración de un comité
compuesto por representantes de empresarios y obreros y la fijación de sueldos en función de una tarifa
acordada conjuntamente fue el saldo positivo del movimiento[33].

El gremio de panaderos de Iquique que, a semejanza de sus congéneres de la región central, se situaba por
esos años a la vanguardia de la lucha por el descanso dominical, también vio en la intervención de las
autoridades un elemento factible de ser utilizado para defender los intereses de los trabajadores y hacia
comienzos de 1905 demandó su mediación para conseguir lo que no era posible lograr de manera directa con
los patrones. Ante la larga demora en la aprobación del proyecto de ley de descanso dominical en una de las
ramas del Congreso Nacional y el rechazo empresarial a ceder a su petición, los delegados del gremio
iquiqueño se dirigieron al Intendente provincial para solicitar su interposición a fin de 'producir una
aproximación entre patrones y obreros, que dé por fruto armónico el tan deseado descanso dominical' [34].
Los obreros panificadores pedían que el delegado del Ejecutivo citara en su despacho a los representantes
de empresarios y trabajadores de panaderías a fin de pronunciarse sobre sus reivindicaciones[35].

Así, determinadas autoridades se convertían en elementos mediadores 'naturales' en los conflictos entre el
capital y el trabajo aunque ninguna disposición legal los obligara a intervenir. Ese era el caso destacado de
los prefectos de policía de Santiago y Valparaíso mencionados más arriba. Pocos meses después de su
participación en la solución del conflicto de los panaderos, el jefe de la policía porteña desplegó sus buenos
oficios para procurar un entendimiento entre los obreros zapateros en huelga y los dueños de la Casa de
Fagalde Hermanos[36]. Algo parecido hacían intendentes, gobernadores y subdelegados. Otros ejemplos,
entre los muchos casos que se produjeron en los primeros años del siglo XX, ilustran el papel de espontáneos
mediadores y componedores en los conflictos laborales a los que se vieron arrastrados por las circunstancias
estos agentes del Estado.

Durante la huelga de los mineros de tres piques de la compañía de Lota en enero de 1904, el Gobernador de
Lautaro intentó una mediación a solicitud de los propios huelguistas. Sin embargo, la iniciativa no prosperó
porque las bases propuestas por la autoridad suponían la formación de una comisión de trabajadores en la
que no participaran los miembros de la sociedad de resistencia ni los operarios recientemente despedidos
por la compañía. La negativa de los huelguistas a abandonar a sus compañeros puso término al conato de
mediación[37].

Poco después, la huelga de los trabajadores de la mina 'El Cobre' perteneciente a la Sociedad Minera de
Catemu se solucionó mediante un acta de avenimiento firmada en la oficina del Gobernador de Quillota el 8
de mayo de 1904[38].

La huelga que protagonizaron en septiembre de 1905 los obreros de la Maestranza del Ferrocarril de Taltal,
terminó el 22 de ese mes como resultado de una gestión en la que participaron junto a cuatro portavoces de
los huelguistas, los señores Gumecindo G. Gacitúa, Gobernador interino del Departamento, Melitón Gajardo,
Comandante del crucero 'Chacabuco' y Víctor M. Valdés, Director de Ele Mercurio del Norte, en
representación de la empresa del Ferrocarril de Taltal, en calidad de 'amigables componedores'. Cabe
destacar que la acción de los funcionarios estatales fue demandada por los obreros, quienes luego de un
meeting público realizado el 14 de septiembre pidieron al Gobernador interino del departamento que
interviniera directamente en tanto árbitro componedor para obligar a los jefes de la empresa a acceder a
sus peticiones. Pero tanto más interesante que la petición de mediación eran las razones de principios
invocadas por los trabajadores:

'Que el Gobierno, por medio de sus representantes, está llamado a proteger los intereses del débil contra el
fuerte y a intervenir para solucionar estos conflictos, tal como se estila y es de Ley en todo país
civilizado'[39].

Por medio del avenimiento los trabajadores aceptaron un aumento de 20% para aquellos jornales de hasta $4
diarios, 15% para los que ganaban entre $4 y $5 al día y 10% para los jornales superiores a los $5 diarios.
Igualmente, se consignó la supresión de la media hora de trabajo que había sido aumentada para los
sábados, pero la pretensión de limitar los horarios de trabajo de los palanqueros y fogoneros quedó de ser
consultada con el Superintendente, quien se comprometió a revisar los itinerarios de los trenes de carga
para disminuir la duración de los viajes[40].

A comienzos de octubre los trabajadores en huelga de los tranvías eléctricos de la capital pusieron sus
esperanzas en un Tribunal Arbitral y en las gestiones que solicitaron al Intendente de la provincia. En carta
dirigida al representante del Poder Ejecutivo, el comité de huelga nombrado por los maquinistas,
cobradores y operarios de la Empresa de Tracción Eléctrica decía:

'Hemos hecho una presentación respetuosa al Gerente de la Empresa, exponiéndole nuestras peticiones y
deseos, buscando por todo medio posible un arreglo directo con la Dirección; pero nada hemos obtenido, ni
siquiera una contestación, a pesar de que hemos limitado nuestras peticiones a la equidad y a la
moderación, poco compatibles con quienes tienen que gastar sus energías en el trabajo.

En vista de esto, hacemos presente a U.S. que nuestro deseo es de acudir a un tribunal arbitral nombrado
equitativamente y que sirva como mediador de nuestras dificultades'[41].

En la solución del conflicto también intervino el Prefecto de Policía, señor Pinto Concha, quien medió
activamente entre las partes. El movimiento de los trabajadores obtuvo satisfacción a la mayoría de sus
demandas gracias a su propia fuerza, pero también por la solidaridad activa que le prestaron los gremios de
obreros electricistas, albañiles y panaderos[42]. La combinación de movilización ordenada, negociaciones y
arbitraje parecía ser una fórmula exitosa.

En enero de 1906, al producirse una huelga del gremio de lancheros en Coquimbo, correspondió al
Gobernador departamental y al Gobernador marítimo suplente tomar la iniciativa para intentar un arreglo
entre el gremio obrero y la agencia de las lanchas[43]. Pocos días más tarde -a comienzos de febrero- los
buenos oficios del Intendente interino de Valparaíso Emilio Errázuriz hicieron posible un avenimiento entre
los cocheros que se hallaban en huelga y sus patrones[44], y en noviembre del mismo año, cuando los
lancheros del mismo puerto presentaron peticiones salariales a sus empleadores, la huelga estuvo a punto
de estallar, pero según lo que informó el principal órgano de prensa local:
'Los dueños de lanchas, aunque disintiendo de la manera de apreciar los fundamentos del alza pedida,
tuvieron el levantado propósito de evitar dificultades y admitieron la conveniencia de discutir una solución,
la que podría adquirir carácter obligatorio, si los reclamantes convenían en remitirse a un juicio de una
persona imparcial, que a la luz de los antecedentes y de las prácticas seguidas, diera opinión final acerca
del punto controvertido.

Con la aceptación de los obreros y con el acuerdo mutuo de ambas partes para designar en el carácter de
árbitro amigable componedor al señor gobernador marítimo de Valparaíso, quedó virtualmente finalizada la
cuestión y consagrado como medio de terminar las dificultades, el arbitraje'[45].

El fallo del árbitro fue entregado el 28 de noviembre, dándose por solucionado el conflicto mediante la
fijación de una nueva tarifa válida durante seis meses. El Mercurio de Valparaíso, aplaudiendo el acuerdo,
diría:

'Quedan así, en una condición perfectamente estable y garantida [sic] las relaciones entre industriales y
trabajadores, que tanto necesitan de armonía y tranquilidad, para consagrarse con fruto a sus respectivas
labores.

[...]

En vez de recurrir a actitudes agrias y violentas, en las cuales no sólo pierden los interesados, como
empresarios o como obreros de una faena, sino que sufre el comercio entero y la sociedad en general, en
vez de causar intranquilidades en la paz pública que exponen a extremos tan lamentables, en este caso se
ha sabido apelar al medio más justo y más razonable de zanjar las reivindicaciones que en los conflictos de
este género se presentan exhibiendo sus derechos mutuamente patrones y asalariados.

El conflicto así ha pasado casi desapercibido a consecuencia, precisamente, de la facilidad con que se le ha
puesto término.

Es esta, además, una demostración práctica de lo conveniente que es de apelar a este medio para estudiar,
discutir y resolver los conflictos que necesariamente se suscitan entre los dueños de industrias o faenas y sus
empleados.

El arbitraje en los movimientos obreros ha recibido una consagración entre nosotros, que lo recomienda
elocuentemente para ser empleado en casos de la misma especie'[46].

Probablemente, la intervención más importante de los agentes del Estado en un conflicto laboral durante la
primera década del siglo XX, tanto por el nivel de la autoridad comprometida (un ministerio) como por los
auspiciosos resultados logrados (un acuerdo que dio satisfacción a varias de las demandas proletarias) fue la
realizada por una comisión nombrada el 10 de junio de 1907 por el Ministerio de Industrias y Obras Públicas
para dar solución a la huelga general de los trabajadores ferroviarios que se extendía por casi todo el país. A
las peticiones obreras de nombramiento de un tribunal permanente compuesto de tres delegados de los
trabajadores y tres del gobierno a fin de dirimir las diferencias surgidas durante la huelga y abocarse al
estudio de la legislación social, el ministro accedió designando a Ascanio Bascuñán y al conocido político
conservador Juan Enrique Concha, precursor del socialcristianismo en Chile, a los que se sumaron los
delegados elegidos por la asamblea de operarios, Amador Leiva y Darío Bizama, para estudiar
conjuntamente las demandas proletarias. A las pocas semanas la comisión se pronunció a favor de la
mayoría de los reclamos de los trabajadores.

Pero tan o más significativo que los mejoramientos laborales, de duración de las jornadas, condiciones y
organización del trabajo, fueron algunas recomendaciones formuladas al ministro por la comisión mixta a fin
de establecer procedimientos de resolución de las contradicciones entre el capital y el trabajo como la
designación de 'una comisión permanente, compuesta de representantes de la Empresa y de los obreros para
solucionar pacíficamente y prevenir todas las dificultades que surjan entre el personal de la Empresa y sus
jefes'[47]. Un buen reflejo del espíritu que animaba a la comisión mixta era su explicación sobre el descarte
de algunas peticiones de los obreros, por cuanto ellas estaban siendo objeto 'de una legislación especial
sobre el trabajo y los accidentes ocurridos en él', materias sobre las cuales se discutía en esos momentos en
el Congreso Nacional[48]. E insistiendo en la idea del organismo permanente de conciliación y arbitraje, los
delegados estatales y obreros planteaban:

'La comisión ha estimado conveniente no sólo para solucionar futuras dificultades entre el personal, sino
también bien para prevenirlas, la designación de un comité o junta de amigables componedores, compuesta
de obreros y representantes de la Empresa, tal como con muy buen resultado, existe establecido en la
mayor parte de los países europeos[49].

Sin embargo, la solución no estuvo exenta de polémicas. Muchos huelguistas desautorizaron la mediación del
diputado demócrata Bonifacio Veas y de su correligionario el regidor Nicasio Retamales, partidarios
fervorosos del arbitraje. El comité de huelga prefería un acuerdo autónomo, rechazando la propuesta del
parlamentario demócrata, aunque finalmente llegó a un arreglo con el gobierno que fue criticado por el
propio Veas. En un clima enrarecido por acusaciones mutuas, el término de la huelga ferroviaria acarreó la
extinción de otros conflictos que habían florecido en Santiago en torno al movimiento de los obreros
ferrocarrileros, aun cuando cabe destacar que las obreras de la Fábrica Matas lograron mediante resolución
de un Tribunal Arbitral mejoras salariales y de horarios laborales[50].

Como se puede apreciar, la actitud de los trabajadores iba siendo cada vez más favorable a la intervención
de los representantes del Estado en las pugnas con sus patrones. Hacia 1907 la prédica anarquista de
rechazo tajante a esta intromisión ya había perdido mucho terreno. El Directorio General provisorio del
Partido Democrático (fracción doctrinaria) designado por la Convención de junio de 1906 realizada en
Santiago, consideró en su proyecto de programa mínimo un punto de legislación social que establecía que las
diferencias entre patrones y obreros deberían ser resueltas por tribunales compuestos de patrones y
obreros'[51], lo que fue incluido en el Programa y Reglamento aprobado en la Convención reunida en la
capital a fines de diciembre del mismo año, agregándose un acápite que reivindicaba 'la creación de un
tribunal compuesto de obreros y patrones, que conozca y falle los desacuerdos entre estos mismos'[52].

Más sintomático aún: cuando las autoridades no asumían el papel de mediadores era frecuente que los
propios gremios y medios de prensa del movimiento obrero la solicitaran con gran energía y convicción. Era
el llamado de auxilio de los débiles al poder que supuestamente debía, si no velar por sus intereses, al
menos ser justo y actuar con ecuanimidad. En las huelgas podían mezclarse el lenguaje y las acciones 'duras'
y combativas aconsejadas por los militantes libertarios con llamamientos a la intervención justiciera de los
poderes públicos. Durante la gran huelga marítima de junio de 1907, que afectó a la mayoría de los puertos
del país, el Suplemento a La Unión Obrera, editado en Santiago -con un pie de imprenta falso, según un
informe del Jefe de la Sección de Seguridad de la Policía[53]- criticó ácidamente la actitud del Ejecutivo, no
sólo por su función represiva, sino también por abstenerse de mediar:
'El Gobierno en vez de intervenir como árbitro en la cuestión, ha facilitado las tropas de línea a las
compañías para el desembarque, atropellando así abiertamente las pretensiones de los obreros en huelga.
Nosotros censuramos estos actos de mala previsión en estos asuntos, porque así se irritan más los ánimos de
la gente huelguista.

La huelga marítima lleva ya tres semanas sin poder buscarse una solución favorable por ambas partes.

Es preciso poner término cuanto antes a esta situación y aconsejamos al Gobierno intervenga entre obreros
y patrones para su más pronta solución, y así evitaríamos las consecuencias desastrosas que se ocasionan al
país entero'[54].

Con todo, nuestro sondeo revela que las autoridades mostraban una tendencia creciente a intervenir y
-como hemos sostenido- que esta intromisión en los conflictos entre el capital y el trabajo era cada vez
mejor percibida por el mundo obrero.

AÑOS DE REFLUJO Y DE BÚSQUEDA

La masacre de la Escuela Santa María de Iquique a fines de 1907 significó un golpe durísimo para el
movimiento obrero y marcó un punto de inflexión en los debates sobre la 'cuestión social' en el seno de la
propia elite. A partir de entonces las discusiones parlamentarias comenzaron a tomar un cariz menos
centrado en aspectos teóricos generales, retrocediendo considerablemente las posturas negacionistas que
habían abundado en los primeros años del siglo. Los debates asumieron un carácter más técnico, partiendo
de la aceptación de una realidad que, aunque desagradable, debía inevitablemente ser enfrentada para
preservar el orden social.

En el plano legislativo, la preocupación por instaurar en Chile la conciliación y el arbitraje en los conflictos
laborales tuvo una expresión destacada en el proyecto de ley que presentó en 1910 el diputado liberal
Manuel Rivas Vicuña, que consideraba someter los desacuerdos entre patrones y trabajadores a la
consideración del Intendente o Gobernador, quien actuaría como Presidente de una Junta de Conciliación
compuesta por igual número de representantes de las partes en litigio. Se trataba de un procedimiento
rápido -tres días como máximo de negociación- tendiente a forzar la solución del conflicto. Si agotados los
medios conciliatorios no se llegaba a un consenso, se constituiría un Tribunal Arbitral compuesto de un
delegado de cada sector en disputa, siendo designado un tercero de común acuerdo. En caso de que las
partes no aceptaran la mediación o el arbitraje y estallaba la huelga, esta debía ser anunciada a las
autoridades con cinco días de anticipación cuando podían alterar el funcionamiento de servicios básicos
como la electricidad, el agua, los ferrocarriles o la fabricación y venta de artículos alimenticios de primera
necesidad. Quienes promovieran la huelga sin dar aviso respectivo a las autoridades serían castigados con la
pena de presidio menor en su grado mínimo a medio[55].

Sin embargo, explica el historiador Juan Carlos Yáñez, este proyecto que no sería aprobado, presentaba
vacíos y problemas que habrían dificultado su aplicación:

'En primer lugar, la excesiva libertad que tenían las partes para iniciar o no el proceso de negociación, fuese
en la modalidad de conciliación o arbitraje, reduciéndose en la práctica el radio de acción de este
mecanismo. En segundo lugar, se confundían procedimientos de conciliación con el de arbitraje. Así, por
ejemplo, en la conciliación actuaba un árbitro que ejercía labores de intermediario (el Intendente o
Gobernador) entre las partes y luego en el arbitraje se establecía un tribunal que no era totalmente
independiente de las mismas. Por último, no quedaba claro en el proyecto el grado de obligatoriedad que
tenían las resoluciones del tribunal arbitral, estableciéndose sólo las formas que éste haría llegar las
conclusiones a los interesados'[56].

Anticipando lo que sería el fracaso de tentativas como la de Rivas Vicuña, en noviembre del mismo año, la
Comisión de Legislación Obrera de la Cámara de Diputados rechazó la proposición de convertir la Oficina del
Trabajo en una institución de mediación de los conflictos laborales argumentando la inconveniencia de dar
atribuciones a esa bisoña institución creada en 1907:

'[...] que puedan llevarla a chocar con determinados intereses y a perder o comprometer así su prestigio,
que en cambio podrá seguramente afirmarse con una actuación imparcial y alejada de todos los intereses en
lucha'[57].

Como todas las experiencias acumuladas hasta bien entrado el nuevo siglo carecían de sustentación legal,
eran dispersas, balbuceantes e inseguras. Según un editorial de El Mercurio de Santiago en mayo de 1912,
hacia esa fecha se hacía evidente un retroceso respecto de exitosos ensayos de conciliación y arbitraje
ocurridos cinco o seis años antes[58]. Lo que fue ratificado, en cierto sentido, en el segundo semestre de
1914 en un artículo publicado en el Boletín de la Oficina del Trabajo, que constataba con pesadumbre el
vergonzoso atraso que exhibía Chile en este aspecto no sólo respecto de los países europeos, sino también
en comparación con naciones como Estados Unidos, Nueva Zelandia, Argentina y Perú. Hasta entonces
habían llegado hasta el Congreso Nacional apenas dos proyectos de ley relativos a las huelgas, la conciliación
y el arbitraje, y ambos dormían 'el sueño de los justos', sin haber sido estudiados por los parlamentarios. El
primero había sido el presentado por el gobierno en agosto de 1908 poco después de los infaustos sucesos de
la Escuela Santa María de Iquique y el segundo -más liberal y tolerante- era el recién mencionado del
diputado Manuel Rivas Vicuña de 1910[59]. A juicio del articulista, la situación era inquietante porque entre
1908 y 1914, según cifras proporcionadas por la Oficina del Trabajo (datos incompletos debido a la falta de
medios de ese servicio fiscal), se habían desarrollado 123 huelgas que habían durado 990 días y en las que
habían participado 69.011 obreros, originando pérdidas de poco más de $2.433.313 en salarios. De esas
huelgas sólo el 20% había sido exitosa, el 52% había terminado en transacciones y el 28% había
fracasado[60].

De acuerdo con este análisis, se vivía una situación de impasse porque en Chile no existían 'costumbres
industriales' que pudieran subsanar la falta de reglamentación legal de las huelgas, lo que significaba que los
patrones y obreros no podían disponer de un procedimiento que facilitara la solución de sus conflictos, y el
gobierno se encontraba 'desprovisto de medios legales para obtener el restablecimiento de la cordialidad
quebrantada, con grave daño de la industria, del comercio y del bienestar general'[61].

A lo anterior se sumaban rechazos que surgían a estas prácticas mediadoras desde los sectores patronales,
pero también desde el mundo obrero. Entre los trabajadores la desconfianza hacia las autoridades,
especialmente después del ciclo de masacres 1903-1907, llevaba aguas al molino de los elementos más
radicales, como los anarquistas cuya política de acciones directas excluía cualquier intervención de los
políticos y del Estado. Un ejemplo de la influencia ácrata fue la desaprobación de los huelguistas de la
Compañía de Tranvías Eléctricos de Santiago a la idea propuesta por el Intendente Urzúa de nombrar un
Tribunal Arbitral formado por 'tres caballeros respetables'. La asamblea de los tranviarios realizada el 23 de
marzo de 1913 acordó, 'por unanimidad, no aceptar arbitraje alguno' y continuar 'sosteniendo la huelga en la
misma forma que en los días anteriores' hasta que la empresa cediera ante sus peticiones [62]. En este caso
la intransigencia obrera era el complemento de la cerrada negativa inicial de la compañía de tranvías a
aceptar algunas de las demandas de sus trabajadores[63].

En septiembre de 1916, el delegado de la Asociación Salitrera de Propaganda denunció ante la Intendencia


de Tarapacá que el 'espíritu insubordinado' reinante entre los trabajadores portuarios era la causa por la
cual ellos no respetaban el reglamento de trabajo en las bodegas que había sido aprobado después de largas
discusiones por la Comisión Mixta de Productores y representantes obreros. Según el exponente patronal, 'los
trabajadores en cualquier momento abandonan las faenas, por orden de los gremios con pretextos para
reunirse para disentir acuerdos y tomar nuevas disposiciones que modifican las existentes', precisando que
'los mismos trabajadores no ocultan ni niegan el poco respeto que les merece lo mismo que en ocasión han
reconocido delante de la primera autoridad de la provincia'[64]. A ello se agregaba, según la misma fuente:

'[...] la falta de cooperación por parte de la policía que tolera impasible la obra demoledora de los malos
elementos, que no descansan en la formación de Sociedades de Resistencia, apremiando a todos los
trabajadores en forma compulsiva, para entregar la agitación de las masas a conocidos agitadores ya
expulsados de las faenas por su carácter subversivo'[65].

Poco después, a fines de octubre, al producirse una huelga general en Iquique, la Intendencia de Tarapacá
denunció al Ministro del Interior que los obreros 'rechazan hoy conclusiones que aceptaron ayer'[66].

La carencia de normas legales que institucionalizaran y reglamentaran la conciliación y el arbitraje, hacía


más difícil su enraizamiento ya que además de las oposiciones que surgían por doquier existían disposiciones
legales o estatutarias que impedían su puesta en práctica en ciertas empresas estatales. Así, los obreros de
los Ferrocarriles del Estado que se encontraban en huelga en distintos puntos del país en marzo de 1916,
plantearon la posibilidad de superar el impasse en que se encontraban las negociaciones por medio del
arbitraje de un organismo compuesto por un representante de la dirección de los ferrocarriles, otro de los
trabajadores y un tercero nombrado por el Presidente de la República, idea que contó con el apoyo de
distintos sectores, incluso de la Federación de Estudiantes que expresó su solidaridad con el movimiento
reivindicativo de los obreros[67]. Sin embargo, la respuesta que el Presidente Sanfuentes dio a los
huelguistas por intermedio del comandante del cuerpo de Carabineros, teniente coronel Francisco J. Flores,
fue desalentadora:

'Les manifestó el comandante Flores que, en homenaje a los buenos propósitos de que habían dado pruebas,
estaba animado el Excmo. Señor Sanfuentes para solucionar en forma satisfactoria la huelga, volvieran al
trabajo y que designaran una delegación para que gestionara ante el Consejo Administrativo la aprobación
de las peticiones que en esta ocasión no les había sido posible considerar a esta corporación. Les agregó
que, a su juicio, deberían suscribir un acta, desistir de la idea del arbitraje y volver inmediatamente a sus
faenas[68].

No obstante su traspié, ese mismo día los huelguistas presentaron personalmente al Jefe de Estado una
petición insistiendo en la idea del comité de arbitraje. El Presidente de la República -por sincero
convencimiento o como maniobra para sacarse la presión transfiriéndola a otros- volvió sobre su posición
inicial y expresó que el arbitraje le parecía el medio adecuado para resolver el conflicto, quedando de
transmitir la proposición obrera al Consejo Directivo de la empresa. La contestación que horas más tarde
dieron los dirigentes de la empresa estatal de ferrocarriles a la consulta presidencial, descartó
definitivamente la esperanza que muchos huelguistas habían puesto en el arbitraje:
'En respuesta, informaron a S.E. los señores consejeros que la idea era inaceptable, por cuanto la ley de
reorganización de los Ferrocarriles, la misma que creó el Consejo, no los autoriza para solucionar por este
medio las dificultades entre los obreros y la Empresa'[69].

El Presidente retrocedió a su posición original y aconsejó a los obreros por medio del jefe de Carabineros
para que regresaran inmediatamente al trabajo 'en la confianza de que todas y cada una de sus peticiones
serán debidamente consideradas con la oportunidad debida y a medida que la situación de la Empresa lo
permitiera'[70]. Hacia mediados de marzo la huelga ferroviaria comenzó a extinguirse. Primero volvieron a
sus labores los maquinistas de la II Zona y luego otras secciones y categorías de trabajadores hasta que,
finalmente, a petición de los propios operarios que persistían en el paro, una comisión ad hoc de la Cámara
de Diputados que actuó como mediadora, logró un acuerdo que sin satisfacer completamente las demandas
iniciales del movimiento, permitió la vuelta al trabajo[71].

La conciliación y el arbitraje seguían siendo prácticas ocasionales, inestables y aventuradas. Faltaba la ley
que las sancionara y que las impusiera, venciendo las reticencias que aún subsistían en ambos polos del
conflicto social, especialmente en el seno de la clase patronal. Pero entre los trabajadores, incluso en
algunos segmentos ideológicamente radicalizados -como los representados por la tendencia socialista-, estas
ideas encontraban creciente apoyo. El Partido Obrero Socialista (POS) inscribió en su Programa aprobado en
su Primer Congreso realizado en 1915 un punto que preveía el:

'Nombramiento de tribunales mixtos compuestos por mitad entre obreros y patrones encargados de ventilar
y resolver todas las dificultades que mejoren entre unos y otros y estudiar las leyes sociales de carácter
urgente las cuales serán propuestas a la consideración legislativa'[72].

Por su parte, la II Convención Nacional de la FOCH realizada en septiembre de 1917 en Valparaíso, que
marcó un hito importante en el desarrollo de la influencia del POS en su seno, declaró que aspiraba a
'cultivar amistosas relaciones con los poderes públicos y autoridades administrativas' y que:

'Como demostración práctica de que la institución anhela evitar los conflictos que se produzcan entre
obreros y patrones, declara que acepta el arbitraje como medio de conciliación y se esforzará por obtener
de las autoridades de la nación la constitución de tribunales arbitrales en que estén representados los
intereses obreros para dirimir los conflictos que se produzcan entre el capital y el trabajo, siempre que
estén representados por partes iguales y una persona neutral que falle las discusiones'[73].

LA ORIGINAL EXPERIENCIA DE LA CÁMARA DEL TRABAJO EN MAGALLANES

Poco antes de que se publicara el Decreto Supremo que constituyó el primer paso para oficializar los
mecanismos de conciliación y arbitraje, en el extremo sur del país se concretó bajo el impulso de la
Federación Obrera de Magallanes (FOM) y sin la intervención del Estado, una original experiencia mediadora
de carácter permanente.

Como fruto de numerosas luchas proletarias que permitieron un acuerdo entre la Federación Obrera y los
principales patrones de la región, nació en septiembre de 1917 la Cámara del Trabajo, organismo mixto,
compuesto por igual número de delegados de empresarios y trabajadores, destinado a fijar de común
acuerdo los salarios para el año siguiente. Un Tribunal Arbitral se encargaría de zanjar los desacuerdos o
controversias que surgieran después de los convenios o arreglos hechos por la Cámara del Trabajo y una vez
que se hubieran agotado todos los recursos de avenimiento y fracasado las gestiones de arreglo[74]. Aunque,
como señala una monografía sobre el movimiento obrero magallánico, este organismo se constituyó 'en
medio del escepticismo de los sectores mayoritarios de la Federación' (los anarquistas) 'y el entusiasmo de
los socialistas', su actividad mediadora se convirtió en un procedimiento normal en los conflictos
laborales[75]. Su Directorio estaba integrado por representantes (socialistas) de la FOM, de los empresarios
y algunos vecinos connotados de Punta Arenas (como el Almirante Arturo Sweet)[76].

Si bien en ciertas ocasiones los fallos de la Cámara del Trabajo eran contestados por alguna de las partes,
generalmente eran aceptados y se convertían en el frágil punto de equilibrio de las relaciones entre el
capital y el trabajo. A este organismo le correspondió, en un período particularmente agitado en el plano
social, la solución, entre otros, del conflicto entre los mineros de la Compañía Menéndez Behety y sus
patrones en agosto de 1919[77] y las huelgas de la gente de mar y playa en enero de 1920[78], de los
operarios de la mina Loreto en el mes siguiente[79] y de los trabajadores de mar y de la isla Dawson en
mayo y junio del mismo año[80].

La Agrupación Socialista de Magallanes -que se mantuvo independiente del Partido Obrero Socialista que
existía en el centro y norte del país- apoyó con entusiasmo la Cámara del Trabajo difundiendo sus logros y
alabando su existencia:

'Se ha fundado la Cámara del Trabajo en Punta Arenas -decía El Socialista en junio de 1919- y como
saludable consecuencia han vuelto a estrecharse las relaciones entre patrones y obreros [...]. Hasta ayer el
Capital y el Trabajo eran dos rivales confiados en sus fuerzas siempre dispuestas a la lucha, hoy se han
convertido en dos elementos que buscan en el mutuo acuerdo un mayor bienestar, tranquilidad y progreso
para el Territorio con la pretensión de evitar los grandes trastornos que produce una huelga, como las que
han sucedido hasta aquí [...]'[81].

Este organismo de diálogo y de resolución de los conflictos entre patrones y trabajadores sin representación
del Estado, era presentado por los socialistas magallánicos como un modelo de respuesta a las
contradicciones entre el capital y el trabajo, atribuyendo a su composición, espíritu y modo de
funcionamiento grandes logros en beneficio de los trabajadores:

'La `Cámara del Trabajo' -explicaba el periódico socialista- se reúne todos los jueves de 6 P.M. a 8. En dichas
sesiones se discuten los múltiples asuntos que llegan a la consideración y resolución de la misma, por
intermedio del secretario General de la Federación Obrera. Para las cuestiones de fácil solución se nombran
dos directores de turno, que siempre corresponden a un patrón y a un obrero, los cuales están en funciones
durante un mes. Las inmensas ventajas que reporta al trabajador magallánico `la Cámara del Trabajo', se
pueden deducir fácilmente de lo obrado hasta el presente. Se arregló en concordancia todos los convenios
del campo y de la ciudad, con apreciables ventajas para los trabajadores. Y no solamente eso: día tras día
se hace justicia a los trabajadores que por una u otra causa necesitan de ella. Hoy día el patrón no comete
las injusticias que cometía antes porque sabe que existe una institución que muy cortés, eso sí, pero sin
dobleces hará reconocer el error cometido'[82].

Por último, se inscribía al haber de esta instancia apoyada por los socialistas, el reconocimiento que la
Cámara había hecho en agosto de 1919 de la FOM como el único referente obrero de ese territorio, negando
tal calidad a los 'gremios libres' o paralelos afiliados a una Federación Obrera Católica[83].

La oleada represiva cuyo punto más alto en el territorio magallánico se situó a fines de julio de 1920 al
producirse el asalto y masacre en el local de la FOM[84], puso término a esta experiencia. En todo caso, sus
huellas fueron profundas en el mundo popular. Después de esos terribles sucesos, la debilitada Federación
Obrera, cuya dirección era disputada por anarquistas y socialistas, siguió añorando y solicitando la
reconstitución de la Cámara del Trabajo, por su valoración positiva del papel de mediador directo entre
patrones y trabajadores que había cumplido en años anteriores:

'Los trabajadores de Magallanes -decía el órgano de la Federación hacia fines de 1921- han pedido la
reorganización de la Cámara del Trabajo, organismo que hasta la fecha del 27 de julio del año pasado venía
funcionando a satisfacción de patrones y obreros. En la Cámara del Trabajo se discutían, como es sabido, los
intereses de ambas entidades: capital y trabajo y todo marchaba con la debida tranquilidad y armonía;
acaecieron los sucesos del 27 de julio y la Cámara del Trabajo ha estado clausurada hasta la fecha'[85].

La máxima autoridad política de la región coincidía con este juicio. Según lo expresado por el Gobernador
de Magallanes al Ministro del Interior, para solucionar las dificultades que con frecuencia se producían entre
obreros y capitalistas era necesario formar un Tribunal de Hombres Buenos que emanara de un acuerdo
entre ambas partes y con participación de representantes de trabajadores, empresarios y del Estado. Dicho
tribunal se apoyaría en la experiencia de la antigua Cámara del Trabajo, pero tendría, a diferencia de
aquella, un respaldo legal:

'La creación de este `Tribunal', que tuvo aquí ya un precedente no ha mucho en una `Cámara del Trabajo',
que alcanzó a producir inequívocos servicios, debería hacerse por medio de disposiciones de carácter
permanente, por una ley de la República, dando derecho a los capitalistas para designar tres representantes
y a los trabajadores o empleados para designar otros tres representantes, completándose el Tribunal con el
Gobernador de Magallanes, que lo presidirá, y con dos miembros elegidos por S.E. el Presidente de la
República'[86].

Años más tarde, al promediar la década, cuando la antigua Federación Obrera era sólo un recuerdo que sus
sucesoras la Unión Sindical de Magallanes (USM), con base en Punta Arenas, y la Federación Obrera Local
(FOL) de Puerto Natales, no lograban emular, la idea de un organismo mediador en el estilo de la antigua
Cámara del Trabajo seguía presente en el espíritu de los dirigentes laborales. Así, cuando en noviembre de
1925 los delegados de la USM y de la FOL reunidos en Punta Arenas con los representantes de los estancieros
no obtuvieron la firma de un convenio satisfactorio para las aspiraciones de sus bases, su primera reacción
consistió en 'nombrar unilateralmente a dos abogados para representarlos en un posible arbitraje del
conflicto' y en 'informar por radio al Ejecutivo de la situación creada, solicitándole la constitución de una
`Junta Permanente [de] conciliación' que asumiera personalmente las funciones de la Cámara del Trabajo
fenecida por obra del accionar represivo de la segunda mitad de 1920'[87].

HACIA LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS MECANISMOS DE CONCILIACIÓN Y ARBITRAJE

Para hacer frente a los frecuentes conflictos entre el capital y el trabajo, y recogiendo las experiencias que
de manera más o menos espontánea se habían sucedido desde los primeros años del siglo, en 1917 se
presentó un nuevo proyecto de ley sobre conciliación y arbitraje que tomaba como base el que Rivas Vicuña
había propuesto siete años antes. Al igual que su predecesor, este proyecto establecía la conciliación y el
arbitraje voluntarios, pero instalaba en todas las fábricas o centros industriales que emplearan a más de 50
operarios una instancia de negociación previa de tipo permanente denominada 'comités permanentes del
trabajo' a fin de prevenir los conflictos entre trabajadores y patrones. Los comités, formados por seis
miembros, tres por cada parte, debían velar por la higiene y seguridad en la industria y por el cumplimiento
de la ley de accidentes del trabajo. Pero carecían de facultades resolutivas, teniendo un carácter de mero
punto de encuentro entre patrones y trabajadores. Las huelgas debían ser anunciadas por los comités
permanentes del trabajo a las autoridades correspondientes con cinco días de anticipación y con diez días si
implicaban cortes de electricidad o agua, suspensión de la actividad de los ferrocarriles o la fabricación y
venta de artículos alimenticios de primera necesidad. El proyecto preveía penas para las personas que no
dieran aviso de las huelgas, los perturbadores del orden público o quienes quisieran imponer las huelgas o
hacer desistir de ellas a terceros. Igualmente se castigaría (con penas pecuniarias) a quienes no respetaran
los acuerdos de la Junta de Conciliación o del Tribunal Arbitral[88].

Este proyecto de ley sirvió de base para Decreto Supremo N°4353 del Ministro del Interior, Eliodoro
Yáñez[89], del 14 de diciembre de 1917 que estableció de manera formal los Tribunales de Conciliación y
Arbitraje. Según sus disposiciones, en caso de desacuerdos sobre las condiciones laborales entre patrones y
trabajadores, el Intendente o Gobernador respectivo, a solicitud de cualquiera de los interesados, debía
invitar a ambas partes para que en un plazo no superior a las 24 horas designaran hasta tres personas cada
una para constituir una Junta de Conciliación que sería presidida por el Intendente o Gobernador. Si al cabo
de tres días los medios conciliatorios no hubiesen dado resultado, la autoridad debía proponer la
constitución de un Tribunal Arbitral, compuesto de un representante de cada parte y de un tercero
designado de común acuerdo por ambas. Si ellos no lograban ponerse de acuerdo respecto del tercer
árbitro, el Jefe de Estado nombraría en calidad de tal a un delegado especial del gobierno. Los fallos de
este tribunal serían inapelables. Al igual que en los proyectos anteriores, el Decreto Yáñez establecía que
las huelgas debían ser anunciadas con cinco o diez días de anticipación, según la importancia de los servicios
o actividades económicas involucradas. Si las partes no aceptaran la conciliación o el arbitraje, el
Gobernador o el Intendente debía informar al Ministro del Interior y a la justicia ordinaria junto con facilitar
la fuerza pública para la protección de los trabajadores que quisieran continuar en el trabajo o volver a
él[90].

El Decreto Yáñez recogía las experiencias de otros países, especialmente europeos, que habían sido pioneros
en este tipo de prácticas, pero también las que de manera más o menos espontánea se venían desarrollado
en distintos lugares del país. A medida que se agudizaba la crisis social y económica, estos mecanismos
fueron utilizados cada vez más por las autoridades locales y provinciales a fin de disminuir o morigerar los
enfrentamientos sociales, tratando de interceder entre las partes en conflicto.

Una rápida revisión de varias experiencias que tuvieron lugar durante el agitado bienio 1919-1920 permite
formarse una idea de las dificultades, potencialidades, limitaciones y alcances de las nuevas prácticas
mediadoras impulsadas por el Estado.

En enero de 1919, durante la huelga de los operarios que trabajaban en la construcción del edificio de la
Caja de Ahorros de Concepción, la Intendencia de la provincia intentó acercar posiciones proponiendo la
constitución de un Tribunal Arbitral que fue rechazado por los empresarios quienes cuestionaron a los
representantes del gremio obrero, acusando a dos de ellos de ser 'azuzadores de los demás' y a un tercero de
'borracho consuetudinario'[91].

Contemporáneamente, en Santiago se desarrolló una huelga del personal de los tranvías que puso a prueba
de manera más decidida los mecanismos de conciliación y arbitraje. Uno de los puntos que mayor dificultad
ofrecía para solucionar el conflicto era la negativa de la empresa a reconocer al Consejo Federal N°2 de la
FOCH (al que estaban afiliados los tranviarios) como interlocutor válido[92]. A pesar de las gestiones
realizadas por el Intendente Subercaseaux, la situación derivó en un impasse que los tranviarios se
propusieron superar reforzando su movilización, actuando conjuntamente con los huelguistas de la Policía
de Aseo, obteniendo apoyos de algunos regidores y de otros gremios obreros, especialmente de los
ferroviarios organizados en el Consejo N°1 de la FOCH, y nombrando un representante para constituir un
Tribunal Arbitral. El endurecimiento del movimiento llevó al Intendente a proporcionar vigilancia policial a
los carros que la compañía puso en circulación gracias a la contratación de antiguos empleados. Los
huelguistas recurrieron entonces al presidente del Senado, Sr. Ismael Tocornal, para que interpusiera sus
buenos oficios como mediador[93]. Finalmente, con la ayuda de algunos diputados, se formó un Tribunal
Arbitral, nombrándose a don Luis Lagarrigue con el acuerdo de ambas partes como 'tercer árbitro en
discordia', quien zanjó el conflicto de manera medianamente satisfactoria para las pretensiones de los
trabajadores. Si bien los aumentos salariales que se obtuvieron correspondieron sólo a un tercio de lo
solicitado y la compañía no tuvo que cancelar los salarios correspondientes a los días de huelga, la
obligación hecha por el árbitro a la empresa para que reconociera al Consejo Federal fochista en tanto
fuerza de opinión organizada (y no de imposición), fue valorado por algunos como un triunfo obrero[94]. De
esta manera, un paradigmático fallo daba satisfacción a una de las reivindicaciones más sentidas de los
sindicalistas y contribuía a echar raíces de una cultura de negociación y mediación en segmentos de
trabajadores identificados con una de las corrientes más radicalizadas del movimiento obrero[95]. ¿Tendría
seguidores el ejemplo de los tranviarios fochistas? El examen de otros conflictos de aquella época nos da
indicios sobre la actitud de los obreros frente a los métodos de mediación que el Estado buscaba inculcar.

A fines del mismo mes los trabajadores de la maestranza y carpintería de la Compañía de Arauco en Coronel
designaron tres portavoces con plenos poderes para presentar reclamos a nombre de todos sus compañeros,
nombrar árbitros y aceptar o rechazar las proposiciones patronales. Ante la negativa de la compañía a
satisfacer sus peticiones -aumentos salariales, una hora y media de tiempo de almuerzo en vez de la hora
vigente hasta ese momento, pago quincenal de los salarios y cese de los despidos-, los delegados obreros
invocaron el Decreto Yáñez y solicitaron al Gobernador del Departamento de Lautaro cursar una invitación a
los administradores de la Compañía Arauco Ltda. para que nombrara representantes a fin de formar una
Junta de Conciliación. La empresa, aduciendo que los obreros no habían respetado el plazo de cinco días de
anticipación para declarar la huelga estipulado en el decreto, se negó a constituir un tribunal. Los delegados
obreros, insistieron el 29 de enero para que el Gobernador instara a la compañía a nombrar sus
representantes en un plazo de 24 hrs.[96].

La huelga contó con el apoyo de todos los trabajadores de Coronel y Curanilahue, que convocados por la
Asamblea Social Obrera y otras organizaciones populares de ambas localidades, organizaron sendos meetings
el 7 de febrero para pedir al Presidente de la República la estabilización de la moneda nacional, la creación
de una Junta Nacional de Subsistencias, la promulgación de la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria, la
derogación de las alzas de las tarifas de los Ferrocarriles del Estado y la 'dictación de una Ley que garantice
al obrero, contra las intransigencias patronales, cuando éste reclama mejoras en sus condiciones de
trabajo'[97].

El movimiento en el Golfo de Arauco era un componente de la movilización general que desarrollaba de


manera masiva y coordinada la Asamblea Obrera de Alimentación Nacional (AOAN) en casi todo el país. Este
clima generalizado de reivindicacionismo, como ya se ha sostenido, obligaba a las autoridades a desplegar
ingentes esfuerzos por frenar, controlar, morigerar y encauzar las demandas sociales por cauces aceptables
para el orden social. Para ello se combinaban medidas represivas, de diálogo y de cooptación.

El Estado desencadenó por aquellos días una represión sistemática de las organizaciones obreras. Desde
enero de 1919 empezaron las detenciones en la pampa salitrera, produciéndose flagelaciones de obreros por
las tropas enviadas por las autoridades; en Iquique fue allanada y destruida la imprenta 'El Despertar de los
Trabajadores' y en Antofagasta fue clausurada la imprenta 'El Socialista'[98]. A comienzos de febrero, en
sesión secreta, la Cámara de Diputados, basándose en informaciones proporcionadas por el Ministro del
Interior sobre un supuesto 'plan maximalista' destinado a subvertir el orden público en Antofagasta, decidió
decretar el Estado de sitio durante 60 días en todo el territorio nacional, lo que permitía al Presidente de la
República confinar o relegar personas a cualquier punto del país y restringir el derecho de reunión y la
libertad de prensa[99]. Poco después, la policía santiaguina trató de incautar una edición del periódico
Bandera Roja. Como esta ya se encontraba en circulación fueron arrestados tres militantes del Partido
Obrero Socialista encargados de su distribución[100]. Y a fines del mismo mes de febrero, cuatro destacados
dirigentes obreros -Luis Emilio Recabarren, Mariano Rivas, Oscar Chanks y Arturo Siemsen- fueron relegados
desde Antofagasta a la capital[101].

Paralelamente se desplegaba la conciliación y el arbitraje como elemento indispensable de la estrategia de


control social.

A comienzos de febrero, el Gobernador de Lautaro informaba al Intendente de Concepción acerca de las


múltiples gestiones que había realizado para apagar varios focos de protesta popular:

'Como lo he afirmado en mis telegramas dirigidos en estos últimos días al señor Ministro del Interior, han
quedado totalmente solucionadas las huelgas de 3.000 operarios del establecimiento carbonífero `Compañía
Schwager'; de los 2.500 de uno de los establecimientos de la `Compañía de Lota y Coronel' y de los 70 del
Muelle de la `Compañía de Arauco Limitada'. Se mantienen aún en huelga los 170 operarios de la maestranza
y carpintería de esta última compañía, conflicto que no se ha podido solucionar a pesar de la intervención
que ha tomado el infrascrito en este sentido, ya sea aplicando el decreto N°4353, de 14 de diciembre de
1917 [...] o ya sea, tratando de buscar la fórmula para que arriben a una solución satisfactoria los patrones y
obreros de esta compañía'[102].

Pero si la conciliación y el arbitraje eran impulsados por el Estado con la anuencia de la mayoría de las
organizaciones obreras, su aplicación en el terreno era desigual como queda en evidencia al examinar otros
casos que se presentaron durante los años 1919 y 1920.

Los obreros de la Fábrica de Tejidos de Corradi y Cía. de la capital fueron a la huelga en enero de 1919 para
obtener una serie de peticiones que estaban en sintonía con las aspiraciones comunes de los trabajadores de
muchos gremios. Además de los consabidos aumentos salariales y la jornada de 8 horas, pedían la abolición
de las multas, el pago de licencias médicas por accidentes del trabajo de acuerdo a lo dispuesto por la ley,
la implantación de la 'semana inglesa' (trabajando el día sábado hasta mediodía, pero percibiendo jornal
completo) y el reconocimiento patronal del Consejo Federal N°7 de la FOCH al que estaban adheridos. Como
ya era costumbre, los trabajadores dieron a conocer su pliego a la Intendencia, que asumió rápidamente la
función mediadora que le asignaban las disposiciones del decreto gubernamental. Pero la negativa patronal
a conceder reajustes salariales -argumentando que su concreción provocaría el cierre de la fábrica- llevó a
los obreros a un endurecimiento de sus posiciones que se tradujo en la exigencia intransable de lograr el
despido de los rompehuelgas enganchados por la empresa. Y aunque los señores Corradi terminaron
aceptando que caso de necesidad fuera el Consejo Federal el que proporcionara nuevo personal -a condición
que los empresarios juzgaran su competencia y honestidad- el punto relativo al licenciamiento de los
contratados durante la huelga, empujó en un primer momento a los fochistas a vacilar frente a la propuesta
de una solución arbitral. Finalmente, la intervención del Ministerio del Interior logró la constitución de un
Tribunal Arbitral aceptado por ambas partes. Su fallo emitido en el mes de abril dio satisfacción a uno de los
puntos más importantes para los huelguistas: el personal reemplazante no continuaría en la fábrica y los
obreros antiguos conservarían sus puestos de trabajo. El mismo día, gracias a los buenos oficios de la
Intendencia, se puso fin a las huelgas del personal de la Compañía Inglesa de Teléfonos y de los obreros
molineros, obteniéndose en este último caso el descanso dominical y el reconocimiento patronal del Consejo
respectivo de la FOCH[103].

El 10 de mayo de 1919 se concretó en Antofagasta una solución de conciliación entre capitalistas y


trabajadores al firmarse un acuerdo entre los señores Gilmour Harwey y Luis Tapia, de una parte, en tanto
representantes de la Cía. Loa, propietaria de la oficina salitrera María, y Ramón Sepúlveda y Sandalio
Montenegro, de la otra, como delegados de los obreros en huelga. Ambas partes, actuando como Tribunal de
Conciliación de acuerdo a lo aceptado ante las autoridades, convinieron -entre otros puntos- que las
carretadas que tuvieran bancos quedarían en la rampa hasta que el operario las limpiara, que no se
despediría a ningún obrero por su participación en esa huelga, que se prohibiría la venta de alcohol en la
oficina, que la empresa se comprometería a dar un aviso anticipado de quince días para despedir a un
trabajador, que los horarios del gremio de carreteros se extenderían entre las 5 de la mañana y las 4 de la
tarde, con media hora para desayunar y media hora para almorzar, y que quedaría garantizada la libertad
de los obreros para organizarse, reunirse dentro de la oficina y formar una comisión permanente compuesta
por tres 'federados' que laboraran en la oficina, encargada de presentar reclamos al administrador[104].

Pocas semanas después, con motivo de la huelga declarada a comienzos de junio por unos 300 operarios de
la fábrica de vidrio de Rancagua, el Intendente Luis Manríquez se acercó en varias oportunidades a conversar
con el directorio de la Federación Obrera de la ciudad para intentar infructuosamente convencerlo acerca
de la necesidad de cesar el movimiento[105]. Curiosamente, ambas partes en conflicto -los directivos de los
federados y el administrador de la fábrica- coincidían en que las negociaciones destinadas a lograr la
conciliación y un arreglo debían realizarse en Santiago[106] .

A fines de julio, las huelgas de los trabajadores de las fábricas de galletas de Gommá y de Mac-Kay en la
capital fueron armónicamente solucionadas mediante la intervención personal del Intendente Francisco
Subercaseaux Aldunate y del Ministro del Interior señor Serrano Arrieta[107], llegándose a un acuerdo que
estipulaba el reconocimiento del Consejo Federal N°17 de la FOCH por la parte patronal en los mismos
términos señalados meses antes por el árbitro que había actuado en el conflicto de los tranviarios, esto es,
'como fuerza de opinión organizada, dando a todas sus peticiones el carácter de opinión y no de imposición',
fijación de 48 horas semanales de trabajo, alzas salariales y otros puntos[108].

En Valparaíso, durante la huelga de los tranviarios en septiembre del mismo año, la Intendencia intentó
establecer un arbitraje entre las partes, pero la empresa rechazó el procedimiento prefiriendo hacer
funcionar los carros con resguardo de la tropa de línea, lo que provocó, según informaba la autoridad
regional al Ministro del Interior, un inmenso recargo del trabajo de los militares y de la policía, cuya
participación en las Fiestas Patrias debió ser anulada por ese motivo[109].

Poco a poco, los esfuerzos de las autoridades se veían coronados con los resultados esperados; las prácticas
de la conciliación y el arbitraje iban afianzándose y echando las raíces de una nueva cultura de relaciones
entre obreros y patrones. Hay indicios que permiten suponer que muchos sectores de trabajadores vieron en
estos mecanismos un escudo protector, especialmente cuando debían enfrentar a capitalistas
particularmente intransigentes. Las organizaciones de sesgo moderado o reformista, como las influenciadas
por el Partido Democrático y, naturalmente, las emergentes asociaciones católicas de obreros inspiradas en
el socialcristianismo, que poco después se agruparían en la Federación Chilena del Trabajo y más tarde en la
Confederación de Sindicatos Blancos, se manifestaron firmes partidarias de los mecanismos de conciliación y
arbitraje[110]. Incluso la FOCH en su III Convención Nacional realizada a fines de diciembre de 1919 -cuando
la creciente influencia del Partido Obrero Socialista la hizo proclamar como objetivo programático la
abolición del sistema capitalista-, estableció como obligación para sus Consejos antes de declarar una
huelga, el dar aviso previo a la Junta Provincial correspondiente para que el movimiento fuese decidido, en
lo posible, de común acuerdo entre ambas instancias. Pero precisaba su Estatuto reformado:

'Además, para que un Consejo declare la huelga debe agotar antes todos los medios conciliadores de mutuo
acuerdo entre obreros y patrones y sólo en caso de fracasar ese espíritu de conciliación se recurrirá a la
huelga[111].

La mayor desconfianza frente a los nuevos dispositivos de regulación de las relaciones entre el capital y el
trabajo parecía provenir de la clase patronal, que veía en la intervención estatal una intromisión peligrosa
en sus prerrogativas tradicionales. Para la mentalidad empresarial prevaleciente en la época, el arreglo
directo con los obreros desde la posición natural de fuerza que daban la propiedad de los medios de
producción y el conjunto de elementos de su hegemonía en la sociedad, eran bases más seguras que una
dudosa mediación de funcionarios estatales que podían tomar en serio su papel de justos componedores y
árbitros designados para actuar con ecuanimidad.

En este registro actuó, por ejemplo, a fines de 1919 el Sr. Fred King, gerente de The Nitrate Railways Cc.
Ld., propietaria del Ferrocarril Salitrero, cuando las autoridades provinciales intentaron obtener una
solución al conflicto entre la empresa y sus trabajadores que habían presentado un pliego de peticiones.
Ante el fracaso de las negociaciones que se arrastraban desde octubre, los obreros se declararon en huelga
el 2 de diciembre[112] y pocos días más tarde la Intendencia nombró un nuevo Tribunal de
Conciliación[113]. Aunque los operarios declararon estar llanos a discutir la proposición que emanó de este
organismo[114], según lo expresado por sus integrantes:

'El Sr. Gerente se manifestó desde el principio poco dispuesto a aceptar ninguna conciliación, revelándose
muy intransigente y por último desconoció la autoridad de dicha comisión así como la fuerza que tuviera el
decreto Supremo que autorizó su nombramiento'[115].

Al Tribunal de Conciliación le llamaba poderosamente la atención que el gerente de la compañía de los


Ferrocarriles Salitreros en nota enviada el 10 de diciembre al Intendente de la provincia hubiese
manifestado que no entendía la necesidad de una Junta de Conciliación o Tribunal Arbitral, razón por la que
los integrantes de este organismo comprendían:

'[...] la inutilidad de sus esfuerzos por procurar el arreglo que se busca, a pesar de los buenos propósitos
manifestados de parte de los representantes de los operarios de la Empresa para llegar a un arreglo
satisfactorio'[116].

La empresa argumentaba que su respuesta positiva a la mayoría de las peticiones obreras -exceptuando la
de los maquinistas- hacía innecesaria la acción de un Tribunal Arbitral puesto que una nueva concesión 'sería
absolutamente contraria al interés de la industria salitrera, del público y del Supremo Gobierno'[117]. Sin
embargo, la percepción del máximo representante del gobierno en la provincia era muy distinta ya que
justificaba la puesta en marcha del procedimiento de conciliación y arbitraje en cumplimiento de las
disposiciones legales que le imponían 'la obligación de procurar la solución tranquila de los conflictos que se
susciten entre patrones y obreros o empleados', siendo la junta de conciliación uno de los medios
indicados[118]. Por ello el Intendente consideró que la 'forma intransigente y poco comedida' de Mr. King lo
obligaba a devolverle su nota[119], oficiando a continuación a la Junta de Conciliación para que obrara sin
consulta al representante patronal[120].

Poco después, otro incidente reveló la reticencia de los empresarios tarapaqueños a someterse a los nuevos
mecanismos de mediación. Los administradores de la oficina salitrera 'Paposo' -propiedad de la Casa Grace y
Cía., con sede principal en Londres- protestaron ante el Ministro del Interior por la intervención del
Intendente provincial en el conflicto desatado por los obreros que abandonaron sus trabajos el 7 de enero de
1920 para apoyar un petitorio que fue rechazado por la compañía. Al día siguiente -sostenían los
representantes de la Nitrate Agencies Limited- los operarios presentaron una petición 'más razonable', pero
sin dar tiempo al administrador de estudiarla enviaron una delegación a Iquique que entregó copia de sus
reivindicaciones al jefe provincial. Este, sin consulta a los responsables de la salitrera, prometió a los
obreros una respuesta favorable antes del primero de febrero. La parte patronal se sintió desconcertada:

'Consideramos -decían los administradores en su telegrama al ministro- que el señor Intendente ha


intervenido en la huelga de la oficina Paposo prematuramente, perjudicando así la disciplina. No
alcanzamos a comprender cómo se puede atribuir a la Oficina Paposo la responsabilidad de una huelga
general, por el sólo motivo de haber escogido esta oficina los leaders [sic] subversivos para establecer un
precedente. Los trabajadores de la Oficina Paposo reciben mejores sueldos, tienen mejores habitaciones y
mejores condiciones que los operarios de otras oficinas. La huelga debe atribuirse a la acción de agitadores
llegados recientemente del Sur, y no a los antiguos trabajadores de la Oficina Paposo'[121].

Desmintiendo el tono alarmista de esta misiva telegráfica, Mr. W.E. Wotherspoon, representante de la Casa
Grace y Cía. en Santiago, informó al día siguiente al Ministro del Interior que, según un cable despachado la
noche anterior desde Iquique, las dificultades con los trabajadores habían sido 'arregladas amigablemente,
sin huelga' ni necesidad de hacer concesiones[122].

Por su parte, las empresas carboníferas de la zona del Golfo de Arauco también se destacaban por su
obstinada negativa a permitir la mediación de las autoridades. A los ejemplos ya citados debe agregarse -por
ser más tajante y paradigmático- el rechazo de la Compañía Carbonífera de Curanilahue a la constitución de
una Junta de Conciliación durante la 'huelga larga' que estalló en marzo de 1920 y se extendió por las demás
minas de la zona en protesta por el incumplimiento de la ley de accidentes del trabajo y para exigir
reducción de la jornada laboral y aumentos de salarios como principales reivindicaciones. Según lo
informado al Ministro del Interior por don Antonio Celis Maturana, Intendente de la provincia de Arauco, el
Sr. Blanquier, administrador de las minas de la mencionada localidad, respondió a su iniciativa mediadora
señalando que:

'[...] no accedería a ninguna petición de los huelguistas; que procedería al pago de sus jornales y que si los
obreros querían podían volver a sus trabajos en las mismas condiciones actuales', y agregando que 'la
Compañía estaba dispuesta a clausurar el Establecimiento por seis meses o un año si los huelguistas
persistían en sus peticiones'[123].

A pesar del rechazo patronal, la autoridad provincial invocando la petición de formación de una Junta de
Conciliación de los obreros de las minas de la Compañía de Lota y de Coronel, decretó la constitución de
dicho organismo y emplazó a la administración de las minas para designar sus representantes [124]. Como
este nuevo llamado también fuera desoído por el administrador de las minas, la Intendencia solicitó al
Ministerio del Interior la intervención del gobierno y el nombramiento de un Comandante General de Armas
del Ejército para hacerse cargo del pueblo y de la fuerza de línea destacada en ese lugar[125].

El contraste entre la actitud de los trabajadores y el representante de la empresa era muy grande. Según lo
reportado por el Intendente:

'La actitud de los obreros ha sido correcta y tranquila, aceptando las insinuaciones del infrascrito de evitar
toda violencia; no tomando en consideración siquiera los abusos de algunos empleados de la Compañía que
obligaban a algunos huelguistas, con el auxilio de la policía particular de ella, a volver a sus trabajos[126].

La 'huelga larga' de 1920 de la cuenca carbonífera suscitó un movimiento nacional de solidaridad que incluyó
a numerosas organizaciones sindicales, artistas, intelectuales y partidos como el Demócrata y el Obrero
Socialista[127]. Los portavoces obreros se desplazaron hasta Santiago para entrevistarse con el Presidente
de la República, luego fueron a Concepción donde los recibió el Intendente de la provincia y poco después
volvieron a la capital a conversar con el Ministro del Interior y su colega de Obras Públicas, pero la huelga se
prolongó debido a la cerrada negativa patronal de aceptar la formación de una Junta de Conciliación[128].

Durante todo el movimiento los obreros manifestaron su voluntad de aceptar una mediación, firmando en
Santiago un acuerdo con el Ministro del Interior para someter a la resolución de un Tribunal Arbitral los
problemas planteados y se comprometieron a respetar la resolución de dicho organismo 'sin ulterior recurso'
y a volver a las faenas al día siguiente de su constitución. A cambio de este gesto, los mineros obtuvieron la
garantía del ministro de asegurar el reintegro a sus labores de aquellos trabajadores expulsados por la
compañía durante la huelga, sin perjuicio de lo que el Tribunal Arbitral resolviera posteriormente[129].

La obcecación patronal, el carácter pacífico de la huelga y la apertura de los obreros al diálogo y a la


búsqueda de una solución negociada, fueron inclinando a la opinión pública a favor de los huelguistas. A
fines de marzo, El Mercurio informaba a sus lectores:

'[...] la huelga se desarrolla en condiciones de absoluto orden y de respeto a la autoridad, sin que hasta este
momento la fuerza haya necesitado intervenir en la represión de ningún atentado contra las personas o la
propiedad.

Esta actitud de los operarios ha hecho más simpática su causa y a todos extraña la intransigencia de las
compañías para negarse a oír las peticiones de sus operarios'[130].

Efectivamente, era fácil apreciar el contraste de actitud de los trabajadores y la de ciertas compañías,
especialmente la de Lota y Coronel, que en un primer momento, aduciendo que la huelga se debía a 'la obra
de los agitadores del todo extraños de los obreros' y que 'apreciando, además, con toda equidad las
peticiones formuladas por los huelguistas', estimó que no podía acceder a ellas, por lo que carecía de objeto
la designación de delegados a la Junta de Conciliación[131]. Pero la Sociedad Carbonífera de Mafil, a pesar
de coincidir en achacar el clima social convulsionado a la acción de 'individuos extraños' a las faenas, entre
los cuales se encontraba 'una mujer muy conocida en la zona de Arauco', declaró tempranamente su
intención de acatar las resoluciones que se tomaran de común acuerdo o por resolución de la Junta de
Arbitraje, esperando que a cambio de ello los operarios se reintegraran inmediatamente a sus labores[132].

El conflicto se prolongó debido a su transformación en una gran prueba de fuerza entre obreros y
capitalistas. Las empresas sostenían que no era posible negociar o conversar bajo la presión de la huelga.
Los trabajadores declaraban que no cejarían su movimiento hasta que no conocer el fallo del Tribunal
Arbitral que anhelaban ayudar a constituir. Ni la movilización de tropa de línea ni la amenaza de ser
expulsados de sus habitaciones (pertenecientes a las compañías) hizo ceder a los mineros. Los empresarios
intentaron entonces 'rebajar' el carácter del organismo que proponían tanto los operarios como las
autoridades al de una simple Junta de Conciliación[133].

Finalmente, la fuerza demostrada por los huelguistas y la simpatía que la opinión pública manifestó por su
movimiento, obligó a las compañías a aceptar la instalación de un Tribunal Arbitral[134] cuya resolución
publicada a mediados de mayo fue, en el decir de dos historiadores del carbón, un 'triunfo relativo' de los
trabajadores[135], ya que les acordó sólo entre un 10 y un 30% de aumentos salariales contra los 40 a 50%
que solicitaban, pero aconsejó la jornada de 8 horas en el interior de las minas y de 9 horas para los
trabajadores de la maestranza del ferrocarril. El laudo garantizó el derecho de los obreros a organizarse en
Federación, mas sin obligación de reconocimiento por parte de los patrones. La prensa obrera, 'por su
carácter subversivo'- fue considerada por el árbitro como perjudicial para los propios trabajadores y se
rechazó su demanda de 'suple', pero se estableció la abolición del sistema de fichas y 'quincenas', el pago
mensual y el Estado se comprometió a asegurarles las condiciones de salud instando a los empresarios a
mejorar las viviendas populares[136].

Las dificultades para implementar los procedimientos de conciliación y arbitraje que pretendía imponer el
Estado se siguieron manifestando después del término de 'la huelga larga' de 1920. A los pocos días de haber
sido emitido el fallo arbitral, la Compañía Carbonífera de Schwager solicitó al Ministro del Interior una
aclaración sobre tres puntos que patrones y obreros interpretaban de manera divergente. Sobre la jornada
de 8 horas de trabajo, la Compañía entendía que el fallo no establecía su implantación inmediata como
argumentaban los obreros, sino que este sería 'un punto de estudio para más adelante' y que esta jornada
debía comprender el tiempo de trabajo efectivo, esto es, sin considerar el tiempo que los mineros
empleaban en bajar, almorzar, tomar té y salir de los piques. Por otra parte, la empresa contestaba la
pretensión obrera de aplicar desde el 1 de mayo el aumento de salarios, argumentando que dado que el
fallo fijaba que los pagos serían mensuales, el reajuste debía entregarse al cumplirse un mes de terminada
la huelga. Por último -y esto era más grave respecto de la real predisposición a respetar las nuevas reglas
del juego que el Estado se empeñaba en promover- la Compañía de Schwager cuestionaba abiertamente la
suspensión de las policías particulares de los establecimientos mineros decretada en el fallo arbitral que
atribuía al Estado el monopolio de dicha función:

'El caso de la policía del establecimiento de Schwager es singular -escribía el representante de la empresa al
Ministro del Interior-, pues dicha policía es propiamente fiscal y depende del Prefecto y de la autoridad
administrativa de Coronel.

Sin el menor ánimo de discutir lo resuelto por el árbitro, la Compañía se permite representar a V.S. los
inconvenientes que acarrearía la supresión del cuerpo policial de su establecimiento en las actuales
circunstancias.

El personal que compone dicho cuerpo tiene una experiencia de sus funciones y un conocimiento de la
población minera que le falta a cualesquiera otras fuerzas que entren a remplazarlo, y dado el estado de
desmoralización en que ha quedado aquella gente después de una huelga de dos meses, tiempo durante el
cual oyeron incesantemente las predicaciones más anarquizadoras, cree la compañía que habría
conveniencia en considerar aparte el caso de Schwager, por la razón apuntada de tratarse de una policía
fiscal y de un personal que podría prestar buenos servicios sometidos a la autoridad militar'[137].
Consultado por el Ministro del Interior, el árbitro Sr. Luis Antonio Vergara aclaró sobre la implantación de la
jornada de ocho horas, que a pesar de no haber acogido la demanda obrera, había al menos considerado que
'no era prudente modificar las costumbres establecidas' y recomendado a las compañías que:

'[...] procuraran modificar aquellas costumbres en el sentido de realizar un trabajo constante y continuado
en el frente de la labor que no excediera de ocho horas, recomendación que, parece excusado decirlo, no
tiene un carácter obligatorio'[138].

La sentencia coincidía con la tesis patronal de que el pago de los nuevos salarios y jornales sólo sería
efectivo a partir del 1 de junio, esto es, al mes siguiente de finalizado el conflicto. Pero respecto de la
reorganización de las policías particulares en las minas del carbón, la interpretación de la Compañía
Schwager según la cual su establecimiento no debía ser considerado por la medida, fue rechazada por
cuanto el laudo arbitral establecía claramente su reorganización en todos los establecimientos
carboníferos[139].

La Compañía de Lota y Coronel era más severa en su juicio sobre la actitud de los obreros. En una misiva
dirigida al Ministro del Interior alegó su total acatamiento al fallo arbitral y acusó a los operarios de suscitar
'día a día nuevas dificultades'. El gerente de esta empresa argumentó que la pretensión de los bomberos y
fogoneros de ser pagados el doble los días domingos, festivos y de pago era absurda puesto que sus labores
no eran accidentales, de modo que pudieran ejecutarse durante algunos días y paralizarse otros, sino un
trabajo constante que no admitía interrupciones. Las faenas los días domingos y festivos eran pues,
normales y debían cancelarse como tales. Un razonamiento similar se esgrimió para desestimar la
reivindicación de pago doble de los contratistas que trabajaban de noche y de los lancheros que laboraban
después de las cinco de la tarde[140]. Luego, en una segunda misiva al ministro, el mismo ejecutivo
denunció que desde la reanudación de las faenas -el 3 de mayo- las labores no se habían normalizado:

'Un día por una causa, otro día por otra, el hecho es que los obreros no trabajan en la forma normal
acostumbrada y a que teníamos derecho a esperar en vista del modo como hemos cumplido el laudo arbitral.
[...]

Inmediatamente de reanudadas las labores comenzaron los obreros por exigir la separación de los operarios
que habían trabajado durante la huelga y la separación de algunos mayordomos y suspendían sus faenas en
vista de que no se les accedía en el acto a esas pretensiones. [...]

Enseguida adoptaron la práctica, en que continúan hasta la fecha, de retirarse de las faenas entre las 4 y 5
de la tarde, sin razón plausible, en vez de trabajar las horas acostumbradas y, por lo tanto, produciendo un
rendimiento mucho menor en las minas.

Como si esto no fuera suficiente, los obreros que hacen el papel de agitadores, producen de momento en
momento actos de indisciplina que no permiten dirigir y llevar las labores en la forma más adecuada para
obtener un rendimiento útil en las minas.

Estos choques constantes con sus superiores no provienen sino de ese espíritu de insubordinación que los
agitadores se empeñan a inculcar entre los obreros'[141].

El sombrío panorama descrito llevaba al gerente de la Compañía de Lota y Coronel a plantear al ministro el
desaliento de su empresa ante el 'resultado práctico del arbitraje', fórmula que encontraba aconsejable para
resolver los conflictos entre el capital y el trabajo a condición de que sus fallos fueran respetados por ambas
partes[142]. La empresa persistió en su rechazo argumentando que la reducción de la jornada de trabajo
impuesta por la vía de los hechos hacía ilusorio el aumento de jornales acordado por el árbitro[143].

Estos ejemplos indican que los arbitrajes a menudo dejaban descontentas a una o ambas partes, dando
pábulo para que se instalara una guerrilla de interpretaciones y contrainterpretaciones, de apelaciones y
solicitudes a los poderes públicos para que precisaran el sentido de los fallos[144].

La situación era ciertamente compleja.

Todos los empresarios no manifestaban un rechazo categórico o de principios a las tentativas mediadoras del
Estado. A veces, como hemos visto, se trataba de posiciones efectivamente recalcitrantes a la idea misma
de la conciliación y el arbitraje, pero en otras oportunidades -probablemente más numerosas- la posición
patronal asumía una forma más pragmática, esgrimiendo argumentos técnicos o económicos para declarar
inviables las peticiones obreras y, por ende, cualquier decisión que emanara de terceros y que pudiera
afectar sus intereses. En este registro, ante la petición de arbitraje a las autoridades de la provincia de
Valdivia que formularon los operarios de la fábrica de calzado Rudloff Hermanos en huelga en agosto de
1920, los propietarios respondieron a la gestión del Intendente declarando su imposibilidad de acordar los
aumentos salariales exigidos por los obreros ya que el último y muy reciente reajuste de las remuneraciones
constituía el 'límite' que podían pagar y un nuevo recargo los colocaría en situación de tener que cerrar el
establecimiento. Igualmente rechazaban, entre otras, la aspiración obrera de la abolición del trabajo a trato
puesto que significaría 'la negación a todo progreso y perfeccionamiento y colocaría al operario laborioso y
competente, interesado en mejorar su situación y de su familia, al nivel del incapaz y del indolente'[145]. La
negativa del Consejo Federal de la FOCH a aceptar la promesa patronal de revisar los jornales para mejorar
aquellos 'que pudieran no estar debidamente pagados', condujo a un impasse ya que los señores Ruddlof
argumentando que de los trescientos veinte operarios de su fábrica, más de cien continuaban trabajando y
que los que habían adherido a la huelga habían sido sustituidos por operarios nuevos, daban por terminado
el conflicto. Por su parte, la comisión de los huelguistas estimaba que la huelga continuaba, esperando
poder proseguir las negociaciones. Ante el silencio empresarial, como última carta, los portavoces de los
obreros en paro solicitaron a la Intendencia la intervención de un delegado de la Oficina del Trabajo[146].

Puntualmente los obreros rechazaban un laudo arbitral porque alegaban que los empresarios no lo habían
respetado. Así lo hicieron en octubre de 1920 los trabajadores de los tranvías eléctricos de Santiago,
obligando a nuevas negociaciones con las autoridades y los representantes patronales que culminaron con el
nombramiento de un nuevo árbitro encargado de solucionar los puntos en litigio[147]. En otras
oportunidades -tal vez menos numerosas que en los casos de rechazo o mala disposición patronal- la
injerencia y el arbitraje de las autoridades eran derechamente combatidos por las organizaciones obreras
que desconfiaban de la pureza de intenciones de los poderes públicos y preferían guardar celosamente su
autonomía para negociar directamente con los empresarios. La mayoría de las veces no se trataba de una
oposición de principio a la mediación de los funcionarios estatales sino de simple recelo generado por malas
experiencias, como las vividas por varios gremios de la capital que acusaban al Intendente de falta de
ecuanimidad:

'Cuando ha surgido un conflicto entre capitalistas y trabajadores -decía una nota de protesta presentada a
mediados de 1919 por la AOAN a dicha autoridad- y los obreros han querido acogerse a las prescripciones del
decreto Yáñez, provocando la Junta de Conciliación, y solicitando la intervención ecuánime de la
Intendencia, los trabajadores han debido observar que el señor Intendente se ha parcializado de un modo
manifiesto a favor de los capitalistas.

En los casos de las huelgas de Corradi, de Magnère, de Dunoguier, etc., la actitud del señor Intendente ha
sido rotundamente contraria al espíritu de ecuanimidad del decreto Yáñez'[148].

A modo de conclusión la AOAN se preguntaba si los obreros podían esperar de la Intendencia 'una
intervención justiciera en los conflictos entre el capital y el trabajo' y emplazaba al jefe provincial a
entregar una respuesta precisa en un breve plazo[149]. Como en su contestación el Intendente señalara con
cierta arrogancia que no 'reconocía a ninguna persona ni colectividad facultades para exigirle un
pronunciamiento sobre su actuación funcionaria', salvo al Ministro del Interior, la AOAN decidió de inmediato
'recomendar a todos los obreros se abstengan de pedir la intervención del Intendente en los casos de
conflictos con sus patrones'[150].

El mismo Intendente santiaguino fue acusado poco después por las organizaciones obreras de actuar una vez
más con parcialidad, contrariando el espíritu del Decreto Yáñez, con ocasión del paro general de los
trabajadores de la capital a comienzos de septiembre, que tuvo como una de sus principales motivaciones la
solidaridad con los trabajadores cerveceros en huelga:

'Sólo se trata al declarar el paro general por la FOCH -explicaba el Comité de Huelga- de contestar el reto
que el Gerente de las Cervecerías Unidas, señor de Ferrari había dado al gobierno y a las clases obreras
desconociendo los alcances del Decreto Yáñez y negándose a aceptar el arbitraje para la solución del
conflicto iniciado por los explotados trabajadores del trust cervecero.

Desprecio al Gobierno y a los obreros. [...].

Fracasa el Decreto Yáñez.

El Decreto Yáñez ha sufrido uno de esos fracasos que pueden llamarse históricos. Los obreros, desde un
principio, trataron de allanar todas las dificultades: propusieron tribunales amistosos de conciliación y
arbitraje. La Cía. Cervecera, el Intendente, el Gabinete no tomaron en cuenta mayormente esas
indicaciones al contrario, de la actitud de los obreros, fueron sus más fuertes impugnadores. Primero con
evasivas y después con insolencia: No había armonía posible cuando esos caballeros defendían los intereses
de sus empresas. No se podía conciliar con los obreros cuando éstos pedían. Bien sabían que no podían
exigir.

El Ministro Yáñez al firmar el decreto que llevaba su nombre, no se figuró nunca, estamos de ello seguros,
que la misma autoridad que él indicaba para encauzar las dificultades iba a ser la que mayores dificultades
pusiera en el camino'[151].

Aunque en esa oportunidad los obreros santiaguinos lograron entrevistarse con el Presidente Sanfuentes
quien les prometió que adoptaría medidas para que los futuros conflictos fuesen resueltos mediante los
procedimientos de conciliación y arbitraje, que no se tomarían represalias contra los huelguistas en los
servicios estatales y que haría lo posible por obtener la libertad de los trabajadores presos por causa de ese
movimiento, el Comité de Huelga concluyó que debido a la actitud parcial de los miembros del gobierno el
Decreto Yáñez había caducado[152].
Un sentimiento similar de desconfianza en los arbitrajes estatales expresaron los trabajadores ferroviarios
iquiqueños en huelga en enero de 1921, cuando respondieron a la tentativa mediadora del Intendente
Recaredo Amengual diciendo que preferían entenderse directamente con los patrones, sin entremetimiento
de las autoridades, ya que creían que les ocurriría lo mismo que en Lota y Coronel donde estas no habían
dado cumplimiento a lo acordado[153].

De manera más drástica, al verse enfrentados con sus empleadores de la Casa Gibbs y Cía. de Iquique en
octubre de 1919, los cargadores desconocieron el derecho de las autoridades de intervenir en el conflicto,
exponiendo argumentos que reflejaban un radicalismo contrario a las nuevas prácticas que pretendía
imponer el Estado:

'En todo tiempo la burguesía complotada con las autoridades, han [sic] tratado y tratan de engañar al
pueblo, valiéndose de todos los medios a su alcance; sorprendiendo la buena fe de los trabajadores con
noticias que carecen de veracidad, engañifas éstas que redundan en perjuicio de los trabajadores mismos
que creen de buenas a primera, en lo que la prensa mercenaria publica.

Hace días se fijó un aviso en la plaza de la Gobernación Marítima, en el que decía que se necesitaban
cargadores. Debiendo presentarse a la Gobernación los que deseaban trabajar.

Como era muy lógico, no se presentó ninguno, pues los cargadores nada queremos con las autoridades, ni
aceptamos que estos funcionarios sirvan de intermediarios entre nosotros y los industriales, por ser conocido
de todos la parcialidad que estos señores se gastan en los conflictos entre el capital y el trabajo, intromisión
que produce efectos desastrosos en los organismos obreros que admiten tal intervención.

Si los industriales necesitan cargadores ahí está nuestra organización para que los soliciten, sin necesidad
que esa demanda la hagan a personas extrañas a nuestro oficio, con quienes no tenemos ningún trato ni le
reconocemos ningún derecho sobre nosotros'[154].

Queda en evidencia que el repudio de los cargadores iquiqueños al intervencionismo del Estado en las
relaciones entre el capital y el trabajo era absoluto, desbordando el ámbito de los dispositivos de
conciliación y arbitraje. Sin embargo, esta línea intransigente, además de minoritaria, perdía terreno en
todas partes como quedó reflejado en los meses siguientes.

En la provincia de Concepción, el 31 de octubre se puso fin a una serie de conflictos laborales en las
localidades de Penco y Tomé mediante acuerdos concluidos gracias a los procedimientos de conciliación
instaurados oficialmente por la Intendencia. Según un informe del Intendente Tomás Sanhueza dirigido ese
mismo día al Ministro del Interior:

'Después de las valiosas gestiones y mediante la acción ecuánime o bien inspirada de los tribunales de
conciliación que ha nombrado esta Intendencia, puede estimarse que en el día de hoy ha quedado
definitivamente terminado el movimiento huelguista que afectaba a los siguientes establecimientos de
Penco: `Refinería de Azúcar', `minas de Lirquén', `minas del Rosal', `Molino El Globo' y `Fábrica de
Loza''[155].

Pocos días después, una gran huelga de los mineros de 'El Teniente' a la que adhirieron los trabajadores de
Rancagua de la Braden Copper Co. también fue solucionada armoniosamente, en parte gracias a las fuerza
demostrada por el movimiento, y en parte debido a las gestiones de las autoridades estatales. Las
principales reivindicaciones proletarias -entre ellas, el reconocimiento de su Consejo Federal, el
establecimiento de la jornada de 8 horas y el aviso previo de quince días por parte de la compañía antes de
suspender a un obrero de sus ocupaciones-, terminaron siendo aceptadas por la empresa luego de diversas
gestiones y negociaciones en las que participaron los sindicalistas, los representantes patronales, el
Intendente de la provincia y el propio Ministro del Interior. A cambio de las concesiones patronales, los
trabajadores se comprometieron a no declararse en huelga antes de transcurridos quince días de presentado
un pliego de peticiones, a no consumir alcohol en los locales de la compañía y a no suspender ni abandonar
sus labores o los establecimientos de la empresa sin permiso o aviso previo a sus jefes. Por último, el acta
del acuerdo suscrito el 9 de noviembre en Rancagua estipuló que, en caso de persistir diferencias, ambas
partes se comprometían a recurrir a la forma de arbitraje que estimaran conveniente o a someterse a lo
establecido en el Decreto Supremo emitido para esos fines[156]. De esta manera quedaban instituidos los
dispositivos de conciliación y arbitraje en una de las más grandes y modernas empresas del país.

Los esfuerzos mediadores de las autoridades se combinaban con acciones preventivas y represivas más o
menos enérgicas según las circunstancias. Lo más corriente era que un mismo agente del Estado intentara
conciliar las partes en conflicto y a la vez adoptara variadas medidas de prevención y represión de posibles
desmanes obreros movilizando a destacamentos de las Fuerza Armadas, como lo demuestran -entre tantos
otros- los recién citados casos de 'El Teniente' y de la provincia de Concepción. Así, a renglón seguido de su
complacida información al ministro sobre la solución de los conflictos de Penco y Tomé, el Intendente
penquista precisaba que:

'El concurso bien dirigido de la tropa de línea que ha dispuesto el señor Comandante en Jefe de la Tercera
División Militar, ha hecho que las manifestaciones de los segmentos en huelga se encuadraran, por lo
general, en un marco de seriedad y de respeto.

Pienso que, desde el lunes 3 del próximo mes, la tropa de ejército puede regresar a sus cuarteles.

En todo caso, esta Intendencia se mantendrá en contacto con el señor Comandante en Jefe para las medidas
que correspondan[157].

Pero tal como venía ocurriendo desde comienzos de siglo, muy a menudo la fragilidad de las prácticas y
dispositivos de conciliación y arbitraje ponía rápidamente en jaque los acuerdos logrados porque una de las
partes acusaba a la otra de incumplimiento. A las pocas semanas de terminada la huelga recién mencionada
mediante un arreglo entre empresarios y trabajadores impulsado por la autoridad provincial, se produjo una
nueva huelga en la Fábrica de Paños Bellavista de Tomé porque, según los trabajadores, el patrón no había
respetado una de las cláusulas del acuerdo referida a los obreros que habían quedado cesantes a causa de la
paralización de la industria. En situaciones como esta todo el proceso debía repetirse y las acciones de
arbitraje desencadenadas por las autoridades volvían a entremezclarse con las de tipo preventivo y
represivo, como quedó reflejado en esa ocasión en un telegrama de las autoridades penquistas al Ministerio
del Interior:

'He mediado hablando con patrones y obreros en esperanza solucionar conflicto como en mes pasado que
logré solucionar huelga en cuatro casas comerciales incluso fábrica de paños algunas a favor obreros otras a
favor casas pero esta vez sin resultado. Habiéndose presentado sólo hoy pliego de peticiones oficialmente
procederé mañana a invitar junta conciliación y tendré a US al corriente diariamente del estado huelga.
Cúmpleme manifestar US que mantendré en todo caso orden público haciendo respetar fueros, autoridad y
garantías patrones y obreros comprendiendo mi responsabilidad'[158].
Cinco días más tarde, el 29 de noviembre, la nueva huelga de los obreros de la Fábrica de Paños Bellavista
fue solucionada mediante los oficios de la Junta de Conciliación convocada por el Gobernador[159].

De manera similar, los operarios de superficie de la mina de carbón de Lota acusaron en más de una
oportunidad durante ese mismo año a la compañía de no respetar los fallos arbitrales al desconocer la
jornada de 8 horas, lo que obligó a las autoridades locales a solicitar sucesivas aclaraciones del árbitro
respecto de sus sentencias[160].

La tensión crónica reinante en la zona del carbón hacia fines de aquella década dificultaba enormemente los
acuerdos y el funcionamiento de los flamantes pero aún débiles mecanismos de conciliación y arbitraje.
Frecuentemente, al igual que en otros lugares, los acuerdos no eran respetados o eran interpretados por una
de las partes de manera que la contraparte (casi siempre los trabajadores) consideraba insatisfactoria,
estallando nuevos conflictos. Con todo, algunas huelgas, como la de la mina de Curanilahue, generada a
partir de la presentación de un pliego aprobado por los obreros en marzo de 1918, se zanjaron con acuerdos
que fueron catalogados como 'solución justiciera' por los delegados de los operarios ya que además de la
satisfacción de algunas aspiraciones económicas, la compañía reconoció expresamente el derecho de
asociación de sus trabajadores garantizado por la Constitución y declaró que vería 'con agrado' la formación
de una comisión permanente de los obreros, siempre que esta fuese elegida 'entre los obreros más
meritorios' y en la confianza de que obrara 'animada constantemente de un espíritu de conciliación'[161]. La
idea de la mediación ganó muchos adeptos entre los mineros del carbón. Después de la 'huelga larga' de
1920, a pesar de los problemas de interpretación del fallo arbitral que se suscitaron entre los trabajadores y
las compañías, cuando estalló una nueva huelga en noviembre del mismo año, los obreros solicitaron al
Intendente de Concepción el establecimiento de una Cámara permanente del Trabajo con carácter de
Tribunal Arbitral[162], luego insistieron ante el Presidente electo Arturo Alessandri Palma y al Ministro de
Industria planteándoles personalmente la necesidad de contar con Tribunales de Conciliación de carácter
permanente[163], y en 1921 los mineros de Lota en su pliego de peticiones a la compañía exigieron, entre
otros puntos, la constitución de Cámaras del Trabajo compuestas por representantes obreros y patronales
para 'poder subsanar las dificultades que puedan producirse en el transcurso del trabajo y poder controlar
también las pérdidas que [los patrones] dicen tener ahora'[164].

Pero el clima de enfrentamiento social que se vivía en torno a 1920 hacía más difícil el afianzamiento de la
conciliación y el arbitraje. La represión estatal de muchas luchas y organizaciones obreras le restaba crédito
a la política de mediación que el mismo Estado se proponía enraizar. El 10 de enero la AOAN había
presentado una carta de protesta al Ministro del Interior mostrando cómo la represión anti-obrera ponía en
peligro el papel de neutral intermediario que los poderes públicos pretendían cumplir:

'A los últimos sucesos ocurridos en el mineral de Chuquicamata nos inducen a elevar al Gobierno la presente
comunicación a objeto de ilustrarlo sobre los atropellos efectuados por la fuerza militar contra las familias
de los trabajadores del mineral.

A la simple vista de los trabajadores notamos que el Gobierno tiene especial interés en cooperar a que las
empresas extranjeras destruyan la organización de los trabajadores. Y para sostener lo dicho no tenemos
más que referirnos a lo ocurrido dos meses atrás en el Teniente, donde la fuerza del Ejército, al mando del
coronel Anabalón, a punta de lanzas expulsó a los obreros en un plazo corto de 12 horas.

Cuando las modestas telefonistas de Santiago que prestan sus servicios a la Compañía Inglesa, fueron a un
movimiento, en el acto fueron reemplazadas por soldados del Batallón de Telégrafos.
Los cargadores marítimos de Mejillones fueron reemplazados por los marineros de los buques de guerra,
cuando fueron a una huelga reclamando aumento de salarios. [...]

El papel del Gobierno en estos conflictos, si no lo sabe el señor Ministro, es de prescindencia y, en la


mayoría de los casos, de amigable componedor, pero no como interviene en la actualidad, poniendo la
policía del orden y fuerza armada de mar y tierra a las órdenes de los industriales.

Las últimas huelgas, tanto en Santiago como en el norte, han sido tranquilas, no existiendo, por [lo] tanto
ese temor a revueltas en cada manifestación que ha creído ver el Gobierno cuando hacía despliegue risueño
de tropas por las calles de la capital y en Antofagasta'[165].

Pocos meses después, en agosto de 1920, Carlos Alberto Martínez, Secretario General Interino de la Junta
Federal de la FOCH, denunció incidentes similares en términos igualmente claros y enérgicos:

'Sin interrupción han venido llegando a esta Junta Ejecutiva Federal, desde hace algún tiempo, continuos
reclamos de diferentes puntos del país relacionados con abusos y atropellos que al parecer cuentan con la
negligencia de las autoridades para ponerles término.

Desde las provincias de Antofagasta y Tarapacá nos han llegado quejas repetidas de abusos que cometen los
carabineros que han llegado en diversas ocasiones a extorsionar a la libertad de reunión de los Consejos
Federales de aquella región.

Esta prohibición a los obreros de reuniones, emana directamente de los administradores de las oficinas
salitreras los que en esta forma demuestran ser los árbitros de aquellas regiones, al mismo tiempo que ser
los superiores jerárquicos de la fuerza militar.

De la región carbonífera, nos llegan reclamos contra las autoridades por estar apresando sin motivo y que lo
justifique a numerosos obreros nada más que por satisfacer móviles de venganza de las compañías contra los
obreros organizados.

De Viña del Mar se nos denuncia el asalto a la imprenta de 'La Comuna' de propiedad de los obreros de
aquella ciudad, sin que la policía y otras autoridades hayan puesto empeño alguno en castigar a los
culpables.

Todos estos hechos, señor Ministro, dada la situación anormal porque atraviesa el país van ahondando cada
día más el abismo que existe entre los trabajadores y las autoridades'[166].

A las situaciones mencionadas por los dirigentes de las principales organizaciones populares, había que
sumar el ataque a la Federación de Estudiantes de Chile (FECH), en Santiago, el 20 de julio, y el asalto a la
Federación Obrera de Magallanes en Punta Arenas el 27 del mismo mes, con un saldo de varios trabajadores
asesinados, sucesos en los que los aparatos armados estatales -especialmente policiales- aparecieron
sospechosamente pasivos, cuando no abiertamente cómplices de las agresiones criminales perpetradas por
guardias blancas y militantes derechistas en contra de obreros y estudiantes. Completando esta ofensiva
represiva, el mismo día en que se cometió el ataque contra la FECH, se inició el llamado 'proceso de los
subversivos' contra supuestos 'espías peruanos' en el movimiento obrero y estudiantil; se produjo un asalto
contra la sede de la Sociedad en Resistencia y Unión Local de la IWW en Valparaíso y la destrucción de la
imprenta Numen[167].
Probablemente este contexto movió a los trabajadores del Ferrocarril Salitrero tarapaqueño a manifestar en
octubre de ese año una intransigencia que contrastaba con la actitud proclive al diálogo y la mediación de
las autoridades que habían tenido durante la huelga del año anterior. Si bien estuvieron dispuestos, a
demanda de la Intendencia regional, a limitar algunas de sus reivindicaciones, mantuvieron su aspiración a
la reducción de horarios laborales, negándose a volver al trabajo mientras no se diera completa satisfacción
a esta exigencia y destacaron comisiones de obreros para que fueran a predicar entre los demás gremios del
puerto de Iquique y de la pampa una huelga general. Una vez más, la acción del representante provincial
del Ejecutivo fue el elemento decisivo para solucionar el conflicto. Demostrando gran energía y decisión, el
Intendente amenazó a los obreros con intervenir administrativa y judicialmente en sus reuniones, por cuanto
'en ellas tomaban parte elementos subversivos y porque sus acuerdos de paralizar una empresa
imposibilitándola para continuar sus labores envolvían un principio de ataque a la propiedad', y con hacer
traer tropas para poner en movimiento los trenes. Al mismo tiempo, emplazó al gerente de la empresa para
que aceptara el punto pendiente del petitorio de sus trabajadores sin esperar la respuesta del directorio de
Londres. El gerente cedió y al cabo de seis días de huelga los trenes volvieron a circular normalmente[168].

En una proyección hacia el futuro, probablemente lo más significativo de este conflicto fue el análisis de la
situación y las lecciones que desde la perspectiva del Estado expuso la máxima autoridad provincial de
Tarapacá al Ministro del Interior:

'Primeramente resaltó la intransigencia con que los obreros formularon sus peticiones y llevaron las
gestiones desde el primer momento, dando un plazo breve y perentorio que excluyó toda discusión y
modificación a sus terminantes proposiciones, ni directamente ni mediante la junta de conciliación o el
tribunal arbitral [...], y que fueron varias veces rechazados, lo que demuestra a mi juicio una mayor
conciencia de la fuerza que representan los obreros agremiados y una falta de estimación por las
disposiciones gubernativas.

Esta fuerza de los gremios dirigidos ahora por individuos más o menos ilustrados que conducen sus
movimientos con inteligencia y orden, se funda precisamente en la falta de una Legislación sobre estos
problemas del capital y del trabajo, que en los últimos tiempos se ha complicado notablemente. Sin ninguna
ley que encauce estas dificultades y fije penas a los rebeldes, el Capital quedará entregado sin defensa
alguna a la voluntad de los gremios, dirigidos en la mayoría de los casos por elementos desconsiderados y
malsanos, con grave peligro para la industria y el bienestar de las poblaciones [...]'[169].

Las medidas sugeridas por el jefe provincial tarapaqueño incluían la aprobación de una ley encargada de
regular los conflictos entre empresarios y trabajadores, la reglamentación de las huelgas para obligar a los
obreros a anunciar con una 'anticipación mínima de quince días o un mes su propósito de no continuar
trabajando', el establecimiento del arbitraje obligatorio en los conflictos laborales, la entrega de los trenes
en toda la región salitrera a las tropas de ferrocarrileros, la negación de personalidad jurídica a los gremios
obreros de resistencia, la apertura en los centros de grandes concentraciones proletarias de una sucursal de
la Oficina del Trabajo y la obligación de las sociedades obreras carentes de personalidad jurídica de
expresar ante la policía el número, domicilio y demás antecedentes de sus asociados[170].

Las proposiciones del Intendente partían de la sensación de peligro que recorría a la elite y no guardaban
mucha distancia del espíritu del proyecto de reforma del Estado y de nuevo contrato social que el
alessandrismo venía difundiendo en todo Chile. Se trataba de erigir al Estado como el gran regulador de las
relaciones sociales, garantizando derechos básicos de patrones y trabajadores, pero obligándolos a ceñirse a
reglas del juego que aseguraran el orden y la convivencia social. Los mecanismos de conciliación y arbitraje
junto a la legislación social protectora del trabajo eran el nervio del nuevo trato que la clase política
reformista y modernizadora luchaba por instaurar.

La nueva política no suponía el fin del enfrentamiento ni las medidas de fuerza más o menos enérgica que el
capital y el trabajo seguirían propinándose mutuamente. Tampoco significaba un relajamiento de la
vigilancia y de la represión estatal (los sucesos de Puerto Natales en 1919, el asalto al local de la Federación
Obrera de Magallanes al año siguiente, las numerosas detenciones de dirigentes del movimiento obrero, el
'empastelamiento' de sus imprentas y las masacres de San Gregorio en 1921, Marusia y La Coruña en 1925, lo
probarían reiteradamente, pero representaba un marco básico de mediación al que unos y otros -muchas
veces sin desearlo- se irían acostumbrando a recurrir en caso de desacuerdo fundamental. Los fallos de los
árbitros sentarían jurisprudencia y, con el correr del tiempo, sería cada vez más difícil contestar su validez y
carácter imperativo, sobre todo si su forma y conclusiones parecían inspiradas por la búsqueda de la
equidad.

Las medidas de mantención del orden público -manifestación más visible de la preservación del orden social-
podían acompañarse perfectamente de iniciativas de conciliación y arbitraje, que tendieran a solucionar los
conflictos. Esa fue una de las principales enseñanzas que la elite chilena extrajo de las luctuosas
experiencias de la primera década del nuevo siglo. La prevención, la represión y la mediación eran aspectos
complementarios de una misma política de conservación social. Los agentes del Estado fueron los primeros
en hacerla suya e implementaron una 'pedagogía de los hechos' destinada a disciplinar en las nuevas
prácticas a patrones y obreros. Hacia fines del convulsionado año 1919 ya se había acumulado una cantidad
suficiente de experiencias de este tipo que establecerían un precedente para el futuro. Las acciones de
control de la situación en el terreno y el fallo arbitral de la huelga de los empleados y obreros del ferrocarril
de Antofagasta a Bolivia[171], emitido el último día de ese año por el Jefe de la Escuadra almirante Salustio
Valdés, nombrado por el Intendente interino y Comandante General de Armas de la provincia, Teniente
Coronel Adolfo Miranda, como árbitro para solucionar el conflicto laboral, pueden ser consideradas como un
'modelo' de esta nueva práctica.

La paralización de los trenes duraba ya quince días cuando el jefe naval fue designado árbitro. El
movimiento había provocado un paro general de las actividades del puerto de Antofagasta y dificultado la
circulación de vehículos en la ciudad debido a la solidaridad de otros gremios y amenazaba con extenderse a
las oficinas salitreras del interior. El almirante Valdés aseguró el orden en la ciudad, el embarque del salitre
y los trenes más indispensables para la vida de la pampa utilizando las tropas del Ejército y de la Armada
bajo su mando. Las exigencias de los trabajadores del ferrocarril incluían la reposición de un empleado
despedido por la empresa, aumento de salarios, disminución de las horas de trabajo, pago de sobretiempo,
caja de retiro, reconocimiento del sindicato y de las federaciones a las que estuvieran asociados y otras
reivindicaciones menores. Aunque la empresa no formuló una negativa tajante a todos los puntos, sus
soluciones no satisficieron las demandas de los trabajadores, lo que provocó el estallido de la huelga el 29
de noviembre. Según el almirante, en el origen del conflicto 'hubo intransigencia por ambas partes' y la
prueba de ello fue la imposibilidad de obtener un arreglo directo entre ellas, tardando dos semanas en
acordar someter sus diferencias al arbitraje[172].

En tres días -favorecido por la actitud de obreros y representantes de la compañía que él mismo calificó
como 'tranquila y conciliadora'- el jefe naval resolvió el conflicto emitiendo un fallo que podía ser calificado
como un modelo de equilibrio. Una decisión que si bien no complacía completamente a nadie, y por lo tanto
no constituía una 'victoria' de unos sobre otros, aseguraba lo esencial para todos. A los trabajadores les
concedía una parte de sus exigencias económicas y el reintegro de su compañero recientemente licenciado;
a los empresarios del ferrocarril les garantizaba que la actividad sindical se mantendría dentro de los
estrechos marcos que permitía la ley y, de paso, desactivaba un movimiento que de extenderse a otros
gremios y prolongarse más de la cuenta lesionaría gravemente al Estado y a los intereses comerciales e
industriales de la región.

Tres puntos del fallo arbitral ilustran claramente el sentido y la proyección que estas nuevas prácticas
estaban destinadas a tener.

A la cuestión del reconocimiento de la Federación de Artes Mecánicas, de Carpinteros y Pintores y de los


consejeros que estos nombraran para tratar de evitar las dificultades entre jefes y operarios, el fallo
distinguió el reconocimiento de la existencia de una federación, del derecho de dicha asociación para
intervenir en los contratos entre ambas partes. En consecuencia, si bien no se cuestionaba la legitimidad de
las federaciones, puesto que el derecho de asociación estaba garantizado por la Constitución, no se
reconocía legitimidad a la intervención de las federaciones en los contratos individuales entre patrones y
dependientes mientras los contratos estuvieran vigentes. Sólo en el momento en que dicho contrato debía
ser renovado, el obrero estaría en condiciones de imponerle al patrón la injerencia de la organización
sindical para definir los nuevos términos de la relación contractual. Pero el patrón no estaba legalmente
obligado a aceptar esta intervención. Salvo si así se hubiese convenido anteriormente[173].

A la exigencia del pago de salario durante el período de duración de la huelga, luego de distintos
considerandos, entre ellos, que 'el salario es el precio que se paga al obrero por su trabajo' y que, por ende
'si el obrero por su propia voluntad ha dejado de trabajar, no es justo ni equitativo que exija el abono de
salario por el tiempo que no ha producido', el árbitro dictaminó que la empresa no estaba obligada a pagar a
sus trabajadores el tiempo que habían permanecido en huelga[174].

A la reivindicación de veinte días de feriado anual planteada por los maquinistas, fogoneros, personal de
trenes y de la planta eléctrica, el árbitro respondió que considerando que dicho personal ganaba
sobretiempo; que en el caso de los empleados se les había otorgado feriado con goce de sueldo; que no se
les pagaba horas extraordinarias de trabajo; y que era una práctica establecida en la región no otorgar
feriado al personal de esa clase de servicio porque percibía ingresos por sobretiempo de trabajo y por la
dificultad de reemplazarlo durante su ausencia, la empresa no estaba obligada a concederles feriado[175].

El almirante Salustio Valdés acordaba en su sentencia -subrayémoslo- una serie de aumentos salariales y
otros beneficios a los trabajadores, pero en las cuestiones relativas a la organización del trabajo reiteraba la
primacía absoluta de la empresa. Su fallo arbitral se apoyaba en una lúcida constatación de las causas
principales de los movimientos obreros de la región -la carestía de la subsistencia y la 'falta de leyes sociales
adecuadas' que rigieran las relaciones entre patrones y obreros-, a las que agregaba la acción de los
agitadores[176], reflejando la nueva función que el aparato de Estado comenzaba a jugar en los conflictos
laborales. Lo que no excluía -como lo reflejó la acción del mismo oficial- el despliegue de la fuerza armada
como elemento disuasivo, pero ya no en tanto elemento central de la política de conservación social, sino
como complemento o reserva estratégica para situaciones de extrema conflictividad.

Al cabo de algunos años de aplicación del Decreto Yáñez, sus fallas y vacíos habían sido claramente
identificados por vastos sectores de la opinión pública y numerosos representantes del Estado,
ambigüedades que el autor de un informe dirigido al Ministro de Educación sobre la situación de la clase
obrera en la provincia de Antofagasta, sintetizó en marzo de 1921, poniendo el énfasis en la ausencia de
sanciones efectivas para evitar las contravenciones:
'Así, por ejemplo, en caso de no anunciarse con anticipación a la autoridad administrativa las huelgas o
paros forzados, no indica el citado decreto el medio de que pueda valerse la autoridad para evitar se burle
tal disposición, ni la sanción a que quedan sujetos los que no la cumplan. Tampoco indica el procedimiento
que el Juzgado debe seguir cuando las partes se niegan a formar la Junta de Conciliación, o no aceptan el
arbitraje. Otro punto dudoso referente al fallo del árbitro es de qué medios puede disponerse en caso que
las partes no acaten el laudo arbitral: ¿se aplican las reglas de la Ley Orgánica de Tribunales o las del Código
de Procedimiento Civil?[177]'.

El proyecto político de Arturo Alessandri Palma recogería estas inquietudes a través del impulso de una
frondosa legislación social que entre sus puntos consideraba los dispositivos de conciliación y arbitraje. Pero
su implementación no fue fácil ni inmediata. El 'León' de Tarapacá ungido Presidente de la República tenía
por delante muchos obstáculos, unos provenientes de la oligarquía parlamentaria, otros de los propios
actores sociales -patrones y trabajadores- llamados a ser los protagonistas de un nuevo sistema de
relaciones laborales.

LA POLÍTICA ALESSANDRISTA DE CONCILIACIÓN Y ARBITRAJE

Durante la primera presidencia de Arturo Alessandri Palma (1920-1925), antes de que el conjunto de
medidas legislativas concebidas como respuesta a la 'cuestión social' fueran aprobadas en septiembre de
1924 debido a la presión de la oficialidad joven del Ejército, las prácticas de conciliación y arbitraje
continuaron extendiéndose. Los episodios represivos -como el de San Gregorio- fueron alternados con
métodos más pacíficos mediante los cuales el Estado intentó evitar los enfrentamientos directos entre
trabajadores y patrones.

Apuntando a una solución de fondo, el Presidente de la República envió a mediados de 1921 al Congreso un
proyecto de ley que contemplaba procedimientos voluntarios de conciliación y arbitraje, juntas
permanentes de primera instancia y de apelación y 'delegaciones de trabajadores' encargadas de intentar
arreglos directos con los empleadores antes de recurrir a la conciliación[178]. Pero además, Alessandri se
constituyó en el principal impulsor y propagandista de los métodos de mediación. Aprovechando su positiva
imagen en el mundo popular, el Jefe de Estado y sus colaboradores no escatimaron esfuerzos para morigerar
los conflictos, tratando de persuadir a los trabajadores, ya fuera para que depusieran las actitudes
beligerantes o, lisa y llanamente, para que rebajaran o postergaran sus demandas.

El discurso del gobierno alessandrista no cuestionaba la legitimidad de la mayoría de las exigencias


populares, pero argumentaba la imposibilidad de satisfacerlas por causa de la difícil situación por la que
atravesaba la economía nacional duramente golpeada por la crisis salitrera. Cuando, por ejemplo, una
delegación de los obreros ferroviarios de Valparaíso se dirigió al Jefe de Estado a fines de enero de 1921
para presentarle un memorial conteniendo sus peticiones, el 'León' reconoció la justicia de la mayoría de las
reivindicaciones, pero planteó claramente que la pretensión de remover dos consejeros de la Empresa de
Ferrocarriles del Estado nombrados por el Presidente de la República, que no contaban con sus simpatías,
significaba una intromisión inaceptable en sus prerrogativas y que, por añadidura, la situación por la que
atravesaba la empresa en ese instante no permitía satisfacer ciertas peticiones económicas. Según una
información de prensa, el Presidente se extendió largamente acerca del estado del país, afirmando que el
momento presente era de reconstrucción y 'que todos estaban en el deber de concurrir a la solución de esta
crisis adoptando una espera patriótica'[179]. Los obreros, convencidos, al parecer, por el verbo presidencial,
como un gesto de confianza hacia el mandatario, renunciaron a sus exigencias de remoción de los
consejeros. Alessandri aprovechó entonces la oportunidad para dejar sentados los principios que a su juicio
debían regir las relaciones entre el capital, el trabajo y el gobierno:

'El Presidente les hizo ver que en la intensa acción constructiva que estaba realizando, los telegramas que a
casi a diario imparte a las autoridades civiles y militares de todo el país marcan un rumbo respecto de su
actuación -rumbo inspirado en la persuasión, la reflexión y el razonamiento como armas de convicción-
debiendo las autoridades civiles prestigiarse con una prescindencia justa en la resolución de los conflictos
entre el capital y el trabajo y las autoridades militares procurando antes que hacerse temer, inspirar amor y
confianza con una acción correcta y firme decisión dentro del respeto y de las garantías que la Constitución
franquea a todos los ciudadanos'[180].

A juzgar por la versión periodística, en aquella oportunidad la victoria de Alessandri fue total, ya que a
pesar de que no habían obtenido nada:

'Antes de retirarse, los delegados manifestaron a S.E. que se sentían no sólo satisfechos de sus palabras y
confiaban en él, sino también le agradecían la noble deferencia con que les trataba y hacía contraste con la
que en pasadas ocasiones habían merecido de otras administraciones'[181].

Más aún, uno de los portavoces obreros expresó que:

'[...] cuando un Presidente se pone así en contacto con el pueblo, el pueblo no puede sino contar con él y
pensar que si momentáneamente no da satisfacción a las peticiones que se le hacen, es indudablemente
porque las circunstancias le impiden hacerlo, nada más'[182].

Cada conflicto laboral era una oportunidad para que el Presidente y sus hombres desarrollaran el discurso y
la política de amortiguación entre el capital y el trabajo. Por esos mismos días, Alessandri y el Intendente
de Tarapacá lograron desactivar otro movimiento de trabajadores del Ferrocarril Salitrero que exigían la
separación de tres empleados considerados 'odiosos e intrigantes'. La negativa de la empresa a ceder
provocó una huelga que amenazaba con privar a las localidades de la pampa con los artículos esenciales
para su subsistencia. Frente a la decisión de las autoridades regionales de reemplazar a los huelguistas con
efectivos militares, la Federación Ferroviaria solicitó la intervención del Presidente de la República, quien
aseguró a los trabajadores que el Ejército y Carabineros sólo se ocuparían de mantener el orden, a cambio
de lo cual solicitó a los huelguistas que también contribuyeran a ello. Como el Tribunal de Conciliación que
se constituyó fracasara en su intento por lograr un acercamiento de las partes, al cabo de un mes de
conflicto, el gobierno intentó la formación de un Tribunal Arbitral que fue, finalmente, rechazado por las
bases de los huelguistas. Entonces el 'León', contraviniendo sus declaraciones iniciales, ordenó la
reanudación del tráfico ferroviario con obreros no federados y protección de la tropa de línea. Ante tal
presión, la huelga se fue extinguiendo y los trabajadores ferroviarios terminaron alabando la conducta del
Jefe de Estado[183]. De acuerdo al análisis propuesto por Julio Pinto y Verónica Valdivia, este caso
demuestra la confianza que los obreros habían depositado en Alessandri, en su intervención personal como
mecanismo de resolución de los problemas, puesto que estuvieron dispuestos a suspender su demanda de
expulsión de los tres empleados que detestaban, a cambio de la promesa de que el Tribunal Arbitral
investigara la validez de sus cargos. Al igual que en otros casos, no se habría tratado de un apoyo
incondicional de los obreros al caudillo, sino de una verdadera negociación, ya que a cambio de acoger las
'recomendaciones' del Jefe de Estado obtuvieron el envío desde Santiago de un inspector fiscal encargado de
conocer los problemas y de solucionarlos[184].
Cualesquiera fuesen las motivaciones íntimas de los proletarios y su real grado de adhesión al proyecto
alessandrista, lo cierto es que éste se hacía carne a través de experiencias como la recién reseñada,
especialmente mediante el despliegue en el terreno de los procedimientos de conciliación y arbitraje,
convenientemente dosificados con una mezcla de fuerza material del Estado y capacidad de seducción y
convencimiento del líder del proceso reformista. Al término del conflicto de los ferroviarios tarapaqueños,
el Presidente expresó su alegría en una nota despachada a su representante provincial, en la que dejó
sentados una vez más los principios de armonía, equidad y conservación social que inspiraban su política:

'Me he impuesto con profunda satisfacción de la nota con que la Federación Ferroviaria de esa ciudad
comunica a U.S. la forma de solucionar la huelga pendiente. Sírvase US. hacer llegar hasta los obreros la
forma pública de mis agradecimientos y mis felicitaciones sinceras por una actitud que los honra y que los
eleva más y más en el concepto de mi aprecio y estimación. Es preciso que sepan que el Presidente de la
República les tiene singular afecto, se preocupa activamente de influir en forma enérgica en su
mejoramiento material, moral e intelectual y está siempre dispuesto a oírlos y atenderlos cuando pidan y
reclamen justicia. Para el Gobierno actual no hay diferencia ante el derecho entre capitalistas y obreros,
busca la paz y el orden en la armonía perfecta y sincera de ambos factores indispensables de la producción y
de la riqueza nacional sin preferencias ni parcialidades, considerando a ambos elementos absolutamente
iguales ante la faz de la justicia y del derecho'[185].

Partiendo de estos conceptos, Arturo Alessandri estimaba improcedentes las huelgas y los métodos
violentos, puesto que era:

'[...] inútil pedir por la coacción lo que puede obtenerse por el afecto y la reclamación respetuosa de
justicia y de derecho, ya que las puertas están abiertas para oírlas y atenderlas cuando en esa forma se
procede'[186].

¿Qué receptividad tuvo en los obreros el discurso alessandrista? Según el estudio de Julio Pinto y Verónica
Valdivia centrado en el norte salitrero, pero con claras proyecciones a escala nacional, el 'León' logró crear
lazos perdurables con el mundo popular no sólo gracias a su carisma, sino, principalmente, porque la
política que ofrecía -y que practicó- significaba beneficios concretos e inmediatos para vastos sectores del
proletariado[187]. No obstante, el primer mandato de Alessandri transcurrió entre constantes sobresaltos
sociales que pusieron más de una vez en jaque su capacidad de contención y, con el correr del tiempo,
sectores significativos que habían seguido fervorosamente al caudillo, rechazaron su liderazgo o se
distanciaron de él. Las masacres obreras de San Gregorio, Marusia y La Coruña fueron hitos que marcaron
ese proceso. A comienzos de febrero de 1921, a pocos días de haber sido desactivada la huelga de los
ferroviarios tarapaqueños, se produjo la matanza de obreros perpetrada por tropas del Ejército en la oficina
salitrera San Gregorio, al interior de la provincia de Antofagasta[188]. El discurso y el tono del Presidente se
endurecieron. En una reunión a la que convocó a los jefes de los partidos tradicionales (incluyendo al
Demócrata), el 'León' sostuvo que su administración estaba dispuesta a sostener el principio de autoridad
ejercida por los organismos constitucionales, sin desmedro del derecho de petición, a condición de que se
ejercitara de manera respetuosa[189]. Y a los delegados de la Federación Obrera les expresó su desagrado
ante los hechos recientes, porque, según informó El Mercurio:

'[...] los obreros no habían observado la prudencia tan recomendada como medio de dejar al Gobierno en
condiciones de interponer sus oficios en la solución tranquila de las dificultades'[190].
De acuerdo a la misma fuente, la reacción de los delegados de la FOCH habría sido defensiva, insistiendo en
que 'solamente una situación de angustia' había podido arrastrar a sus compañeros a utilizar los métodos que
causaron la tragedia[191].

La masacre de San Gregorio no apartó al gobierno alessandrista de la política de contención social mediante
el diálogo, la persuasión, la mediación, la conciliación y el arbitraje. El uso de la fuerza armada contra los
trabajadores fue la otra cara de la medalla, pero la faz principal siguió siendo la anterior. Poco después de
un mes de los sucesos en esa salitrera antofagastina, el radical Pedro Aguirre Cerda, Ministro del Interior,
fue enviado por Alessandri en gira a la región del salitre a fin de informarse acerca de los problemas sociales
y dialogar con distintos actores. Aguirre Cerda, que viajó acompañado por el Jefe de la Oficina del Trabajo,
aprovechó la ocasión para insistir en la política conciliadora del gobierno:

'La forma invariable que seguirá el Gobierno del señor Alessandri será la del mayor entendimiento con
nuestras clases proletarias. La presente administración está dispuesta a estudiar todas las situaciones, hasta
llegar a la solución de las dificultades que se han producido hasta ahora entre los capitalistas y los
trabajadores; por esto cualquiera de éstas que tienda a suscitar inquietudes en la masa social, lejos de
facilitar las aspiraciones de bien público, las dificultarán, haciendo imposibles las buenas intenciones que
animan al Poder Ejecutivo'[192].

Además de afirmar estos principios, el Ministro del Interior logró arrancar a los jefes de las oficinas
salitreras la promesa de mejorar la condición de los obreros por medio de la construcción de viviendas,
incentivar el ahorro, suprimir contribuciones por agua, teatro y atención médica e incluso, en aquellas
empresas propietarias de dos o más oficinas, la construcción de un hospital. En todas las oficinas había
quedado convenido el establecimiento de una oficina de bienestar (o Wellfare), siguiendo el modelo
implantado por las compañías norteamericanas en las minas de cobre de Chuquicamata y El Teniente. En
complemento, el gobierno insistiría ante el Congreso para que despachara leyes sociales pendientes que
irían en directo beneficio de los trabajadores salitreros[193].

Pasado el momento de mayor conmoción provocada por los hechos de San Gregorio, la política de
conciliación y arbitraje volvió a retomar fuerza bajo el impulso directo del Presidente y de sus principales
colaboradores.

La huelga marítima que paralizó en el verano de ese mismo año todos los puertos del país, marcó un hito
trascendental en la consolidación de las prácticas mediadoras y tuvo consecuencias igualmente importantes
en la evolución del movimiento obrero. Iniciada en Talcahuano por la anarcosindicalista IWW como
respuesta a la fijación por parte de las casas embarcadoras de esa localidad de nuevas condiciones de
trabajo y de rebajas salariales de hasta un 50%, la movilización obtuvo el apoyo de la Federación Marítima,
organismo que desde su fundación en 1917 se encontraba bajo clara influencia anarquista. Al declarar la
huelga nacional, la Federación Marítima lo hizo para solidarizar con los tripulantes de Talcahuano, pero
también para apoyar su propio pliego de peticiones que contemplaba como reivindicación principal el
reconocimiento por parte de las compañías navieras de su función preferencial en la provisión de la mano de
obra a través de un sistema tripartito compuesto por las empresas, las autoridades marítimas y la propia
Federación. La suspensión de la actividad portuaria llevó al ministro Pedro Aguirre Cerda a intentar la
mediación para solucionar el conflicto. Desde las propias bases obreras surgió, como tantas veces en el
pasado, la propuesta de la constitución de un Tribunal Arbitral conformado por tres representantes
patronales, tres de los trabajadores y uno del gobierno. Dicho organismo, presidido por Moisés Poblete
Troncoso, uno de los hombres más cercanos al Presidente de la República, dio satisfacción a la mayoría de
las peticiones obreras, incluyendo la obligación de las compañías navieras de reclutar 70% de la tripulación
de los barcos entre los miembros de la Federación Marítima, lo que provocó una enérgica reacción de
rechazo de las empresas[194]. El fallo reforzó la tendencia al alejamiento de las organizaciones marítimas
de la influencia anarquista, ya que significaba la derrota de la negativa ácrata de negociar con el Estado y
de su opción por la solución de las contradicciones de clase a través del enfrentamiento directo entre
patrones y obreros[195].

Poco después, en junio del mismo año, el propio Jefe de Estado intervino en el conflicto de las panaderías
de la capital, proponiendo la formación de un Tribunal Arbitral encargado de dirimir el desacuerdo entre los
empresarios y sus trabajadores. El 'León' debió desplegar toda su elocuencia e influencia para convencer a
los obreros. En las primeras horas de la tarde, después de recorrer a pie un tramo de la Alameda donde se
agrupaba una multitud que esperaba el resultado de las conversaciones, Alessandri hizo uso de la palabra
desde uno de los balcones de La Moneda:

'Vosotros sabéis, les dijo el Presidente, que un padre junto con amar mucho a sus hijos, tiene el derecho de
amonestarlos cuando cometen incorrecciones.

Del propio modo, les agregó, yo que, por el afecto que les profeso me considero padre del pueblo, me creo
con derecho a reprocharos vuestros actos cuando los estimo censurables. Por eso no extrañéis que os diga
que hacéis mal cuando os declaráis en huelgas inmotivadas. Yo me explicaría vuestras huelgas si vuestras
peticiones de justicia no encontraran eco en las autoridades. Pero cuando tenéis un Presidente que no
reconoce ni ricos ni pobres, sino hombres iguales ante la ley, un Presidente que no distingue entre
poderosos ni humildes, porque sabe que unos y otros tienen obligaciones que respetar y derechos que hacer
valer, no es posible que perjudiquéis al país y os perjudiquéis vosotros mismos con huelgas absurdas, sin que
antes hayáis venido a mí para salvar vuestros conflictos en discretos acuerdos con vuestros patrones'[196].

Al cabo de laboriosas negociaciones, la proposición de Alessandri terminó siendo aceptada por los
representantes de la Unión de Fabricantes de Pan de Santiago y del Centro Comunista de Panaderos. La
intervención personal del 'León' con su estilo a la vez severo y afable, comprensivo y legalista, había, una
vez más, dado buenos frutos. Los propios dirigentes comunistas de los operarios del pan quedaron conformes
y agradecidos de la gestión presidencial. Uno de ellos, Castor Vilarín, quien era además Secretario General
de la Junta Provincial de la Federación Obrera, manifestó ante la prensa:

'Pueden Uds. declarar oficialmente a nombre del Comité Ejecutivo del paro la constancia especial que
dejamos de que esto ha sido solucionado en la forma conocida, especialmente gracias a la actitud del
Presidente de la República, sobre quien consideramos que no sólo ha cumplido al pueblo todo lo que
prometiera, sino que aún lo ha superado[197]'.

Sin embargo, un mes más tarde el conflicto estallaba nuevamente al producirse huelgas en varias panaderías
y la renuncia del arbitro designado por el gobierno quien acusó a los dirigentes obreros de torpedear con
pretextos fútiles el funcionamiento del Tribunal Arbitral[198]. Los líderes sindicales, por su parte,
responsabilizaron a los empresarios por no reintegrar a más de 300 operarios despedidos por el lock-out
patronal[199], lo que puso en evidencia los límites del papel providencial que el Jefe de Estado se veía
obligado a asumir ante la carencia de mecanismos legales claramente definidos que regularan las acciones
de conciliación y de arbitraje.
La gran capacidad de convicción de Alessandri y su ascendiente sobre el mundo popular eran evidentes, pero
ocultaban cada vez menos las debilidades del sistema, especialmente su carencia de normas legales capaces
de encauzar el conflicto de clases dentro de límites aceptables para el orden social. A la espera de ese
cuerpo de leyes cuya discusión se eternizaba en el Parlamento, la principal carta que le quedaba a la elite
dirigente -o a su sector más preclaro e innovador- era la figura providencial del Jefe de Estado. El Mercurio
de Santiago -de destacado espíritu reformista- estimaba a comienzos de 1922 en una de sus columnas
editoriales que, contrariamente a lo que pensaban aquellos que creían que la autoridad del Presidente había
disminuido desde la guerra civil de 1891, Esta seguía siendo una 'fuerza de primer orden' que siempre
producía efectos. Podía, por lo tanto, 'ser un elemento de salvación pública cuando todos los otros factores
fallan'. Pero, subrayaba el principal periódico nacional, para que conservara su efectividad, su acción debía
conservar el carácter 'elevado y hasta cierto punto excepcional'[200].

La caldeada situación social exigía a la figura presidencial prodigarse por doquier en la búsqueda de
soluciones para huelgas que estallaban por distintos lados. Muy a menudo, el Primer Mandatario y sus
hombres de confianza asumían el anunciado riesgo de desgaste e intervenían en los grandes conflictos del
trabajo para buscar una solución de transacción, armonía y resguardo del orden social. Los dirigentes
alessandristas aprovechaban cada una de esas oportunidades para ir remachando y asentando los principios
que sustentaban las prácticas mediadoras. Así, cuando el último día del mes de junio de 1921 los delegados
de obreros y patrones de las minas del carbón de Lota y Coronel firmaron en presencia de Alessandri y de su
Ministro del Interior el acuerdo nombrando una Junta de Conciliación, el titular de la cartera del Interior
llamó la atención de ambas partes sobre:

'[...] la circunstancia de que el Primer Mandatario de la nación, en su elevado propósito de plantear las
relaciones de ambas entidades sobre bases de cordialidad y armonía y de equidad, echa sobre sus hombros
una ardua labor, lo que debía inspirar a los dos factores que labran la riqueza en una industria de tan vital
importancia a la realización de esos deseos que constituyen el alma nacional[201]'.

El Ministro del Interior no exageraba. Alessandri debió multiplicarse para apagar los fuegos de la lucha de
clases, recibiendo hasta en su propio domicilio a los representantes obreros y patronales como ocurrió
durante la huelga de los tranviarios santiaguinos en julio de 1921[202], forzando a unos y a otros a
someterse a los procedimientos de conciliación y de arbitraje como lo haría en marzo de 1922 cuando la
Compañía minera de Lota, dirigida por Carlos Cousiño, pretendió no participar en la junta de conciliación
propuesta por el Intendente provincial[203], o citando personalmente a los trabajadores en huelga a
semejanza de lo que hizo con los tranviarios en huelga en marzo de 1924 a fin de encontrar una solución
negociada con los patrones[204]. La escena, repetida en numerosas ocasiones, fue descrita por Claudio
Vicuña, con trazos que reflejan el inédito ambiente social que rodeaba estas tratativas:

'[...] en los propios salones de La Moneda, presididos por él [Alessandri] en persona, los delegados obreros y
los delegados patronales discutieron, mano a mano, de hombre a hombre, los conflictos nuevos. La tarea era
difícil, porque la terquedad de los patrones era de `derecho divino' y, por lo tanto, irreductible, y muchas
veces los delegados obreros, exasperados o deseosos de hacerse plataforma electoral con sus actitudes, se
volvieron procaces y sarcásticos'[205].

Durante esos años los fallos arbitrales de representantes del Estado y los convenios entre capitalistas y
trabajadores firmados gracias a la actuación, o al menos con la garantía de la Oficina del Trabajo, pusieron
fin a muchas huelgas[206]. Hay indicios recogidos en esta investigación de una tendencia 'excesiva' de las
autoridades dependientes del Ministerio del Interior (Intendentes y Gobernadores) a intervenir en conflictos
laborales de poca monta, contrariando el espíritu del Decreto Yáñez y del proyecto de Código del Trabajo
del gobierno alessandrista. Ello llevó en 1923 a funcionarios del Ministerio del Interior a elaborar una minuta
sobre el sentido de la aplicación del decreto sobre conciliación y arbitraje, precisando que en ningún
momento las autoridades debían tratar de 'imponer el arbitraje' y que el proyecto de Código del Trabajo
enviado al parlamento reconocía tanto el derecho a huelga como el 'derecho al trabajo de los obreros que
no participan en la huelga'. En consecuencia, se recomendaba a las autoridades provinciales y locales actuar
en conformidad con las siguientes normas:

'1° No hay conveniencia en que intervengan en asuntos de orden interno de las industrias, que
exclusivamente afectan a la disciplina o el mejor desarrollo de las faenas, porque estos asuntos deben ser
ventilados directamente entre los patrones y los obreros.

2° La invitación a designar representantes para solucionar conflictos entre las empresas y sus operarios, se
hará únicamente cuando lo solicite una de las partes y siempre que se trate de un movimiento colectivo ya
producido que afecte al orden público, entendiéndose por tal que haya efectivamente ocasionado la
paralización de la mitad, a lo menos, de las actividades de una industria establecida por más de cuarenta y
ocho horas de trabajo.

3° Mientras subsista el estado de huelga o de agitación, se procederá a mantener el orden, con especial
previsión, reprimiendo por los medios legales todo atentado contra las personas y las propiedades'[207].

Con todo, la alta conflictividad social hizo que hasta la promulgación de la ley que instituyó los tribunales
de conciliación y arbitraje, el propio Alessandri continuara desempeñando un papel central en la solución de
las principales disputas laborales. Las numerosas demandas que los trabajadores hicieron durante esos años
al Presidente de la República para que mediara personalmente en las huelgas, y la creciente predisposición
obrera a aceptar los mecanismos de conciliación y de arbitraje, revelan la profundidad de la aspiración
popular al papel arbitral del Estado. Como hemos podido observar, este anhelo de los trabajadores se había
manifestado desde fines del siglo XIX y había crecido no sin dificultades durante el primer cuarto del nuevo
siglo. Aunque es necesario reconocer que debido a malas experiencias (especialmente la intransigencia
patronal y la parcialidad anti-obrera de muchos agentes estatales) o la influencia del discurso ácrata (y en
menor medida comunista) contrario a la injerencia del Estado en los enfrentamientos de clases, algunos
segmentos de trabajadores persistieron en su negativa de depositar esperanzas en la intervención de las
autoridades, convencidos, probablemente, como Recabarren de que 'nunca jamás' sería posible la armonía
entre el capital y el trabajo[208], o afirmando como la asamblea de obreros santiaguinos de la construcción
que se encontraban en huelga a comienzos de abril de 1924 que no admitían intermediarios en la solución de
sus conflictos con los patrones[209], o aduciendo, por último, razones muy similares a las invocadas por los
gremios marítimos de Valparaíso durante una gran huelga que tuvo lugar el mismo mes:

'Nosotros somos hasta ahora alrededor de dos mil huelguistas. Pero cada barco que llega nos aumenta el
número de la totalidad de gente que tiene.

Para mantener la huelga tenemos recursos propios, fuera de que contamos con la solidaridad de todos los
otros gremios del puerto.

No hemos acudido ni acudiremos a las autoridades porque no tenemos fe en la palabra de ellas. ¡Nos han
engañado tantas veces!'[210].
Los principales obstáculos para la consolidación de la conciliación y el arbitraje eran la crisis económica, la
consiguiente degradación del clima político y social y la carencia de un conjunto coherente de leyes sociales
en las que se enmarcaran los métodos de mediación entre el capital y el trabajo. El movimiento obrero
padecía las consecuencias de la crisis, era golpeado por la represión estatal y sufría el hostigamiento
patronal, a la vez que perdía esperanzas en la capacidad de Alessandri de cumplir sus promesas electorales.
También pesaban de manera negativa ciertas visiones sobre los sectores populares muy arraigadas en la elite
y en los propios funcionarios del aparato de Estado encargados de aplicar los nuevos principios y métodos
del diálogo, la persuasión y la cooptación. Así, el jefe de la Oficina del Trabajo de Valparaíso estimaba en
1921 que era necesario distinguir entre los 'agitadores de mala fe y los propagandistas sinceros de ideas'. A
los primeros -sostenía en una entrevista de prensa- había que 'molerlos a palos'. A los otros, en cambio,
había que convencerlos 'con la persuasión que da la idea opuesta a la idea con entera sinceridad, tolerancia
y amor'[211]. La reacción represiva seguía plenamente vigente. Mientras las cabezas políticas del Estado
difundían un discurso de paz, armonía y entendimiento social, en la clase dominante seguían predominando
los viejos reflejos negacionistas de la 'cuestión social'. Su corolario era la persecución y represión a las
organizaciones de la clase obrera. A comienzos de 1922 Recabarren denunció a propósito de un gran
despliegue de fuerza armada con que las autoridades santiaguinas habían pretendido intimidar una
conferencia popular auspiciada por el Partido Comunista y la Junta provincial de la FOCH, una serie de
atentados a las libertades públicas realizados por los agentes del Estado:

''En la capital de la República, se presiona y se hace desarrollar los actos educativos entre un ejército de
bayonetas.

En provincias, por ejemplo en Talca y Llanquihue, intendentes que representan al Presidente de la


República, prohiben las conferencias públicas y la venta de nuestro diario.

Sería eterno citar una serie de atentados al derecho público que se realizan por los representantes y
subalternos del Presidente de la República que como ningún ciudadano lo hiciera jamás cuando candidato a
la Presidencia, prometió al pueblo aumentar y garantizar el libre ejercicio de todos los derechos
establecidos en la Constitución'[212].

De manera más drástica, un periódico demócrata de Tocopilla (partidario, por tanto, de Alessandri) trazaba
hacia mediados de 1923 un sombrío panorama:

'Las persecuciones contra las organizaciones obreras y contra los individuos que son conocidos como
organizados, ya sean estos federados o I.W.W.; amenazan envolvernos, hundirnos. La reacción patronal en
su obrar constante, está dispuesta a ahogar con el asesinato todo germen de rebeldía, todo afán de
independencia [...].

La persecución contra los trabajadores organizados en nuestro país hace sentir todo su peso, la clase
patronal acude a todos los recursos, redobla sus actividades tiránicas. En las minas de carbón los carabineros
y las guardias especiales aprisionan, apalean, asesinan públicamente a los obreros federados. Los
terratenientes en sus fundos han implantado el terror en todas sus fases. Los trabajadores federados son
tratados en peor forma que a perros hidrófobos, el caso de la hacienda `La Tranquilla' lo pone de
manifiesto.
En Taltal, el secretario de la `Federación Obrera de Chile', junto con la compañera y sus hijitos pequeños,
es violentamente arrojado de un establecimiento salitrero, enseguida apresado por las autoridades,
embarcado en una nave, deportado, sin que hasta la fecha se sepa de su paradero.

Aquí en este Departamento, nuestros hermanos, los trabajadores de la pampa, han sufrido y están sufriendo
toda clase de atropellos, desde la marca infamante que como a bestias han impuesto los administradores
coaDyuvados por capitanes de carabineros y nuestro inteligente Prefecto de Policía, obligando a los rebeldes
por medio del hambre, a que se dejen marcar -no les dan diario mientras no se marcan. ¿Qué trabajador de
Tocopilla no está al tanto de la cáfila de infamias que a diario se han cometido y se cometen en las oficinas
con los trabajadores federados?'[213].

Y en marzo de 1924, el comité de huelga de los obreros portuarios de distintos puntos del país hacía ver a la
'gente de mar' que el gobierno estaba:

'[...] procediendo en contradicción con las promesas del señor Alessandri, quien cuando fue candidato,
expresó en todas las reuniones de obreros que él reconocería siempre el derecho de huelga como
manifestación de protesta, y que respetaría estas manifestaciones, no permitiendo que la fuerza armada se
pusiera de parte del capitalista, ni menos para que reemplazara al huelguista en sus trabajos'[214].

A pesar de este tipo de hechos, de los discursos contrarios y de las reticencias que continuaban
expresándose entre los trabajadores, las prácticas de la conciliación y del arbitraje ya habían alcanzado un
alto grado de desarrollo cuando fueron institucionalizadas por la ley de septiembre de 1924 y continuaron
consolidándose el año siguiente después de la vuelta de Alessandri al país. Durante, por ejemplo, el llamado
episodio 'insurreccional' que tuvo su culminación en los sangrientos sucesos de la oficina salitrera
tarapaqueña de La Coruña[215] en junio de 1925, los dirigentes de ese movimiento obrero -en su mayoría
vinculados a la FOCH y al Partido Comunista- solicitaron la constitución de un Tribunal de Conciliación, en
abierta contradicción con el rechazo de los anarquistas, lo que habla de cierta confianza de los trabajadores
-reflejada en la actitud de sus dirigentes- en las flamantes leyes sociales y en los dispositivos de conciliación
y arbitraje. Si al comienzo del gobierno de Alessandri, los obreros habían demandado su mediación personal
para solucionar los problemas, ahora exigían simplemente el cumplimiento de la ley aprobada[216].

Se pasaba de la intervención providencial del caudillo al funcionamiento normal de las instituciones y


mecanismos legales. Pero la transición no fue fácil. Para que la conciliación y el arbitraje se entronizaran
definitivamente[217], faltaban aún varias convulsiones mayores que terminaron haciendo posible entre 1924
y comienzos de los años 30 un cambio refundacional de las características del Estado. Como ha sido habitual
en la historia de Chile, estas mutaciones fueron el fruto de una solución de fuerza apoyada en las armas,
que en el caso analizado dejó un movimiento obrero debilitado, dividido y en parte cooptado por
mecanismos que si bien en principio -al igual que el conjunto de leyes sociales- no eran antagónicos a sus
intereses, podían convertirse en poderosa camisa de fuerza para controlar sus tendencias revolucionarias.

CONCLUSIÓN

El advenimiento en Chile de un sistema de relaciones laborales, y de manera más amplia, de relaciones


entre el capital, el trabajo y el Estado, que empezó a plasmarse legalmente a mediados de los años 20,
encontró un terreno abonado por largos años de discursos y prácticas 'en terreno'. Tanto o más que el resto
de las 'leyes sociales' de 1924, los procedimientos de conciliación y de arbitraje en los conflictos laborales
instaurados entonces con el respaldo legal, respondían a la preocupación de orden y contención social de la
elite política, pero también a una aspiración más o menos espontánea de los trabajadores, que vieron en la
intervención de los poderes públicos un escudo protector contra los abusos patronales.

La prédica anarquista y, en general maximalista, de rechazo a la intervención del Estado en los conflictos
entre el capital y el trabajo, encontró un terreno favorable entre los trabajadores mientras prevaleció la
respuesta represiva del sistema frente a los movimientos sociales. Cuando desde el Estado se empezó a
implementar una política de mediación cuyo eje central fueron los mecanismos de conciliación y de
arbitraje, las posiciones maximalistas perdieron terreno y el movimiento obrero tendió a fragmentarse entre
dos polos: un sector, de seguro mayoritario, que percibió en la intervención de las autoridades una posible
línea de defensa de sus intereses, y otro sector, cada vez más reducido, que persistió en un rechazo
categórico a la idea de mediación de los agentes estatales, ya fuese por razones ideológicas o por
desconfianza suscitada a raíz del trato poco ecuánime y represivo de los poderes públicos hacia los
trabajadores.

Como hemos comprobado en esta investigación, la conciliación y el arbitraje, al igual que el conjunto de
'leyes sociales', respondían a un anhelo de protección latente en el mundo del trabajo, que a comienzos de
los años 20 ya había alcanzado un alto grado de maduración[218]. La política alessandrista de activa
mediación de los más altos representantes del Estado en los conflictos sociales fue apenas un momento
dentro de un proceso que ya se encontraba en marcha. En este plano, Alessandri no creó nada nuevo. Su
aporte fue más bien de estilo y mayor convicción en el uso de mecanismos que ya existían. Su intervención
personal como mediador entre trabajadores y capitalistas fue un recurso necesario, y a veces
imprescindible, mientras el sistema careció de un moderno sistema de relaciones laborales que sólo la
legislación social podía asegurar. Para entonces tan solo faltaba que los legisladores se decidieran a
implementarla con toda la potestad del Estado, terminando con las últimas reticencias y resistencias de
algunos segmentos de trabajadores y, sobre todo, de la clase empresarial. Cuando ello ocurrió, en los
sectores mayoritarios del movimiento obrero ya existía una alta predisposición hacia la mediación estatal en
los conflictos laborales, reflejando de este modo una tendencia histórica de largo aliento, que arrancaba del
peticionismo artesanal del siglo precedente y que cobraría mayores desarrollos durante el resto del siglo XX.

* Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, profesor de la Universidad ARCIS.

** Estudio elaborado en el marco del Proyecto Fondecyt N°1000034. Se agradece la colaboración prestada
por los profesores Jacqueline Oses Gómez, Juan Carlos Yáñez Andrade, Alberto Harambour y Carola Agliati
Valenzuela, y las observaciones formuladas al manuscrito original por Jorge Rojas Flores.

[1] Sergio Grez Toso, De la 'regeneración del pueblo' a la huelga general. Génesis y evolución histórica del
movimiento popular en Chile (1810-1890), Santiago, Ediciones de la DIBAM - RIL Ediciones, 1998, págs. 564-
587 y 705-750.

[2] Citado en Hernán Ramírez Necochea, Historia del movimiento obrero en Chile. Antecedentes. Siglo XIX,
2° edición, Concepción, Ediciones LAR, 1986, pág. 235.

[3] Eduardo Blanlot R., Conciliación y arbitraje en los conflictos del trabajo, Santiago, Imprenta Claret,
1919, pág. 4.

[4] 'Los dueños de panaderías y sus trabajadores', El Mercurio, Valparaíso, 17 de septiembre de 1900.
[5] 'Huelga de panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 18 de octubre de 1900.

[6] 'La huelga de los panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 19 de octubre de 1900.

[7] Ibid.

[8] 'La huelga de los panaderos', op. cit.

[9] 'Más sobre la huelga de panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 19 de octubre de 1900.

[10] 'El asunto de los panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 24 de octubre de 1900.

[11] 'El asunto de los cocheros', El Mercurio, Valparaíso, 17 de septiembre de 1901.

[12] 'El asunto de los cocheros. Quejas del gremio', El Mercurio, Valparaíso, 18 de septiembre de 1901; 'El
asunto de los cocheros. Proyecto de reglamento presentado a la Intendencia', El Mercurio, Valparaíso, 19 de
octubre de 1901.

[13] 'La huelga de Iquique', El Mercurio, Valparaíso, 20 de febrero de 1902.

[14] Archivo Nacional de la Administración (en adelante ARNAD), Fondo Ministerio del Interior (en adelante
FMI), vol. 2704 (1903), Nota N°1622 del Intendente de Valparaíso al Ministro del Interior, Valparaíso, 24 de
mayo de 1903, f. 1. Este documento también se encuentra en ARNAD, Fondo Ministerio de Guerra (en
adelante FMG), volumen relativo a correspondencia con zonas militares 1904, Documentos anexos a la nota
del señor Comandante Jeneral de Armas al Señor Ministro de la Guerra de fecha 26 de mayo de 1903, N°202.

[15] ARNAD, FMI, vol. 2704 (1903), Nota N°1622, op. cit., fjs. 1 y 2.

[16] Op. cit., fj. 3.

[17] Ibid.

[18] Op. cit., fj. 4.

[19] Op. cit., fjs. 4-14.

[20] Op. cit., fjs. 15 y 16. El Acta íntegra del acuerdo del 19 de mayo es el Documento N°17 anexo a la Nota
N°1622 del Intendente de Valparaíso, op. cit., s.f. Véase también 'Las jestiones de arbitraje' y 'Alrededor de
la huelga. Reportaje a don Anjel Guarello', El Mercurio, Valparaíso, 21 de mayo de 1903.

[21] 'El fallo arbitral. Precios y condiciones del trabajo de la jente de mar de Valparaíso', El Mercurio,
Valparaíso, 4 de agosto de 1903; 'El arbitraje obrero de Valparaíso', El Mercurio, Valparaíso, 6 de agosto de
1903.

[22] James O. Morris, Las elites, los intelectuales y el consenso. Estudio de la cuestión social y del sistema
de relaciones industriales de Chile, Santiago, Editorial del Pacífico, 1967, págs. 145 y 146; Juan Carlos
Yáñez, Estado, consenso y crisis social. El espacio público en Chile: 1900-1912, tesis para optar al grado de
Magíster Artium en Historia, Santiago, Universidad de Santiago de Chile, 1999, pág. 276.

[23] Peter De Shazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile 1902-1927, Wisconsin, The University of
Wisconsin Press, 1983, pág. 116.

[24] 'El fallo arbitral en la cuestión obrera', El Mercurio, Valparaíso, 1 de septiembre de 1903.

[25] 'La jente de mar. Dificultades entre obreros y patrones. Jestiones de la gobernación marítima', El
Mercurio, Valparaíso, 15 de septiembre de 1903.

[26] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903, Santiago, Imprenta Nacional,
1904, Sesión 24ª Estraordinaria en 27 de noviembre de 1903, págs. 487-489 y 496-497, Sesión 30ª
Estraordinaria en 4 de diciembre de 1903, págs. 645-647, Sesión 31ª Estraordinaria en 5 de diciembre de
1907, págs. 671-673, Sesión 32ª Estraordinaria en 7 de diciembre de 1903, págs. 697-699, Sesión 36ª
Estraordinaria en 12 de diciembre de 1903, págs. 758-759, Sesión 41ª Estraordinaria en 19 de diciembre de
1904, págs. 884-890, Sesión 42ª Estraordinaria en 21 de diciembre de 1903, págs. 907-911.

[27] Archivo Nacional, Fondo Intendencia de Santiago (en adelante AN, FIS), vol. 235 (julio de 1903), Carta
del Gremio de Panaderos 'Unión y Solidaridad' al Intendente de la Provincia, Santiago, sin fecha [julio 1903],
s.f.

[28] AN, FIS, vol. 235 (julio de 1903), Carta del Secretario de la Intendencia a S.S.E. Mihicih, Juan Báez,
Teodoro Cubillos y Santiago Wilson, Santiago, 28 de julio de 1903, s.f.

[29] 'La huelga de panaderos y el arbitraje', El Mercurio, Valparaíso, 8 de agosto de 1903.

[30] 'Noticias de Santiago. La huelga de panaderos. Reunión en la Prefectura de Policía', El Mercurio,


Valparaíso, 8 de agosto de 1903.

[31] Ibid.

[32] 'La huelga de panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 19 de agosto de 1903.

[33] 'Gremio de panaderos. Término de la huelga', El Mercurio, Valparaíso, 29 de agosto de 1903.

[34] Archivo Intendencia de Tarapacá, Universidad Arturo Prat (en adelante, AIT, UAP), vol. 17-1905, Carta
de los representantes del Gremio de Panaderos de Iquique al Intendente de Tarapacá, documento 43, sin
fecha [1905], s.f.

[35] Ibid.

[36] 'La huelga de zapateros. Negociaciones de arreglo', El Mercurio, Valparaíso, 9 de febrero de 1904.

[37] ARNAD, FMI, vol. 2875 (1904), Copia del oficio N°22 del 25 de enero de 1904 del Gobernador de Lautaro
al Intendente de Concepción, en oficio del Intendente de Concepción al Ministro del Interior, N°47,
Concepción, febrero 6 de 1904, s.f.
[38] 'La huelga de los mineros de `El Cobre'. Llegan a un arreglo con los patrones', El Mercurio, Valparaíso, 9
de mayo de 1904.

[39] ARNAD, FMI, vol. 3006 (1905), Copia del acta dirigida por los trabajadores reunidos en el comicio
público del 14 de septiembre de 1905 al Intendente interino del Departamento de Taltal, en anexo a la Nota
N°859, Taltal, 21 de septiembre de 1905, s.f.

[40] ARNAD, FMI, vol. 3005 (1905), Acta del 22 de septiembre de 1905 anexa a la Nota N°862, Taltal, 27 de
septiembre de 1905, s.f.

[41] 'Al Señor Intendente', El Chileno, Santiago, 4 de octubre de 1905. Cursivas en el original.

[42] 'La huelga en la Empresa de Tracción Eléctrica', El Chileno, Santiago, 5 de octubre de 1905; 'Fin de la
huelga de los empleados de Tracción Eléctrica', El Chileno, Santiago, 6 de octubre de 1905.

[43] 'Las huelgas en el norte. La de la jente de mar en Coquimbo', El Mercurio, Valparaíso, 24 de enero de
1906.

[44] 'La huelga de los cocheros. Se aceptan por las partes las bases de un arreglo', El Mercurio, Valparaíso, 7
de febrero de 1906.

[45] 'La solución de una huelga', El Mercurio, Valparaíso, 3 de diciembre de 1906.

[46] Ibid.

[47] 'El paro jeneral. Los trabajos del comité obrero', La Reforma, Santiago, 9 de junio de 1907; 'La huelga
de los ferrocarriles. Interesante informe de la comisión', La Reforma, Santiago, 11 de julio de 1907.

[48] Ibid.

[49] Ibid.

[50] Eduardo Cortés Ávalos y Jorge Rivas Medina, De forjadores a prescindibles: el movimiento obrero
popular-urbano y el Partido Democrático. Santiago 1905-1909, tesis para optar al grado de Licenciado en
Historia, Santiago, USACH, 1999, págs. 126-140. Véase también De Shazo, op. cit., págs. 108-112.

[51] 'Partido Demócrata de Chile. Proyecto de programa mínimo elaborado por la comisión nombrada al
efecto por el Directorio Jeneral Provisorio designado por la Convención de 3 de junio reunida en Santiago, i
en su sesión de 6 de junio de 1906', La Reforma, Santiago, 9 de enero de 1907.

[52] 'Partido Demócrata de Chile. Programa i Reglamento del Partido Demócrata de Chile, aprobado en la
Convención de 3 de junio reunida en Santiago el 25 de diciembre de 1906', La Reforma, Santiago, 12 de
enero de 1907.

[53] AN, FIS, vol. 304 (noviembre de 1907), oficio s/n°, Policía de Santiago al Sr. Intendente de Santiago,
Santiago, 26 de junio de 1907, s.f.
[54] 'La gran huelga marítima en toda la República toma proporciones colosales', Suplemento a La Unión
Obrera, Santiago, 24 de junio de 1907. Este periódico se encuentra anexo al parte policial citado en la nota
anterior.

[55] Yáñez, Estado, Consenso y crisis social..., op. cit., págs. 277 y 278.

[56] Op. cit., págs. 278 y 279.

[57] Citado por Yáñez en Estado, Consenso y crisis social..., op. cit., págs. 279.

[58] [Editorial], 'Conflictos sociales', El Mercurio, Santiago, 19 de mayo de 1912.

[59] Manuel Rodríguez Pérez, 'La conciliación i el arbitraje en las huelgas', en Boletín de la Oficina del
Trabajo, N°9, año IV, Santiago, segundo semestre de 1914, págs. 232-239.

[60] Op. cit., págs. 239 y 240.

[61] Op. cit., pág. 240.

[62] 'La huelga del personal de tranvías', El Mercurio, Santiago, 24 de marzo de 1913.

[63] Ibid.

[64] ARNAD, FMI, vol. 4827 (Providencias, 1917), carta de Arturo Browne B. a Carlos Soublette, Iquique, 29
de septiembre de 1916, s.f.

[65] Ibid.

[66] ARNAD, FMI, vol. 4662 (Providencias, 1916), Intendencia de Tarapacá, oficio N°458 al Ministerio del
Interior, s.f.

[67] 'El movimiento obrero en los ferrocarriles', El Mercurio, Santiago, 10 de marzo de 1916; 'El movimiento
obrero en los ferrocarriles del Estado', El Mercurio, Santiago, 11 de marzo de 1916.

[68] 'El movimiento obrero en los ferrocarriles', El Mercurio, Santiago, 14 de marzo de 1916.

[69] Ibid.

[70] Ibid.

[71] 'El movimiento obrero en los ferrocarriles', El Mercurio, Santiago, 17 de marzo de 1916.

[72] 'Programa del Partido Obrero Socialista', aprobado el 1 de mayo de 1915 en el Primer Congreso del
Partido Obrero Socialista, reproducido en Fernando Ortiz Letelier, El movimiento obrero en Chile (1891-
1919) Antecedentes, Madrid, Ediciones Michay S.A., 1985, págs. 303-308. La cita textual es de la pág. 307.
[73] 'Estatuto aprobado en la II Convención de la FOCH', La Unión Proletaria, Taltal, 16 de noviembre de
1919. Reproducido en Jorge Barría Serón, Los movimientos sociales de Chile desde 1910 hasta 1926 (Aspecto
político y social), Santiago, Editorial Universitaria, 1960, pág. 114.

[74] El Magallanes, Punta Arenas, 28 de septiembre de 1917. Citado en Carlos Vega Delgado, La masacre en
la Federación Obrera de Magallanes. El movimiento obrero patagónico-fueguino hasta 1920, Punta Arenas,
Talleres de Impresos de Atelí y Cía. Ltda., 1996, pág. 73.

[75] Alberto Harambour Ross, El movimiento obrero y la violencia política en el territorio de Magallanes,
1918-1925, Santiago, tesis para optar al grado de Licenciado en Historia, Pontificia Universidad Católica de
Chile, 1999, pág. 127.

[76] Op. cit., págs. 127 y 128.

[77] 'El conflicto de los mineros solucionado satisfactoriamente', El Trabajo, Punta Arenas, 24 de agosto de
1919.

[78] Vega, op. cit., pág. 179.

[79] 'Movimiento obrero', El Socialista, Punta Arenas, 10 de febrero de 1920.

[80] Vega, op. cit., págs. 181-185; Harambour, op. cit., págs. 135 y 136.

[81] El Socialista, Punta Arenas, 17 de junio de 1919.

[82] 'La Cámara del Trabajo', El Socialista, Punta Arenas, 19 de marzo de 1920.

[83] Harambour, op. cit., pág. 128.

[84] Vega, op. cit., págs. 190-247.

[85] El Trabajo, Punta Arenas, 6 de noviembre de 1921.

[86] ARNAD, FMI, oficio N°142 del Gobernador de Magallanes al Ministro del Interior, Punta Arenas, 18 de
febrero de 1921, s.f.

[87] Harambour, op. cit., pág. 216.

[88] El texto de este proyecto se encuentra reproducido en Blanlot, op. cit., págs. 38-42.

[89] El nombre de pila este político aparece en los documentos de época indistintamente con dos
ortografías: Eliodoro y Eleodoro.

[90] ARNAD, FMI, vol. 6131 (Providencias, 1924), Sanfuentes, Eliodoro Yáñez, 'Decreto sobre dificultades
entre patrones y obreros', Núm. 4.353, Santiago, 14 de diciembre de 1917, s.f.. También está reproducido
en Blanlot, op. cit., págs. 38-42.
[91] ARNAD, FMI, vol. 5182 (Providencias, 1919), carta de Izquierdo y Cerda al Intendente de Concepción,
Sr. Tomás Sanhueza S., Concepción, 15 de enero de 1919, anexa al oficio N°7 del Intendente de Concepción
al Ministro del Interior, Concepción, 15 de enero de 1919, s. f.

[92] 'La huelga de los tranvías en el mismo estado', El Mercurio, Santiago, 5 de enero de 1919.

[93] 'La huelga del personal de tranvías', El Mercurio, Santiago, 7, 8, 9, 10 y 11 de enero de 1919.

[94] 'La tracción eléctrica y su personal', El Mercurio, Santiago, 16 de enero de 1919; 'La empresa de tranvías
eléctricos y su personal', El Mercurio, Santiago, 17 de enero de 1919; 'La empresa de tranvías y su personal',
El Mercurio, 18 de enero de 1919.

[95] Según un privilegiado testigo de época, el fallo arbitral de Luis Lagarrigue constituyó una de las
'excepciones honrosas, que la burguesía reprobaba unánimemente' ya que 'los patrones no imaginaban que su
carácter de tales importase una función social. Eran patrones sólo por el azar de los pesos, y explotaban
esta circunstancia favorable para incrementar sus capitales, sin ninguna preocupación social ni moral,
mediante la succión despiadada del esfuerzo obrero'. Carlos Vicuña, La tiranía en Chile, tomo I, Santiago,
Imprenta y Litografía Universo, 1938, pág. 119.

[96] ARNAD, FMI, vol. 5171 (Oficios 1919), copias de cartas al Gobernador de Lautaro fechadas el 28 y 29 de
enero de 1918 por los delegados obreros y el Subadministrador General de la Compañía de Arauco Limitada,
Coronel, Gobernación de Lautaro, 1 de febrero de 1919, s.f. Véase también en el mismo volumen el oficio
de la Intendencia de Concepción al Ministro del Interior, febrero 4 de 1919, s.f.

[97] ARNAD, FMI, vol. 5184 (Providencias 1919), 'Peticiones que el pueblo obrero de Coronel aprobó en el
Comicio Público verificado el 7 de Febrero de 1919 i que somete a la alta consideración de su Excelencia el
Presidente de la República', anexo al oficio N°45 de la Intendencia de Concepción al Ministro del Interior,
Concepción, febrero, 13 de 1919, s.f. y oficio N°24 de la Intendencia de Arauco, Lebu, 11 de febrero de
1919, s.f.

[98] 'Manifiesto de los obreros de la pampa salitrera a la opinión pública', Pampa Central, enero 31, 1919, La
Opinión, Santiago, 6 de febrero de 1919; 'Memorial de los obreros del norte', La Opinión, Santiago, 4 de
marzo de 1919. Reproducidos en Patricio de Diego Maestri, Luis Alberto Peña Rojas y Claudio Peralta
Castillo, La Asamblea Obrera de Alimentación Nacional: un hito en la historia del movimiento obrero chileno
(1918-1919), tesis de grado, Santiago, Universidad Academia de Humanismo Cristiano, Departamento de
Sociología, 2001, anexo documentos, págs. 94-100.

[99] La Opinión, Santiago, 1 de febrero de 1919.

[100] La Opinión, Santiago, 12 de febrero de 1919.

[101] La Opinión, Santiago, 27 de febrero de 1919.

[102] ARNAD, FMI, vol. 5204 (Providencias, 1919), oficio N°42 del Intendente de Concepción al Ministro del
Interior, Concepción, febrero 8 de 1919, s.f.
[103] 'Situación obrera. Huelga de los obreros de la Fábrica de Tejidos', El Mercurio, Santiago, 23 de enero
de 1919; 'Situación obrera. Los operarios de la Fábrica de Tejidos', El Mercurio, Santiago, 25 de enero de
1919; 'Situación obrera. Reunión en la Intendencia', El Mercurio, Santiago, 10 de abril de 1919; 'Situación
obrera', El Mercurio, Santiago, 12 de abril de 1919.

[104] ARNAD, FMI, vol. 5192 (Providencias, 1919), copia del acta de conciliación entre los obreros y los
representantes de la Compañía Loa, Intendencia de Antofagasta, mayo 10 de 1919, anexa al oficio N°779 del
Intendente de Antofagasta al Ministro del Interior, Antofagasta, mayo 14 de 1919, s.f.

[105] ARNAD, FMI, vol. 5177 (Oficios, 1919), Oficio N°361 de Intendente de Rancagua al Ministro del Interior,
Rancagua, 11 de junio de 1919, s.f.

[106] ARNAD, FMI, vol. 5194 (Providencias, 1919), telegrama de Rodríguez al Ministro del Interior, Rancagua,
21 de junio de 1919, s.f.

[107] 'Situación obrera', El Mercurio, Santiago, 22, 25 y 26 de julio de 1919.

[108] 'Situación obrera', El Mercurio, Santiago, 30 de julio de 1919.

[109] ARNAD, FMI, vol. 5183 (Providencias, 1919), telegrama de Pinto Cruz al Ministro del Interior,
Valparaíso, septiembre 17 de 1919, s.f.

[110] Hernán Ramírez Necochea, Origen y formación del Partido Comunista de Chile. Ensayo de historia
política y social de Chile, Moscú, Editorial Progreso, 1985, pág. 92; Hernán Núñez C. y Jaime Vivanco, El
trabajador católico, sus organizaciones laborales y la relación con su Iglesia 1860-1927, tesis para optar al
grado de Licenciado en Humanidades con mención en Historia, Santiago, Universidad de Chile, 1988, pág.
126.

[111] Citado por Barría, op. cit., pág. 124.

[112] ARNAD, FMI, vol. 5368 (Providencias, 1920), carta de los delegados obreros de los Ferrocarriles
salitreros al Intendente de Tarapacá, Iquique, 1 de diciembre de 1919, f. 7.

[113] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), Intendencia de Tarapacá, Iquique, diciembre 9 de 1919, f.
12.

[114] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), Acta de la Junta de Conciliación, Iquique, 10 de diciembre
de 1919, f. 13.

[115] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), Acta de la Comisión de Conciliación, Iquique, 10 de
diciembre de 1919, f. 15.

[116] Ibid.

[117] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), carta de Fred King, Gerente interino de The Nitrate
Railways Limites al Intendente de Tarapacá, Iquique, 10 de diciembre de 1919, f. 16.
[118] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), carta del Intendente R. Amengual a Fred King, Gerente de
The Nitrate Railways Limited, Iquique, 10 de diciembre de 1919, f. 17.

[119] Ibid.

[120] ARNAD, FMI, vol.5368 (Providencias, 1920), Oficio N°1890 del Intendente R. Amengual, Iquique, 10 de
diciembre de 1919, f. 18.

[121] ARNAD, FMI, vol. 5365 (Providencias, 1920), 'Copia de cable recibido hoy, 22 de enero de 1920, de la
Nitrate Agencies Limited, Iquique, agentes de la Oficina Paposo', s.f.

[122] ARNAD, FMI, vol. 5365 (Providencias, 1920), nota de W.E. Wothjerspoon al Ministro del Interior, Don
José Florencio Valdés C., Santiago, 23 de enero de 1920, s.f.

[123] ARNAD, FMI, vol. 5367 (Providencias, 1920), oficio de la Intendencia de Arauco al Ministro del Interior,
Curanilahue, marzo 16 de 1920, s.f.

[124] ARNAD, FMI, vol. 5367 (Providencias, 1920), oficio N°1 de la Intendencia al Sr. Administrador de la
Compañía de Lota i Coronel, don Pedro Blanquier, Curanilahue, 13 de marzo de 1920, s.f.

[125] ARNAD, FMI, vol. 5367 (Providencias, 1920), oficio de la Intendencia de Arauco al Ministro del Interior,
Curanilahue, marzo 16 de 1920, op. cit., s.f.

[126] Ibid. El Sr. Celis Maturana ratificó estos juicios en una entrevista concedida al principal diario de la
capital, sosteniendo que sus proposiciones de solución amistosa habían encontrado 'la mejor acogida' entre
los obreros, no así en el Sr. Blanquier 'quien consideró extemporánea la intervención de la autoridad'. 'La
huelga de obreros de Lota y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 20 de marzo de 1920.

[127] Un detallado relato de este movimiento en Enrique Figueroa Ortiz y Carlos Sandoval Ambiado, Carbón:
cien años de historia (1848-1960), Santiago, CEDAL, 1987, págs. 112-131.

[128] 'La huelga de obreros de Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 23 de marzo de 1920; 'La
huelga de los obreros de Lota, Coronel y Curanilahue se mantiene en el mismo estado', El Mercurio,
Santiago, 23 de marzo de 1920; 'El movimiento obrero en las minas de carbón se mantiene todavía sin
solución', El Mercurio, Santiago, 24 de marzo de 1920; 'La huelga de los obreros carboníferos', El Mercurio,
Santiago, 25 de marzo de 1920; 'La huelga carbonífera', El Mercurio, Santiago, 26 de marzo de 1920; 'La
huelga de obreros carboníferos', El Mercurio, Santiago, 27 de marzo de 1920, 'El movimiento huelguista en
Lota, Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 28 de marzo de 1930; 'La huelga de los obreros de Lota,
Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 30 de marzo de 1920.

[129] ARNAD, FMI, vol. 5371 (Providencias, 1920), copia de documento firmado por los representantes
obreros Ramón de la Vega, Benjamín Vega, Alejandro A. Morales, Arístides del Campo y M.J. Arias, Santiago,
26 de abril de 1920, s.f.

[130] 'La huelga de Lota, Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 31 de marzo de 1920.
[131] ARNAD, FMI, vol. 5367 (Providencias, 1920), oficio N°20, Intendencia de Concepción, 28 de marzo de
1920, s.f.

[132] ARNAD, FMI, vol. 5372 (Providencias, 1920), carta del Presidente de la Sociedad Carbonífera de Mafil
al señor Ministro del Interior, Santiago, 29 de abril de 1920, s.f. Véase también en este volumen una nueva
carta dirigida por el mismo directivo al Ministro del Interior, fechada el 18 de mayo de 1920, s.f.

[133] 'Hacia la solución de la huelga carbonífera', El Mercurio, Santiago, 11 de abril de 1920; 'La huelga de
los obreros de Lota, Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 13 de abril de 1920, 'La situación de la
huelga en la región carbonífera', El Mercurio, Santiago, 14 de abril de 1920, 'La huelga de los obreros de
Lota, Coronel y Curanilahue', El Mercurio, Santiago, 16 y 17 de abril de 1920.

[134] ARNAD, FMI, vol. 5371 (Providencias, 1920), Acta de avenimiento firmada por los representantes
obreros de los establecimientos mineros de carbón de Lota, Curanilahue, Arauco y Schwager, Santiago, 26
de abril de 1920, s.f.; 'La huelga de los obreros de Lota, Coronel y Curanilahue. Las compañías aceptan el
tribunal arbitral', El Mercurio, Santiago, 18 de abril de 1920; 'Ayer queda hecho un convenio que pondrá fin a
la huelga de los obreros carboníferos', El Mercurio, Santiago, 27 de abril de 1920.

[135] Figueroa y Sandoval, op. cit., págs.128-131.

[136] 'El árbitro expide su fallo sobre la última huelga', El Mercurio, Santiago, 15 de mayo de 1920.

[137] ARNAD, FMI, vol. 5372 (Providencias, 1920), documento N°193, Compañía Carbonífera y de Fundición
Schwager, 'Pide aclaración de varios puntos del laudo arbitral espedido por el señor Luis Antonio Vergara
sobre la huelga minera', sin fecha y s.f.

[138] ARNAD, FMI, vol. 5372 (Providencias, 1920), oficio de Luis A. Vergara al Ministro del Interior, Santiago,
20 de mayo de 1920, s.f. Véase también 'La jornada de 8 horas', El Mercurio, Santiago, 21 de mayo de 1920.

[139] Ibid.

[140] ARNAD, FMI, vol. 5378 (Providencias, 1920), carta del gerente de la Compañía de Lota y Coronel al
Ministro del Interior, sin fecha [1920], s.f.

[141] ARNAD, FMI, vol. 5378 (Providencias, 1920), carta del gerente de la Compañía de Lota y Coronel al
Ministro del Interior, sin fecha [Al final aparece registrada con letra manuscrita en el Ministerio
asignándosele el N°8451 el 21 de septiembre de 1920], s.f.

[142] Ibid.

[143] ARNAD, FMI, vol. 5372 (Providencias, 1920), oficio N°90, Intendencia de Arauco, 29 de mayo de 1920,
s.f.

[144] Un caso muy ilustrativo de la contestación patronal del contenido de un fallo arbitral fue el de las
empresas marítimas frente a la solución dada por el árbitro del gobierno Moisés Poblete Troncoso al
conflicto portuario del verano de 1921. Ver fuentes primarias citadas en nota 194.
[145] ARNAD, FMI, vol. 5377 (Providencias, 1920), oficio N°234 del Intendente de Valdivia al Ministro del
Interior, Valdivia, 26 de agosto de 1920, s.f.

[146] Ibid.

[147] 'Las dificultades obreras en la tracción eléctrica tienden a solucionarse', El Mercurio, Santiago, 8 de
octubre de 1920.

[148] 'Nota de protesta de la AOAN al Intendente de Santiago', La Opinión, Santiago, 30 de mayo de 1919.
Reproducido en De Diego, Peña y Peralta, op. cit., anexo documentos, pág. 175 y 176.

[149] Ibid.

[150] La Opinión, Santiago, 10 de junio de 1919. Citado en De Diego, Peña y Peralta, op. cit., anexo
documentos, pág. 176.

[151] 'Declaración del Comité de Huelga formado por delegaciones de todas las sociedades obreras de
Santiago', Santiago, 7 de septiembre de 1919, en Barría, op. cit., págs. 265-267.

[152] Op. cit., pág. 268. Pocas semanas más tarde, la desconfianza obrera en el respeto patronal a los fallos
arbitrales se vio reforzada cuando las compañías cerveceras haciendo caso omiso al fallo arbitral que puso
término al conflicto, despidieron personal y expulsaron a sesenta familias de las casas que las propias
empresas les habían proporcionado. Op. cit., pág. 270.

[153] ARNAD, FMI, vol. 5556 (Oficios 1921), telegrama de Recaredo Amengual al Ministro del Interior,
Iquique, 17 de enero de 1921, s.f.

[154] ARNAD, FMI, vol. 5206 (Providencias, 1919), hoja volante Alerta cargadores de la región salitrera y
trabajadores en general, Imprenta 'El Progreso', Iquique, octubre 20 de 1919, anexa a oficio N°498 de la
Intendencia de Tarapacá al Ministro del Interior, Iquique, 23 de octubre de 1919, s.f.

[155] ARNAD, FMI, vol. 5205 (Providencias, 1919), oficio N°296 del Intendente de Concepción al Ministro del
Interior, Concepción, octubre 31 de 1919, s.f.

[156] 'La huelga de operarios del mineral de El Teniente', El Mercurio, Santiago, 3 de noviembre de 1919; 'La
huelga en el mineral de `El Teniente'', El Mercurio, Santiago, 9 de noviembre de 1911; 'En el mineral de El
Teniente. El arreglo de las dificultades. Texto del acta oficial', El Mercurio, Santiago, 10 de noviembre de
1919.

[157] ARNAD, FMI, vol. 5205 (Providencias, 1919), oficio N°296 del Intendente de Concepción al Ministro del
Interior, Concepción, octubre 31 de 1919, op. cit. Sobre las medidas preventivas adoptadas por el Ejército
con ocasión de estas huelgas también puede consultarse ARNAD, FMI, vol. 5202 (Providencias, 1919), oficio
N°1070 del General de Brigada, Comando en Jefe de la III División de Ejército al Ministerio de Guerra,
Concepción, 21 de octubre de 1919, s.f.

[158] ARNAD, FMI, vol. 5206 (Providencias, 1919), documento N°87, telegrama al Ministro del Interior,
Tomé, 29 de noviembre de 1919, s.f.
[159] ARNAD, FMI, vol. 5206 (Providencias, 1919), documento N°1450, telegrama al Ministro del Interior,
Tomé, 29 de noviembre de 1919, s.f.

[160] ARNAD, FMI, vol. 5361 (Oficios, 1920), documento N°1796, telegrama de Bronghton Vidal al Ministro
del Interior, Lota, septiembre 9 de 1919, s.f.; ARNAD, FMI (Providencias, 1919), documento N°407,
telegrama de H. Castillo U., Coronel, 10 de septiembre de 1919, s.f.

[161] ARNAD, FMI, vol. 5204 (Providencias, 1919), panfleto Solución justiciera de la huelga de los mineros de
Curanilahue, sin fecha y s.f.

[162] 'Los obreros de la región carbonífera reanudarán hoy sus labores', El Mercurio, Santiago, 18 de
noviembre de 1920.

[163] 'Las gestiones para solucionar las dificultades de la zona carbonífera', El Mercurio, Santiago, 27 de
noviembre de 1920.

[164] Cámara de Diputados, Boletín de Sesiones Extraordinarias en 1921-1922, Santiago, Imprenta Nacional,
Sesión N°55 Extraordinaria en 6 de enero de 1922, pág. 1435.

[165] La Opinión, Santiago, 12 de enero de 1920. Reproducido en De Diego, Peña y Peralta, op. cit., anexo
documentos, págs. 241 y 242.

[166] ARNAD, FMI, vol. 5377 (Providencias, 1920), carta de Carlos Alberto Martínez, Secretario General
Interino de la Federación Obrera de Chile al Ministro del Interior, Santiago, agosto 5 de 1920, s.f.

[167] Estos hechos han sido reseñados por Vicuña, op. cit., págs. 65-110; Ricardo Donoso, Alessandri
agitador y demoledor. Cincuenta años de historia política de Chile, México, Fondo de Cultura Económica,
1952, tomo I, págs. 253-257; Gonzalo Vial, Historia de Chile (1891-1973), vol. II, págs. 675-677; Alberto
Harambour, 'La `guerra de don Ladislao': una mirada desde el movimiento obrero en el territorio de
Magallanes', en Revista de Humanidades, N°7, Santiago, Universidad Andrés Bello, diciembre de 2000, págs.
127-141; Vega, op. cit., passim.

[168] ARNAD, FMI, vol. 5383 (Providencias, 1920), oficio N°358 del Intendente de Tarapacá al Ministro del
Interior, Iquique, octubre 22 de 1920, s.f.

[169] Ibid. El destacado es nuestro.

[170] Ibid.

[171] Una reseña de este movimiento en Barría, op. cit., págs. 274 y 275.

[172] ARNAD, FMI, vol. 5368 (Providencias, 1920), Fallo arbitral de la solución de la huelga de los empleados
i obreros del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, Antofagasta, 31 de diciembre de 1919, f. 3 y 4 (de este
legajo).

[173] Op. cit., f. 5-7 (de este legajo).


[174] Op. cit., f. 11 (de este legajo).

[175] Op. cit., f. 14 (de este legajo).

[176] Op. cit., fjs. 17 y 18 (de este legajo).

[177] ARNAD, FMI, vol. 5561 (Providencias, 1921), Adolfo Miranda A., teniente coronel de Ejército, 'Informe
sobre la situación obrera de la provincia de Antofagasta y en especial del departamento del mismo nombre',
Antofagasta, 26 de marzo de 1921, s.f.

[178] Morris, op. cit., pág. 147.

[179] 'Los obreros de los FF.CC. y el Presidente', El Mercurio, Santiago, 1 de febrero de 1921.

[180] Ibid.

[181] Ibid.

[182] Ibid.

[183] Julio Pinto V. y Verónica Valdivia, ¿Revolución proletaria o querida chusma? Socialismo y Alessandrismo
en la pugna por la politización pampina (1911-1932), Santiago, LOM Ediciones, 2001, págs. 129-132.

[184] Op. cit., pág. 132.

[185] 'Los obreros de Tarapacá', El Mercurio, Santiago, 3 de febrero de 1921.

[186] Ibid.

[187] Pinto y Valdivia, op. cit., passim.

[188] Sobre estos acontecimientos, véase Floreal Recabarren, 1921: Crisis y tragedia, Antofagasta, sin
editorial, 1984, págs. 80-86. Cfr. Vial, op. cit., vol. III, págs. 230-237.

[189] 'Lamentables sucesos en la oficina salitrera San Gregorio', El Mercurio, Santiago, 5 de febrero de 1921.

[190] 'Los sucesos de Antofagasta', El Mercurio, Santiago, 6 de febrero de 1921.

[191] Ibid.

[192] 'Los problemas obreros en la región del salitre', El Mercurio, Santiago, 27 de marzo de 1921.

[193] 'Los problemas de la región del salitre', El Mercurio, Santiago, 9 de abril de 1921.

[194] ARNAD, FMI, vol. 5560 (Providencias, 1921), Exposición de los armadores y agentes de vapores
pertenecientes a la Asociación General de Comerciantes, Valparaíso, al señor Moisés Poblete Troncoso, Jefe
de la Oficina del Trabajo y Árbitro nombrado por el Gobierno, Valparaíso, 12 de marzo de 1921, y Carta de
las compañías marítimas al Intendente de Valparaíso, Valparaíso, 17 de marzo de 1921, s.f.; ARNAD, FMI,
vol. 5562 (Providencias, 1921), Reglamentación del fallo arbitral. Obligaciones de los Armadores y de la
Federación de la Gente de Mar, documento anexo al oficio N°108 del Jefe de la Oficina del Trabajo,
Inspección Regional Valparaíso, al Ministro del Interior, Valparaíso, 29 de abril de 1921; Carlos Parker
Almonacid, Sergio Valenzuela Núñez y Germán Ávalos Narváez, Perspectiva del desarrollo histórico de las
organizaciones de los obreros marítimos chilenos, memoria para optar al título de Profesor de Estado en
Historia y Geografía, Valparaíso, Universidad Católica de Valparaíso, 1985, págs. 85-90. Para conocer los
pormenores de esta huelga en Tarapacá, véase Pinto y Valdivia, op. cit., págs. 134-137.

[195] Parker et al., op. cit., págs. 90-93. Esta huelga materializó el rompimiento de la Federación Marítima
con la IWW al no ser acatada la convocatoria de la central anarcosindicalista para fusionar la Federación con
su Departamento de Transporte Marítimo, moción que fue rechazada mayoritariamente en una asamblea
realizada durante el conflicto. La tendencia de los obreros portuarios a aprovechar los espacios
negociadores que se abrían impulsados desde el Estado los llevaría a la ruptura definitiva con la corriente
ácrata en 1924 con ocasión de la Tercera Convención Ordinaria de la IWW. Los anarquistas se centrarían
desde entonces en el rechazo a las leyes sociales y posteriormente del Código del Trabajo. Los gremios
marítimos, por su parte, desembarazados de la influencia libertaria, tratarían -muchas veces exitosamente-
de lograr sus reivindicaciones amparados en la emergente legislación social. Parker, Valenzuela y Ávalos
hacen un pormenorizado recuento de los significativos beneficios que los trabajadores marítimos y
portuarios obtuvieron en los años posteriores gracias a su opción por el nuevo sistema de leyes sociales y
sindicalismo legal. Op. cit., págs. 100-106. Sobre la evolución de los gremios marítimos y su alejamiento del
anarcosindicalismo, véase, también, Jorge Rojas Flores, La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931),
Santiago, DIBAM, 1993, págs. 95-97.

[196] 'Quedan solucionadas las diferencias entre patronos y obreros de panaderías', El Mercurio, Santiago, 23
de junio de 1921.

[197] Ibid.

[198] 'El conflicto entre industriales y obreros de panaderías', El Mercurio, Santiago, 30 de julio de 1921.

[199] 'Continúan las dificultades entre dueños y obreros de panaderías', El Mercurio, Santiago, 2 de agosto de
1921.

[200] 'La órbita de la acción presidencial', El Mercurio, Santiago, 3 de marzo de 1922.

[201] 'La solución de los problemas de la industria carbonífera', El Mercurio, Santiago, 1 de julio de 1921.

[202] 'La huelga tranviaria queda solucionada ayer', El Mercurio, Santiago, 23 de julio de 1921.

[203] Figueroa y Sandoval, op. cit., págs. 182 y 183.

[204] 'Continúa sin solución el conflicto entre la empresa de tranvías y los obreros', El Mercurio, Santiago, 11
de marzo de 1924.

[205] Vicuña, op. cit., tomo I, pág. 120.


[206] En su Mensaje al Congreso Nacional en junio de 1924, Alessandri sostuvo que la Oficina del Trabajo
había 'intervenido con éxito en la solución y estudio de los principales conflictos obreros'. Cámara de
Senadores. Boletín de las Sesiones Ordinarias en 1924, Santiago, Imprenta La Nación, 1924, Sesión N°1
Ordinaria en 1 de junio de 1924, Mensaje del Presidente de la República a la Cámara de Senadores y la
Cámara de Diputados, pág. 19.

[207] ARNAD, FMI, vol. 6131 (Providencias, 1924), borrador de minuta adjunta a la carta de Juan Manuel
Valle a Cornelio Saavedra Montt, Lota Alto, 19 de mayo de 1923, s.f.

[208] Luis E. Recabarren S., 'Nunca... Jamás!', La Federación Obrera, Santiago, 19 de agosto de 1922.

[209] 'El lock-out y la huelga de los trabajadores en construcción', El Mercurio, Santiago, 2 de abril de 1924.

[210] 'Las causas determinantes de la Gran Huelga de Valparaíso', El Proletario, Tocopilla, 7 de abril de
1924.

[211] 'Observaciones sobre la cuestión social', El Mercurio, Santiago, 11 de octubre de 1921.

[212] Luis E. Recabarren S., 'La insolencia contra el derecho popular', La Federación Obrera, Santiago, 14 de
enero de 1922.

[213] Spartacus, 'Persecución autoritaria', El Proletario, Tocopilla, 1 de junio de 1923.

[214] 'La huelga de los obreros marítimos', El Mercurio, Santiago, 14 de marzo de 1924.

[215] Rolando Álvarez Vallejos, 'La matanza de Coruña', en Contribuciones Científicas y Tecnológicas, N°116,
Santiago, noviembre de 1997, págs. 77-108; Alberto Harambour Ross, 'Ya no con las manos vacías. Huelga y
sangre obrera en El Alto San Antonio. Los `sucesos' de la Coruña. Junio de 1925', en Pablo Artaza et al., A 90
años de los sucesos de la Escuela Santa María de Iquique, Santiago, DIBAM - LOM Ediciones - Universidad
Arturo Prat, 1998, págs. 183-192; Vial, op. cit., vol. III, págs. 246-255.

[216] Pinto y Valdivia, op. cit., págs. 138 y 139.

[217] Jorge Rojas ha señalado las vicisitudes y los cambios introducidos de estos mecanismos durante los
primeros años de aplicación de la ley que los instituyó. Op. cit., págs. 62 y 63. La conciliación, en todo caso,
no parece haberse asentado en Chile. Según un estudio realizado cuarenta años después de la promulgación
de la ley, la conciliación no había tenido ninguna eficacia para llevar a las partes a un punto de confluencia
y evitar las huelgas. Por ello los trabajadores la miraban con escepticismo, limitándose a cumplir con la
formalidad de concurrir a realizar el trámite ante las Juntas de Conciliación, y los patrones, por su lado,
hacían 'gala de la más absoluta indiferencia', aprovechando el mecanismo para cuestionar la legalidad del
conflicto. Arnoldo Camú Veloso, Estudio crítico de la huelga en Chile, Santiago, Editorial Jurídica de Chile,
1964, págs. 15 y 16.

[218] Sobre este tema, véase Sergio Grez Toso, 'El escarpado camino hacia la legislación social: debates,
contradicciones y encrucijadas en el movimiento obrero y popular (Chile: 1901-1924)', en Cuadernos de
Historia (en prensa).
 Transición en las formas de lucha: Motines peatonales y huelgas obreras en
Chile (1891-1907)

 Sergio Grez1

1 Doctor en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna

Resumen

*INTRODUCCIÓN

La guerra civil de 1891dirimió un conflicto político en el seno de la elite e instaló durante varias décadas
una nueva forma de administrar y resolver las contiendas entre los grupos asociados al poder. Se trataba, sin
duda, de un sistema más consensual, más proclive a los acuerdos y negociaciones que el que había imperado
bajo el régimen presidencialista existente hasta 1891[1]. Pero a nivel social, durante largo tiempo los
prohombres de la 'República Parlamentaria' no aportaron ningún ajuste substancial. La 'cuestión social' se
hallaba bien instalada en Chile y cobró nuevos desarrollos, que hacia el cambio de siglo y la época del
Centenario alcanzaron expresiones particularmente dramáticas, especialmente en el plano sanitario y en las
represiones sangrientas de las protestas y petitorios populares. La opulencia de la sociedad oligárquica
coexistía con durísimas condiciones de vida y de trabajo de las clases laboriosas, tal vez sin parangón en la
historia del Chile republicano[2]. Las luchas populares siguieron durante algún tiempo manifestando la
dicotomía ya presente durante las décadas de 1870 y 1880: 'huelga obrera - motín peonal' o 'petición
organizada - espontánea asonada popular'. Como toda dicotomía, ésta también puede ser discutible, aunque
debe reconocerse que los elementos empíricos para apoyar tal caracterización no son escasos durante la
última década del siglo XIX y los primeros años del siglo XX.

Más que intentar apuntalar con evidencias un fenómeno que ya hemos estudiado en lo relativo al período
anterior a 1891, nos interesa someter a prueba el contrapunto de esas formas de lucha para sondear, a
través del método de la investigación histórica, los posibles puentes y pasajes, las rupturas y callejones sin
salida en el paso de las asonadas al movimiento obrero de la modernidad.

El motín y la asonada callejera, ¿fueron por excelencia las armas de los sectores más desposeídos en proceso
de proletarización? o, por el contrario, ¿las utilizaron indistintamente variados segmentos del mundo
popular? ¿Cuándo y por qué razones la violencia de 'los de abajo' se fue extinguiendo y comenzó a ser
suplantada por petitorios ordenados, disciplinadas medidas de presión y una tendencia creciente a la
negociación? ¿Por qué motivos los peones en vías de proletarización asumieron los métodos del movimiento
obrero? Y alternativamente, ¿la nueva clase obrera heredó de las rebeldías primitivas del peonaje
decimonónico algunos comportamientos en el campo de la lucha social?[3] ¿En qué momento se produjo el
paso del motín y la asonada al movimiento obrero? ¿Cuáles fueron, por último, los puntos de contacto entre
el viejo movimiento de 'regeneración del pueblo', de carácter reformista, liberal-popular, esencialmente
mutualista y cooperativista, el nuevo movimiento obrero, decididamente clasista y emancipador y las
asonadas y motines característicos de la era pre-industrial?
La historiografía de las últimas décadas ha entregado significativos elementos de respuesta a varias de estas
interrogantes. Sobre el norte salitrero se cuenta, por ejemplo, con los aportes de Julio Pinto Vallejos, Sergio
González Miranda y Eduardo Devés Valdés[4]. En el ámbito nacional, mi propio trabajo sobre el período
anterior a la guerra civil de 1891 ha abordado algunos de estos problemas y sacado conclusiones
parciales[5]. Queda, sin embargo, por investigar el momento decisivo de la mutación del peonaje de raíz
colonial y de vastas franjas del artesanado en clase obrera industrial. Los años dorados del ciclo salitrero
bajo la República Parlamentaria, los que transcurrieron desde el triunfo de la coalición anti-balmacedista en
1891 hasta el estallido de la crisis económica en 1914 por el impacto en Chile de la 1ª Guerra Mundial, son
claves ya que entonces el advenimiento de la economía moderna y la proletarización de la mano de obra
lograron impregnar plenamente el conjunto de relaciones sociales en las principales ciudades y en las zonas
mineras.

El presente estudio se propone tratar algunos de los temas enunciados, especialmente los relacionados con
la vertiente peonal de la proletarización, en una perspectiva de alcance nacional, pero centrando su
atención en tres escenarios claves: la región salitrera del Norte Grande, las urbes principales del 'Chile
histórico' o Chile Central, y la zona del carbón en el Golfo de Arauco. Nos hemos limitado al período 1891-
1907 porque hacia fines de este último año la masacre de la Escuela de Santa María de Iquique cerró un ciclo
de la historia del movimiento obrero y popular, provocando la desaparición del movimiento mancomunal y
un marcado reflujo de las luchas reivindicativas.

LAS CONVULSIONES DE 1890 Y 1891

La huelga general de 1890 y la guerra civil de 1891 conmocionaron profundamente al mundo popular. El
movimiento huelguístico del invierno de 1890 fue el primer enfrentamiento generalizado de clases en varias
regiones del país al que los trabajadores concurrieron con gran espontaneísmo y no poca ingenuidad[6]. La
guerra civil contribuyó al relajamiento de la disciplina social. En numerosos lugares se produjeron asonadas,
motines y, sobre todo, saqueos de propiedades públicas y privadas. Hacia fines del conflicto -agosto y
septiembre de 1891- la intensidad de estas acciones alcanzó su punto culminante debido al momentáneo
vacío de poder que se generó en algunas ciudades y comarcas. La elite sintió, como tantas veces en el
pasado, la presencia peligrosa del 'bajo pueblo'.

En la zona de Concepción esta sensación fue particularmente fuerte. El 30 de agosto se informaba desde
Coronel al Intendente de la provincia que:

'Durante la noche una poblada de 800 hombres embriagados se tomaron la cárcel, liberaron a los presos y se
apoderaron de las armas de los gendarmes. Luego procedieron a saquear licorerías, viéndose superada la
policía y debiendo actuar el Ejército. Tras beber durante todo el día, se retiraron de la ciudad hacia las 6 de
la tarde'[7].

Algunos trabajadores -como los empleados de la Maestranza de Concepción, que amenazaron a comienzos
de septiembre con declararse en huelga si no se les cancelaban los sueldos atrasados y los mineros de Colico
(departamento de Arauco), que se amotinaron durante las Fiestas Patrias y fueron reprimidos
sangrientamente por los soldados- intentaron aprovechar la coyuntura ejerciendo presión sobre patrones y
autoridades para satisfacer sus demandas laborales[8]. Por aquellos días proliferaron las noticias de pillajes
e incendios realizados por turbas contra distintas propiedades. El 6 de septiembre se informaba desde
Arauco al Intendente de Concepción de 'dos incendios en población y dos casas saqueadas', de rumores que
aseguraban que esa noche se dejarían caer los mineros, de nuevos incendios y 'saqueos a dos
establecimientos industriales' cometidos por '400 hombres ebrios'[9].

La inseguridad y el temor reinaron por doquier, hasta en el corazón de la República, donde la irrupción de la
plebe fue particularmente abrupta durante los últimos días de agosto. Aunque en muchos casos los pillajes
en la capital fueron alentados por los partidarios de los vencedores de la guerra civil, como una manera de
castigar a los derrotados balmacedistas, la intervención de las 'turbas' sobrepasó con creces el cauce de las
represalias políticas de sus inspiradores, dándose rienda suelta a acciones de violencia social y, al igual que
en la zona del carbón, de armamento espontáneo de elementos populares:

'Los acontecimientos ocurridos en la mañana del 29 del actual -decía un parte de la Dirección General de
Ferrocarriles del Estado al Ministro del Interior- dieron lugar a que la Guardia de 25 hombres del batallón 4,
que custodiaba la estación central de Santiago, abandonara su puesto como también sus armas, de las
cuales se apoderó la multitud que rodeaba la estación. La gente del pueblo una vez que se vio armada,
asaltó la oficina de equipajes y destruyó o se apoderó de una parte de los bultos que allí había.

Después pasó a apoderarse de los muebles de las salas de espera y boletería.

Entraron a la oficina de contaduría; se llevaron una parte de los muebles y desparramaron en todas las salas
las guías de carga, boletos, estada, documentos de estadística, etc.'[10].

Las detestadas casas de prenda también fueron objeto de la furia destructora de las turbas santiaguinas,
pero a diferencia de lo ocurrido en la Estación Central, en estos establecimientos las armas estaban del lado
de los propietarios y de sus dependientes quienes causaron gran cantidad de víctimas entre los
asaltantes[11].

Un carácter parecido -sin intencionalidad política aparente- tuvieron la mayoría de los saqueos y
depredaciones cometidos hacia fines de agosto y comienzos de septiembre en las zonas rurales de la
provincia de Santiago. Esta parece haber sido la naturaleza del ataque sufrido el 31 de agosto por el fundo
'San José de Nos', de propiedad de Julio Huidobro Arlegui, ubicado en el Departamento de La Victoria. Si
bien la responsabilidad de esos actos fue atribuida a la incitación del mayordomo de un predio vecino, según
la declaración del terrateniente afectado, el saqueo y posterior incendio de las casas por parte de los
trabajadores del fundo 'Santa Teresa':

'[...] no puede haber sido ocasionado por causas políticas ni ha sido ejecutada por pobladas como las que en
esta ciudad atacaron las propiedades de algunos partidarios y cómplices del Gobierno dictatorial, pues mis
ideas políticas son conocidas y es de notoriedad pública que no concurrí a funcionar como vocal de la Junta
electoral de que soy miembro en marzo y junio del corriente año, a pesar de las amenazas que recibo de
parte del Gobierno'[12].

La Junta de Gobierno del movimiento insurreccional que derrocó al Presidente Balmaceda se preocupó por
retomar el control de la situación reprimiendo los desbordes populares que amenazaban con producirse en
múltiples lugares de la provincia de Santiago. En las subdelegaciones de Renca y Quilicura, el delegado
nombrado por la Junta debió desplegar algunas fuerzas militares, especialmente en las Canteras de Lo Ruiz,
a petición de sus dueños que temían el levantamiento de los cien mineros que laboraban en el lugar. Al día
siguiente -30 de agosto- ese funcionario tuvo que trasladarse a la hacienda de la Punta que había sido
saqueada, logrando salvar el ganado que se encontraba abandonado ya que los empleados e inquilinos
habían desaparecido de la propiedad[13]. No muy lejos de esos lugares, en la localidad de Batuco, durante
la noche del 1 de septiembre un grupo de trabajadores de las minas asaltó la oficina del registro civil, robó
sus pertenencias y quemó el edificio[14]. En la capital, las autoridades civiles y militares autorizaron la
formación de guardias de orden vecinales en algunos barrios para poner fin al pillaje, disolver las turbas,
recuperar las armas en poder de numerosos civiles y mantener el orden público[15].

La tarea fue ardua y la inseguridad se prolongó durante varias semanas. Hacia mediados de septiembre el
nuevo poder no conseguía asentar completamente su control sobre ciertos barrios, a juzgar por lo planteado
en el parte de un subteniente del Batallón Chañaral (del 'Ejército Constitucional') quien daba cuenta a sus
superiores que en la noche del 13 de septiembre, encontrándose a tres cuadras de su cuartel, había sido
asaltado por una poblada armada de rifles, resultando heridos, como producto del intercambio de balazos,
tres soldados y uno de los atacantes. No se trataba de un hecho aislado ya que según el mismo militar:

'[...] todas las noches se oyen disparos de rifles y revólveres en todo el barrio, lo que hace suponer, que hay
armas y municiones ocultas con las que se arman pandillas de individuos, que cometen toda clase de
desórdenes y tienen en alarma a todo el vecindario[16].

El armamento en posesión de civiles o de soldados desmovilizados siguió inquietando a las nuevas


autoridades durante varios meses después del triunfo congresista en las batallas de Concón y Placilla. A
comienzos de noviembre Antonio Maffet, jefe de policía, informaba al Intendente de Santiago que:

'[...] a consecuencia de los desórdenes ocurridos en esta ciudad el día 29 de Agosto, del presente año, han
quedado en poder de la gente del pueblo un gran número de armas y municiones, que a más de ser una
constante amenaza para el orden público, como se ve diariamente en algunos barrios apartados, es un grave
perjuicio para el fisco atendiendo al gran número y su valor.

Los desórdenes han cesado hoy en gran parte mediante la acción de la policía regularmente organizada,
pero por más esfuerzo que se haya hecho no ha sido posible recoger sino una pequeña parte del armamento
distraído.

A este fin obedece una disposición de la Comandancia General de Armas de esta capital por la cual se ofrece
una gratificación de diez pesos por cada rifle en buen estado, que los particulares tengan en su poder'[17].

Pero, la mayor convulsión en el mundo popular debido a los acontecimientos de 1890 y 1891 se produjo
entre los trabajadores de la región salitrera. La represión gubernamental contra los huelguistas en julio de
1890, la masacre de pampinos en la oficina 'Ramírez' el 4 de febrero del año siguiente[18], y el relajamiento
de los mecanismos de control estatal, provocaron un trastorno que contribuyó a crear un estado de
efervescencia que se prolongó más allá del triunfo de las armas opositoras a Balmaceda. Julio Pinto, autor
de numerosos estudios sobre esa provincia, señala que 'durante los dos meses que duró la campaña de
Tarapacá, tanto el ´populacho' urbano de Iquique y Pisagua como los trabajadores de las oficinas salitreras
aprovecharon cada coyuntura propicia para levantarse en pos de sus propios intereses. Frente a los saqueos,
huelgas e insurrecciones populares de comienzos de 1891, los sucesos de 1890 simplemente palidecieron. Lo
mismo podría decirse de la represión oficial, cuya magnitud y cifra de muertos superaron largamente lo
hecho durante la huelga'[19]. El mismo historiador sostiene que la reimposición de la hegemonía oligárquica
luego de la captura de la provincia por las tropas congresistas erradicó momentáneamente este tipo de
conductas, pero el recuerdo, en todo caso, no murió[20].
LOS AÑOS 90 Y EL CAMBIO DE SIGLO:¿REBELDÍAS PRIMITIVAS O GÉRMENES DE LUCHA SINDICAL?

La 'pacificación' social impuesta en Tarapacá por los vencedores de la guerra civil fue sólo parcial. Un par de
meses después de haberse resuelto el enfrentamiento político-militar, el clima laboral en la pampa parecía
a tal punto amenazador que los representantes de la mayoría de las empresas salitreras solicitaron a las
autoridades provinciales, el 26 de octubre de 1891, el aumento de las fuerzas que guarnecían los cantones
mineros. Las razones esgrimidas por los industriales salitreros o sus representantes reflejaban lo que a su
juicio era una degradación de las relaciones entre el capital y el trabajo, debido a las inusuales exigencias
formuladas por numerosos obreros:

'Sucede, Señor, -decían al Intendente- que desde tiempo atrás, particularmente después de la guerra civil,
ha disminuido en la mayor parte de los trabajadores el espíritu de orden y respeto a sus superiores; hacen
valer exigencias caprichosas y pretensiones injustas, imponiéndolas con la dureza que les da el número y con
las vías de hecho a que generalmente acuden, seguros de que no hay elementos con que contrarrestarlos.

Las insubordinaciones de más o menos consideración se suceden con frecuencia y sin motivo alguno que las
justifique, lo mismo que las amenazas y desmanes, que mantienen la pampa en perpetua alarma.

En algunas oficinas se ha querido obligar y obligado [sic] a los jefes a que cambien subalternos que no son
del agrado de los amotinados; en otras se ha pretendido se coloquen empleados que ellos mismos designan.
Oficinas ha habido en que ha sido menester reponer en su puesto a empleados expulsados, porque los
trabajadores han impuesto su voluntad en este sentido con además [sic] hostiles.

Sus peticiones de dineros, justas o no, deben ser forzosamente atendidas; sin que valga manifestarles que
no es día de pago y que por consiguiente no han llegado fondos, o que el trabajo no está debidamente
ejecutado, o que no se les debe lo que cobran. Contra ellos no hay más razón que su voluntad y ella
impera[21]'.

Las presiones de los trabajadores eran, según se aprecia, espontáneas. Los industriales no denunciaban
acción de agitadores o de organizaciones -probablemente aún inexistentes en la pampa- que impulsaran a
los operarios a actuar por sus reivindicaciones. Estas no eran puramente económicas ya que también
apuntaban embrionariamente a ciertas formas de control obrero de las faenas productivas a través del
nombramiento de empleados subalternos.

Sin embargo, en la región salitrera continuaba predominando una mezcla de elementos viejos y nuevos, tal
como se habían manifestado durante la huelga general de 1890, cuando la huelga y el motín se
entrelazaron. Y en esta amalgama de componentes arcaicos y modernos, hasta mediados de esa década
prevalecía la sublevación espontánea y la presión directa, física, sobre los patrones o sus representantes
para manifestar descontento u obtener un beneficio inmediato, en el estilo de lo acontecido el 6 de mayo
de 1892 en Tocopilla, cuando los peones recientemente contratados por la Compañía Salitrera del Toco
protagonizaron desórdenes que provocaron conmoción. La llegada del vapor 'Puno' con un gran enganche de
trabajadores para la oficina salitrera 'Santa Isabel', distante a 89 kilómetros de la ciudad, fue el punto de
partida de un levantamiento masivo originado porque el almuerzo ofrecido por la Compañía no había
alcanzado para todos. A los que habían quedado sin ración se sumó más de un centenar de peones que
exigieron el cumplimiento de la promesa del agente reclutador de pagarles $50 a cada uno de los casados y
$25 a los solteros.

Como el gerente de la empresa rechazara la petición por considerarla imposible de cumplir y ante la
ausencia del enganchador -que prudentemente se había quedado en Iquique-, los amotinados bloquearon los
trenes destinados a transportarlos hacia la oficina salitrera, pusieron piedras en los cambios para desrrielar
las máquinas, paralizaron los trabajos de carga y descarga del muelle e impidieron la entrada y salida de ese
lugar a todos los extraños al enganche.

La intervención del Gobernador del Departamento no logró hacer deponer su actitud a los sublevados. Los
trabajadores no se contentaron con su propuesta de obligar a la Compañía Salitrera a pagarles lo ofrecido
una vez que el reclutador ratificara lo que ellos declaraban les había sido prometido, a cambio de que
aceptaran continuar el viaje hacia su puesto de trabajo. Sabiendo que la tropa de auxilio solicitada tardaría
un par de días en llegar, el Gobernador pidió ayuda al cuerpo de Bomberos, que fue apertrechado por la
Comandancia de Armas. También se armaron treinta hombres de la Empresa del Ferrocarril y la mayoría de
los comerciantes y sus dependientes. La improvisada guardia blanca patrulló el pueblo y aseguró el orden.
Un par de sublevados fueron detenidos aquella noche por asaltar la casa de un asiático en el pueblo bajo. La
llegada de tropas y la presencia de un barco de guerra en el puerto lograron calmar los ímpetus de los
trabajadores. Algunos persistieron en su rebeldía, pero ante la amenaza armada debieron escapar, unos
cuantos en dirección del río Loa, otros hacia el camino de Calama. Cinco peones fueron capturados y quince
más que continuaron manifestando su descontento fueron reembarcados para Pisagua por cuenta de la
Compañía[22].

Los sucesos de Tocopilla se agregaban a la larga lista de levantamientos espontáneos, breves, casi siempre
violentos y sin más conducción que la proporcionada por improvisados caudillos que surgían al calor de la
acción. Los objetivos de estos alzamientos eran inmediatos (el rancho del día o una prima prometida) y
generalmente no apuntaban a ningún cambio substancial de las condiciones de trabajo o de las relaciones
laborales. Nada sabemos acerca del origen de aquellos hombres que se alzaron en Tocopilla, pero podemos
deducir que se trataba de peones que iniciaban su proceso de proletarización en la minería del Norte
Grande[23]. Recién llegados, carecían de la experiencia que manifestaban los pampinos tarapaqueños que
meses antes habían presionado a las empresas para designar empleados que les dispensaran un mejor
trato[24].

Pese a que en ninguno de los casos mencionados se vislumbraba un asomo de organización permanente, las
reivindicaciones y el modo de actuar de los pampinos insinuaban que la transición de algunos grupos de
trabajadores tarapaqueños desde las rebeldías primitivas hacia las formas de organización protosindical se
encontraba un tanto más avanzada. Pero, como se ha señalado, hasta mediados de esa década los
movimientos de los obreros del salitre estuvieron más cerca de los motines tradicionales que de las huelgas
organizadas. A los ya reseñados, se pueden agregar otros descubiertos por Julio Pinto en los que se
mezclaban conductas tradicionales con motivaciones más 'modernas'.

La primera de estas huelgas-motines tuvo lugar en la salitrera tarapaqueña de Lagunas en junio de 1894,
debido probablemente a un intento de rebaja de los salarios y a un aumento simultáneo de los precios de los
artículos vendidos por la misma empresa. Aunque su origen era netamente 'laboral', la movilización asumió
las formas más tradicionales: amotinamiento, destrucción de bienes de la compañía, saqueo, violencia (que
costó la vida de un empleado), robo y huida de un pequeño grupo con $150.000 destinados al pago de
salarios. La rebelión fue rápidamente aplastada, siendo apresados unos treinta trabajadores que fueron
conducidos a Iquique. Los autores del robo lograron escapar y concitar, a pesar de las consecuencias que su
acto hacía recaer sobre sus compañeros, un sentimiento de simpatía del resto de los trabajadores [25]. Ello
sugiere -dice Julio Pinto- 'que más allá de la reacción inicial habría operado una cierta solidaridad de clase,
que se ponía por encima del interés personal'[26].

En agosto del mismo año, más de 300 trabajadores de la oficina San Jorge presentaron una petición al
administrador del establecimiento para anular el contrato de un 'corrector' o supervisor al que acusaban de
ser muy severo. A pesar del rechazo de la empresa, los obreros se disolvieron pacíficamente y cuando la
tropa convocada para velar por los intereses patronales apresó a cuatro individuos, acusados de ser los
cabecillas del movimiento, éstos -contrariamente a lo que comúnmente declaraban los trabajadores
involucrados en los conflictos del salitre- no negaron su participación, pero reivindicaron el carácter
pacífico, ordenado y legítimo de la acción, en el estilo de las nuevas formas de lucha social que emergerían
con más fuerza poco tiempo después[27].

Un nuevo motín, ocurrido en agosto de 1895 en la oficina salitrera de North Lagunas por causa de la
disminución de salarios a los barreteros, dejó entrever ciertos elementos novedosos como un grado de
concertación previa ya que, según la versión de la administración, existía un plan combinado entre los
barreteros y los trabajadores de otras oficinas[28].

Distintos factores parecían sumarse para empujar las mutaciones conductuales de los pampinos. Como
hipótesis exploratorias Julio Pinto ha señalado la maduración de la sociedad tarapaqueña con su
correspondiente pérdida del 'espíritu de frontera' de las primeras décadas del ciclo salitrero; el posible éxito
empresarial en su empeño por inculcar una disciplina laboral más estricta, atenuando el espontaneísmo y la
rebeldía visceral de los decenios anteriores; la llegada de trabajadores con características de mayor
ilustración que hacían detentar a la provincia el más alto índice de alfabetismo del país (50,9% de la
población total y 56,7% de la población masculina en 1895); la adopción por los sectores más organizados de
trabajadores de una práctica institucionalizante y un discurso nacionalista y modernizador, y por último, una
mayor eficiencia y capacidad de control del aparato estatal[29]. A estos elementos podríamos agregar, a
título igualmente exploratorio, una posible influencia de activistas venidos desde las ciudades costeras o de
otras regiones del país, que coadyudó a la afirmación de una identidad más clasista, moderna y 'civilizada'.

La realidad de la pampa debe ser contrastada con la de otras zonas y regiones. ¿Los fenómenos reseñados
eran exclusivamente tarapaqueños? Todo indica que en muchas partes del país se desarrollaban procesos
que en sus grandes líneas eran muy parecidos a los del Norte Grande.

En otros lugares de Chile la violencia colectiva también manifestaba una predominancia de los elementos
más primarios, espontaneístas y en apariencia irracionales. A menudo la explosión peonal asumía la forma
de simples borracheras y disturbios masivos, que traslucían el descontento que generaba el trato dispensado
por autoridades y patrones. El 9 de mayo de 1892 protagonizaron incidentes de ese tipo, en el sureño puerto
de Corral, los 72 trabajadores recién llegados para ser destinados a las faenas del tendido de la línea férrea
en el Departamento de La Unión. Para evitar los temidos desórdenes de los carrilanos, las autoridades
decidieron acuartelarlos durante la noche. La medida fue mal recibida por algunos de los jornaleros que
hicieron ver a la autoridad del lugar que ellos no estaban ahí en calidad de reos sino como trabajadores
libres, por lo que exigían que se les permitiese salir del cuartel. Su petición fue aceptada, pero al
diseminarse por las cantinas y despachos del pueblo, la ebriedad del peonaje generó desórdenes y reyertas
que obligaron a la autoridad a recurrir a toda la energía de la tropa disponible, que ultimó a tres de los
pendencieros[30].
Los carrilanos arrastraban, en realidad, mala fama. Sus asonadas eran temidas por las autoridades y 'vecinos
respetables' aunque en raras ocasiones sus disturbios fueran para apoyar una petición específica. Muy a
menudo, la beligerancia o la franca rebeldía era una conducta más o menos constante que mantenía en
alerta a los encargados de velar por el orden público[31]:

'Los servicios de la Policía de las faenas del Ferrocarril son de impostergable urgencia -le indicaban desde
Freirina al Intendente de Atacama en enero de 1892- porque frecuentemente intentan sublevarse y ocurren
desórdenes entre los carrilanos, dicha fuerza no puede organizarse aún por falta absoluta de armas y
escasez de caballos[32]'.

La agresividad -muchas veces dirigida contra sus propios compañeros- era la expresión primaria de la
protesta social que emanaba del descontento y frustración. En mayo de 1892, en la zona central, el
Gobernador de La Ligua daba cuenta al Intendente de Aconcagua que:

'A consecuencia de haberse suspendido la policía ambulante del Ferrocarril en construcción a Calera a La
Ligua y Cabildo existe en el campamento de Coligue un completo desorden. Además se ha dado orden de
paralizar los trabajos quedando una cantidad de gente desocupada entregada al vandalaje. En este
momento se me da cuenta que anoche han asesinado a uno cuyo cadáver viene en camino'[33].

La violencia se mantenía en estado latente en carrilanos, mineros y otros segmentos de trabajadores, aun
sin mediar una razón coyuntural muy clara que la desencadenara. En ciertas zonas, especialmente donde se
producía una convergencia física de carrilanos y mineros, se vivía en estado de tensión permanente. En
Atacama, por ejemplo, los administradores de minas, autoridades locales y vecinos de cierto renombre
repetían año tras año el mismo tipo de alarmadas peticiones a los representantes provinciales del Ejecutivo
para reforzar la presencia policial -y eventualmente militar- a fin de conjurar la amenaza de trabajadores
pendencieros. Así, el Inspector del Distrito Nº3 de la Subdelegación de Caldera, planteaba en abril de 1892
que era 'estrictamente necesario que en los minerales exista alguien a quien respetar y pueda, en un
momento dado sofocar los desórdenes de los mineros'[34] y el Subdelegado de Ramadilla decía al Intendente
en junio del mismo año, que era 'indispensable tener constantemente un guardián del orden público' en su
subdelegación 'más ahora que aumenta el número de operarios'[35].

Cinco años más tarde la situación no había cambiado mucho en esa provincia, a juzgar por los angustiosos
llamados de ayuda formulados por el gobermador de Chañaral al Intendente provincial. A comienzos en
octubre de 1897 el gobernador Achurra envió un telegrama a su superior en los siguientes términos:

'Hoy han bajado como doscientos hombres de los trabajadores del ferrocarril y la mayor parte andan
borrachos. La policía es muy poca para imponer a tanta gente por lo que reitero el favor que pedí a Us. de
mandar gente de línea. El vecindario está alarmado[36]'.

El peligro fue superado aquella vez ('el tumulto pasó sin novedad, pero puede repetirse en distintas
proporciones', diría momentáneamente aliviado el Gobernador[37]), pero a los pocos días la imposibilidad
material de dar curso a una decisión de la justicia reveló la fragilidad del orden reinante y la incapacidad
del aparato estatal para imponerse al belicoso mundo de los carrilanos:

'Comunico a SS. -decía el Juez letrado al Gobernador Achurra- que en el sumario que se instruye sobre un
desorden ocurrido en esta ciudad el día dieciocho de septiembre y lesiones causadas a Araya, este juzgado,
con esta misma fecha, ha decretado lo que sigue:
Al sumario, y constatando la diligencia del comandante de policía del departamento que antecede, que la
fuerza de policía tiene a su cargo es deficiente para dar cumplimiento a la presente orden de aprehensión
en lo que respecta al inculpado José González, mayordomo de los trabajos del Ferrocarril del Salado a
Pueblo Hundido, por tener casi la seguridad de que los doscientos trabajadores entre los cuales se encuentra
el anterior dicho individuo, le haga resistencia al ir a capturarlo; y apareciendo asimismo de la expresada
diligencia que es del dominio público que se teme que los referidos trabajadores el día menos pensado
cometan grave desorden en esta población, y que en el caso que esto suceda la policía sería deficiente para
resguardar el orden público, oficie al señor gobernador del departamento a fin de que se sirva solicitar al
supremo gobierno la fuerza de línea o de policía necesaria, a efecto de poder dar cumplimiento a la referida
orden de aprehensión, y asimismo el resguardo de la tranquilidad pública del departamento'[38].

A menudo, la violencia colectiva de los peones en vías de proletarización se manifestaba a través de actos
más cercanos a lo meramente delictual como los que se achacaba en 1895 -esta vez en las cercanías de la
capital de la República- a los trabajadores empleados en la explotación del lastre y en las obras de
reconstrucción de la estación de ferrocarriles de San Bernardo:

'[...] han cometido últimamente una serie de desmanes, sustrayéndose lámparas de los faroles del
alumbrado público; rompiendo vidrios de los mismos y perturbando el orden y la moralidad pública con su
embriaguez y sus consecutivas pendencias'[39].

En particular, se calificaba a los trabajadores empleados en la explotación de lastre en las cercanías de Nos,
'constituidos en cuadrillas numerosas y a veces de muy malas costumbres', como gente que no reconocía
'valla para sus fechorías', siendo los guardias o mayordomos impotentes para contenerlos[40].

Los días de pago eran momentos críticos que causaban gran inquietud a los patrones, administradores y
autoridades locales, sobre todo en las faenas de mineras y en los puntos donde se reunían los jornaleros
empleados en el tendido de líneas férreas. La situación se repetía de manera casi idéntica en todas las
regiones del país. A comienzos de abril de 1893, el responsable de una visita judicial practicada en Porvenir,
informaba al Gobernador de Magallanes que el delegado de esa localidad se encontraba imposibilitado -por
falta de fuerza policial- de 'hacerse obedecer ni reprimir los desórdenes que comete la gente que se
embriaga, a su regreso de las minas', agregando que los casi doscientos mineros bajaban al pueblo los días
sábado provocando desórdenes[41]. Por su parte, el Subdelegado de San José de Maipo advertía a su
superior, a fines de 1896, del peligro que constituía para la zona la cancelación de temporada en los últimos
días del año a los operarios de los asientos mineros 'El Volcán' y 'San Pedro Nolasco' y del 'Gran
Establecimiento de Fundición' de la Compañía Minera de Maipo:

'Estas minas y Establecimiento tienen una población de 1.800 habitantes, siendo trabajadores ambulantes la
mayor parte de ellos. Casi siempre en estos pagos, como sucede en todas las grandes faenas de esta
naturaleza, los trabajadores ebrios y alentados por el minero se entregan a excesos que no es fácil reprimir
sin contar de antemano con la fuerza pública suficiente'[42].

Durante muchos años, incluso cuando la transición laboral se encontraba bien avanzada, los días de pago
siguieron siendo una preocupación para las autoridades y 'vecinos respetables', dando lugar a frecuentes
demandas para el reforzamiento militar y policial de los puntos más críticos y a proposiciones -a veces
materializadas- de creación de 'guardias de propiedad' como la organizada a mediados de 1903 en la zona de
Llay-Llay para hacer frente a los trabajadores del ferrocarril y de las canteras de la 'Puntilla de las
Ovejas'[43].
En la zona carbonífera de Lota y Coronel las alteraciones del orden público, especialmente durante los días
de cancelación de los salarios, formaban parte de la rutina social, del mismo modo que las peticiones de los
administradores y autoridades civiles, policiales y militares para reforzar la vigilancia con hombres
armados[44]. Muchas veces las riñas y amotinamientos de los mineros del carbón tenían su origen en el
consumo de alcohol o eran una reacción ante situaciones que consideraban un atropello o agravio. Estos
tumultos y levantamientos, que se fueron extinguiendo a medida que se acercaba el nuevo siglo, habían sido
casi un hábito en los pueblos carboníferos. Así, por ejemplo, en octubre de 1884, el arresto de algunos
mineros en Lota por alboroto, derivó en sangriento motín que causó varias muertes, además del saqueo del
cuartel de policía y la liberación de los detenidos[45]. En 1888, ante la reclusión de algunos carrilanos por
ebriedad y desorden, los peones del tendido del ferrocarril a Curanilahue reforzados por los mineros lotinos
asaltaron el cuartel de policía, liberaron a los presos, saquearon e incendiaron ese local y luego, engrosados
por más mineros y gentes del pueblo, en número cercano a quinientos, metieron a saco numerosas
tiendas[46]. Y en los agitados días del término de la guerra civil de 1891, cuando se produjo el alzamiento
de los mineros de Colico, quedó estampado, una vez más en las comunicaciones oficiales, el carácter
belicoso de la sociedad del carbón:

'Comunican de Colico -informaba por telegrama Víctor Lamas al Ministro del Interior- que la tranquilidad se
ha restablecido, ha habido cuatro o seis muertos. Atribuyen el desorden a la embriaguez de la peonada y
otros a imprudencia y precipitación de un empleado del establecimiento minero. Intentaron saquear y se
hizo fuego a la multitud, sólo había cuatro o seis soldados para mantener el orden. La peonada fue pagada
el 17. Colico situado en el departamento de Arauco dista algunas leguas de Concepción por esto me es difícil
emitir juicio acertado sobre las causas del desorden; pero en los establecimientos carboníferos cualquier
incidente, aún en épocas normales, ocasiona desórdenes'[47].

El juicio de la autoridad penquista era acertado. Mineros y carrilanos fueron durante mucho tiempo, en
distintas regiones del país, un segmento popular particularmente rudo, díscolo y temido, y lo eran más aún
cuando se producía su convergencia geográfica:

'En el caserío de Ánimas -informaba en agosto de 1901 el gobernador de Chañaral al Ministro de Industria y
Obras Públicas- se han producido en estos últimos días una serie de desórdenes cometidos por más de
doscientos carrilanos que trabajan en la construcción del Ferrocarril de los Pozos; éstos agregados a otros
tantos mineros; individuos que tienen en constante alarma a los habitantes, siendo impotentes para hacerse
respetar las reducidas guardias destinadas a guardar el orden en esas faenas[48]'.

En una fecha tan tardía como enero de 1912, los principales vecinos de Tomé alertaban a las autoridades
sobre la amenaza representada por las cuadrillas de trabajadores empleados en la construcción del
Ferrocarril de confluencia a Tomé y Penco y solicitaban refuerzos policiales, esgrimiendo razones muy
parecidas a las que venían escuchándose durante décadas:

'[...] los vecinos, comerciantes e industriales se encuentran alarmadísimos, considerando amenazados sus
intereses, su tranquilidad, y tal vez su vida, pues están ocurriendo con frecuencia atentados cometidos por
los carrilanos, y es de temer que más adelante haya que lamentar algunas desgracias.

Los trabajadores de la línea férrea están en continuo e íntimo contacto con los de la Fábrica de Paños de
Bella Vista, que son, en su mayor parte, mujeres y niños, haciéndose la situación derivada de esta
circunstancia particularmente temible en los días de pago.
Por otra parte, si llegase a producirse una huelga entre los operarios del Ferrocarril, por un motivo u otro,
como fácilmente puede suceder, el movimiento asumiría sin duda proporciones y tendría funestas
consecuencias, pues no sería aventurado suponer que los huelguistas se irían con preferencia sobre las
Bodegas de la Sociedad Vinícola del Sur, en las que se guardan enormes cantidades de vinos'[49].

Otras veces, una medida particularmente injusta de la autoridad o de los patrones hacía estallar en violenta
rebeldía a la masa trabajadora, dándose curso a acciones de saqueo y destrucción, a semejanza de las que
se produjeron en el mineral de La Higuera (provincia de Coquimbo) el 9 de septiembre de 1894, cuando el
teniente de la policía, en manifiesto estado de ebriedad, ordenó a Félix Díaz, un pacífico vecino de unos 70
años de edad, retirarse del lugar donde estaba parado. Díaz era algo sordo y como no se alejara
rápidamente, el policía lo atropelló con su caballo, le pegó en la cabeza y después de arrojarlo al suelo lo
hizo conducir al Cuartel de Policía. Aunque el Subdelegado ordenó la liberación del anciano injustamente
vejado:

'[...] el pueblo indignado con el hecho que acababa de pasar, pedía al comandante que hiciera salir del
cuartel al oficial que había herido a Díaz. Como no consiguió lo que pedía al comandante se fue al cuartel
toda una poblada y echaron las puertas abajo y sacaron a cuatro presos que habían [sic] por varios delitos.

Los soldados que habían en el cuartel eran cuatro pero éstos huyeron por la parte interior.

La poblada dueña de la situación se fue sobre un depósito de licores que tenía don José Ignacio Araya y
echaron las puertas abajo sacando todo el licor embotellado y en pipas, dejando solamente algunos barriles
chicos de cerveza.

Enseguida se fueron a la casa de comercio de los S.S. Hoyos y Chindursa y con grandes piedras que arrojaron
a las puertas las echaron abajo, principiando por el saqueo y a incendiar el almacén; pero felizmente con
agua y frazadas de lana se pudo sofocar a tiempo el fuego. Los dueños del negocio en su propia defensa al
principio tiraban sus balas al aire, pero como no obedecían y estaban invadiendo el almacén, les hizo fuego
el señor Chindursa'[50].

Los disparos del comerciante costaron la vida de su colega Hoyos y dejaron heridos a varios trabajadores.
Una guardia blanca formada por el alcalde, los comerciantes y algunos jóvenes pudientes logró controlar la
asonada, pero ninguno de los peones involucrados fue arrestado a fin de evitar una nueva explosión de rabia
popular[51].

La oposición entre huelgas obreras para apoyar petitorios expresamente formulados y las rebeliones
peonales de contornos más difusos, aparecía aún por doquier durante la última década del siglo XIX y los
primeros años del siglo XX. En casi todas las regiones se podía observar el mismo fenómeno. El corte era
transversal. El factor diferenciador más que depender de la geografía, tenía relación con el tipo de
actividad económica y el grado de sedentarización y proletarización de la mano de obra. Quienes elevaban
petitorios conteniendo reivindicaciones claramente formuladas eran, por lo general, asalariados urbanos o
adscritos a actividades económicas más estables (a menudo coincidían ambas características) como los
obreros portuarios (con larga historia gremial), los ferroviarios y los operarios de industrias y servicios
urbanos cuyas tradiciones organizativas de varias décadas les permitían desarrollar altos niveles de
coordinación y solidaridad al interior de un mismo gremio.
Pero entre los mineros y otros grupos de trabajadores -como los carrilanos- que iniciaban su proceso de
proletarización, los motines y asonadas intermitentes seguían siendo los movimientos más típicos. Sin
embargo, en algunos lugares comenzaban a avisorarse ciertos cambios conductuales en las peonadas, que
anunciaban la evolución que dentro de muy pocos años emprendería el conjunto de los trabajadores. Igor
Goicovic en su historia de la zona de Los Vilos da cuenta de un par de movilizaciones protagonizadas por los
carrilanos empleados en el tendido de la línea férrea Los Vilos-Illapel en las que se percibían incipientes
rasgos del movimiento obrero organizado. En abril de 1898 esos trabajadores fueron a la huelga a fin de
exigir pago en dinero y no en fichas, y cuatro años más tarde, en julio de 1902, dirigieron al gobierno una
carta para denunciar los bajos salarios, el atraso en el pago de sus remuneraciones y el monopolio comercial
de las pulperías de la empresa constructora, atribuyendo a estas circunstancias el retardo en la entrega de
las obras y la emigración de los jornaleros[52].

La insuficiente sedenterización conspiraba contra la evolución de las conductas peonales. En los pampinos
del Norte Grande destacaba su gran movilidad laboral debido a las características estructurales de la
industria del salitre. Sergio González Miranda explica este fenómeno señalando que entre 1894 y 1921
funcionó un promedio de 89 oficinas en toda la pampa salitrera, pero durante esos 28 años la desviación
estándar fue de 30, lo que significó una disminución considerable, pues hubo años en que estas industrias
superaron el centenar, llegando a un máximo de 134 en 1914, mientras que en otros años no alcanzaron a
las cincuenta, siendo el mínimo 42 en 1897. Otros factores, como los constantes enganches, las bajadas
estacionales de campesinos aymarás al desierto y la propia competencia por captar mano de obra a que se
libraban los empresarios, reforzaban la alta movilidad laboral de los pampinos[53]. Si bien esta situación
pudo haber facilitado el intercambio de ideas y de experiencias entre trabajadores de distintos orígenes y
culturas, es lógico suponer que ello tomó algún tiempo, siendo en un primer momento más bien un elemento
retardatario para la organización y la constitución del movimiento obrero[54].

Nuestra presunción se refuerza al observar que simultáneamente, en aquellas regiones en que se producían
inorgánicos levantamientos peonales, se asistía -poco antes o poco después- al desarrollo de huelgas obreras
como medida de presión sobre los patrones para obtener reivindicaciones laborales o salariales que eran
objeto de la presentación de un pliego formal.

En Iquique, los mismos trabajadores portuarios que tres años antes habían sido los iniciadores de la primera
huelga general de la historia de Chile, desencadenaron, a comienzos de 1893, un movimiento reivindicativo
que los llevaría a formar su primera organización autónoma[55]. El 2 de enero de ese año nueve personas,
en representación de los jornaleros que se ocupaban de la carga y descarga de las naves, elevaron a la
Intendencia de Tarapacá una solicitud denunciando la rebaja de 20% de sus salarios decretada por las casas
comerciales de North & Jewell, de Gibbs & Cía. y de James Inglis & Cía., y apoyaron con una declaración de
huelga su aspiración de dejar sin efecto la medida patronal. Al mismo tiempo, más de 400 huelguistas se
organizaron, mediante escritura pública ante notario, en un 'Gremio de Jornaleros de Iquique', y afirmaron
que su asociación duraría hasta que el gobierno los constituyera en gremio. Los portuarios manifestaban
nostalgia por el desaparecido gremio estatal, reivindicando su antigua tarifa e inspirándose en su
organización en cuadrillas, capataces y Junta Directiva, pero substituyendo la nominación de las jefaturas
desde arriba, por una de tipo democrático, desde la base hasta la cúspide de la pirámide[56].

La huelga se desenvolvió de acuerdo a los patrones presentes desde varias décadas en los movimientos
reivindicativos de los obreros portuarios. Los huelguistas pidieron la mediación de las autoridades, las que
obtuvieron la promesa de las casas comerciales de anular la reducción salarial, pero como éstas últimas se
negaron a dejar constancia mediante escritura, el conflicto se prolongó. El 9 de enero se unieron al paro los
lancheros sin plantear ninguna demanda específica, sólo por solidarizar con los jornaleros. Esta actitud
reflejaba -dicho sea de paso- un desarrollo significativo de la conciencia de clase, que redundaba en un
reforzamiento de la fuerza del emergente movimiento obrero. Como en ocasiones anteriores, las casas
comerciales contrataron a nuevos trabajadores para continuar las faenas y se establecieron guardias
especiales de policía en las bodegas del salitre y caletas de embarque. Al cabo de una reunión realizada el
11 de enero en la Intendencia, los trabajadores y sus empleadores concluyeron un acuerdo consistente en la
anulación de la rebaja salarial y en el nombramiento por parte de los jornaleros de un capataz para cada
casa de comercio encargado de proporcionar la mano de obra necesaria[57]. Pero a los pocos días, el
miércoles 15, la huelga estalló nuevamente debido al incumplimiento patronal de lo convenido y se extendió
a los gremios de lancheros, boteros, estibadores matriculados y carretoneros[58]. Según Julio Pinto, este
movimiento fue dirigido por la Sociedad Gran Unión Marítima de Iquique, creada a mediados del año anterior
por iniciativa del mutualista Amador Carvajal, siguiendo el modelo de las 'Uniones de Protección del Trabajo'
que comenzaban a desarrollarse en Chile bajo el impulso de Carlos Jorquera, fundador de la Gran Unión
Marítima Valparaíso[59].

Aunque la incipiente organización de los trabajadores portuarios iquiqueños se había manifestado llevando
aún la impronta de los antiguos gremios estatales, ya afloraban los rasgos del sindicalismo a través de la
organización democrática y autónoma en una perspectiva netamente reivindicacionista que rompía con la
tradición mutualista que había empapado al gremio y al conjunto del movimiento popular. La transición
laboral y la organización de los trabajadores se encontraba particularmente avanzada en Iquique del mismo
modo que en los principales puertos de la República donde a través de las 'Uniones de Protección al
Trabajo', se empezaban a conformar organizaciones obreras que anunciaban el pronto nacimiento de las
sociedades de resistencia, esto es, asociaciones de perfil claramente clasista y sindical.

Otros movimientos que se desarrollaron en esos años permiten apreciar de manera más completa la
compleja transición en las luchas populares y la multiplicidad de situaciones que diferenciaban a distintos
segmentos de trabajadores.

En la ciudad de Antofagasta, cabecera de la provincia en cuyas salitreras del interior aún predominaban
comportamientos populares más cercanos a las 'rebeldías primitivas', tuvo lugar el 2 y 3 de enero de 1894
una huelga de ferroviarios que exigían un aumento de 30% de sus salarios. Pese a que estos trabajadores
parecían no contar con una organización permanente, su movimiento presentaba muchas de las
características de la moderna lucha obrera: elección de delegados, petitorio formal a los patrones,
exposición de sus justificaciones (la baja del cambio), sin excluir medidas de presión física -como una
tentativa para evitar la salida de los trenes- y la agitación hacia otros gremios (los operarios de la Compañía
del Salitre y los de Playa Blanca) a fin de ampliar y fortalecer su movilización[60].

Simultáneamente, los trabajadores portuarios en Pisagua desencadenaban una huelga a fin de obtener un
aumento de 50% de los jornales, justificando su demanda por la excesiva baja del cambio [61]. Casi al
expirar el mismo año, 349 obreros y jornaleros del Departamento de Concepción presentaron, a través del
Intendente de la provincia, una solicitud al Presidente de la República que era el arquetipo de aquellas que
los movimientos de obreros y artesanos habían elevado a las autoridades desde los primeros años de la
república: respetuosa, claramente formulada e inscrita en la óptica de mejoras graduales intrasistémicas,
característica del proyecto de 'regeneración del pueblo' de la corriente liberal popular [62]. Invocando los
esfuerzos del Jefe de Estado por llevar adelante la conversión metálica, este grupo de obreros manifestaba
su respaldo a la iniciativa presidencial:
'Nosotros empleados a jornal, nosotros que experimentamos con más fuerza que nadie las violentas
sacudidas de ese árbol sin raíces que se llama cambio internacional; nosotros que desde hace veinticinco
años venimos aprendiendo en cabeza propia los inconvenientes del billete inconvertible, nos apresuramos
ahora que se trata de remediar en parte tan precaria situación, a expresar a S.E. que en su noble empeño lo
acompaña la opinión unánime de los hombres de trabajo.

En las firmas que acompañan la solicitud no se encuentra la del comerciante, del empleado público ni del
hombre de fortuna. Son pura y simplemente firmas de obreros y trabajadores independientes, lo que
expresa mejor que nada nuestra aspiración de conseguir aunque sea un cambio de veinticuatro peniques, ya
que el de cuarenta y ocho parece, a lo menos por ahora, un sueño'[63].

Otra muestra de este estilo fue el meeting convocado en Santiago por la Confederación Obrera el 16 de
agosto de 1896 para pedir protección en favor del trabajo y la industria nacional. De acuerdo a una
información de prensa:

'La reunión presentaba un vistoso aspecto, porque las diversas sociedades de obreros asistieron con sus
banderas y pendones.

Todos los discursos fueron encaminados a aplaudir la iniciativa tomada por el gobierno en favor de la
industria chilena y a pedir al Congreso que se apruebe pronto la idea de preferir en las propuestas públicas
las hechas por industriales, establecidos en el país.

Se acordó comunicar las conclusiones al Presidente de la República y a los presidentes de ambas Cámaras.

No se trató ni por incidencia de la actual cuestión política'[64].

Las reivindicaciones, las fuerzas convocantes, las formas de movilización y hasta el contenido de los pliegos
y el tono de los discursos, se repetían de año en año con muy pocas variaciones. De manera muy similar a
ocasiones anteriores, a fines de julio de 1897, las sociedades obreras de la capital presentaron un petitorio
al Poder Legislativo ('en demanda de medidas previsoras que vengan a salvarnos de la aflictiva situación por
la que atravesamos') que contemplaba desde la acostumbrada reivindicación de revisión de la tarifa de
avalúos aduaneros en un sentido proteccionista hasta la subvención por el Estado de ciertos rubros
manufactureros, pasando por la creación de escuelas talleres y de montepíos nacionales o fiscales[65].

A veces el lenguaje podía ser un poco más enérgico y entonces el verbo 'pedir' era suplantado por 'exigir',
como se planteó en el memorial elevado al Presidente de la República al término del comicio público de la
clase obrera de Valparaíso, organizado por el Comité General de Obreros de las Artes Mecánicas el 5 de
marzo de 1898:

'[...] a V.E. respetuosamente expone:

1ª Vista la calamidad espantosa en que por falta de trabajo se encuentra sumergido [sic] las clases
trabajadoras, exige amparo y protección en las Industrias nacionales.

2ª Confirmación oficial de la aceptación o rechazo de las propuestas levantadas por constructores nacionales
para construir en el país, el equipo para los ferrocarriles del Estado, y
3ª La fecha aproximada en que vuestra excelencia puede satisfacer estas justas peticiones'[66].

En algunas ocasiones -y con mayor frecuencia desde la llamada 'huelga de los tranvías' de 1888- una
manifestación convocada con enérgicos llamamientos al orden, en el estilo de la organizada el 20 de julio de
1898 por los obreros de Santiago para solicitar al gobierno medidas paliativas a la crisis financiera del
país[67], se deslizaba hacia acciones violentas por la influencia de líderes de la talla del ácrata Magno
Espinoza o del socialista Alejandro Bustamante, cuyos discursos podían exacerbar el ánimo de parte de los
asistentes[68]. Pero esta mayor radicalidad no lograba alterar mayormente el patrón predominante de
exhortación organizada y respetuosa a los poderes públicos. La asonada callejera era un derivado
circunstancial de los petitorios estructurados, a diferencia de lo ocurrido en los motines donde la violencia
era el elemento central.

Tal como había acontecido a lo largo de décadas, las tentativas de diálogo y negociación apoyadas en la
movilización organizada seguían imperando en el espacio urbano. Los demandas populares se elevaban a las
autoridades en aquellos temas de carácter general como el alza del costo de la vida, la devaluación de la
moneda, la cesantía o la necesidad de una política proteccionista, y se dirigían a los patrones en el ámbito
laboral específico de un gremio, industria, taller o faena para pedir mejoramiento de salarios o de
condiciones de trabajo.

La década de 1890 representó en este último sentido la continuación y ampliación del fenómeno
protosindical aparecido durante los años 70 y 80 en los principales centros urbanos del país[69]. La
formación de comités de huelga encargados de elevar pliegos, negociar con los patrones y, eventualmente,
obtener la mediación de las autoridades, se generalizó durante los últimos años del siglo. También se
acentuó el desarrollo de las funciones sindicales y el perfil clasista de organizaciones creadas originalmente
con objetivos mutualistas en gremios como los de cocheros del servicio público de Santiago, Valparaíso y
otras ciudades, que desarrollaron una activa labor reivindicativa frente a los patrones, organizando huelgas
e interpelando a las autoridades para obtener sus objetivos[70].

Por su parte, el gremio de los tipógrafos, que desde mediados de siglo había estado a la vanguardia del
mutualismo, hizo una primera experiencia de formación de organización de defensa del trabajo frente al
capital. El 28 de febrero de 1892, apenas seis meses después del término de la guerra civil, se constituyó en
Valparaíso la 'Liga General del Arte de la Imprenta en Chile', y a partir de abril del mismo año comenzaron a
formarse secciones en Santiago, Iquique, Concepción, La Serena, Talca y otras ciudades[71].

Pese a que la Liga tenía un discurso muy moderado y proclamaba su intención de contribuir al
establecimiento de relaciones armoniosas entre obreros y capitalistas[72], su vocación de promotora de los
movimientos reivindicativos del gremio tipográfico la convertía en virtual 'unión de protección del trabajo',
que se inscribia en línea de continuidad con el fenómeno protosindical que venía insinuándose desde las
décadas anteriores. Recién instalada la sección santiaguina, su Directorio se abocó a presentar peticiones a
diferentes propietarios de imprentas. En tres de empresas -Cervantes, El Porvenir y Albión- los resultados
fueron halagüeños pues los patrones accedieron más o menos rápidamente a las demandas de sus operarios,
pero en la imprenta Gutenberg y en la del periódico El Ferrocarril el rechazo de sus exigencias llevó a la Liga
a 'retirar el personal', esto es, a paralizar las labores. En ambos casos el recurso a rompe-huelgas y la
'traición' de algunos afiliados a la flamante organización provocaron el fracaso de las movilizaciones
obreras[73]; no obstante estos contratiempos, la Liga santiaguina perseveró en su intento por representar
los intereses obreros, evitando hasta donde fuese posible la confrontación directa con los dueños del
capital.
Declarando no ser 'sostenedora y aplaudidora de huelgas injustificadas', su propuesta hacia los empresarios
consistía en garantizarles el mejoramiento de los malos hábitos de algunos tipógrafos a cambio de la buena
disposición patronal para dejar a su personal afiliarse a la institución y resolver armónicamente los
conflictos laborales[74]. Aunque, si las circunstancias lo exigían, la Liga actuaba como sociedad de
resistencia apoyando a los huelguistas con propaganda y recursos financieros y solidarizando muy
activamente con otros gremios a semejanza de lo realizado durante la huelga de los obreros de la
Maestranza del ferrocarril, o uniéndose a la movilización general de los trabajadores como lo hizo durante la
campaña contra del proyecto de ley que pretendía proscribir las huelgas[75]. Aunque la Liga General del
Arte de la Imprenta en Chile entró rápidamente en crisis, y su existencia parece haber sido efímera, marcó
un hito en la transición desde el mutualismo al sindicalismo en uno de los gremios donde las tradiciones del
socorro mutuo estaban más arraigadas. Su crítica a las limitaciones de las mutuales no tardaría en ser
retomada por otros actores, abriendo la ruta para la constitución de organizaciones con perfiles más
decididamente clasistas y confrontacionales:

'Es verdad que en Chile hay muchas instituciones benéficas que, con el título de `sociedades de socorros
mútuos' tienen por objeto auxiliar a las familias de los miembros de esas instituciones que tienen la
desgracia de bajar a la tumba sin dejar a sus deudos los recursos necesarios para su sustento. También esas
instituciones tienen por objeto socorrer a los asociados en caso de enfermedad, otra de las plagas, y quizás
la peor, que acosan al pobre que sólo vive de su trabajo, privándole de obtener lo necesario para su diaria
sustentación, y principalmente el obrero, que si no trabaja no gana.

Pero los beneficios de estas instituciones son limitados, como es natural, y por consiguiente su eficacia no
alcanza sino un estrecho y reducido círculo, concretándose solamente a proporcionar al asociado, en caso de
enfermedad, médicos, medicinas y un pequeño diario para sus sustento; pero todo esto sujeto a corto plazo,
pasado el cual el pobre enfermo queda abandonado a su suerte. Y en caso de muerte, su familia obtiene una
pequeña suma que pronto consume en dar de comer a sus hijos [...]'[76].

Algo parecido sucedía en provincias como Tarapacá, donde la organización obrera y artesanal había nacido
más tardíamente que en la región central, manifestando gran debilidad e inconsistencia hasta la guerra civil
de 1891. En pocos años se produjo un desarrollo explosivo del societarismo popular. Según lo observado por
Julio Pinto, durante la década de 1890 las sociedades obreras tarapaqueñas crecieron sustancialmente en
tamaño, heterogeneidad, presencia social y capacidad de acción, expresándose en lo subjetivo en una
posición más confiada, autoafirmativa y clasista. Así, hacia mediados de aquel decenio, estas instituciones
hacían gala de un discurso decididamente 'obrerista', más confrontacional y proclive al impulso de huelgas y
movimientos reivindicativos del trabajo frente al capital. Las experiencias vividas, esencialmente durante el
tumultuoso bienio 1890-1891, el crecimiento numérico y material y, probablemente, las influencias
ideológicas provenientes de otras regiones del país y del extranjero convergieron para producir estos
resultados[77].

Más allá de sus especificidades, los movimientos, organizaciones y petitorios mencionados compartían
comunes elementos de modernidad que los diferenciaban con nitidez de las 'rebeldías primitivas' del
peonaje en vías de proletarización. El viejo movimiento por la 'regeneración del pueblo', con sus respetuosas
y bien estructuradas demandas a los poderes del Estado, servía la mayoría de las veces de modelo para los
pliegos obreros que se constituían en gérmenes de organización sindical. Esto no excluía ciertas medidas
particularmente enérgicas de los huelguistas, sobre todo contra los esquiroles contratados por las empresas,
pero en esos casos el empleo de la fuerza respondía a una estrategia planificada de los trabajadores,
dosificada según las circunstancias. Durante el breve paro de los cocheros de la empresa del ferrocarril
urbano de Santiago a comienzos de diciembre de 1893, algunos conductores se reunieron en la Alameda para
impedir que los carros continuaran su marcha[78]; un año más tarde, en el transcurso de otra huelga del
mismo gremio, el único cochero que intentó salir a trabajar 'fue bajado a huascasos y tratado ni más ni
menos como a caballo mañoso'[79]. En octubre de 1894, la huelga de más de mil lancheros del puerto de
Valparaíso que reivindicaban un aumento de 25 centavos en cada lanchada, se desarrolló de manera casi
enteramente pacífica, pero dos lancheros que no paralizaron las actividades fueron maltratados por sus
compañeros en el cerro Cordillera[80]. Los piquetes de huelga y las amenazas a los vacilantes fueron las
armas empleadas por los más decididos para asegurar la continuidad del movimiento[81].

El tema de las huelgas y del uso de la violencia por parte de los huelguistas había sido puesto en discusión a
raíz de la huelga de octubre de 1892 en la Maestranza de ferrocarriles de Santiago. El Ejecutivo, con el
apoyo unánime del Consejo de Estado, propuso en aquella oportunidad un proyecto de ley destinado a fijar
penas contra las personas que por cualquier modo hubiesen causado, mantenido o intentado provocar una
cesación concertada del trabajo[82]. El Partido Democrático y las organizaciones populares organizaron en
todo el país el rechazo masivo a la iniciativa gubernamental, pero de acuerdo a los cánones tradicionales del
movimiento popular: agitación a través de la prensa y distintos medios de propaganda, realización de
meetings y presentación de comedidas peticiones a los poderes públicos[83]. Las movilizaciones dieron por
tierra con el proyecto de ley, que no alcanzó a ser sancionado por los parlamentarios[84].

Las luchas del peonaje transitaban por otros cauces. En las mismas provincias en que emergían las nuevas
formas de protesta social, persistían los movimientos de viejo tipo. A no gran distancia de Iquique, donde las
movilizaciones obreras ya prefiguraban el surgimiento del sindicalismo, la forma dominante de protesta
social seguía siendo el motín. Hacia mediados de 1894, el Intendente de Tarapacá informaba al Ministro del
Interior que 'los desórdenes más o menos graves' eran frecuentes en las distintas faenas de la pampa, razón
por la cual se imponía una 'enérgica e inmediata represión por parte de la autoridad'[85]. Era lo que había
ocurrido pocos días antes -el 13 de junio- en la oficina 'Lagunas', cuando varias decenas de trabajadores
asaltaron la administración, se robaron diecinueve mil pesos, incendiaron una bodega de madera y
saquearon la pulpería. El levantamiento fue sofocado por tropas del ejército. Uno de los amotinados
muerto, 30 de sus compañeros presos y los cabecillas fugados en mulas, fue el balance de esta breve y
rutinaria asonada de los pampinos[86].

La convergencia o la fusión de los antiguos y nuevos movimientos parecía aún lejana.

Pero, ¿cuál era efectivamente el grado de espontaneidad de las asonadas mineras? ¿Las acciones de los
pampinos, por ejemplo, carecían de conducción y objetivos precisos?

A mediados de los años 90 las principales causas del malestar obrero en la pampa eran el régimen de la ficha
salario, las expoliaciones en las pulperías, la desvalorización de la moneda (y por ende de los salarios) y el
alza de los precios de los artículos de consumo corriente. Los levantamientos mineros encontraban
explicación en estos factores, pero si damos fe al grito de alarma lanzado por el Directorio de la Asociación
Salitrera antofagastina en julio de 1894, constataremos que el descontento comenzaba a ser atizado por
ciertos individuos que intentaban promover movimientos de protesta social:

'Ud. no desconocerá -decían pidiendo al Intendente de Antofagasta que reforzara los destacamentos
policiales- que desde hace algún tiempo atrás se trata de introducir entre las clases trabajadoras ciertos
principios disolventes y que hay constante empeño en propagarlos con actividad'[87].
La proliferación de huelgas y desórdenes en las salitreras tarapaqueñas, especialmente en el cantón
Lagunas, motivó una denuncia similar de los industriales salitreros de la provincia a comienzos de 1895,
quienes atribuían las protestas obreras a la actuación de 'promotores de desorden', que por medio de 'una
propaganda tan activa como sostenida contra el orden y marcha regular de las relaciones entre empresarios
y patrones, sin razón alguna que la justifique' perturbaban las labores de esa industria[88].

A pesar de que las fuentes consultadas no revelan la identidad, el perfil político o las intenciones de esos
precoces agitadores, es posible constatar que hacia los primeros años del siglo XX ya podía percibirse una
evolución en el comportamiento de los pampinos que se traducía en la formulación de petitorios y en la
realización de huelgas en el estilo, que hasta fines de la centuria que acababa de expirar, había sido
característico de los gremios de obreros urbanos. De este modo, a fines de mayo de 1901 una comisión
encabezada por Pedro Barrera, Ángel Díaz, Froilán Jofré y Osvaldo López, presentó una solicitud al Ministro
del Interior firmada por 2.350 trabajadores empleados en doce oficinas salitreras de la Pampa del
Tamarugal. Los pampinos denunciaban los 'innumerables abusos' cometidos por los administradores, pulperos
y otras personas encargadas de la dirección de los trabajos en las oficinas salitreras, a saber:

'[...] la falta absoluta de libertad comercial que se nota en toda oficina, pues sólo le es permitido al
trabajador comprar en la pulpería de la oficina; el precio excesivo que los pulperos fijan a los artículos de
primera necesidad; el descuento del 20, del 30 y hasta del cuarenta por ciento en el cambio de las fichas
con que se pagan los salarios del trabajador.

[...] Que no siendo rentados todos los jueces de la subdelegación o de distrito, que residen en los pueblos
cercanos a las oficinas, dichas autoridades se crean sueldos que, por lo común, los pagan los
administradores, resultando de ahí una justicia muy parcial, siempre en desmedro del pobre hombre de
trabajo;

[...] Que, visitando los Delegados de Salitreras o algunos Intendentes tan sólo a los administradores, jamás
se imponen aquellos de los abusos y atropellos que éstos cometen, haciéndose necesario arbitrar medidas de
equidad que consulten la reparación de los fraudes que ocurren de continuo en la mayor parte de las
oficinas'[89].

No es anodino destacar que, al menos uno de los integrantes de esta comisión, Osvaldo López, era un
conocido activista popular. A la sazón frisaba los 44 años de edad y tenía una vasta experiencia adquirida en
las organizaciones populares de fines del siglo XIX. Artista de circo pobre, López se había incorporado desde
1877 a la Sociedad Filarmónica de Obreros de Santiago. Luego de algunos años de estadía en varios países
sudamericanos, volvió a Chile después de concluida la guerra civil de 1891 y colaboró con la prensa obrera
de Valparaíso e Iquique. En esta última ciudad fundó el periódico El Pueblo (1898-1906), que difundía las
ideas de su partido, el Democrático, y un lustro después de su participación en el petitorio de los pampinos,
de las cenizas del incendio que puso fin a ese órgano de prensa, crearía su sucesor, El Pueblo Obrero (1906-
1910), también identificado con la causa de los demócratas[90]. Durante los últimos años de su vida,
residiendo en Concepción, Osvaldo López se dedicó a escribir un Diccionario Biográfico Obrero que dejó
inconcluso, alcanzando a publicar un solo tomo de esta significativa obra[91]

López era un producto típico del movimiento popular decimonónico, que logró entroncarse con el naciente
movimiento obrero de la región del salitre al clarear el siglo XX e incidir en él a través de su multifacética
actividad militante, divulgando los principios y valores de la cultura obrera ilustrada, que incluían además
de la educación, el ahorro y la probidad, la organización y la huelga disciplinada como armas para la defensa
de los intereses de los trabajadores.

Su trayectoria en la región del salitre, al igual que la de tantos otros militantes populares provenientes de
distintos puntos del país, ilustra el rol jugado por los herederos críticos de las tradiciones del viejo
movimiento popular, en la construcción del nuevo movimiento obrero en aquellos sectores donde las luchas
sociales transitaban de las rebeldías primitivas y los combates prepolíticos a las formas modernas de lucha y
reivindicación social.

LA TRANSICIÓN SE ACELERA

Los primeros años del nuevo siglo marcaron un importante giro en las protestas sociales en Chile. Hacia
1904-1905 (poco antes o poco después según las distintas zonas del país), las fuentes disponibles
paulatinamente dejaron de referirse a motines y asonadas pasando a dar cuenta del estallido de huelgas y
petitorios como el recién mencionado. El término motín desapareció de las frecuentes solicitudes que
empresarios y autoridades locales dirigían a las autoridades superiores del Estado para reforzar la vigilancia
militar y policial de ciertos lugares supuestamente amenazados por los trabajadores. El último suceso grave
con características de violencia social sin objetivos reivindicativos aparentes parece haber sido el que se
desarrolló en la oficina salitrera 'Chile', situada en las cercanías de Taltal, en la noche del 17 al 18 de
septiembre de 1904, cuando un incidente que comenzó por una riña entre dos obreros degeneró en confuso
enfrentamiento entre los mineros y los militares, resultando heridos y muertos algunos pampinos[92].

La amenaza para la elite fue cambiando de forma: el peligro principal estaba representado ahora por
huelgas o protestas organizadas que podían devenir más o menos violentas (como ocurriría también en las
ciudades principales del centro del país, en Valparaíso en 1903 o en Santiago en 1905); a diferencia de los
años anteriores cuando el temor permanente era el levantamiento repentino, casi siempre violento, sin
expresión formal de demanda previa. Así, en mayo de 1902, la Comandancia General de Armas de Tarapacá
planteaba al Ministro de Guerra que las frecuentes huelgas de los trabajadores de ribera que se habían
sucedido desde octubre del año anterior y las tensiones que pudieran hacerse extensivas a los obreros de las
faenas salitreras y región del Toco (provincia de Antofagasta), hacían imprescindible el envío de tropas de
caballería para el mantenimiento del orden[93]. De manera menos alarmista, pero en el mismo sentido
previsor frente al peligro de las huelgas, en octubre de 1903, el comandante del blindado O'Higgins,
estacionado en el puerto de Taltal, informaba al Director General de la Armada:

'Acá todo continúa en completa calma y no existe el menor síntoma de huelga. Este dato es confirmado por
los hechos y las conversaciones que he tenido con los distintos cónsules y principales comerciantes de este
puerto. Con todo, estos mismos señores estiman indispensable el que exista una fuerza permanente que en
todo caso sería garantía de sus propiedades y vidas.

Mientras no se solucionen los problemas de las fichas y mercaderes ambulantes existirá el fermento de las
huelgas que puede hacerlas estallar algún día ya sea en tres meses más como se dice aquí o en un año'[94].

Hacia mediados de la primera década del siglo los amotinamientos habían virtualmente desaparecido, tanto
en la región del salitre como en la zona del carbón.

Los archivos oficiales tarapaqueños de esos años contienen abundantes informaciones que muestran cuán
agresiva era la realidad pampina, pero del mismo modo revelan que la violencia ya era casi siempre de tipo
individual o el fruto de pasiones colectivas desatadas bajo el influjo del alcohol fuera del ámbito
propiamente laboral. Circunscribiéndonos al primer semestre de 1905, encontramos en ellos varios ejemplos
de la rudeza de la vida en la pampa salitrera.

Un primer documento describe el suicidio de Jacinto Olguín, trabajador chileno de la oficina 'Santiago', de
unos 30 años de edad, quien se quitó la vida un sábado de enero en una pieza del campamento 'La Cumbre'
del ferrocarril de 'Agua Santa', tronándose un cartucho de dinamita en la boca. Pese a que las averiguaciones
practicadas por el jefe de la guarnición de Policía de Huara no permitieron precisar con certeza las causas
de tan dramática decisión, las personas consultadas afirmaron que momentos antes de atentar contra su
existencia, Olguín 'en manifiesto estado de ebriedad fue a las calicheras a decir adiós a sus compañeros de
trabajo porque se retiraba de la oficina por el escaso sueldo que ganaba' [95]. Menos espectacular fue el
suicidio de Abelardo Marínez Lobo, fondero de la oficina 'California', quien desesperado por una enfermedad
incurable se disparó un tiro de revólver en la sien derecha el 21 de febrero[96]. Un par de semanas antes, el
5 de febrero, en la oficina 'Paposo' desconocidos arrojaron una bomba de dinamita en el techo de una de las
piezas de la habitación de José Ogalde[97]. Según el parte del jefe de la guarnición de Policía de Dolores, en
la noche del 8 al 9 del mismo mes:

'[...] se promovió un gran desorden entre los trabajadores del campamento 'Palacio Industrial' al cual fue a
intervenir el sereno Benjamín Donoso Fuentes, siendo acometido por dichos trabajadores viéndose obligado
a hacer uso de su revólver hiriendo al trabajador José Acuña en el abdómen, dejando de existir una hora
después y a Hermenegildo Navarrete levemente en la cabeza'[98].

En el atardecer del 6 de abril del mismo año, en la localidad minera de Collahuasi, se produjo un colorido y
dramático incidente que devela un método de resolución de los conflictos interpersonales propio de las
zonas de frontera y con escasa presencia de las fuerzas del orden público. A las 19,30 horas de ese día,
según informó la policía:

'[...] Guillermo Guerrero Campos se dirigió a casa de Diego Burgueño, dueño de una cantina de licores
situada en el lugar denominado `Escorial', con el fin de cobrarle la suma de setenta y dos pesos que éste le
adeudaba, y como sólo encontrara a la mujer de Burgueño en la casa trabó conversación con ésta,
intertanto llegaba el marido, al cual buscaba con urgencia. A los pocos minutos se presentó Burgueño y
viendo que la mujer sostenía íntima conversación con Guerrero e impulsado al mismo por los celos, desafió a
Guerrero a pelear a revólver, a lo que éste aceptó animado por Manuel Moreno, Domingo Vásquez y por la
misma mujer Juana Palmero. Una vez que salieron al lado afuera de la casa, Burgueño disparó su arma
contra Guerrero, el cual cayó mortalmente herido por la bala que le había atravesado el pecho, falleciendo
a las 12 horas después'[99].

El parte policial precisaba que hasta entonces (dos días después de consumado el crimen) el hechor no había
sido aprehendido, que su mujer y los otros sujetos que habían animado la pelea aún se encontraban
detenidos en el cuartel de la policía por no haber magistrado que los juzgara[100].

Un carácter más colectivo tuvieron los incidentes que se produjeron en la oficina salitrera 'La Palma' al alba
del 22 de abril cuando el administrador de ese yacimiento pidió ayuda a la policía para arrestar al
trabajador José C. Ramírez Miño, que en manifiesto estado de ebriedad lo había amenazado con cuchillo.
Los dos guardianes enviados a detenerlo fueron agredidos por unos cien obreros que liberaron al reo. Fue
entonces cuando, ante una nueva petición de auxilio del administrador, el Subinspector Alfredo Fuentes
Rabé, jefe de la guarnición de Policía de Pozo Almonte, se trasladó personalmente en compañía de dos
guardianes a la pieza de Ramírez, la que se encontraba rodeada por unas trescientas personas, que de
manera muy agresiva injuriaron a la Policía:

'Siendo muy de noche -continúa el relato del jefe policial- y encontrándose el campamento completamente
obscuro y habiendo varios individuos armados de revólver me vi en la necesidad de pedir fuerzas a la
guarnición de Huara, de donde el Inspector señor Bravo envió tres guardianes armados de carabinas. No
creyendo prudente obrar en la misma noche en aprehender a Ramírez para evitar desgracias de
consecuencias fatales, ordené al 1º Freire se quedara en la oficina con seis guardianes'[101].

A la mañana siguiente el Subinspector Fuentes Rabé logró capturar a Ramírez y a varios individuos
identificados como los cabecillas del desacato[102].

Todos estos casos policiales, encontrados casi al azar, nos indican que en la pampa prevalecía muy a
menudo la ley del más fuerte, que la violencia era norma frecuente en la resolución de conflictos
individuales o grupales y que numerosas personas, entre ellos un contingente considerable de trabajadores,
tenían acceso a explosivos y armamento de distinta índole.

En la zona del carbón la vida cotidiana también se singularizaba por una fuerte carga de agresividad, que ha
sido interpretada como 'una expresión de una actitud de vida', a la vez que 'una manifestación de
rebeldía'[103]. La amplia y temprana difusión de lugares de diversión para la población masculina donde se
realizaba un abundante expendio de bebidas alcohólicas era uno de los factores que contribuían al
desarrollo de la violencia con rasgos muy similares a los del Norte Grande[104].

Sin embargo, poco a poco, en contraste con la persistencia de la violencia en la vida privada, en el plano
reivindicativo-laboral, tendían a prevalecer la huelga y los métodos característicos del movimiento obrero
organizado, aunque en ocasiones los comportamientos asociados a las rebeldías de viejo cuño volvían a
aflorar en medio de las movilizaciones proletarias. Un buen ejemplo de la ambivalencia que ofrecía la
transición protagonizada por el mundo popular se dio durante la huelga de los pampinos de la oficina Santa
Elena, en las cercanías de Alto San Antonio (provincia de Tarapacá), el 4 de diciembre de 1906. De acuerdo
a lo informado por el jefe local de policía, los trabajadores habían paralizado sus labores al clarear el día
para exigir reajuste de salario 'a lo que la administración accedió, aumentándoles veinte centavos a cada
uno, pero no obstante esto, continuaron bebiendo hasta que asaltaron la Oficina'[105]. Entonces, más de
cien huelguistas habrían agredido a 'costrazos' de caliche a los policías de la Guarnición Gallinazos y:

'[...] saqueado la pulpería llevándose en género, licor y otras especies, más de cuatro mil pesos.

El edificio del escritorio [que] es parte de la administración, fue apedreado, quebrándole las puertas;
ventanas. También quemaron cinco cartuchos de dinamita, que lanzaron hacia el escritorio, donde se
encontraban los empleados, que por fortuna sólo hicieron explosión, sin causar ningún daño'[106].

Según el jefe de la guarnición de Alto San Antonio que concurrió al lugar de los hechos para sofocar el
amotinamiento, la mayor parte de los trabajadores se habían embriagado con el licor sustraído de la
pulpería y 'cuando notaron la presencia de la fuerza policial, principiaron a silbar y a tocar pitos, seña
convenida para reunirse y atacar', pero no lograron concretar su objetivo pues la policía los desarmó
arrestando a quince individuos identificados como cabecillas del movimiento. Sólo uno de ellos era chileno;
los restantes, bolivianos y peruanos[107].
El incidente de la oficina Santa Elena refleja la complejidad de la transformación que estaban sufriendo los
trabajadores en avanzado proceso de proletarización. Si bien los comportamientos tradicionalmente
asociados al peonaje decimonónico volvían a aparecer, esta vez ocurría en el curso de una movilización que
ya exhibía características propias del movimiento obrero, a saber, la formulación de demandas específicas,
la existencia de liderazgos claramente reconocibles y la utilización de la huelga como principal medio de
presión sobre los capitalistas. El motín y sus excesos (provocados aparentemente por el consumo del alcohol
obtenido durante la acción) eran una consecuencia de la huelga, un 'desliz' de ésta, una expresión de la
persistencia de elementos viejos en el surgimiento del nuevo movimiento.

Pero hasta situaciones como la reseñada iban convirtiéndose en excepciones. Ya eran más comunes las
huelgas que estallaban sin que existiera necesariamente una organización implantada localmente que las
alentara. La autorganización obrera en los momentos previos a la movilización parece haber sido la negla
general en la región del salitre hasta 1905 o 1906. Al menos esa es la impresión que queda al revisar la
documentación oficial referida a las huelgas que se produjeron en las oficinas salitreras Ballena en octubre
de 1903[108], La Granja en junio de 1905[109] y Alianza en febrero de 1906[110], en la mina La Ponderosa
(de Collahuasi) en octubre del mismo año[111] y en la oficina La Palma, al mes siguiente[112]. En otros
lugares, en cambio, se notaban mayores niveles de organización, esto es, de carácter permanente. En el
puerto de Iquique existían gremios de trabajadores que tenían diez, quince o más años de historia y se
constituían otros alentados por la Sociedad Mancomunal de Obreros. En la misma provincia de Tarapacá las
luchas populares podían adquirir características bastante diferenciadas, especialmente entre la pampa y el
litoral. La formulación de petitorios escritos haciendo gala de nutrida argumentación (incluso con
referencias a la situación general del país) era corriente en el movimiento obrero iquiqueño que pugnaba
por extenderse hacia la pampa[113].

Más al sur, en el puerto de Chañaral, la huelga de los jornaleros y lancheros de la Casa Besa & Cía. en
noviembre de 1903 reveló el desarrollo de un movimiento estructurado capaz de generar acciones de
solidaridad de todos los gremios de la ciudad encabezados por la Mancomunal[114]. La transición hacia el
moderno movimiento de trabajadores avanzaba a ritmos desiguales, pero con una tendencia que vista en
perspectiva histórica apuntaba hacia una misma dirección: la huelga se convertía en arma privilegiada para
la obtención de las reivindicaciones populares, reforzando la gestación de la organización sindical.

Los segmentos obreros más avanzados se empeñaban por propagar las nuevas formas de lucha social,
enviando activistas a las explotaciones mineras para incentivar las movilizaciones proletarias. En la pampa
salitrera muchas huelgas y organizaciones surgieron gracias al ejemplo, impulso y colaboración del
movimiento obrero de las ciudades del litoral. Un interesante relato publicado en 1908 por Samuel Ramos
L., ex-director y secretario del Partido Demócrata, sobre la génesis y desarrollo de una huelga en la mina de
cobre 'Sara', de la provincia de Antofagasta, da cuenta -aunque de manera muy crítica respecto de los
agitadores 'anarquistas'- del rol jugado por los activistas venidos 'desde afuera'. En abril de un año no
precisado, un accidente del trabajo, el alza del precio del azúcar, el estallido de una huelga en una mina
cercana y la llegada de una delegación de obreros de ese yacimiento pusieron en ebullición a los mineros.
Ramos describe de este modo la acción de los instigadores que encabezaban a los huelguistas:

'Bajo los galpones se reunen todos. Al fondo se improvisa una tribuna con un banco de madera y sube a ella
un individuo que ostenta un traje de artesano, pero ajeno al que usan los mineros. Es alto, bien formado, de
mirada penetrante. A su lado se coloca otro individuo, vestido también a su manera.

Son los organizadores de la huelga.


El orador anuncia con palabra fácil, sin turbaciones, que él y su compañero han venido de la ciudad
comisionados por los obreros para traer a sus hermanos de las minas palabras de aliento, a fin de que
sacudan el yugo de la explotación con que los patrones los afrentan, esos `sátrapas odiosos', dice `que no
tienen más conciencia que el dinero. Ellos se enriquecen con nuestro sudor, con nuestra sangre y nos dan en
cambio una miserable ración de hambre'.

Hablan con expedición. A mi me parece que recita, que repite lo que ha dicho muchas veces y, por lo tanto,
tiene aprendido de memoria.

Los obreros le escuchan con atención, interrumpiéndole de vez en cuando con sus ovaciones[115].

Y luego continúa con el discurso del segundo militante proveniente de la ciudad:

'Es preciso demostrar al avariento patrón que somos fuertes, porque nuestra fuerza está en la unión. Seamos
unidos y venceremos. Si hoy nos suben en cuarenta centavos el cajón de azúcar, mañana nos subirán el pan
y el tabaco. Es necesario concluir de una vez por todas. Demostrémosles que no somos pacíficos bueyes a
quienes se puede sujetar impunemente al yugo.

Somos libres y el derecho de huelga nos pertenece. ¡Veremos quien vence! El lunes que nadie acuda al
trabajo, so pena de ser un traidor a sus hermanos. No sólo perderemos la baja del azúcar, sino también
aumento de salario'[116].

Al mismo tiempo, el paso del motín a la huelga hacía posible una mayor, pero todavía limitada incorporación
de las mujeres a la lucha social en labores de apoyo a los hombres en huelga. Según Maritza Carrasco y
Consuelo Figueroa -autoras de un estudio comparativo sobre la participación femenina en acciones
colectivas en Tarapacá y la región del carbón entre 1900 y 1920-, la movilización de las pampinas 'permitió
activar los lazos de solidaridad no sólo entre las mujeres -como en el caso de los campamentos salitreros
cuando interpelaron al administrador por la mala calidad de los productos de la pulpería-, sino también
entre hombres y mujeres de la colectividad, cuando ellos se declararon en huelga. La participación de las
mujeres en estas instancias estuvo marcada por un interés social más que político, en el que el éxito de la
huelga se transformaba en un beneficio concreto para la comunidad, y no necesariamente un triunfo sobre
el `capital' o contra la `opresión de la clase trabajadora''[117].

El papel de las mujeres de los campamentos salitreros en las huelgas fue esencialmente de apoyo a sus
esposos, hermanos o hijos, siendo la más característica de este período, la 'huelga grande' de Tarapacá en
1907, que culminó en la matanza de la Escuela Santa María de Iquique[118]. Se trataba de una inserción aún
meramente 'coyuntural y contextualizada por las crisis y los conflictos. Una vez superados éstos, las mujeres
regresaban a sus actividades cotidianas'[119].

En la zona carbonífera ocurrió algo muy parecido: los espontáneos, inorgánicos y violentos estallidos de
protesta fueron desapareciendo para ir dando paso a movilizaciones cada vez más estructuradas en torno a
objetivos claros, pero no redundaron en una intervención femenina permanente en el movimiento, ni ésta se
incrementó con el tiempo. Las mujeres 'participaban puntualmente en las huelgas, extendiendo sus
experiencias y demandas desde los espacios domésticos hacia los públicos. Así, cuando el ambiente era
represivo y las precarias condiciones de vida dificultaban la realización de sus tareas cotidianas, tenían una
presencia importante -a partir de asociaciones o inorgánicamente- en las huelgas, pero una vez que éstas
terminaban, se retiraban a sus espacios domésticos'[120].
Únicamente en años posteriores, desde mediados de la década de 1910, el rol femenino fue más claro en las
movilizaciones populares de la región del carbón, participando a nivel directivo, en el suministro de
alimentos a los huelguistas, en la búsqueda de apoyo económico y en el incentivo moral para la continuación
de la lucha[121]. En las ciudades principales, en cambio, desde los primeros años del nuevo siglo
aparecieron con mayor fuerza las mujeres en movimientos huelguísticos y movilizaciones populares,
principalmente las trabajadoras del sector industrial, en coyunturas como el paro de los tranviarios
santiaguinos de 1905 o la huelga de los ferroviarios transformada en virtual huelga general capitalina en
mayo-junio de 1907[122]. Según el recuento realizado por Peter De Shazo, entre 1902 y 1908 las mujeres
participaron sólo en un 23% de las huelgas que tuvieron lugar en Santiago y Valparaíso y casi nunca (apenas
en 3,6% de los casos) actuaron prescindiendo de los hombres, pero cuando estuvieron involucradas lo
hicieron con mucha decisión, destacándose por su activismo en las huelgas de 1906 y 1907[123].

La notoria proliferación de huelgas a comienzos del siglo XX provocaba variadas reacciones. Las opiniones
aparecían divididas incluso entre quienes actuaban en el seno o en los márgenes del movimiento popular. Si
bien los actores involucrados en el naciente sindicalismo eran sus más fervientes partidarios, no era extraño
que los sectores ligados a las tradiciones del antiguo movimiento popular, más apegado a las prácticas de la
cooperación y de la ayuda mutua, manifestaran aprehensiones, reticencias y críticas por considerar que las
huelgas eran contrarias a la armonía social y perjudiciales para los propios obreros. Hacia fines de 1902, el
columnista de un periódico ovallino, que desde posiciones muy moderadas y conciliadoras se proclamaba
defensor de los intereses de los trabajadores, expresaba esta visión:

'No es la huelga un asunto nuevo, pero jamás ha tenido la magnitud y frecuencia con que hoy se observa,
corriendo peligro el orden social de las naciones.

Esas avalanchas de fuerzas mancomunales que ponen en jaque el capital y hacen bambolear la industria, son
el producto de la poca equidad en las relaciones entre obreros y patrones.

¿Cómo conocer en estas diferencias el justo medio?

¿Cómo saber donde está el abuso de la fuerza?

He aquí el punto más difícil en la resolución del problema social.

Es natural que para obtener mayores ganancias los dueños del capital paguen a los obreros poco salario y les
impongan condiciones que menoscaban sus intereses.

Así se explica entonces que los obreros como último recurso para hacerse respetar acudan a la huelga que
en muchos casos les da resultados provechosos.

[...]

La huelga en nuestro país es en general perjudicial a la riqueza pública porque priva el incremento de las
fábricas y del capital, y en particular es el desprestigio del operario chileno tan famoso por la resistencia al
trabajo como indiferente para los sufrimientos físicos.

[...]
La huelga perturba el orden público además de las víctimas que se ocasionan muchas veces en las riñas de
fuerzas armadas contra masas indefensas y desordenadas; así quedan huérfanos que nadie ampara, viudas
que nadie socorre y los nombres de las víctimas luego se olvidan y hasta algunos los maldicen'[124].

También se debatía al interior del movimiento popular acerca del sentido de las huelgas y movilizaciones:
¿su fin último era la obtención de mejoras salariales y laborales?, ¿había que concebirlas como una escuela
para la educación de los obreros?, ¿eran la antesala de la huelga general revolucionaria? Y, sobre todo, ¿los
trabajadores debían elevar peticiones a los poderes públicos?

Estos temas marcaban diferencias que se acrecentaban, contribuyendo a distinguir más nítidamente a
corrientes ideológicas que hasta el cambio de siglo habían marchado semi amalgamadas. La cuestión de las
peticiones a los poderes públicos era un punto que marcaba claramente la distancia entre los ácratas y otras
tendencias políticas presentes en el mundo popular. La posición de los libertarios era tajante: por su
carácter de clase, del Estado y sus representantes los trabajadores no podían esperar ningún beneficio y, en
consecuencia, no tenían que pedirle nada; sólo debían arrebatar conquistas a la burguesía. Refiriéndose a un
meeting realizado en la Alameda de Santiago en noviembre de 1901 por los mecánicos de los Ferrocarriles
del Estado que solicitaban la separación de dos jefes de comportamiento tiránico, el periódico anarquista La
Ajitación decía:

'[...] nos sorprende los medios adoptados por esos compañeros para buscar la justicia que se les niega.
Estamos seguros que la muy excelente persona del no menos excelentísimo mandatario chileno, concederá a
esta manifestaciones populares tan poquísima importancia que no conseguirán ellas arrebatarle siquiera el
sueño de una noche.

La experiencia nos está probando que son absolutamente inútiles las tales peticiones: de los varios
centenares de mitins de que hay recuerdo se han celebrado en esta capital, no sabemos haya resultado el
más pequeño beneficio para las clases trabajadoras. Y realmente, es en cierta manera ridículo eso de
esperar algo bueno de este sistema de protestas inofensivas.

¿Quién es el presidente de la república? ¿Un obrero? No; un miembro de la clase adinerada, un burgués;
entonces ¿cómo esperar de él justicia contra los mismos de su clase, aún más, contra sus mismos intereses,
pues en cuestión de negocios todos los burgueses son como un solo hombre? ¡Y pensar que sería tan fácil
otro medio de lucha!

Remachando estas ideas proponía la salida que daban los anarcosindicalistas:

'Lo mas lójico, creemos nosotros, sería que los que directamente soportan el peso de los abusos se rebelen
contra sus verdugos. Que unidos todos se nieguen a obedecer las órdenes del tirano, y, si es necesario,
protestar de una manera tan elocuente, que no deje lugar a réplica, ya que cuentan con la fuerza, y, lo
repetimos, con la justicia.

Quitando al mitin del domingo la petición de la que hablamos, habría resultado algo menos malo de los que
resultó. Lo único que han demostrado los obreros en esta ocasión es su impotencia para poner a raya los
desmanes de sus verdugos.

[...]
Y no lo olviden los compañeros: las libertades que se dan, pueden también quitarse; sólo las que se
conquistan son imperecederas[125]'.

En la perspectiva ácrata, la huelga obrera debía desarrollarse sin interpelar al Estado y, por ende, sin
recurrir a intermediarios políticos. Ni el Partido Democrático ni los grupos socialistas que florecían
efímeramente fuera de esa tienda debían inmiscuirse en las luchas de los trabajadores ya que el verdadero
interés de los políticos era 'obtener votos para sus candidatos en candelero'[126]. Por ello los libertarios
aconsejaban a los obreros de la Maestranza de Santiago de los Ferrocarriles del Estado que se encontraban
en huelga en febrero-marzo de 1902, que:

'[...] cuando algunos de estos redentores políticos venga a entrometerse en vuestros actos, decídles que el
pueblo debe redimirse a si mismo, ya que la política no ha podido redimirlo en tantos años que lleva ya de
luchar en ella. Que el único medio de que se debe valer el obrero contra sus patrones es la huelga, ya que
los diputados y senadores no conseguirán jamás, como no han conseguido en ninguna parte del mundo, un
aumento en los salarios o una mejora en los talleres'[127].

Este tipo de posiciones, particularmente la negativa de presentar peticiones a los poderes públicos, llevó a
los delegados anarquistas a romper con la mayoría en la Convención de Mancomunales realizada en mayo de
1904, marcando una neta separación de aguas con los organismos sindicales animados por los demócratas,
los militantes del fugaz Partido Obrero Mancomunal (tarapaqueño) y otras corrientes[128].

Pero, como se ha planteado, al margen de las opiniones de sostenedores y detractores, y de las polémicas
acerca de su sentido y orientación, las huelgas y movilizaciones obreras se generalizaban en casi todas las
regiones del país, tendiendo a superponerse a las prácticas de la 'cooperación' y a reemplazar a los
levantamientos espontáneos de sesgo peonal.

En la zona carbonífera del Golfo de Arauco los frecuentes amotinamientos de los mineros cedïan el paso a
las huelgas organizadas por las sociedades de resistencia. Durante las décadas de los años 80 y 90 las huelgas
habían comenzado a desplazar a los motines, pero -según Luis Ortega- aún se trataba de movimientos que
carecían de 'un alto grado de sofisticación en su organización'[129]. No obstante, de acuerdo a lo detectado
en nuestra investigación, en un plazo muy breve, durante el trienio 1902-1904, se pudo apreciar una notable
evolución en esta zona desde las protestas inorgánicas al movimiento obrero organizado.

En marzo de 1902 se produjo la primera de una serie de huelgas de los mineros de Lota y Coronel para exigir
el pago de sus salarios mensualmente y en moneda de curso legal. Pese a su derrota, en mayo se declaró
una nueva huelga de 3.000 mineros en Lota, que agregaron a las reivindicaciones anteriores las exigencias
de poner fin a las multas y al monopolio comercial de la 'quincena' o pulpería de la compañía. Una vez más
los trabajadores fueron vencidos porque la empresa, sintiéndose apoyada por la presencia de 120 hombres
de línea provenientes de Concepción, no accedió a sus demandas. Sin embargo, al calor de esa lucha fue
fundada la Federación Mancomunal de Trabajadores de Lota y de Coronel y dos meses más tarde, en julio de
1902, estalló la huelga en las minas de carbón, respondiendo la compañía con represalias y persecusiones
contra los huelguistas y sus dirigentes[130].

Poco después, el 31 de enero de 1903, los delegados de los mineros de Coronel comenzaron otra huelga para
exigir 25% de aumento de los jornales de los lancheros, reducción de la jornada de trabajo, pagos
mensuales, abolición del descuento a los barreteros por el carbón impuro[131]. Al día siguiente, seiscientos
o setecientos mineros de la Compañía Explotadora de Lota y Coronel se dirigieron armados de garrotes y
trozos de cañería al muelle de la empresa para impedir el embarque de mineral. La represión de las tropas
causó varios muertos y heridos entre los huelguistas[132]. Aunque enérgico, este movimiento mostraba
niveles de organización previa de los operarios y una intención de dialogar presionando a los patrones, a
diferencia de los motines de antaño cuyos objetivos no parecían ir más allá de la venganza, el desahogo y la
obtención de algunos bienes por medio del saqueo.

Nuevos hechos pusieron en evidencia aún más claramente los elementos emergentes en las luchas populares
de la zona. En octubre del mismo año, los lancheros del establecimiento de Schwager y Buen Retiro
lograron, mediante una huelga, un aumento de 50 centavos por viaje y el despido de dos mayordomos y de
un jefe de muelle particularmente detestados por sus abusos[133]. En diciembre, unos 3.000 trabajadores
participaron en un meeting para solicitar al gobierno un gravámen al carbón proveniente del extranjero,
según lo establecido en un proyecto de ley presentado por el diputado zonal, el demócrata Malaquías
Concha[134]. Confirmando el arraigo de la bisoña organización sindical, el 18 de enero de 1904 se
declararon en huelga los mineros de tres piques de propiedad de la Compañía de Lota, en protesta por la
separación de la empresa de tres o cuatro obreros acusados de desobedecer órdenes superiores. El conflicto
adquirió mayores dimensiones cuando la compañía expulsó a doce operarios que formaban parte del
directorio de la Federación de Trabajadores y amenazó a los demás con suspender las faenas si no volvían a
sus labores el 22 del mismo mes. Una tentativa de mediación del Gobernador de Lautaro solicitada por los
propios huelguistas, fracasó porque las bases propuestas por la autoridad suponían, entre otras condiciones,
formar una comisión de trabajadores en la que no participaran los miembros de la sociedad de resistencia ni
los mineros despedidos[135]. La respuesta al Gobernador dada por Rudecindo Vergara, presidente de la
Federación de Trabajadores, no dejaba dudas respecto del nivel de solidez y organización del movimiento:

'Me ha sido imposible ponerme de acuerdo. No aceptan (los trabajadores) el arbitraje como tampoco
sacrificar a sus compañeros'[136].

Desde febrero los operarios de Lota y Coronel hicieron frente a una ofensiva concertada de las compañías y
del juez de la subdelegación contra la Federación de Trabajadores y sus dirigentes. Luego de realizar un
comicio público, en carta dirigida al Presidente de la República los mineros, jornaleros y lancheros
denunciaron que:

'Los administradores de la Cía. Explotadora de Coronel por medio de sus influencias hicieron nombrar juez
de subdelegación a don Neftalí Iglesias, individuo de malos antecedentes y célebre por sus deslices en
Santiago, Talcahuano y otros pueblos con el exclusivo objeto de lanzarlo como verdugo en contra de los
obreros y las Federaciones Mancomunales de trabajadores.

Dicho juez de subdelegación amparado por el juez letrado suplente, don Marcos Henríquez, ha instruido
proceso en contra del 3er Alcalde de Lota señor Rudecindo Vergara, don Luis [ilegible] y demás jefes de las
federaciones.

Se insinúa que todas estas tropelías obedecen a la realización de un plan convenido entre el Gobierno, los
tribunales de justicia y los administradores de los establecimientos salitreros y carboníferos para impedir las
huelgas'[137].

Al mismo tiempo, aseguraban que no volverían al trabajo hasta que el gobierno liberara a las personas
encarceladas, destituyera al detestado juez Iglesias y adoptara las medidas necesarias para hacer respetar
la ley de garantías individuales y el derecho de asociación, advirtiendo de paso al jefe de Estado que, de no
cesar los atropellos a las sociedades de resistencia, se celebrarían actos públicos de protesta en todo el
país[138].

En octubre del mismo año, una huelga iniciada en las minas de Millaneco de la localidad de Lebu se extendió
rápidamente al resto de la zona carbonífera asumiendo -según la percepción de los contemporáneos- las
características de una huelga general. En la perspectiva de nuestro estudio cabe destacar el elevado grado
de organización de los huelguistas y la conducción de dirigentes como Atilio Fernández (de la Mancomunal) y
Juan Antonio González (del Partido Demócrata). La paralización de las faenas en Millaneco empezó con la
participación de unos ochocientos trabajadores en un meeting cuya acta explicaba los motivos del
movimiento y la decisión de solicitar la mediación del gobierno a través del Intendente de la provincia:

'[...] reunidos en asamblea popular en la plaza pública [...] y teniendo presente que los pagos trimestrales
son demasiado lejanos [...] que los adelantos en suples o fichas [...] son atentatorios contra el derecho de
libertad de comerciar [...] que la prohibición de la formación de asociaciones lícitas es atentatorio contra el
derecho de asociación [...] que no es justo que los operarios de los Establecimientos Errázuriz se les pague
un salario inferior [...] que la vida de los Establecimientos Millaneco [...] no está lo suficiente garantida por
la falta de competencia de su actual ingeniero [...]'[139].

En total, entre 1902 y 1907 hubo doce huelgas y paralizaciones del trabajo en las minas de carbón[140].
Estos conflictos reflejaban la gran mutación que se había venido operando en el mundo de los trabajadores.
Las respuestas frente a la explotación y la opresión ya no eran puramente instintivas. Ahora se evidenciaban
niveles de organización y de coordinación locales, regionales y nacionales, la formulación de demandas
específicas, el apoyo del Partido Democrático y sistemáticas tentativas de las organizaciones obreras de
interpelación y diálogo con las autoridades. La represión contribuía poderosamente al desarrollo de una
incipiente conciencia de clase pues daba proyecciones nacionales a movilizaciones que de otro modo
difícilmente hubieran tenido impacto más allá del cuadro local o regional. La matanza de algunos mineros
en huelga de Coronel y Lota a comienzos de 1903- que marcó el punto de partida del ciclo de masacres
obreras que se extendería hasta la masacre de 1907 en Iquique- suscitó reacciones de repudio a la clase
dominante y de solidaridad proletaria, que la prensa, los activistas y poetas populares se preocuparon de
grabar en la conciencia de las masas[141]. En la lejana Tarapacá, un poeta popular, estampó en versos el
sentimiento que recorrió el mundo de los trabajadores:

Las minas de Puchoco y Maule en huelga se han declarado según nota que ha llegado a Iquique, por el cable.
Que todos los miserables dueños de aquellas dos minas, con su indecente perfidia que usa esa raza maldita,
para matar los huelguistas, pidieron fuerza de línea. Se unieron los cargadores igualmente los lancheros,
junto con sus compañeros de infortunio y de rigores; pero un jefe con galones, más verdugo que los jueces,
mandó repetidas veces los soldados a la carga, e iniciaron una descarga para matar me parece. Por fin esos
compañeros que hay en Coronel y Lota, rendirán la última gota como valientes chilenos. Castiguen al
usurero, verdugo de la nación, no hay que tener compasión con esa gente canalla, y aunque les pongan
metralla, Nunca bajen de opinión[142].

Algunos años más tarde, un agudo observador de la sociedad de su época, el Dr. J. Valdés Canje (seudónimo
con el que firmaba Alejandro Venegas), ratificaba cuán fuerte era el aporte que la represión estatal estaba
haciendo en la formación de la identidad y conciencia de clase de los trabajadores chilenos:

'[...] en las regiones del sur, aun cuando el trabajador es más ignorante y por lo tanto más inconsciente,
también ya se comienzan a producir esos odios de clases que tal vez algún día tengamos que lamentar; pues
tal como en la región del salitre, lo que no han logrado hacer los abusos e injusticia de los patrones, lo han
conseguido la torpeza e inquinidad de las autoridades. La represión de la huelga de estibadores de
Valparaíso y la de la asonada de Octubre del año 1905 en Santiago han dejado un recuerdo imborrable en la
memoria del pueblo; particularmente la última en que la juventud aristocrática hizo alarde de su profundo
desprecio por los rotos, asesinándolos como si hubieran sido fieras escapadas de sus jaulas[143].

¿Cuál fue el rol de los activistas populares en esta toma de conciencia y en el surgimiento del movimiento
obrero organizado en zonas como la del carbón? Las difíciles condiciones en las que desarrollaron su acción
estos precursores -a menudo, una virtual clandestinidad o semi clandestinidad- dejó pocas huellas, pero
ciertos indicios permiten suponer que los trabajadores que traían a cuestas distintas experiencias jugaron un
papel significativo. Igualmente deben haber pesado las influencias -por tenues que ellas fueran- de las
ideologías de redención social.

Así, por ejemplo, a comienzos de enero de 1902, dos meses antes del estallido de la primera de la larga
serie de conflictos que conmocionaron la cuenca carbonífera hasta 1907, se produjo una huelga en la fábrica
de vidrio de Lota, de propiedad de los Cousiño. Llama la atención que el periódico anarquista santiaguino La
Ajitación, publicara a comienzos de marzo la carta de uno de los obreros expulsados de esa industria por su
participación en ese movimiento y que este misterioso trabajador (firmaba su misiva con las iniciales A.R.)
señalara que tanto él como sus compañeros habían encontrado trabajo en las minas de carbón de Puchoco-
Délano[144]. Si A.R. no era anarquista, al menos tenía contacto con militantes de esa tendencia ligados al
periódico ácrata editado en la capital. ¿Cuál fue el rol de A.R. en las huelgas de Coronel y Lota? ¿Cuántos
A.R. hubo en la zona del carbón, en la región del salitre y en otras faenas en todo Chile? Nunca lo sabremos
exactamente, pero podemos estar seguros de que su caso no fue excepcional. La alta movilidad laboral era
una característica que persistió hasta muy avanzado el siglo en las explotaciones carboníferas y en las
industrias aledañas. Una investigación realizada por Jorge Rojas Flores en el Archivo del Personal de la
Empresa Nacional del Carbón (ENACAR) sobre el período 1922-1928 (el más temprano sobre el que se
conserva información), revela el intenso flujo de mano de obra tanto al interior de las secciones de una
mina como entre distintos minerales. Hasta por lo menos los años 20 era común la rotación de obreros desde
la superficie a la mina, de la mina a los muelles, entre los minerales[145] y -según se desprende del
testimonio de A.R.- entre las industrias manufactureras cercanas y las explotaciones mineras.

Pero no se trataba de una mera transmisión espontánea de experiencias. Había indicios serios de la acción
de activistas populares procedentes de las ciudades. Otro caso, parecido al de la zona del carbón, lo
encontramos en la huelga general de enero de 1904 en la persona de un carpintero de Tomé, probable
militante del Partido Democrático, acusado de instigar a los mineros a abandonar del trabajo [146]. La
tendencia de larga duración de extensión del movimiento popular desde las manufacturas urbanas hacia las
zonas mineras, que se había manifestado durante el siglo XIX, parecía volver a repetirse a comienzos del
nuevo siglo en la estructuración del emergente movimiento obrero del mundo minero, que se nutría de la
experiencia y los aportes de aquellos trabajadores poseedores de un bagaje ideológico y cultural que
facilitaba la construcción de un proyecto de emancipación de acuerdo a los cánones de la modernidad.

ORGANIZACIÓN Y SOLIDARIDAD OBRERAS

El paso del motín a la huelga iba acompañado y a veces precedido de la constitución de un movimiento
obrero organizado, inclusive en las zonas mineras donde poco antes habían predominado formas
premodernas de protesta y lucha social. No se trataba solamente de la formulación de petitorios y del
estallido de huelgas. En distintas regiones y zonas emergía una columna vertebral de activistas que agitaban
las reivindicaciones e impulsaban a la masa a la acción.

En Iquique, poco después de su fundación, la Combinación Mancomunal de Obreros promovió entre el 15 de


diciembre de 1901 y el 12 de febrero de 1902 un paro de trabajadores portuarios a fin de conseguir mejores
salarios, la remoción de ciertos capataces y en solidaridad con los ferroviarios despedidos de su trabajo. A la
táctica patronal de romper la huelga mediante la contratación de mano de obra proveniente desde el sur, la
Mancomunal respondió obteniendo el respaldo de los obreros de Valparaíso que se negaron a ser
enganchados, pero no pudo impedir los reclutamientos de trabajadores que las compañías hicieron en otros
puntos del país[147].

De la misma manera, en Tocopilla la actuación de la Mancomunal inquietaba a las autoridades, que le


atribuían -sin duda exageradamente- ser la causante de todas las protestas obreras. Según esta percepción,
las huelgas y desórdenes tenían su origen:

'[...] en cierta propaganda que ha venido desarrollándose entre la clase obrera, hábilmente calculada para
pervertir el criterio del trabajador, poniéndole a su vista las ventajas que para ellos traería el desgobierno,
la repartición de la fortuna privada y la abolición de todas las leyes, que, con criterio semejante juzgan
contrarios a los intereses obreros. Y esta propaganda se ha hecho con tesón, ya por medio de proclamas
impresas que circulan profusamente en la Pampa, ya por el periódico `El Trabajo' que se publica en
Tocopilla y que, según reza su epígrafe, es órgano de la Sociedad Mancomunal de Obreros[148].

La agitación de la Mancomunal desbordaba lo puramente laboral. De acuerdo a lo señalado por esta misma
fuente, también apuntaba a la intervención de los trabajadores en el nombramiento del personal encargado
de la supervisión de las labores y, lo que era más grave para las autoridades, se manifestaba en
llamamientos a la tropa de línea destacada en la pampa para abandonar las filas[149].

A comienzos de diciembre de 1904, el Gobernador de Tocopilla denunciaba la preparación de una gran


huelga en la zona salitrera del Toco, promovida por la Mancomunal y 'por agentes que han venido
expresamente de otras partes con tal objeto'[150]. Y a las pocas semanas, desde la misma Gobernación se
precisaba que:

'Los agitadores de las clases trabajadoras tienen como agentes de propaganda a los mercachifles, que son
como trescientos, y las cuerdas sensibles que éstos tocan entre las masas son las del comercio libre y la
emancipación de la tropa del tutelaje de las oficinas.

Estos individuos se introducen a los departamentos y de cuarto en cuarto van pregonando el odio contra el
monopolio de las pulperías, contra los salitreros y administradores por que dicen que los explotan a la
sombra del monopolio, y contra las autoridades por que suponen que la tropa está al servicio de los
administradores'[151].

La percepción de patrones y autoridades no era del todo errónea. Si bien muchos conflictos estallaban de
manera espontánea, sin planificación previa fuera de la empresa, el movimiento mancomunal se preocupaba
por desarrollar lazos fraternales que se expresaran con ocasión de las huelgas a fin de reforzar el poder de
presión de los obreros:
'Desde hace uno o dos años -decía un periódico de la tendencia demócrata socialista a comienzos de 1904-
las sociedades Mancomunales de obreros vienen pensando seriamente en establecer entre sí, sólidos vínculos
de solidaridad, no sólo en las cuestiones de interés general, sino especialmente en la hora de declararse en
huelga para obtener alguna mejora en sus salarios o disminución de las horas de trabajo'[152].

Otros organismos, como las sociedades de resistencia surgidas desde fines del siglo XIX, y en cuya dirección
los anarquistas solían tener gran peso, se manifestaban muy activos en promover de huelgas y fomentar
lazos solidarios entre los trabajadores. Destacado fue, según algunos estudiosos de este tema, el papel de
los miembros de la Sociedad en Resistencia de Conductores de Tranvías y Choferes de Santiago en la
gestación y desarrollo de una huelga por demandas económicas en marzo-abril de 1902, logrando la
solidaridad efectiva de sociedades resistencia y otras organizaciones dirigidas por los anarquistas en
Valparaíso y Lota[153]. Igualmente importante fue el rol jugado el mismo año por los ácratas y las
sociedades de resistencia en las huelgas de obreros de imprentas de la capital, de los obreros panificadores
santiaguinos[154], de los trabajadores portuarios de Valparaíso en 1903[155] y en diversas movilizaciones
sociales del nuevo siglo[156].

El surgimiento de las bisoñas organizaciones sindicales era muy desigual. A poca distancia de lugares donde
las ligas de resistencia emergían con gran fuerza -como la zona del carbón-, el movimiento popular podía
manifestar incapacidad o falta de interés por construir instituciones reivindicativas de carácter permanente,
prefiriendo refugiarse en el mutualismo y en formas de 'asociación provisoria', que desaparecían luego de
terminados los conflictos laborales que les habían dado origen. Este fenómeno fue percibido de manera
perspicaz por el Dr. Repetto, socialista argentino que visitó Chile a comienzos de 1907 invitado por la
tendencia doctrinaria del Partido Democrático:

'En Concepción, como en la mayor parte de las ciudades de Chile, no existe la organización gremial de
resistencia. Los gremios se reúnen o se asocian en el momento de la lucha para los fines inmediatos de la
misma. Terminada ésta, cesa todo vínculo gremial de resistencia entre los trabajadores de un mismo oficio.
Algunos gremios de Concepción, Talcahuano y vecinos centros mineros de Lota y Coronel han librado más de
una batalla victoriosa sirviéndose de esta táctica, que podríamos llamar de la asociación provisoria. Por lo
que antecede no debe suponerse que los obreros de Concepción carecen de espíritu de sociabilidad. Dicho
espíritu existe muy desarrollado, pero se manifiesta exclusivamente con fines de mutualidad,
entretenimiento o instrucción. Las sociedades obreras de socorro mutuo abundan en Concepción; algunas
están formadas por individuos del mismo gremio, y constituyen lo que se denomina sociedades gremiales de
socorro mutuo. Algunas de estas sociedades poseen escuela nocturna y biblioteca recreativa; la sociedad de
albañiles sostiene una excelente escuela de dibujo. La propaganda gremial basada en el principio de la lucha
de clases, no existe en Concepción. Puede asegurarse, sin embargo, que no tardará llegar al amplio y
fecundo campo que forman los vecinos de los distritos mineros de Lota y Coronel'[157].

Muchas organizaciones de resistencia tenían un carácter efímero; a menudo una derrota podía hacerlas
desaparecer tan repentinamente como habían surgido; en otros casos los obreros las organizaban o se unían
a ellas con el propósito de ganar una huelga, abandonándolas después de lograr su objetivo: la sociedad de
resistencia de los tranviarios santiaguinos se disolvió luego del fracaso de la huelga de marzo de 1902; la
Federación de Obreros de Imprenta desapareció un año después de su exitosa huelga de 1902 debido al poco
interés de los trabajadores; las sociedades de resistencia que dirigieron el levantamiento de las gentes de
mar de 1903 en Valparaíso se desvanecieron al ver satisfechas sus reivindicaciones y otras sociedades del
mismo tipo, como las de carpinteros y cigarreros, se desintegraron en los primeros años del siglo antes de
pasar por la prueba decisiva de la huelga[158]. Un mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores
populares afectaba directamente a la combatividad y la organización popular. Según lo observado por De
Shazo, en Santiago y Valparaíso durante 1904 y los primeros meses de 1905, la baja del precio de los
alimentos provocó la declinación o el desaparecimiento de las sociedades de resistencia hasta el inicio de un
nuevo ciclo inflacionista que dio origen -hacia octubre del mismo año- a una nueva oleada de huelgas[159].

Pero lo cierto es que ya fuera por la acción de conglomerados como las mancomunales, las sociedades en
resistencia, las mutuales, los partidos y corrientes políticas implantadas en el mundo popular, o a través de
formas de 'asociación previa', los obreros de distintos gremios eran capaces de movilizarse y respaldarse
mutuamente, interpelando de manera concertada a los patrones y representantes del Estado. Cuando un
grupo u organización de trabajadores era reprimido o sufría el hostigamiento de las autoridades, solía
generarse auxilio incluso desde otras ciudades. Los ejemplos fueron numerosos en los primeros años del
nuevo siglo.

Durante la huelga portuaria iquiqueña de fines de 1901 y comienzos de 1902, planteada por ambas partes
como una dura prueba de fuerza entre el trabajo y el capital, la Mancomunal logró que los trabajadores de
Valparaíso se negaran a engancharse para actuar como rompe-huelgas aunque no pudo evitar que los
patrones reclutaran mano de obra de reemplazo en otros puntos del país[160].

A fines de marzo y comienzos de abril de 1902, la huelga de la Tracción Eléctrica de Santiago contó con la
simpatía activa de diversos gremios que, impulsados por la Federación de Obreros de Imprenta, la Casa del
Pueblo y otros organismos dirigidos por los anarquistas, participaron en los meetings de los tranviarios y
recolectaron ayuda en la capital y en Valparaíso[161]. En julio del mismo año, al producirse una huelga
general en las principales imprentas de Santiago y Valparaíso impulsada por la recientemente fundada
Federación de Obreros de Imprenta (FOI), los miembros de otros gremios organizaron meetings y marchas de
apoyo. Los delegados de la FOI enviados a distintas provincias lograron impedir el suministro de rompe-
huelgas, asegurando la victoria del movimiento[162].

El 13 de mayo de 1903, mientras se desarrollaba la gran huelga portuaria en Valparaíso, se efectuó en


Santiago una manifestación de protesta contra las autoridades y las compañías navieras en la que tuvieron
destacada figuración varios líderes anarquistas[163].

En marzo de 1904, cuando la Sociedad Mancomunal de Obreros de Tocopilla sufría una dura embestida del
Estado, su homóloga antofagastina hizo cuanto estuvo a su alcance por denunciar los atropellos a los que
eran sometidos sus compañeros tocopillanos[164].

La primera Convención Nacional de Mancomunales, realizada en Santiago en mayo del mismo año, con la
asistencia de delegaciones de Iquique, Pisagua, Caleta Junín, Antofagasta, Chañaral, Valparaíso, Santiago,
Talcahuano, Lota, Coronel y Lebu que representaban a cerca de 20.000 afiliados, reforzó los lazos
fraternales entre los trabajadores de distintos oficios y zonas del país[165], tal como se pudo apreciar en los
conflictos laborales que se sucedieron hasta 1907.

Cuando los operarios de la maestranza del ferrocarril en Taltal suspendieron sus faenas en septiembre de
1905, solidarizaron casi de inmediato los estibadores, carboneros, jornaleros del salitre y otros gremios que
se sumaron a la movilización, transformándose en huelga general de la ciudad[166].

Pocos días después -a comienzos de octubre del mismo año- los trabajadores de la Tracción Eléctrica de
Santiago iban a la huelga para obtener reducción de la jornada laboral, supresión de diversas multas de
castigo aplicadas por la empresa y satisfacción a otras demandas. El paro contó con el ayuda de diversas
organizaciones, especialmente de la Unión de Panaderos, que facilitó su local para que sesionaran los
huelguistas, y de las sociedades de Obreros Electricistas, de Albañiles de Ahorro y Resistencia y otras, que
llevando como portaestandartes a mujeres marcharon en solidaridad con los tranviarios. A pesar de los
insistentes rumores, probablemente porque el conflicto se solucionó rápidamente mediante un acuerdo
entre la empresa y el comité de huelga, la huelga general no estalló en esa oportunidad[167]. Pero a fines
del mismo mes, al calor de la movilización por la abolición del impuesto al ganado argentino impulsada por
el conjunto de asociaciones populares santiaguinas, los obreros de las principales fábricas y talleres
paralizaron la capital[168].

A comienzos de febrero de 1906, el movimiento de los operarios de la Maestranza de los ferrocarriles de


Antofagasta que aspiraban a mejores salarios y más tiempo para almorzar, se convirtió en huelga general
tras suscitar la adhesión de los trabajadores marítimos, de los obreros mancomunados de algunas empresas
salitreras y de otros gremios de la ciudad[169]. En abril, los operarios de la herrería 'San Petersburgo' de la
capital, lograron extender su huelga en pro de la obtención de un 20% de aumento salarial hacia otros
establecimientos del ramo[170]. El 4 de junio del mismo año, en Concepción se declaró un paro que podría
ser considerado general en el sector manufacturero, pues participaron más de 550 operarios de 15 fábricas y
de varios talleres menores, que se habían organizado en una 'Liga Obrera de Concepción'[171]. Y la huelga
comenzada en diciembre de 1906 por los obreros del calzado de Valparaíso, se coronó con un triunfo al cabo
de 84 días, logrando 40% de aumento salarial, casi al mismo tiempo que la huelga de los 3.000 operarios
santiaguinos de la misma rama industrial que también consiguieron un significativo reajuste de sus
remuneraciones[172].

En 1907 la propagación de los conflictos reivindicativos de un gremio a otro y la acción concertada basada
en el principio 'la unión hace la fuerza', alcanzó su máxima expresión en las huelgas generales iniciadas por
los ferroviarios de Santiago, los trabajadores de los varios puertos y los pampinos tarapaqueños.

A fines de mayo estalló en la capital un paro de los majadores (operarios de ferrocarriles que colaboraban
con los herreros en sus fundiciones) para conseguir 40% de aumento de sus míseros salarios. Prontamente la
huelga se extendió a todas las secciones de la empresa de ferrocarriles de Santiago y luego a las de Talca,
Valparaíso, Concepción, Valdivia y otras ciudades. En la capital dejaron de funcionar las principales
fundiciones, varias cerrajerías, la empresa de correos, los cocheros, las fábricas de clavos, de tejidos, de
camisas y numerosas curtidurías. Las lavanderas adhirieron al paro en solidaridad con sus maridos, hijos y
hermanos. El movimiento psrslizó la ciudad ya que aquellas actividades económicas que no fueron
abandonadas por sus trabajadores se vieron seriamente afectadas por la situación general. Los gremios se
fueron sumando y descolgando paulatinamente: los que lograban un acuerdo con sus patrones volvían a las
faenas, obteniendo en algunos casos -como las obreras de la Fábrica Matas- satisfacción a importantes
reivindicaciones relativas a mejoramiento de jornales y reducción de horarios de trabajo. Una solución
negociada el 9 de junio por el comité de huelga de los ferroviarios con los representantes de la empresa no
puso término al conflicto porque muchos trabajadores desconocieron el arreglo, sumándose a sus
compañeros de Talca y Coquimbo. En Valparaíso los ferroviarios se mantuvieron firmes durante varios días,
uniéndose a ellos los jornaleros de aduana[173].

A partir del 5 de junio del mismo año, comenzó en Valparaíso un paro de solidaridad con los ferroviarios
decidido por los estibadores, lancheros y tripulantes de vapores, que se propagó, en torno a demandas
específicas de las 'gentes de mar', hacia otros puertos de la República. En Santiago se organizó un Comité
pro-huelga conformado por la totalidad de las sociedades obreras destinado a ayudar financiera y
moralmente a los trabajadores marítimos. En Valparaíso, pese a la masiva presencia de tropas de línea
enviadas por el gobierno, adhirieron a la movilización la mayoría de los establecimientos industriales [174].
En Coquimbo, los miembros del comité de huelga comunicaron al Gobernador que los gremios de jornaleros,
lancheros, estibadores y de carruajes habían acordado suspender sus labores 'como una demostración de
solidaridad y simpatía hacia la petición de los obreros del sur en que piden el pago en moneda de 18
peniques'[175]. En Taltal, el paro de los lancheros y jornaleros contó con la adhesión de distintos sectores
de la población, entre los que se contaban algunos comerciantes que donaron alimentos para los huelguistas
y una parte de los trabajadores de la oficina salitrera Miraflores que abandonaron sus faenas para solidarizar
y presionar por sus propias demandas. Los activistas del movimiento mancomunal trataron de generar el
apoyo de los gremios de la provincia. Andrés Guardia, presidente de la Mancomunal de Taltal y cabeza
visible del comité de huelga, reforzado por un propagandista llegado desde Antofagasta y otros militantes
obreros, intentó extender el paro, pero la presencia de tropas en el puerto y la acción de los
administradores de las salitreras que prohibieron la entrada de agitadores a las oficinas lo impidió[176].

En diciembre, la huelga iniciada en la salitrera tarapaqueña San Lorenzo, se propagó con inusitada velocidad
por toda la pampa, llegó a Iquique dando fuerzas a algunos conflictos locales que languidecían sin pena ni
gloria y se convirtió en la 'huelga grande', agrupando a los trabajadores del salitre y de la capital provincial
en un comité unido que logró dar ordenada conducción al movimiento. Fue, sin duda, la mayor movilización
reivindicativa de toda la década. El jueves 19 de diciembre, dos días antes de la masacre de la Escuela
Santa María, ya habían bajado a Iquique unos 12.000 pampinos y muchos otros continuaban haciéndolo. Si a
ellos se suman los obreros iquiqueños en huelga y varios miles de trabajadores salitreros que no alcanzaron a
arribar al puerto, se tendrá una idea aproximada de la magnitud de este suceso[177]. Pero, tanto más
destacable que el impresionante número de huelguistas fue la capacidad de la dirigencia del movimiento
para orientar por la senda de la interpelación pacífica y ordenada, a la vez que enérgica, a una masa cuyo
rudo comportamiento había sido una constante. La irreprochable conducta de los pampinos en Iquique, así
como su decisión de actuar unidos hasta las últimas consecuencias, son signos inequívocos del desarrollo de
una conciencia de clase que instalaba la solidaridad como uno de sus elementos fundamentales.

La creciente inclinación hacia las prácticas fraternales en los conflictos laborales no excluía
comportamientos de otro tipo, más aún cuando éstos eran alentados por viejas tácticas patronales que
apuntaban a 'dividir para reinar' como el factor nacional, que podía servir para introducir quiebres al interior
de las movilizaciones obreras.

En la región del salitre, la gran cantidad de trabajadores peruanos y bolivianos era un ingrediente que
eventualmente podía prestarse para oponerlos a los chilenos.

En las ciudades principales del centro del país, a pesar de que los obreros inmigrantes no eran numerosos, su
frecuente mayor calificación constituía una causa potencial de envidias y recelos de los chilenos, sobre todo
si estos sentimientos eran sabiamente incentivados por los capitalistas y sus representantes. Cuando en el
paradigmático año de 1907 estalló una huelga en la industria santiaguina 'Fábrica Nacional de Vidrio', debido
a la tentativa de varios operarios españoles de organizar una sociedad de resistencia, a fin de obligar a la
empresa a respetar las condiciones contractuales que les había prometido al traerlos al país, la primera
reacción de sus compañeros chilenos fue de solidaridad. Ante el despido de cuatro españoles, los dos turnos
laborales declararon un paro para exigir el reintegro de los licenciados. La gerencia respondió con distintas
medidas de hostigamiento (como el corte del agua a las habitaciones de los españoles) y maniobras para
introducir la división en el movimiento. A los intentos por formar una sociedad de resistencia, la empresa
replicó distribuyendo cerveza gratis entre los obreros chilenos para que no asistieran a sus reuniones y,
finalmente, logró que los nacionales se desistieran de exigir el regreso de los ibéricos[178].
La falta de unidad y solidaridad entre los obreros fue la causa de muchos fracasos. A ello atribuyó el
historiador Jorge Barría la derrota de las huelgas de los lancheros iquiqueños en abril de 1905 y de los
pampinos de las oficinas Alianza y Peña Chica en marzo y abril de 1907 [179]. Asimismo, la huelga general
que el Congreso Social Obrero, el Partido Democrático y las sociedades de resistencia se aprontaban a lanzar
en febrero de 1908, para protestar por la matanza de la Escuela Santa María de Iquique y exigir el
cumplimiento de un petitorio presentado al Presidente de la República, debió ser anulada por el
desistimiento de varias sociedades, mayoritariamente mutualistas, temerosas de perder los subsidios que les
otorgaba el Estado[180].

Pero, como se ha sostenido y ejemplificado, la tendencia principal era hacia el reforzamiento de los lazos
solidarios entre distintos grupos y categorías de trabajadores, especialmente en aquellos sectores donde
existían organizaciones como las sociedades en resistencia y las mancomunales que alentaban este tipo de
comportamientos a fin de reforzar las luchas populares[181]. La expresión más alta de la cultura de la
solidaridad y fraternidad obrera se produjo en los momentos previos a la tragedia de la Escuela Santa María
de Iquique, cuando la inmensa mayoría de los trabajadores peruanos y bolivianos se negaron a aprovechar la
oportunidad que se les brindaba a través de sus cónsules de abandonar el recinto para salvarse del
inminente asalto que preparaban las fuerzas militares. Prefirieron correr la suerte de sus compañeros
chilenos y fueron masacrados junto a ellos[182].

Contrariamente a lo que parecían pensar las autoridades, las mancomunales no propugnaban un desarrollo
ilimitado y en toda circunstancia de los conflictos sociales. Varias de ellas, como las de Iquique y
Antofagasta, tenían un perfil bastante moderado e impulsaban una línea de acción proclive al entendimiento
entre obreros y patrones[183]. La intransigencia de los primeros era la causa más frecuente del estallido de
huelgas y otras movilizaciones de protesta que no siempre contaban con la aprobación de las mancomunales
nortinas. Los dirigentes de estas agrupaciones ponían énfasis en la necesaria organización previa de los
trabajadores como condición para lograr la victoria. La huelga general iniciada por los ferroviarios de
Santiago y Valparaíso a mediados de 1907 fue objeto de un análisis muy crítico por parte de la Mancomunal
de Coquimbo, la que destacó la falta de coordinación de los obreros[184]. En julio del mismo año, El
Trabajo, órgano periodístico de la Mancomunal iquiqueña, dedicó varios editoriales para analizar el
fenómeno huelguístico, criticando su falta de planificación y estrategia:

'Ya hemos visto el resultado de las huelgas pasadas, unos cuantos muertos, multitudes de heridos,
huérfanos, viudas y un ejército de miserias. [...] Ninguno de los huelguistas estaba preparado para resistir
mucho tiempo al capital... y más que el capital, las necesidades de la vida eran, en este caso, los peores
enemigos'[185].

Reforzando esta idea en su número siguiente al sentenciar que 'en estos movimientos, la principal causa del
fracaso ha sido, por una parte, la falta de preparación..., y por la otra, la desorganización completa de los
huelguistas'[186].

Por su parte, la Mancomunal de Obreros de Antofagasta no vacilaba en zarandear a los trabajadores de la


provincia por su pasividad frente a la explotación y los abusos patronales:

'Como si viviésemos en el mejor de los mundos, la clase obrera de Antofagasta no da señales de vida; la
explotación capitalista, la usura de los comerciantes y los precios de los arrendamientos de habitaciones sin
precedente mírase aquí como la cosa más natural del mundo.
[...]

La actitud de los trabajadores de este puerto ante la situación actual no tiene justificación de ningún
género, suya es la culpa de vivir humillado ante el patrón, suya es la culpa de que la carne y varios otros de
los más indispensables artículos de consumo háyase ausentado de su mesa'[187].

A los pocos días, los lancheros de la caleta Coloso se declararon en huelga para exigir reajuste de sus tarifas
por embarque y desembarque de salitre y otras mercancías. La policía enviada por las autoridades expulsó
de la caleta a los huelguistas y el trabajo no sufrió mayor alteración puesto que siguió efectuándose por los
tripulantes de las naves ancladas en la bahía. Los revoltosos fueron despedidos. El juicio del órgano oficial
de la Mancomunal fue severo:

'He ahí los frutos que cosechan nuestros compañeros a causa de su desidia para constituirse en un fuerte
baluarte por medio de la unión gremial.

Si nuestros compañeros de Coloso hubieran militado al lado de los que luchamos en la Combinación
Mancomunal de Obreros por nuestro mejoramiento social y económico, tratando de armonizar los intereses
del Capital y El Trabajo, tal vez algo se habría conseguido, pues está por demás probado que las huelgas son
medios violentos que a la postre redundan en perjuicio del obrero mismo'[188].

Y algunas semanas más tarde, la Mancomunal antofagastina emitía una opinión idéntica sobre el igualmente
fracasado movimiento huelguístico de los lancheros del ferrocarril a Bolivia:

'No sabemos cómo nuestros compañeros se atreven a emprender movimientos que solo pueden darles el
triunfo bajo la bandera de la UNION.

Convénzanse los individuos que asumen la dirección de una huelga tan descabellada y sin preparación alguna
que, mientras el obrero antofagastino no esté reunido y cobijado bajo el mismo techo serán vanos y
estériles cuantos pasos dé para mejorar de condición.

Las grandes batallas son para los ejércitos disciplinados y aguerridos, y no para los montoneros que sumen a
sus compañeros en la indigencia y la miseria sin que por este crimen asuman responsabilidad alguna.

[...]

¡Pobres compañeros! ¡Porque os ven solos y falta de apoyo todos se burlan de vosotros!

Otra cosa sería si militáseis en las filas de la Mancomunal.

Vuestros derechos, en vez de ser vilipendiados, serían respetados.

Vuestras peticiones, en vez de ir a dar a la prefectura de policía, serían estudiadas detenidamente y la


autoridad os serviría de intermediaria para zanjar los puntos en reclamo.

Y en vez de una vergonzosa derrota, el triunfo y la victoria más hermosa coronarían vuestra obra y sería un
paso más en la senda de la prosperidad y del bienestar.
¿Qué esperáis lancheros antofagastinos que no corréis presurosos a las filas de la Mancomunal?

¿No está frescas vuestras derrotas, a causa de la indisciplina y desorganización?

¿Qué responsabilidad asumen los que os llevan al asalto, sin táctica ni uniformidad?

Lancheros, vuestro puesto en la Mancomunal está vacío; corred presurosos a ocuparlo; y con esto habréis
ganado la primera batalla a vuestro soberbio enemigo: el Capital.

¡¡Compañeros!! ¡¡A las filas!!'[189].

Estas posiciones de las mancomunales eran plenamente coincidentes con las defendidas por la tendencia
doctrinaria del Partido Democrático. Desde Santiago, a través de su órgano La Reforma, se difundía el
mismo mensaje hacia el mundo del trabajo:

'En Chile, los obreros se quejan incesantemente de que sus jornales son escasos, e incesantemente también
están luchando por mejorarlos; cuando la situación toca al extremo, los gremios suelen declarar la huelga;
pero una huelga sin preparación y sin orden, de manera que casi todas ellas fracasan totalmente o terminan
con alguna transacción, que siempre queda muy lejos del objeto perseguido.

Estas huelgas no fracasarían si estuviera implantado aquí el sistema de resistencia, único medio para obligar
a los capitalistas a que remuneren mejor al trabajador.

La sociedad de resistencia tiene por base la huelga, pero para emprenderla, ella se prepara debidamente
para acumular fondos para atender las necesidades de los obreros que no trabajan, es decir, para resistir las
privaciones de la lucha[190]'.

Los demócratas de la fracción de Recabarren consideraban que 'el espíritu de huelga' estaba tomando un
'auge desmesurado', por lo que llamaban la atención a los trabajadores:

'La huelga -decían en abril de 1907- es un arma de dos filos que junto con herir a nuestros opresores hiere
también las manos de los que la manejan.

[...]

La huelga debe ser nuestro último recurso, cuando agotados todos los medios de un arreglo amistoso, se
imponga con marcados caracteres de imprescindible.

[...]

Entre nosotros, día a día se están decretando huelgas que, si han triunfado algunas, fracasado otras y a
medias conseguido su objetivo las más, se debe a circunstancias excepcionales y favorables que van
desapareciendo y junto con ellas las esperanzas de triunfo en el futuro.

No podemos, pues, continuar más por este camino, porque muy pronto las derrotas nos probarán en forma
elocuente y dolorosa el mal que nos hacemos con nuestra imprevisión. No olvidemos que una derrota no se
compensa ni con cien victorias'[191].
El debate sobre las huelgas se entrecruzaba con el tema de la violencia o del uso de la fuerza al interior de
los movimientos sociales. Aunque ninguno de los actores con presencia significativa en el movimiento obrero
descartaba, en principio, recurrir al arma de la huelga general, sus más entusiastas partidarios eran,
evidentemente, los anarquistas. La tendencia demócrata doctrinaria o socializante del Partido Democrático
también agitaba la consigna de la huelga general, pero poniendo énfasis, tal como ha quedado expuesto más
arriba, en la necesaria preparación de una movilización de tal envergadura. Los demócratas doctrinarios
afirmaban que si bien ése era el único medio al alcance de los trabajadores para obligar a los poderes
públicos y a los patrones a soltar 'la soga homicida', la huelga general tenía que concretarse en buena forma,
esto es, debían concurrir a ella todos o casi todos los gremios. Además, había que evitar la violencia sobre
las personas y los bienes de las empresas:

'En este país -se lee en una edición de La Reforma de comienzos de octubre de 1907- donde los actos
violentos son condenados hasta por los mismos obreros; donde en épocas de huelga se ponen excusas para ir
al sabotaje, y se deja la maquinaria, adquirida por el fruto de su trabajo, intacta para que vengan otros
obreros y los reemplacen; en este país donde se tiene tanto respeto por la propiedad obtenida a fuerza de
engaños, -la huelga general pacífica en que cada cual se cruce de brazos, es el único medio de uniformar la
opinión de los obreros a fin de hacer triunfar sus justas exigencias contra esos individuos que, por estar
encima colocados, se creen invulnerables y se mofan de la miseria popular'[192].

A pesar de su cautela, por el simple hecho de ser un elemento organizador de las demandas populares, el
movimiento mancomunal cuyas posiciones sobre estos temas eran muy cercanas a las de los demócratas,
aparecía como un gran peligro que autoridades y empresarios se empeñaban en destacar y combatir. A muy
poco andar, la represión estatal se ensañó con sus dirigentes. En enero de 1902 fue apresado Abdón Díaz,
presidente de la Mancomunal iquiqueña, por el 'delito' de dirigir una prolongada huelga portuaria, y a fines
del mismo año los empresarios salitreros entablaron una demanda judicial para declarar ilegal su
organización[193].

Una huelga, aun de desarrollo moderado, podía servir de pretexto para perseguir y encarcelar a los
activistas populares. Uno de los casos más bullados en los primeros años del nuevo siglo fue la detención de
setenta trabajadores, entre ellos los líderes mancomunales de Chañaral y de Ánimas, en noviembre de 1903,
acusados de realizar actos violentos durante un paro iniciado por los lancheros y jornaleros portuarios y al
que se sumaron otros gremios[194]. Simultáneamente, arreciaba una campaña destinada a desprestigiar a
los dirigentes, acusándolos de usufructuar de la buena fe de los obreros y de asuzar artificialmente los
conflictos laborales a fin de obtener réditos políticos y beneficios materiales. Refiriéndose a la reciente
huelga de Taltal, el Intendente de Antofagasta sostenía por aquellos mismos días que las economías de los
obreros iban:

'[...] a parar a la sociedad Mancomunal de Obreros que, con el disfraz de economía y protección mútua, no
tiene otro objeto que promover desórdenes, perturbar el comercio, y principalmente proporcionar grandes
sueldos a sus directores, para que vivan en la ociosidad. Lógicamente, para conservar un sueldo que les
permita vivir cómodamente, estos directores tratan por todos los medios posibles, de mantener una
agitación constante entre los trabajadores, haciéndoles creer que están explotados, que sus trabajos están
mal remunerados, que no encontrarán justicia ni protección alguna para ellos en las autoridades, etc., etc.,
y predican en sus órganos de publicidad la resistencia y la revuelta como el medio seguro de obtener
mayores ganancias que las que tienen'[195].
Desde entonces el hostigamiento sería permanente: un par de meses más tarde, en el verano de 1904,
comenzaría la represión contra la Mancomunal de Tocopilla y su orientador Luis Emilio Recabarren, quien
había llegado a esa ciudad a fines de septiembre del año anterior para fundar y hacerse cargo del periódico
El Trabajo, vocero de la asociación[196]. Acto seguido ocurriría lo mismo con la Mancomunal de Lota[197] y
en los años siguientes continuaría en distintas provincias la vigilancia, acoso y persecución a esas
organizaciones[198].

Para las autoridades, el movimiento mancomunal entraba en la categoría de los sospechosos permanentes
que había que controlar y neutralizar. Las reuniones, discusiones, decisiones y acciones de los
mancomunados eran observadas desde muy cerca por los cuerpos represivos estatales. La menor aspiración
reivindicacionista era interpretada como un acto potencialmente subversivo que generaba inquietud en la
elite y los responsables de distintos aparatos del Estado. Cuando el estado de emergencia decretado a raíz
del terremoto que asoló a Valparaíso en 1906 estaba a punto de ser levantado, la Comandancia General de
Armas de ese puerto alertaba al Ministro del Interior en términos inequívocos sobre la percepción militar de
la acción de la Mancomunal:

'La cesación del estado de sitio que expira con fecha de mañana y el retiro de fuerzas que
extraordinariamente han venido para el mantenimiento del orden público en esta plaza, ambas medidas han
producido en el ánimo del pueblo cierta confianza para levantar un grito de protesta contra las autoridades
con motivo de las medidas represivas adoptadas después de la catástrofe tendientes al mantenimiento del
orden público.

Con tal motivo se han hecho sentir síntomas de carácter grave con reuniones o sesiones secretas celebradas
por la Sociedad Obrera la Mancomunal y por otras maquinaciones puestas en juego por agitadores de oficio.

En vista de los hechos apuntados esta comandancia general estima que no sería prudente, por ahora, en que
tan repentinamente se ha pasado de un régimen a otro, efectuar ningún movimiento de las tropas que
actualmente se encuentran en esta plaza mientras no se normalice el estado irregular de cosas creadas por
tantas diferentes causas'[199].

Y animado por esta misma impresión, al promediar 1907, año en que el poder político y la clase patronal
asestarían el golpe decisivo al movimiento mancomunal en el Norte Grande, una autoridad local señalaba en
un informe dirigido al Ministerio del Interior que:

'[...] en puertos como Taltal donde existe una Mancomunal que trata de beneficiarse en cada uno de estos
movimientos, se producen las huelgas con frecuencia, y si estos movimientos son secundados por gente
trabajadora de la pampa, es imposible mantener el orden con poca gente. Por otra parte la presencia de
tropa de línea, es garantía de orden y seguridad, y al mismo tiempo, que dé respeto. Con ella se pueden
tomar medidas enérgicas, al principio de cualquier de estos movimientos, e impedir que tomen cuerpo'[200].

Este consejo no pudo ser aplicado íntegramente. Seis meses más tarde, en diciembre de 1907, la 'huelga
grande' de Tarapacá se extendió como un reguero de pólvora desde la oficina de San Lorenzo a toda la
pampa y al puerto de Iquique. Para detenerla fue necesario que el Estado provocara en la Escuela Santa
María de Iquique el mayor baño de sangre de toda la República Parlamentaria[201]. El fantasma de la
organización obrera fue invocado como justificación de la masacre por uno de los jefes militares, el
Comandante del crucero 'Ministro Zenteno':
'El resultado de estos luctuosos sucesos ha sido de unos 130 heridos y un número proporcional de muertos
que lamentar, debido a la obsecación de agitadores de estos movimientos de obreros en contra de sus
patrones y que por el espíritu que noté entre los huelguistas, es una organización que obedece ciegamente a
sus directores, no atreviéndose a desobedecer sus órdenes los obreros afiliados, por temor a los severos
castigos que se les impone, de azotes y aun de cuchillo, como tuve ocasión de oír a algunos de ellos. Así se
vio también escrito en las pizarras de la escuela Santa María: `Se prohiben las huelgas particulares, las
huelgas deben ser siempre generales'[202].

No obstante su maniqueísmo, la visión de los militares y de las autoridades nos permite apreciar la
importancia que había cobrado la organización de los trabajadores, especialmente en la región del salitre.
La 'huelga grande' de Tarapacá puso en evidencia la existencia de un movimiento bien estructurado que supo
aprovechar la coyuntura y canalizar ordenadamente el descontento popular, aun cuando fue incapaz de dar
un curso victorioso a la movilización, que se saldó en una hecatombe que sepultó al conjunto del
movimiento mancomunal.

Por esos años la acción de los agitadores populares se convirtió en una verdadera obsesión de patrones y
autoridades: las manifestaciones de descontento de los trabajadores eran sistemáticamente atribuidas a la
intervención de militantes interesados en desarrollar protestas y revueltas. La supuesta venida a Chile de
'anarquistas' extranjeros era un elemento recurrente en las comunicaciones de las fuerzas de orden y los
representantes del poder político a nivel local, provincial y nacional. El nerviosismo de las autoridades
aumentó considerablemente durante las semanas posteriores a la matanza de la Escuela Santa María de
Iquique debido al anuncio de huelga general, convocada por el Congreso Social Obrero en enero de 1908. Las
instrucciones del Ministro del Interior a los Intendentes regionales fueron terminantes:

'Para prevenir males consiguientes vigile constantemente a los conocidos como organizadores de esos
movimientos y muy especialmente a los que lleguen de fuera que aparezcan sospechosos de ir a realizar esta
amenaza del Congreso [Social Obrero]. Use de todos los medios a su alcance para frustrar esos planes.

El deseo del gobierno es perseguir sin piedad a instigadores entregándolos [a la] justicia con cualquier
pretexto sino hubiese otros medios saldrán en libertad y se les vuelve a tomar con cualquier otro motivo y
así hasta que se convenzan de su impotencia.

Poder judicial deberá secundar propósitos en orden público[203]'.

LA VIOLENCIA

La creciente preferencia de los trabajadores por la huelga como medio para obtener satisfacción a sus
reivindicaciones no excluía el uso de la fuerza, especialmente contra los refractarios a la movilización o los
esquiroles, como ocurrió en las huelgas santiaguinas de los tranviarios en marzo y abril de 1902[204] y de los
muchachos suplementeros en diciembre del mismo año[205]; durante la huelga portuaria de Valparaíso en
1903[206]; en las huelgas de obreros panificadores de Santiago y Valparaíso de ese mismo año[207]; en
ciertos momentos del paro de la Maestranza del Ferrocarril de Taltal en septiembre del 1905 [208]; en la
huelga magallánica de los tripulantes de los vapores de la Compañía Inglesa de Navegación y de la línea
Lamport & Holt a comienzos de 1906[209], y de manera más marcada durante la huelga de los jornaleros de
la chacra 'San José' de la comuna de Maipú en mayo de 1905, cuando los trabajadores que paralizaron las
faenas atacaron con arma blanca a sus compañeros que se negaron a seguirlos[210]. Si bien la violencia de
este último movimiento y el perfil de sus protagonistas -a medio camino entre el peonaje y el proletariado-
revestían características que podían acercarlo a las rebeldías de viejo tipo, ya se vislumbraban signos de una
transición en las formas de lucha puesto que la violencia era una consecuencia del cariz tomado por la
huelga, y no su esencia misma como en los motines de antaño.

Uno de los conflictos que ofrece mejores posibilidades para la observación del fenómeno de la violencia, por
el carácter masivo que tuvieron las 'acciones directas', fue la huelga portuaria de Valparaíso en 1903, la más
extendida desde la huelga general de 1890.

Un paro comenzado el 15 de abril por los estibadores de la Pacific Navigation Company, de capitales
ingleses, se propagó a los estibadores de otras compañías navieras, casas consignatarias y consignatarios de
buques y de ahí a los lancheros, los jornaleros fiscales y los 'vaporinos'. Los nuevos gremios que se sumaban a
la protesta lo hacían primero por solidaridad, luego por sus propias reivindicaciones. Semanas más tarde, al
clarear el día 12 de mayo, cuando la huelga comenzaba a flaquear, al llamado de los gremios marítimos
bajaron de los cerros numerosos grupos de obreros de fábricas, talleres y otras faenas, desocupados, 'ociosos
y forajidos', según el calificativo de la prensa, adolescentes, niños y mujeres. Algunos saqueos efectuados
por los recién llegados provocaron una destemplada reacción de la policía dando inicio a numerosos
enfrentamientos en el plan y en los cerros. La represión conjunta ejercida por la policía, la Armada y el
Ejército costó las vidas de varias decenas de manifestantes. Al mismo tiempo, se multiplicaban las
iniciativas mediadoras. El viernes 15 de mayo -al cumplirse un mes del inicio del conflicto- las compañías
aceptaron la firma de un compromiso que fue el primer paso para la satisfacción parcial de las demandas
obreras. El lunes 18 volvieron todos los gremios al trabajo. Los comités de huelga se mantuvieron activos
durante los casi dos meses de negociaciones, después del término del conflicto[211].

Aunque derivó en asonada popular y en baño de sangre represivo, este movimiento tuvo todas las
características de una huelga obrera bien organizada y conducida. Los comités de huelga y en el seno de
ellos algunos militantes anarquistas, encabezados por el carismático Magno Espinoza, dieron dirección a la
lucha. Las acciones violentas de las masas fueron casi siempre espontáneas y motivadas por el hambre y el
resentimiento social, pero en algunos casos estuvieron orientadas por los ácratas hacia determinados
blancos -como ciertas compañías navieras- particularmente hostiles a las reivindicaciones proletarias. La
violencia popular fue canalizada hacia el logro de un objetivo y la causa de los gremios marítimos logró
generar el respaldo de todo el pueblo pobre de la ciudad.

No se trataba de un simple motín sino de una expresión del movimiento obrero organizado con capacidad de
convocatoria sobre el conjunto de los desheredados. Los desbordes de violencia social no provocaron una
fractura considerable al interior del mundo popular. Más aún, el sentimiento de solidaridad prevaleció por
sobre las críticas o aclaraciones que formularon los grupos organizados de trabajadores herederos de las
prácticas y concepciones del movimiento popular decimonónico. Cincuenta y cuatro sociedades obreras de
la capital manifestaron que si bien comprendían y apreciaban la acción del gobierno para mantener el orden
público y que reprobaban los ataques a las personas y las propiedades, estimaban que las autoridades de
Valparaíso habían 'exasperado con su conducta a gremios que habían dado muestras especiales de
moderación y de respeto al orden y a la autoridad'[212].

Dos años más tarde, durante la 'huelga de la carne', transformada en 'semana roja' de Santiago, la violencia
popular tuvo un carácter más espontáneo, sorprendiendo a los ácratas que se sumaron a la movilización
cuando ésta había cobrado un vuelo que nadie había previsto[213].
Los anarquistas propugnaban la introducción de una dosis de violencia en las movilizaciones sociales, pero a
diferencia de las antiguas explosiones de ira peonal, ésta era una violencia de carácter político, planificada,
dirigida contra objetivos altamente simbólicos, teorizada y explicada para cumplir una función pedagógica
de masas. Los blancos eran diversos: la policía, los rompe-huelgas y apatronados, los patrones y sus
representantes o algún jefe particularmente despótico. La presión física sobre ellos podía ejercerse durante
o después del desarrollo de las huelgas, pero en toda circunstancia los grupos libertarios actuaban como una
vanguardia que acompañaba a la masa y le señalaba un camino que sobrepasaba lo puramente reivindicativo
y gremial[214]. La politización del mundo popular que era impulsada por el sector 'reglamentario' del
Partido Democrático y otras fuerzas, principalmente a través de la actividad electoral y el ejercicio del
derecho de petición, encontraba su contrapunto en la agitación social y construcción de discurso
revolucionario en el seno de los movimientos reivindicativos desarrollados por los ácratas y ciertas
corrientes como los demócratas de tendencia socialista. En el caso de los anarcos el rol de la violencia era
un elemento consustancial al sesgo que trataban de introducir en las luchas populares. Sacando lecciones de
la dura represión ejercida por las fuerzas del orden público contra los huelguistas de la Tracción Eléctrica en
1902, La Ajitación decía:

'Lo que ha enseñado al pueblo la actitud de la policía es que a los mitines se debe asistir como se asiste a un
campo de batalla. Con actos de salvajismo semejantes se hacen muchas víctimas, sin duda, pero también se
puede hacer un victimario. No hay que olvidar que la violencia engendra violencia, y que si es temible la de
las bestias al servicio del gobierno y de los capitalistas, también es temible la de un pueblo
desesperado'[215].

Esta línea de acción se veía reflejada en la prédica callejera realizada por los militantes libertarios durante
las movilizaciones populares. Según un informe de la Policía de Santiago fechado el 2 de mayo de 1905:

'El domingo 30 de abril se reunió un meeting en el monumento de San Martín, en la Alameda, un número de
300, más o menos, congregados allí por una proclama en que se invitaba al pueblo a protestar contra la
conducta de la policía en los sucesos del viernes 21.

Los discursos de ese meeting pronunciados por individuos que se decían anarquistas fueron francamente
subversivos en general contra el orden público, las instituciones del país y especialmente contra el
Presidente de la República, el Ejército y la Policía. Los oradores Luis A. Pardo y Michel Lombartochi se
concretaron más especialmente a proponer soeces injurias y amenazas personales contra algunos jefes de
policía y el infraescrito. Después de repartirse la proclama que acompaño en que se invita a la huelga
general de obreros para ayer y a reunirse de nuevo en el mismo sitio, los manifestantes se dirigieron en
demostración de simpatías y de allí a la Plaza de Armas donde se constituyeron de nuevo en meeting, donde
uno pronunció un discurso grosero que indignó a las personas cultas que había en el paseo, por lo cual estuvo
a punto de producirse un sangriento choque que se evitó con la conciliadora y prudente intervención del
infraescrito y de la Policía que consiguió hacer retirarse a los anarquistas que se alejaron con amenazas de
castigar al día siguiente a los burgueses.

Ayer se reunieron nuevamente en meeting en el mismo sitio y en mayor número que el día de antes,
pronunciándose numerosos discursos incendiarios en que se proclamaron las doctrinas anarquistas más
avanzadas, incitándose al pueblo a cambiar con las armas la forma de Gobierno y hacer el reparto de los
bienes, y dar de pedradas y balazos a las autoridades pero especialmente al Prefecto de Policía y otros
Jefes[216].
Estas manifestaciones tenían un fuerte componente político y, por ende, no sirven mucho para caracterizar
a los movimientos reivindicativos, pero su vinculación con la celebración del 1º de mayo y los llamamientos
anarquistas a la huelga general nos permiten aproximarnos a la relación existente entre las huelgas y la
acción de grupos que actuaban políticamente al interior del movimiento obrero:

'El pretexto del meeting de ayer -decía el mismo informe de policía- fue ser el 1º de Mayo la fecha escogida
por los socialistas de todo el mundo para celebrar la fiesta del trabajo; los concurrentes y oradores
pretendieron de representantes de los gremios obreros de Santiago, a quienes habían incitado a la huelga
para ese día en la proclama [...], distribuida el día anterior. Pudo, sin embargo, la Prefectura establecer
que todo el elemento obrero de la capital acudió sin excepción a sus faenas en forma acostumbrada, y que
todos los talleres, fábricas y centros de trabajo funcionaron como de ordinario.

Por consiguiente el meeting no fue de los obreros propiamente tales sino de desocupados; y los oradores,
que son todos individuos conocidos de la Policía, no son otra cosa que agitadores de profesión dedicados a
aprovechar toda circunstancia propicia para predicar el desorden e incitar a los que oyen a toda suerte de
desmanes, como efectivamente lo hicieron esta vez[217]'.

A pesar del discurso de la violencia de algunos sectores como los anarquistas, la característica dominante en
la inmensa mayoría de los movimientos populares estaba, según las evidencias recogidas en esta
investigación, más cerca de la siguiente descripción, aparecida ese mismo mes en la prensa:

'Han llegado telegramas al Ministerio del Interior de las autoridades administrativas de Valdivia, Tarapacá y
Antofagasta, dando cuenta detallada del giro que han tomado en este último tiempo los movimientos
huelguísticos. En Valparaíso se ha verificado recientemente un `meeting', en el cual se pronunciaron
discursos que llamaron la atención por el carácter conciliador y respetuoso que los oradores les supieron
imprimir. Igual cosa ha sucedido en Antofagasta, donde formularon en público algunos reclamos,
desprovistos de toda forma violenta.

En Iquique la huelga de estibadores, según el telegrama oficial, continúa pacífica, y lejos de incrementarse
el número de huelguistas, disminuye paulatinamente.

El aumento de salario que reclaman estos trabajadores es justificado y se cree en un próximo avenimiento
con los contratistas.

Muchos de los obreros han manifestado sus deseos de volver a sus respectivas faenas, pero se han
encontrado con la oposición sistemática de la mayoría'[218].

Al año siguiente la conmemoración del 1º de mayo tuvo un eco más poderoso en la capital, produciéndose
paros en algunas panaderías y pequeñas fábricas. Al mediodía se juntaron en la Alameda una serie de
gremios y sociedades obreras que no asistieron a sus faenas. Conforme a lo informado por la policía, unos
dos mil obreros marcharon en seguida hasta el barrio de Providencia, donde celebraron pacíficamente una
asamblea. De vuelta al centro de la ciudad escucharon los discursos de varios oradores y, finalmente, los
gremios de panaderos participaron en una reunión organizada en una quinta del barrio Mapocho. De acuerdo
a la versión policíaca, aunque 'algunos de los discursos fueron algo subversivos los oyentes no los acogieron
en el sentido de llevar la manifestación al terreno de la violencia'[219].
En 1907 la recordación del Día de los Trabajadores alcanzó el punto más alto durante toda la década.
Convocados por la flamante Mancomunal, en la capital se produjo una virtual huelga general, formándose un
gigantesco desfile de más de 30.000 personas y la participación ordenada de 35 sociedades de
resistencia[220]. En Valparaíso, la Confederación Mancomunal y las ligas de resistencia realizaron un paro
general y un desfile multitudinario. En Iquique paralizaron todos los obreros; en Taltal y Coquimbo se detuvo
la actividad portuaria, mientras en numerosas ciudades se efectuaron meetings y desfiles, sin que se
registraran desmanes[221].

El empleo de la fuerza por parte de los obreros devenía progresivamente un hecho excepcional. Aunque a
veces -como en julio de 1906, durante la huelga minera de Catemu- la presión física sobre los patrones o
administradores ejercida por trabajadores que disponían de armamento (explosivos en este caso) podía ser
amenazante, rara vez se transformaba en violencia desatada[222]. Invariablemente la violencia más
extrema la desencadenaban las fuerzas del Orden y los militares contra los huelguistas. Así aconteció
durante la huelga de los mineros de la región del carbón en 1903[223], en la huelga portuaria de Valparaíso
del mismo año[224] y, de manera aún más clara, en los trágicos desenlaces de la huelga general de
Antofagasta en febrero de 1906[225] y de la 'huelga grande' de Tarapacá en en diciembre de 1907[226]. Y en
ocasiones -durante el conflicto portuario de 1903, la 'semana roja' santiaguina en 1905 o la huelga
antofagastina de 1906-, se sumaban a la acción represiva guardias blancas patronales causando gran
cantidad de víctimas entre los manifestantes.

Las presiones y el uso de la fuerza por los huelguistas sobre los no huelguistas y las propiedades, así como la
intimidación y el ejercicio de la violencia por parte de la policía y el ejército para proteger los intereses
patronales, fueron temas que estuvieron presentes en la discusión periodística y parlamentaria desde los
primeros años del nuevo siglo. En 1903 tuvo lugar un nutrido debate parlamentario sobre estas cuestiones. El
gobierno y las corrientes políticas tradicionales denunciaron la violencia utilizada por los trabajadores que
promovían huelgas y manifestaciones de protesta. Interrogado a comienzos de enero sobre el envío de
tropas a Tarapacá en momentos en que se desarrollaban varias huelgas, el Ministro del Interior, señor
Fernández Albano, señaló que la política del gobierno consistía en:

'[...] salvaguardiar [sic] los derechos de todos, reprimiendo el posible intento de algunos de los operarios de
impedir a sus compañeros que continuasen en las faenas', y que 'el único propósito a que obedece la tropa
distribuida en la zona salitrera es mantener el orden y amparar la libertad de trabajo de los que continúan o
deseen continuar prestando sus servicios'[227].

El líder demócrata Malaquías Concha, autor de la interpelación al Ministro, denunció el frecuente envío de
tropas a los lugares donde se producían huelgas como una manera de amedrentar a los trabajadores y
apoyar a los patrones:

'En una ocasión anterior manifesté ante la Cámara los graves inconvenientes que presenta y la incorrección
que importa el envío de fuerza pública a los lugares en que se declara alguna huelga, para compeler a los
operarios a someterse a las imposiciones de sus patrones. Siempre que se envía fuerza a los lugares en que
hay huelgas, se dice que es con el objeto de resguardar el orden, pero en el hecho se ve que es con el
objeto de intimidar a los huelguistas.

[...] ahora que se habla de la posibilidad de una nueva huelga, ha sucedido que el Intendente de la provincia
se ha dirigido directamente al jefe de Estado Mayor solicitando el envío de fuerza pública, sin pedir
autorización previa a su superior jerárquico, que es el señor Ministro del Interior'[228].
Las posiciones eran diametralmente opuestas. Si bien los parlamentarios demócratas declaraban condenar
las presiones violentas de los huelguistas, su acento estaba puesto en los derechos de petición y huelga y en
la legitimidad de las demandas obreras. Los representantes de los partidos tradicionales priorizaban, en
cambio, la mantención del orden. El Ministro del Interior estimaba que las huelgas producían dos clases de
inconvenientes graves:

'En primer lugar, la presión que tratan de ejercer aquellos que inician las huelgas para obligar a que dejen
sus tareas aquellos obreros que desean continuarlas en las condiciones establecidas.

[...] En segundo lugar, las huelgas son causa de perturbaciones y desórdenes públicos, trayendo una
amenaza contra los intereses y las personas[229].

Por ambos motivos era deber de las autoridades intervenir para amparar la libertad de trabajo y reprimir las
conductas constitutivas de delito, y en consecuencia, el envío de tropas y la acción represiva eran, según el
Ministro, perfectamente normales.

Los trágicos sucesos de Coronel acaecidos a las pocas semanas, reavivaron la polémica. Malaquías Concha
junto con condenar la acción represiva de las tropas, recordó que ya había denunciado los peligros que
había en mandar fuerzas militares a vigilar las huelgas, rechazando los argumentos oficiales puesto que los
hechos demostraban que:

'[...] en todas partes la presencia de la fuerza pública en los lugares donde se ha producido una huelga, es
más perjudicial que útil, porque por regla general los encargados de mandar la tropa armada, son miembros
del Ejército, acostumbrados a hacerse obedecer y que carecen de la prudencia necesaria para reducir por
las vías pacíficas a los huelguistas, que en algo pudieran faltar a las conveniencias o al orden público.

En la mayoría de los casos estos jefes cortan por lo sano, haciendo fuego sobre el pueblo o
atropellándolo'[230].

Otras huelgas que se produjeron el mismo año en Valparaíso, Iquique, Taltal y Chañaral, ampliaron la
discusión. Los congresales demócratas cuestionaban el uso de la fuerza contra los trabajadores y ciertas
medidas de retorsión empleadas por patrones y autoridades que constituían, a su juicio, atropellos a los
derechos de las personas. La huelga iniciada el 23 de octubre de 1903 por los 400 operarios de la oficina
salitrera Ballena en Taltal, generó un prolongado debate parlamentario, durante el cual el diputado
demócrata Angel Guarello acusó a las autoridades locales de incurrir en abusos contra los trabajadores:

'[...] el Gobernador afirma que los operarios despedidos de la oficina y que bajaron al pueblo, pero silencia
el hecho de que bajaron custodiados por fuerza de marinería y fueron arrojados a calabozos en donde se les
amontonó, para remitirlos después a Valparaíso a cargo de tres soldados de la policía de Taltal,
entregándoseles al término del viaje un peso a cada uno'[231].

Las mismas tesis volvían a enfrentarse reiteradamente. Para los representantes del gobierno y de la
generalidad de los partidos tradicionales, se trataba de impedir males mayores derivados de la acción
violenta de los huelguistas. A fines de noviembre de 1903, un nuevo Ministro del Interior, el Sr. Besa,
sostenía en la Cámara de Diputados que durante la reciente huelga ocurrida en Chañaral se habían cometido
delitos comunes como atropello a las propiedades y corte de la línea telegráfica y que algunas personas
habían tratado de destruir el ferrocarril y de penetrar en la maestranza a viva fuerza; cuestión de máxima
gravedad ya que la suspensión del tráfico ferroviario en aquella maestranza habría podido significar la
muerte de muchas personas empleadas en las faenas en el interior que hubieran quedado enteramente
desprovistas de agua'[232].

Los demócratas, reflejando la posición de las organizaciones obreras, expresaron a través de su líder
Malaquías Concha, una visión muy distinta acerca del origen de la violencia en los conflictos sociales:

'La huelga de Valparaíso, por ejemplo, comenzó de una manera pacífica, y su estallido se debió a la acción
intempestiva e indebida de la policía, exclusivamente.

Los meetings obreros de Lota y de Coronel han sido ahogados en sangre, por la fuerza pública.

En Iquique, en el Alto de San Antonio, debía haberse celebrado un meeting hace dos semanas, y la reunión
fue perturbada por la policía siendo apresados sus promotores, sin haber motivo para ello.

Faltan noticias completas sobre lo ocurrido en la oficina salitrera Ballena de Taltal; pero se sabe que fondeó
la `O'Higgins', bajó a tierra fuerza armada y fueron apresados y deportados veintiocho operarios, a quienes
el Gobierno ha tenido que dar pasajes para restituirlos a sus hogares.

No tengo noticias exactas de lo que ha pasado en Lebu, he recibido sólo un telegrama. De todos modos,
aparece que ahí se han cometido nuevos atropellos'[233].

CONCLUSIÓN

La transición laboral en Chile se vio reflejada claramente entre el cambio de siglo y la víspera del
Centenario en la evolución de los patrones de conducta colectiva de vastos segmentos del mundo popular.
Durante este período las aspiraciones y reivindicaciones de los trabajadores tendieron crecientemente a
expresarse a través de los petitorios y las huelgas, métodos característicos del movimiento obrero. La
violencia popular se convertía progresivamente en un elemento secundario de las movilizaciones proletarias,
jugando un circunstancial rol de apoyo para vencer ciertas resistencias patronales o de grupos de
trabajadores más timoratos y reticentes a la acción reivindicativa. Haciendo una revisión de las dramáticas
experiencias vividas desde la 'huelga de los tranvías' de 1888 hasta la matanza de la Escuela Santa María de
Iquique a fines de 1907, Recabarren diría que esos:

'y otros cien actos enérgicos y violentos en que han actuado los proletarios chilenos [...] no dejan tras de sí
sino charcos de sangre, tumbas prematuras abiertas, huérfanos, viudas, mayores desgracias y un espíritu
espantado, idiotizado, adormecido por largo tiempo.

'La violencia empleada como respuesta a los ataques de la tropa no ha señalado jamás una victoria obrera.
Ni una sola conquista, en las luchas económicas ha seguido a las irrupciones populares. Al contrario, los
capitalistas aprovechando ese anonadamiento que sigue a sucesos luctuosos se han aprovechado cínicamente
para salir airosos y vencedores en las explotaciones vergonzosas del trabajo de los obreros'[234].

Y cerrando el balance afirmaría la línea de acción que haría suya la mayoría del movimiento obrero en los
años posteriores:
'Hasta hoy los obreros no han podido seguir un camino más seguro. Son en su mayor parte ignorantes, sin
orientaciones científicas sobre la lucha de clases, sin métodos, sin una organización siquiera regular, son
muy pocos realmente inteligentes y con una prensa aunque numerosa, pero falta de rumbos precisos en esta
clase de luchas.

Así se explica que sólo han pensado en la violencia, y cuyo método ensayado ya en repetidas ocasiones y
estrellado contra las bayonetas y los cañones, debe señalar un cambio de táctica más inteligente, menos
violenta, más eficaz, menos bulliciosa: la organización poderosa y perfecta del proletariado en el terreno
económico, político y cooperativo para sustituir inteligentemente por estos tres caminos la actual sociedad.

Lo demás sería abatir las energías obreras'[235].

En los primeros años del nuevo siglo, las huelgas y las peticiones presentadas formalmente a los
representantes empresariales y a las autoridades, desplazaron con relativa rapidez a los motines inorgánicos
de antaño. Los peones, cada vez más proletarizados y sedentarizados, terminaron adoptando los métodos
del movimiento obrero organizado cuando asumieron subjetivamente su nueva condición, aceptaron que el
retorno a sus raíces campesinas era una utopía sin destino y comprendieron que la organización, los
petitorios, las huelgas, las presiones planificadas y las negociaciones eran más eficaces que los estallidos de
ira para arrancar concesiones a los patrones. Si bien estas prácticas no eran nuevas en el mundo popular
puesto que formaban parte del acervo de gremios como los portuarios, tipógrafos, sastres, cigarreros y
panificadores, su adopción por el peonaje en tránsito al proletariado constituía una novedad a la vez que un
signo de los cambios que se estaban produciendo. De este modo, la tradición negociadora de ciertos núcleos
de obreros y artesanos urbanos se perpetuaba en el nuevo proletariado minero e industrial.

A medida que se consolidaban las relaciones capitalistas de producción, la violencia de 'los de abajo'
comenzó a ser suplantada por estos nuevos métodos. Los motines, y sobre todo las asonadas populares
urbanas, no desaparecieron completamente, pero se fueron convirtiendo en hechos esporádicos, explosiones
o 'reventones'[236] cíclicos que jalonaban la vida nacional, surgiendo en su reemplazo la huelga como la
forma de lucha preferida por los trabajadores.

Las organizaciones sociales, principalmente las de tipo sindical (mancomunales, sociedades de resistencia y
otras), alentaron este cambio conductual, de la misma forma que ciertas agrupaciones políticas presentes
en el mundo popular, como el Partido Democrático y las tendencias socialistas que actuaban en sus
márgenes o en su propio seno. Las 'acciones directas' propiciadas por los anarquistas también se inscribían
en la lógica del movimiento obrero moderno ya que la propaganda, la prensa, la ilustración, la gestación de
una 'nueva moral' y la huelga reivindicativa en la perspectiva de la huelga general revolucionaria, eran sus
métodos predilectos. La violencia de los ácratas era casi siempre más discursiva que efectiva, y cuando se
concretaba tenía el sello de una pedagogía destinada a preparar a las masas para la revolución. Aunque en
sus manifestaciones externas algunas 'acciones directas' propiciadas por los militantes libertarios podían
parecerse a la violencia de los motines peonales de otra época, se trataba en realidad, de fenómenos
cualitativamente diferentes entre los que mediaba el paso de lo pre-político a lo político. Los métodos del
anarquismo, incluso los más radicales, eran parte de la cultura ilustrada de la modernidad, a semejanza de
los métodos y concepciones de las demás tendencias que actuaban en el seno del movimiento obrero y
popular.
Por esto puede afirmarse con cierta seguridad que, desde su particular óptica, el populismo y las nuevas
ideologías de redención social -socialismo y anarquismo- contribuyeron a la morigeración de las pasiones
populares, conduciendo a los trabajadores por la senda de la ilustración y el clasismo organizado.

Otros factores coadyudaron a la evolución de sus conductas. Entre ellos debe destacarse la mayor presencia
de fuerzas armadas y policiales, jueces y otros representantes del Estado en las regiones mineras, que
tendió a cohibir los ímpetus más violentos y espontaneístas. El ciclo de sangrientas represiones anti-
proletarias que se inició en 1903 en la zona del carbón y en Valparaíso provocó un profundo impacto que
quedó reflejado en la prensa obrera, en la poesía y en el canto popular. Si bien estas matanzas pudieron
alimentar el surgimiento de tendencias 'sacrificiales' en el movimiento obrero [237], no es menos cierto que
también tuvieron un poderoso efecto inhibidor sobre los comportamientos más violentos y agresivos de los
trabajadores que aún transitaban por la vía de su plena proletarización.

Asimismo, debe reconocerse un cierto éxito de las políticas implementadas por los empresarios,
especialmente en la minería, para 'civilizar', disciplinar y atemperar las actitudes peonales. La preocupación
por introducir 'diversiones sanas' (juegos propiciados por las compañías, circos, celebraciones de ciertos
aniversarios, deportes, etc.), más acordes con las conductas que desde el punto de vista patronal eran las
que debían estimularse en la masa obrera, produjo resultados que, en la zona del carbón, por ejemplo, eran
fácilmente perceptibles hacia la época del cambio de siglo. La violencia social disminuyó y los
enfrentamientos de clase tendieron a darse de manera más ordenada y pacífica en una proporción casi
siempre acorde con el surgimiento de una identidad y conciencia de clase más nítida entre los
trabajadores[238].

Al comienzo de este estudio nos preguntábamos si la emergente clase obrera rescató de las rebeldías
primitivas del peonaje decimonónico algunos comportamientos en la lucha social. Aunque en el estado
actual de nuestros conocimientos sobre el tema resulta imposible dar una respuesta segura, todo parece
indicar que a medida que el movimiento obrero se iba constituyendo y extendiendo, dichas conductas iban
siendo superadas o sobrevivían como rémoras del pasado sin constituir aportes importantes en la lucha
social.

Tal vez la única contribución peonal significativa al emergente movimiento obrero era el espíritu de rebeldía
de su historia plurisecular[239], pero desde el punto de vista de la investigación histórica, éste es un
elemento difícil de probar. El peonaje iba desapareciendo en el proletariado y con ello culminaba su derrota
histórica. Después de haber sido sedentarizados y adscritos a la economía moderna, el último acto de la
proletarización fue la adopción por parte de los antiguos peones de los métodos e ideologías de redención
social del moderno movimiento obrero. Ello significaba la toma de conciencia del carácter definitivo, o en
todo caso, de la muy larga duración de su nueva condición. Ya no había un lugar trascendente para la huída
o la resistencia colateral fuera de la esfera productiva o reivindicativa organizada. El nomadismo, el
bandidismo, los desacatos individuales o colectivos sin organización, el escapismo expresado en la
'sociabilidad bandolera, de chingana, burdel, garito, bodegón o chiribitil' iban lenta, pero inexorablemente
siendo reducidos a la impotencia[240].

En su relevo surgían la huelga y la protesta organizada, los sindicatos y partidos obreros, las ideologías y
organizaciones sociales de diverso tipo que encarnaban los ideales de la emancipación[241].

A medida que los antiguos peones convertidos en obreros asalariados y sedentarizados entendían y asumían
la nueva realidad, iban mutando su identidad peonal en identidad proletaria, y en este proceso las doctrinas
y corrientes que proclamaban el ideario de la 'emancipación de los trabajadores', eran el elemento que
cerraba el círculo de hierro de la proletarización... a la espera de poder romperlo en una perspectiva de
futuro y no de añoranza pretérita[242]. La resistencia contra los efectos perversos de la modernidad se haría
desde su interior y con los elementos materiales, culturales, ideológicos y políticos que ella ofrecía, no
refugiándose en el pasado premoderno que estaba terminando de ser destruído por el desarrollo del
capitalismo.

Se debe constatar, entonces, que el naciente movimiento obrero era más bien el heredero crítico y
rupturista de las prácticas de la corriente liberal popular del siglo XIX y de su proyecto de 'regeneración del
pueblo', ideario radicalizado, endurecido y transformado en proyecto de 'emancipación de los trabajadores'
por la acción conjunta de las ideologías clasistas de redención social, la intransigencia patronal y la
represión estatal[243].

De este modo, en abierto contraste con los rudos comportamientos colectivos que prevalecieron hasta los
primeros años del siglo y con la violencia como realidad omnipresente en la vida cotidiana de los sujetos
populares, cuando se produjo la 'huelga grande' de Tarapacá en diciembre de 1907, el movimiento obrero en
esa provincia exhibía niveles notables de organización, autodisciplina y encuadramiento por parte de sus
dirigentes. La estadía de los temidos pampinos en Iquique sólo fue empañada por el baño de sangre que, sin
mediar provocación de los trabajadores, perpetraron las autoridades civiles y las fuerzas militares que
asaltaron la Escuela Santa María. Las iras peonales expresadas en motines intermitentes e inorgánicos iban
quedando atrás.

Según lo revelado en esta investigación, el punto de quiebre en el paso de los motines peonales a las huelgas
del movimiento obrero organizado se sitúa entre 1902 y 1905. En todo caso, poco antes o poco después,
hacia 1907 la transición en las formas de lucha había concluido en lo fundamental. Las nuevas concepciones
y métodos habían sido adoptados por la mayoría de los trabajadores de los centros urbanos y mineros.
Aunque las huelgas y demás movilizaciones populares entraron en un reflujo muy pronunciado luego de la
masacre de la Escuela Santa María de Iquique, la senda ya había sido trazada y el movimiento obrero no
volvería a abandonarla durante los períodos de desarrollo 'pacífico' de la lucha social.

* Este artículo ha sido elaborado sobre la base de información recopilada para el Proyecto FONDECYT
Nº1980725, financiado por la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT). Se
agradece la colaboración de Jacqueline Oses Gómez y Carola Agliati y las observaciones formuladas al texto
original por Jorge Rojas Flores y Alberto Harambour Ross.

** Dr. en Historia, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, investigador del Centro de
Investigaciones Diego Barros Arana, profesor de la Universidad de Chile.

[1] Una caracterización del régimen parlamentario en Gabriel Salazar, Violencia política popular en las
'grandes Alamedas'. Santiago de Chile 1947-1987 (Una perspectiva histórico-popular) (Santiago, Ediciones
SUR, 1990), págs. 76-81. Cf. Julio Heise González, El período parlamentario 1861-1925, tomo II, 'Democracia
y gobierno representativo en el período parlamentario' (Santiago, Instituto de Chile, Editorial Universitaria,
1982).

[2] Sobre la 'cuestión social', ver: James O. Morris, Las élites, los intelectuales y el consenso. Estudio de la
cuestión social y el sistema de relaciones industriales en Chile (Santiago, Editorial del Pacífico, 1967);
Gonzalo Vial Correa, Historia de Chile (1891-1973) (Santiago, Editorial Santillana del Pacífico, 1981-1986),
vol. I, tomo II, págs. 495-551 y 745-782; Ximena Cruzat y Ana Tironi, 'El pensamiento frente a la cuestión
social en Chile', en Mario Berríos et al., El pensamiento en Chile 1830-1910 (Santiago, Nuestra América
Ediciones, 1987), págs.127-151; Sergio Grez Toso (recopilación y estudio crítico), La 'cuestión social' en
Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902) (Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos
y Museos, 1ª edición 1995, 1ª reimpresión 1997).

[3] Los conceptos 'rebeldías primitivas' y 'luchas prepolíticas' utilizados en este artículo han sido tomados de
Eric J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales de los
siglos XIX y XX (Barcelona, Ariel, 1983). También nos hemos apoyado en las ideas planteadas por George
Rudé en su obra La multitud en la historia. Estudio de los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-
1848 (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 1971).

[4] Los artículos de Julio Pinto Vallejos sobre estos temas han sido reunidos en el libro Trabajos y rebeldías
en la pampa salitrera, El ciclo del salitre y la reconfiguración de las identidades populares (1850-1900)
(Santiago, Editorial de la Universidad de Santiago de Chile, 1998). El principal estudio de Sergio González
Miranda es Hombres y mujeres de la pampa. Tarapacá en el Ciclo del Salitre (Iquique, Taller de Estudios
Regionales, Ediciones Especiales Camanchaca, Nº2, enero de 1991). De Eduardo Devés Valdés, además de
Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre: Escuela Santa María de Iquique (Santiago,
Ediciones Documentas, 1989), 1ª edición, debe citarse, La visión del mundo del movimiento mancomunal en
el norte salitrero: 1901-1907 (Santiago, Beca de investigación CLACSO, 1981).

[5] Sergio Grez Toso, De la 'regeneración del pueblo' a la huelga general. Génesis y evolución histórica del
movimiento popular en Chile (1810-1890) (Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y
Museos, 1998).

[6] Sobre la huelga general de 1890, véase Grez, De la 'regeneración del pueblo'..., op. cit., págs. 705-750;
Julio Pinto Vallejos, '1890: un año de crisis en la sociedad del salitre', en Cuadernos de Historia, Nº2,
Santiago, 1982, págs. 77-81; Hernán Ramírez Necochea, Historia del movimiento obrero en Chile.
Antecedentes. Siglo XIX, 1ª ed.: 1956; 2ª ed.: (Concepción, Ediciones LAR, 1986), págs. 293-312; Mario
Zolezzi Velásquez, 'La gran huelga de julio de 1890 en Tarapacá', en Camanchaca, Nº7, Iquique, invierno-
primavera 1988, págs. 8-10.

[7] Archivo Nacional, Fondo Intendencia de Concepción (en adelante AN, FIC), vol. 808 (Telegramas de Lota,
Coronel, Chillán, Talca, Hualqui), telegrama del 30 de agosto de 1891, de Coronel a Concepción, s.f.

8 AN, FIC, vol. 829 Copiador de telegramas (desde agosto 29 de 1891 hasta abril 27 de 1892), telegrama del
2 de septiembre de 1891, f. 8, telegrama del 15 de septiembre de 1891, f. 32 y telegrama del 19 de
septiembre de 1891, f. 37.

[9] AN, FIC, vol. 808, telegramas de Arauco a Concepción, 6 de septiembre de 1891, s.f.

[10] Archivo Nacional, Fondo Ministerio del Interior (en adelante AN, FMI), vol. 1679 (Comunicaciones con
varias autoridades 1891), Dirección General de los Ferrocarriles del Estado - Chile, Nº1982, oficio al señor
Ministro de Estado don Joaquín Walker M., Santiago, septiembre 1º de 1891, s.f.

[11] Joaquín Rodríguez Bravo, Balmaceda y el conflicto entre el Congreso y el Ejecutivo (Santiago, Imprenta
Cervantes, 1925), tomo II, pág. 318.
[12] AN, FMI, vol. 1680 (Comunicaciones con varias autoridades 1891), oficio de Julio Huidobro Arlegui al
Ministro del Interior, adjunto a nota de Carlos Lara al Ministro, Santiago, octubre 12 de 1891, Nº13, s.f.

[13] Archivo Nacional, Fondo Intendencia de Santiago (en adelante AN, FIS), vol. 98 (septiembre de 1891),
oficio de Nicanor Opazo Silva al Intendente de la provincia, sin fecha y s.f.

[14] AN, FIS, vol. 98 (septiembre de 1891), oficio de H. Solano Vásquez S. al Intendente de la provincia,
Santiago, 9 de septiembre de 1891, s.f.

[15] AN, FIS, vol. 98 (septiembre de 1891), oficio de J. Sotomayor al Intendente de la provincia, Santiago, 5
de septiembre de 1891. Documento s.n. y s.f.

[16] AN, FIS, vol. 98 (septiembre de 1891), oficio del subteniente Vicente Palacios B. al Comandante General
de Armas, Santiago, 14 de septiembre de 1891, s.f.

[17] AN, FIS, vol. 100 (noviembre de 1891), oficio de Antonio Maffet al Intendente de Santiago, Santiago, 6
de noviembre de 1891, s.f.

[18] Sobre la masacre de Huara o de la oficina 'Ramírez', ver Julio Pinto Vallejos, 'El balmacedismo como
mito popular: Los trabajadores de Tarapacá y la Guerra Civil de 1891', en Luis Ortega (editor), La guerra
civil de 1891. Cien años hoy (Santiago, Universidad de Santiago de Chile, Departamento de Historia, 1993),
págs. 115-119.

[19] Julio Pinto Vallejos, 'En el camino de la Mancomunal: organizaciones obreras en la provincia de
Tarapacá, 1880-1895', en Cuadernos de Historia, N°14, Santiago, diciembre de 1994, pág. 117.

[20] Op. cit., págs. 117-118.

[21] AN, FMI, vol. 1679 (Comunicaciones con varias autoridades 1891), Carta de los industriales salitreros al
Intendente de Tarapacá, Iquique, 26 de octubre de 1891, anexa al oficio del Intendente al Ministro del
Interior, Iquique, 28 de octubre de 1891, s.f.

[22] AN, FMI, vol. 1682 (Comunicaciones con varias autoridades 1891-1892), Oficio del Gobernador de
Tocopilla, Nº132, Tocopilla, mayo 13 de 1892, s.f.

[23] Sobre la situación los trabajadores reclutados para servir de mano de obra en las explotaciones
salitreras, véase: González Miranda, Hombres y mujeres..., op. cit., pags. 86-97; Sénen I. Durán Gutierrez,
'El drama de los enganchados del salitre', en Juan Vásquez T. (compilador), Tarapacá: una aventura en el
tiempo, Selecciones de Revista Camanchaca, N°12-13, Iquique, 1990, págs. 11-18.

[24] Poco antes, el 9 de marzo de 1892, se produjo una 'sublevación' de trabajadores en las oficinas
salitreras antofagastinas 'Lautaro' y 'Catalina'. Las escuetas informaciones de las autoridades no permiten
conocer las características del conflicto. Sólo se sabe que el conato fue rápidamente reprimido, siendo
apresados sus cabecillas. AN, FMI, vol. 1748 (Documentación relativa a varias autoridades), Oficio del
Intendente de Antofagasta L. M. Walker al Ministro del Interior, Nº 41, Antofagasta, marzo 9 de 1892, s.f.;
Oficio del Intendente de Atacama M. Pávez al Ministro del Interior, Nº561, Copiapó, marzo 10 de 1892, s.f.
[25] Julio Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías..., op. cit., capítulo 'Rebeldes Pampinos: los rostros de la
violencia popular en las oficinas salitreras (1870-1900)', págs. 142 y 143.

[26] Op. cit., pág. 144.

[27] Op. cit., págs. 145-147.

[28] Op. cit., págs. 144 y 145.

[29] Op. cit., págs. 148 y 149.

[30] AN, FMI, vol. 1682, op. cit., Parte del Comandante de Policía reproducido en Oficio del Intendente al
Ministro del Interior, Nº191, Valdivia, mayo 19 de 1892, s.f.; AN, FMI, vol. 1686 (Libro copiador de
comunicaciones relativas a Municipalidades 1891-1892), Oficio del Ministro del Interior R. Barros Luco, Nº
813, 21 de octubre (1892), fjs. 373 y 374.

[31] Algunas referencias a los movimientos de estos trabajadores antes de 1891 en Grez, De la 'regeneración
del pueblo'..., op. cit., págs. 582 y 583.

[32] Archivo Nacional, Fondo Intendencia de Atacama (en adelante AN, FIA), vol. 718, Comunicaciones al
Intendente desde Freirina i Copiapó, nota de Ricardo Gaymer al Intendente, Freirina, enero 23 de 1892, s.f.

[33] AN, FMI, vol. 1686, copia de telegrama del Intendente de Aconcagua, mayo 3 (1892), Nº317, f. 241.

[34] AN, FIA, vol. 719, Comunicaciones a la Intendencia Caldera 1892, oficio de Manuel Elgueta al
Intendente de la Subdelegación de Caldera, Caldera, abril 7 de 1892, documento Nº160, s.f.

[35] AN, FIA, vol. 719, Comunicaciones a la Intendencia Caldera 1892, oficio del subdelegado de Ramadilla
Guillermo Atkinson al Intendente de Atacama, Ramadilla, junio 6 de 1892, s.f.

[36]AN, FIA, vol. 740, Chañaral 2º semestre 1897, telegrama del Gobernador de Chañaral Manuel M. Achurra
al Intendente, Chañaral, 2 de octubre de 1897, s.f.

[37]AN, FIA, vol. 740, Chañaral 2º semestre 1897, telegrama del Gobernador de Chañaral Manuel M. Achurra
al Intendente, Chañaral, 5 de octubre de 1897, s.f.

[38] AN, FIA, vol. 740, Chañaral 2º semestre 1897, oficio del Gobernador de Chaañaral Manuel M. Achurra al
Intendente, 12 de octubre de 1897, documento Nº401, s.f.

[39] AN, FIS, vol. 139 (junio de 1895), documento Nº249, oficio de Víctor Gómez Martínez al Intendente de
la Provincia de Santiago, San Bernardo, 6 de junio de 1895, s.f.

[40] Ibid. Véase también AN, FIS, vol. 140 (julio de 1895), documento Nº321, oficio de Víctor Ibáñez
Martínez, San Bernardo, 12 de julio de 1895, s.f.

[41] AN, Fondo Gobernación de Magallanes, (en adelante AN, FGM) vol. 21 (1892-1900), Subdelegación de
Tierra del Fuego, oficio de Alberto Zepeda al Gobernador del Territorio, Punta Arenas, abril 8 de 1893, f. 2.
[42] AN, FIS, vol. 159 (diciembre de 1896), documento Nº816, Gobernación de La Victoria, oficio de Adolfo
A. Ibáñez, San Bernardo, 22 de diciembre de 1896, s.f.

[43] Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio del Interior (en adelante ARNAD, FMI), vol.
2753 (1903), nota Nº1777 de la Intendencia de Valparaíso al Ministro del Interior, Valparaíso, Junio 8 de
1903, s.f.

[44] Véase, a modo de ejemplo, Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio de Guerra (en
adelante ARNAD, FMG, vol. sin número (Correspondencia de Zonas Militares), documento Nº220, cartas al
Ministro de Guerra desde la Comandancia en Jefe de la IV Zona Militar, Concepción 11 de julio de 1903, 7 de
octubre de 1903 y 22 de febrero de 1904, s.f.

[45] Luis Ortega, 'La frontera carbonífera, 1840-1900', en Mapocho, Nº31, Santiago, primer semestre de
1992, págs. 146 y 147.

[46] Op. cit., pág. 147.

[47] AN, FIC, vol. 829, telegrama de Víctor Lamas al Ministro del Interior, 21 de septiembre de 1891, fs. 38 y
39. Las cursivas son nuestras.

[48] ARNAD, FMG, vol. 2975, documento Nº1135, Carta al Sr. Ministro de Guerra desde el Ministerio de
Industria y Obras Públicas, Santiago, 31 de agosto de 1901, s.f.

[49] ARNAD, FMI, vol. 3960 (Providencias 1912), nota de los vecinos e industriales de Tomé al Ministro del
Interior, Tomé, 12 de enero de 1912, anexa al oficio Nº21 del Intendente de Concepción al Ministro del
Interior, enero, 17 de 1912, s.f. Sobre este caso, véase también en el mismo fondo: vol. 3972 (Prov. 1912),
oficio Nº284 del Gobernador de Coelemu al Intendente de Concepción; Tomé, 29 de abril de 1912, s.f.

[50] AN, FMI, vol. 1921 (Documentación relativa a diversas autoridades, 1894), oficio del Intendente de
Coquimbo al Ministro del Interior, Nº2215, Serena, septiembre 10 de 1894, s.f.

[51] Ibid. Véase también en op. cit., el oficio Nº2241 del 17 de septiembre de 1894, s.f.

[52] Igor Goicovic Donoso, Pasando a la historia. Los Vilos 1855-1965 (Los Vilos, Editado por la I.
Municipalidad de Los Vilos, 1995), págs. 234-235.

[53] González Miranda, op. cit., pág. 47.

[54] Sergio González Miranda ha subrayado la contribución pluricultural y multinacional en la formación de


la identidad pampina, señalando que en ella confluyeron aportes chilenos, peruanos, bolivianos, argentinos,
ingleses, eslavos, alemanes, chinos, aymarás y quechuas, por citar los más significativos. Recalcando la
importancia de la cosmovisión indígena (quechua y aymará), este autor ha criticado el énfasis puesto por
Eduardo Devés y Julio Pinto en los aspectos culturales modernos e ilustrados del movimiento obrero en la
región salitrera. Aunque la argumentación de González Miranda es convincente en lo relativo a la vertiente
indígena en la formación de la cultura e identidad pampina, no precisa, sin embargo, en qué medida y con
qué elementos concretos la cosmovisión quechua y aymará fue un aporte para el surgimiento del
movimiento obrero organizado. Véase su artículo 'La compleja y conflictiva identidad del obrero pampino en
el ciclo del salitre: la presencia del indígena', en Valles, Revista de Estudios Regionales, N°4, 1999, págs. 37-
45.

[55] Los gremios estatales de jornaleros y lancheros portuarios habían sido disueltos después de la huelga
general de 1890. Sobre su organización e historia hasta esa fecha, ver Grez, De la 'regeneración del
pueblo'..., op. cit., págs. 246-256, 450-458, 575-576 y 705-750. Un estudio acotado a un caso en su fase
inicial en Aldo Yávar M., El gremio y jornaleros de Valparaíso, 1837-1859. Etapa de formación, tesis para
optar al grado de Magister Artium, Mención Historia (Santiago, Universidad de Santiago de Chile, 1988).

[56] AN, FMI, vol. 1819 (Documentación relativa a varias autoridades, 1893), oficio del Intendente de
Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior, Nº67, Iquique, 7 de enero de 1893, s.f.

[57] AN, FMI, vol. 1819, Ibid.; oficio del Intendente de Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior,
Nº82, Iquique, enero 14 de 1893, s.f.

[58] AN, FMI, vol. 1819, op. cit., oficio del Intendente de Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior,
Nº323, Iquique, 21 de febrero de 1893, s.f.

[59] Julio Pinto Vallejos, '¿Cuestión social o cuestión política? La lenta politización de la sociedad popular
tarapaqueña hacia el fin de siglo (1889-1900)', en Historia, vol. 30, Santiago, 1997, págs. 240-242 y 'En el
camino de la Mancomunal...', op. cit., pág. 119.

[60] AN, FMI, vol. 1913 (1894), oficio de Pinto al Ministro del Interior, Valparaíso, enero 3 de 1894; oficio del
Intendente de Antofagasta al Ministro del Interior, Nº1, Antofagasta, enero 3 de 1894, s.f.

[61] Op. cit., oficios Nº20 y Nº212 del Intendente de Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior,
Iquique, 4 de enero de 1894, s.f.

[62] Grez, 'De la 'regeneración del pueblo'..., op. cit., passim.

[63]AN, FMI, vol. 1924 (Documentación relativa a diversas autoridades, 1894), oficio del Intendente de
Concepción al Ministro del Interior, Nº512, Concepción, diciembre 16 de 1894, s.f.

[64] 'Telegramas. Meeting', El Mercurio, Valparaíso, 17 de agosto de 1896. Sobre esta manifestación, véase
también: 'En favor de la industria nacional', El Ferrocarril, Santiago, 30 de julio de 1896 y 4 de agosto de
1896; 'El meeting de mañana', El Ferrocarril, Santiago, 15 de agosto de 1896; 'Meeting', El Ferrocarril,
Santiago, 18 de agosto de 1896; 'La confederación obrera', El Ferrocarril, Santiago, 25 de agosto de 1896.

[65] Cámara de Senadores. Boletín de las Sesiones Ordinarias en 1897 (Santiago, Imprenta Nacional, 1897),
Sesión 22ª Ordinaria en 26 de junio de 1897, pág. 406.

[66] Archivo Nacional, Fondo Intendencia de Valparaíso, vol. 864 (Solicitudes), Valparaíso, 5 de marzo de
1898, s.f. Las cursivas son nuestras.

[67] 'Meeting de obreros', El Ferrocarril, Santiago, 20 de julio de 1898.

[68] 'El meeting de ayer', El Ferrocarril, Santiago, 21 de julio de 1898.


[69] Grez, De la 'regeneración del pueblo'..., op. cit., págs. 445-461 y 564-587.

[70] 'Los cocheros del servicio público', El Ferrocarril, Santiago, 11 de enero de 1896; 'Concepción. Huelga de
cocheros', El Mercurio, Valparaíso, 11 de junio de 1897; 'Concepción. La huelga cocheril', El Mercurio,
Valparaíso, 15 de junio de 1897; 'Huelga de cocheros', El Mercurio, Valparaíso, 29 de julio de 1897; 'La
huelga de cocheros', El Mercurio, Valparaíso, 31 de julio de 1897; AN, FIS, vol. 112 (Febrero de 1893),
documento Nº6, 21 de febrero de 1893, s.f., vol. 118 (agosto de 1893), documento s/n., Santiago, 18 de
agosto de 1893, s.f. y documento Nº2956, Informe de la Junta de Matrícula de Cocheros, Santiago, 22 de
septiembre de 1893, s.f.

[71] 'Crónica. La Liga de Concepción', Boletín de la Liga Jeneral del Arte de la Imprenta en Chile (en
adelante BLJAICh) , Santiago, 22 de octubre de 1892; 'Crónica. Favorable acojida', BLJAICh, Santiago, 29 de
octubre de 1892; 'Crónica. Nuestro saludo', BLJAICh, Santiago, 31 de diciembre de 1892.

[72] 'Patrones i operarios', BLJAICh, Santiago, 22 de octubre de 1892.

[73] 'Nuestra primera palabra' y 'Crónica. Traidores', BLJAICh, Santiago, 22 de octubre de 1892; 'Esplicación',
BLJAICh, Santiago, 29 de octubre de 1892.

[74] 'La armonía es necesaria', BLJAICh, Santiago, 29 de octubre de 1892; 'El abuso', BLJAICh, Santiago, 5 de
noviembre de 1892.

[75] 'Las huelgas' y 'Junta Jeneral', BLJAICh, Santiago, 22 de octubre de 1822; 'Sobre lo mismo'; BLJAICh,
Santiago, 29 de octubre de 1892; '¡Unión contra la tiranía!', BLJAICh, Santiago, 5 de noviembre de 1892.

[76] 'Circular. Proyecto de sociedad anónima', BLJAICh, Santiago, 5 de noviembre de 1892.

[77] Pinto, 'En el camino de la Mancomunal...', op. cit., passim.

[78] 'Huelga', El Mercurio, Valparaíso, 4 de diciembre de 1893.

[79] 'Huelga de los cocheros de los carros urbanos', El Mercurio, Valparaíso, 3 de noviembre de 1894.

[80] 'Huelga general de lancheros', El Mercurio, Valparaíso, 15 de octubre de 1894; 'La huelga de lancheros',
El Mercurio, Valparaíso, 16 de octubre de 1894.

[81] 'La huelga', El Mercurio, Valparaíso, 17 de octubre de 1894; 'Sigue la huelga', El Mercurio, Valparaíso, 23
de octubre de 1894.

[82] Cámara de Diputados. Boletín de Sesiones Extraordinarias 1892 (Santiago, Imprenta Nacional, 1892),
Sesión 7ª Extraordinaria en 29 de octubre de 1892, págs. 68-69.

[83] Editorial, El Ferrocarril, Santiago, 19 de octubre de 1892; 'Represión de las huelgas', El Mercurio,
Valparaíso, 22 de octubre de 1892; 'Contra los promotores de huelgas', El Mercurio, Valparaíso, 31 de
octubre de 1892; 'Unión contra la tiranía', op. cit.;'El meeting de ayer', El Mercurio, Valparaíso, 7 de
noviembre de 1892; 'La unión es la fuerza i la victoria' , 'La manifestación obrera' y 'Protestas públicas',
BLJAICh, Santiago, 23 de noviembre de 1892.
[84] Ramírez Necochea, op. cit., págs. 320-322.

[85] AN, FMI, vol. 1919 (Documentación relativa a varias autoridades, 1894), oficio del Intendente de
Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior, Nº867, Iquique, 2 de julio de 1894, s.f.

[86] AN, FMI, vol. 1918, oficio del Intendente de Tarapacá Belisario Prats B. al Ministro del Interior, Nº801,
Iquique, junio 16 de 1894, s.f.

[87]Solicitud de Eduardo Vigil Z., gerente de la Asociación Salitrera de Propaganda al Intendente de la


provincia de Antofagasta, anexo al oficio del Intendente José M. Walker al Ministro del Interior, Nº48,
Antofagasta, julio 9 de 1894.

[88] Citado por Julio Pinto en '¿Cuestión social o cuestión política?...', op. cit., pág. 239.

[89]Archivo Nacional de la Administración, Fondo Ministerio del Interior (en adelante ARNAD, FMI), vol. 2552
(1901), Memorial de los trabajadores salitreros al Ministro del Interior, Iquique, mayo 23 de 1901, 143-143
vta., anexo al oficio del Intendente de Tarapacá Epifanio del Canto al Ministro del Interior, Nº1222, Iquique,
26 de septiembre de 1901, fjs. 146-148 vta. Cursivas en el original. El periodista y dirigente del Partido
Democrático Juan Rafael Allende declaró ser el redactor de este petitorio. Véase su folleto Obreros i
patrones. Conflicto entre el capital i el trabajo en Chile. Su única solución (Santiago, Imprenta i
Encuadernación León Victoria Caldera, 1904), págs. 20 y siguientes.

[90] Ver estudios introductorios de Sergio González, María Angélica Illanes y Luis Moulian (recopilación e
introducción), Poemario popular de Tarapacá 1899-1910 (Santiago, DIBAM-Universidad Arturo Prat-LOM
Ediciones-Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1998), págs. 11-59.

[91] Osvaldo López, Diccionario Biográfico Obrero (Concepción, Imprenta y Encuadernación Penquista,
1910).

[92] La versión de las organizaciones obreras se encuentra en ARNAD, FMG, vol. Sumarios i Misceláneas
(1905), Carta de la Sociedad Mancomunal de Obreros de Valparaíso al Ministro de Justicia, Valparaíso,
octubre 15 de 1904, s.f. A continuación se halla el relato de los militares: informe del capitán Maximiliano
Meneses al General Jefe de la 1ª Zona Militar, Iquique, oficina 'Chile', 30 de noviembre de 1904, s.f. y oficio
del general Emilio Kroner al Ministro de Guerra, Santiago, 2 de diciembre de 1904, s.f.

[93] ARNAD, FMG, vol. 3121, oficio Nº341 del Comandante General de Armas de Tarapacá al Ministro de
Guerra, Iquique, mayo 15 de 1902, s.f.

[94] ARNAD, FMI, vol. 2757 (1903), Copia del oficio Nº3639 del 20 de octubre de 1903 del Director General
de la Armada, en oficio de Carlos Besa al Ministro del Interior, 22 de octubre de 1903, s.f.

[95] Palacio Astoreca (Iquique), Archivo Intendencia de Tarapacá (en adelante PA, AIT), vol. 5-1905 Notas de
la Policía, oficio de Fernando Chaigneau, documento Nº14, Iquique, 16 de enero de 1905, s.f.

[96] Op. cit., Prefectura de Policía de Tarapacá, oficio de P. Almarza al Intendente de la provincia,
documento Nº67, Iquique, 22 de febrero de 1905, s.f.
[97] Op. cit., Prefectura de Policía de Tarapacá, oficio de P. Almarza al Intendente de la provincia,
documento Nº42, Iquique, 9 de febrero de 1905, s.f.

[98] Op. cit., Prefectura de Policía de Tarapacá, oficio de P. Almarza al Intendente de la provincia,
documento Nº45, Iquique, 9 de febrero de 1905, s.f..

[99] Op. cit., Prefectura de Policía de Tarapacá, oficio de F. Chaigneau, documento Nº148, Iquique, 11 de
abril de 1905, s.f.

[100] Ibid.

[101] Op. cit., Prefectura de Policía de Tarapacá, oficio de F. Chaigneau, documento Nº172, Iquique, 25 de
abril de 1905, s.f.

[102] Ibid.

[103] Ortega, op. cit., pág. 139.

[104] Op. cit., págs. 139 y siguientes.

[105] PA, AIT, Ministerio de Justicia (vol. 7-1906), oficio Nº4877, Iquique, 5 de diciembre de 1906, s.f.

[106] Ibid.

[107] Ibid.

[108] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903. CN (Santiago, Imprenta
Nacional, 1904), Sesión 11ª Estraordinaria en 31 de octubre de 1903, págs. 189-195, Sesión 12ª Estraordinaria
en 2 de noviembre de 1903, págs. 214-215, Sesión 15ª Estraordinaria en 12 de noviembre de 1903, págs. 288-
290, Sesión 22ª Estraordinaria en 25 de noviembre de 1903, págs. 429-437, Sesión 24ª Estraordinaria en 27 de
noviembre de 1903, págs. 496-497.

[109] PA, AIT, vol. (5-1905) Notas de Policía 1905, oficio Nº245 de F. Chaigneau, Prefectura de Policía de
Tarapacá, Iquique, 20 de junio de 1905, s.f.

[110] PA, AIT, vol. (5-1906) Notas de la Policía 1906, oficio Nº68 F. Chaigneau, Policía de Seguridad de
Tarapacá, Prefectura Iquique, Iquique, 16 de febrero de 1906, s.f.

[111] PA, AIT, vol. (7-1906) Ministerio de Justicia 1906, oficio Nº402 de F. Chaigneau, Policía de Seguridad
de Tarapacá. Prefectura Iquique, Iquique, 16 de octubre de 1906, s.f.

[112] PA, AIT, vol. (7-1906) Ministerio de Justicia 1906, oficio Nº473 de F. Chaigneau, Policía de Seguridad
de Tarapacá. Prefectura Iquique, Iquique, 28 de noviembre de 1906, s.f.

[113] A título de ejemplo de estos petitorios formulados en la misma época, véase el de los carretoneros
iquiqueños en PA, AIT, vol. (3-1906) Oficios varios 1906, petición de carretoneros y dueños de carretas al
Intendente de la Provincia, Iquique, mayo 7 de 1906, s.f.
[114] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903 C.N. (Santiago, Imprenta
Nacional, 1904), Sesión 20ª Estraordinaria en 21 de noviembre de 1903, págs. 392-393, Sesión 24ª
Estraordinaria en 27 de noviembre de 1903, págs. 487-489 y 496-497, Sesión 30ª Estraordinaria en 4 de
diciembre de 1903, págs. 645-647, Sesión 31ª Estraordinaria en 5 de diciembre de 1903, págs. 671-673,
Sesión 32ª Estraordinaria en 7 de diciembre de 1903, págs. 697-699, Sesión 36ª Estraordinaria en 12 de
diciembre de 1903, págs. 758-759, Sesión 41ª Estraordinaria en 19 de diciembre de 1903, pág. 884-891,
Sesión 42ª Estraordinaria en 21 de diciembre de 1903, págs. 907-911; Polon Edmundo Romo, Los sucesos de
Chañaral (Chañaral, Imprenta La Reacción, 1904).

[115] Samuel Ramos L., Para los obreros. Folleto de actualidad (Santiago, Imprenta Americana, 1908), pág.
13.

[116] Op. cit., pág. 14.

[117] Maritza Carrasco Gutiérrez y Consuelo Figueroa Garavagno, 'Mujeres y acción colectiva: participación
social y espacio local. Un estudio comparado en sociedades minero-fronterizas (Tarapacá, Lota, Coronel,
1900-1920)', en Proposiciones, Nº28, Santiago, septiembre de 1998, pág. 48.

[118] Ibid.

[119] Op. cit., pág. 49.

[120] Op. cit., págs. 57 y 58.

[121] Op. cit., pág. 58.

[122] Ambos conflictos son evocados más adelante.

[123] Peter De Shazo, Urban Workers and Labor Unions in Chile 1902-1927 (Wisconsin, The Wisconsin
University Press, 1983), pág. 115.

[124] Pablo E. Galleguillos, 'Nada de huelga', El Obrero, Ovalle, 17 de diciembre de 1902.

[125] 'Un mitin', La Ajitación, Nº3, Santiago, noviembre de 1901.

[126] 'El movimiento obrero en los Ferrocarriles del Estado', La Ajitación, Santiago, 1 de marzo de 1902.

[127] Ibid.

[128] Jorge Barría S., El movimiento obrero en Chile (Santiago, Ediciones de la Universidad Técnica del
Estado de Chile, 1971), pág. 19.

[129] Ortega, op. cit., pág. 146.

[130] 'La huelga de Lota', El Mercurio, Valparaíso, 30 de mayo de 1902; Enrique Figueroa Ortiz y Carlos
Sandoval Ambiado, Carbón: cien años de historia (1848-1960) (Santiago, CEDAL, 1987), págs 95 y 96, 99 y
100.
130 ARNAD, FMI, vol. 2749 (1903), nota Nº38 de A. Vargas Novoa al Ministro del Interior, Concepción,
febrero, 7 de 1903, s.f.; 'Otra vez la huelga en Lota', El Mercurio, Valparaíso, 3 de febrero de 1903.

[132] ARNAD, FMI, vol. 2749 (1903), nota 37 de A. Vargas Novoa al Ministro del Interior, Concepción, febrero
9 de 1903; Departamento de Lautaro, nota Nº16, Coronel, 3 de febrero de 1903, s.f.; Ejército de Chile, IV
Zona Militar, oficio al Ministro de la Guerra, Concepción, febrero 4 de 1903, s.f.; Cámara de Diputados.
Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1902-1903. CN, (Santiago, Imprenta Nacional, 1902), págs. 1405-
1411; 'La huelga en Coronel. Mineros atacan la tropa de línea', El Mercurio, Valparaíso, 3 de febrero de 1903;
'La huelga en Coronel. Se pide el mantenimiento de la tropa', El Mercurio, Valparaíso, 4 de febrero de 1903.
Ver también, Jorge Barría Serón, Los movimientos sociales de principios del siglo XX (1900-1910), tesis para
optar al título de profesor de Historia y Geografía (Santiago, Universidad de Chile, 1953), pág. 122.

[133] Figueroa y Sandoval, op. cit., pág. 101.

[134] Ibid.

[135] ARNAD, FMI, vol. 2875 (1904), Copia del oficio Nº22 del 25 de enero de 1904 del Gobernador de
Lautaro al Intendente de Concepción, en oficio del Intendente de Concepción al Ministro del Interior, Nº47,
Concepción, febrero 6 de 1904, s.f.

[136] Ibid.

[137] ARNAD, FMI, vol. 2875 (1904), carta de los mineros de Lota y Coronel al Presidente de la República, sin
fecha (año 1904), s.f.

[138] Ibid.

[139] Citado por Figueroa y Sandoval, op. cit., pág. 102.

[140] Op. cit., págs. 87-136.

[141] Sobre la influencia del más sangriento de estos acontecimientos en la formación de la identidad y
conciencia de clase de los trabajadores, véase el sugerente artículo de Pablo Artaza Barrios, 'El impacto de
la matanza de Santa María de Iquique. Conciencia de clase, política popular y movimiento social en
Tarapacá', en Cuadernos de Historia, Nº18, Santiago, diciembre de 1998, págs.169-227. Agradezco al autor la
gentileza de haberme facilitado el texto antes de su publicación.

[142] Extracto del poema de Sagasquino publicado en el periódico El Pueblo, Iquique, 4 de abril de 1903,
reproducido íntegramente en González, Illanes y Moulian, op. cit.. págs. 205 y 206. Cursivas en el original.

[143] Dr. J. Valdés Cange (Alejandro Venegas), Sinceridad. Chile íntimo en 1910 (Santiago, Ediciones CESOC,
1998), pág. 256.

[144] 'Desde Lota', La Ajitación, Santiago, 1 de marzo de 1902.

[145] Agradezco a Jorge Rojas Flores estas informaciones obtenidas durante su investigación para el
Proyecto FONDECYT Nº 1980083.
[146] Javier Díaz Lira, Observaciones sobre la cuestión social en Chile, Memoria de prueba para optar al
grado de Licenciado de la Facultad de Leyes y Ciencias Políticas de la Universidad de Chile (Imprenta,
Litografía y Encuadernación Chile), pág. 9.

[147] 'Iquique. La huelga', El Mercurio, Valparaíso, 15 de enero de 1902; 'La huelga en Iquique', El Mercurio,
Valparaíso, 22 de enero de 1902; 'La huelga de Iquique', El Mercurio, Valparaíso, 26 de enero y 20 de febrero
de 1902; Ortiz, op. cit., págs. 147-150.

[148] ARNAD, FMI, vol. 2875 (año 1904), oficio de Néstor J. Del Fierro al Ministro del Interior, Nº144,
Antofagasta, febrero 26 de 1904, s.f.

[149] Ibid. Desde comienzos de siglo el Partido Democrático, los anarquistas y diversas organizaciones
populares habían desarrollado campañas contra el Servicio Militar Obligatorio. Ver María Angélica Illanes,
'Lápiz contra fusil. Las claves del advenimiento del nuevo siglo. Santiago-Iquique, 1900-1907', en Artaza et
al., A 90 años..., op. cit., págs. 193-208.

[150] ARNAD, FMI, vol. 2884 (1904), oficio del Gobernador de Tocopilla Pablo Maserilli al Intendente,
reproducido en nota Nº1022 del Intendente de Santiago al Ministro del Interior, Antofagasta, diciembre 6 de
1904, s.f.

[151] ARNAD, FMI, vol. 2884 (1904), Gobernación de Tocopilla, oficio de V. Gutiérrez al Ministro del Interior,
diciembre 22 de 1904, s.f.

[152] 'Los trabajadores del norte. Despotismo de los capitalistas', El Doctrinario, Santiago, 31 de enero de
1904.

[153] De Shazo, Urban Workers..., op. cit., págs. 103 y 104; Héctor Fernando Fuentes Mancilla, El
anarcosindicalismo en la formación del movimiento obrero. Santiago y Valparaíso. 1901-1906 (Santiago,
Universidad de Santiago de Chile, tesis para optar al grado de Magister Artium, Mención Historia, 1991), pág.
153.

[154] 'Huelga de panaderos. El fallo sobre el recurso de amparo', El Mercurio, Valparaíso, 9 de agosto de
1903.

[155] De Shazo, Urban Workers..., op. cit., págs. 154-160.

[156] En nuestro estudio sobre la 'huelga de la carne' o 'semana roja' santiaguina de octubre de 1905, hemos
detectado una intervención ácrata tangencial, espontánea y sobre la marcha. Sergio Grez Toso, 'Una mirada
al movimiento popular desde dos asonadas callejeras (Santiago, 1888-1905)', en prensa. Héctor Fuentes saca
una conclusión parecida, afirmando que en estos sucesos 'sí existe una participación anarquista aunque
espontánea y no organizada'. Op. cit., pág. 166. El grado de incidencia de la tendencia libertaria en la
'huelga grande' de fines de 1907 es una cuestión que no ha sido definida con certeza. Las conclusiones de los
estudios más recientes sobre el tema son bastante cautelosas, insinuando una influencia ácrata circunscrita
a la acción de un escaso número de militantes que lograron conquistar algunas posiciones claves durante el
conflicto. Ver Devés, Los que van a morir..., op. cit. y Julio Pinto Vallejos, 'El anarquismo tarapaqueño y la
huelga de 1907: ¿apóstoles o líderes?', en Pablo Artaza et al., A 90 años de los sucesos de la Escuela Santa
María de Iquique (Santiago, Dibam-Lom Ediciones-Universidad Arturo Prat, 1998), págs. 259-290.
[157] 'El movimiento obrero. Impresiones de un socialista arjentino', La Reforma, Santiago, 23 de febrero de
1907.

[158] De Shazo, Urban Workers..., op. cit., págs. 96 y 97.

[159] Op. cit., págs. 106 y 107.

[160] Ortiz, op. cit., págs. 147-150.

[161] 'Meeting obrero', El Mercurio, Valparaíso, 4 de abril de 1902; 'La huelga de la Tracción Eléctrica', La
Ajitación, Santiago, 19 de abril de 1902.

[162] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 119 y 120; De Shazo, Urban Workers..., op. cit.,
pág. 104; 'La manifestación de antenoche', La Unión, Valparaíso, 25 de julio de 1902.

[163] Ortiz, op. cit., pág. 153.

[164] ARNAD, FMI, vol. 2876 (1904), anexo a la nota Nº201, carta de la Sociedad Mancomunal de Obreros de
Antofagasta al Exmo. Presidente de la República, Antofagasta, 13 de marzo de 1904, s.f.

[165] 'La convención de mancomunales', El Mercurio, Valparaíso, 25 de mayo de 1904; 'La manifestación en
honor de los mancomunales', El Mercurio, Valparaíso, 26 de mayo de 1904; 'Las mancomunales de obreros',
El Mercurio, Valparaíso, 2 de junio de 1904; Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 93-100.

[166] ARNAD, FMI, vol. 3005 (1905), nota Nº862 al Ministro del Interior, Taltal, 27 de septiembre de 1905,
s.f.; ARNAD, FMI, vol. 3006 (1905), Gobernación de Taltal, documentos s/n del 11 y 14 de septiembre de
1905; nota Nº859 del 21 de septiembre de 1905, s.f.

[167] 'El gremio de Tracción Eléctrica', La Lei, Santiago, 4 de octubre de 1905; 'La huelga de los empleados
de tracción eléctrica', El Chileno, Santiago, 4 de octubre de 1905; 'La huelga de ayer', La Lei, Santiago, 5 de
octubre de 1905; 'La huelga en la Empresa de Tracción Eléctrica', El Chileno, Santiago, 5 de octubre de
1905; 'Fin de la huelga de los empleados de Tracción Eléctrica', El Chileno, Santiago, 6 de octubre de 1905.

[168] Gonzalo Izquierdo Fernández, 'Octubre de 1905. Un episodio en la historia social chilena', en Historia,
Nº13, Santiago, 1976, págs. 55-96; Vicente Espinoza, Para una historia de los pobres de la ciudad (Santiago,
Ediciones SUR, 1988), págs. 24-32; Grez, 'Una mirada al movimiento popular desde dos asonadas
callejeras...', op. cit.

[169]'La huelga de Antofagasta', La Lei, Santiago, 8 de febrero de 1906; 'Nueva jornada de sangre', La Lei,
Santiago, 9 de febrero de 1906; 'Los sucesos de Antofagasta', La Lei, Santiago, 17 de febrero de 1906.

[170] 'Huelga de herreros y cerrajeros', El Mercurio, Valparaíso, 25 de abril de 1906.

[171] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 145 y 146.

[172] De Shazo, Urban Workers..., op. cit., pág. 107.


[173] Eduardo Cortés Ávalos y Jorge Rivas Medina, De forjadores a prescindibles: el movimiento obrero
popular urbano y el Partido Democrático. Santiago 1905-1909 (Santiago, Tesis para optar al grado de
Licenciado en Historia, Universidad de Santiago de Chile, 1999), págs. 126-140; De Shazo, Urban Workers...,
op. cit., págs. 108-112. Véase también: Cámara de Senadores. Boletín de las Sesiones Ordinarias en 1907. CN
(Santiago, Imprenta Nacional, 1907) Sesión 3ª Ordinaria en 5 de junio de 1907, págs. 84-90; 'La gran huelga',
La Reforma, Santiago, 5 de junio de 1907; 'La huelga jeneral', La Reforma, Santiago, 6 de junio de 1907; 'La
huelga colosal', La Reforma, Santiago, 7 de junio de 1907; 'La huelga ferroviaria', La Reforma, Santiago, 8 de
junio de 1907; 'El paro jeneral', La Reforma, Santiago, 9 de junio de 1907; 'La huelga', La Reforma, Santiago,
11 de junio de 1907; 'La huelga continúa', La Reforma, Santiago, 12 de junio de 1907; 'La huelga', La
Reforma, Santiago, 13 de junio de 1907.

[174] 'La gran huelga marítima en toda la república toma proporciones colosales', Suplemento a 'La Unión
Obrera', Santiago, 24 de junio de 1907, en AN, FIS, vol. 304 (noviembre de 1907), anexo al parte de la
Sección de Seguridad dirigido al Intendente de Santiago, Santiago, 26 de junio de 1907, s.f.

[175] ARNAD, FMI, vol. 3267 (1907), Intendencia de Coquimbo al Ministro del Interior, Serena, 15 de junio de
1907, transcribe comunicación del Comité de Huelga en Coquimbo (Coquimbo, junio 13 de 1907), s.f.

[176] ARNAD, FMI, vol. 3267 (1907), documento Nº777, Taltal, julio de 1907, s.f.

[177] Devés, Los que van a morir te saludan..., op. cit., passim.

[178] Jorge Rojas Flores, Cinthia Rodríguez Toledo y Moisés Fernández Torres, Cristaleros: recuerdos de un
siglo. Los trabajadores de Cristalerías de Chile (Padre Hurtado, Sindicato N°2 de Cristalerías de Chile,
Programa de Economía del Trabajo, 1998), págs. 91 y 92.

[179] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 151 y 152.

[180] 'La madre del cordero', La Reforma, Santiago, 29 de enero de 1908.

[181] Nuestra apreciación es coincidente con la de Peter De Shazo. En su estudio sobre las organizaciones
sindicales de Santiago y Valparaíso a comienzos del siglo XX, este autor señala la alta disposición solidaria de
los trabajadores, manifestada con particular fuerza durante la huelga general de junio de 1907. De Shazo,
Urban Workers..., op. cit., pág. 108 y siguientes.

[182] Devés, Los que van a morir te saludan..., op. cit., pág. 172 y siguientes.

[183] Sobre la mancomunal iquiqueña, ver Pablo Artaza, 'La Sociedad Combinación Mancomunal de Obreros
de Iquique y la huelga de diciembre de 1907', en Artaza et al., A 90 años de los sucesos..., op. cit.,11-31 y
'El impacto de la matanza de Santa María de Iquique...', op. cit., passim.

[184] De Shazo, Urban Workers..., op. cit., pág. 112.

[185] El Trabajo, Iquique, 24 de julio de 1907, citado en Artaza, 'La Sociedad Combinación...', op. cit., pág.
29.

[186] El Trabajo, Iquique, 27 de julio de 1907, citado en Artaza, Ibid.


[187] 'Despertad', El Trabajo, Antofagasta, 6 de octubre de 1907.

[188] 'La huelga de lancheros en Coloso', El Trabajo, Antofagasta, 27 de octubre de 1907.

[189] 'La huelga de lancheros del ferrocarril de Antofagasta a Bolivia', El Trabajo, Antofagasta, 1 de
diciembre de 1907.

[190] 'La sociabilidad obrera', La Reforma, Santiago, 3 de febrero de 1907.

[191] 'Meditemos', La Reforma, Santiago, 6 de abril de 1907.

[192] 'La huelga general', La Reforma, Santiago, 4 de octubre de 1907.

[193] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 85 y 86.

[194] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903 C.N., op. cit., Sesiones 20ª
Estraordinaria en 21 de noviembre de 1903, págs. 392-393, 21ª Estraordinaria en 23 de noviembre de 1903,
pág. 418, 22ª Estraordinaria en 25 de noviembre de 1903, págs. 433-436, 23ª Estraordinaria en 26 de
noviembre de 1903, pág. 463, 24ª Estraordinaria en 27 de noviembre de 1903, págs. 487-489 y 494-497,
Sesión 30ª en 4 de diciembre de 1903, págs. 645-647, 31ª Estraordinaria en 5 de diciembre de 1903, págs.
671-673, 32ª Estraordinaria en 7 de diciembre de 1903, págs. 697-699, 36ª Estraordinaria en 12 de diciembre
de 1903, págs. 758-759, 41ª Estraordinaria en 19 de diciembre de 1903, págs. 884-891, 42ª Estraordinaria en
21 de diciembre de 1903, págs. 907-910; Romo, op. cit..

[195] 'Ecos de la huelga de Taltal', El Diario Ilustrado, Santiago, 27 de noviembre de 1903.

[196] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903 C.N, op. cit., Sesión 62ª
Estraordinaria en 21 de enero de 1904, págs. 1287-1291; 'Los sucesos de Tocopilla', El Mercurio, Valparaíso,
18 de marzo de 1904; Luis Emilio Recabarren S., 'A sangre y fuego', Cárcel de Tocopilla, marzo 12 de 1904,
La Voz del Obrero, Taltal, 26 de marzo de 1904, 'Carta a Arturo Laborda', Cárcel de Tocopilla, mayo 4 de
1904, El Marítimo, Antofagasta, 4 de junio de 1904 y '¿Por qué nos persigue el gobierno?', Cárcel de
Tocopilla, julio de 1904, El Proletario, Tocopilla, 23 de julio de 1904. Los textos de Recabarren se
encuentran reproducidos en Ximena Cruzat y Eduardo Devés (recopiladores), Recabarren. Escritos de Prensa,
tomo 1 1898-1905 (Santiago, Editorial Nuestra América y Terranova Ediciones Ltda., 1985), págs. 81-82, 93-
94 y 127-128.

[197] Op. cit., Sesión 66ª Estraordinaria en 26 de enero de 1904, págs.1375-1377, Sesión 70ª Estraordinaria
en 28 de enero de 1904, págs. 1454-1457; Sesión 71ª Estraordinaria en 28 de enero de 1904, págs. 1473-
1476.

[198] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 86-89.

[199] ARNAD, FMG, vol. Antecedentes de Oficios 1ª Sección 1906, oficio Nº687, carta al Sr. Ministro de
Guerra desde la Comandancia General de Armas de Valparaíso, Valparaíso, 9 de octubre de 1906, s.f.

[200] ARNAD, FMI, vol. 3267 (1907), documento Nº777, Taltal, julio de 1907, s.f., op. cit.
[201] Devés, Los que van a morir te saludan..., op. cit., passim.

[202] ARNAD, FMI, vol. 3274 (1907), oficio Nº532 de Comandante del Crucero a J. Montt del 26 de diciembre
de 1907 reproducido en oficio de J. Montt al Ministro del Interior, Valparaíso, 3 de enero de 1908, s.f.

[203] ARNAD, FMI, vol. 3321 (Telegramas 1907-1908), Telegrama de Sotomayor al Intendente de
Antofagasta, Reservado, 18 de enero de 1908, s.f. En otro documento reservado del 21 de enero se
transmite la misma circular a los intendentes de Concepción, Arauco y Valparaíso.

[204] 'La huelga de maquinistas y conductores de la tracción eléctrica', El Mercurio, Valparaíso, 29 de marzo
de 1902; 'La huelga de los empleados de tranvías', El Mercurio, Valparaíso, 31 de marzo de 1902; De Shazo,
Urban Workers..., op. cit., págs. 103 y 104.

[205] 'Movimiento social. Interior', La Ajitación, Santiago, 10 de diciembre de 1902.

[206] Ver nota 211.

[207] 'La huelga de panaderos', El Mercurio, Valparaíso, 29 de julio de 1903; 'La huelga de panaderos.
Allanamiento del salón central de reuniones', El Mercurio, Valparaíso, 5 de agosto de 1903; De Shazo, Urban
Workers..., op. cit., pág. 106.

[208] ARNAD, FMI, vol. 3006 (1905), oficio de E.B. Forbes, Gerente General de The Taltal Railway al Señor
Gobernador del departamento de Taltal, Taltal, 11 de septiembre de 1905, s.f.

[209] AN, FGM, vol. 38, Oficios Consulares (1902-1926), Ministerio de Obras Públicas, carta del vicecónsul de
S.M. Británica al Gobernador de Magallanes, British viceconsulate, Punta Arenas, febrero 3 de 1906, f. 84.

[210]'En la chacra `San José'', El Mercurio, Valparaíso, 11 de mayo de 1905.

[211] Jorge Iturriaga E., La huelga de trabajadores portuarios y marítimos. Valparaíso, 1903, y el
surgimiento de la clase obrera organizada en Chile (Santiago, tesis para optar al grado de Licenciado en
Historia, Pontificia Universidad Católica, 1997); Peter De Shazo, 'The Valparaíso maritime strike of 1903 and
the development of a revolutionary movement in Chile', en Journal of a Latin American Studies, 2:1, May,
1979, págs. 145-168; Ortiz, op. cit., págs. 150-154; Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 123-
129; Carlos Parker Almonacid, Perspectiva del desarrollo histórico de las organizaciones de los obreros
marítimos chilenos, tesis para optar al título de profesor de Estado en Historia y Geografía (Valparaíso,
Universidad Católica de Valparaíso, 1985), págs. 52-65; Mario Garcés Durán, Crisis social y motines populares
en el 1900 (Santiago, Ediciones Documentas, 1991), págs. 168-195.

[212] ARNAD, FMI, vol. 2752 (1903), Carta de las sociedades obreras de la capital al Presidente de la
República, Santiago, 9 de junio de 1903, s.f.

[213] Grez, 'Una mirada al movimiento popular entre dos asonadas...', op. cit.

[214] En el archivo de la Intendencia de Santiago se conserva una solicitud de porte de armas formulada en
junio de 1907 por Guillermo Carvajal, jefe de encuadernación de la Imprenta y Litografía Universo, a raíz de
amenazas de muerte recibidas, según explicaba, por su actuación durante una huelga ocurrida en julio de
1906 y por haber aplicado medidas disciplinarias a algunos operarios del taller. En el panfleto que el Centro
'La Verdad' (anarquista), dirigió a los encuadernadores de la mencionada imprenta, después de acusar a
Carvajal de abusar, valiéndose de su poder 'contra la honra de humildes hijas del pueblo que no tienen otro
patrimonio que su trabajo', se sentenciaba: '[...] es ya tiempo que despreciemos y releguemos en el olvido a
Guillermo Aguayo Carvajal, único ser réprobo y degenerado que dentro de muy poco será ya un fétido
cadáver. Este es nada más que un prólogo de lo que tenemos que deciros y por lo tanto dejaremos en el
tintero el epílogo de este sucio y asqueroso drama. [...] Y tú, Guillermo Carvajal, que estamos segurísimos -
también leerás estas líneas, prepárate a recibir las próximas, que te harán recordar algunos de los males
que habéis hecho a tus compañeros y que, como gota de agua, irán cercenando tu trono para dar en tierra
con tu potestad, tirano de nuevo cuño!'. AN, FIS, vol. 301 (junio 1907), carta de Guillermo Carvajal al
Intendente de la Provincia, Santiago, 11 de junio de 1907, s.f. y panfleto impreso del Centro 'La Verdad', 'A
los compañeros encuadernadores de la Sociedad Imprenta Universo', sin fecha y s.f.

[215] 'La huelga de la Tracción Eléctrica', op. cit. Las cursivas son nuestras.

[216] AN, FIS (mayo 1905), documento 890, Policía de Santiago, 2 de mayo de 1905, s.f.

[217] Ibid.

[218] 'Los movimientos huelguistas en el país', El Mercurio, Valparaíso, 4 de mayo de 1905.

[219] AN, FIS, vol. 279 (mayo 1906), documento Nº484, Policía de Santiago, Santiago, 2 de mayo de 1906,
s.f.

[220] 'Las fiestas en conmemoración del 1º de Mayo', La Reforma, Santiago, 3 de mayo de 1907; De Shazo,
Urban Workers..., op. cit., pág. 108.

[221] Barría, Los movimientos sociales..., op. cit., págs. 154 y 155.

[222] ARNAD, FMI, vol. 3140 (1906), Intendencia de Aconcagua, Nota Nº1413 de Juan G. al Ministro del
Interior, San Felipe, julio 31 de 1906., s.f.

[223] Figueroa y Sandoval, op. cit., pág. 100 y Ortiz, op. cit., págs. 160 y 161.

[224] Iturriaga, op. cit.

[225] Ortiz, op. cit., págs. 163-167; Manuel A. Fernández, Proletariado y salitre en Chile, 1890-1910
(Londres, Monografías de Nueva Historia, 1988), págs. 47-50; Patricio Castillo G., La huelga de 1906 en
Antofagasta. Una manifestación social de crisis del estado oligárquico, informe de seminario de investigación
para optar al grado de Licenciado en Humanidades con mención en Historia (Santiago, Universidad de Chile,
1992).

[226]Devés, Los que van a morir te saludan..., op. cit.; Mario Zolezzi, 'La tragedia de la Escuela `Santa María
de Iquique'', en Vásquez, op. cit., págs. 30-36; Pedro Bravo E. (compilador), Santa María de Iquique: 1907,
documentos para su historia (Santiago, Ediciones del Litoral, 1993).
[227] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1902-1903. CN (Santiago, Imprenta
Nacional, 1902), Sesión 28ª Estraordinaria en 2 de enero de 1903, pág. 668.

[228] Op. cit., pág. 666.

[229] Op. cit., Sesión 30ª Estraordinaria en 3 de enero de 1903, pág. 697.

[230] Camára de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1902-1903. CN, op. cit., Sesión 58ª en
2 de febrero de 1903, pág. 1405.

[231] Cámara de Diputados. Boletín de las Sesiones Estraordinarias en 1903. CN (Santiago, Imprenta
Nacional, 1904), sesión 22ª Estraordinaria en 25 de noviembre de 1903, pág. 430.

[232] Op. cit., Sesión 24ª Estraordinaria en 27 de noviembre de 1903, pág. 495. Esta versión fue reafirmada
por el mismo ministro en la Sesión 22ª Extraordinaria de la Cámara de Diputados celebrada el 7 de
diciembre. Op. cit., págs. 697 y 698.

[233] Op. cit., pág. 496.

[234] 'De Luis E. Recabarren', El Pueblo Obrero, Iquique, 4 de febrero de 1908, reproducido en Cruzat y
Devés, op. cit., tomo 2, pág. 124.

[235] Ibid.

[236] Este ilustrativo término ha sido acuñado por Gabriel Salazar en Violencia política popular..., op. cit.,
passim.

[237] El componente 'sacrificial' en el movimiento de trabajadores ha sido argumentado por Eduardo Devés
Valdés. Véase sus trabajos: 'La cultura obrera ilustrada chilena y algunas ideas en torno a nuestro quehacer
historiográfico', en Mapocho, Nº30, Santiago, segundo semestre de 1991, págs. 127-136; 'Luz, trabajo y
acción: el movimiento trabajador y la ilustración audiovisual', en Mapocho, Nº37, Santiago, primer semestre
de 1995, págs. 191-204 y Los que van a morir te saludan..., op. cit., especialmente págs. 185-193.

[238] Ortega, op. cit., passim.

[239] Sobre este tema se destaca la obra de Gabriel Salazar V., Labradores, peones y proletarios. Formación
y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX (Santiago, Ediciones SUR, 1985). También son
significativos los trabajos de Julio Pinto citados anteriormente y el artículo de María Angélica Illanes, 'Azote,
salario y ley. Disciplinamiento de la mano de obra en la minería de Atacama (1817-1850)', en Proposiciones,
Nº19, Santiago, julio de 1990, págs. 90-123.

[240] Estas formas de resistencia pre-política han sido latamente desarrolladas por Gabriel Salazar en
Labradores..., op. cit., passim. La cita entre comillas ha sido sacada del volumen de la autoría del mismo
historiador correspondiente a Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea de Chile, vol. I, 'Estado,
legitimidad, ciudadanía' (Santiago, LOM Ediciones, 1999), pág. 147.
[241] El carácter cada vez más organizado y planificado de las luchas populares ha sido demostrado, entre
otros, en el estudio de Peter De Shazo sobre los trabajadores de Santiago y Valparaíso. Refiriéndose a 84
huelgas ocurridas en ambas ciudades durante el período 1902-1908, este historiador señala que el 86% de
ellas fueron realizadas por obreros organizados antes de iniciarse el paro y que en un 85% de los casos los
trabajadores presentaron a sus empleadores un pliego de peticiones antes de llamar a la huelga, lo que
prueba que la inmensa mayoría de las huelgas eran planeadas y no constituían hechos espontáneos. De
Shazo, Urban Workers..., op. cit., pág. 114.

[242] Nuestra afirmación puede ser matizada puesto que existe una discusión historiográfica pendiente
acerca del carácter del proyecto anarquista. ¿La Acracia era una apuesta de futuro?, o ¿representaba -como
sostenían sus críticos marxistas- una pueril tentativa de retorno al pasado pre-industrial?

[243] La posición intransigente de la mayoría de los patrones enfrentados a las reivindicaciones de sus
trabajadores ha sido objeto de un recuento estadístico de Peter De Shazo. En 50 de las 84 huelgas
estudiadas que tuvieron lugar en Santiago y Valparaíso entre 1902 y 1908, es decir, en un 63% del total, la
respuesta de los empresarios durante las primeras 24 horas del paro de actividades consistió en negarse a
negociar con los trabajadores. Tan sólo en un 10% de los conflictos los empleadores ofrecieron algún tipo de
acuerdo y, a la postre, al terminar las huelgas, se logró un porcentaje muy pequeño de soluciones en base a
dichas proposiciones. De Shazo, Urban workers..., op. cit., pág. 115.
 El Travestismo Femenino Como Modelo Contracultural
 A Contracultura. Insurrectos, Subversivos, Insumisos

 José Gutiérrez1

Resumen
Que una mujer se cubra hoy el cuerpo con ropas masculinas una imagen quizás no tan habitual en el paisaje
urbano de nuestros días como la apenas levantará suspicacias en los contextos masculinosdel travesti
masculino más conservadores, pero no debemos pasar por alto que en épocas de mayor cerrilismo que la
actual era todo un reto que no estaba exento de peligros. Invadir territorios prohibidos a las personas de su
sexo o desear a otras mujeres eran, junto a la pobreza, la voluntad de defender la patria o la resistencia a
separarse del hombre al que se amaba, algunas de las presiones que favorecían la adopción en las féminas
de la máscara, del encubrimiento, del simulacro. En relación con el cambio de atuendo en una época
imprecisa en que ciertas profesiones sólo estaban autorizadas a los hombres, los investigadores holandeses
Dekker y van de Pol evocan una canción popular infantil que relata la historia peculiar de una doncella que
decide hacerse marinero y logra permanecer durante siete años en la Marina. No obstante, su torpeza al izar
las velas acaba delatándola, por lo que la muchacha, para escapar del castigo, confesaría su verdadero sexo
y se ofrece como amante al capitán del navío . Este será el modelo primordial de un suceso, que por su
repetitividad, alcanzará el rango de tópico. En el ámbito de la historia, una de las mayores audacias del
impulso lésbico (o una de las más conocidas) se la debemos a sor Benedetta Carlini, una abadesa italiana del
convento de las teotinas que sedujo a una compañera de faenas “travistiéndose” de ángel. ¿Cómo consumó
esta artimaña insólita en una religiosa del Renacimiento? Pues simplemente con la voz y la magia blanca.
Hablando presuntamente con la voz del ángel Splenditelo, persuadía a la monja objeto de sus deseos de que
para aprender latín era preciso que “él” le acariciara el pecho, cosa que hizo hasta que fue denunciada por
las autoridades eclesiásticas.
Palabras Claves

travestismo

Abstract
-

El TRAVESTISMO FEMENINO COMO MODELO CONTRACULTURAL

por José Ismael Gutiérrez

Que una mujer se cubra hoy el cuerpo con ropas masculinas -una imagen quizás no tan habitual en el paisaje
urbano de nuestros días como la del travesti masculino- apenas levantará suspicacias en los contextos
masculinos más conservadores, pero no debemos pasar por alto que en épocas de mayor cerrilismo que la
actual era todo un reto que no estaba exento de peligros. Invadir territorios prohibidos a las personas de su
sexo o desear a otras mujeres eran, junto a la pobreza, la voluntad de defender la patria o la resistencia a
separarse del hombre al que se amaba, algunas de las presiones que favorecían la adopción en las féminas
de la máscara, del encubrimiento, del simulacro. En relación con el cambio de atuendo en una época
imprecisa en que ciertas profesiones sólo estaban autorizadas a los hombres, los investigadores holandeses
Dekker y van de Pol evocan una canción popular infantil que relata la historia peculiar de una doncella que
decide hacerse marinero y logra permanecer durante siete años en la Marina. No obstante, su torpeza al izar
las velas acaba delatándola, por lo que la muchacha, para escapar del castigo, confesaría su verdadero sexo
y se ofrece como amante al capitán del navío<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. Este será el
modelo primordial de un suceso, que por su repetitividad, alcanzará el rango de tópico. En el ámbito de la
historia, una de las mayores audacias del impulso lésbico (o una de las más conocidas) se la debemos a sor
Benedetta Carlini, una abadesa italiana del convento de las teotinas que sedujo a una compañera de faenas
“travistiéndose” de ángel. ¿Cómo consumó esta artimaña insólita en una religiosa del Renacimiento? Pues
simplemente con la voz y la magia blanca. Hablando presuntamente con la voz del ángel Splenditelo,
persuadía a la monja objeto de sus deseos de que para aprender latín era preciso que “él” le acariciara el
pecho, cosa que hizo hasta que fue denunciada por las autoridades eclesiásticas.

Los ejemplos, provenientes de todas las representaciones de la cultura, de la historia, el folclore, la


literatura o de las artes plásticas, se cuentan por millares, pues el disfraz varonil, amén de las pulsiones
eróticas que en ocasiones motivaban su uso, o incluso como complemento de esos propósitos, se posiciona
como una estrategia empleada, si no siempre contra el heterocentrismo asfixiante que ha dominado en las
culturas patriarcales, al menos sí contra antiguas concepciones antifeministas, según las cuales la mujer
debía estar al servicio de las necesidades de los hombres y, a la vez, bajo la protección y el dominio del
varón, ya fuera éste padre, esposo o amante. En este sentido, la indumentaria masculina adornando el
cuerpo de una mujer constituyó un salvoconducto que abría el camino hacia el horizonte de la libertad
individual, cuando no supuso un arriesgado subterfugio que, en entornos cotidianos poco amigos de las
hembras, avalaba su subsistencia, razón por la cual las heroínas de la épica y del drama del siglo XVII<!--[if !
supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->, las santas del calendario, las “doncellas guerreras” de los romances
medievales y hasta algunos personajes femeninos del Quijote o de los Desengaños amorosos (1647) de María
de Zayas y Sotomayor, se enfundaban ropas características del sexo opuesto.

Naturalmente, no se nos escapa el hecho de que, con el cruce de género, “ella”, es decir, el sujeto
femenino, pasa en cierta medida a hacer las veces de “él”, de forma que, salvo cuando la suplantación se
reduce a mero divertimento intrascendente -algo palpable en específicos intentos de las prostitutas por
seducir a sus clientes o en prácticas rituales en las que interviene el disfraz-, la mujer permanece sujeta a
las leyes del patriarcado, incapaz de vencer la situación de inferioridad que la ha venido afligiendo desde
tiempos lejanos. En la vida real han quedado registrados los casos de obreras que usaban vestimenta de
trabajo masculina, ya sea para eludir el acoso de sus compañeros, ya para ejercitar actividades laborales a
las que no tenían fácil acceso. Así, en el Buenos Aires de 1907 despunta la tentativa de la española María
López, entre cuyos planes no estaba brindar su vientre para el futuro de la patria de origen ni de la
adoptiva; como necesitaba trabajar, resolvió desde su infancia huérfana de Lugo vestirse con sombrero de
ala ancha, saco y camisa ordinarios, pantalón metido dentro de las cañas de las botas masculinas y un
chambergo común. Y de esta guisa arribaría al Río de la Plata con tan sólo dieciséis años, trabajando
primero en Pirán como peón en una estancia, hasta que un día, durante una visita a la capital argentina,
llamaría poderosamente la atención con su insólito atavío, que resultó, en opinión del agente de
Investigaciones, E. Franchini, “altamente sospechoso”. Según recogió el periódico La Prensa en aquel
entonces, “Después de anotarse sus datos personales, y no existiendo motivo para mantenerla detenida, se
la dejó en libertad, pero se la hizo vestir las ropas propias de su sexo que llevaba en una valija” <!--[if !
supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]-->.

Muchos de los archivos históricos conservados, lo mismo que actas notariales, grabados, biografías y
memorias más o menos ficcionadas nos dan suficientes pistas de numerosas transgresiones de esta índole.
Sobre la veracidad de otros casos, en cambio, planea la sombra de la duda cuando las crónicas, los
periódicos de la época, los anecdotarios, los tratados de medicina, los informes de viajes u otros
documentos no avalan la historicidad de los mismos. No obstante, eso no descalabra el poder sugestivo de
fuentes menos rigurosas, pues, en verdad, si queremos disfrutar con absoluta holgura de los discursos más
imaginativos sobre el travestismo femenino debemos dirigir la vista a la ficción (entendiendo la palabra
“ficción” en todas sus acepciones), es decir, novelas, cancioneros populares, cine, teatro y ópera,
producciones en las que el tema muchas veces se dirime de un hecho con base real.

Como quiera que la mujer ha estado siempre socialmente en desventaja respecto del sujeto masculino,
hasta el punto de que en el seno de ciertas familias la llegada al mundo de una hembra ha sido vista como
una calamidad, la táctica del travestismo viene a encarnar una frágil alternativa escogida para sortear los
incontables escollos de un destino que, para algunos personajes, se vislumbra sembrado de espinas. En el
siglo XIX un joven apuesto, rico y brillante llamado Sandor se casa con una joven que lo amaba tiernamente.
Sandor, sin embargo, no se priva de timar a su propio suegro en un asunto de propiedades. Llevado a juicio,
y durante un examen médico, se determina que Sandor es en realidad Sarolta, princesa húngara criada como
un muchacho por su propio padre que, de acuerdo con una prefiguración de la fábula freudiana, según la
cual la mujer siente envidia por el pene del hombre, se lamentaba de no haber tenido un hijo varón. Pero
dos siglos atrás, durante otro juicio médico, se revela también que el cirujano Eleno de Céspedes es en
realidad Elena de Céspedes, la cual justificaría el aspecto femenino de sus órganos aduciendo que se había
castrado accidentalmente mientras hacía experimentos científicos con su propio cuerpo. ¿Cómo explicaba la
presencia de los senos? Según refirió al tribunal que la juzgó, no eran de mujer, sino abscesos producto de
heridas de guerra<!--[if !supportFootnotes]-->[4]<!--[endif]-->. En estos y otros incidentes, a cual más
pintoresco, el traje es el eje del engaño y el desvestirse, por lo general, conducirá ineludiblemente hacia el
trance fatal.

Porque es necesario recalcar que el significado subversivo ligado al travestismo puede verse interrumpido
bruscamente en cuanto la posibilidad del descubrimiento amenaza con echar por tierra la continuidad del
fraude, lo que le supondrá a la ejecutante la pérdida de su libertad, de casi todas las prebendas que tan
afanosamente había ganado con su ingenio, o a veces, incluso, el sacrificio de su propia vida. En el peor de
los casos, ésta no se libraba de recibir una amonestación que, vertida en un tono paternalista, pretendía
minar la impetuosidad de esta mujer virilizada en el arte de la metamorfosis y evitar su reincidencia en tan
atípica conducta, advirtiéndosele de paso del veredicto que se le aplicaría de persistir en su mascarada. Si
bien unas pocas mujeres salieron ilesas de la sofisticada trama que idearon, ya sea porque el secreto de su
impostura sólo saldría a la luz tras su muerte, ya sea porque la delación no tuvo graves consecuencias para
su integridad personal (así le sucedió, por ejemplo, a la soldado del ejército del zar Nadezhda Durova, al
ciudadano norteamericano conocido como Murray Hall o al jazzista Billy Tipton, cuyo verdadero nombre era
Dorothy Lucille Tipton), otras, con menos suerte, pagaron caro el haber sacrificado en el altar del universo
androcéntrico la sujeción a normas hermanadas a la potestad varonil, baluarte de estereotipos sociales y
sexuales fosilizados a lo largo de los siglos.

Si, como hemos señalado, la literatura, el discurso cinematográfico y otras realizaciones artísticas y
culturales han explotado hasta la saciedad y de diversas maneras el tópico de la mujer disfrazada de varón,
es porque su performatividad conecta con obsesiones milenarias enraizadas en la psique del ser humano.
Testimonio de ello son las Metamorfosis de Ovidio, donde se relata la historia de Ifis, a la que desde su
nacimiento su madre hizo pasar por niño por temor al castigo del padre, que deseaba un varón a toda costa,
o los cuentos orientales de Las mil y una noches, en uno de los cuales, un relato largo, casi una novela,
aparece una princesa guerrera y jugadora de ajedrez llamada Budur, por no mencionar la trilogía de Tolkien
El señor de los anillos (1954-55), donde encontramos el ambiguo personaje de Eowyn, o, pasando a otro
medio de representación cultural, la cinta de dibujos animados Mulan, de la Factoría Disney (1998).

Aunque con objetivos distintos, en tiempos modernos la mujer ha acudido igualmente a la retórica del
travestismo en toda clase de manifestaciones pictóricas, literarias y fílmicas para remover un debate
todavía inconcluso en torno a la vieja desigualdad entre los sexos o acerca de la marginación femenina en
los contextos machistas y falócratas de distintas partes del mundo. Desmarcada de su estatus radical de
dependencia afectiva, económica y social, la mujer, en su versión como travesti, ha sido asimismo un cliché
estético-literario proclive al esclarecimiento de la relatividad de nociones como “masculino” y “femenino”,
categorías cuyos difuminados límites se han extendido por un deconstructivista lienzo dispuesto a poner en
jaque patrones socioculturales de género fijos e inamovibles gracias a los que cobran carta de naturaleza
incesantes problemas de identidad sexual o de representación físico-genérica. Incluso desde mediados del
siglo XIX hasta épocas más recientes, se ha echado mano de la imagen de la fémina vestida de hombre para
poner de relieve la crisis interna de los fundamentos del imaginario decimonónico de la nación, de sus
arbitrarios discursos, fundados esencialmente en lo uno y en lo homogéneo y sustentados, por regla general,
sobre un sistema de legislaciones extremadamente autoritarias, no siempre confiadas por el poder
institucionalizado al papel escrito, pero avaladas por una conceptualización presumiblemente lógica de la
vida que catalogaba de extravagante, anormal y “desviado” todo lo que se percibía como diferente.

Con independencia del móvil que ha influido en el travestismo, así como de las intrincadas avenidas
recorridas por sus denostados agentes, el disfraz procura aportar a la mujer una dosis de ilusoria rebeldía, la
inclinación a ser otro/a más libre, ajeno/a a las restricciones normativas legitimadas por los
convencionalismos morales de un determinado período histórico y de una cultura, aunque historiadoras
como Shari Benstock sean de la opinión de que, al oponerse a determinada vestimenta y a cierto
comportamiento asignado, las mujeres que han practicado el travestismo no hacían sino mostrar su
inadaptación, exhibiéndose como paradigmas con el ropaje de sus opresores<!--[if !supportFootnotes]--
>[5]<!--[endif]-->. Aun cuando la transmutación no se consuma por completo o apenas perdure en el tiempo,
o aun cuando no implique siempre un desvío en la orientación sexual original prescrita por el personaje que
la desarrolla, ni se cuestione, a ojos del espectador, el efecto transitorio de semejante acto o su
incapacidad para disimular la verdad que se esconde tras la apariencia, el travestismo suele activar un
modus operandi deslegitimador que pone en entredicho ciertas formas convencionales de normativismo
social y sexual. En la célebre novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary (1857), la insatisfacción de Emma
con el papel que le ha endilgado, por ser mujer, la sociedad francesa de su siglo se traduce en maneras
masculinizantes. Madame Bovary, como puede advertir el lector menos sagaz, adopta a veces modales,
actitudes e incluso la indumentaria de un hombre. Vestida “como un hombre”, peinada “como un hombre”,
pasea “con un cigarrillo en la boca”, o con “un sombrero de hombre”. Emma impone su voluntad y es quien
toma las decisiones en su matrimonio. Domina a Charles siempre y es ella, por ejemplo, la que cobra las
facturas de los enfermos del marido. Durante su última noche en Rouen, va al baile de disfraces vestida de
hombre. En su relación con León, es ella quien se desplaza para verle y además, teniendo en cuenta la
tacañería de su amante, tienen que compartir los gastos del hotel en el que se encuentran a hurtadillas.
León es un hombre sin energía, que a Emma le “parece una mujer” y en otra ocasión “un cobarde”. Y
cuando va a dar un paseo a caballo con Rodolfo, otro de sus amores clandestinos, se alude a la necesidad
“de un traje de amazona”. Mujer viril, amazona, inconformista dentro de unos límites, Emma ocupa un
papel masculino frente a un marido y unos amantes afeminados, pasivos, blandos, remisos a tomar
iniciativas. Por tanto, como han reparado Rosa de Diego y Lydia Vázquez al analizar esta figura novelesca, el
personaje subvierte la distribución habitual de sexos y actitudes como una forma de reclamar libertad para
sí misma<!--[if !supportFootnotes]-->[6]<!--[endif]-->. No sin razón el poeta Charles Baudelaire subrayó
tempranamente el carácter varonil de la protagonista, a la que no vaciló en llamar “extraño andrógino” <!--
[if !supportFootnotes]-->[7]<!--[endif]-->.

En términos gnoseológicos, toda manifestación de travestismo, sea lingüística (física) o propiamente teatral,
actuada a través de las palabras, del tono de voz o del comportamiento (externo), supone lo que Judith
Butler describe como una muestra prototípica de “perfomatividad” de género y/o de sexo<!--[if !
supportFootnotes]-->[8]<!--[endif]-->. En otras palabras, implica una negociación con alguna representación
convencional con un patrón estable, la de un cuerpo normal, la de un papel prescrito en un libreto o la de la
forma como se piensa que alguien actúa habitualmente.

La actuación travesti es transversal en múltiples dimensiones. Se desliza con rapidez de un objeto a otro, de
uno a otro tema, de macho a hembra (o de hembra a varón), de feminidad a afeminación (o de masculinidad
a masculinización), de lo real a lo imaginario, entre lo dado y lo improvisado. Por ello no estaríamos muy
acertados si acatáramos que el travestismo define siempre un espacio de parodia de la subversión, como
tampoco sería exacto sostener que representa un ritual intensificador. En realidad, el travestismo engloba
un profundo equívoco. Asume un espacio intermedio que no es ni masculino ni femenino, sino una
convergencia de ambos a la vez. Contrastantes e incluso antagónicas, las intenciones se mantienen ahí en
suspenso, pero ninguna se anula; de ahí que, como ha postulado Roger N. Lancaster, “no es sólo que a
través de un gesto determinado se refracten múltiples intenciones, sino que, más aún, muchos posibles ‘yo
mismos/as’ -y muchos ‘otros/as’ posibles- están siempre en juego”<!--[if !supportFootnotes]-->[9]<!--
[endif]-->.
Todo acto de atención, de apropiación física, todo poder empático de la carne, comporta una suerte de
trasposición, de cruce al otro lado, una pérdida y una recuperación del propio ser. Prácticas cotidianas que
se prolongan en multitud de deseos adicionales de trasponer, de cruzar al otro lado y que parecerían
inherentes a la estructura social de la percepción. Representar el papel del/a otro/a equivale a romper el
equilibrio existente entre los atributos contingentes de la identidad: supone asumir que el cuerpo es
maleable, que los ademanes de la representación son, a fin de cuentas, simples extensiones de los gestos
que uno/a ya hace y que, por cierto, cualquiera es capaz de hacer. En tanto problema de movimiento, la
representación transversal es la exploración de un espacio todavía no apropiado pero que está próximo al
espacio conocido. Quien actúa intenta abandonar el horizonte propio con el fin de ver el horizonte de otro/a
y así gozar de un paisaje diametralmente diferente. Y al habitar ese otro espacio, se descubre, según indica
el mismo Lancaster, que el/la otro/a es un “yo-mismo/a” posible entregado/a a la extravagancia y al
exceso<!--[if !supportFootnotes]-->[10]<!--[endif]-->.

Por otra parte, si interpelamos a la orientación sexual como una de las marcas potenciales que empiezan a
desdibujarse con el cambio de género, se impone aclarar que el travestismo (tanto el masculino como el
femenino) no está vinculado necesariamente al deseo homosexual, aunque ciertamente algunas mujeres
travestidas de hombres no hayan ocultado sus inclinaciones lésbicas. El travestismo puede ser simplemente
expresión de una identidad política, ideológica y cultural, y relacionarse con el poder, especialmente
porque su presencia sugiere que la representación de género siempre es actuación<!--[if !
supportFootnotes]-->[11]<!--[endif]-->. De modo que si la categorización de género puede ser manipulada,
invertida, hay que concederle, pues, a este mecanismo que transita por la cuerda floja del engaño una
notable inestabilidad de cara al sentimiento de alteridad entre los sexos, es decir, una indeterminación
desjerarquizadora de todo esencialismo ontológico.

Marjorie Garber ha explicado que el travestismo “es un espacio de posibilidad que estructura y confunde la
cultura: el elemento disruptivo que participa, no sólo en una crisis de la categoría del macho y de la
hembra, sino de la crisis de la categoría en sí misma”<!--[if !supportFootnotes]-->[12]<!--[endif]-->. Ello
quiere decir que hay mucho poder en el hecho de vestirse de la manera que supuestamente es del otro
género, lo que hace que el observador dude de la categorización polar de género y muestre que el “actor”
también la pone en duda.

La presencia aparentemente espontánea o inesperada o suplementaria de una figura travestida en un texto


[...] que no parece que, temáticamente, esté principalmente preocupada por la diferencia de género o por
el género desdibujado indica una crisis de la categoría [...], un conflicto irresoluto o lo esencial
epistemológico que desestabiliza el cómodo binarismo<!--[if !supportFootnotes]-->[13]<!--[endif]-->.

Llevada esta premisa a la experiencia literaria, obtenemos que la presencia del travestismo hace que el
lector no se sienta cómodo, le hace vacilar de sus suposiciones y cuestionar las apariencias; denota que el
sujeto que se traviste en el texto logra a veces despistar al observador o al lector. Dado que se trata de una
expresión optativa de la persona, es algo que surge desde la intimidad de la misma y tiene mucho más
significado al exteriorizarse. En ello reside el impacto de la imagen equívoca del travesti, porque el
travestismo cruza límites, empuja y provoca desconcierto, al tiempo que reconoce y desafía las normas
sociales poniendo de relieve que el género, como han expuesto algunas teorías neofeministas, es
básicamente una construcción social: la gente se forma ideas preconcebidas acerca de un sujeto basadas en
signos producidos y reproducidos dentro de la misma sociedad. La sociedad reconoce ciertas maneras del
comportamiento de la gente, como el traje que se pone, la agresividad o la sumisión, el trabajar fuera o
dentro de la casa, y lo asocia claramente con cierto género. Si una mujer o un hombre se enfrenta a algo
con valentía, se dice que “lleva bien puestos los pantalones”, aunque la biología no tenga nada que ver con
el traje que usa la gente. Y lo que es más relevante: es solamente en el marco de la complejidad de la
sociedad moderna y occidental, donde existen tantas instituciones, que hay que asignar roles para imponer
determinado orden. Con instituciones y roles complicados viene la reinscripción de valores a los papeles
asignados, como el valor que se le da al hombre.

Lógicamente, cuando se trata de una situación interpersonal, no hay ninguna razón para que un varón se
enfrente a una situación mejor que una mujer; sin embargo, en la complejidad de la sociedad moderna, el
hombre se relaciona con el poder fuera de la casa pero, por el valor que la sociedad le asigna al dinero que
viene de fuera del ámbito doméstico, el hombre también adquiere poder dentro del hogar. En realidad, no
es que la mujer-madre carezca de poder, sino que la sociedad reconoce más abiertamente el poder del
dinero, de manera que el que percibe una remuneración externa por su trabajo gana más respeto. La idea
que atribuye valores sociales a los roles de género demuestra que los valores genéricos, repitámoslo, son
sociales, no naturales. La existencia misma del travestismo, y el simple hecho de que se le reconozca como
un fenómeno extraño que suscita toda suerte de especulaciones, muestra que el género se construye
socialmente. Digamos que los límites sociales ya están, y el travestismo, en verdad, lo que hace es ponerlos
en tela de juicio<!--[if !supportFootnotes]-->[14]<!--[endif]-->.

Las incidencias de estos cruces y reacomodaciones que acompañan al travestismo, lejos de parecer banales,
agravan la tarea de uniformar los desplazamientos en la vestimenta convencional perpetrados por los que de
alguna manera han buscado infringir los imperativos culturales hegemónicos. Eludir las polarizaciones de la
dialéctica masculino/femenino, pero en ocasiones también reproducir, dentro de algunas de las prácticas
del lesbianismo, los códigos heterosexuales repudiados por los sujetos que aman a los de su mismo sexo, son
dos de los motivos que explican el que, por ejemplo, durante los años locos en París, las mujeres modernas
de las clases acomodadas (Radclyffe Hall, Nancy Cunard, Jane Heap, Lady Troubridge, la marquesa de
Belbeuf...), se vestieran de varón y acudieran a fiestas de disfraces que incluían todas las variables
imaginativas, desde la túnica griega o el corselete de gitana, pasando por los cascabeles del bufón y el
mameluco de Pierrot. El travestismo y la transexualidad mezclaban, en estos eventos, razones estéticas,
eróticas y feministas. A menudo, como en el caso de Colette, arrastraba secuelas del decadentismo del siglo
XVIII, donde el aspecto de “golfillo” daba a una dama distinguida un plus de voluptuosidad que la valorizaba
ante el voyeur (siempre hombre). Vestirse de varón ha revelado también licencias en días de festividades
paganas donde las mujeres se probaban con el traje prohibido la libertad. Y señalo esto porque casi todas
estas travestidas parisienses de la Belle Époque amaban el mundo griego, simplemente porque en él había
vivido Safo, que más modernas que las modernas, amó sólo con su sexo, sus versos y su túnica<!--[if !
supportFootnotes]-->[15]<!--[endif]-->.
¿Qué tiene que ver el gesto modernista, no falto de esnobismo reivindicativo, de este grupo de intelectuales
o aristócratas homosexuales -cuyas poses parecen dar la razón al criterio de los sexólogos del siglo XIX de
que los cuerpos andróginos de las lesbianas contenían el alma de hombres que intentaban escapar a la forma
femenina- con el malogrado proyecto de una Isabelle Eberhardt o el de la niña protagonista de la película
Osama, por ejemplo? Mucho y a la vez casi nada, pues exceptuando el impulso de exteriorizar un
alejamiento de los roles tradicionales y de las expectativas sociales respecto del matrimonio y de la
maternidad como denominador común, perceptibles matices diferenciadores reducen el foco de las
similitudes que las acercarían unas a otras. La película de Siddiq Barmak, de 2003, que recrea un hecho
auténtico, pormenorizado en una carta que un viejo profesor hizo llegar a las manos del guionista y director
cuando éste se hallaba refugiado en Pakistán durante el régimen talibán, narra los suplicios, difícilmente
concebibles como reales a pesar de las evidencias, que ha de padecer una niña de doce años que vive en un
entorno familiar formado sólo por la madre y la abuela y al que sorprende la llegada al poder de los
talibanes. Durante el régimen talibán, las mujeres perdieron el derecho a trabajar y a salir a la calle si no
iban acompañadas por algún miembro masculino de la familia, que en el caso de este grupo familiar
exclusivamente femenino sencillamente no existe. Los talibanes implantaron el uso obligatorio del burkha a
las mujeres (un manto que cubría la totalidad del cuerpo, con una sola abertura en pantalla a la altura de
los ojos, aunque protegida por una tupida redecilla de hilos entretejidos). La sanción posterior por el uso del
maquillaje, sin que nadie supiera cómo era posible detectar tal cosa bajo el siniestro atuendo, fue otra de
los excesos en que incurrieron. Lo más grave es que la educación infantil y juvenil se paralizó, puesto que,
además de que las niñas no podían asistir a la escuela, la mayoría no tenían quien les enseñara ya que la
mayor parte de los maestros eran mujeres. Debido a ello, para intentar sobrevivir, la madre decide cortarle
el pelo a su hija, la disfraza de muchacho y la coloca como aprendiz de un artesano, quien, tras haber
luchado junto a su padre muerto en la “guerra de liberación”, se compadece de la situación familiar al
punto de arriesgar su situación y quizá su vida. Pero la suerte de la protagonista de Osama está echada y la
mentira quedará finalmente al descubierto al ser incorporada a la madrassa, escuela coránica talibán, a
consecuencia de un juego infantil aparentemente inocente. A partir de ahí la vida de la niña pasa a valer
menos que la de una alimaña.

En un film menos polémico, dirigido por Jafar Panahi (Offside, 2006), se relata también la historia de unas
chicas disfrazadas de chicos. Esta vez la finalidad es intentar entrar en un estadio de fútbol en Irán, donde
no se permite oficialmente el acceso a las mujeres<!--[if !supportFootnotes]-->[16]<!--[endif]-->.

A diferencia de estos exponentes, el travestismo de Isabelle Eberhardt, una joven escritora suiza de espíritu
libertario, no tiene origen tanto en la necesidad de subsistencia como en la exigencia de una reafirmación
identitaria que, sin embargo en su caso, está plena de ambigüedades. Llamada también Nicolás Podolinski y
otras veces Mahmoud Saadi, Isabelle se hacía pasar por un muchacho musulmán: hablaba y escribía árabe a
la perfección, se había convertido al islamismo y pertenecía a una hermandad sufí. Ataviada de hombre
recorrió el Magreb; dormía en el desierto con los beduinos, cabalgaba entre las dunas, conversaba durante
el día sobre misterios místicos con los marabouts (líderes religiosos) y visitaba por las noches todos los
burdeles del norte de África. Su vida fue fascinante, ambigua, llena de dolor y contradicciones. Desde niña
Trophimovski, su tutor, y en realidad también su padre biológico, le cortaba el pelo, la vestía y la trataba
como a un chico. Asimismo, desde su infancia se dedicó a escribir; usaba diversos seudónimos para firmar
sus textos, se fingía hombre en sus cartas y empieza a publicar pronto en revistas francesas.

El primer viaje de Isabelle al norte de África lo hizo a los veinte años y con su madre. Para la ocasión se
afeitó la cabeza, se atavió con las vestimentas del sexo contrario y se hizo llamar Mahmoud. Creía que
engañaba a todos con respecto a su sexo, pero, la verdad, viendo las fotos de la época<!--[if !
supportFootnotes]-->[17]<!--[endif]-->, parece increíble que pudieran tomarla por un hombre, pues era
guapa, de labios carnosos y tenía cara de muñeca. Probablemente los argelinos estaban para entonces tan
acostumbrados a las extravagancias de los extranjeros que arribaban a sus costas, que fingieron verla como
ella quería que la viesen, como un mozalbete.

Siempre ha despertado una curiosidad morbosa la sexualidad de este extraño personaje que, al parecer, sólo
se excitaba cuando se vestía de chico, aunque también, por lo que se sabe, sólo le atrajeron los varones: le
encantaba visitar burdeles con otros hombres, pero ella sólo observaba. Fue muy promiscua y al final de su
vida padecía sífilis (y paludismo). Ahora bien, también fue muy espiritual. Vivía una vida doble y escindida;
por las mañanas pura y ascética, siempre en persecución de la verdad mística y de la belleza literaria; y por
las noches, oscura y entregada a los placeres efímeros de la carne.

Su constante subversión de las normas (al ser una occidental travestida de oriental y, por descontado, de
varón) influyó en su marginación y en los problemas que siempre tuvo. Aún así, al repasar la breve pero
intensa biografía de Eberhardt uno se llega a sorprender, como le ha sucedido a la escritora Rosa
Montero<!--[if !supportFootnotes]-->[18]<!--[endif]-->, de las muchas cosas que le ocurren. Y hemos de
preguntarnos al respecto, como seguramente ella misma se preguntaba, por qué la perseguían tanto, por
qué la tomaban por quien no era, por qué la escogieron para el atentado que sufrió en 1901 (mientras
estaba en la casa de uno de los líderes de la Qadirya un joven entró y, sin mediar palabra, le asestó tres
sablazos, uno en la cabeza y dos en un brazo), cuando ella verdaderamente no hacía nada: era una persona
más bien marginal, inerte, contemplativa. Pero se diría que su falta de identidad, esa plasticidad con la que
se convertía en cualquier cosa (en hombre y en mujer, en occidental y en oriental, en mística y en
pecadora) funcionaba también para los otros y era motivo suficiente para que su inclasificable presencia
incomodase a un sector ultraconservador de la comunidad en la que había elegido vivir.

Actos de esta naturaleza, tan heterogéneos, plasmados en el cuerpo (moldeable) de las mujeres en
particular, y en general de cualquier persona, nos llevan a concluir, con Roger N. Lancaster, que “El
travestismo tiene implicaciones sociales diferentes dependiendo de quién se traviste, qué género asume, y
en qué contexto lo hace. Hombres y mujeres, ricos y pobres, heterosexuales [ straight] y afeminados
[queer], todos juegan, todos actúan, pero no todos lo hacen ni pueden hacerlo de la misma manera, con las
mismas intenciones, ni para producir los mismos efectos”<!--[if !supportFootnotes]-->[19]<!--[endif]-->. Y,
efectivamente, a la luz de las pocas anécdotas aquí esbozadas se infiere que lo que distingue a la
problemática del travestismo -que en inglés se denomina también con el término “cross-dressing”- es su
condición de multiplicidad, su intención de dispersión, su mecanismo cambiante y reacio a definiciones
precisas. En cualquier caso, en la mayoría de las oportunidades el engaño que tramaron las mujeres a través
de la indumentaria varonil, sobre todo en el pasado, ha obedecido a un deseo expreso no tanto de romper
como de escamotear moldes sociales y genéricos adscritos a una visión machista de la vida o segregadores
de insostenibles esquematismos en los planteamientos sexuales tipificados por la costumbre, delatando una
necesidad urgente de afianzar una identidad no siempre clara, pero disconforme en todo momento con la
otorgada por la naturaleza o con la que el orden sociopolítico e ideológico en vigor les había impuesto a la
fuerza.

Ahora bien, en el momento histórico actual, cuando la equiparación jurídica de género, la posibilidad de
acceso de la mujer a una formación superior o la indiscriminación en las relaciones laborales son realidades
aparentemente tangibles, ¿tiene algún sentido el recurso de la ocultación y de la polisemia identitaria, tal
como lo practicaron nuestros antepasados del sexo femenino? A primera vista pudiera parecer que no, pero
una mirada más atenta al fondo de la cuestión nos permitirá dilucidar que, tras la tranquila fachada de
publicitado liberalismo que difunden los discursos “políticamente correctos” de nuestra posmodernidad,
subsisten problemas aún pendientes de solventar. Pese a que en el transcurso del siglo XX los conceptos de
las funciones privadas y públicas de la mujer no han dejado de redefinirse a favor de ésta, un largo camino
en la lucha en pos de una completa homologación entre ambos sexos queda todavía por recorrer. Así lo ha
precisado, por ejemplo, Gilles Lipovetsky al percatarse de la ingente diversidad de tareas que acumula la
mujer trabajadora del cambio de milenio, dentro y fuera de la casa, o de la desemejanza de expectativas
amorosas de mujeres y hombres<!--[if !supportFootnotes]-->[20]<!--[endif]-->. Por supuesto, la desigualdad
sexual que sigue perpetuándose en Occidente resulta minúscula si la comparamos con la que exhiben otras
culturas tercermundistas o propias de regiones “subdesarrolladas”. Y es más: todavía en las dos terceras
partes del planeta las féminas siguen siendo seres sin identidad propia, sin voz ni voto, ciudadanas de
segunda o tercera clase, sin derecho a reclamar libertades ni denunciar las injusticias que padecen.
Asumiendo con resignación su destino, arrostran el estigma de una perpetua invisibilidad, y obligadas a
ocultar su rostro en público o a permanecer encerradas en el hogar durante el día, se les prohíbe casi todo,
incluso hablar con los transeúntes con que se topan en la calle, escoger esposo o, lo que es más atroz,
experimentar placer sexual de por vida al sometérseles desde niñas a una brutal intervención quirúrgica en
la que se les extirpa el clítoris. En contextos inhumanos como estos, el que los sujetos femeninos se
travistan de hombre puede seguir personificando una urgente válvula de escape que posibilitará, con algo de
suerte, el acceso a los umbrales de una existencia más tolerable.

Por fortuna, eso no ocurre en los lugares más modernizados del planeta, donde si una mujer desea hacer
valer sus derechos (y, por lo general, es libre para hacer tal cosa), suele manifestarse a cara descubierta,
sin necesidad de disimular su sexo tras el tradicional disfraz varonil ni ningún otro artificio que distorsione
su identidad biológica. Dejo aparte, claro está, ciertas incursiones, de carácter ritual, como las
desarrolladas durante festividades como el carnaval, celebraciones de origen popular caracterizadas por la
transgresión secular de roles, donde la pasajera instrumentalización de la ropa no amenaza verdaderamente
el sistema establecido; se trata de un gesto lúdico, de esparcimiento, consumado el cual vuelven a
restablecerse las normas y las jerarquías preexistentes. También la figura de la mujer envuelta en hábito de
varón dentro del mundo del espectáculo y de las representaciones teatrales es contemplada sin el menor
recelo, habida cuenta que estos perfomances vinculados al atavío, al maquillaje, a la voz y a la gestualidad
se originan en el marco de una realidad ilusoria, pertenecen a la esfera de la interpretación y casi siempre
se dan en obras teatrales de corte clásico. Curiosamente, en el campo de la moda, la vestimenta femenina
se ha enriquecido en los últimos cien años con prendas y complementos que tradicionalmente formaban
parte de la estampa masculina sin que por ello los portavoces del poder masculino, tal vez en un principio
reacios a estas novedades, hayan podido hacer nada para evitarlo. De todas formas, y en otro ángulo del
epicentro feminista, no sé si supondrá una conquista para la mujer independizada de hoy en día el hecho de
que en la cotidianidad de su estresante vida laboral haya tenido que “masculinizarse”, no ya por medio de
sus prendas externas sino a través de una agresividad con la que intenta demostrar a la sociedad varonil que
la ha infravalorado que está más que capacitada para desempeñar trabajos de tanta responsabilidad como
los que hasta hace poco estaban destinados sólo a los hombres.

Problemática diferente es la de aquellas personas que, sin una razón biológica identificable, se ven metidas
en la piel de un sexo que no les corresponde. Me refiero a las transexuales, mujeres de apariencia hombruna
que se reconocen, sienten, se comportan y, por consiguiente, visten como varones; mujeres que en
ocasiones llegan a exigir un cambio de sexo y a consolidar relaciones sentimentales con otros sujetos que
asumen frecuentemente en la distribución de roles dentro de la pareja uno considerado por tradición como
femenino. Naturalmente, la transexualidad, en sentido estricto, cae fuera ya del fenómeno que venimos
llamando travestismo, y es que hay que diagnosticarlo como un síndrome peculiar que emana del
inexplicable desajuste entre sexo biológico y género, y que conlleva gravosos traumatismos que en parte hoy
pueden subsanarse gracias a la ingesta de hormonas y al milagro de la cirugía.

Pero dejando a un lado lo específico de esta casuística, convengamos en que la recurrencia al traje de varón
como método de camuflaje por parte de las mujeres (o como revelación de formas de sentir marcadamente
varoniles en algunas de ellas) nos remite frecuentemente al ayer o a áreas geográficas y culturales exóticas.
Además, tal práctica suele estar especialmente enraizada, o bien a aquellas producciones discursivas de
épocas pretéritas (por lo general anteriores a los menos misóginos siglos XX y XXI), o bien a narrativas que,
aun siendo contemporáneas, nos transportan a un tiempo otro en el que primaban hábitos cotidianos -hoy
felizmente en retirada- que subyugaban a la mujer o modelos sociales sumamente estrictos en los que el
encubrimiento vestimentario representaba una salida que tenía (o que tiene aún) un potencial liberador
determinante. Tales relatos se inscriben, por otra parte, en las modalidades de la novela histórica -tan en
boga en la actualidad- o en el relato de aventuras y en la biografía novelada<!--[if !supportFootnotes]--
>[21]<!--[endif]-->, o bien se encarama al rango de la categoría testimonial, al presentarnos descarnadas
historias que denuncian, directa o indirectamente, los efectos siniestros que ciertas sociedades africanas y
del mundo islámico y oriental ocasionan con su sistema de valores patriarcales. Sociedades que, al someter
a patrones masculinos a la mujer y hacer de ella un cuerpo dócil y fácilmente manejable, tras despojarla de
inteligencia, alma racional y después de privarla de capacidad de elección, se aferran a una serie de
absurdos y anacrónicos convencionalismos. Culturas androcéntricas que perpetúan medidas discriminatorias
tendentes a ningunear la presencia femenina dentro de la esfera pública e íntima, que la reducen a objeto
de vejaciones físicas y psicológicas y que, en definitiva, le niegan la posibilidad de disfrutar de aquellas
facetas espirituales y materiales de la vida a las que, como ser humano que es, tiene pleno derecho.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Spain’s Golden Age, Lewisburg, Bucknell University Press.

<!--[if !supportEndnotes]-->

<!--[endif]-->

<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> Rudolf M. Dekker y Lotte van de Pol, La


doncella quiso ser marinero. Travestismo femenino en Europa (siglos XVII-XVIII), pról.
Peter Burke, trad. Paloma Gil Quindós, Madrid, Siglo XXI, 2006, pp. 2-3. Libro pionero en
este género de estudios, la versión inglesa llevó por título The Tradition of Female
Trasvestism in Early Modern Europe, foreword by Peter Burke, New York, St. Matin’s
Press, 1989.

<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]--> Tanto el teatro isabelino inglés (Shakespeare) como la comedia


barroca en España (Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Cervantes) están plagados de
mujeres travestidas.

<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]--> La anécdota la recoge Osvaldo Bazán (en Historia de la


homosexualidad en la Argentina. De la Conquista de América al siglo XXI, Buenos Aires, Editorial Marea,
2004, pp. 162-163), quien también saca a la luz las aventuras de María Leocadia de Ita, de la italiana Dafne
Vaccari o de Pepita Avellaneda, excepcionales todas en sus empecinadas tentativas por reinventarse a sí
mismas mediante el camuflaje.

<!--[if !supportFootnotes]-->[4]<!--[endif]--> También Cristina Morató en Viajeras intrépidas y aventureras


(pról. Manu Leguineche, 6ª ed., Barcelona, Plaza & Janés Editores, 2005) resalta la contribución de un buen
número de viajeras, exploradoras, navegantes y conquistadoras que, ya desde la Edad Media y hasta la
actualidad, deciden abandonar hogar y familia para emprender largas y agotadoras jornadas sin importarles
el peligro que corren. Común a la mayoría de ellas es la apariencia de hombre que asumen externamente, el
hecho de que escriben relatos de viajes bajo seudónimo, que se desplazan solas hasta lugares exóticos o que
tienen una agitada vida sentimental. Asimismo, para un catálogo extenso de mujeres travestidas, aconsejo,
a pesar de su escaso aparato teórico, el ensayo de Miguel Ángel Almodóvar Armas de varón. Mujeres que se
hicieron pasar por hombres (Madrid, OBERON, 2004). El periodista español despliega un surtido abanico de
relatos en los que aparecen dibujadas alrededor de un centenar de féminas (reales o legendarias) que se han
hecho pasar por hombres. Este y otros investigadores coinciden en achacar al disfraz varonil la condición de
instrumento destinado a ahuyentar los miedos profundos del ser humano o a escamotear el atolladero social
provocado por la presión de los roles sociales o sexuales dominantes. Evitar la violación, practicar
actividades socialmente masculinas, alternar en lugares públicos o ejercer un oficio no consentido en su
tiempo a la mujer, como la medicina, la abogacía o la milicia, entre otros, en vez de aceptar pasivamente la
invisibilidad y la sumisión que les aguardaba en las sociedades androcéntricas y abiertamente machistas en
que vivían, son algunas de las razones que impulsaron al sujeto femenino a tomar partido por el disfraz.

<!--[if !supportFootnotes]-->[5]<!--[endif]--> Shari Benstock, Mujeres de la “Rive Gauche”: París 1900-1940,


trad. Víctor Pozanco, Barcelona, Editorial Lumen, 1992, p. 560.

<!--[if !supportFootnotes]-->[6]<!--[endif]--> Rosa de Diego y Lydia Vázquez, Figuras de mujer, Madrid,


Alianza Editorial, 2002, p. 132.

<!--[if !supportFootnotes]-->[7]<!--[endif]--> Charles Baudelaire, “Madame Bovary, por Gustave Flaubert”,


en Crítica literaria, introd., trad. y notas Lydia Vázquez, Madrid, Visor, 1999, p. 163.

<!--[if !supportFootnotes]-->[8]<!--[endif]--> Véase, por ejemplo, Cuerpos que importan. Sobre los límites
materiales y discursivos del “sexo”, trad. Alcira Bixio, Buenos Aires/Barcelona/México, Editorial Paidós
SAICF, 2002, entre otros ensayos de la pensadora estadounidense.

<!--[if !supportFootnotes]-->[9]<!--[endif]--> Roger N. Lancaster, “La actuación de Guto. Notas sobre el


travestismo en la vida cotidiana”, en Daniel Balderston y Donna J. Guy (comps.), Sexo y sexualidades en
América Latina, trad. Gloria Elena Bernal y Gabriela Ventureira, Buenos Aires/Barcelona/México, Editorial
Paidós, 1998, pp. 40-41.

<!--[if !supportFootnotes]-->[10]<!--[endif]--> Ibidem, p. 47.

<!--[if !supportFootnotes]-->[11]<!--[endif]--> Cfr. Anita K. Stoll y Dawn L. Smith (eds.), Gender, Identity,
and Representation in Spain’s Golden Age, Lewisburg, Bucknell University Press, 2000, p. 186.

<!--[if !supportFootnotes]-->[12]<!--[endif]--> Marjorie Garber, Vested Interests. Cross-Dressing & Cultural


Anxiety, New York, Routledge, 1992; la traducción es nuestra.

<!--[if !supportFootnotes]-->[13]<!--[endif]--> Ibiddem, p. 17; la traducción es nuestra.

<!--[if !supportFootnotes]-->[14]<!--[endif]--> Aunque centrada en los desplazamientos genéricos operados


desde el orbe masculino al femenino, una excelente síntesis comentada de los principales acercamientos
actuales al tema del travestismo se encuentra en el ensayo de Josefina Fernández, Cuerpos desobedientes.
Travestismo e identidad de género, Buenos Aires, IDAES, Universidad Nacional de San Martín/Edhasa, 2004,
pp. 39-65. La autora recoge en su libro las principales teorías sobre el fenómeno agrupándolas en tres
grandes bloques: las que lo ven como expresión de un tercer sexo (Gilbert Herdt, Kay Martin y Bárbara
Vorhies, Will Roscoe, Hilda Habychain, Anne Bolin), las que lo interpretan como reforzamiento de las
identidades genéricas (Victoria Barreda, Hélio Silva, Annie Woodhouse, Richard Ekins) y las que lo entienden
como un género performativo (Teresa de Lauretis, Judith Butler, Thomas Laqueur, Pedro Lemebel).
<!--[if !supportFootnotes]-->[15]<!--[endif]--> Sobre la actividad de las expatriadas anglosajonas en la
capital francesa del París de las primeras décadas del siglo XX véase Shari Benstock, op. cit.

<!--[if !supportFootnotes]-->[16]<!--[endif]--> El arte cinematográfico ha sido pródigo en la representación


de la mujer travestida de hombre. Véanse, si no, películas tan diversas en estética, tema e intencionalidad
como Marruecos (Morocco) (1930), de Josef von Sternberg, La reina Cristina de Suecia (Queen Christina)
(1933), de Rouben Mamoulian, La gran aventura de Silvia (Sylvia Scarlett) (1935), de George Cukor, Los
viajes de Sullivan (Sullivan’s Travel) (1941), de Preston Sturges, Fast Break (1978), de Jack Smight, los
musicales Víctor o Victoria (Victor/Victoria) (1982), de Blake Edwards, y Yentl (1983), de Barbra Streisand,
Belle époque (1992), de Fernando Trueba, Orlando (1992), de Sally Potter, Shakespeare enamorado
(Shakespeare in love) (1998), de John Madden, Boys don’t cry (1999), de Kimberly Peirce, o las diversas
versiones sobre las gestas de la heroína francesa Juana de Arco y de mujeres piratas que se adentraron en
arriesgadas aventuras a lo largo y ancho de los océanos, entre otras muchas producciones cinematográficas.
Vid. Paula Rodríguez Marino, “Antecedentes del travestismo femenino y masculino en el cine”, Mnemocine.
Memoria e imagen, 20 feb. 2002, 18 sept. 2006
<http://www.mnemocine.combr/cinema/historiatextos/paulamarino.htm>.

<!--[if !supportFootnotes]-->[17]<!--[endif]--> A los diecinueve años se hizo dos retratos en un estudio


fotográfico de Ginebra, uno vestida como un joven árabe, otro de marinero, con una gorra que ostentaba,
como nombre del hipotético barco, la palabra “Venganza”.

<!--[if !supportFootnotes]-->[18]<!--[endif]--> Rosa Montero, Historias de mujeres, 23ª ed., Madrid, Alfagura,
2003, p. 167.

<!--[if !supportFootnotes]-->[19]<!--[endif]--> Roger N. Lancaster, op. cit., p. 65; la cursiva es del autor.

<!--[if !supportFootnotes]-->[20]<!--[endif]--> Cfr. Gilles Lipovetsky, La tercera mujer. Permanencia y


revolución de lo femenino, trad. Rosa Alapont, 5ª ed., Barcelona, Editorial Anagrama, 2002.

<!--[if !supportFootnotes]-->[21]<!--[endif]--> Pensemos en textos como Duerme (1994) y La otra mano de


Lepanto (2005), de Carmen Boullosa, Hija de la fortuna (1999), de Isabel Allende, Mujer en traje de batalla
(2001), de Antonio Benítez Rojo, Lobas de mar (2003), de Zoé Valdés, Juana de Arco. El corazón del verdugo
(2003), de María Elena Cruz Varela, La monja alférez (2004), de Ricard Ibáñez, Historia del Rey
Transparente (2005), de Rosa Montero, o La Dama de Arintero (2006), de Antonio Martínez Llamas, por
mencionar sólo algunos de los textos escritos en castellano.
 Descubrimiento de (otra) América (sin recetas)

 Soledad Bianchi1

Resumen
Parecía que los motores tenían otro sonido, y allá abajo se divisaban unos pobres sauces raquíticos. - "Mira,
ése es Santiago", - "No, no puede ser si aquí los árboles son grandes y frondosos", - "No te digo que es...", -
"Señores pasajeros, estamos prontos a aterrizar en Santiago de Chile". Y bastó pestañear para llegar,
después de doce años en Francia, doce años en que hasta el aeropuerto había cambiado de nombre, y
mucho había mitificado en mi memoria. Porque en el exilio en Francia, todo lo que se relacionaba con Chile
era bello, grande, sabroso, y en esos años de ausencia yo soñaba con volver a comer frutas, mariscos, guisos
oriundos; imaginaba el cielo azul sobre las montañas, nuestro horizonte santiaguino; aspiraba a recorrer
calles ya familiares y me prometía conocer sectores de la ciudad que nunca había caminado; deseaba volver
a oler flores, comidas, tierra, mar..., pero, ¿cuándo?, ¿cuándo partiría Pinochet?, ¿cuándo podría volver a
Chile?
Palabras Claves

Descubrimiento; América

DESCUBRIMIENTO DE (OTRA) AMÉRICA (sin recetas)

por Soledad Bianchi

A mis mejores compañeros de viaje: Guillermo Núñez, por el ya largo camino juntos; y Lucía Invernizzi, por
su disposición, cariño, humor y confianza cuando ejerzo de guía turística.

Especialidad de la casa

Parecía que los motores tenían otro sonido, y allá abajo se divisaban unos pobres sauces raquíticos. - "Mira,
ése es Santiago", - "No, no puede ser si aquí los árboles son grandes y frondosos", - "No te digo que es...", -
"Señores pasajeros, estamos prontos a aterrizar en Santiago de Chile". Y bastó pestañear para llegar,
después de doce años en Francia, doce años en que hasta el aeropuerto había cambiado de nombre, y
mucho había mitificado en mi memoria. Porque en el exilio en Francia, todo lo que se relacionaba con Chile
era bello, grande, sabroso, y en esos años de ausencia yo soñaba con volver a comer frutas, mariscos, guisos
oriundos; imaginaba el cielo azul sobre las montañas, nuestro horizonte santiaguino; aspiraba a recorrer
calles ya familiares y me prometía conocer sectores de la ciudad que nunca había caminado; deseaba volver
a oler flores, comidas, tierra, mar..., pero, ¿cuándo?, ¿cuándo partiría Pinochet?, ¿cuándo podría volver a
Chile?

Y, ahora, cuando intento transmitir la percepción de alguien que regresó del destierro, me niego a caer en
la tentación de la nostalgia pues, claro, lo más fácil y, quizá, verdadero, sería escribir que hoy nada sabe
como antes, que los "Mc Donald's" han invadido Santiago (lo que es verdad) y que cada vez se hace más
difícil desplazarse hasta "La Fuente Alemana" y comerse una "frica" de ésas de antes (porque sí, tienen el
mismo sabor de antes), que son, además, mucho más caras que la comida chatarra. Bueno, no quería
paréntesis, pero tengo que entrar a explicar que "frica" es un apócope de "fricandela", es decir, la carne
molida adobada -con cebolla picada; ajo y otras especias-, redondeada y frita, que se pone en un pan
redondo y que usted, señora consumidora, señor cliente, puede pedir sola, pero yo se la recomiendo con
mayonesa, por lo menos, y si le agrega palta y tomate, es mucho mejor, y su nombre variará y podrá pedir
una "italiana"; y si el hambre es demasiada, le podrían agregar chucrut y otros aderezos, y, claro, tengo que
aclarárselo, pero no sólo porque ustedes, lectoras y lectores, sean extranjeros, ya que, incluso, aquí son
muchos quienes han olvidado o nunca conocieron estos sandwichs, y digo así pues el "emparedado" castizo
no se conoce, y esa palabra poco se usa por estos lados.

No es que quiera afirmar, entonces, que "todo tiempo pasado fue mejor" pues preliero mirar el presente con
ojos de hoy que, sin duda, contienen el pasado -lo bueno y lo malo del pasado- y no olvidan, no quieren
Olvidar, porque me niego a olvidar, sobre todo ahora, y en Chile, en el Chile actual donde muchos,
¡demasiados!, han optado por proyectarse al futuro desde el vacío, como si nada hubiera sucedido, como si
el olor de La Moneda ardiendo no estuviera todavía crepitando; como si la sal y la arena del desierto no
hubiera sido el último gusto que permanece en la boca de los fusilados; como si Carmen Gloria Quintana
hubiera podido enterrar las emanaciones de su propia carne chamuscada, y el sabor de la bencina que le
lanzaron los militares se hubiera desvanecido sin dejar huellas en su rostro y en su cuerpo, sin dejar marcas
en el país. Pero la vida sigue, y Carmen Gloria vivió y hoy tiene una profesión, está casada y con hijos, y
aunque todo en ella, día a día, le impide desmemoriarse, sabe que el fuego se ha ido enfriando... Y gustos y
olores se multiplican, y ya no se resumen sólo en el dolor y el sufrimiento.

Entrada (en materia):

Rectangular, angosta, y no más grande que mi mano. Fina en sus dimensiones, delgada, suave para el tacto
su barnizado. Azul, azul fuerte con líneas negras que bordean los pequeños dibujos sutiles de peces,
pájaros, conejos y otros animales, Hierve de grecas/ como un país:/ nopal, venado/ codorniz. La miro, la
toco, la palpo, la abro.., y algo se expande, y brota, invadiéndome con intensa suavidad (¿podrán parcelarse
los sentidos?.... Un mínimo recuerdo, motivado por el olor, la vista o cualquier otro estímulo, puede
devolvernos el cuadro completo [de los recuerdos] o grandes zonas de él, así como una serie de conexiones
con otros recurre cuya relación con el primero puede ser o no evidente al instante... . Todo ello depende
de unas secuencias de cambios moleculares que se producen en sitios concretos de los sistemas
neuronales.). Luego, sin demora, tomo mi cajita de olinatá y sigo aspirando su perfume, y olerla y desear
pasarle mi lengua es casi simultáneo, y el sonsonete de una voz cansina y cansada toca mi oído: Ella es mi
hálito,/ yo, su andar;/ ella, saber;/ yo, desvariar, pues Gabriela Mistral ha continuado hablando a "La cajita
de olinalá", y ambas me ayudarán a fantasear, a soñar, a traer y llevar, desde mi cajita de olinalá que
vuelvo a mirar y tocar cuando su perfume me acoge y sigue brotando (¿podrán parcelarse los sentidos?)... Y
abro la cajita mexicana que una amiga de México me obsequió en Puerto Rico, y surge San Juan, el Viejo San
Juan, y la lluvia nos moja y, pronto, huelo la humedad, el calor húmedo, el vapor húmedo y caliente que
germina de los troncos, de las plantas, de las flores, y la noche cierra el día, casi de improviso, como es en
el trópico: así, instantánea, sin matices ni demoras, y el co-quí, del coquí, es inmediato, y mis amigos
portorriqueños pretenden que notemos su sonido, el canto de la ranita ésa, esa ranita borincana, necesidad
boricua que en Estados Unidos, en la añoranza de la ausencia y la distancia, sólo puede oírse en un cassette
grabado en la Isla y llevado desde ella y, junto al arroz con gandures que nos reúne y que ya comienza a
esparcir sus aromas, vuelvo a probar el destierro.

Y me veo saliendo del agujero de una estación de metro de París, subo las escalas lentamente, y cuando
estoy en la calle, miro hacia el frente y veo la Cordillera de los Andes. Y oigo, todavía, a un amigo que
bromeaba que el exilio sería grave enfermedad cuando en las planas calles parísínas comenzáramos a
distinguir las montañas chilenas. Esos mismos cerros que hoy, los santiaguinos no podemos ver todos los días
no sólo por la nueva y alta edificación de algunos sectores del barrio alto sino por la fuerte contaminación
ambiental que ya varió el color del cielo que, desde Francia, yo soñaba -y quería- eternamente azul. Y allá,
un día, haciendo clases en la Universidad de París-Norte, queriendo que los estudiantes oyeran los colores
en español, una alumna me hizo angustiar cuando afirmó que el cielo era gris: con una profunda sensación
de alivio, yo me consolé pensando, ¡otra vez!, que en algún momento podría regresar a límpidos lugares,
más míos y, suponía yo, aún mucho más naturales. No obstante, hay muchas ocasiones en que puedo sentir y
gustar la Cordillera que necesitaba, y en especial en las noches de luna llena, cuando como una brillante y
majestuosa aparición se eleva fantasmal, saludo siempre con palabras ajenas, pero casi propias, a la Madre
yacente y Madre que anda/ que de niños nos enloquece/ y hace morir cuando nos falta . Y yo me sorprendo
desde nuestros modestos seiscientos metros santiaguinos, contemplando la altura, que abordo, de otro
modo, pero igualmente admirada, desde los 3.632 metros de La Paz, que me atemorizan tanto que bebo una
y otra vez agüitas de coca, para poder desplazarme, para poder recorrer las empinadas calles y llegar a la
Sagárnaga donde se huelen sahumerios y distintas hierbas, y compro amuletos varios vaciados en plomo, y
las mismas mariposas, casas, cuernos de la abundancia, signos-pesos, llamas o parejas de novios en azúcar
teñida en tonalidades estridentes y apetitosas, y botellitas multicolores que los concentran como para
potenciarlos, y hasta un feto de llama para la suerte.... y después de otro mate de coca, sigo mi recorrido y
contemplo las antiguas iglesias cuyos muros y columnas exteriores fusionan los adornos impuestos por los
españoles con profusión de pájaros, animales y productos americanos por la picardía y agudeza del artesano
indígena que, en la piedra, talló un mono, esculpió una piña... Ananás, piñas, que pude disfrutar en Quito
con el jugo corriendo por el brazo, o también en el mercado de Saquisilí donde quise fotografiar a una
otavaleña de hermosos atavíos y numerosos collares de cuentas anaranjadas que contrastaban con sus
dientes de oro, y la sonrisa luminosa y dorada de su pose se acabó, a pesar del previo pago, antes de apretar
el obturador. Pícara y socarrona, con el mismo disimulo de sus seculares antepasados, los mismos que
representan a los discípulos en "La última cena" de la Catedral del Cuzco, tan próximo a Macchu Picchu, su
imponente montaña, sus soberbias construcciones, sus solemnes piedras, su misterio, Colores nunca vistos/
guarda la cuenca del ojo/ sabores muy antiguos/ debajo de la lengua..., y en Macchu Picchu sentí el gusto
de las nubes y el aire, su limpidez, y el secreto de los hombres que la construyeron huelo todavía: mil años
de aire, meses, semanas de aire,/ de viento azul, de cordillera férrea,/ que fueron como suaves huracanes
de pasos/ lustrando el solitario recinto de la piedra.

Y el lento tren descendía su sinuoso sendero hasta el Cuzco y sus sinuosas calles, donde en canastos se
ofrecían humitas -voz quechua, que María Moliner acoge en su Diccionario-, humeantes humitas, esos
paquetitos de hojas de choclo que envuelven el relleno de maíz molido y guisado con cebolla frita y
albahaca, que en otros países americanos preparan de distintos modos y llaman tamales. Yo las comía
ansiosa, viniendo de Francia, donde sólo podíamos robar unos desabridos choclos, plantados para ser forraje
de animales diferentes. Tan distintos a las repletas mazorcas que podían comprarse en la feria al aire libre
de Pisac, donde oí negociar cuyes en quechua y, acostumbrada a nuestra dulce chicha de uva o a nuestra
sureña de manzana, no bebí con agrado la hermosa, morada, agria y áspera chicha de maíz.

Los mercados desatan todos los sentidos, y hay que conocerlos en cualquier ciudad, en todo pueblo, de cada
país, para sentir sitios y localidades, para escuchar gritos y tratos, modismos e idioma; para aprender, para
comerciar, para gustar los olores, para palpar los sabores, para saber la escasez o la opulencia.

Exuberante, inmenso, grandioso, se me aproxima el de Ciudad de México con rumas de vegetales, montones
de matices de coloridas frutas, poderoso en aromas, rico en artesanías. Potente, como ese país, su comida,
música, construcciones, artistas, museos. Quise las piedras de su corazón. Por ellas escuché la oscuridad en
una plaza desierta. ..., y Myriam Moscona me presta sus palabras mientras yo piso paseos, pasajes, iglesias,
el Zócalo, y me encamino hacia "La Fonda de Santo Domingo" donde me inclino por unos chiles en nogada,
pero esos granates granitos de granada mudan este plato en una joya y, muda, yo escojo paladear esta
"pintura" y opto por contemplar este manjar (¿podrán parcelarse los sentidos?). Y cuando salgo después de
saborear el local, líquidos y sólidos, vuelvo a pisar las piedras y el eco retumba en La Habana, se oye en
Cartagena, Santo Domingo, Chichicastenango o Antigua. Suena en Antigua entre las ruinas de tanto edificio
contrahecho por los temblores, y huele a verde, y el musgo crece también entre las corrientes aguas
cristalinas del lavadero público donde mujeres vestidas de colores sin límite tienden en el suelo multicolores
ropas. Sólo hombres, mascullando venturas o maldiciones en quiché, diviso entre las fumadas de incienso en
las puertas de la iglesia de Chichicastenango que en su interior perfumado cobija cruzadas devociones y las
más gustosas y embriagadoras ofrendas. Y en las afueras, el trote de un caballo me lleva a Cartagena de
Indias y desde el coche nos deleitamos con sus balcones que ofrecen apetitosos tonos de buganvillas, y el
viento refresca la tarde y, a la distancia, la alquimia de la iluminación nocturna transmuta en oro la silueta
de la ciudad-fortaleza, sus techos, sus torres, sus contornos, sus murallas. Y por una de sus mirillas me
escapo a La Habana y ubicándome tras una de sus centenares de columnas centenarias ("la ciudad de las
columnas", la llamó Carpentier), atisbo sus variaciones, y me duele el descalabro actual de las bellezas
-urbanas y otras- de una de las ciudades más hermosas de América. Y desde La Habana viajo al Valle del
Yumurí, a escasos kilómetros de Matanzas, y rodeada de palmas reales, cocoteros y bananos, degusto con
fruición el dulce de coco.

Sí, viajar por Cuba es viajar por América, por nuestra memoria, por nuestros anhelos y desencantos; es una
travesía por una buena etapa de la vida de latinoamericanos de varias generaciones, sin importar sus
creencias e ideas políticas. Y gustar de América Latina y reconocerme latinoamericana lo palpé, lo aspiré y
lo supe en otro viaje, un viaje que de cierto modo no elegí, el exilio.

¿Me estaré desviando del tema?, me pregunto, pero visiones, miradas, presencias, me resultan inseparables
de los otros sentidos, porque ¿podrán éstos parcelarse? Y, ¿qué son los lugares sino personas, una comida,
una fragancia o un hedor, una sensación, algo que se vio, una música, una canción o un ritmo, un recuerdo o
una impresión, que perduran nítidos como una fotografía que, muchas veces, arreglamos?

Nada más distante a una fija foto es este mar, azul y activo, que yo sólo contemplo porque, después de
conocer otros océanos, otras aguas, no me atrevo ni a tocarlo por su frialdad, menos a ingresar en él, ni
bañarme, ni nadar. Sin embargo, es parte de mí que nací en la nortina ciudad costera de Antofagasta donde
-dice mi madre- yo gateaba hasta las olas, antes de saber caminar.

Sólo el fuego me resulta tan atractivo de mirar como el mar, ese mar chileno encabritado, ese
contradictorio Pacífico azul profundo que nunca reposa y, siempre en movimiento, se derrama, y
desparrama sal y yodo que se husmean desde la orilla, sabiendo que alberga y cría un millar de especies que
por su salada y yodada frialdad saben al paladar con una fuerza y una nitidez que no todos logran resistir:
como las lenguas de erizos que yo preliero degustar solas, solas y crudas, y sin ningún aliño, ni limón
siquiera, con esa consistencia rugosa, firme sin ser dura, junto a un buen vino blanco, ése "... de color
amarillo claro brillante, con aroma frutal varietal, con notas cítricas y sabor fresco, frutal, con tonos de
humo, de buen cuerpo y peso. [Que] Es delicioso acompañando pescados, mariscos, carnes blancas o
comidas ligeras. [Y] Sugerimos servir entre 10º y 12º C.", anuncia su etiqueta, y todo parece ser cierto
porque, de veras, es para seguirlo catando.

Hay quienes no soportan este sabor tan definido y penetrante, otros prefieren los erizos con salsa verde
(cebolla cruda en finos cuadraditos y perejil o cilantro, todo aliñado -diga "aliñadito" y así le entenderemos
mejor en Chile- con aceite, una pizca de sal, un dejo de pimienta y, quizá, unas gotas de limón), y algunos
los cocinan en tortillas, pero nadie es indiferente a este equinodermo equinóideo, cuya punzante apariencia
no lo defiende de la intensa suciedad de las aguas de los mares chilenos actuales. Mayor consenso hay con
los locos, una sabrosa delicia de gusto menos agresivo, en constante veda para intentar que no los extingan
las devastadoras -y autorizadas- cosechas para la exportación: japonesa, principalmente. "-¿Tiene locos?-" , "
Llegaron locos " o "Encontraron diez mil locos", son frases más que ambiguas, que a nosotros no nos
extrañan, aunque las latas de conserva llamen "abalones" a estos gasterópodos que, a veces, para evitar
dudas, los periódicos nominan "recurso loco". El trayecto que media entre su extracción y el momento en
que usted puede sentarse y tomar sus cubiertos para degustar un loco ya cocido y ablandado es tan rudo
que, en plena dictadura, casi limitándose a describir este proceso, el poema "Molusco", de Carmen
Berenguer, hizo oler y probar la represión: Concholepas concholepas./ Me sacaron de mi residencia acuosa/
Lo hicieron con violencia, a tirones/ brutalmente./ Concholepas concholepas/ estaban armados con
cuchillos./ Luego procedieron a meterme en un saco...".

Una verdadera escultura es la concha del picoroco, llena de protuberancias y agujeros por donde aparecen
agresivos picos -como decenas de aves hambrientas en el nido-, continuados por una suerte de cilindros
carnosos, muy blancos, casi invisibles. Guisados al vapor y extraídos de la curiosa "piedra" que los contiene,
son una verdadera delicia y uno de los mariscos de sabor y consistencia más sutiles: ... cuando le fue dado a
algunos peces ser pájaros y nadar por los cielos, los picos de mar se quedaron en la orilla, contemplando su
origen y antigua morada, y para ellos el cielo residía en el mar; entonces, el océano iracundo agitó sus olas
y les aprisionó en su manto calcáreo, y se endureció, sin nacer, el canto en sus gargantas, y allí se quedaron
en las peñas, sin ser pájaros ni peces, sino mariscos, con su triste balbuceo sin sonido.

Y hay más variedades y familias, de diversos tamaños y sabores, a disfrutar solas o acompañadas, crudas o
cocidas, vivas o muertas, con tenedor o con cuchara: En el mar/ tormentoso/ de Chile/ vive el rosado
congrio,/ gigante anguila/ de nevada carne./ Y en las ollas/ chilenas,/ en la costa,/ nació el caldillo/
grávido y suculento,/ provechoso./ Lleven a la cocina/ el congrio desollado,/ su piel manchada cede/ como
un guante/ y al descubierto queda/ entonces/ el racimo del mar,/ el congrio tierno/ reluce/ ya desnudo,/
preparado/ para nuestro apetito. ... y a punto de ser saboreado. Mariscos, pescados, algas, que hablan al
paladar recién sacados de las rocas o de la cacerola, fríos o calientes, secos o en sopas, pero siempre con
limón -¡ojalá de Pica!-, y, claro, algunos me son desconocidos, tal como a Bernardo Soares, quien revela a
Pessoa: yo no había comido ostras en toda mi vida, ... son exquisitas, es como sorber el mar.

Lujuriosa es la blanca playa de Punta Cana con sus palmas y palmeras, nunca vistas en las arenas de Chile
central. Lujuriosas se menean en un ritmo idéntico al de las piernas que oscilan al compás del merengue
dominicano. Transparentes son las tibias aguas de ese pacífico mar verde turquesa. ... Dice el Almirante
que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles, todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los
nuestros, con flores y con su fruto, cada uno de su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy
dulcemente, había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras, de una
estatura mediana y los pies sin aquella camisa y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas, la
tierra muy llana. Saltó el Almirante en la barca y fue a tierra ... Indecible es la belleza de este paisaje,
increíble -para mí- por su perfección, por el placer que me desata, por el agrado que me provoca, tan ajeno
a mis proximidades cotidianas y, sin embargo, tan afin. Y el calor derrite la nieve extranjera que, en la
lejanía de Europa, me hacía oler la sigilosa muerte con su atorrante blancura silenciosa. Pero "el sol que
está caribe" no me ciega y sé que no estoy en una tarjeta postal. Porque América Latina no es una tarjeta
postal ni por sus panoramas paradisíacos ni por sus brutales contrastes, ni por sus esperanzas ni sus derrotas,
ni por geografías, gentes, frutos... Porque con la distancia del exilio se quebró la inmediatez acrítica de mi
visión hacia Chile, y descubrí, sentí y supe que yo era chilena y, al mismo tiempo, partícipe de la
heterogénea América Latina.
Pero algo huelo, y cuando voy a cerrar mi cajita de olinalá, veo que sólo estamos en la entrada y que he
sido tan voraz que no podré llegar alplato de fondo, acompañada por Pablo de Rokha, Porque, si es preciso
el hartarse con longaniza chillaneja antes del morirse, en día lluvioso, acariciada con vino áspero, de
Quirihue o/ Coihueco, en arpa, guitarra y acordeón bañándose, dando terribles saltos a/ carcajadas/
también lo es saborear la prieta tuncana en agosto, cuando los chanchos/ parecen obispos, y los obispos
parecen chanchos o hipopótamos. Mas, a la hora de los postres (ausentes), hay que reconocer que De Rokha
canta a un mundo ido, una realidad tan irrecuperable como mucho de lo que yo dejé al partir a Francia, en
1975; como mucho de lo que yo dejé en Francia, en 1987.

Y como prefiero no clausurar estos recuerdos y travesías, dejaré para otro menú los dulces chilenos y otras
apetitosas golosinas. " -¿Un cafecito? Es café-café ". -No, gracias, por ahora, prefiero Cascarita de naranja,
canela y harto cedrón/ un terroncito de azúcar y agua caliente un montón,/ así hay que cebar el mate para
que agarre sabor/ sacarle el cuero a la gente para animar 1a reunión,/ y pa qué le digo ná de toó lo que yo
sé/ si esta boquita se abriera,/ ¡Jesús!, qué cosas sabría usted... -Y cierro mi cajita de olinalá.

Santiago, julio de 1998

Las citas son de: "La cajita de olinalá", de Gabriela Mistral; La sabiduría del cuerpo, de Sherwin B.Nuland;
"Cordillera", de Gabriela Mistral;En amarillo oscuro, de Soledad Fariña (Santiago, Surada, 1994); "Alturas de
Macchu Picchu", de Pablo Neruda; Vísperas, de Myriam Moscona (México, Fondo de Cultura Económica,
1996); "Molusco", de Carmen Berenguer (Huellas de siglo. Stgo., Ediciones Manieristas, 1986); de la
novela La cifra solitaria, de Juan Godoy; "Oda al caldillo de congrio", de Pablo Neruda; Los últimos tres dias
de Fernando Pessoa, de Antonio Tabucchi; "El primer viaje a las Indias", de Cristóbal Colón; "Epopeya de las
comidas y bebidas de Chile (ensueño del infierno)", de Pablo de Rokha; la canción popular chilena, "Las
comadres", respectivamente. Sólo doy datos completos de obras de poetas de promociones más actuales: las
chilenas S. Fariña y C. Berenguer, y la mexicana M. Moscona. En Chile, se suele nombrar "café-café" al cafl
de grano, oponiéndolo al "café", en realidad "Nescafé", que se toma con mucho mayor frecuencia.

en: revista Caravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-bresilien, Nº71, "Senteurs et saveurs d`Amérique
Latine", Toulouse, 1998, pp.157

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