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José Pedro Barrán (1934-2009)

"La Historia es ver al otro"

Los dos textos publicados aquí fueron leídos en la recepción de dos de los premios que
recibió en su vasta trayectoria. Los subtítulos pertenecen a la redacción de este
suplemento.

José Pedro Barrán

QUIERO DECIR que considero que este premio [a la Labor Intelectual] es


fundamentalmente a la Historia, no porque yo sea la Historia -que todavía no
he llegado a integrar el pasado total- sino porque es la disciplina más humana
de todas las ciencias sociales, la más apasionante, la más "pasionante" en el
sentido de que convoca las pasiones de todos nosotros, démonos o no cuenta de
eso.

A pesar de que digo que es un premio a la Historia en sí misma -esto no


significa que mis colegas no puedan reclamar su parte [ríe], pero
verdaderamente lo siento así-, quiero agradecer sobre todo a un hombre que fue
mi maestro, Juan Pivel Devoto. De él aprendí muchas cosas, no exactamente la
orientación historiográfica que yo sigo, que más bien es casi la opuesta de él,
pero sí la necesidad de hacerlo todo con rigor, con dedicación y con amor. Y
aprendí otra cosa que no se refiere a la Historia y que es el amor a mi país. Pivel
decía, usando una metáfora, que la vida de Oribe era la de un junco pintado de
hierro, queriendo decir que era un hombre débil el que se aferraba a la ley,
porque era lo que le daba a él fortaleza, que en sí mismo no la tenía. Y el
Uruguay es igual, pero no está pintado de hierro, es un junco con hierro y es
muy difícil doblegarnos entonces. Eso me lo transmitió él y siempre que pienso
en mi país, en todo lo que le debo, incluyendo esto, me emociona.

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Todos tienen su relato. ¿Y por qué digo que la historia está en todos nosotros?
Bueno, mis amigos psicoanalistas, que no han podido sentarme en el diván -y
que entonces no han podido cobrarme tampoco-, pero que me han enseñado
muchísimo, me han enseñado por ejemplo que los hombres todos, ni qué decir
los niños (luego llegan a ser hombres), tienen su relato, su relato de la familia,
su historia personal y viven pensando en ello, rehaciéndola. ¿Cuántas veces la
rehacemos y nos mentimos y nos ocultamos cosas y descubrimos otras en
medio del asombro de nosotros mismos? Esa historia, esa novela que urdimos
de nosotros, es Historia y es parte de la Historia y es nuestra Historia.

Con ese vínculo tan visceral, tan carnal que tenemos con nuestra novela, con
nuestro pasado, es que de ese vínculo nace nuestra pasión -la mía en particular
sin duda alguna- por la Historia. No es lo mismo la historia personal, la novela
personal, que la Historia. Bueno, se parecen y a veces se nutren. Hay que tener
cuidado con eso para no caer en el solipsismo absoluto ni hablar sólo de uno
mismo porque esta historia personal siempre tiende a lo endogámico, a hacer
referencia exclusiva de uno. Eso nos pasa con nuestros padres, estamos llenos
del recuerdo de ellos, que a veces nos hieren y a veces -es asombroso- nos
acarician y eso es así. Y si uno lo piensa es lógico. Y no sigo porque me
emociona que puedan acariciarnos.

Esa historia tan subjetiva se transforma en la Historia el día que en vez de ver a
nuestros padres desde nuestra óptica de hijos los vemos como ellos son, como
ellos fueron. Los padres no fueron sólo padres, en algún momento fueron
padres, pero antes y después fueron también ellos. Aquí está el principio de
descubrir la esencia de la Historia, que es ver al otro, porque cuando uno
advierte que los padres no se agotan en eso, que fueron personas, con sus
pasiones, con sus crueldades, con sus amores, bueno ya llego a la Historia,
porque la Historia es el otro, es también uno, pero es el otro fundamentalmente.
Hay un cordón umbilical que nos ata a ellos -sobre eso los psicoanalistas
siempre insisten, que hay que cortarlo- pero la verdad es que también nosotros
lo urdimos cuando pensamos que ellos sólo fueron nuestros padres y no, ellos
lo cortaron antes, fueron también otra cosa.

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La mirada perdida. Siempre recuerdo de mi padre la mirada perdida que tenía
en esos últimos años. Mi madre no tanto -la mujer es mucho más activa-. Creo
que nunca tuvo la mirada muy perdida, pero mi padre sí. Es la misma que ha
retratado el maestro Anhelo Hernández en mí, en el sentido de cuando él hizo
un cuadro sobre mí, me pintó… [ríe] me habrá creído interesante... Lo dudo: el
interesante es él, pero no yo como motivo. Lo cierto es que las miradas perdidas
de mi padre fueron de las primeras que me hicieron pensar en todo lo que allí
había de ensoñación, de amores no realizados o realizados... pero, bueno, en
algún momento concluidos.

Recuerdo el título de una película inglesa de mi juventud, algunos la


recordarán, Lo que no fue. ¿Recuerdan algunos la película? La mayoría no pero
algunos supongo que sí. Era magnífica. Esas miradas perdidas que están llenas
de lo que no fue y eso también es la historia. Es también lo que no fue de los
individuos, no sólo lo que fue, no sólo esto y lo macro y lo económico y lo social
y lo que existió. Es también lo que no pudo existir pero existe en cada uno de
nosotros.

Ahora me viene a la memoria Wagner que es una de mis pasiones que


comparto con mi mujer. En primer lugar, este mes -eso no lo sabe casi nadie y
me alegro de poderlo decir- se cumplen 106 años de un estreno acá. Bueno, en
verdad acá no se estrenó, se estrenó en Munich, pero de cualquier manera acá
se vio por primera vez Tristán e Isolda en el Teatro Solís, dirigida por Toscanini
nada menos, hace 106 años. La gente que salió del teatro según el diario El Día,
"salió con la cabeza hecha un caos". Genial, porque la música esa era muy
complicada frente a las melodías de la ópera italiana, más sencillas. En Wagner
la pasión es dominante siempre, esté donde esté su música. Hay un momento
en que uno de sus personajes hizo una frase que compendia todo lo que la
historia tiene de pasión y puede tener de innovación, porque la historia es el
estudio del cambio. Siempre estamos persiguiendo el cambio los historiadores,
dónde está la novedad, dónde aparece algo distinto de lo que existió. Es cuando
Woden, dios de los germanos, que está en el Walhalla le dice a Frigga, su
esposa, que (como toda esposa, iba a decir, pero mi señora está presente…) no

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entendía la pasión (eso no es cierto): "¿Por qué no puede ser lo que nunca fue?".
Y eso es la historia.

¿Por qué no puede ser lo que nunca pasó? ¿Por qué no puede pasar? Ese es el
origen de la historia, el cambio, la novedad absoluta. ¿Por qué no pueden en
algún momento, sin que la sociedad los estigmatice, amarse dos mujeres,
amarse dos hombres o pensar en la sociedad sin clases? Son sueños, pero
sueños que a veces la realidad se acerca a ellos y si no los soñamos, nunca lo
que no fue va a ser. Muchas gracias.

(Discurso pronunciado el 5 de agosto de 2009, en el acto de recepción del Gran Premio


Nacional a la Labor Intelectual.)

"Una hazaña por la libertad"

LA HISTORIA NO DEBE escribirse con pasión o pasiones, pero es una pasión,


un arrebato que exige sudor, razón y sangre en dosis no siempre equilibradas,
pues la Historia se escribe con la sangre de los otros y, más a menudo de lo que
supone, con la propia. Por eso el estremecimiento impúdico, a menudo casi
erótico, que nos invade a los del oficio cuando descubrimos un archivo o dentro
de él ese o esos documentos que, como un tiro de revólver en el silencio de un
concierto, iluminan de golpe los diversos sentidos que oculta el pasado. Es que
como decía otro maestro admirado de mi juventud, Marc Bloch, el historiador
husmea todo rastro de lo humano como perro de presa. Es que, como decía Don
Quijote: "Para alcanzar una verdad en limpio, menester son muchas pruebas y
repruebas".

Me referiré ahora, a la historia de los individuos como sujetos. A su privacidad,


lo que pone en primer lugar del análisis la relación que la persona ha tenido con
lo social, en la obra de los historiadores del siglo XX.

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¿Cuál es la naturaleza del vínculo entre lo macro y lo microsocial, entre las
llamadas estructuras y las formas reales de la sociabilidad, la primera de las
cuales ha resultado ser en la historia de Occidente esa construcción que es el
individuo? Durante casi todo el siglo XX los historiadores hemos estado
fascinados por las explicaciones que atendían a lo macro, lo estructural. El
marxismo y la escuela de los Annales en sus diferentes épocas, alimentaron esta
verdadera obsesión. Las descripciones macroeconómicas decían dar cuenta de
todos los niveles de la vida material de los hombres, y las que aludían a las
estructuras sociales se postulaban como las únicas que podían volver
inteligibles los acontecimientos colectivos y aun las historias personales,
siempre inscriptas dentro de ellos. La Historia de las mentalidades, centrada
más en lo que los hombres sentían y pensaban que en lo que producían,
también afirmó que la clave de los comportamientos, los valores y las creencias,
residía en la influencia del todo social, cuya existencia real nunca se puso en
duda, sobre las partes, que ya por serlo (¿o designarse así?) eran protagonistas
secundarias del drama humano.

Su postulado fundamental se resume en el aserto casi genial y premonitorio de


Tocqueville: "Ningún hombre puede luchar fácilmente contra el espíritu de su
época y su país, y aun cuando sea poderoso, es difícil que pueda moldear los
sentimientos de los demás si no es siguiéndolos". Es que nadie oye lo
radicalmente diferente y para modificar la realidad, hay que parecerse a ella. La
idea de la supremacía de lo macro sobre lo micro se entrelazaba bien con la
Historia interesada más en las permanencias y su explicación, que en los
cambios y su contexto; y también con la Historia determinista y la negación del
papel del azar; con la afirmación de que el devenir tenía un sentido inevitable, y
que ese sentido era siempre inteligible y poseía una lógica y una transparencia
que el investigador debía descubrir pues se postulaba su existencia aun antes de
que se la percibiera. La interpretación del pasado era una tarea relativamente
sencilla pues se partía de la base de que el pasado había sido lo único de él que
llegó al futuro. De este modo todo lo ocurrido habría sido inevitable, un juego a
escrutar regido por un mecanismo de relojería entre fuerzas económicas,
sociales, culturales y políticas. Sólo se discrepaba sobre el vigor con que cada

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una de ellas participaba en la ejecución de aquel destino. No había en el
acontecer espacios para la indeterminación y la diversidad, ya que las
estructuras enmarcaban el campo de lo posible, a no ser algunos
acontecimientos de las vidas personales.

EL SONIDO Y LA FURIA. Dejemos por un momento a los historiadores y


leamos a Shakespeare y a Malraux. En el acto V, escena 5ta. de Macbeth, éste,
intuyendo su fracaso, dice que la vida es "un cuento narrado por un idiota, lleno
de sonido y de furia y que nada significa". Augusto Monterroso sostiene que en
aquel inglés, "sound and fury" equivalía sencillamente a "bla, bla, bla", lo que
coincidiría con la falta de sentido del discurso de un idiota. La primera versión,
la del "sonido y la furia", atribuida a William Faulkner, coincide mejor con mi
imagen de la vida y el pasado, pues si es opinable que la vida personal y el
pasado carezcan de sentido y no sean mas que el relato de un idiota, no lo es,
que la vida y el pasado, con sentido o sin él, estén cargados de sonido y furia, es
decir, de pasión y emotividad, las que a veces se exponen con sordina pero
siempre se sienten con fuerza.

La frase de André Malraux "el hombre no es más que un mísero puñado de


secretos" halla en este contexto sus significados: míseros, porque son a menudo
de escasa relevancia, secretos por cuanto son las claves de la persona que se
ocultan a las diversas caras del poder, incluyendo entre los poderes a los
internalizados, o sea, los secretos que el sujeto no se confiesa ni a sí mismo.
Pero, secretos que son parte de la historia y de las fuerzas que la cambian.

Los grandes mitos de Occidente, el Juicio Final cristiano, el progreso


ininterrumpido en el siglo XIX, la revolución proletaria en el XX, están a
menudo detrás del sentido que los historiadores hemos asignado al acontecer
colectivo, del postulado de su articulación lógica en pos de un fin inevitable, y
de la afirmación de nuestra capacidad para volver inteligible el relato de un
pasado que es ¿o debe ser? razonable. Y ese relato, esa manera de ser de la
Historia escrita, no debe ser el cuento relatado por un idiota, sino la revelación
del sentido que el pasado poseería de su dirección y su inevitabilidad, que sólo

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esperarían nuestro escudriñamiento para manifestarse. Y así, consciente o
inconscientemente, los historiadores postulamos que el resultado no pudo ser
otro que el que fue. Por ello el determinismo siempre nos seduce y nos acecha.

LOS FUTUROS POSIBLES. Intentemos aplicar una teoría opuesta al


determinismo a las leyes del 25 de agosto de 1825. En este caso admitiríamos la
riqueza de futuros posibles de los orientales en ese período, incluyendo, por
cierto, el final de 1828: la independencia del Uruguay… Pero también la unión a
las otras provincias e incluso el retorno al Imperio del Brasil. En aquel presente
todas estas posibilidades existían aunque parecían no tener la misma adhesión
en la población. Lo anacrónico y antihistórico, en consecuencia, es suponer que
aquel 1825, que alguna vez fue presente, estaba determinado por su futuro.
Aquel presente, como todos los presentes, todavía conservaba su
indeterminación y así era vivido, y por ello se luchaba de un lado y otro para
llegar al proyecto de futuro que se deseaba.

Si reducimos la escala de observación, como quiere la microhistoria de los


italianos Levi y Guinzburg, y estudiamos a los protagonistas concretos de un
período, el individuo, la familia, la aldea, el barrio, la empresa, estos sujetos
recuperan protagonismo; la inevitabilidad de las estructuras se diluye, y crece
en la misma medida el campo de lo indeterminado y la incertidumbre. A las
explicaciones del pasado que reducen sus claves explicativas a la fuerza con la
que la clase dominante, la economía capitalista, el estado moderno o la
mentalidad colectiva modelan a los integrantes de la sociedad, es legítimo
oponer la riqueza y la diversidad de la vida real. Porque son los sujetos
históricos concretos los que lidiaron y lidian con las fuerzas impersonales, y es
de esa lucha que surge la realidad global y es esa contienda la que el historiador
no debe omitir, sin llegar a sostener que es la única contienda. Nuestro objetivo
debe ser acercarnos al hombre concreto y sus experiencias interpersonales para
poder observarlo como ser a priori libre de cualquier determinismo estructural,
y estudiar sus estrategias -que a veces solo pueden ser estratagemas- frente a los
poderes dominantes, la clase, la nación, el estado, la mentalidad colectiva, la
ideología.

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Los intersticios libres. Observemos algunos ejemplos en que se combinan los
poderes y la rebelión personal y sus resultados, a veces la derrota del rebelde, a
veces la burla a los poderes, a veces acuerdos dificultosos con estos, en otras
ocasiones, el comienzo de sus ocasos. El molinero de Friuli del siglo XVI que
estudió Carlo Guinzburg, al ser interrogado por la Inquisición y confesar su
concepción del mundo, reveló una lectura contestataria del dogma católico y no
se ciñó al orden mental e ideológico establecido. La existencia real de
intersticios libres del poder dictatorial uruguayo en los años setenta y ochenta
es lo que puede explicar el triunfo democrático de noviembre de 1980. Y yendo
a las esferas de lo íntimo, pocos hombres y mujeres concretos hicieron caso de
las recomendaciones de los médicos higienistas del Novecientos sobre la
conveniencia de dormir separados los matrimonios… a fin de evitar el
"surmenage" sexual de los maridos. En el plano del "cansancio" parece que las
mujeres eran inmunes.

Conozco hoy tantos uruguayos de izquierda y de derecha que, por vivir como
pasión personal su ideología, se obnubilan ante lo real y no lo entienden. O lo
que es más interesante aún, terminan influyendo en lo real. Los hombres
siempre queremos transformar nuestras añoranzas y ensueños en objetos
sólidos. Y a veces podemos. Es el estudio de los sujetos históricos concretos el
que permite descubrir y describir al individuo y a los grupos actuando en los
espacios libres que dejan los poderes. La historia, además de dar cuenta de los
poderes, debe advertir también las maniobras, estrategias y estratagemas del
hombre y la mujer comunes para cuestionarlos y aun violentarlos y de ese
modo modificarlos.

Ahora podemos volver a Macbeth y encontrar esperanzas en sus palabras de


desaliento. El sentido que hemos asignado tradicionalmente al pasado en el
relato histórico, con frecuencia ha empobrecido al pasado y al relato, pues los
hemos vaciado de indeterminación y conflicto, es decir, de complejidad,
diversidad y libertad. Probablemente se aplique a lo colectivo lo que podría
decirse de la vida individual: es preferible construirse una vida con sentidos
personales o grupales, a vivirla con el sentido que los poderes le asignan. De

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esta forma, el sin sentido del discurso del idiota se transforma en una lucha por
la libertad. Y eso es la historia, una hazaña por la libertad.

(Discurso pronunciado al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de la


República, Paraninfo de la Universidad, 12/3/2007.)

http://www.elpais.com.uy/Suple/Cultural/10/10/15/cultural_521218.asp

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