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El tsunami de Arica de 1868

Información proporcionada por Alberto Rudolf de Bahia Blanca. Fuentes: www.quipu.uta.cl/sismologia y


www.rescate.com

Antecedentes históricos de Arica


La ciudad de Arica se encuentra ubicada a 18°28′41″S 70°19′19″O , y fue fundada el 25 de abril
de 1541 como San Marcos de Arica.

El territorio en el que se encuentra Arica ha estado poblado constantemente por más de 11.000
años. Fue ocupado por diversos pueblos entre los que destaca los camanchacos y los chinchorro, uno de
los primeros pueblos con comunidad aldeana, que realizó rituales mortuorios a todos sus miembros,
efectuando para ello la momificación.

La región fue dominada por los Tiwanaku entre el siglo IV y el siglo IX quienes formaron un
caserío al que llamaron Ariacca o Ariaka o Ariqui. Este nombre de origen aymara significa, según Rómulo
Cúneo Vidal, Ari (peñón) Iqui (lugar de dormir) - Peñón dormidero (de aves); según Manuel A. Quiroga, Ari
(filo) Aka (punta) - Punta cortante; y según Carlos Auza Arce, Ari (cerro) Acca (vecino) - Lugar junto al
morro. La zona fue dominada por los Señores Regionales (especie de cacicazgos feudales) entre el siglo
XI y 1473, y posteriormente por los quechuas (Incas del Cuzco).

Fue ocupada por los españoles en 1536 y fundada por Lucas Martínez Vegaso como villa del
Virreinato del Perú. El acta de fundación consigna el día 25 de abril de 1541 como el día de su fundación;
día en que el santoral católico se conmemora a San Marcos Evangelista.

Su desarrollo fue precario hasta 1545, fecha en que el indígena Diego Huallpa descubre en
Potosí las más enormes y ricas minas de plata del Nuevo Mundo, lo que transformó esa lejana localidad
del Alto Perú en la ciudad más poblada del continente, mientras Arica se convierte en el principal puerto
para la salida de la plata.

Gracias a los embarques de la plata de Potosí, la Corona Española le otorga el Título de Ciudad,
pasando a llamarse "La Muy Ilustre y Real Ciudad de San Marcos de Arica", en el año 1570, bajo el
reinado de Felipe II mostrando en su escudo de armas el cerro Rico de Potosí.

En 1612 se publica en Holanda cien mapas de la Tierra, mostrándose a Arica en uno de ellos,
como el pueblo más meridional conocido, lo que hizo conocido al puerto entre los piratas. Dada la
importancia del puerto de Arica, fue visitada por piratas como Francis Drake, Thomas Cavendish, Richard
Hawkins, Joris van Spilbergen, Watling, Simón de Cordes, Leandro de Valencia, Sharp, Dampier,
Clipperton.

Grabado de la Estación de FFCC de Arica en 1860 (Archivo Municipal de Arica)

Con el devenir de las Guerras de independencia hispanoamericana se convierte en uno de los


principales focos emancipadores del Perú siendo proclamada su independencia el 28 de julio de 1821 y el
ariqueño Hipólito Unanue Presidente del Consejo de Gobierno en 1827. La Constitución peruana de 1823
designa a la Provincia de Arica como parte del Departamento de Arequipa. Bajo la Provincia de Arica se
encontraban Tacna y San Lorenzo de Tarapacá. Durante la Guerra Civil de 1844, Arica se declaró
vivanquista a diferencia de Tacna y Tarapacá que apoyaron el constitucionalismo.

El ferrocarril llegó a Arica en 1855, durante el gobierno del Presidente Ramón Castilla, natural de
Tarapacá, cuando en fecha de navidad el primer convoy une las ciudades de Arica y Tacna convirtiéndose
en el tercer ferrocarril más antiguo de América y en el más antiguo actualmente en funciones.

En 1879 Chile le declaró la guerra a la alianza del Perú y Bolivia y este puerto fue escenario del
Combate naval de Arica y de la Batalla de Arica, llamada también Asalto y Toma del Morro de Arica, el 7
de junio de 1880. Después del Tratado de Ancón la ciudad pasó formalmente a administración chilena por
diez años. Un plebiscito definiría su pertenencia junto a Tacna a Chile o el Perú. Este plebiscito no se
realizó, sino que se firmó el Tratado de Lima en 1929 que fijó la pertenencia de la Provincia de Arica a
Chile.

Iglesia de San Marcos (foto Archivo Municipal de Arica)

¿Qué es un sutnami?
Un tsunami es una serie de ondas con un periodo que oscila entre olas de 10 minutos a una hora
generadas por avalanchas, erupciones volcánicas o movimientos sísmicos repentinos del fondo del
océano que se propagan a través del mar en distintas direcciones con una velocidad promedio de 800
kilómetros por hora, pudiendo llegar a recorrer grandes distancias. Estas ondas son imperceptibles desde
a bordo de los buques en alta mar, y no pueden ser vistas desde el aire, pero a medida que llegan a
aguas menos profundas, su velocidad de propagación disminuye y su tamaño o longitud de onda
aumenta, alcanzando a veces alturas superiores a los 20 metros, que pueden causar perdidas de vidas
humanas y graves daños materiales, debido a su enorme energía cinética.

Puede ocurrir a cualquier hora del día o de la noche, después de haberse registrado un
movimiento sísmico submarino que perturbe el volumen de agua de mar. Los Tsunamis originados frente
a las costas de chile, pueden impactar el borde costero más cercano dentro de los próximos 20 a 30
minutos de ocurrida la alteración oceánica, tiempo insuficiente para alertar a la población potencialmente
afectada. En caso que estos movimientos de la corteza terrestre ocurran a miles de kilómetros, se
pueden originar tsunamis que demoraran varias horas en llegar a las costas, permitiendo a las
autoridades responsables de los sistemas de emergencia, alertar oportunamente a la población.

Los últimos grandes tsunamis ocurridos en la costa de Arica datan de 1868 y 1877
respectivamente, los cuales dañaron gran parte del norte de chile y sur del Perú en aproximadamente
400 kilómetros de extensión. En ambos casos el nivel de las aguas se elevo por sobre los 15 metros de
altura, en atención a que la conformación del relieve submarino de Arica en forma de rampa, facilito la
progresión de las olas tsunámicas tierra adentro, llegando en el sector de El Chinchorro a varar diversos
buques anclados en la bahía, así como a destruir todas las instalaciones ubicadas cercanas al borde
costero. A contar de dichas fechas no se han experimentado fenómenos comparables por lo que esta
región entro en un periodo denominado por los científicos como de "brecha sísmica".

El tsunami de 1868
En 1868, la ciudad fue prácticamente destruida en su totalidad por un terremoto de 8,5 grados de
magnitud aproximadamente y posterior maremoto de olas de 7 a 10 metros. El fenómeno se repite
nuevamente, esta vez con epicentro en las costas cercanas a Iquique en 1877; esto no hace desmerecer
la destrucción dejada en esta ciudad por la sacudida como por las olas que llegaron hasta los 14 metros
en esta ocasión.

El 13 de Agosto de 1868, nada hacía presagiar a los habitantes de esta ciudad, que la quietud a
que se hacía mención, se vería interrumpida por un violento terremoto y maremoto. La destrucción y
muerte, asolaría a una ciudad que con esfuerzo buscaba su crecimiento.

Vista de la ciudad de Arica desde el Morro, en 1865 (foto Archivo Municipal de Arica)

Arica en 1868. El crecimiento urbanístico de la ciudad, hacia el año 1868, conformaba un núcleo
poblacional de no más de 25 manzanas. La ciudad por el Norte, contaba con una calle definida:
"Alameda", hoy llamada 18 de Septiembre. Por el oriente, con calle "Las Mercedes", actualmente llamada
Cristobal Colón. Con un sector de casas dispersas hacia Baquedano formando nuevas manzanas. Hacia
el Sur, la ciudad estaba limitada por la calle "La Matriz", actual San Marcos. Por el poniente alcanzó hasta
la orilla del mar con la calle "Del Ferrocarril", lo que es hoy calle Máximo Lira y Parque de la Aduana.

(Nota del webmaster: Debemos aclarar que este sismo y maremoto ocurrieron cuando aún Arica
era parte del territorio Peruano y no había sido conquistado a la fuerza por Chile. Por ello muchos
nombres de calles han cambiado de su denominación original.)

Este es un plano de Arica hacia 1902 con sus 56 manzanas. El censo de 1895 arrojaba 2.853
habitantes. Sus edificios principales eran: La Iglesia de San Marcos, el Edificio de la Aduana, las Oficinas
del Gobierno, la Casa Bolognesi (hoy alberga el Consulado del Perú, fue el cuartel y alojamiento del
general peruano durante la Guerra del Pacífico), y el Mercado. Además existía el Ferrocarril a Tacna

Un testigo presencial
El maremoto que asoló a Arica el 13 de agosto de 1868, es un acontecimiento que, no obstante el
tiempo transcurrido, aún concita interés, dada su magnitud y la increíble aventura protagonizada por el
USS “Wateree”. Lo han mencionado escritores como Alfredo Wormald Cruz, en "Frontera Norte" y Luis
Urzúa Urzúa, en "Arica, Puerta Nueva". Fue tomado en el libro "Los terremotos Chilenos" de Patricio
Manns, Editorial “Quimandú”, Recientemente, la prensa y televisión lo han vuelto a poner sobre el tapete.
Por lo general, la fuente de información para estos artículos está en el relato hecho del luego
contralmirante L. G. Billings, de la Armada de los Estados Unidos de Norteamérica, publicado por el
National Geographic Magazine en enero de 1915.

Luther Guiteau Billings nació en New York el 27 de diciembre de 1842. Ingresa a la US Navy el 24
de octubre de 1862, participó en la guerra civil norteamericana. Formaba parte de la oficialidad del USS
“Wateree” en Arica (entonces Perú) en agosto de 1868. El 29 de junio de 1906 fue promovido a
contralmirante, pasando a revistar en retiro efectivo. Falleció el 30 de diciembre de 1920 en Eagle Rock,
California.

Visión del desastre de Arica (Ilustrated London News, agosto 1868)

Billings formaba parte de la dotación del “Wateree” y, por lo tanto, fue testigo presencial de los
hechos que narra. El “Wateree” -lo describe Billings-, era de la clase de buques construidos al término de
la guerra civil estadounidense para navegar los ríos del sur de ese país. Era de doble timón, teniendo uno
a cada extremo (double-ender) y de fondo plano. En 1868 se hallaba de servicio en el Pacífico Sur,
arribando a Arica con el buque-almacén “Fredonia” al remolque ( USS “Fredonia”, botado en 1845, adquirido el 14
de diciembre de 1846, comisionado el 5 de enero de 1847. Decomisionado el 18 de enero de 1851, recomisionado en 1852,
hundido el 13 de agosto de 1868. Desplazamiento 800 toneladas, eslora 49,00 metros, manga 10,00 metros, calado 2,00 metros.
Propulsión a velas. Ve3locidad variada. Tripulación 37. Armamento 4 carronadas de 24 libras) , para evitar la fiebre amarilla
declarada en El Callao y Lima. Su amurada, donde estaban los cañones, podía, para el empleo de
aquellos, abatirse hacia afuera, casi a ras de cubierta y en aproximadamente dos tercios de su extensión.
Al comienzo del maremoto, cuando el mar se retiró, las embarcaciones surtas en la bahía quedaron
depositadas en el lecho seco del océano, los de quilla, tumbados; el “Wateree”, adrizado sobre su base
plana. El comandante ordenó abatir los portalones de las amuras y cerrar las escotillas, de modo que la
gran ola que posteriormente los cubrió, pudo escurrir desde cubierta sin inundar la nave, permitiendo que
ésta saliera a flote.

El artículo de Billings, publicado cuarenta y seis años después de los hechos, consigna,
equivocadamente, el día 8 de agosto como fecha del maremoto, lo que ha inducido, a algunas
publicaciones posteriores, a incurrir en error, pero constituye el singular relato de aquel acontecimiento
visto desde cubierta. En el puerto se encontraban también la corbeta peruana “América”, la barca inglesa
“Charnasilla” y otra docena de embarcaciones:

"Hacia las cuatro de la tarde me encontraba en la cabina del comandante cuando nos
sobresaltamos, pues el barco vibraba como cuando se deja caer el ancla y la cadena gime en los
escobenes. Seguros de que no podía tratarse de esto, corrimos hacia el puente. Atrajo nuestra atención
una nube de polvo que avanzaba desde el sureste por tierra, al mismo tiempo que crecía la intensidad del
ruido. Ante nuestros ojos estupefactos las colinas parecían tambalearse, y el suelo se agitaba igual que
las pequeñas olas de un mar picado".

"La nube de polvo envolvía ya a Arica. Al mismo tiempo se elevaban a través de su impenetrable
velo los gritos de socorro, el estruendo de las casas que se derrumbaban y la mezcla de los mil clamores
que se producen durante una calamidad. Mientras tanto, nuestro barco se sacudía como tomado por una
mano gigantesca. Después, la nube cruzó sobre nosotros".

"A medida que el polvo se disipaba, nos frotábamos los ojos y mirábamos sin poder creer lo que
veíamos en el sitio donde segundos antes se encontraba una ciudad feliz y próspera, diligente de
actividad y vida, sólo veíamos ruinas entre las que se debatían los heridos menos graves de todos, los
infortunados prisioneros de las ruinas de sus propias casas; gritos, aullidos de dolor y llamadas de auxilio
rasgaban el aire, bajo un sol sin piedad que brillaba en el cielo sereno".

"Temerosos por la llegada de un maremoto, mirábamos hacia el mar abierto; pero el mar estaba
tranquilo y se podía creer que los cuatro o cinco minutos que acabábamos de vivir, así como el desolado
espectáculo al que volvíamos momentáneamente la espalde, habían sido una pesadilla. Por prudencia, el
comandante hizo fondear las anclas suplementarias, cerrar las escotillas, amarrar los cañones, poner
alambreras".

"En tierra, los sobrevivientes atravesaban mientras tanto la playa y se apiñaban en el pequeño
malecón, llamando a las tripulaciones de los barcos para que ayudaran a sacar a sus parientes de las
confusas ruinas y transportarlos a la aparente seguridad de los barcos anclados. Esto era más de lo que
podíamos soportar, así que de inmediato bajamos la lancha con trece hombres a bordo. Alcanzó la ribera
y la tripulación desembarcó de inmediato, dejando solamente un marinero de guardia en la embarcación.
Mientras tanto, abordo tratábamos de organizar un equipo armado de palas, hachas y zapapicos, cuando
un rumor atrajo nuestra atención; al volver los ojos a tierra vimos con horror que el lugar en el que se
encontraba el muelle lleno de seres humanos, había sido tragado en un instante por la repentina subida
del mar, mientras que nuestro navío, flotando sobre la superficie, no lo había notado. Veíamos asimismo
la lancha con sus tripulantes arrastrados por la irresistible ola hacia el alto acantilado vertical del Morro,
en donde desaparecieron entre la espuma formada por la ola al romper sobre las rocas".

"En ese mismo momento se produjo una nueva sacudida sísmica, acompañada en la ribera de un
terrible rugido que duró algunos minutos. Vimos nuevamente ondular la tierra, moverse de izquierda a
derecha, y esta vez el mar se retiró hasta hacernos encallar y descubrir el fondo del océano, mostrando a
nuestros ojos lo que jamás se había visto: peces que se debatían entre las rocas y monstruos marinos
embarrancados. Las embarcaciones de casco redondo rodaban sobre sus costados, mientras que
nuestro “Wateree” se posó sobre el fondo plano. Cuando volvió el mar, no como una ola sino más bien
como una enorme marea, hizo rodar a nuestras infortunadas naves compañeras con la quilla arriba del
mástil, mientras que el “Wateree” se levantó ileso sobre las agitadas aguas".

Vista del Morro de Arica desde la playa, luego del tsunami (foto Archivo Municipal de Arica)
"A partir de ese instante, el mar pareció desafiar todas las leyes de la naturaleza. Diversas
corrientes se precipitaban en direcciones opuestas y nos arrastraban a una velocidad que jamás
hubiéramos alcanzado, aunque marchásemos a todo vapor. La tierra temblaba continuamente, en
intervalos regulares, cada vez con menos violencia y durante menos tiempo".

"El acorazado peruano “América”, el más veloz de su tiempo, continuaba a flote, así como el
navío norteamericano “Fredonia”. El “América”, que había intentado llegar a mar abierto a toda la
velocidad de sus máquinas antes de la retirada del mar, se hallaba parcialmente en seco, con el casco
desfondado. En ese momento la ola lo arrastraba a gran velocidad hacia la ribera mientras sus
chimeneas vomitaban un espeso humo negro y parecía ir en socorro del “Fredonia”, que, gravemente
averiado, era empujado hacia los acantilados del Morro de Arica. Creyendo que esas eran sus
intenciones, el comandante Dyer, del Fredonia, corrió a la proa del barco y gritó hacia el acorazado, que
se encontraba sólo a unas yardas de distancia:"¡No pueden hacer nada por nosotros, nuestro casco está
roto! ¡Sálvense! ¡Adiós!" Un momento después el “Fredonia” se estrelló contra el acantilado y nadie se
salvó, mientras que una corriente contraria tomó milagrosamente al navío peruano y lo arrastró en otra
dirección".

"Los últimos rayos del sol iluminaban los Andes cuando vimos con horror que las tumbas, sobre la
pendiente de la montaña de arena, en la que los hombres de la antigüedad enterraron a sus muertos, se
habían abierto, y, colocadas en filas concéntricas, como en un anfiteatro, las momias de los aborígenes
muertos aparecían de nuevo a la superficie. Habían sido enterradas sentadas frente al mar. Estaban
sorprendentemente conservadas gracias al salitre que impregnaba el suelo; las violentas sacudidas que
habían disgregado esa tierra seca y desértica descubrían una espantosa ciudad de muertos, enterrados
hacía largo tiempo".

"Las palabras son incapaces de describir el aterrador espectáculo de la escena. Impresionados


por los momentos que acabábamos de vivir, creímos que había llegado el día del Juicio Final y que la
Tierra iba a desaparecer; la amargura de una muerte tan aterradora era mayor de lo que podíamos
imaginar".

"La noche había caído hacía largo tiempo cuando el vigía gritó sobre el puente para anunciar que
una ola gigantesca se aproximaba. Escrutando la oscuridad percibimos primero una débil línea
fosforescente que, como un extraño espejismo, parecía subir cada vez más hacia el cielo; su cresta,
coronada por la lúgubre luz de un resplandor fosforescente, revelaba siniestras masas de agua negra que
se agitaban por debajo de ella. Anunciándose con el estruendo de miles de truenos que rugían al
unísono, el maremoto que temíamos desde hacía horas había llegado finalmente".

"De todos los horrores, éste parecía ser el peor. Encadenados al fondo, incapaces de escapar,
habiendo tomado todas las precauciones humanamente posibles, no podíamos más que ver llegar la
monstruosa ola, sin siquiera el sostén moral de poder hacer algo, ni la esperanza de que el navío pudiese
pasar a través de la masa de agua que avanzaba para destrozarnos. Lo único que nos quedaba era
sujetarnos a los barandales y esperar la catástrofe".

El edificio, que en la fotografía en parte se mantiene en pie, corresponde a la Iglesia Matriz que levantara Baltazar Farfallares. En el
mismo lugar, poco tiempo después, se levantó la actual catedral de San Marcos de Arica (foto Archivo Municipal de Arica)

"En medio de un estruendo aterrador, nuestro barco fue tragado, enterrado bajo una masa
semilíquida, semisólida de arena y agua. Permanecimos sumergidos faltándonos el aire durante una
eternidad; después, con un gemido de toda su armazón, nuestro sólido “Wateree” se abrió un camino
hacia la superficie con su jadeante tripulación sujeta aún de sus barandillas. Algunos hombres estaban
gravemente heridos; ninguno había muerto, no faltaba nadie. Había sido un milagro en el que, a pesar del
tiempo transcurrido desde entonces, me es difícil creer".

"Ciertamente nuestra supervivencia se debió a la línea y a la forma del barco, que había permitido
que el agua escurriera del puente en forma tan rápida como si se tratara de una balsa".

"El navío había sido transportado a gran velocidad y rápidamente se inmovilizó. Tras esperar
unos minutos, bajamos una linterna desde a bordo, y descubrimos que habíamos encallado. No
sabíamos en dónde. Algunas olas menos violentas se estrellaban contra nosotros, después todo cesó.
Durante algún tiempo permanecimos en nuestros puestos, pero como el barco seguía inmóvil, se dio la
orden a la agotada tripulación para que fuera a dormir".

"El sol se levantó sobre una escena de desolación como pocas veces pudo contemplarse.
Estábamos en seco, a tres millas del sitio en que habíamos anclado y a dos milla tierra adentro (unos 3,5
kilómetros). La ola nos había transportado a una velocidad increíble por encima de las dunas de arena
que bordean el océano, a través de un valle, y más allá de la vía del ferrocarril que va a Bolivia, para
abandonarnos al pie de la cadena costera de la cordillera de los Andes. Ahí, sobre el acantilado casi
vertical, descubrimos el rastro que la ola del maremoto, a unos 47 pies de altura (unos 15 metros), había
dejado. Si la ola nos hubiera arrastrado 60 pies más adelante, nos habría estrellado contra el muro
perpendicular de la montaña."

"Cerca de nosotros yacían los restos de un velero inglés de tres palos, el “Carnasilla”; una
de las cadenas del ancla se arrollaba alrededor del navío tantas veces como su longitud lo había
permitido, mostrando así que el barco había rodado varias veces. Un poco más lejos, rumbo al mar, el
acorazado América estaba destrozado, recostado sobre uno de sus flancos."

La barca inglesa “Charnasilla”, destrozada por las aguas (foto National Archive USN)

"Los terremotos continuaron durante los siguientes días, pero ninguno alcanzó ya la violencia ni la
duración del primero; sin embargo, algunos eran lo suficientemente severos para sacudir al “Wateree”
hasta hacerlo vibrar como una vieja tetera, así que nos vimos obligados a abandonar el navío para
acampar en la meseta, 200 pies más arriba. Desde allí pudimos contemplar el efecto desastroso de las
sacudidas en la topografía. En algunos sitios encontramos fisuras inmensas, una de las cuales alcanzaba
más de 100 pies de ancho (35 metros), con profundidades desconocidas; otras no eran más que simples
cuarteamientos y desgarraduras. Aquí y allá descubrimos la prueba da la desesperación de la gente
durante su huida: recuerdo, por ejemplo, el cadáver de una mujer montado sobre un caballo muerto, los
dos tragados por una grieta cuando trataban de escapar para salvar la vida".

"La ciudad misma había desaparecido y en su lugar se extendía una llanura de arena sólida.
Exceptuando los barrios adosados a la montaña, no quedaba ninguna casa que señalara el sitio en que
estaba levantada Arica. Todas las construcciones hechas con tabiques suaves, llamados "adobes",
habían sido destruidas por el mar. En los barrios situados abajo del nivel alcanzado por el agua,
caminábamos sobre un horrible amontonamiento en el que todo se mezclaba, incluyendo los cadáveres,
bajo una altura de 20 ó 30 pies".
"De los diez o quince mil habitantes que tenía Arica, sólo sobrevivieron unos cuantos centenares
de infortunados. Durante las tres largas semanas que esperamos la llegada de los primeros auxilios,
compartimos con ellos las provisiones y el agua potable del “Wateree”. Renuncio a describir nuestra
emoción cuando finalmente la vieja fragata “Powhatan”, de la Marina de los Estados Unidos, apareció en
la rada con la cala y el puente sobrecargado de todas las provisiones, de todos los víveres posibles."

Este es el relato del oficial L. G. Billings, del navío de bandera norteamericana “ Wateree”, que junto al
“Fredonia”, la corbeta peruana “América” y a otra docena de embarcaciones se encontraban anclados en
la rada de Arica, a la sazón bajo dominio peruano, la tarde del 13 de Agosto de 1868.

Otro testigo presencial


John Gallaher K. (miembro del directorio del “Museo Fonck” de Viña del Mar) rescata otro testigo
presencial, de difusión menos conocida, que nos ofrece las impresiones desde tierra de uno de los
residentes de Arica.

El "Star and Herald", periódico panameño en idioma inglés, con fecha 5 de septiembre de ese
mismo año, publica una carta escrita por el agente en Arica de la Co. Inglesa de Vapores, G. H. Nugent,
que ofrece su visión de aquel acontecimiento, y que aquí reproducimos en una traducción libre:

"Es inoficioso -dice Nugent- entrar en otras materias, ya que escribo bajo el peso de un gran
dolor. Arica no existe más”.

“Alrededor de las cinco de la tarde del día trece, se produjo un horrendo terremoto. Apenas tuve
tiempo para sacar a mi esposa e hijos a la calle, cuando la totalidad de los muros de mi casa cayeron;
caer, apenas si es el término apropiado, ya que fueron lanzados para afuera, como si me los hubiesen
escupido. Al mismo tiempo se abrió la tierra eruptando polvo, seguido por un espantoso hedor como a
pólvora. La atmósfera se obscureció y yo no podía ver a mi esposa con los niños a dos pies de distancia.
Si esto hubiese durado algún tiempo nos habríamos sofocado, pero en cuestión de un par de minutos se
despejó y, recolectando mis bienes domésticos, me dirigí hacia los cerros”.

“Es un misterio cómo logramos pasar entre casas que se derrumbaban, donde vimos a personas,
unas muertas, otras mutiladas, pero una Providencia misericordiosa nos protegía. Proseguimos nuestro
triste camino en dirección a los cerros con la tierra sacudiéndose, lo que nos obligaba a avanzar a
trastabillones, como ebrios, cuando un gran clamor se dejó oír -"el mar se ha retirado"”.

La ciudad destruida. Otro ángulo de la ciudad asolada por el sismo del año 1868 (foto Archivo Municipal de Arica)

“Apuré el paso y en cuanto alcancé la periferia del pueblo, miré para atrás y vi todos los buques
en la bahía arrastrados irresistiblemente mar adentro, a una velocidad probable de diez millas por hora.
En pocos minutos la increíble resaca se detuvo; entonces surgió una inmensa ola, calculo que de unos
cincuenta pies de altura, que entró con una furia incombatible, arrasando con todo por delante en su
espantable grandeza. A la totalidad de las embarcaciones las trajo de vuelta, a veces girando en círculos,
pero en rauda carrera a su inevitable destino”.
“Entretanto, la ola había llegado: impactó el molo, atomizándolo; se tragó mi oficina como si fuera
el bocado de un gigante y, en su rugiente progreso, se tragó la Aduana y siguió su curso a lo largo de la
calle arrasando con todo. Los restos de mi morada desaparecieron rápidamente, mis lanchas ya habían
desaparecido hacía rato y así se completó mi ruina. Observaba sin aliento aquella tétrica visión, pero
dándole gracias a Dios que se me preservara la vida a mí y a mis seres queridos”.

“Cada segundo parecía una existencia. Al mirar el océano, vi los buques aún avanzando hacia la
catástrofe y en cuestión de minutos todo se había acabado”.

Zona del Chinchorro luego del tsunami (foto Archivo Municipal de Arica)

“Todas las embarcaciones se encontraban o bien varadas, o volteadas con su quilla para arriba.
El vapor de guerra peruano América, perdió alrededor de ochenta y cinco personas. El vapor de los
Estados Unidos “Wateree”, se salvó con la pérdida de una sola vida; llevado sobre las olas quedó como a
un cuarto de milla tierra adentro, desde la vía férrea. El “Fredonia”, buque-almacén norteamericano, se
hallaba con su quilla para arriba, con toda su tripulación muerta (a excepción del capitán, cirujano y oficial
pagador que, estando en tierra, se salvaron)”.

“La barca inglesa “Chañarcillo” (sic), de Liverpool, yacía bien adentro de la playa y también los
restos de un casco, la mitad de cuya tripulación pereció. Una barca norteamericana cargada de guano fue
engullida y no ha dejado rastro que indique su suerte. El último de esta infortunada flotilla, un bergantín
peruano, fue depositado en la línea férrea, al parecer sin la pérdida de un solo cable”.

“De lo que ha ocurrido desde entonces no viene al caso entrar en detalles. Casi dos días
permanecimos en los cerros, sin abrigo ni alimentos, en un estado de continuo sobresalto, ya que los
temblores no cesaban".

Resulta interesante agregar que la altura de la ola, que Nugent supone en 50 pies (15 metros), coincide
aproximadamente con la información proporcionada en la obra "Estudio sobre los Temblores de Tierra" de
Edmundo Larenas (Impr. de "El Republicano -Concepción- 1881), donde se indica que las olas que se
abatieron sobre Islay e Iquique en esa misma ocasión, fueron de trece metros. "La primera sacudida -dice
Larenas- causa del gran movimiento oceánico, parece tuvo su origen a la latitud de Arica, extendiéndose
desde ahí hasta Lima por el norte (paralelo 12E, 2') y hasta Copiapó por el sur (27E, 20'), esto es
aproximadamente en un espacio de 2077 kilómetros de N. a S. Esto sucedió a las 5 de la tarde del día 13
de agosto; veinte minutos después una ola inmensa inundaba la playa de aquel puerto, le arrasaba junto
con los de Iquique, Pisagua, etc. ...).

Tsunami de 1877
El 9 de Mayo de 1877, a las ocho de la noche, apenas nueve años después del terremoto relatado
en las líneas anteriores, Arica fue nuevamente asolado por un gran terremoto y posterior tsunami de
características similares. El buque “Wateree”, que había quedado 800 metros tierra adentro con el
tsunami de 1868, fue devuelto a la playa. Hubo cuantiosos daños materiales y cinco personas murieron.

Iquique tembló durante dos minutos, originándose un feroz incendio en la parte sur de la ciudad y
luego el tsunami hizo desaparecer muelles y bodegas matando a treinta trabajadores.
El principal puerto boliviano de la época, Cobija, que recién comenzaba a reponerse del terremoto
de 1868 y de una epidemia de paludismo registrada en 1869, fue prácticamente borrada del mapa.

El terremoto derrumbó la mitad del pueblo y el tsunami acabó con lo que quedaba en pie, dejando
una horrible escena de cadáveres flotando en las aguas que invadieron las calles. Nunca más pudo
reponerse ya que fue considerado un pueblo maldito por los sobrevivientes y también por las autoridades
bolivianas, quienes prefirieron posteriormente trasladar las actividades portuarias a Antofagasta.

Antofagasta fue inundada durante varias horas por grandes olas que arrancaron las casas de
madera y las llevaron hacia la playa. Hubo grandes daños, pero la población pudo huir a tiempo hacia los
cerros, por lo que no se registraron víctimas.

Hacia el sur hubo grandes marejadas que fueron observadas hasta Puerto Montt y Ancud.

También hubo repercusiones en Australia, Nueva Zelandia y Japón.

El fin del USS “Wateree”


El “Wateree” era un barco norteamericano que se encontraba anclado en la bahía de Arica el 13
de agosto de 1868, cuando un tsunami lo dejó tres kilómetros tierra adentro cerca del Cerro Chuño, en la
Playa de los Chinchorros. Era un típico barco a vapor de fondo plano sin quilla construido en 1863 para
servicio fluvial, tenía dos grandes ruedas de paletas laterales que usaba para impulsarse.

El vapor quedó sobre la playa , sufrió poco daño y durante los años siguientes fue usado como
hospital de emergencia, como hotel y finalmente como una bodega. El barco era de madera con el casco
de hierro. El tsunami de 1877, terminó por destruirlo. La Armada lo utilizó para entrenamiento y tiro al
blanco de sus destructores; hoy sólo queda parte de sus calderas. Fue declarado Monumento Nacional
en 1984.

El USS “Wateree” encallado en la playa (foto National Archive USN)


El buque que se ve a la derecha de la imagen, junto al “Wateree”, es la corbeta "America" de nacionalidad peruana (foto National
Archive USN)

La fotografía, que muestra un sector costero, hacia las Chimbas, parte Norte, permite apreciar los barcos varados en los arenales,
más allá de los bajos del Chinchorro, naufragados por el maremoto que sucedió al terremoto de ese mismo día (foto National
Archives USN)
Restos de la corbeta peruana “América”, de reciente incorporación a la armada de su país (foto National Archives USN)

Vista actual de la costa de Arica desde el Morro (foto Archivo Municipal de Arica)
Grabado de época graficando el tsunami de Arica

Calderas del USS “Wateree”, conservadas como monumento histórico (foto Archivo Municipal de Arica)

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