You are on page 1of 3

POLÍTICA Y SALARIOS EN URUGUAY

Luis Ibarra

2018 es el año de mayor negociación colectiva en la historia del Uruguay. Abarca a casi todos
los asalariados de la actividad privada y es también la última oportunidad para los funcionarios
públicos de obtener mejoras en la actual administración. De tener éxito, las negociaciones
decidirán la evolución de los salarios en la economía uruguaya y suprimirán los conflictos
laborales por los próximos dos años. ¿Logrará el gobierno del Frente Amplio estabilizar la lucha
de clases durante la campaña electoral y hasta la instalación de un nuevo gobierno?

Nuestro propósito no es adivinar el futuro, sino aclarar sus alternativas considerando la política
de gobierno a partir de los conflictos de clases. Siguiendo ese hilo se pondrán de manifiesto
tanto las tensiones que encierra, como también el movimiento que las supera y lleva más allá
del actual estado de cosas.

El gobierno de los salarios

Dicen los economistas que las empresas, antes de afrontar las pérdidas de un conflicto,
defienden sus márgenes de ganancia trasladando el costo de los aumentos salariales a los
precios. Hacen recaer sobre el gobierno la responsabilidad de controlar la inflación. La
negociación salarial parece desenvolverse entonces entre gobierno y sindicatos, pero sólo
puede comprenderse a partir del antagonismo entre los trabajadores y el capital.

La inflación es la preocupación principal de la política económica del Frente Amplio. Pero,


mientras que los gobiernos anteriores pretendían crear un mercado de trabajo flexible, los
gobiernos progresistas buscan mantener la estabilidad monetaria con la colaboración de los
sindicatos.

El Poder Ejecutivo fija tanto el monto de los ajustes salariales como la duración de los
convenios colectivos, y pone en práctica esos lineamientos por medio de los Consejos de
Salarios. Se trata de comisiones integradas con delegados del gobierno, los sindicatos y las
gremiales empresariales, que negocian la aplicación de la pauta oficial por ramas de actividad y
proscriben los conflictos durante la vigencia de los convenios.

La restauración de la negociación colectiva en lugar de la desregulación laboral, era una


cuestión clave para los sindicatos y uno de los ejes de su asociación con el Frente Amplio. En
contrapartida, no cuestionaron la administración de los salarios por el gobierno. La central
sindical se incorporó, con un papel subalterno, a la implementación de la política económica y
se limito a reclamar mayores aumentos o modificaciones de las pautas.

El ciclo progresista

Entre los años 2005 y 2014, cuando la economía crecía aceleradamente por la inversión de
capital extranjero, los gobiernos progresistas trataron de mantener los salarios por debajo del
incremento del producto. De ese modo, los aumentos serían compensados por la disminución
de los costos laborales y no afectarían a los márgenes de ganancia de las empresas. Esperaban
lograr así un crecimiento “con equidad”: una disminución continua de los costos laborales de
las empresas, sin rebajas de salarios ni subas de precios. Su condición era una subordinación
de la negociación colectiva a la ganancia del capital antes que a las necesidades y deseos de los
trabajadores.
Sin embargo, los conflictos laborales aumentaron rápidamente, a medida que el crecimiento
económico absorbía el desempleo. Las jornadas de trabajo perdidas pasaron de 392.914 en el
año 2005, para 1.315.984, en el 2008, según el Instituto de Relaciones Laborales. Con las
luchas se extendió la organización. Creció la afiliación a los sindicatos existentes y se crearon
también otros nuevos al amparo de la protección legal en actividades que permanecían
desorganizadas. La cantidad de trabajadores sindicalizados aumentó desde los 127.600
estimados en el año 2003, para más de 213.000 en el 2008, según la central PIT-CNT.

La conflictividad en los gobiernos progresistas alcanzó las mismas dimensiones que tenía bajo
los gobiernos anteriores, a pesar de la introducción de mediaciones institucionales, aunque
con un contenido radicalmente distinto. Ya no son luchas defensivas para conservar el empleo
o reclamar el pago de salarios adeudados. Los trabajadores aprovecharon la situación
económica y política para pasar a la ofensiva por mayores salarios y mejores condiciones de
trabajo.

La recomposición de clase, tanto en el sentido del empleo como en el aspecto político de las
luchas y la organización, modificó la relación de fuerzas. El cambio se reflejó directamente en
un alejamiento de los convenios con respecto a las pautas gubernamentales. Los trabajadores
disociaron a los aumentos de la productividad y convirtieron al salario en “un componente
exógeno”, dice el Banco Central, una variable que condiciona a la política económica, en lugar
de verse determinada por ella.

La vuelta del ciclo

Todo cambió a partir del año 2015, cuando cesó la inversión de capital extranjero y el
crecimiento económico se detuvo. No sólo se esfumó el espacio para un aumento simultáneo
de salarios y ganancia, sino que las empresas procuraron recuperar sus márgenes de ganancia
reduciendo los costos salariales. También la mediación política pasó a actuar entonces en
sentido opuesto. Ya no se trata, para el gobierno del Frente Amplio, de que los salarios
aumenten sin afectar a la ganancia, sino, al contrario, de detener los aumentos salariales para
permitir la recuperación de los márgenes de ganancia del capital.

El Poder Ejecutivo dejó de establecer los aumentos del salario real, como hizo durante el ciclo
progresista, y paso a fijar únicamente ajustes de los salarios nominales. Los ajustes nominales
buscan suprimir la independencia de la variable salarial. Permiten que, aún aumentando en
pesos, el salario real pueda ser rebajado en los hechos por subas de precios de las empresas.

El cambio de la política salarial creó una tensión con los sindicatos. La central sindical aceptaba
una adecuación de los aumentos salariales al ritmo de crecimiento de la economía, pero
rechazó una pérdida de salario real. La disociación entre gobierno y sindicatos tuvo como
correlato un aumento extraordinario de los conflictos. La conflictividad laboral alcanzó el
mayor nivel de los últimos veinte años con un total de 1.663.895 jornadas de trabajo perdidas
en el año 2015.

La negociación actual

El gobierno del Frente Amplio repitió los mismos criterios para las negociaciones del 2018. El
Poder Ejecutivo indicó convenios de 24 a 30 meses de duración, con ajustes de salarios
nominales según la situación del sector productivo: entre 6,5 y 8,5% para el año 2018 y de 6 a
8% en el 2019. Una corrección a medio convenio restablece la eventual pérdida de salario real.
Con una inflación que los analistas ubican en 7%, las pautas del gobierno implican una virtual
congelación de salarios y aseguran la disminución de los costos laborales de las empresas por
los próximos dos años. Los ajustes diferenciados permiten conceder mayores aumentos a los
sindicatos más fuertes y una mayor explotación cuando son más débiles, con el resultado
general de dividir a los trabajadores y empujarlos a arreglos particulares con los empresarios
de cada sector.

Las circunstancias, sin embargo, difieren de la negociación anterior. Por un lado, una modesta
recuperación del crecimiento económico y la perspectiva electoral inducen a una mayor
flexibilidad de las negociaciones, que disminuya la tensión entre el gobierno y los sindicatos.
Por otro lado, tampoco la subjetividad de los trabajadores es la misma. Ya no son las personas
desesperadas por la pobreza y dispersas por el desempleo, que produjo la crisis de principios
de siglo, sino los protagonistas de las luchas que desbordaron la política económica de los
gobiernos progresistas. Esa es la puerta estrecha de la negociación colectiva del año 2018.

El Frente Amplio califica su papel político como partido de gobierno por la gestión de los
trabajadores dentro del capital. Por medio de los Consejos de Salarios, trata de encerrar los
conflictos de clase en los límites de la ganancia y el control de la inflación. No tiene, sin
embargo, la última palabra. Se expresa materialmente en los salarios un movimiento de los
trabajadores que lleva más allá del actual estado de cosas.

(*) Luis Ibarra es politólogo y magíster en gobierno y políticas públicas. Trabaja como docente
en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República de Uruguay. E-mail:
luis.ibarra@cienciassociales.edu.uy

You might also like