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Resumen argentina segundo parcial

Garavaglia
Rentas, deuda pública y construcción estatal: la confederación argentina, 1852-1861

Presentación
No parece el Palacio San José de Justo José de Urquiza la morada de un caudillo salvaje y brutal, como decían sus
enemigos. La historiografía académica tampoco trato demasiado bien al entrerriano. Y sobre todo, decidió casi ignorar el
periodo de la confederación Argentina. La Confederación fracaso allí donde la nación triunfo no dijeron una y otra vez.
Es más, según esta visión, todo o casi todo se hizo recién a partir de Pavón y, por supuesto, desde la “Atenas del plata”.
Es muy probable que una parte de esta visión sobre el pasado argentino corresponda, en efecto, a un análisis realista de
la distancia sideral que separaba las economías de Buenos Aires y la Confederación, pero no hay dudas de que rescatar
ese tramo que fue la historia de los años 1852-61 mirada desde Paraná, quizás nos permita comprender de que modo
una parte de esa Argentina, también poseía ideas y herramientas para edificar un país posible.

Rentas de la Confederación
Los datos
El 24 de octubre de 1854, en el discurso inaugural de las sesiones del Congreso recientemente reunido en
Paraná, Urquiza comienza su exposición sobre el estado de la hacienda pública de la Confederación. El mismo enumera
cuales fueron los escasos fondos con que se inició la aventura institucional de Paraná. El panorama que pinta Urquiza
parece claro y nuestra bien el pobre estado de las finanzas de la Confederación en los dos primeros años de su corta
historia; es decir, la deuda pública fue una carga sobrellevada desde su bautismo y termino dando por tierra con esta
primera experiencia de nación confederal. Los ingresos fiscales no parecen muy altos, pero si los miramos desde una
perspectiva regional, tampoco son tan bajos. Se puede advertir con claridad que las entradas aduaneras son la clave de
las rentas del Estado y sobre todo, los impuestos sobre las importaciones. Si comparamos con Buenos Aires en la misma
época, veremos que las semejanzas son evidentes, pero también descubrimos que la tradición porteña en cuanto a los
ingresos tenía ya la antigüedad suficiente como para complementar con otros tipos de recursos en una panoplia
(armadura) más amplia. Paraná depende mucho más de las rentas de la Aduana que Buenos Aires. Para 1860,
observamos que el 92% de los ingresos aduaneros es percibido en las receptorías del Litoral, es decir, Santa Fe, Entre
Ríos y Corrientes. El problema que complicaba enormemente al sistema fiscal era el de las importaciones. Comprobamos
que, pese a lo que quiere una tradición historiográfica, Rosario si bien era la primera aduana confederada, estaba lejos
de ser la única. Los funcionarios de Hacienda habían conseguido, pese a todas las dificultades, montar una estructura
rentística bastante compleja que abarcaba todo el extenso territorio confederado.

Presupuestos del Estado y cuentas de inversión


Los presupuestos: la Confederación, Buenos Aires y las provincias
En el cuadro 3, se muestra en forma comparada los presupuestos de la Confederación y del Estado de Buenos
Aires en 1857. La impresión general es de una indudable semejanza, pero marcaremos las diferencias dentro de ese
marco de similitud. Cuando la Confederación quiso imitar a su hermana de Buenos Aires acudiendo a la emisión de
billetes, el fracaso fue estrepitoso en sociedad como las de las provincias, acostumbradas a sopesar en sus manos la
realidad tangible de las monedas bolivianas de plata y las onzas de oro. Los hombres de Paraná habían decidido, desde
los primeros presupuestos, otorgarla al ámbito de la justicia, la educación y la religión un papel relevante, cosa que no
hizo Buenos Aires. Además la diferencia entre los gastos en las fuerzas armadas, las del estado porteño casi duplican a la
Confederación.
Salvo las provincias litorales que poseen cantidades modestas pero aceptables de rentas fiscales, el resto de las
provincias tienen presupuestos que apenas dan recursos para sostener los gastos cotidianos indispensables de un
puñado de empleados. Uno podría imaginarse que toda la diferencia entre Buenos Aires y sus hermanas confederadas
proviene de guarismos diferentes en cuanto a las respectivas poblaciones, pero resulta claro que no es el caso. Buenos
Aires, es cierto, es la provincia con mayor población, pero Córdoba es también una provincia densamente poblada y la
distancia en cuanto a la fiscalidad son abismales.

Construcción del Estado nacional en un marco de desastre financiero

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Deberíamos ser justicieros con la herencia de la Confederación más allá de su bancarrota final. Los hombres de Paraná
se encontraron con la cuestión del “pecado original”, es decir, de aquella deuda que había nacido antes del Estado; esta
había posibilitado el triunfo de Caseros. Había que ocuparse, antes que nada, de las rentas. Fue necesario caminar casi
todas las provincias para instruir las receptorías, los resguardos, las tesorerías y las contadurías de cada una de las
aduanas confederadas. La segunda cuestión fue el problema militar. Nada podía hacerse frente a la conflictiva relación
con Buenos Aires, si no se construía un verdadero ejército que respondiese a la Confederación. Para ello una de las
primeras tareas fue formar un cuerpo de oficiales leales. Y así fue como más de 180 oficiales de los cuerpos provinciales
pasaron a formar parte del ejército de la Confederación y más tarde, de la Nación. Paro el estado disciplinario de ese
ejército, como demostró en Pavón, no era siempre el más adecuado. Tampoco el armamento respondía a lo que eran ya
las exigencias de un autentico cuerpo armado, y en especial en la infantería. De todos modos, los esfuerzos de los
ministros del Departamento de Guerra y Marina de la Confederación dieron como resultado la puesta en pie de un
ejército de línea que incluía no solo a las provincias litorales.

Conclusiones
Decíamos en la Introducción que considera al periodo de la Confederación como una especie de paréntesis
huero de significado en el camino hacia la construcción nacional argentina, no le rendía justicia el enorme esfuerzo
tendiente a hacer realidad esta tarea desarrollada desde Paraná a partir de 1852. Se debe tomar en cuenta la realidad
de le efectivamente realizado por ese grupo de hombres, portadores de ideas bastante claras acerca de la nación posible
y que sin lugar a dudas, fueron los que pusieron los primeros cimientos de la construcción de un Estado nacional en la
Argentina.

Bragoni y Miguez
De la periferia al centro: la formación de un sistema político nacional, 1852-1880

1. En 1880 el senador bonaerense Aristóbulo del Valle señalaba con agudeza que se alineaba claramente “con los que
querían llevar la fuerza de la periferia la centro”. Esta era una expresión de la época. Hasta hace poco tiempo, el proceso
de unificación política argentino ha sido visualizado preferentemente a partir de los instrumentos montados por una
elite dirigente. Ese proceso iba a ser acompañado por el reemplazo de los perfiles políticos que habían fracasado en el
intento de asentar un principio de autoridad estable que se remontaba a la caída de Rosas. La solución, en cambio,
vendría de la mano de un nuevo tipo de liderazgo político de alcance nacional que aparecería representado en una
coalición de gobernadores de provincias que instalo a Nicolás Avellaneda en la primera magistratura del país en 1874.

2. Aunque la formación del Estado argentino no es el je de la temática, puede ser útil revisar algunos aspectos del
problema en cuanto constituye el trasfondo o sustrato del debate que proponemos en los trabajos aquí reunidos. La
caracterización de las formas institucionales previas a la formación del Estado nacional. Una rica discusión sobre la
naturaleza de los estados provinciales en la primera mitad del siglo XIX ha destacado como la concentración de atributos
soberanos en ellos hacía del Estado central más una hipótesis que una realidad. Quienes han intentado reconstruir el
proceso formativo de la nación a partir de 1852 pocas veces han prestado suficiente atención al sistema político e
institucional preexistente. ¿Qué es el Estado? Una respuesta obvia proviene de la tradición marxista. El surgimiento del
Estado está directamente asociado a la división social del trabajo, al surgimiento de una clase “ociosa” que establece
una dominación material e ideológica sobre el conjunto social, se especializa en la producción de ideología y del control
social, y que vive gracias a su capacidad de extraer excedentes mediante algún sistema tributario. También tiene el
control de los medios de coerción. Esto se hace especialmente evidente si miramos sociedades tribales carentes de ellas.
Tres argumentaciones historiográficas que tienen gran relevancia. Una tiene vínculo directo: al prestar poca
atención a las formas institucionales previas al a organización del Estado nacional, alguna literatura pareciera suponer
que la construcción del Estado se hace a partir básicamente de la sociedad civil. Una segunda se vincula de manera más
indirecta: análisis muy ricos y fecundos sobre el funcionamiento de la sociedad colonial han mostrado la debilidad de los
límites entre lo público y lo privado, y la importancia de las configuraciones de relaciones interpersonales como base
operativa del orden social. En espacios donde la supervivencia de las estructuras fue particularmente débil, la
preexistencia de las formas del Estado colonial es un antecedente que puede haber jugado un papel importante en la
construcción institucional posterior. La tercera reside concretamente en atender el proceso de unificación política no
solo como producto de coacción/cooptación del poder central sobre los poderes locales, sino en relación con dinámicas
o procesos de negociación y conflicto entre centros y periferias.

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El panorama político previo a 1852. Chiaramonte subraya que ante la disolución del poder central en 1820 el
esquema de poder que le siguió estuvo caracterizado por una confederación de “estados” independientes sujetos a
pactos interprovinciales que no consiguieron hacer de ella un Estado-nación. Serias dificultades para institucionalizar
órdenes políticos acordes a los ideales republicanos que inspiraban sus propios discursos. Los estudios sobre Buenos
Aires justamente revelan algunas características de esas limitaciones. La etapa que inicia en 1829 tendió a mostrar la
debilidad del gobierno provincial para hacer efectiva su presencia en el amplio territorio de su jurisdicción. Esta
debilidad provenía fundamentalmente de la escasez de recursos económicos y humanos. Si así ocurría en Buenos Aires,
que contaba con el más amplio comercio externo de la región y los ingresos fiscales, el problema para las demás
provincias sin duda fue mayor.
No obstante, esa precariedad institucional no fue motivo para que ningún poder provincial abandonara el
estatus jurídico-político adquirido desde 1820, ni tampoco para que alguno de ellos pudiera hacer efectivo su dominio
sobre los restantes. Esta institucionalización formal cumplía un importante papel en la legitimación de los poderes
públicos provinciales. El estudio de Ariel de la Fuente sobre Los Llanos de La Rioja muestra la incapacidad del estado
provincial para hacer efectiva su presencia en esa zona apartada y poco poblada. El orden social descansaba en la
preeminencia de notables locales, sin funciones estatales precisas, o con alguna designación en la estructura miliciana.
Pero lo fundamental era el prestigio personal del “caudillo” local. Así, cuando la constitución de 1853 vio la luz, consistía
en un programa para reunir en un solo y nuevo Estado-nación al menos catorce estructuras de dominación social
diferentes. Por consiguiente no se trataría de la emergencia de un nuevo actor (el estado nacional) que se va
imponiendo sobre la sociedad civil, sino de una nueva forma de organización central que se creó a partir de la
convergencia de al menos otras catorce formas que lo precedieron.

Lanteri
La “Confederación” desde sus actores. La conformación de una dirigencia nacional en un nuevo orden político (1852-
1862)
Durante la Confederación, las trece provincias que la conformaron vivieron la primera experiencia de
articulación en un proyecto político orgánico cuyas bases jurídicas se establecieron en la Constitución nacional de 1853.
El pensarse y organizarse como parte de un estado federal implico cambiar la naturaleza de sus poderes tras haber
actuado como unidades políticas autónomas por más de tres décadas. Analizamos tres problemáticas en forma
conjunta. La conformación de una dirigencia nacional, la articulación por parte de dicha dirigencia de sus recursos y
accionar hacia la formación de una estructura estatal y, finalmente, la manera en que dicho diseño fue retroalimentado
por las provincias.
Los estudios específicos sobre el periodo dieron poco margen de participación a las provincias y a sus
representantes, desdibujando su protagonismo en el proceso. Urquiza apareció en estos relatos asumiendo y dirigiendo
la organización nacional. Otras interpretaciones enfatizaron el fracaso de proyecto estatal nacional de la Confederación
y adujeron como una de sus principales causas la imposibilidad de sentar bases políticas e institucionales. Nuestro
argumento es que un proceso de aprendizaje y conformación político-institucional nacional se inició en la Confederación
y se consolido en las décadas siguientes. Si bien Urquiza fue una figura central, este se sostuvo gracias a un nutrido
conjunto de personas. Por ende, no fue Urquiza como representante privilegiado del poder central el que avanzo sobre
las elites políticas provinciales configurando a la Confederación, sino que estas fueron protagonistas activas del proceso.

Los políticos de la Confederación: vínculos, intereses, representaciones y atributos de poder


La relación entre la promoción en la esfera pública y la posesión de un capital diversificado tuvo una
combinatoria diferente en cada caso particular del personal político. Pese a estas diferencias, hubo una cualidad común.
Las provincias optaron por enviar al Congreso, y el poder ejecutivo nombro en los puestos nacionales más importantes,
a personas que habían tenido una vasta trayectoria en el escenario público. Los estudios universitarios fueron un
recurso de peso para el acceso a cargos públicos. Los conocimientos jurídicos eran fundamentales. Dos ejemplos serian
Fragueiro al ministerio de hacienda y Salvador María del Carril al del interior. El poder económico de ambos también fue
percibido como otro de sus valiosos capitales. La propia constitución del 53 magnifico la importancia del poder
económico. Las elites también pudieron utilizar su defensa de la “patria” como un capital activo en sus relaciones
políticas. De hecho, su itinerario público forjado al calor de las oportunidades abiertas por la “carrera de la revolución”
hace difusa su clasificación como militares. La participación de estos militares permitía legitimar el proyecto político de
la Confederación al entroncarlo en una continuidad simbolico-historica con la Revolución de mayo.

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El poder ejecutivo nacional hizo claros esfuerzos por nuclear a la dirigencia política. A ello se sumaron otras
acciones tendientes a institucionalizar su autoridad. A los esfuerzos del ejecutivo se sumó también el
autorreconocimiento del propio personal. Los emigrados también contaban con un capital simbólico importante, su
prestigio se debió particularmente al “martirio político” que habían sufrido con Rosas. Entre los exiliados se encontraban
miembros de la generación del 37’. Asimismo la fragilidad del orden político surgido en 1820 y la correlativa precariedad
del orden institucional y fiscal había obligado a muchos de estos hombres a emprender trayectos migratorios y ofrecer
sus servicios a diversos gobiernos fuera de su lugar de origen, lo que les había dado una experiencia en la praxis política,
como es el caso de Ramón Gil Navarro, Facundo Zuviria y Santiago Derqui. Lo que interesa remarcar de esto es que la
conformación de una dirigencia nacional exigió recapitalizar y unificar un personal diverso que tenía un sustrato común
en la experiencia de los estados provinciales autónomos. Tanto por la necesidad de construir un marco administrativo
estatal como por la falta de personal para sustentarlo, las fronteras políticas sufrieron entonces una importante
ampliación que distintos actores supieron fructificar.

Conclusiones
A diferencia de los estudios que centraron su atención en la figura de Justo José de Urquiza, hemos revelado que
una nutrida red de personas sostuvo y conformo la trama político-institucional de la Confederación. Si bien Urquiza fue
una figura central, las provincias y sus representantes fueron protagonistas activos del proceso. Pensamos entonces que
debe relativizarse el fracaso que algunos autores atribuyeron al proyecto estatal nacional de la Confederación. Aunque
no fue exitoso el intento de construir un estado con dirección política en Entre Ríos, hubo un sugestivo grado de
cohesión y de referencialidad al espacio nacional. Las elites políticas provinciales tuvieron registro de que había
instituciones como el Congreso que las contenían. Por la sociabilidad de la política y por el andamiaje legislativo-
institucional construido en el Congreso, las elites provinciales comenzaron así a concebirse y a legitimarse como una
clase dirigente nacional. Su autorreconocimiento como dirigentes y una suerte de convicción de la idea de nación fueron
entonces definitorios para su conformación como una dirigencia. Gracias a dichas cualidades aglutinadoras entre la
primera y segunda mitad del siglo y a su acumulación de pericia en el manejo y gestión institucional, fueron así figuras
centrales en el camino de la profesionalización política y de la maduración de una soberanía nacional. En definitiva, la
conformación de una dirigencia nacional que integro en su seno a las elites políticas provinciales fue fundamental para la
viabilidad de la Confederación, y es una de las claves de su herencia al proceso abierto en 1862.

Paz
El gobierno de los “conspicuos”: familia y poder en Jujuy, 1853-1875

Introducción
La relación entre las familias de la elite y el poder es un tema clásico de la historiografía de América Latina.
Ligados por los negocios, las alianzas matrimoniales, la vecindad y la pertenencia a ciertas instituciones, y lo grupos
familiares constituyeron verdaderas “redes” que funcionaban como una organización social no solo en el ámbito privado
sino también el a esfera pública. Estas “redes de familias notables” proveían el marco de referencia por medio del cual
los miembros de la familia funcionaban en el dominio público. El presente artículo trata acerca de un gobierno de
familia: el de la parentela centrada en el Sánchez Bustamante en la provincia de Jujuy entre 1853 y 1875.

Familia y política: las bases sociales del poder


La caída del rosismo dejo un vacío político en la provincia de Jujuy que fue ocupado rápidamente por las familias
de la elite jujeña que retornaron a la provincia desde su exilio ni bien se enteraron de la noticia. El regreso a la provincia
de los clanes emigrados significo una verdadera restauración del poder de la elite que modifico las relaciones políticas
en los siguientes veinte años. El origen de esta red de familias de la elite se remontaba a la segunda mitad del siglo XVIII,
un periodo de activa migración desde el norte de España hacia América. El fundador del clan Sánchez de Bustamante en
Jujuy, Domingo Manuel, llego a comienzos de la década de 1750. Sus vinculaciones familiares lo incorporaron
plenamente al cabildo en el que sirvió como regidor en numerosas oportunidades. Era comerciante, invernador, gran
proveedor de mulas y habilitador de tropas. Los Sánchez de Bustamante incorporaron varios inmigrantes a la familia
mediante matrimonios que proveían a los recién llegados de lazos con la elite local. La segunda generación de estos
reforzó los vínculos intrafamiliares mediante matrimonios entre primos y continuó siendo un vehículo para la
incorporación a la elite de los últimos inmigrantes españoles promisorios que llegaron antes de la revolución. Los
matrimonio intrafamiliares dieron como resultado la formación de un entramado familiar muy compacto, una verdadera

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red de familias emparentadas que a mediados del siglo XIX ocuparon los más prominentes cargos en la provincia. Se los
llamo “los conspicuos”. Había otros grupos familiares, el más importante era el de los Bárcena con quien los Sánchez de
Bustamante establecieron alianza. Las familias de la elite eran, por definición, ricas. A mediados del siglo XIX la fortuna
de las familias de la elite estaba basada en la propiedad de la tierra. Algunos de los integrantes de los clanes se contaban
entre los más grandes propietarios. El monopolio de la propiedad de la tierra permitía a estos grandes propietarios
ejercer un férreo control de la población rural a través del arriendo, el peonaje y la provisión de crédito. En Jujuy se
observa que los hombres que ocuparon los puestos políticos más importantes en el periodo 1853-80 no se contaban
entre los más ricos de la provincia. En este periodo, la elite policía de Jujuy se reclutaba mayoritariamente entre las
familias extensas de la elite tardocolonial que volvieron a la provincia tras la caída del rosismo. La red de familias
organizadas en torno de los Sánchez de Bustamante ocupaba el centro de la escena política. Su poder se basaba muy
limitadamente en la acumulación de riqueza. La clave para entender su posición reside en sus vastas conexiones
familiares y en su preeminencia social de antigua familia local. Son un ejemplo de lo que Halperin llamo “la elite
ilustrada”, políticos con ceirto grado de educación y experiencia relativamente independientes de las clases propietarias
y populares.

El gobierno de los “conspicuos”


Desde 1853, la Legislatura adquirió en Jujuy un papel central como institución de gobierno que no había tenido
durante el periodo rosista. Según las constituciones provinciales al Legislatura debía renovarse cada dos años. Se
suponía que los representantes lo eran de los distritos rurales, pero a menudo eran elegidos dentro del pequeño grupo
de la elite urbana de San Salvador. La provincia seguía siendo gobernada desde la ciudad capital. Los Sánchez de
Bustamante lograron progresivamente controlar la Legislatura provincial al colocar miembros de la familia como
representantes. EN la década del 50 un tercio de los representantes pertenecía al a red familiar, a partir de la década del
60 cada año la mitad de los representantes eran ocupados por miembros de los conspicuos. La Legislatura no solo
acumulaba sobre si la iniciativa y sanción de las leyes sino también la supervisión de la elección del gobernador que se
realizaba por medio de electores ad hoc. En 1866 amplio el poder de los representantes al otorgar a la Legislatura la
potestad de elegir directamente al gobernador. Así, la familia controlaba férreamente la sucesión del ejecutivo
provincial. El control estrecho que los “conspicuos” habían logrado tanto de la Legislatura como del ejecutivo provincial
brindo al clan familiar la posibilidad de ejercer un amplio patronazgo político mediante la distribución de cargos
públicos. Los “conspicuos” también monopolizaron la representación de la provincia de Jujuy ante el Congreso Nacional.
El control de la Legislatura que ejercían permitió que tres de los cuatro senadores que Jujuy envió a Buenos aires entre
1854 y 1875 fueran de la familia. Hacia 1870 el control que ejercían los “conspicuos” sobre los asuntos políticos de Jujuy
eran tan ilimitados que sus críticos más duros los llamaban “los Cesares de Jujuy”. Solo a mediados de la década de 1870
surgió en la provincia una oposición al régimen de la “conspicuos”. El gobierno de la familia se vio abruptamente
envuelto en la compleja telaraña de la política nacional de un año electoral muy conflictivo.

El fin de los “conspicuos”: la nación en la provincia


A fines de 1873 el panorama político comenzó a complicarse para la administración de la familia al surgir una
facción dentro de la elite que intento disputarle su predominio. Las elección presidenciales de 1874 explican esta
división en el seno de la elite, los candidatos eran Mitre y Avellaneda. El gobernador de Jujuy mantenía su lealtad
política inquebrantable con el mitrismo y se hallaba aislado entre sus colegas del norte argentino que apoyaban a
Avellaneda. La facción opositora a los Sánchez de Bustamante se gestó a fines de 1873 por medio de los trabajos, en
apoyo de la candidatura de Avellaneda en las provincias del norte, que llevo a cabo un joven comandante del ejército.
Liderada por Bárcena, la “oposición” jujeña se alineo detrás de la candidatura de Avellaneda. Bárcena logro el apoyo de
algunos personajes poderosos del mundo rural.

Conclusión
En 1853 una red de familias centradas en los Sánchez de Bustamante accedió al gobierno de Jujuy. Esta red
familiar se formó a fines del periodo colonial en torno de las alianzas matrimoniales establecidas entre la primera
generación jujeña de la familia e inmigrantes españoles exitosos. El régimen instaurado por los “conspicuos” tras la caída
de Rosas constituyo un verdadero gobierno de familia. Más que en la riqueza, su poder se basaba en las amplias
conexiones familiares de una red cuyos recursos se habían puesto en función de la dominación política de la provincia. El
control de la Legislatura les garantizaba la elección del gobernador y su sucesión, la designación de senadores nacionales
y al distribución de cargos públicos entre parientes y amigos. Hacia 1875 los Sánchez de Bustamante perdieron el poder.

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La combinación de tozudez en el mantenimiento de su lealtad política hacia el mitrismo y la acción de poderosos
factores que escapaban a su control, como lo era el mal disimulado apoyo que el ejército brindaba a la candidatura de
Avellaneda, precipitaron el fin de los “conspicuos”. Los Sánchez de Bustamante fueron asimismo empujados a la caída
por su complicidad en la rebelión de los campesinos de la puna que ellos no habían causado, pero que pretendían
utilizar como salvataje político. Su súbita caída marco la definitiva incorporación de Jujuy a la política nacional. Los
sucesos políticos de la década de 1870 enseñaron a la elite jujeña una lección muy importante: el Estado nacional con
sus instituciones, soldados y crecientemente con sus recursos financieros tenía cada vez mayor injerencia en el gobierno
de la provincia.

Sábato

Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: La fiebre del lanar 1850-1890


Los trabajadores
El periodo posrevolucionario
Estancias extensas, habitantes dispersos, ganado semisalvaje, tal era la ecuación simplificada de la campaña de
Buenos Aires antes de 1850. La ganadería extensiva era la única actividad productiva de significación y el vasto territorio
apenas estaba poblado por el hombre blanco. Pero este cuadro no habría de permanecer estático. La expansión de la
producción requería de la ocupación de nuevos territorios. La población creció rápidamente en esos territorios nuevos.
La provincia, excluyendo su capital contaba con menos de 200 mil habitantes en 1854, más del doble que en 1822. Las
estancias de la provincia estaban en manos de un total de cerca de diez mil dueños y arrendatarios. El gaucho ha sido
protagonista de escritos y estudios de muy diverso tipo. Sin embargo, no se cuenta con un análisis histórico acabado del
papel del gaucho en la estructura productiva de Buenos Aires a lo largo de los diferentes periodos en la historia rural. La
mano de obra asalariada predominaba en las estancias ganaderas. Además de este personal permanente, la estancia
contrataba en distintas épocas del año a trabajadores ocasionales. La estancia ganadera no desapareció en la segunda
mitad del siglo XIX, aunque su importancia declino en las áreas de predominio del lanar y fue siendo relegada a las
regiones fronterizas.

La mano de obra en las estancias ovinas


En la primera mitad del siglo XIX, la cría de ganado vacuno y caballar era la actividad principal de los pobladores
de la campaña de Bs. As. Sin embargo, la escasez de brazos fue una constante en esa etapa y se aplicaron formas
diversas de coerción para asegurar el disciplina miento de esa mano de obra y su canalización al mercado de trabajo.
Gradualmente se establecieron estancias nuevas enteramente dedicadas a la cría de ovejas. Efectos sobre la mano de
obra:
a) Gran expansión de la demanda: la cría de ovejas, tal como se organizó en la provincia, requería mayor número de
brazos que la explotación del vacuno.
b) Cambios en la calificación: La producción d lana exigía el ejercicio de oficios nuevos, el despliegue de habilidades y el
conocimiento de técnicas hasta entonces casi desconocidas por el trabajador rural de la provincia.
c) Cambios en el orden interno de la estancia: La organización interna de la estancia se hizo aún más estricta, era
necesario cumplir con precisión el calendario de actividades.
d) Estacionalidad en la producción y en la demanda de la mano de obra
Pero además, las estancias contrataban también trabajadores ocasionales para la realización de tareas
específicas como reparar cercos, exterminar hormigas arreglar techos. ¿De qué manera se resolvió el problema de la
oferta de mano de obra?

La estructura de la población
Un extenso territorio y, sin embargo, una población relativamente pequeña ha sido un rasgo característico de la
Argentina. La provincia de Bs. As. Comparte esta característica, aunque en grado menos que otras regiones del país. A
comienzos del siglo XVIII, Azara estimo que la provincia tenía solo unos 32.000 habitantes. Hacia 1895 había casi treinta
veces más. Los factores de este crecimiento fueron la colonización de nuevas tierras, el crecimiento de la tasa de
inmigrantes y el aumento de la población urbana, entre otros.

La oferta de mano de obra

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La población crecía de manera sistemática y se distribuía por la campaña, y sin embargo, en las primeras
décadas de expansión la tradicional escasez de brazos no parece sino agravarse. No era pues, únicamente, que la
oblación fuera pequeña, sino que una parte de asalariados potenciales continuaba gozando de formas alternativas de
subsistencia que no hacían necesaria su participación en el mercado de trabajo de manera permanente. Ante este
panorama, la creación de una oferta estable y disciplinada de fuerza de trabajo que atendiera a la demanda de esa
economía en extraordinaria expansión constituyo un aspecto central del proceso de formación del mercado de trabajo
en esta etapa. Para construir esta etapa se contó en Buenos Aires con dos recursos fundamentales. En primer lugar, con
la fuerza de trabajo provista por aquellos trabajadores locales que hasta entonces habían sido asalariados ocasionales.
En segundo término fue decisiva la incorporación de fuerza de trabajo provista por la inmigración.

Vagos y malentretenidos
El disciplina miento social de la población de la campaña fue una de las principales preocupación de las clases
propietarias y del Estado de Buenos Aires ya desde la primeras décadas del siglo XIX. Los estancieros se quejaban de las
deserciones. Para atraerlos, muchas veces los estancieros adelantaban dinero a los trabajadores. Los estancieros
reclamaban que se tomaran medidas para disciplinar y controlar a la población rural. Las sugerencias eran las de coartar
los medios de subsistencia alternativa al trabajo asalariado y las que proponen medidas concretas de control y represión
sobre esa población.
Pero el orden que se quería imponer resultaba decisivo cuando se trataba de organizar el ejército de Buenos
Aires. Desde los días de la Revolución habían contado con un ejército casi permanente. Estas levas afectaban a quienes
por otra parte eran trabajadores potenciales en la campaña. Para esto se implementó la legislación sobre vago y
malentretenidos. Esta busco a la vez disciplinar a la mano de obra y proveer de hombres al ejército: amedrentando al
trabajador y castigando al marginal se conseguía el doble propósito. Así, se definía como vago a quien carecía de
propiedades o de un trabajo estable.

Los inmigrantes
Hacia fines de la década de 1840 comenzaron a llegar al Rio de la Plata inmigrantes irlandeses, escoses y vascos,
atraídos por una tierra que les ofrecía un destino a la vez incierto y promisorio. Los recién llegados pronto demostraron
ser la mano de obra ideal para desempeñarse en la ganadería lanar. Algunos de ellos eran relativamente calificados.
Además, muchos de ellos provenían de regiones campesinas y por lo tanto estaban acostumbrados al trabajo familiar
que, como se verá más adelante, resultaría muy eficiente en el contexto de las estancias ovinas.

Estancias y estancieros
Tierra y ganado fueron los recursos esenciales sobre los que se construyó la riqueza de Buenos Aires luego de la
Independencia. Un sector mercantil urbano que rápidamente había ido perdiendo sus bases de poder económico,
encontró una fuente alternativa de riqueza en la campaña y hacia ella volcó su esfuerzo productivo. El hinterland de
Buenos Aires fue así la región clave de esta expansión productiva, que alcanzo su fase más dinámica durante el régimen
rosista. Hacia 1850, la estancia había conquistado el espacio rural, pero la formula básica siguió siendo tierra abundante,
grandes rebaños de ganado criollo, pocos brazos y muy baja inversión en activos fijos. La introducción del ovino al
principio no produjo cambio alguno en la organización de la producción rural. Hacia las décadas del 20 y 30, pocos eran
los estancieros que consideraban a la cría de ovejas como un aspecto importante de sus actividades rurales. Sin
embargo, algunos hombres de empresa comenzaron a promover el desarrollo del lanar en la provincia. Simplificando
enormemente: las estancias eran empresas capitalistas que producían para el mercado, empleando trabajo asalariado
pero combinándolo con otras formas de contratación de la mano de obra.
El estanciero: personaje controvertido pero central en el desarrollo de la sociedad argentina. No se debatirá aquí
la cuestión más general sobre su naturaleza o sobre su papel a lo largo de la historia argentina. Se tiene así la pretensión
quizá excesiva de alimentar aquella discusión más general con el análisis específico referido a una región y una época. En
la provincia de Buenos Aires la palabra estancia generalmente designa a empresas dedicadas a la producción
agropecuaria, cuya organización fue variando con el tiempo. Desde el punto de vista sincrónico, el concepto de estancia
tiene diferentes connotaciones según los periodos y las regiones en que fue usado. Las características principales de la
estancia en la etapa de expansión del lanar, se hablara de estancias ovinas. Sin embargo las estancias fueron sufriendo
cambios sucesivos y pasaron de una primera etapa en que las ovejas se incorporaron como complementarias al ganado
vacuno, a una segunda en que predominaba el ovino y a una última fase en que las actividades relacionadas con el lanar
dieron paso a la estancia mixta agrícola-ganadera. Las estancias eran de variada extensión.

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Buenos Aires Mendoza Tucumán

Tierra Lento proceso de puesta en valor de En el piedemonte tucumano se


tierras fuera del “oasis” poblado. El desarrolla también la agricultura
oasis norte estaba ocupado cerealera. En el periodo de 1850 – 1880
mayormente (90%) por cultivos de se da un gran desarrollo de la
alfalfa. Hacia la década del 80’ se producción de alimentos. Hacia la
produjo un gran desarrollo de los década del 80’ la caña de azúcar
trigales, que serían luego reemplazados empieza a ocupar el lugar central en la
por viñedos modernos. agricultura tucumana.
Trabajo Escases de mano de Regido por la papeleta de conchabo Escases de mano de obra. Trabajo
obra. que reafirma la sujeción de los asalariado. Aumento de trabajadores
Trabajo asalariado trabajadores a los patrones. Esto último que no alcanza para satisfacer la
como complemento. como consecuencia de la necesidad de demanda. Papeleta de conchabo.
Cambia con la mano de obra. Salario de tipo antiguo (componente
cohesión del Estado y Trabajo asalariado. Muchos se fugaban monetario y ración alimenticia), pero
la inyección de en busca de mejores oportunidades. que tendió a aumentar.
inmigrantes.
Demanda de
especialización y
trabajo estable.
Capital Empresariado (no es Sector mercantil controla actividad Modelo mercantil – manufacturero
una clase ociosa) transportista. Economía dominada por (labradores, hacendados,
tiene acceso al un sector comerciante ganadero que manufactureros, comerciantes).
crédito. importaba ganado a Chile. Labradores y peones fueron los más
Multifacéticos que Ganadería comercial. desfavorecidos.
invierten en distintos Este modelo empieza a decaer hacia la Hacendados y estancieros eran el
ámbitos (finanzas, década del 80’. estrato más concentrado de los
comercio, inv. La “crisis” del modelo lleva al propietarios.
urbanas, ganadería) surgimiento del modelo agroindustrial Sector manufacturero dedicado a la
vitivinícola. curtiduría y a la producción de azucares
y aguardiente.
Surge el modelo azucarero hacia la
década del 80’ gracias a la llegada del
ferrocarril y el afianzamiento del
mercado nacional
Cronología 1850 - 1890 1850 – 1880 Modelo ganadero 1850 – 1880 Modelo mercantil –
comercial manufacturero
1880 Modelo agroindustrial vitivinícola 1880 Modelo azucarero

Djenderedjian
La colonización agrícola en Argentina, 1850 – 1900: problemas y desafíos de un complejo proceso de cambio
productivo en Santa Fe y Entre Ríos

Introducción
Uno de los fenómenos más destacados en la historia rural argentina de la segunda mitad del siglo XIX es el
proceso de expansión de la agricultura moderna. Argentina paso de ser un importador neto de cereales y harina a
constituirse en uno de los mayores exportadores mundiales de esos productos en algo menos de tres décadas. Esa
evolución tuvo un motor principal en la formación de colonias agrícolas, esencialmente con inmigrantes. La región
pampeana se había transformado al filo del siglo XX en una moderna fábrica de alimentos. Hacia 1895 la superficie
cultivada con trigo había aumentado al menos 39 veces. El desarrollo agrario pampeana, para la llamada visión
tradicional, no habría sido plenamente capitalista entre otras cosas porque las lógicas respectivas de las explotaciones
ganaderas y agrícolas eran distintas: las primeras, extensas, ineficientes y en manos de propietarios, las segundas, muy

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pequeñas y en manos de arrendatarios, estaban caracterizadas por la inestabilidad. Desde hace alrededor de un par de
décadas esta visión se ha ido resquebrajando. Se han puesto en evidencia las conductas empresariales y la
heterogeneidad de los actores rurales; y la supuesta subordinación agrícola ha sido abandonada a la luz de la fuerte
dinámica propia del sector. Sin embargo, persiste todavía la tendencia a suponer que las posibilidades de innovación e
inversión en la agricultura estaban ligadas a la pequeña propiedad colona. Se ha pensado en que general que, una vez
fundada la primera colonia, la progresión del fenómeno tendría necesariamente que ser continúa; esa visión no da
cuenta del a veces tortuoso recorrido de los emprendimientos. Nunca fue muy fácil. Santa Fe y Entre Ríos son casos
paradigmáticos: el primero, por ser aquel en el cual la colonización tuvo mayor éxito; el segundo porque por el contrario
el proceso colonizador sufrió allí constantes retrasos y problemas.

Santa Fe y Entre Ríos hacia mediados del siglo XIX


Durante el periodo hispánico y hasta la mitad del siglo XIX el dominio criollo en Santa Fe estuvo reducido a poco
más que la ciudad de ese nombre. Cercada por belicosos indígenas, Santa Fe sobrevivió por momentos difícilmente a sus
ataques. La producción ganadera era ya entonces bastante más notable que la agrícola. Solo en la década de 1840 la
conflictividad comenzó a ser menor, las fronteras en parte pudieron consolidarse y las áreas rurales retomaron la
actividad con algo más de certidumbre. Las exportaciones se incrementan y diversifican. El crecimiento santafesino de
estos años estuvo muy a la zaga del entrerriano. Pero pronto el cambio comenzó a hacerse más evidente. Los gobierno
provinciales hicieron esfuerzos denodados para expandir la frontera. La aparición de las primeras colonias agrícolas se
ubica así en un contexto económico expansivo.
En Entre Ríos los indígenas locales habían sido dominados en 1750; a partir de entonces se creó allí una vasta
riqueza ganadera. Los productores intentaron continuar generando negocios en medio del caos, lográndolo con
importante éxito en las décadas del 30 y 40. La acentuación del uso de técnicas muy extensivas de manejo del ganado y
la mano de obra que fue férreamente disciplinada fueron claves. Sin embargo, las características que le había permitido
crecer parecen haber estado luego entre los escollos que retrasaron la puesta a punto de esa económica a los dictados
de la nueva época. Esa extensividad pecuaria no posibilitaba un gran desarrollo agrícola ni facilitaba las necesarias
inversiones en animales refinados.

La colonización estratégica y militar (1850-56)


Gracias a los medios provistos por una previa etapa de crecimiento y menor conflictividad, los líderes de la
época comenzaron a pensar en proyectos de colonización. En todos los proyectos discutidos y llevados a cabo en esta
etapa, los gobiernos provinciales entregarían la tierra gratuitamente, y habrían de construir la infraestructura de la
colonia. Las pocas fundaciones de esos años contaban con los problemas de que eran fundadas en zonas de fronteras,
entre vastos desiertos. No se trataba solo de la dificultad en las comunicaciones o la posibilidad de invasiones indígenas;
esa colonización, así planteada, era inviable. Al advertirse esto, se comenzó a designar parajes menos alejados. Había
otros problemas: la falta de fondos. Quedaron así en evidencia no solo la extrema precariedad del andamiaje
institucional de la época, sino además, la imprevisión de los empresarios que habían subestimado los enormes costos,
riesgos y complicaciones de emprendimientos de estas características. Mal que bien, los colonos formaban conjuntos de
personas que, en sus pueblos de Europa contaban con cierto abanico de bienes. Si se pretendía que el “trasplante”
echara raíces y formara parte de un cambio, no podía ignorarse la necesidad de incorporar, con la misma planta, algo de
la tierra de origen.

La colonización autocentrada (1857-64)


La fundación de San Carlos en Santa Fe, en el 58 y de San José el año anterior en Entre Ríos marcaron un punto
de inflexión en el proceso. San Carlos constituyo, por primera vez, un emprendimiento encarado por una empresa
sólidamente constituida. El gobierno provincial fue liberado de tareas que era improbable esperar que cumpliera. Las
obligaciones del gobierno se limitaron a entregar la tierra. Pero el cambio más importante estuvo en las formas de
organización del proyecto: por primera vez, todos los preparativos necesarios se hicieron antes de la llegada de los
colonos. No solo se limitó a distribuir semillas, instrumentos y animales, se prestó atención a importantes aspectos
sociales. Este crucial papel de la administración sería un rasgo recurrente en los proyectos colonizadores siguientes.
Tanto en San Carlos como en San José se estableció un severo régimen disciplinario de inspiración fabril, con un
reglamento que todos los colonos debían cumplir. Sin embargo la empresa que lo llevo a cabo debió ser liquidada. Uno
de los problemas principales fu que estas colonias habían sido pensadas todavía ante todo como núcleos de producción
auto centrados, a fin de cubrir principalmente las necesidades de subsistencia de cada grupo familiar. El mismo

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aislamiento tendía a reforzar ese esquema. Solo en segundo lugar las colonias se orientaban a generar excedentes
comercializables.

El comienzo de los recorridos divergentes (1865-71)


Hacia 1865 se abre una nueva etapa en el proceso de colonización. A partir de entonces Santa Fe comenzara un
recorrido cada vez más veloz que su vecina, que sufriría un largo estancamiento. Uno de los primeros indicios de esos
movimientos divergentes lo marco la guerra del Paraguay (1865-70). La creación, de improviso, de una importante
demanda de alimentos para los ejércitos en marcha significo para las colonias no solo el afianzamiento, sino aun una
vigorosa prosperidad.
Santa fe: vuelco hacia mercados ampliados
Esa rápida progresión santafesina fue ante todo una respuesta a la coyuntura. La oportunidad ofrecida por la
guerra mostro a colonos y empresarios las ventajas de operar con mercados más grandes. Constituyo a la vez una
oportunidad de acumular ganancias y desarrollar mecanismos más eficaces de comercialización. No era menester tratar
de diversificar los rubros, sino apuntar al que ofrezca mejor relación costo-beneficio: los cereales. Para alcanzar esa
demanda era imprescindible contar con comunicaciones mucho más rápidas, eficientes y baratas. Pero los gastos de
transporte no constituían ahora el problema principal.
Entre Ríos: estancamiento y crisis
Entre 1849 y 1868, la superficie sembrada con trigo en Entre Ríos solo aumento a poco más del 3% anual. Esa
poco brillante evolución se corresponde con un largo estancamiento en la fundación de colonias. Algunos factores
fueron, el escaso desarrollo entrerriano de los transporte modernos, el acusado proceso de valorización de la tierra y la
alta conflictividad del periodo. Las consecuencias fueron un rápido aumento de los precios de la tierra y una acrecida
presión fiscal.

La búsqueda de un nuevo equilibrio (1872-79)


Hacia finales de la década del 60 el modelo de colonización encarado a mediados de la anterior se había
entonces largamente agotado. Era evidente la necesidad de una flexibilidad mayor en el otorgamiento de superficies.
Santa Fe: avance sobre tierras nuevas
En Santa Fe el mismo recorrido expansivo del fenómeno fue mostrando que el apoyo estatal podía limitarse a
inocuas exenciones impositivas, sin necesidad de proveer gratuitamente la tierra ni de embarcarse en complicadas
garantías a la instalación de migrantes. Estos ya no debían ser reclutados, cada fundador anunciaba su proyecto en los
periódicos. Así, la viabilidad del negocio colonizador como tal estaba por fin demostrada. Cultivar brindaba buenas
ganancias; y eso a su vez favorecía la demanda de tierras. A partir de inicios de la década del 70 ya no se discute que el
impulso fundamente de la colonización ha de provenir del capital privado. La clave de la expansión empezó a gravitar
cada vez más sobre la oferta de tierras. Tuvo además parte primordial el propio planeamiento de nuevas pautas
productivas: la producción extensiva especializada sobre tierras nuevas implicaba una racionalización del trabajo bajo
normas y técnicas específicas. De ese modo, la incorporación de procesos modernos de mayor eficacia debía ahora
abarcar todo el proceso productivo. Los procesos modernos tenían que cumplir con las específicas precondiciones
operativas de una agricultura de desarrollo local. Todo ese largo y complicado proceso de prueba y error, constituyo un
desafío que dio, durante toda la década, mucha aleatoriedad a los emprendimientos.
Entre Ríos: la construcción de puntos de apoyo
Y donde ese cambio cualitativo no había sido precedido por una inversión de capital suficiente como para poner
en marcha formas productivas más competitivas, las explotaciones quedaban lógicamente fuera de mercado ante la
concurrencia de la producción de las áreas de frontera recientemente ocupadas. Eso es lo que ocurrió en Entre Ríos. La
vieja ocupación de las regiones costeras hacia más fácil instalar allí nuevas actividades productivas para los grandes
propietarios. Mientras en Santa Fe los ferrocarriles se extendían por las áreas nuevas recientemente conquistadas al
indígena y reemplazaban las viejas rutas de tráfico con el interior, en Entre Ríos la elite política provincial intentaba
ampliar e intensificar la producción agrícola en las áreas que circundaban antiguos núcleos poblados.

La gran expansión y el acceso al mercado mundial (1880-88)


Durante la década de 1880 la expansión agrícola se volvió vertiginosa. La superficie cultivada se multiplico y la
fundación de pueblos y colonias pudo contarse por cientos. El proceso trascendía las anteriores estrecheces regionales.
En esta época adquirieron cada vez mayor visibilidad las grandes compañías de colonización. Fue también durante este
periodo que la producción agrícola moderna comenzó a derramarse fuera del ámbito de las colonias. La producción

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agrícola pampeana se orientó cada vez más intensamente por los ritmos del mercado exterior. Perdió así, por primera
vez en su historia, su centro de gravedad local.

Un balance: el proceso colonizador en perspectiva


La dinámica del proceso colonizador en Santa Fe está pautada por expansiones sucesivas. Entre Rios solo muy
lejos logro seguir esa progresión; y únicamente en 1889 logró convocar proyectos de inversión similares a los de su
vecina. En cuanto a la superficie promedio, partiendo ambas provincias de un promedio similar, a medida que avanzaba
el tiempo Santa Fe logro mantenerlo, pero Entre Ríos lo vio decrecer constantemente. La más lenta y difícil formación de
capital en Entre Ríos está también pautada por una mayor persistencia de actividades tradicionales de rentabilidad
decreciente. Los comerciantes de la dinámica ciudad de Rosario habían tenido un destacado papel en la formación de
colonias santafesinas; en Entre Ríos, a la inversa, solo existían centros urbanos de importancia local, y no una gran urbe
cosmopolita como aquella. Cuan discutible ha sido el papel asignado al estado: como hemos visto, este actuó en forma
mucho más concreta y especializada recién a partir de 1870 y no antes, y a fin de compensar las falencias de la acción
privada, pero sin poder reemplazarla. Puede decirse así que, hacia el ultimo lustro del siglo XIX, el clásico proceso de
colonización iniciado media centuria atrás había en buena parte concluido: las nuevas pautas del desarrollo agrícola
abarcaban ahora una variada gama de recursos, de las cuales la fundación de colonias con el fin de entregar a plazos la
tierra en propiedad era sin dudas una más. Pero no todas las regiones de la fértil pampa habían alcanzado esos
objetivos: y es paradójico que, al menos en Entre Ríos, una exitosa historia económica previa hubiera limitado
fuertemente sus posibilidades ulteriores.

Botana
El orden conservador

III: La oligarquía política


La republica restrictiva no definía ningún medio práctica para hacer efectiva la representación. Alberdi expone
su consejo para mediatizar y circunscribir el ejercicio del sufragio a unos pocos. Pareciera como si hubiese apostado a
favor de la prudencia natural que se desprendería de los notables habilitados. No fue así, sin embargo. Alberdi no se
hacía ilusiones; confiaba en el valor prescriptivo de las instituciones nuevas.

El control de la sucesión
Durante el verano que sigue a los sucesos del 80, el político indeciso cede su lugar al intelectual presa de la febril
necesidad de explicar los acontecimientos. La combinación de la forma republicana con el principio electivo de gobierno
puede adoptar múltiples traducción institucionales, desde su particular perspectiva, una distinción tajante: la republica
distingue entre la esfera pública y la esfera privada. El elector, tiene una naturaleza política diferente a la del
representante. Habrá siempre electores, poder electoral, elecciones y control, pero los electores serán los gobernantes y
no los gobernados. Lo que aquí se advierte es un problema de unificación de poderes y de concentración del control
nacional que, para algunos, es previo a la cuestión de limitar y democratizar el gobierno. Se trataba, pues, de acumular
poder. Si la capacidad electoral está concentrada en los cargos gubernamentales, el acceso a los mismos permanece
clausurado para otros pretendientes que no sean aquellos designados por el funcionario saliente. La fórmula operativa
del régimen inaugurado en el 80 adquiere, según Alberdi, un significado particular, si se la entiende como un sistema de
hegemonía gubernamental que se mantiene gracias al control de la sucesión.

La hegemonía gubernamental
¿Solo la designación y la fuerza fueron las reglas sucesorias adaptadas al régimen de la época? Si las elecciones
eran oficiales, el poder electoral residía en los gobiernos y el control se ejercía sobre los gobernados. Los único que
podían participar en el gobierno eran aquello habilitados por la riqueza, la educación y el prestigio. A partir del 80 el
extraordinario incremento de la riqueza consolido el poder económico de un grupo social cuyos miembros fueron
“naturalmente” aptos para ser designados gobernantes. El poder económico se confundía con el poder político: la
oligarquía. Tres puntos de vista que se entrecruzan acerca de la oligarquía en la Argentina: la oligarquía es una clase
social determinada por su capacidad de control económico; la oligarquía es un grupo político; la oligarquía es una clase
gobernante. Dado el carácter crítico del concepto de oligarquía, la cuestión que ocupara nuestro interés consistirá en
desentrañar la dimensión política del fenómeno oligárquico en la Argentina de ese entonces, admitiendo dos cosas: a)
que hay oligarquía cuando un pequeño número de actores se apropia de los resortes fundamentales del poder; b) que

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ese grupo está localizado en una posición privilegiada en la escala de la estratificación social. Si aceptamos como
hipótesis la relación de poder anotada en la segunda posibilidad, la oligarquía puede ser entendida como un concepto
que califica un sistema de hegemonía gubernamental. El sistema hegemónico se organizaría sobre las bases de una
unificación del origen electoral de los cargos gubernamentales. La hipótesis expuesta exige, pues, rastrear un fenómeno
de control político. En la perspectiva en la que nos ubicamos, control evoca una acción de poder, una voluntad de
potencia ejercida sobre otros desde un determinado punto del espacio político. El sentido del control y su dimensión
temporal merecen, entonces, especial atención. La fórmula prescriptiva que habían consagrado Alberdi y el Congreso
Constituyente, pretendía traducir en instituciones un conjunto de valores e intereses socioeconómicos que los actores
dominantes estaban dispuestos a defender contra hipotéticas resistencias. Es preciso tomar conciencia de algunos
riesgos teóricos, porque la hipótesis alberdiana del control de la sucesión presidencial, llevada hasta sus últimas
consecuencias, podría crear imágenes elementales en su diseño y riesgosas en sus consecuencias. Proponer una relación
simple, según la cual todos los presidentes fueron directamente designados por su antecesor, significaría violentar la
historia de un modo muy ingenuo. La constitución establecía modalidades precisas para elegir a los presidentes y a los
miembros del Senado Nacional; consagraba el voto directo en la cámara baja; reforzaba los rasgos unitarios del sistema
federativo mediante la intervención federal.

IV: Electores, gobernadores y senadores


Origen y propósito de las Juntas electorales
Alberdi y los constituyentes del 53 permanecieron fieles a la formula norteamericana en lo que se refiere a la
elección del presidente. El articulo 81 señalaba que para elegir presidente y vicepresidente “la capital y cada una de las
provincias nombraran por votación directa una junta de electores”. Los artículos 82 y 83 establecían el procedimiento
electoral. La institución de la juntas Electorales tenía un doble propósito: por un lado “mediatizar” el ejercicio de la
soberanía popular, transfiriendo a un grupo de ciudadanos, escogidos al efecto, el derecho de elegir al presidente; por el
otro, mantener un delicado equilibrio entre nación y provincia. Los constituyentes norteamericanos idearon esta
institución para “conceder la menor oportunidad al desorden y al tumulto”. De acuerdo con esta perspectiva, la
autoridad electoral es concedida a unos pocos ciudadanos dispuestos a obrar con estricta independencia en un terreno
tan riesgoso. No cabe duda que un propósito de esta naturaleza esta mejor adaptado al ejercicio electoral propio de una
república restrictiva donde son pocos los que participan en la vida política. En el curso de treinta años las Juntas de
Electores representaran, por cierto, un papel importante pero al precio de la perdida de esa autonomía que los
legisladores argentinos pretendieron asignarle. En cada distrito, los ciudadanos votaban una lista de electores. Cabe
aclarar que había una cantidad de electores en base a la población, por lo que si los distritos mayores se ponían de
acuerdo, no necesitaban el acuerdo del resto para seleccionar a un presidente.

El comportamiento en la Juntas de Electores


Cabe recordar que la intención del legislador, al institucionalizar la hipotética autonomía de los electores,
procuraba favorecer las divisiones horizontales dentro de cada Junta y alentar el desarrollo de posibles coaliciones entre
grupos de electores pertenecientes a distintos distritos. La lectura de los resultados registrados en las Juntas entre 1880
y 1910 permite advertir la ausencia de divisiones dentro de cada uno de los bloques de electores asignados a los
distritos. En 1880 Roca obtuvo el 69% de los electores. De allí en más la situación cambiará sustancialmente, a partir de
1886 el presidente electo lograría un apoyo casi total de los electores. Ausencia evidente, pues, de oposiciones efectivas
que se recorta sobre una coalición de provincias que, invariablemente, prestaron apoyo a la formula victoriosa.

El Senado nacional
El sistema federal adoptado por la Constitución hacía del Senado una suerte de institución bisagra que contara
con el prestigio necesario para salvar contradicciones cuyas soluciones variaban según fuese la óptica formal o
substantiva en la cual se situaba el legislador. En una primera perspectiva, de carácter formal, el Senado constituía un
recinto adecuado para preservar la igualdad de los estados intervinientes en el pacto federal. Si se desciende hacia un
umbral de análisis más profundo pocas dudas caben de que el Senado estaba pensado como un eficaz vehículo de
comunicación, cuyo propósito básico consistía en nacionalizar a los gobernantes locales. Por fin, en un tercer umbral que
no cierra la marcha descendente hacia dimensiones más profundas de esta relación de poder, el Senado podía ser
entendido como un original instrumento de control al servicio de una prudente elite, ampara por la edad y la distancia
electoral sobre tumultuosas o esquivas multitudes.

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Estos umbrales tenían importancia equivalente, pero ninguno alcanzara más gravitación que el último para
definir el otro gran propósito de la Cámara de Senadores; porque, más allá del problema federal, el Senado también
daba respuesta a dos cuestiones decisivas. La primera de ellas exigía consagrar en algún cuerpo institucional el derecho
de juzgar a los ciudadanos investidos del gobierno y en concreto al presidente. La otra cuestión traducía una dificultad
derivada de la naturaleza misma del régimen presidencial. La lógica del régimen parlamentario hacía del Gobierno una
realidad dependiente del Parlamento: los representantes podían derrocar al primer ministro cuando cesaba la confianza
de la mayoría, pero también la corona podía disolver el parlamento. En el régimen presidencial la fragmentación de la
soberanía, propuesta por el sistema federal, se combinaba con una rígida separación de poderes por la cual el
Presidente no podía disolver el Congreso ni este podía hacer obligatoria la renuncia del primer magistrado y de su
gabinete. Visto en esta perspectiva el Senado era un auténtico Consejo Ejecutivo dotado de las atribuciones para ejercer
control sobre el poder judicial, el religioso y los niveles más altos del entonces embrionario sistema burocrático.

Las relaciones entre los Gobernadores y el Senado


En mayo de 1906 Carlos Pellegrini sostenía que “la verdad real y positiva es que nuestro régimen, en el hecho,
no es representativo, ni es republicano, ni es federal”. Esta apasionada afirmación ¿podría mantener en pie una
hipótesis según la cual el gobernador de provincia gozaba de lo que en buena jerga constitucional podría denominarse
autonomía federal? Las opiniones aparecen más divididas de lo que habitualmente se cree. La hipótesis de la
dependencia, llevada por Rivarola hasta las últimas consecuencias, se traduce en su expresión de fe unitaria: “la
Republica Unitaria pondrá de acuerdo la Constitución formal con el hecho real”. Matienzo, más federalista, se inclina a
favor de la ortodoxia del 53, recomendaba el retorno al régimen constitucional originario de 1853 que otorgaba al
senado la atribución de juzgar políticamente a los gobernadores. Las figuras de la dependencia y de la autonomía se
superponen hasta que sus trazos coinciden en un sector de la imagen. Durante los veinte años que transcurrieron entre
la reforma constitucional de 1860 y la primera presidencia de Roca, el gobernador de provincia tenía poder de veto en la
elección presidencial. A partir del ochenta, el gobernador perdió estatura política. Después de Pavón, algunas provincias
poderosas como Entre Ríos o Buenos Aires podían todavía oponerse al poder central. Entre 1880 y 1916, las provincias
argentinas fueron presididas por 195 gobernadores. El ritmo de renovación de los gobernadores correspondía a
periodos que oscilaban entre los tres y los cuatro años. Es cierto que los gobernadores cambiaban, pero la cuestión
reside en saber si la posibilidad de la reelección recreaba en ellos una expectativa ante la cual valía la pena jugarse.
Además, se sumaba la restricción que impedía a los gobernadores, como a los presidentes, la reelección inmediata. Para
muchos, la gobernación se constituía en el punto de partida de una carrera nacional. Los caminos para alcanzar este
propósito seguían el trazado de los poderes nacionales que prescribía la Constitución.
El Senado, entonces, fue pensado como una institución conservadora, entre 1880 y 1916, confirmo este
propósito. En primer lugar, porque el Senado acogía un número no desdeñable de ex presidentes. En segundo lugar, el
Senado se había transformado en un recinto que acogía al gobernador saliente quien, de esta suerte, velaba sobre los
asuntos de su provincia desde ese sitio de preeminencia.

Alonso
La unión cívica radical: fundación, oposición y triunfo
Durante un cuarto de siglo, la Unión Cívica Radical fue el principal partido de la oposición en la Argentina. La UCR
tuvo un rol protagónico en la política nacional, ya que desafío el orden ideológico y político acuñado desde 1880. Nacida
formalmente en 1891, la UCR se organizó con el objetivo de revertir los cambios introducidos por las administraciones
del ochenta en la vida política, social, económica e institucional del país.

Gobierno y oposición durante la crisis de 1890


Entre julio y agosto de 1889 una serie de reuniones tuvo lugar regularmente en la casa de Aristóbulo del Valle en
la avenida Alvear, donde se discutió la posibilidad de organizar un partido de oposición que le hiciera frente al PAN.
Mitre, Irigoyen, Estrada, entre otros reanudaban sus esfuerzos de olvidar viejas discordias en pos de un objetivo común:
revertir el cambio en la geografía política que había tenido lugar durante la década del ochenta. Desde 1880, el Pan era
prácticamente invencible en las contiendas electorales. Al tiempo que las reuniones en lo de Del Valle agonizaban, una
serie de procesos y circunstancias se combinaban para alterar el curso de los acontecimientos y crear un clima favorable
para la organización de una oposición. La Argentina se arrimaba al borde de la más aguda crisis económica que el país
experimentaría en la segunda mitad del siglo XIX. La actividad política implicaba la organización de banquetes en
homenaje a las principales figuras partidarias. El 20 de agosto, en uno de esos banquetes, un grupo de estudiantes

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universitarios expreso su lealtad incondicional al Presidente. El evento inspiro a Francisco Barroetaveña a escribir un
artículo condenatorio de la juventud juarista y del presidente. El texto fue pronto convertido en el puntapié inicial para
unir a la oposición universitaria en una organización llamada Unión Cívica de la juventud. Francisco Barroetaveña fue el
vínculo entre la UCJ y los políticos de más trayectoria que participaban en las reuniones de la avenida Alvear. Del Valle y
Demaria se encargaron de convencer a políticos de mayor prominencia de unirse a la iniciativa de los jóvenes. Luego de
la reunión, las conversaciones entre los miembros mayores de la UCJ se intensificaron. Se decidió que Alem presidiera la
nueva organización, ahora rebautizada como UC (unión cívica). No obstante, aplicarla a la UC el rotulo de partido político
podría llevar a equívocos ya que no fue una organización política con fines electorales. Su objetivo fue agitar a la opinión
pública contra el gobierno. La UC no fue organizada como un partido político, sino como una cortina de humo para la
preparación de una revolución para derrocar al Presidente. No había planes para que siguiera existiendo una vez que su
propósito se hubiera concretado. Los planes revolucionarios se aceleraron luego del acto de inauguración del 13 de abril
de 1890. Después de ese acto, Mitre, la figura de más renombre dentro de la nueva oposición, partió a Europa dejando
la organización de la revolución en manos de Alem y Campos. El 17 de julio tuvo lugar una reunión final. La revolución de
julio fue un asunto exclusivamente porteño. Mientras la UC se aprestaba a finalizar los preparativos revolucionarios, el
presidente recibía advertencias, pero nadie logro convencerlo, Juárez Celman subestimaba a la oposición. El día elegido
fue el sábado 26 de julio. La revolución de julio consistió en cuatro días de combate donde los rebeldes fueron vencidos.
A pesar del triunfo del gobierno nacional, Juárez Celman se vio obligado a renunciar el 6 de agosto. Esto abrió un
panorama de incertidumbre en el panorama político ya que la escena política se fragmentaba. La renuncia de Juárez
Celman convirtió la derrota militar de la UC en un triunfo político. Sin embargo se acentuaron las disputas internas
dentro de la UC. Luego de la revolución, las distintas facciones internas comenzaron a expresar distintas lecturas sobre la
situación política. El presidente Pellegrini había nombrado a tres mitristas en su gabinete como uno de los muchos
gestos conciliadores que el gobierno ofreció a la nueva oposición. Mientras los mitristas estaban dispuestos a aceptar los
ofrecimientos del nuevo gobierno, pronto quedo claro que el resto de la UC tomaba actitudes distintas. El disenso
dentro de la UC se manifestó en las contradictorias actitudes públicas que emergieron de sus principales miembros.
Dentro de la UC las discrepancias se tradujeron tanto en luchas internas por apoderarse de su dirección, como en una
fervorosa competencia entre sus facciones por apropiarse de espacios de poder en la vida pública.
La existencia de la UC después de la revolución de julio, poco prevista por sus fundadores, se encontraba no solo
amenazada por conflictos internos, sino además por la cultura política propia de un país donde los partidos políticos
tradicionalmente se articulaban alrededor de un líder indiscutido. La UC no tenía uno, sino varios. En septiembre de
1890 la UC aprobó una Carta Orgánica que establecía que la selección de los candidatos partidarios comenzaría en
convenciones seccionales, para pasar luego por convenciones por circunscripción y por provincia hasta llegar a una
convención nacional. La primera y última convención de la UC tuvo lugar en enero de 1891. Allí fue aprobada la fórmula
presidencial Mitre-Irigoyen. Mitre, sin embargo, contemplaba otras opciones. Anuncio en marzo del 91 que él y Roca
habían celebrado un acuerdo por el cual el PAN y la UC se presentarían juntos. La iniciativa provenía de Roca. En primer
lugar, porque pese a la renuncia de Juárez Celman, Roca había sido incapaz de restablecer su autoridad dentro del PAN y
del país. La delicada situación financiera por la que atravesaba el país constituía el segundo motivo por el que Roca
busco un acuerdo con Mitre. Mitre también tenía razones convincentes para negociar un acuerdo con el PAN. Era el
candidato de una organización política frágil. Un mes después de esto la UC se dividió en dos: los “antiacuerdistas”,
pronto conocidos como radicales y los “acuerdistas” que formaron la Unión Cívica Nacional. Los radicales liderados por
Alem e Irigoyen, organizaron su propia convención partidaria en agosto y eligieron la fórmula presidencial Irigoyen-
Garro. Dentro del PAN el acuerdo también provoco resistencias sobre las reparticiones de los espacios de poder con la
UC, los roquistas se resistían a compartir puestos. En octubre, Roca y Mitre abandonaron el acuerdo. Dos meses
después, sin embargo, cambiarían de opinión. El 18 de diciembre, un grupo de ex juaristas que se hacían llamar
“modernistas”, lanzo la formula Sáenz Peña-Pizarro, y contaban con el apoyo de varias provincias, que le daban la
mayoría en el colegio electoral. Mitre y Roca reaccionaron de inmediato restaurando el acuerdo. Sin embargo, el nuevo
acuerdo era insuficiente para detener a los modernistas, por lo que Roca y Pellegrini jugaron su última carta: le
ofrecieron a Sáenz Peña padre, la candidatura presidencial, por lo que fue elegido en 1892. Las elecciones fueron
llevadas a cabo en una atmosfera de gran tensión. Pocos días antes de los comicios, el presidente Pellegrini declaro el
estado de sitio y ordenó el arresto de varios miembros de la UCR. Ante el público, el episodio que rodeo a la elección de
Sáenz Peña torno al partido radical en víctima de un complot gubernamental y, más importante aún, le proporciono a la
UCR sólidas bases para cuestionar la legitimidad del presidente Luis Sáenz Peña.

Los dirigentes

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Cuando luego de la elección de Sáenz Peña se levantó el estado de sitio, los líderes radicales comenzaron a
reorganizar sus filas. Durante esta etapa fundacional de la UCR que recorre los años entre 1891 y 1897, sus principales
líderes fueron Alem e Irigoyen. La pasión política de Alem imprimió a su conducción un aura moral y a su partido una
misión: la restauración de la república. Alema e Irigoyen mantuvieron una relación cordial pero de poca intimidad. A
diferencia de Alem, Irigoyen pertenecía a una tradicional familia de Buenos Aires, disfrutaba de una gran fortuna. Ambos
diferían mucho en estilo. Alem gozaba de los actos públicos multitudinarios, le gustaban la confrontación y los absolutos.
Irigoyen, en cambio, era de modales aprendidos, tenía un aspecto conservador. En cuanto a los demás dirigentes de la
UCR, todos sus integrantes eran profesionales; los más eran abogados, terratenientes o periodistas. En términos de la
profesión de sus miembros, la UCR no difería de otros partidos.

Las palabras
A través de su diario, El Argentino, los radicales articularon un discurso de rechazo a las cambios institucionales,
políticos, económicos e ideológicos que habían tenido lugar durante las administraciones de Roca y Juárez Celman. Para
ellos, el PAN no era más que una “oligarquía de advenedizos” que había irrumpido en la escena política del país,
“adueñándose de la autoridad como si fuera propiedad exclusiva, y de los dineros públicos como si fueran propiedad de
nadie. La palabra corrupción fue una constante en su retórica. El PAN era acusado de imponer en el país “nuevas teorías
y doctrinas malsanas”. Una de ellas era la concepción “pragmática” de la política, que la reducía a una serie de
transacciones destinadas a evitar conflictos y confrontaciones abiertas. La priorización del orden y del progreso
económico de la retórica oficial incitaba a la desmovilización política. Las dos administraciones del PAN eran acusadas de
haber corrompido los principios de gobierno establecidos en la carta constitucional de 1853. La concentración de poder
en el Ejecutivo nacional que había tenido lugar durante la década del ochenta había desvirtuado el principio de división
de poderes. Más significativo aun, los radicales creían firmemente que su diagnóstico de la situación del país justificaba
el uso de la revolución para derrocar al gobierno. Es necesario enfatizar que el término revolución empleado por el
partido radical tenía un significado muy distinto del que prevalece en nuestros días. El termino revolución no implicaba
la construcción de un orden nuevo, sino el mero acto de liberación de un gobierno ilegitimo que se había extralimitado
en sus funciones. Desde sus respectivos periódicos y desde sus bancas en el Congreso Nacional, radicales y autonomistas
se enfrentaron en un debate público sobre la legitimidad del acto revolucionario. Esta no era una retórica lanzada en el
vacío: era un discurso público destinado a legitimar acción, articulado al mismo tiempo que sus líderes se aprestaban a
organizar una serie de levantamientos armados que estallaron finalmente durante julio, agosto y septiembre de 1893.

Las armas
A través de su prensa diaria el PAN tejía la imagen de una Argentina en la encrucijada y que milagrosamente
había sido salvada con la elección presidencial de Luis Sáenz Peña en abril de 1892. La presidencia de Sáenz Peña fue la
más inestable administración que el país experimento en la segunda mitad del siglo XIX. Esto se debió en gran medida al
rápido colapso del acuerdo Roca-Mitre que había hecho posible la elección del Presidente. Una vez en su puesto, este
trato de gobernar con el apoyo aislado de personalidades de diferente contextura política. En julio del 93, cuando se
estimaba que el presidente estaba a punto de renunciar, volvió a sorprender cuando le pidió a Aristóbulo del Valle que
formara un nuevo gabinete. Uno de los principales organizadores de la UC original y uno de los líderes de la revolución
de julio del 90. Decidido a poner fin a luso de guardias provinciales con propósitos políticos, Del Valle ordeno el desarme
de las provincias de buenos aires y Corriente. El nuevo gabinete y sus primeras medidas fueron determinantes para los
planes que el partido radical había venido desarrollando desde que se levantaron las medidas de seguridad impuestas
poco antes de las elecciones. En noviembre del 92 la UCR había llamado a una convención nacional. Al fin de la jornada
Bernardo de Irigoyen dio a conocer que la Convención había decidido no reconocer la legitimidad del presidente y que
seguía defendiendo la legitimidad de la acción revolucionaria. El anuncio significaba una declaración de fuera al actual
gobierno. Los planes se aceleraron con el nombramiento de Del Valle. En medio de esta agitación, revoluciones radicales
estallaron simultáneamente en las provincias de Santa Fe, San Luis y Buenos Aires. En la provincia de Buenos Aires el
levantamiento fue dirigido por Hipolito Yrigoyen y desplego un nivel de organización notable. Las tres revoluciones
fueron exitosas y por unos días las tres provincias quedaron al mando de gobiernos provisionales radicales que se
apresuraron a reemplazar las viejas autoridades en todo el territorio de las provincias. Mientras tanto, el gobierno
nacional no tardó en reaccionar, Del Valle se vio obligado a abandonar el gabinete. El congreso aprobó intervenciones
federales en las tres provincias. Quinta ocupo el lugar de Del Valle y actuó con rapidez y firmeza, convoco a la Guardia
nacional, coloco al país en estado de sitio. No obstante, las duras medidas de Quintana no disuadieron a los radicales de
planificar y llevar adelante una nueva serie de alzamientos. Estallaron insurrecciones locales en las provincias de

15
Corrientes, Tucumán y Santa Fe. Los levantamientos de agosto y septiembre no fueron acompañados por tormentosas
proclamas, ni por una defensa publica de la legitimidad de la revolución.
Las revoluciones de 1893 tuvieron consecuencias significativas. En el plano de la política nacional, aceleraron la
restauración del poder de Roca ya que los temores de un colapso total del orden constitucional hicieron que roquistas y
modernistas se reunificaran para recuperar la supremacía política en cuestiones de Estado. El estallido también sirvió
para tranquilizar al gobierno sobre el nivel de disciplina interna en el Ejército. Para la UCR en particular, las
consecuencias fueron inesperadas y mixtas. La popularidad del partido en la ciudad y provincia de Buenos Aires se vio
incrementada. La firme política que el ministro Quintana desplego contra los revolucionario le imprimieron e la UCR un
carácter de víctimas de una persecución del gobierno que tuvo el resultado de aumentar el número de simpatizantes del
partido.

Los votos
El partido radical participo regularmente en elecciones a lo largo de la década del noventa en la ciudad y en la
provincia de Buenos aires. Considerando que era un partido nuevo y de oposición puede decirse que la trayectoria
electoral del partido fue relativamente exitosa. En la capital Federal, ninguno de los políticos que participaron de los
comisión durante estos años gozo de una cómoda mayoría electoral. A tal punto la UCR se convirtió en una fuerza rival
en las elecciones, que el PAN y la UCN se vieron regularmente obligado a formar coaliciones electorales en la ciudad de
Buenos Aires. Sin embargo, la actuación electoral del partido radical declino espectacularmente en 1898, la última
elección en que el partido participaría hasta la reforma de 1912. En cuanto a la base social del electorado de la UCR en la
ciudad de Buenos Aires, la escasa evidencia muestra que el partido no conquisto el apoyo de los sectores menos
calificados de la sociedad. El apoyo electoral de la UCR pareciera haber provenido de los sectores medios y altos.

La oposición parlamentaria
Las sucesivas victorias electorales de 1894 y 1895 aumentaron a 16 las bancas en la Cámara de Diputados,
mientras que en el Senado Bernardo de Irigoyen era el único representante del partido. A lo largo de su actuación en
estos años, los representantes del partido radical introdujeron seis de un total de 45 proyectos. Apuntaban a restringir
los instrumentos institucionales que podían ser (y eran con frecuencia) empleados por el gobierno nacional con fines
políticos. Luego de la derrota en las revolución de 1893, los radicales desviaron el foco de su propaganda partidaria del
ámbito institucional y político para centrarse en el económico. Desde principios de 1894, los radicales impulsaron una
campaña en favor del libre comercio y de la reducción de las tasas aduaneras poniendo el tema económico en el primer
plano de la escena política. El PAN y la UCR debatieron a lo largo de 1894 sus respectivas posturas proteccionistas y
librecambistas. Apelando a las mismas fuentes: la Constitución, la tradición económica del país, principios generales de
economía política, etc. Los debates sobre proteccionismo y libre comercio no se circunscribieron a los muros del
Congreso. La prensa partidaria venia tratado el tema y tomando posiciones también.
En la primavera de 1894, el Congreso fue escenario de un incidente entre el PAN y la UCR que atrajo tanta o más
atención que el debate sobre la política económica del país. En el Senado se enfrentaron Bernardo de Irigoyen y el
ministro del Interior, Manuel Quintana. En enero de 1895 Quintana se vio obligado a renunciar a su cargo con motivo de
nuevos enfrentamientos. Las caídas de Sáenz Peña y Quintana representaron un punto de inflexión en la política
nacional. Marcaron la victoria final de Roca en la reconstrucción de su máquina política y en el liderazgo del PAN. La
naturaleza de los proyectos que los radicales presentaron en los periodos legislativos de 1894 y 95 sugieren que la UCR
no era un partido reformista. Detrás de su retórica encendida contra la ilegitimidad del gobierno, el partido no estaba
interesado en introducir reformas institucionales profundas en el país.

Las alianzas
Si bien la UCR había inicialmente sobrevivido a sus derrotas revolucionarias de 1893 y el partido había disfrutado
del apogeo de su desempeño electoral, desde fines de 94 el partido entro en franca decadencia. Esta situación en gran
medida producto del dilema en que se encontraban sus dirigentes. La UCR s dividió internamente, a partir de 1894 ni en
el congreso ni a través de El Argentino los radicales volvieron a defender el uso de la violencia y desviaron el discurso
público de temas institucionales al ámbito económico. A partir de este año, muchos radicales de las provincias se sentían
ahora traicionados por el giro que había tomado el partido. Decepcionados por la nueva política adoptada, muchos
grupos provinciales de la UCR fueron gradualmente abandonando las viejas banderas y pactaron acuerdos con los
partidos rivales en sus provincias a pesar de las directivas contrarias que emanaban del Comité Nacional. Solo en la
Capital Federal y en la provincia de Buenos Aires la UCR continuó siendo un partido de oposición independiente y

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relativamente fuerte. En la Capital Federal, los radicales tuvieron que hacer frente a una serie de dificultades que
socavaron su fuerza. La UCR porteña experimentaba fuertes dificultades financieras. La UCR de la provincia de Buenos
Aires, con la conducción de Hipólito Yrigoyen, presentaba un cuadro notablemente diferente. Yrigoyen tomo a su cargo
la dirección del partido de la provincia en 1891, después de la división de la UC. Manejaba los asuntos partidarios en la
provincia con completa independencia del Comité Nacional y del mismo Alem. SU popularidad y relevancia a nivel
nacional se acrecentó a la par que crecía la atención pública en la política bonaerense. Durante 1895, las relaciones
entre la UCR de capital y la de provincia se crisparon. La coexistencia de dos puntos de vista distintos sobre el futuro del
partido. Los miembros de la UCR porteña aspiraban a reorganizarse bajo los mismo principios intransigentes y
revolucionarios. Los de la provincia pretendía que la UCR adoptase una política más moderada y flexible, y que incluso
estableciera relaciones con otros partidos políticos.
El 1 de julio de 1896 Leandro Alem se quitó la vida pegándose un tiro dentro de un carruaje que lo conducía al
club del progreso. La mayoría de sus contemporáneos comprendieron la muerte de Alem como un suicidio político, es
decir, el acto de un hombre público que pretende hacer de su propia muerte una declaración política. Alem no dejo
detrás de sí un heredero indiscutido, lo cual potencio las divisiones. Las tensiones internas se crisparon durante un
conflicto desarrollado desde principios de 1897 y que en septiembre terminó fracturando irremediablemente al partido.
Las dos facciones nunca se reunificaron.

Reorganización, abstención y triunfo


Durante las primeras dos décadas del siglo XX, la escena política nacional cambio velozmente. Uno de los
aspectos más notables de estos cambios fue su fragmentación. Dentro del PAN, la victoria de Roca en reconstruir la
coalición nacional que lo llevo a ser presidente por segunda vez probo ser de vida breve. Las circunstancias se volvieron
aún más adversas para el PAN después de la muerte del presidente Quintana en 1906. Su sucesor, Figueroa Alcorta, se
embarcó en una campaña para desmantelar los últimos bastiones roquistas mediante el uso de la intervención federal y
el fraude electoral. En esos años en la UCR Bernardo de Irigoyen ocupa la gobernación de la provincia de Buenos Aires.
La supervivencia del partido radical en el siglo XX fue principalmente obra de Hipólito Yrigoyen y de su círculo. Para
reorganización del partido, Hipólito acudió a la simbología partidaria de la UCR original. El lenguaje que emano de las
primeras proclamas del radicalismos yrigoyenista era marcadamente similar al de la organización decimonónica. Se
reiteraban las demandas por el retorno de los derechos y libertades garantizados por la Constitución, se atacaba la
corrupción del gobierno, el uso de la administración pública como patrimonio de un partido, etc. En esta reconstrucción,
Yrigoyen también acudió a la revolución, otro de los hitos sagrados de la UCR decimonónica. Las nuevas revoluciones
radicales estallaron finalmente el 4 de febrero de 1905 en Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza. Todas ellas fueron
levantamientos cívico-militares. Sin embargo el gobierno nacional había tomado una serie de medidas para proteger el
Arsenal y, una vez lanzada la insurrección, ataco a los cantones civiles impidiendo que recibieran el apoyo del ejército
rebelde de Bahía Blanca. Los radicales se rindieron y muchos líderes se dispersaron. Las revolución de febrero de 1905, si
bien derrotadas, dieron nueva fuerza a la reorganización del partido. La UCR no participo activamente en la vida política
hasta 1912, pero sus dirigente construyeron una estructura partidaria organizada en comités provinciales, capitalino y
nacional. Si bien estos organismos se reunían con escasa regularidad, le conferían al partido la imagen pública de ser una
agrupación organizada que deliberadamente elegía la abstención política. Esto otorgaba gran fuerza moral a un partido
que se decía mayoritario. Yrigoyen recurrió a los símbolo sagrados de la vieja UCR: la figura de Alem, la revolución de
1890, la estructura partidaria original. Sin embargo, bajo el manto de continuidad, la UCR presentaba algunos rasgos
novedosos. Uno de ellos fue el estilo de liderazgo de Yrigoyen, quien esquivaba el acto público y los discursos, y sus
palabras conformaban un mensaje más etéreo que las fogosas increpaciones de Alem. Asimismo, demostró mejores
condiciones para la organización partidaria que su tío (Alem). El manifiesto revolucionario de 1905 muestra que la UCR
había comenzado a transitar por un nuevo camino ideológico. Junto con las acusaciones de corrupción de las
instituciones, propias del radicalismo de ayer, aparecían nuevas recriminaciones sobre un progreso insuficiente. El
cambio en el lenguaje y su contenido produjo en la UCR grietas internas e incluso sonoras renuncias. Para Yrigoyen, sin
embargo, los opositores no comprendían la gran misión que le correspondía al partido, una misión identificada
directamente con la grandeza de la nación. La abstención electoral elegido por los líderes radicales de la primera década
del siglo XX como arma partidaria fue otro de los aspectos que diferencio a la nueva agrupación de la antecesora. La UCR
comenzó a participar en elecciones a principios de 1912, poco antes de que la reforma electoral fuese aprobada. Las
incipientes victorias electorales y el clima reinante fueron suficientes para que el partido se lanzara de lleno a la
participación electoral una vez aprobada la Ley y compitiera por las elecciones presidenciales de 1916. La UCR demostró

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una excelente organización de sus bases partidarias y un sistema de alianzas provinciales que solo en cuatro años
llevaron a Hipólito Yrigoyen a su primera presidencia en 1916.

Roy Hora
Empresarios rurales y política en la Argentina, 1880-1916
Introducción
Este trabajo analiza la relación entre empresarios rurales y orden político en la Argentina durante el periodo de
crecimiento agroexportador de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. La bibliografía sobre la relación entre
empresarios y poder ha dado lugar a dos grandes corrientes de interpretación. Un conjunto de trabajos ha insistido en
que el orden político de la Argentina en el pasaje del siglo XIX al XX se encontraba dominado por los grandes
propietarios rurales, la oligarquía terrateniente. Otro análisis es aquel que afirma que la clase dominante no estaba
compuesta por terratenientes sino por grandes empresarios diversificados, cuyos intereses económicos se desplegaban
en distintos sectores de actividad. Esta segunda presenta coincidencias notables con la primera, especialmente en lo que
se refiere a la imagen del orden político de la Argentina agroexportadora, así como del lugar de los grandes capitalistas
en ese orden. Concibe al Estado como un agente cautivo de la elite económica. Para ambas, el gran empresariado,
coloco al Estado y a los partidos políticos de la Argentina agroexportadora a su servicio. La historiografía de las últimas
tres décadas ha desmentido aspectos sustanciales de las visiones que enfatizan la unidad entre el Estado y la elite
económica, poniendo de manifiesto que la vida política del periodo no se encontraba limitada al mundo de las elites sino
que implicaba un espectro social mucho más amplio, que por cierto comprendía a miembros de las clases subalternas.

Formación y características del empresariado rural


La formación del gran empresariado rural fue una consecuencia muy tardía de la apertura de la pampa al
mercado mundial, y en verdad no se completó hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Sería erróneo fijar en
las décadas de 1810, 1820 la formación de la clase terrateniente pampeana. En su mayoría, los empresarios que se
volcaron a la producción rural siguieron conservando fuertes intereses en otras actividades, lo que se explica por la gran
inestabilidad que caracterizo la primera mitad del siglo XIX. Los grandes terratenientes que ocupaban la cima de la
sociedad argentina a comienzos del siglo XX ingresaron a la actividad rural de modo más paulatino de lo que se suele
suponer; pasa la mitad del siglo apenas algunas figuras habitualmente consideradas como exponentes de ese grupo
apenas lo habían hecho. Durante el medio siglo posterior a 1810, las particulares condiciones en las que tuvo lugar la
expansión ganadera hicieron que el ingreso en la actividad rural resultase relativamente sencillo. El gran empresariado
rural que comenzó a tomar forma en ese periodo reconocía orígenes mucho más diversos que la elite colonial
precedente. La expansión ganadera forzó una redefinición de las relaciones entre el Estado y la actividad rural. En el
periodo colonial, el Estado mostro particular interés en fomentar la extracción de metal precioso de las minas del Potosí.
La campaña litoral se encontraba mayormente poblada por pequeños productores. Tras la revolución de la
independencia y la pérdida del Alto Perú, esa situación se modificó radicalmente, pues la producción rural pronto se
perdió como la única alternativa para reorganizar la economía y el fisco de la nueva república.
El estado independiente fundo su legitimidad en la soberanía popular y debió reclamar la obediencia de una
sociedad que había sido profundamente movilizada primero por las guerras de independencias y más tarde por las
civiles e internacionales. La gran estancia ganadera pronto se revelo como el elemento más dinámico a la hora de
expandir la producción extendiendo el dominio de los colonizadores sobre las tierras indígenas. La defensa de la
frontera, el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, la instauración del orden y la sanción de los derecho de propiedad,
la creación de un sistema de transportes, fueron campos donde se puso de manifiesto la acción del Estado republicano
en apoyo de la expansión del capitalismo y la gran propiedad. De todas maneras, el gran cambio se verifico desde fines
de la década de 1870, cuando un Estado que había forjado sólidas bases políticas en el interior del país se convirtió en
una formidable herramienta de transformación económica.
En el último tercio del siglo XIX, una inversión más sostenida de capital y una mayor atención a los problemas
técnicos de la producción ser volvieron necesarios para asegurar e incrementar la rentabilidad de la empresa rural. La
eliminación de los indígenas coincidió con la liberación de nuevas energías productivas y la empresa rural pampeana
entro en una acelerada fase de mejoramiento. Esas transformaciones crearon condiciones que hicieron posible la
aparición de, por ejemplo, la Sociedad Rural Argentina. La conducta de los estancieros del últimos cuarto del siglo XIX y
de las primeras décadas del XX se caracterizó por la especialización. Esta transformación del empresariado fue
impulsada también por otros motivos, vinculado a la constitución y consolidación de instituciones y sociedad que
tornaron más compleja la economía. En esos años la Argentina asistió al afianzamiento de un sistema bancario y

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financiero muy institucionalizado y eficiente. En síntesis, las transformaciones políticas y económicas finiseculares
impulsaron a los empresarios rurales a no diversificarse sino a especializarse. Que el gran empresariado argentino de ese
periodo fuese antes que nada una burguesía especializada en la actividad rural también debe entenderse en un segundo
sentido. Tradicionalmente se ha considerado que el control del Estado por parte de la oligarquía terrateniente
constituyo un rasgo típico del orden político del periodo 1880-1916. Esta interpretación no parece ajustarse bien a la
evidencia histórica. La importancia de estos políticos terratenientes no debería exagerarse, puesto que la mayor parte
de los grandes empresarios rurales no manifestó mayor interés en la vida política. Los grandes terratenientes argentinos
nunca fueron una clase gobernantes, y tampoco desarrollaron una clara vocación por la vida pública.

Terratenientes y política
En la década de 1880 se constituyó el Partido Autonomista Nacional (PAN), la fuerza que iba a dominar la
política argentina hasta el fin de la republica oligárquica. Este partido desplazo del centro del escenario a las agrupación
partidaria de Buenos Aires y condeno a la marginalidad a su elite gobernante. La derrota de la clase dirigente de Buenos
Aires en 1880 acentuó la independencia de la elite gobernante respecto no solo de la dirigencia porteña sino también de
los sectores que predominaban en la sociedad y la economía de la república. La nueva etapa inaugurada en 1880,
empero, no puede describirse simplemente como la de la imposición del interior o del Estado sobre Buenos Aires. Los
gobernantes sabían que la importancia del sector agrario pampeano excedía consideración meramente sectoriales. Hay
que señalar, además, que el ascendiente del gran empresariado rural se afirmaba en la medida en que no debía
enfrentar oposición alguna de otros grupos sociales. Los mayores terratenientes de la pampa formaban la cúpula de un
sector rural extremadamente diverso. Las demandas voceadas por los grandes empresarios rurales no solo concitaban
amplias adhesiones. También solían ser consideradas con atención por las autoridades. Eso se debía, en parte, a que los
recursos estatales destinados a asegurar la conquista definitiva de la paz aseguraban al nuevo orden político la adhesión,
o al menos neutralidad, de los actores económicos del sector rural. Se debía, también, a que por la propia centralidad de
la economía agraria, su expansión creaba mejores condiciones para la acumulación de capital en la totalidad de la
economía. Si se consideran esos aspectos, se entiende por qué ningún gobernante pudo mostrarse por mucho tiempo
indiferente frente a los reclamos provenientes del gran empresariado terrateniente. El poder de los grandes propietarios
derivaba de su lugar como cumbre visible y cohesionada del sector más dinámico de la economía argentina.
Estas razones parecen más satisfactorias que aquellas que ponen énfasis en que esta situación habría resultado
de la instrumentación del Estado por parte de una oligarquía que influía de modo decisivo sobre todos los aspectos de la
vida política y económica de la república y que solo atendía sus intereses particulares. Esta línea de argumentación no
debe ser, empero, totalmente descartada. El súbito enriquecimiento de algunos gobernantes de la década del ochenta
sugiere que la corrupción de la elite política no era producto de la imaginación de los críticos de ese orden. Esas
prácticas no eran nuevas. Formaban parte de una antigua tradición de acercamiento personal al favor del Estado. Pero
estas prácticas deben ponerse en perspectiva, ya que su relevancia es relativa en el periodo. Gracias en parte a las
ventajas naturales que les otorgaba la superioridad de las pampas sobre las praderas de otras regiones de agricultura
templada, las empresas agrarias argentinas producían a costos más bajos que los internacionales, lo que les aseguraba
elevados márgenes de ganancia sin necesidad de apoyo público. La renta diferencial que tenía su origen en la fertilidad y
la ubicación privilegiada del suelo pampeano, y no un orden político favorable a los estancieros, era la clave del éxito del
agro de la pampa. El ejemplo de las empresas ferroviarias es al respecto revelador. En sus inicios estas había reclamado
la asistencia estatal, pero para la década de 1880 ya no mostraban mayor interés en ella. Las características de la
economía rural argentina inhibían la participación del estado en la colocación de la producción exportable en los
mercados extranjeros. La agricultura pampeana no gozaba de posiciones monopólicas en el mercado mundial, y por lo
tanto no podía manipularlo a su favor. Su dinamismo se fundaba en su capacidad para producir a costos más bajos que
sus rivales. En lo fundamental, las necesidades de fuerza de trabajo de la economía agraria encontraron respuesta
mediante mecanismo puramente mercantiles. En conclusión, y a diferencia de lo que sucedía en otros sectores de la
economía (como el industrial) el sector agrario pampeana en su etapa de apogeo no solicitaba el apoyo del Estado más
que en sus funciones básicas de garante del orden público y de instancia superior de sanción de los contratos. Esta
visión, que refleja la creencia de que la economía pampeana no requería la asistencia del Estado, se encontraba muy
extendida entre los estancieros de ese entonces.

Empresarios y política: algunas conclusiones


La clase terrateniente se encontraba en el centro de la elite económica y social en el cambio de siglo XIX al XX.
Ese grupo presidio los destinos de una economía agraria particularmente dinámica, que constituyo el motor del

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capitalismo argentino. Los grandes terratenientes mostraron escaso interés en invertir en otros sectores durante el
periodo y concentraron sus recursos en la producción rural. La gran burguesía agraria no era sin embargo la única
protagonista del desarrollo del capitalismo en las pampas. Los grandes estancieros y las instituciones que los
representaban, no encontraron rivales, puesto que tanto el Estado como otras fracciones del empresariado siempre
aceptaron la preeminencia de las actividad que hacían a la economía argentina la más exitosa de América Latina. A los
ojos de la mayoría de los empresarios rurales, el sistema socioeconómico que los colocaba en una posición tan
prominente nunca estuvo seriamente amenazado. Por tanto, los motivos que podrían haberlos incitado a organizarse a
presionar al Estado no eran muchos. El único problema que genero verdaderas tenciones con el empresariado industrial
se vinculaba a las amenazas de represalias contra las exportaciones rurales por parte de algunos socios comerciales de la
Argentina. Otros motivos disuadieron a los grandes terratenientes de la necesidad de encarar una acción política más
abierta. El carácter nuevo y poco jerárquico de la sociedad pampeana hacía difícil que los grandes propietarios pudieran
traducir su poder económico y social en influencia política sobre los grupos subalternos. Al mismo tiempo, la falta de
cuestión políticas que concitaran su atención hizo que las instituciones que los representaban como productores
adoptaran un perfil poco político.

Regalsky
El proceso económico
La gran expansión (1880-1914)
Entre 1880 y 1914 la economía argentina registro una formidable expansión. La población se triplico, el valor de
las exportaciones aumento 9 veces, la red ferroviaria 14 veces. Este desempeño tuvo en común la puesta en explotación
de una amplia superficie de tierras. Estas experiencias no pueden explicarse sin una referencia al contexto internacional
en el que tuvieron lugar, signado por una ampliación sin precedentes en el comercio y las finanzas mundiales, la primera
era de la “globalización”. Entre 1880 y el inicio de la gran guerra, la suma de exportaciones aumento de 4000 a 50000
millones. Uno de los aspectos más significativos fue el cambio en la composición de los bienes comercializados. Si el
motor del comercio siguió siendo el intercambio entre las manufacturas provistas por los países industrializados, y una
gama de productos primarios, el mayor cambio se verifico al interior de estas categorías. De un lado por la incidencia,
entre las manufacturas, de los bienes intermedios y de capital, del otro por la aparición en un primer plano de una serie
de bienes agrícolas de clima templado. Estas transformaciones pueden relacionarse sin duda con los efectos a largo
plazo de la Revolución industrial. El avance de la industrialización fue incrementando sus necesidades de materias
primas y alimentos. Detrás de este fenómeno hubo otro que lo hizo posible: el abaratamiento de los costos de
transporte. En cuanto a la exportación de capitales, la magnitud de su escala se vio posibilitada por el grado de
acumulación de capital que el propio proceso de industrialización había posibilitado en los países que más
tempranamente habían accedido a la Revolución industrial.

El escenario de la expansión: el avance de la frontera y la formación del mercado nacional


El escenario en el que se verifico el crecimiento económico de la Argentina en este periodo estuvo sustentado
en dos pilares principales: el avance de la frontera y la unificación de los fragmentados espacios provinciales en un
mercado nacional. El avance sobre la frontera con los pueblos originarios era un proceso de vieja data, pero fue en la
década del 70 cuando el avance territorial se tornó arrollador. Un elemento clave para este avance final fue la
consolidación del Estado Nacional. De todos modos la ocupación militar fue el punto de partida de un proceso de puesta
en explotación de nuevos territorios. El primer paso fue la acelerada y masiva privatización de las tierras por parte del
Estado, que permitió la concentración de enormes superficies aun sin ocupar en muy pocas manos. La explotación
económica de estas tierras iba a ser un proceso mucho más paulatino. Este proceso sentaría las bases para la
constitución de una nueva región económica relevante, la pampeana, sobre la base de las provincias que conformaban
el antiguo “litoral de los ríos”. La construcción de ferrocarriles en los nuevos territorios tendría lugar a partir de fines de
los años ochenta. Antes de eso, el ferrocarril tuvo un papel decisivo en el proceso de unificación de los espacios
provinciales. A partir de 1870 esta red ferroviaria fue interconectando las diversas capitales provinciales, y enlazándolas
con los mercados del litoral. Desde el primer emprendimiento, el Estado nacional fue decisivo.

Las herramientas de la expansión: la “migración de factores”, el papel de las inversiones y la puesta en marcha de una
infraestructura básica
Puede entender el papel decisivo que la “migración de factores” (capital y trabajo) desempeño en la puesta en
explotación de nuevos territorios. Desde entonces, la afluencia de una inmigración masiva fue uno de los fenómenos

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salientes en la economía, la vida social, política y cultural de la Argentina. Es importante destacar su incidencia en dos
planos: en la formación y ampliación de un mercado de trabajo, y en el de un mercado de consumo masivo. La Argentina
presento a lo largo de casi todo el periodo una escasez relativa de mano de obra que contribuyo a mantener elevados
niveles salariales y que estimulo la inmigración. La escasez y carestía de mano de obra permanente y de cierta
calificación influyo en la difusión de relación contractuales que sustituyeron a las salariales en buena parte del agro
pampeano. No obstante, ya a partir de la crisis del 90 algunos parámetros empezaban a cambio. A comienzo del siglo XX
otra oleada de inmigración masiva volvió a contener los índices del salario real y denotaban ya un mercado de trabajo
suficientemente abastecido. Finalmente, el ciclo de crisis e inflación durante la guerra redujo el poder adquisitivo en un
50%. En cuanto a la escala del mercado de bienes de consumo, baste decir que estos flujos migratorios permitieron
duplicar la población total entre 1870 y 1895. En lo que respecta a la “migración” de capitales, es decir, la inversión
extranjera, su papel es imposible de minimizar. Hacia 1914 el stock de capital extranjero equivale a la mitad del capital
fijo total existente en el país. El ingreso de estos capitales tuvo un marcado carácter cíclico. Y fue esta la que financio la
instalación de una infraestructura básica, sobre todo en el sector de transporte y comunicaciones, imprescindible para la
puesta en producción de las nuevas tierras.

Las transformaciones en los sectores productivos: la nueva ganadería y la emergencia de la agricultura pampeana
Las transformaciones productivas más relevantes de este periodo se verificaron en las provincias de la región
pampeana, que fueron las que suministraron la casi totalidad de las exportaciones sobre las que la Argentina sustento su
crecimiento económico. Se pueden resumir en el pasaje de una economía pastoril basada en la explotación del ovino
sobre praderas naturales, a otra basada en el cultivo masivo de cereales en todas las provincias de la región, y una
ganadera reorientada hacia la cría de bovinos refinados, alimentados con pasturas artificiales. A comienzos de los años
ochenta la cría de ovinos estaba consolidad como la actividad ganadera preponderante en la provincia de Buenos Aires y
en el sur de Santa Fe. La cuantía de los rebaños aumento poco en los años posteriores, en los que fueron los vacunos
criollos los que se transfirieron a las nuevas tierras, como ganado “colonizador”. Al iniciarse la década, la agricultura
cerealera seguía concentrada en algunos núcleos del norte y el oeste provincial próximos a la ciudad de Buenos Aires y
en el anillo de colonias que se había logrado formar en torno a la ciudad de Santa Fe. Estas colonias habían logrado
brindar al agro santafecino un nuevo eje productivo alternativo al de una ganadería tradicional. Su creación no hizo más
que multiplicarse en el curos de la década de 1880. Lo mismo el desarrollo ferroviario, que permitió una moderada
expansión agrícola en Buenos Aires, basada más centralmente en el maíz. El intento legislativo bonaerense de fines de
los años ochenta denotaba la aparición de un renovado interés oficial por articular el desarrollo ganadero y el agrícola.
Comenzaba a tomar fuerza un movimiento de renovación de la ganadería bovina tendiente a producir ejemplares de
alta calidad cárnica como para acceder a los mercados europeos de más alto consumo. Se había iniciado ya desde los
años cincuenta mediante ensayo experimentales por parte de un reducido grupo de ganaderos “progresistas”, y pasó a
avizorarse la cría del lanar como una alternativa superadora ante los mediocres rendimientos que esta última reportaba.
Obviamente esto implicó una reubicación del ganado vacuno en los mejores campos, que debieron ser implantados con
pasturas artificiales y una reorientación del ovino hacia las áreas más marginales.

El florecimiento del mercado interno y la nueva industria moderna. Actores y políticas públicas
El proceso de puesta en explotación de las nuevas tierras tuvo como otro correlato la formación de un pujante
mercado interior cuyas implicancias fueron no menos decisivas. El desarrollo ferroviario sirvió para unificar el mercado
interior. El crecimiento demográfico y la urbanización progresiva a lo largo del periodo fue otro factor impulsor del
consumo. Como fruto de esta conjunción de factores, un sector industrial dedicado al abastecimiento del mercado
interno paso a integrar el espectro de las nuevas actividades productivas. Entre 1880 y 1914 su productor habría
aumentado unas 17 veces. Su localización geográfica, exceptuando los complejos agroindustriales, tendió a concentrarse
en las grandes ciudades del litoral, y especialmente en Buenos Aires. La configuración de la industria mostraba, hacia
1914, un fuerte sesgo a favor del sector de alimentos y bebidas, que incluía, además de los complejos azucarero y
vinícola, también otras agroindustrias relacionadas con la producción pampeana. La industria frigorífica y de matadero,
la harinera y la láctea, la madera y afines. El caso de los complejos textil y metal-mecánico, el primero experimento a
partir de la crisis de 1890, y con el encarecimiento de la ropa importada, un abrupto desarrollo en la rama de la
confección. En el segundo era dable observar una multiplicación de fundiciones y herrerías y que devinieron en algunos
casos en importantes empresas metalúrgicas.
Se ha tendido a contrastar el conjunto de grandes empresas agroindustriales del interior del país, controlado por
integrantes de las elites tradicionales, y un abigarrado empresariado de origen inmigrante en las grandes ciudades, a

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cargo de pequeños talleres manufactureros. Este último sector era sin embargo más heterogéneo. La política pública
ejerció una gran influencia en el desempeño del sector. Debe hacerse notar que desde el viraje en la política arancelaria
dispuesto bajo el gobierno de Avellaneda, ya no hubo más retorno a una política librecambista. Por otro lado un nuevo
ingrediente pasaba a integrar el bagaje de las políticas públicas: la depreciación que a partir de 1885 acompaño la
decisión del gobierno de salir del régimen de convertibilidad monetaria a tasa fija.

Al servicio de la modernización: la moneda, el crédito y los bancos. Entre la expansión y la ortodoxia


En el plano monetario y financiero, la evolución en este periodo disto de presentar el comportamiento lineal y
ascendente con el que aparecen otros parámetros. Pueden señalarse dos grandes etapas: la de la década de 1880 y la
que se abrió a partir de la crisis de 1890 y sus secuelas. En la primera, predomino una tendencia expansiva en materia
monetaria, ligada inicialmente a un ordenamiento general del sistema. A partir de la crisis, la estampida del premio del
oro y la caída de la banca oficial y de buena parte de la privada, sobrevino una etapa de acentuada ortodoxia por parte
de los establecimientos supervivientes, y de fuerte restricción monetaria en los noventa, hasta el restablecimiento de la
convertibilidad en 1899.

Zalduendo
Aspectos económicos del sistema de transportes de la Argentina (1880-1914)
Introducción
El crecimiento de una economía requiere la existencia de varios sectores productores de servicios. La ausencia
de transportes mantiene cerrada cualquier economía. En el caso argentino la condición geográfica y la localización
favorable de varios puertos fluviales coincidieron para que la red ferroviaria pudiera iniciarse desde Buenos Aires,
Rosario y Concordia. Desde estos punto comenzó la ramificación de importantes redes de transporte que funcionaron
en forma independiente durante muchos años. Pero en las regiones no desarrolladas la secuencia suele invertirse:
primero llega el medio de transporte, luego los recursos humanos y solo finalmente la demanda de transporte. El
ferrocarril fue, junto con los colonos y las tierras fértiles incorporados a la producción, otro de los protagonistas del
desarrollo agropecuario durante el periodo estudiado. El ferrocarril como empresa mostro caracteres singulares, fue
primero un grandioso esfuerzo de inversión, segundo, una colosal obra civil de construcción, tercero un medio eficaz
para incorporar tecnologías permanentemente renovadas de tipo mecánico.
Entre las primeras contribuciones económicas y políticas del ferrocarril entre 1880 y 1914 debemos mencionar
que facilito el importante proceso de sustitución de importaciones de bienes de consumo que culmina con el comienzo
de las exportaciones regulares de trigo a Europa en 1876. Acelero la formación de un mercado verdaderamente de
ámbito nacional. La contribución política del ferrocarril fue que al establecerse una comunicación regular y segura se
desalentó los antes frecuentes levantamientos de caudillos locales porque ahora era posible el rápido arribo de las
fuerzas nacionales. El propósito de este artículo es destacar la importancia del sisma de transporte en el desarrollo
económico.

El ferrocarril como protagonista


La red y las empresas: características en 1880
El sistema ferroviario argentino se gestó y construyo a partir de dos cabeceras de redes principales: Buenos Aires
y Rosario. Las empresas de operación eran 10: 6 de capital británico, 3 del Estado nacional y la restante del Estado
provincial de buenos aires

El periodo de la “manía”: 1887-89


Al terminar la primera administración del presidente Roca la red ferroviaria contaba con 6 mil km. Los tres años
siguientes se caracterizaron por una fiebre ferroviaria reflejada en el otorgamiento indiscriminado de concesiones por el
congreso y los gobierno. Una parte de estas concesiones se otorgó como recompensa por favores políticos. Durante los
tres años mencionados se otorgaron 67 concesiones nacionales.

La construcción entre 1890 y 1915


Luego de dos años de total paralización en la construcción de ferrocarriles, entre 1890 y 1915 la red ferroviaria
se expandió casi 15 veces. Durante la última década, la construcción alcanzo su mayor pico histórico. Al término del siglo
la red argentina era la décima en extensión en el mundo. La presidencia de Figueroa Alcorta (1906-10) se caracteriza por
su decidido apoyo a los ferrocarriles del Estado no obstante su liberalismo económico.

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El papel del Estado
El desarrollo de la red de ferrocarriles hasta 1880 tuvo lugar en un marco en el cual el sector publico desempeño
un papel destacado como promotor de empresas de capital privado y también como empresario directo. Las
condiciones que habían caracterizado las concesiones iniciales comenzaron a ser descartadas paulatinamente. El Estado
Nacional ya no estuvo dispuesto a conceder tierras como incentivo para promover la construcción y operación de
ferrocarriles. El segundo medio empleado para la promoción fue asegurar la rentabilidad de la inversión fijando una tasa
de interés: 7%. Otras modalidad de promoción fueron los subsidios por kilómetro construido, la exención de impuestos,
entre otros.

Las inversiones extranjera


Las inversiones británicas: En 1880 el monto estimado de las inversiones británicas en los ferrocarriles argentinos se
elevaba a cerca de 9,5 millones. En 1890 las inversiones directas británicas en ferrocarriles había aumentado 61,2
millones. A fines del siglo XIX cotizaban sus acciones y obligaciones 19 empresas, pero solamente 15 de ellas operaban
directamente sus líneas pues las restantes habían arrendado sus líneas y el material o se encontraban en liquidación. La
importancia de las inversiones se reflejó en elevado grado de participación británica en el aprovisionamiento de material
rodante, rieles y otros equipos. Los problemas principales de la operación se derivaban de la naturaleza estacional del
tráfico: el movimiento de cereales se concentraba entre diciembre y marzo de cada año.
Las inversiones francesas: A partir de 1885 la política económica argentina se caracterizó por la acentuación de sus
rasgos liberales. Las penurias financieras del Estado favorecieron las iniciativas para enajenar las empresas ferroviarias
estatales al sector privado. Durante la decada de los años 90 y en la inicial del siglo, la corriente de inversiones francesas
se intensifico con la participación del Banque de Credit Mobiliear y del Societe Generale. Además de los capitales de
origen británico y francés, al final del periodo se registró una gestión que adelanto mucho para permitir la entrada de
capitales de Estados Unidos. Además de la política liberal en lo económico, la expansión de las inversiones francesas se
vio favorecida porque desde 1890 se había desarrollado un fuerte y generalizado sentimiento antibritánico.

El impulso del desarrollo económico


El año 80 marca el comienzo del periodo en el cual la tasa de crecimiento de la economía argentina se acelera
notablemente. Durante estas décadas los factores de producción crecen casi sin interrupción. Por un lado el factor
tierra, al terminar la “conquista del desierto” en 1879, se incorpora como espacio abierto productivo. Los productos
exportados se diversificaban: al trigo y el maíz se agregaron la harina de trigo y la semilla de lino. La actividad ganadera
también vio ampliada sus posibilidades exportadoras con los adelantes tecnológicos que permitieron conservar las
carnes con su refrigeración e instalar los primeros frigoríficos. La corriente migratoria dejo saldos netos importantes
hasta fin del periodo. Esta mano de obra se asentó en las ciudades de la pampa húmeda y en las colonias que se fundan
en Santa Fe, Córdoba, La Pampa y Entre Ríos. Finalmente el capital extranjero se orientó al transporte y a obras de
infraestructura que permitieron el uso más eficiente de los incrementos de los factores tierra y trabajo. La coincidencia
de la incorporación de espacios abiertos y además desiertos a la producción, la llegada de un flujo constante de
inmigrantes europeos y la difusión del ferrocarril permitió hacer rentables enormes zonas fértiles.

Los medios de transporte complementarios: buques, chatas y tranvías


Dijimos que los esfuerzos por acelerar el desarrollo económico pueden frustrarse o demorarse si paralelamente
al crecimiento de los sectores productores de bienes no ocurre lo mismo con los sectores productores de servicios. Entre
estos últimos el transporte es un sector estratégico. Hasta aquí nos hemos detenido en el ferrocarril. La magnitud de
este aporte oscurece la participación de los otros medios de transporte. Estos medios se adaptaron para servir como
transporte complementario pero también imprescindible: tal el caso de las carretas, las “chatas” grandes, carros, galeras
y diligencias, los servicios fluviales y marítimos. Por la configuración geografía de la región pampeana el ferrocarril no
tenía rivales en las largas distancias, pero requería transportes complementarios de y hasta las estaciones y durante
muchos años desde las puntas de rieles hasta las fronteras de asentamiento de poblaciones, de nada hubiera servido el
ferrocarril o llegar a las estaciones sin el apoyo de carretas, chatas y carros.

Conclusiones
La Argentina logro conformar una adecuada red de transporte entre 1880 y 1914, porque durante esos años
incorporo sin interrupción innovaciones tecnológicas que modernizaron permanentemente cada uno de los medios de
transporte. Pero entre todos ellos el ferrocarril se destacó como el medio principal. Le cupo un papel protagónico en la

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explicación de las causas del acelerado desarrollo económico de esa época. En el caso argentino, según hemos visto,
gran parte de las inversiones extranjeras, especialmente británicas y francesas, se orientaron al campo ferroviario y a
otras obras de infraestructura ligadas a él. El ferrocarril necesito, de forma imprescindible, contar con otros medios de
transporte que lo complementaran en la movilización de cargas, frutos del país y pasajeros desde los lugares de
producción a las estaciones. Por otra parte el desarrollo urbano no quedo rezagado. El sostenido crecimiento de la
población ante el arribo de una corriente permanente de inmigrantes requirió aceptar otras formas de transporte
ciudadano. Además, los ríos de la cuenca del Plata permitieron una gran actividad del transporte fluvial con bergantines,
y vapores con ruedas motrices laterales y a hélice.

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