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¿Para quién es la arquitectura?”. Giancarlo De Carlo y la participación.

por Santiago de Molina — Miércoles, 30 de mayo de 2012

GIANCARLO DE CARLO, Villaggio Matteotti, Terni, 1968-1974, imagen Andrea Boccalini

El anhelo por acercar arquitectura y sociedad por medio de los procesos de participación, como siempre sucede en
cualquier acto de cultura, disfruta de antecedentes difíciles de obviar.

En este mismo espacio hemos tratado ya de figuras de relevancia en torno a estos procesos: Lucien Kroll, Ralph Erskine o
incluso el renacer de la participación, libre de su desgarbados modos, en el proyecto de Toyo Ito para la Mediateca de
Sendai. Sin embargo, hacer una enumeración de los pioneros de la participación no permite obviar tampoco figuras como
Walter Segal, Eilfried Huth, Peter Sulzer o Giancarlo De Carlo. Todos ellos personajes heterogéneos, tanto en relación a
los logros obtenidos, como a su particular enfoque de la arquitectura, pero en buena medida todos ellos imprescindibles
para comprender las diferentes derivaciones de la participación actual.
Sin embargo, entre todos el de más amplitud y más entroncado en el debate de la arquitectura en su sentido más
puramente disciplinar, tal vez sea Giancarlo De Carlo.

Giancarlo De Carlo pertenece desde su fundación a la médula del Team X, en un tiempo en que la crisis del movimiento
moderno buscaba alternativas congruentes a los ya por entonces estancados congresos del CIAM de mediados de los 50.

Tras los acontecimientos de mayo de 1968 en los que muchos trataron de aniquilar cualquier contacto con el pasado como
remedio a la real desconexión entre arquitectura y la sociedad, su postura fue manifiestamente contraria a esa actitud.
Tanto es así que podría decirse que sus obras más significativas están relacionadas con la remodelación de la ciudad
italiana de Urbino. Lo cual habla a las claras de alguien preocupado por la historia y lo concreto del lugar como fuente
irrenunciable para el futuro de la arquitectura. Y sin embargo todo ello desde un enfoque contrario a los círculos
académicos e intelectuales más asentados en el panorama oficial de la cultura italiana de por entonces y en concreto al
historicismo formalista de Ernesto Rogers.

De la desconexión vivida entre arquitectura y sociedad, de Carlo habló en un significativo artículo titulado “Architecture’s
public”, donde ofrecía una visión sorprendentemente actual de la naturaleza política de la arquitectura. Si se preguntaba en
sus líneas, ¿cuál era en realidad el público de la arquitectura?, la respuesta resultaba insatisfactoria, tanto para los
habitantes como para el crédito moral de los arquitectos, ya que flotaba sobre éstos últimos una evidente sombra de
sospecha debida a la extrema maquinaria publicitaria que habían empleado para enaltecer sus figuras. Sin embargo, toda
la problemática entre las relaciones de poder, arquitectura y usuario podrían ser reconducidas por medio de la simple
reordenación de los papeles en los procesos de la arquitectura:

“Toda barrera entre constructores y usuarios debe ser demolina, del mismo modo que debe ser abolida la distinción
entre la construcción y el uso como dos partes irreconciliables del mismo proceso de proyecto. Del mismo modo, la
agresividad intrínseca de la arquitectura y la pasividad forzada del habitante deben quedar disueltas en una condición de
creativa equivalencia en la toma de decisiones, donde cada uno – con un impacto diferente- es arquitecto y cada evento
arquitectónico – independientemente de quien lo conciba o quien lo lleve a cabo- y todo es arquitectura.”(1).
De Carlo ponía en cuestión muchos de los supuestos en que opera la arquitectura aun hoy. Tanto en cuanto a las
decisiones estéticas como en relación al gusto, que desde su punto de vista no podía confiarse en exclusiva a la pretensión
de validez universal que se le atribuye el arquitecto bajo el auspicio de su exclusivo conocimiento.

Pero si la figura de Giancarlo De Carlo, continua sin perder interés se debe también a esa curiosa e insólita combinación
de teoría y practica, y su conexión con el debate del team X. En sintonía con Aldo Van Eyck, por ejemplo, su postura
respecto al tema del contexto le permitió realizar intervenciones en una ciudad como Urbino, donde produjo cambios
sustanciales en la organización ciudadana, redescubrió capas del pasado que hasta entonces habían sido ignoradas y lanzó
una propuesta donde el diseño de la vivienda requería de la participación plena de sus ciudadanos.

Solo por medio de la consulta a los habitantes se podría superar la alienante cuestión de tratar a la población más como
objetos de trabajo que como organismos sociales y personales complejos y dignos de ser incorporados al proceso
edificatorio.

De Carlo puso en práctica los procesos de participación en torno a la vivienda en el conjunto para los obreros de una
empresa siderúrgica en el Villaggio Matteotti en Terni entre 1968 y 1974. Aunque formalmente la obra se muestra de una
modernidad tal vez algo convencional, seguramente su mayor éxito se ha mostrado con el tiempo al ofrecer un proceso
abierto en que las viviendas se han adaptado con notable flexibilidad al futuro.

GIANCARLO DE CARLO, Villaggio Matteotti, Terni, 1968-1974, Imagen Matteo Brancali

De Carlo fue allí una figura intermediaria entre los obreros y los representantes de la empresa. Puso en práctica las fases
enunciadas en su “Architecture’s public”: definición del tema o descubrimiento de las necesidades; formulación de una
hipótesis o propuesta de diseño, y análisis de los usos o evaluación de resultados.
No se trataba de que los usuarios dibujasen la solución de manera individual sino de que, en un abanico de posibilidades,
pudiesen elegir la que mejor se adaptara a sus exigencias. No se trataba de proyectar “para” los habitantes sino “con”
ellos, y llegar a un resultado en que la arquitectura adquiriese una legitimidad fruto de dicha participación por encima de
la obtenida de un demiúrgico y solitario arquitecto.

GIANCARLO DE CARLO, Villaggio Matteotti, Terni, 1968-1974, plan

Tras informar a los obreros sobre el proceso y sus derechos, y de descubrir sus necesidades a través de reuniones y
entrevistas, De Carlo presentó varias propuestas. Los obreros, al estudiarlas dieron su parecer y escogieron las que más se
acercaban a la imagen de su vivienda y comunidad soñada. De Carlo las adaptó hasta lograr un trabajoso y lento proyecto
y finalmente una solución consensuada por todas las partes.

Se llegó a un acuerdo con cinco tipos de edificios y un total de quince tipologías distintas de las que solo se llevó a cabo
una primera fase. (Lo que contrasta con los conjuntos de viviendas que no fueron diseñados por la misma empresa gracias
a los procesos de participación y que son en exclusiva de un solo tipo).

Otro intento de poner en práctica los procesos de participación por parte de De Carlo tuvo lugar en el conjunto residencial
de Mazzorbo en la laguna de Venecia, en 1986. Aunque allí se produjo una mutación notable en el modo de la
participación, hacia una entendimiento de la comunidad como trasfondo tipológico. Y donde el resultado queda entre lo
pintoresco y un lenguaje amable con los planteamientos rosianos.

Sin embargo lo cierto es que en la arquitectura de Guiancarlo De Carlo, a pesar de su desigualdad de resultados y su
desequilibrio, parecen haber calado aquellas dinámicas de participación más allá de los temas relacionados con la
construcción de conjuntos residenciales.

Y la docencia fuera de los circuitos académicos convencionales es una de las más significativas. El “laboratorio
internacional de arquitectura y diseño urbano” de Urbino ( ILAUD), llevado adelante por iniciativa suya desde el año
1974 hasta el 2004, da fe de una vocación y puesta en común de una manera de entender la arquitectura, tan ecléctica, al
menos, como aquella revista “Spazio e societá” que comenzó en 1978.

Un laboratorio, el ILAUD, en que participó de manera continua Peter Smithson, y que supuso a efectos prácticos la
derivación más personal y por ello más auténtica del team X y también una puesta en escena de sus problemas y
compromisos políticos e históricos.

Siete años después de su muerte, las palabras de Giancarlo de Carlo no han perdido resonancia: la arquitectura sigue
siendo “demasiado importante como para dejarla en manos de los arquitectos

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