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UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

FORMAS POSITIVAS Y NEGATIVAS DE


RECONOCIMIENTO EN EL TRABAJO.

Un estudio crítico-interpretativo del discurso de cajeras de grandes cadenas de


supermercados en Santiago de Chile

Tesis para optar al grado de Magister en Psicología Social

Nombre del autor: Reinaldo Rodrigo Guerra Arrau

Docente guía de proyecto: Sr. Juan Pablo Correa Salinas

Co-guía de investigación: Dr. Antonio Stecher Guzmán

Santiago, Chile

Septiembre de 2016
Este estudio es parte del proyecto de investigación Fondecyt Nº 11130095 denominado:
“Procesos de construcción de identidad en el trabajo en el Chile actual: el caso de
trabajadores de grandes empresas del retail. Aportes empíricos y conceptuales al debate
sobre el trabajo e identidad en América Latina”, a cargo del académico de la Universidad
Diego Portales, Dr. Antonio Stecher Guzmán.

II
DEDICATORIA

A Alejandra, por su amor y apoyo constante en todo este proceso.

A mis padres y hermanos.

A Juan Pablo Correa y Antonio Stecher, no sólo por sus comentarios y observaciones a esta
obra, sino por brindarme su ejemplo como investigadores.

Y por la inspiración intelectual y vivencial, agradezco a Manuel, a Claudia, Rodrigo y Patricio


del CEC y al señor David Jones.

III
AGRADECIMIENTOS

El autor quiere agradecer a la Universidad Diego Portales por el apoyo logístico en la


producción de los grupos de discusión efectuados.

Además, se extienden los agradecimientos a KREA ACCION, Andrés Pinto y Cecilia Baeza,
y a Jessica Román por el apoyo brindado en la fase de campo del proyecto.

IV
“El reconocimiento, desde un punto de vista conceptual, debería ser tratado como lo
contrario de las prácticas de dominio o sumisión. Estas formas de ejercicio del poder deben
ser concebidas como fenómenos de reconocimiento escatimado, de menosprecio y
humillación calculados, de modo que el reconocimiento mismo nunca pueda caer en la
sospecha de ser funcional a un modo de dominación”

Axel Honneth.

“Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa
del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa”.

Simone de Beauvoir.

V
RESUMEN

La siguiente investigación, de corte cualitativo y enmarcada dentro de una


perspectiva crítico-interpretativa, analiza los discursos sobre las formas de
reconocimiento que las cajeras de grandes supermercados en Santiago de Chile
afirman experimentar en sus trabajos. Esto en el contexto tanto de la problemática
general de la relaciones entre mujeres y ámbito laboral, como de los grandes
cambios ocurridos en Chile en la esfera social y del trabajo en las últimas décadas.

Por “formas de reconocimiento” debe entenderse a toda práctica social de


valoración de los sujetos en diversas dimensiones, estipulando en esta investigación
cinco formas positivas y negativas de reconocimiento, construidas a partir tanto del
modelo de reconocimiento recíproco -amor, derecho, logro- y existencial de Axel
Honneth, como de los aportes de autores como N. Smith, S. Haber y Ch. Dejours,
entre otros, con respecto a una forma de reconocimiento vinculada al propio trabajo,
en una síntesis teórica que en esta investigación fue denominada “perspectiva
ampliada del reconocimiento”.

Metodológicamente, utilizando el enfoque de la hermenéutica profunda de E.


Thompson, se analizó el discurso de tres grupos de discusión de cajeras de
cadenas de grandes supermercados en Santiago de Chile, utilizándose, de modo
complementario, entrevistas a un informante clave y visitas en terreno a locales de
grandes supermercados, a fin de reconstruir las características del escenario laboral
en estudio. Finalmente, a nivel de resultados generales, se observa que las formas
de reconocimiento de las cajeras de grandes supermercados muestran a este
trabajo tanto como una fuente de agravios como una fuente de valoración social y
personal, en virtud de que este colectivo logra dotar de sentidos particulares a la
labor que realiza, movilizando para ello elementos simbólicos y capitales culturales
tanto propios como externos a su trabajo.

Palabras claves: formas de reconocimiento, trabajo, perspectiva ampliada del


reconocimiento, cajeras de grandes supermercados.

VI
Abstract

The following research, qualitative and framed within a critical-interpretive


perspective, analyzes the discourses on forms of recognition that large supermarkets
cashiers in Santiago de Chile claim to experience in their work. This in the context of
both the general problem of the relations between women and workplace, as big
changes in Chile in the social sphere and work in recent decades.

By "forms of recognition" must be understood all social practice of valuation of


subjects in various dimensions, stipulating in this investigation five positive and
negative forms of recognition, built from the model of mutual recognition -love, law,
and achievement- and the existential recognition of Axel Honneth, and the
contributions of authors like N. Smith, S. Haber and Ch. Dejours, among others, with
respect to a form of recognition linked to own work, in a theoretical synthesis in this
research was called "enlarged perspective of recognition".

Methodologically, using the approach of deep hermeneutics of E. Thompson, the


discourse of three discussion groups cashiers of large supermarket in Santiago de
Chile was analyzed, used complementarily both interviews to a key informant and
visits to local large supermarkets, in order to reconstruct the features of the labor
scenario study. Finally, at the level of overall results, it observed that the forms of
recognition identified by cashiers large supermarkets show their work both as a
source of grievances as a social and personnel recognition under this group
achieved provide in particular the work done by mobilizing symbolic elements and
cultural capitals both internal and external to their work.

Key words: Forms of recognition, labor, recognition enlarger perspective,


cashiers of large supermarkets.

VII
TABLA DE CONTENIDOS

I. INTRODUCCIÓN __________________________________________________ 1
1. Aspectos generales ________________________________________________ 1
2. Planteamiento del problema de investigación________________________ 8
II.- OBJETIVOS DE INVESTIGACIÓN ________________________________ 17
1. Objetivo General __________________________________________________ 17
2. Objetivos Específicos: ____________________________________________ 17
III.- PREGUNTA DE INVESTIGACIÓN ________________________________ 18
1. Pregunta guía de investigación ____________________________________ 18
IV.- MARCO TEÓRICO-REFERENCIAL ______________________________ 19
1. Mujeres y trabajo productivo ______________________________________ 19
1.1 Orden de género y trabajo femenino productivo en las sociedades industriales __ 19
1.1.1 Género y trabajo productivo___________________________________________ 19
1.1.2 Las grandes transformaciones de las sociedades y del trabajo contemporáneo
________________________________________________________________________ 23
1.1.3 El orden de género y el mundo del trabajo en las sociedades
contemporáneas _________________________________________________________ 29
1.2 Mujeres y trabajo en el Chile actual ________________________________________ 33
1.2.1 Las formas de sociabilidad de género en América Latina y en Chile ________ 34
1.2.2 La Modernización postfordista en Chile _________________________________ 38
1.2.3 El trabajo femenino en el Chile actual __________________________________ 40
2. Trabajo, teoría crítica y reconocimiento ____________________________ 43
2.1 Teoría crítica y trabajo ___________________________________________________ 44
2.2 La teoría crítica de Axel Honneth: La lucha por el reconocimiento y las patologías
sociales____________________________________________________________________ 51
2.2.1 Teoría del reconocimiento: cuatro aproximaciones _______________________ 51
2.2.2 Los fenómenos de reificación como patologías sociales __________________ 64
3. Reconocimiento y mundo del trabajo contemporáneo: Hacia un
concepto ampliado del reconocimiento _________________________________ 68
3.1 El trabajo como esfera de valoración social _________________________________ 69
3.2 Más allá del mérito. El reconocimiento del trabajo y la visión ampliada del
reconocimiento _____________________________________________________________ 76
3.3 El objeto teórico de la presente investigación: Las Formas de reconocimiento
vinculadas al trabajo desde una perspectiva ampliada del reconocimiento __________ 83
4. La industria del retail y el sector supermercadista en Chile ____________ 87
4.1 Retail: De sector económico a industria ____________________________________ 87
4.2 La industria del retail y el desarrollo del sector supermercadista en Chile _______ 90
4.3 Los Escenarios laborales de los supermercados _____________________________ 94
4.4 El puesto de cajero/a de grandes supermercados____________________________ 95

VIII
V. MARCO METODOLÓGICO ______________________________________ 100
1. Modelo de producción de conocimientos __________________________ 100
2. Enfoque teórico-metodológico____________________________________ 103
3. Métodos y técnicas de reproducción de información _______________ 105
4. Estrategias de producción y acceso al campo de investigación _____ 106
4.1 Unidad de análisis ______________________________________________________ 106
4.2 Procedimiento metodológico _____________________________________________ 107
5. Procedimiento y técnicas de análisis de datos _____________________ 111
6. Aprendizajes y lecciones metodológicas __________________________ 113
VI. RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN _________________________ 116
1. Escenario laboral de los grandes supermercados y del puesto de cajera
116
1.1 Locales, operarios y clientes _____________________________________________ 117
1.2 Rol de cajero/a: Caracterización de la función, régimen contractual _______ 119
1.3 Relación de los/as cajeros/as con otros roles y áreas _______________________ 123
1.4 Composición del grupo de cajeros y modalidades de contrato ________________ 124
2.- Formas de reconocimiento en el trabajo ____________________________ 125
2.1 Las formas del mérito de las cajeras de supermercados _____________________ 126
2.1.1 La cajera como la cara del supermercado _____________________________ 127
2.2.2 La antigüedad como un diferenciador de estatus entre las cajeras ________ 134
2.2 La esfera del derecho en los supermercados _______________________________ 139
2.2.1 Los derechos básicos en los grandes supermercados ___________________ 140
2.2.2 El auto-reconocimiento de las cajeras como asalariadas_________________ 145
2.2.3 Los supermercados como haciendas-burocráticas ______________________ 150
2.2.4 “El cliente siempre tiene la razón”: El testimonio del abuso avalado por el
supermercado___________________________________________________________ 154
2.2.5 Las cajeras como agentes de resistencia ______________________________ 160
2.2.6 La ciudad de las cajeras: la Cajera “pilla” ______________________________ 163
2.3 El Reconocimiento en la esfera del amor __________________________________ 164
2.3.1 La visibilidad por parte de la jefatura. El punto mínimo del reconocimiento _ 165
2.4 Reconocimiento del trabajo ______________________________________________ 167
2.4.1 El supermercado como un gran sistema de control sobre la labor de las cajeras
_______________________________________________________________________ 168
2.4.2 La función de descarga de las cajeras con respecto a los clientes ________ 171
2.4.3 La Cajera-terapeuta ________________________________________________ 174
2.4.4 Conexión y encierro: Las cajas y el escamoteo del cuerpo femenino ______ 179
2.5 Esfera existencial del reconocimiento: la presencia y pregnancia de la reificación186
2.5.1 Estatus degradado: entre la desvaloración reificante y al demanda de igualdad
de trato_________________________________________________________________ 186
2.5.2. La cajera como mujeres-madres sacrificadas __________________________ 191
2.6 Análisis de los discursos como formas de reconocimiento ___________________ 199
3. Interpretación/ reinterpretación de las formas de reconocimiento _____ 212
3.1 El trabajo en las cajas como una experiencia de heteronomía y agravio: la cara
presente y la mujer ausente _________________________________________________ 213
3.2 La construcción del trabajo de cajera como una esfera de valor ______________ 221

VII. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES ________________________________ 229

IX
ANEXOS_________________________________________________________ 253
Anexo Nº 1: Guión de presentación de grupos de discusión ____________ 254
Anexo Nº 2: Pauta de observaciones de corte etnográfico a locales de
grandes cadenas de supermercados en Santiago de Chile ______________ 255
Anexo Nº 3: Carta consentimiento para entrevistas grupales ____________ 256

ÍNDICE DE TABLAS, GRÁFICOS Y FIGURAS

Tabla Nº 1: Modos y esferas del Reconocimiento intersubjetivo en Axel Honneth: 64.


Tabla Nº 2: Tipología de las formas de reconocimiento de investigación: 85.
Tabla Nº3: Composición de las participantes de los grupos de discusión: 108.
Gráfico 1: Distribución de ocupaciones de las mujeres que trabajan en Chile: 41.
Figura Nº 1: Meta-formación de reconocimiento 1: La cara visible y la mujer-madre
invisible: 221.
Figura Nº 2: Meta-formación de reconocimiento 2: Construcción colectiva del trabajo
de cajas como un “oficio de atención”: 227.

X
I. INTRODUCCIÓN

1. Aspectos generales

La siguiente investigación tuvo como objetivo principal describir y


comprender las formas positivas y negativas de reconocimiento que las
cajeras de grandes cadenas de supermercados de Santiago de Chile dicen
experimentar en sus trabajos.

Son dos, principalmente, las razones que llevaron a la formulación de


este proyecto. En primer término, en cuanto inquietud teórica, explorar las
posibilidades analíticas que la teoría del reconocimiento puede tener como
enfoque empírico de investigación para los estudios psicosociales del trabajo
y en segundo lugar, desde una consideración ética, fundada en el
posicionamiento del presente análisis dentro de la problemática general de
las relaciones entre género y trabajo, analizar mediante el mencionado
enfoque las nuevas y complejas realidades que se tejen en torno al trabajo
femenino remunerado en Chile1.

Para cumplir estos dos propósitos, la investigación se situó en un rubro


laboral paradigmático en cuanto a los niveles de participación femenina que
ostenta: la denominada industria del retail en nuestro país y dentro de ésta el
sector supermercadista.

1
Se debe precisar que cuando se hable aquí de trabajo femenino remunerado, se hace referencia
específicamente a aquel ejercido fuera de la esfera doméstica y de ámbitos organizaciones informales,
dado que muchas veces las mujeres, en efecto, se han vinculado al trabajo remunerado pero no han
abandonado la esfera del hogar, ni tampoco se ven beneficiadas con protecciones formales, como los
contratos de trabajo, como ha ocurrido históricamente en Chile – ¡y aún ocurre!- respecto al trabajo
textil ejercido dentro de los hogares. Para mayores detalles del desarrollo histórico del trabajo
femenino, ver por ejemplo el libro “El Calibán y la bruja” de Silvia Federici (2010) y para el caso
chileno, a Zárate M. & Godoy, L. (2005). “Análisis crítico de los estudios históricos del trabajo en
Chile”. Santiago: Centro de Estudios de la Mujer.
En cuanto a los antecedentes y al contexto de la presente investigación -
como condiciones desde las cuales emergen las razones anteriormente
detalladas- se debe mencionar, en primer lugar, que la teoría del
reconocimiento, principalmente en la versión que efectúa de esta Axel
Honneth (Honneth, 1992, 2006 a, 2006 b, 2009, 2010 a) y que es, en lo
fundamental, una visión antropológica del desarrollo moral de los individuos y
la sociedad de raigambre filosófica, ha sido aun escasamente explorada y
utilizada por parte de los estudios psicosociales del trabajo, enfoque
disciplinario desde el cual se articula esta investigación, y que tiene como
principal eje el análisis de los procesos subjetivos que experimentan
individuos y colectivos en los escenarios laborales surgidos tras las grandes
transformaciones acaecidas en el mundo del trabajo de las sociedades
capitalistas contemporáneas (Sisto, 2012; Soto, Espinoza & Gómez, 2008;
Stecher, 2014).

En efecto, si bien actualmente el reconocimiento a los trabajadores es un


tema abordado dentro de los discursos manageriales, en particular en los
planteamientos concernientes a una nueva gestión de los recursos humanos
en los sectores públicos y privados (Burn & Dugas, 2008; Lauture,
Amewokunu, Lewis & Lawson-Body, 2012) y además se está discutiendo
intensamente sobre las implicancias de la teoría del reconocimiento
honnethiana en el estudio del mundo del trabajo en la sociedades capitalistas
actuales (Deranty, 2007; Patersen & Willig, 2004; Renaut, 2007; Schweiger,
2010; Smith, 2009), las investigaciones empíricas emprendidas desde este
enfoque en el contexto de los estudios psicosociales del trabajo son aún
escasas, además de que se han circunscrito fundamentalmente al contexto
europeo (Holtgreve, 2001; Kocyba, 2011; Voswinkler, 2012).

Sobre este último punto, es necesario señalar que la teoría del


reconocimiento posee un gran potencial de análisis, no sólo para visibilizar
un fenómeno que en sí mismo es relevante en el ámbito laboral, como es

2
precisamente la valoración social de los sujetos, sino además porque esta
teoría brinda un marco analítico que permite relacionar e integrar diversos
fenómenos psicosociales del mundo laboral, los cuales van desde las
relaciones interpersonales establecidas en el mundo del trabajo, pasando por
sus marcos sociales y jurídicos, hasta llegar, inclusive, a analizar las
experiencias y afectos morales -como el sentirse valorado o despreciado-
que tiene lugar en la arena del trabajo (Vasilachis de Giardino, 2009).

En esos términos, una investigación enfocada desde la teoría


honnethiana del reconocimiento puede entrar en diálogo con otros enfoques
dentro del arsenal teórico de los estudios psicosociales del trabajo llevados a
cabo en Latinoamérica y en Chile; por ejemplo, con aquellos emprendidos a
partir de nociones como las de identidades y subjetividades laborales
(Battistini, 2004; Stecher, 2012; Gaete & Soto, 2012; Sisto, 2005, 2012; Sisto
& Fardella, 2008; Soto, 2008, 2012; Stecher 2011, 2013; Toro, Stecher &
Godoy 2012), los articulados desde Foucault (Abal, 2007; Román, 2008;
Zángaro, 2010) o los desarrollados desde la sociología del individuo (Araujo,
2014; Araujo & Martuccelli, 2012).

En esta misma línea, se puede afirmar que la teoría del reconocimiento


no sólo aporta una nueva perspectiva de análisis a este campo de
investigaciones, sino que permite enfrentar algunos desafíos aún pendientes
de la investigación psicosocial del trabajo. Al afirmar esto se piensa, en
términos particulares, en la necesidad de analizar con mayor profundidad las
bases intersubjetivas de las narrativas que los trabajadores desarrollan en
sus trayectorias biográfico-laborales, tal como lo señalan diversos
investigadores de las identidades en el trabajo (Battistini, 2004; Gaete &
Soto, 2012; Soto, 2011; Stecher, 2012).

Además de lo anterior, la teoría del reconocimiento permite analizar el


trabajo desde una perspectiva crítica, en tanto éste, en cuanto esfera social,

3
se ve atravesado por dinámicas de dominación, resistencia y búsquedas de
emancipación individual y colectiva, las cuales pueden ser vinculadas tanto a
formas institucionalmente establecidas de reconocimiento y desprecio
sociales como a formas de patología social, tal como muestra la tradición de
la Escuela de Fráncfort (Leiva, 2005; Stecher, 2013).

Si bien existe una serie de autores que investigan críticamente el campo


del trabajo, tanto desde líneas psicológicas (Dejours, 2012; 2013 A; 2013 B;
Kaës, 2005), como sociológicas (Aubert & De Gaulejac, 1993; Le Goff; 1992;
1999; Lourau, 1994; Renault; 2000; 2007), es sólo desde la tradición de la
Escuela de Frankfurt, a la cual se adscribe la teoría del reconocimiento de
Honneth, que se puede formular una particular concepción crítica del trabajo;
a saber, una basada no sólo en la deconstrucción y en la presentación de
elementos de resistencia frente a las prácticas de poder –acento puesto, por
ejemplo, en los estudios de la subjetividad laboral basados en una
perspectiva foucaultiana (v gr. Abal, 2007; Zangaro, 2010) o los llevados a
cabo desde la psicodinámica del trabajo (Dejours, 2012; 2013 a; 2013 b)-
sino una que persiga establecer un principio normativo para esta esfera
social (Kaulino, 2015).

Para terminar este ámbito de antecedentes, se señalará que, si bien se


utiliza como fundamento de análisis la perspectiva de Axel Honneth, el
campo actual de esta teoría, en particular la enfocada al mundo del trabajo,
ofrece una serie de perspectivas y debates que amplían y tensionan el
legado del filósofo alemán, en el sentido de apuntar a que el reconocimiento
en el trabajo no sólo se juega en las esferas normativo-culturales –que son el
foco principal del marco crítico del pensador de Frankfort- sino que también
debe atenderse a los elementos socio-estructurales conjugados en los
escenarios laborales particulares en los cuales toma lugar la pesquisa
empírica (Basaure, 2011; Deranty, 2012; Honneth, 2006 b; Ricoeur, 2005;
Taylor, 2001). Por ello, estas discusiones internas dentro de la teoría del

4
reconocimiento, serán incorporadas al marco analítico del presente trabajo,
en una síntesis que será denominada, siguiendo a Benno Herzog (2013),
como “perspectiva ampliada del reconocimiento”.

Pasando ahora al ámbito del posicionamiento empírico de esta tesis, es


decir, al trabajo femenino en Chile en la esfera productiva, se debe señalar
que éste por lo general -tal como muestran diversos investigadores e
investigadoras del trabajo femenino- presenta mayores niveles de
vulnerabilidad y precarización que el ejercido por los hombres, aunque, no
obstante, también ostente cualidades particulares de acuerdo a los contextos
sociales y organizacional en los cuales se dé, presentándose desde
situaciones más o menos formales de empleo femenino, hasta condiciones
laborales más altamente precarizadas o desprotegidas, según el rubro
seleccionado para analizar (Godoy & Stecher, 2008; OIT, 2012; Román,
2007; Todaro & Yáñez, 2004).

Al respecto, la gran industria del retail, y de forma particular las grandes


cadenas de supermercados, expresan una condición paradójica que las hace
relevantes como setting para la investigación psicosocial del reconocimiento
social de las mujeres en el trabajo: a pesar de ser uno de los rubros
paradigmáticos de la modernización del trabajo en Chile –ostentando,
asimismo, uno de los mayores niveles de empleabilidad de fuerza laboral
femenina- también es representativo de los diversos hándicaps asociados
aún al empleo remunerado ejercido por mujeres. En efecto, el sector
supermercadista emplea a un gran contingente femenino que, en términos
generales, presenta menores niveles de remuneración que su contraparte
masculina. Esta situación del retail sigue la tendencia general del mercado
laboral, en el sentido de que se mantiene la concentración laboral femenina
en ámbitos económicos identificados esencialistamente con “lo femenino”–
como la enseñanza y la docencia-, rubros que, asimismo, gozan de menores
niveles de remuneración en comparación a otras actividades sociales (Alós,

5
2008; Guadarrama, 2008; Instituto Nacional de Estadísticas, 2015; López,
Zamora & Cuevas, 2008; Programa de Naciones Unidas, 2010; Todaro &
Yáñez, 2004).

A lo anteriormente mencionado se suma el hecho que las mujeres que


generalmente laboran en este rubro se encuentran insertas en contextos
socio-culturales en los cuales aún se mantienen fuertes pautas de género
tradicionales, las cuales hacen que para ellas se generen mayores
dificultades a la hora de compatibilizar las esferas del trabajo productivo y
reproductivo (Guadarrama, 2008; Godoy & Stecher, 2008). En otras
palabras, en este contexto se reproduce la problemática socio-cultural que
diversos autores han denominado como la “doble presencia femenina”, la
cual consiste en que las mujeres soportan mandatos socio-simbólicos que
las impelen a cumplir una doble jornada de trabajo tanto fuera como dentro
de sus hogares (Alós, 2008; Gómez, 2001; Wainerman, 2003). De esta
forma, la doble presencia se vuelve otro factor que condiciona las
experiencias de las mujeres en el trabajo remunerado, en particular en el
contexto laboral en el cual se ha posicionado esta investigación.

En cuanto condiciones específicas del rubro laboral de las cajeras, se


debe indicar que si bien ellas –al igual que su contraparte masculina- reciben
un monto de sueldo ligeramente superior que operarios de otros estamentos
de los grandes supermercados, aún experimentan condiciones de trabajo
altamente precarizadas, además de situaciones de vulnerabilidad materiales
y ergonómicas -relativas a mantener una misma postura corporal durante
mucho tiempo, no poder acudir a servicios higiénicos de acuerdo a la propia
necesidad, etcértera- (Shinnar, Indelicato, Altimari, & Shinnar, 2004; Stecher,
2011; Stecher, Godoy & Díaz, 2010). Desde el punto de vista de la teoría de
reconocimiento, el oficio de cajera, además, no cuenta con un estatus social
de valoración adecuado ni siquiera dentro del propio supermercado frente a
otros oficios. En efecto, este puesto, ocupado por lo demás en su mayoría

6
por mujeres, muchas veces no cuenta con la aprobación de otros
compañeros/as de local, puesto que éstos consideran que allí “no se trabaja
lo suficiente”. Todo ello, agregado a una bajo nivel de sociabilidad y
autonomía, hacen del trabajo de cajeros/as en grandes cadenas de
supermercados una labor altamente estresante y poco valorada socialmente
(Stecher, 2011; Stecher, Godoy & Díaz, 2010).

En síntesis, la presente investigación tuvo como objetivo principal


identificar las formas sociales del reconocimiento en el trabajo que reportan
las cajeras de grandes supermercados en Santiago de Chile, a partir de un
modelo del reconocimiento elaborando a partir de la obra de Axel Honneth y
de las discusiones llevadas a cabo entre éste y otros autores, entre éstos:
Charles Taylor (2001), Paul Ricoeur (2005), Christophe Dejours (2012; 2013
a; 2013 b), Stephan Voswinkler (2012) y Hermann Kocyba (2011).

A nivel metodológico, este estudio se desarrolló desde una perspectiva


crítico-interpretativa (Stecher, 2013; Thompson, 1998), utilizando el análisis
de discurso, guiado a su vez por una perspectiva pragmática (Potter &
Wetherell, 1987) como herramienta fundamental de investigación. A nivel de
técnicas, para reconstruir los discursos sobre las formas de reconocimiento,
se utilizaron grupos de discusión, junto con el uso, de forma complementaría,
de entrevistas a un informante clave del rol de cajera y observaciones de
corte etnográfico a grandes supermercados de las principales cadenas
actualmente operativas en Santiago de Chile. Se convocaron para el estudio
a cajeras que llevasen por lo menos seis meses en el cargo, a fin de que se
asegurase con ello la creación de lazos intersubjetivos y la adquisición de
una expertis en el puesto.

La estructura de los capítulos de la presente tesis es la siguiente: El


planteamiento del problema de investigación, que busca exponer la
problemática del reconocimiento de las mujeres en el trabajo,

7
contextualizándolo en rubro de los grandes supermercados en Santiago de
Chile; luego, los objetivos y las preguntas de investigación, para pasar al
marco teórico-referencial de la misma, el cual se compone de cuatro grandes
capítulos: una exposición de las condiciones del trabajo femenino a nivel
global y en Chile; la teoría del reconocimiento de Honneth, en el marco de la
teoría crítica y de las discusiones con otros autores; un apartado referido a
las relaciones posibles de establecer entre reconocimiento y trabajo y,
finalmente, una caracterización de la industria del retail y del sector
supermercadista en el país.

En el marco metodológico, se expone la perspectiva crítico-interpretativa


del estudio, operacionalizada en la hermenéutica profunda y en el análisis
pragmático del discurso, además de la descripción de las estrategias
analíticas, el proceso de acceso al campo, entre otros temas relacionados al
abordaje empírico del estudio.

En los resultados se exponen las condiciones contextuales del escenario


laboral elegido para el estudio, las formas de reconocimiento identificadas en
los discursos de las cajeras y un análisis interpretativo de los sentidos de los
discursos a la luz de sus condiciones socio-estructurales y culturales.

Finalmente, en el apartado de la discusión y conclusiones, se cotejan los


resultados en función de los objetivos definidos para el presente estudio.

2. Planteamiento del problema de investigación

La temática de las condiciones y experiencias de las mujeres dentro del


ámbito del trabajo remunerado, dada la significativa incorporación femenina a
diversos rubros laborales de las últimas décadas, acaecida esta última, a su
vez, en un contexto de profundas y globales transformaciones socio-

8
estructurales, institucionales y culturales de las sociedades capitalistas, ha
generado un creciente interés dentro de las ciencias sociales (Abramo &
Valenzuela, 2006; Díaz, 1999; Guadarrama, 2008; Godoy & Stecher, 2008;
Morini, 2014; PNUD; 2010; Todaro & Yañez, 2004).

De esta forma, en diversos estudios, se ha constatado que la creciente


feminización cuantitativa del mercado laboral, en conjugación con otros
fenómenos socio-culturales, tales como la radicalización de los procesos de
individuación y el impacto de los discursos reivindicativos feministas en la
esfera pública desde la década de los setenta, ha generado tensiones en los
modelos de relaciones de género basados en los papeles de “padre-
proveedor” y “madre-cuidadora”, que estructuraron las relaciones socio-
laborales durante toda la modernidad industrial y con ello un cuestionamiento
del supuesto carácter exclusivamente masculino que se le concibió durante
toda esta época al trabajo productivo (Federici, 2010; Godoy & Stecher,
2008; Todaro & Yañez, 2004).

Los factores anteriormente mencionados habrían impulsado, asimismo, la


conformación de un nuevo horizonte normativo de relaciones más
democráticas de género en el ámbito laboral, es decir, una mutación de las
expectativas de justicia y realización personal que las mujeres han atribuido
al trabajo productivo asalariado (Díaz, Godoy & Stecher, 2005; Godoy &
Stecher, 2008; Guadarrama, 2008).

Sin embargo, en el contexto de un capitalismo de corte neoliberal cada


vez más naturalizado (Julián, 2012; Leiva, 2005; Noguera, 2002; Petersen &
Willig, 2004; Stecher, 2013; Vasilachis de Giarardino, 2009), dicho horizonte
normativo no ha sido completamente incorporado a las prácticas laborales
efectivas, puesto que aún dentro del ámbito del trabajo se mantienen en gran
medida barreras y formas de subordinación de género. De hecho, diversos
autores sostienen que existe una concordancia entre la transformación de los

9
regímenes de acumulación capitalista, la incorporación masiva de las
mujeres en el ámbito del trabajo productivo y la entronización de las
condiciones de precarización laborales, en especial para el sexo femenino en
las últimas décadas (Connolly, 2016; Morini, 2014).

Al respecto, en nuestro país, no sólo se mantiene una menor participación


de las mujeres en el ámbito productivo con respecto a lo que ocurre en el
concierto latinoamericano, sino que, precisamente, al interior de los mundos
del trabajo en Chile, las mujeres se han incorporado al trabajo asalariado
bajo condiciones más desfavorables y precarizadas que su contraparte
masculina (INE, 2015; PNUD; 2010; Soto Baquero & Klein, 2012). Así, en
nuestro contexto, se mantienen importantes diferencias de salarios entre
hombres y mujeres, además de un escaso acceso femenino a ciertos rubros
laborales y una baja co-responsabilidad de ambos sexos en las tareas de
cuidados al interior de la familia. Estos factores, entre otros, han dificultado,
por tanto, la auto-realización femenina en y por medio del trabajo
remunerado (PNUD, 2009; 2010).

Estas condiciones desfavorables para las mujeres en el ámbito del trabajo


productivo, podrían verse inclusive agravadas dentro de, paradójicamente,
los rubros laborales con mayores grados de modernización del país. Esta
situación se vuelve plausible si se considera la tesis del trasfondo autoritario
que presenta la modernización del trabajo en Chile; es decir, siguiendo lo
establecido por diversos autores (Ramos, 1999; Soto, 2014; Stecher, 2013),
el hecho de que las grandes empresas nacionales que implementaron
innovaciones postfordistas a la esfera productiva desde los años noventa, lo
hicieron en general de un modo desfavorables para los asalariados,
manteniendo, de ese modo, la enorme asimetría de poder que han existido
tradicionalmente en Chile entre capital y trabajo.

10
Esta modernización desbalanceada o con huellas autoritarias en las
grandes empresas chilenas (Ramos, 2014) ha confluido, asimismo, en que
se sigan replicando, en la esfera laboral, los patrones más verticalistas de
relaciones de sociales género que se han mantenido en la cultura de nuestro
país (Narbona, 2012; Oyarzún, Errázuriz, Erazo, Vidaurrázaga, Estério,
Rozas & Coñomán, 2006; PNUD; 2010).

Por todo lo anteriormente señalado, en cuanto al trabajo femenino en


Chile, en el contexto de los sectores más modernos de la economía, se
podría asistir a una situación regresiva con respecto a los mencionados
anhelos de justicia, ciudadanía laboral y emancipación por medio del trabajo
que hombres y mujeres cultivaron durante la segunda mitad del siglo XX, y
que para éstas implicó ejercer una lucha histórica de visibilización de su
condición dentro de las sociedades modernas (Honneth, 2009; López,
Zamora & Cuevas, 2008; Salazar & Pinto, 1999; Valdés, 2007; Vasilachis de
Giardino, 2009).

La tesis de persistencia de estas heteronomías de género en el ámbito


laboral en Chile, de forma particular en sus rubros más modernizados,
interpela a los estudios psicosociales del trabajo no sólo seguir
emprendiendo abordajes empíricos al respecto, sino también –y de forma
quizás más urgente- explorar nuevos modelos analíticos que permitan
evaluar críticamente las actuales condiciones que atentan contra la
emancipación femenina en el trabajo, contribuyendo a generar formas más
justas de relaciones en toda la sociedad.

Respecto a esta urgencia particular de la investigación, la tradición de la


Escuela de Fráncfort puede entregar elementos para proceder a esta
empresa. Ello, puesto que los autores del Institut, en sus distintas
“generaciones”, han realizado diversos ejercicios de crítica inmanente a las
sociedades capitalistas, denunciando los desacoples que se han producido y

11
se producen al interior de éstas entre las esferas societales normativas y los
ámbitos sistémicos de la acción social. Todo ello, en pos de la búsqueda de
un horizonte normativo global en el cual se superen la dominación y se
acceda con ello a un orden social más justo y democrático (Cortina, 2008;
Habermas, 1984; Hernández & Herzog, 2011; Honneth, 2011; Leiva, 2005).

En los últimos años, al interior de la Escuela de Fráncfort, se ha


producido una renovación conceptual en virtud de elaborar una crítica de las
formas neoliberales del capitalismo contemporáneo. En ese ámbito ha sido el
filósofo alemán Axel Honneth, el representante más connotado de lo que se
denomina la tercera generación de la Escuela de Fráncfort, quien ha
conducido este proyecto crítico (Honneth, 1995, 1997, 2006 a, 2007, 2009,
2010 a, 2011).

Como afirma Mauro Basaure (2011), la obra de Honneth ha consistido, en


términos amplios, en establecer dos tipos de crítica social: i) aquella que
atendiendo a las injusticias, desarrolló en base a una teoría de la “lucha por
el reconocimiento” y ii) aquella, que, volviendo a referentes como Lukács y la
primera generación de la Escuela de Fráncfort, enfatiza una crítica de las
patologías sociales, por medio de una ampliación de la teoría del
reconocimiento basada, a su vez, en una teoría de la racionalidad humana
(Basaure, 2011; Honneth, 1997, 2006 a, 2006 b, 2007).

En cuanto al primer ámbito de crítica, siguiendo a Honneth, y en general


al debate que éste ha sostenido con otros teóricos del ámbito de la filosofía
política contemporánea desde los años noventa (Fraser, 2001; Honneth,
1997; 2006 a, 2006 b, 2007, 2009, 2010 a, 2011; Ricoeur; 2005; Taylor,
2001), se puede señalar sucintamente que la teoría del reconocimiento
concibe la estructura normativa de las sociedades modernas de acuerdo a
tres esferas institucionalizadas de reconocimiento: el amor, el derecho y la
valoración social. En cada uno de estos ámbitos, los sujetos reciben diversas

12
formas de reconocimiento positivo, adquiriendo con ello un tipo de auto-
relación saludable consigo mismo: auto-confianza en la esfera del amor;
auto-respeto en la esfera del derecho y autoestima en la de la valoración
social (Basaure, 2011; Honneth, 1997; 2010 a; Vasilachis de Giarardino,
2009). Por el contrario, debido diversos fallos sociales, si a un individuo no le
es brindada alguna forma de valoración, sufre una merma psíquica, la cual,
correlativamente a los modos de reconocimiento mencionados, corresponde
a las formas de agravio o desprecio vinculadas al maltrato, la falta de respeto
y la “deshonra” (Honneth, 1997, 2010 a; Ricoeur, 2005).

La noción honnethiana de reconocimiento adquiere su fundamento en


una concepción que, lejos de postular al reconocimiento como una mera
forma de integración social pacificada, lo concibe desde un ámbito en que la
justicia se vuelve un asunto de acción y de lucha social. Esto implica que los
sujetos, formando alianzas y solidaridades, logran crean modos de vida en
los cuales éstos pueden auto-desarrollarse y valorarse de forma recíproca,
alejándose esta teoría tanto de visiones hobbesianas como funcionalistas del
orden social (Basaure, 2011; Herzog, 2012; Herzog & Hernández, 2012;
Honneth, 1997, 2009; Vasilachis de Giardino, 2009).

El segundo ámbito de crítica, el de las formas de racionalidad, ha llevado


a Honneth hablar de una nueva modalidad de reconocimiento, más
fundamental al puesto en juego en las formas recíprocas, y que se relaciona
con la actitud cognitiva primaria desde la cual los sujetos encaran al mundo y
a los otros, la cual ha sido denominada por este autor como “reconocimiento
existencial” y que tiene como su contraparte a los estados de reificación, en
los cuales se anula esta implicación primordial del sujeto con el mundo, los
otros e incluso consigo mismo (Basaure, 2011; Honneth, 2007).

Volviendo al plano laboral, muchos y muchas analistas, a partir de los


planteamientos de la teoría crítica de Honneth, han discutido las formas de

13
comprender los mundos del trabajo contemporáneos. Así, autores como
Hermann Kocyba, Stephan Voswinkler o Christophe Dejours han ampliado la
base de lo que puede entenderse como reconocimiento en la esfera laboral,
así como las formas de patologías sociales que pueden derivarse de la
organización contemporánea del trabajo (Dejours, 2012 B; Haber, 2009;
Kocyba, 2011; Schweinger, 2010; Voswinkler, 2012; Voswinkler, Genet &
Renault, 2007). Otros autores, por su parte, han adicionado consideraciones
antropológico-marxista a la visión estrictamente normativo-moral de Honneth
(Angella, 2016; Deranty, 2012; Haber, 2009; Smith, 2009;) o han
complementado sus ideas con consideraciones sistémicas, de género y
sociológicas (Connolly, 2016; Patersen & Willig, 2004; Renault, 2000, 2007
a, 2007 b; Smith, 2009).

De esta manera, actualmente en relación a la esfera del trabajo, se tiene


un campo amplio de perspectivas críticas, no del todo convergentes con la
teoría de Axel Honneth, dándose una combinación de las consideraciones
normativas de la teoría del reconocimiento, con visiones sobre los aspectos
socio-estructurales y materiales del trabajo contemporáneo, más propias del
enfoque de las patologías sociales (Basaure, 2011; Deranty, 2013; Herzog,
2013; Smith, 2009). A esta visión integral, que combina agencialidad,
normatividad y elementos socio-estructurales, se la denomina en esta
investigación como “perspectiva ampliada del reconocimiento” (Herzog,
2013).

Teniendo este trasfondo teórico, la presente investigación, fundada en un


interés de género, se interroga sobre las formas de reconocimiento que
mujeres insertas en la esfera del trabajo productivo afirman experimentar,
esto dentro del contexto del capitalismo chileno contemporáneo y del
afianzamiento y modernización de la industrial del retail. Para llevar a cabo
este objetivo, el estudio se sitúa en el rubro de las cajeras de grandes
supermercados en Santiago de Chile.

14
En nuestro país, la industria del retail se compone de un conjunto
heterogéneo de grupos económicos que gestionan formas de comercio
minoristas, en rubros tales como los supermercados, tiendas de
departamento, mejoramiento del hogar, entre otras y que, en la actualidad,
incluso ha extendido sus modelos de negocio hacia el sector financiero, el
inmobiliario y la gestión de marcas propias (Lira, 2005; Stecher, 2012; 2013).
Junto con ello, actualmente este rubro ocupa un lugar destacado en términos
modernización, empleabilidad y establecimiento de nuevas estrategias de
gestión y flexibilidad laboral, siendo notorio, además, cómo en las dos
últimas décadas experimentó un crecimiento exponencial que lo ubicó como
una de las áreas más activas de la economía nacional (Fundación Sol, 2013;
2007; Stecher, 2013).

A estos puntos de inflexión experimentados por la industria del retail en


los últimos veinte años, se agrega la gran diversidad de trabajadores
congregados en su seno, distinguibles en edades, experiencias, grado de
formación escolar y empleabilidad, manteniéndose, sin embargo, la
hegemonía de la presencia femenina en el sector. Todo ello conformaría,
asimismo, un escenario laboral caracterizado por su heterogeneidad interna,
dada ésta por el empleo de diversos tipos de fuerza de trabajo, culturas de
oficios y modos diversificados de control, por parte de la administración de
dichos locales (Godoy & Stecher, 2012; Stecher, 2012; 2013).

De forma particular, el rubro supermercadista ha participado en las


transformaciones económico-administrativas propias de la industria del retail
en Chile, pero también, desde los años noventa, ha experimentado las
mutaciones propias de su sector a nivel mundial, tales como la fuerte
concentración de su mercado, el aumento de los establecimientos tipo
hipermercados, la aparición del negocio de marcas propias, etcétera (Lira,
2005). Uno de los oficios que más se ha visto afectado por estas

15
transformaciones al interior de los grandes supermercados, es el de cajero/a,
puesto ocupado fundamentalmente por mujeres jóvenes y adultas en nuestro
país.

Resumiendo el problema planteado, se afirma que el rubro de las mujeres


en el retail y particularmente en las grandes cadenas de supermercado,
expresaría la convergencia problemática entre modernización capitalista del
mundo del trabajo y el orden de género tradicional que aún pervive en la
cultura chilena, situación que, desde la teoría crítica, plantearía un escenario
en el cual aún no se han consolidado del todo los derechos y anhelos de
emancipación femenina por el trabajo productivo (Avendaño & Román, 2002;
Guadarrama, 2008; Todaro & Yañez, 2004). No obstante este diagnóstico
general, se vuelve fundamental analizar empíricamente cuáles son las
condiciones subjetivas de las mujeres en este contexto laboral, no
presuponiendo a priori, una cancelación total de las posibilidades de
subjetivación. Este es, por tanto, el supuesto que nos vuelca a emprender
este estudio desde la teoría del reconocimiento.

De este modo, la presente investigación busca contribuir tanto a la


investigación psicosocial del mundo de trabajo, como a sus vertientes
críticas, considerando, además, al género como factor fundamental de las
relaciones de dominación y resistencia en el contexto socio-laboral actual. A
través de la introducción, en términos empíricos, de los conceptos asociados
a la teoría del reconocimiento y mediante la investigación, basada en una
estrategia discursiva, de las formas presentes de reconocimiento en el
trabajo, se pretende explorar la dimensión valorativa de lo laboral por parte
de mujeres cajeras de los grandes supermercados en Santiago de Chile.

16
II.- OBJETIVOS DE INVESTIGACIÓN

1. Objetivo General

1.1 Determinar las formas de reconocimiento positivas y negativas que las


cajeras de grandes cadenas de supermercados en Santiago de Chile dicen
experimentar en sus trabajos, relacionándolas tanto con los escenarios
laborales como con el contexto socio-cultural en los cuales aquellas tienen
lugar.

2. Objetivos Específicos:

2.1 Describir el escenario laboral de los grandes supermercados en


Santiago de Chile, particularmente las características del puesto de
cajero/a.
2.2 Describir las formas positivas y negativas de reconocimiento
intersubjetivo experimentadas por las cajeras de grandes
supermercados.
2.3 Describir las formas positivas y negativas de reconocimiento basadas
en la dimensión subjetivación–enajenación experimentadas por las
cajeras de grandes supermercados.
2.4 Identificar cuáles son las prácticas de reconocimiento que las cajeras de
grandes supermercados demandan a sus jefaturas, pares y clientes a
propósito de sus trabajos.
2.5 Relacionar las formas de reconocimiento identificadas por las cajeras
tanto con los escenarios laborales como con el contexto socio-cultural
en los cuales aquellas tienen lugar.

17
III.- PREGUNTA DE INVESTIGACIÓN

1. Pregunta guía de investigación

1.1 ¿Cuáles son las formas de reconocimiento que las cajeras de


grandes supermercados de Santiago de Chile dicen experimentar
en sus trabajos y cuál es la relación de aquellas formas de
reconocimiento con los escenarios laborales y el contexto socio-
cultural en los cuales las mismas tienen lugar?

18
IV.- MARCO TEÓRICO-REFERENCIAL

1. Mujeres y trabajo productivo

Este primer gran apartado del marco teórico referencial de la


investigación, expone la problemática asociada al trabajo femenino en la
esfera productiva. Este apartado se divide en dos partes: en primer lugar se
hace una descripción general de las pautas de género y su relación con el
mundo del trabajo, perfilando sus principales cambios; en segundo lugar, se
despliega la precedente discusión para el caso chileno.

El primer apartado teórico se dividió, a su vez, en tres sub-apartados.


Primeramente, se presentará un marco analítico e histórico para comprender
en forma general cómo las formas y posibilidades de vinculación de las
mujeres en las labores fuera del hogar se ven favorecidas o coartadas por un
orden normativo de género que diferencia entre espacios “masculinos” y
“femeninos” de acción social y laboral; a continuación se hará referencia a
las grandes transformaciones históricas de las sociedades contemporáneas,
particularmente las acaecidas en el(los) mundo(s) laborales, y finalmente, se
analizará cómo estas transformaciones han modificado sustancialmente las
condiciones de inserción de las mujeres en la esfera del trabajo productivo
que imperaron durante el siglo XX.

1.1 Orden de género y trabajo femenino productivo en las sociedades


industriales

1.1.1 Género y trabajo productivo

Ya Marx sostenía que las relaciones estrictamente productivas del


trabajo siempre entran en conjunciones con el resto de las relaciones

19
sociales, ya sea para modificarlas o verse transformadas por aquellas (Marx
& Engels, 2014; Pérez, 2001). Desde una perspectiva de género, habría que
puntualizar que la esfera laboral no sólo expresa las relaciones de poder que
se entablan entre capital y el trabajo, sino también aquellas de colaboración,
control y dominio que se entablan entre hombres y mujeres (Conway,
Bourque, & Scott, 2000; Oyarzun et. al., 2006).

Los vínculos entre el género –esta última, en tanto categoría que da


cuenta de la representaciones, imaginarios y prácticas que articulan las
diferencias construidas socialmente en torno a los sexos biológicos (Conway,
Bourque, & Scott, 2000; Oyarzún et al., 2006)- con la esfera del trabajo
remunerado ha sido un tema relevante de investigación para las ciencias
sociales, en particular para las investigaciones feministas, que han mostrado
cómo la división social del trabajo se ve acompañada, asimismo, por una
división sexual de labores y esferas de acción. Ello significa que, por medio
de diversas prácticas y mandatos simbólicos, se ha justificado la existencia
de espacios y tareas diferenciadas tanto para hombres como para mujeres al
interior de las colectividades humanas (PNUD; 2010; Wainerman, 2003).

Lo sostenido en el párrafo anterior no sólo implica posicionar a la mirada


de género en lo laboral, sino ampliar la concepción misma de lo que se
entiende por trabajo, para incluir no sólo al conjunto de actividades que se
ejercen en el ámbito de la producción, sino también aquellas acciones que se
ejercen en la esfera privada, denominado precisamente por la teóricas y
economistas feministas como “trabajo reproductivo”. De esta forma, al hablar
de trabajo y género se debe analizar los modos complejos de articulación
entre los trabajos productivos y reproductivos (Carrasco, 1999; Mauro,
Godoy & Díaz, 2009; Todaro & Yáñez, 2004).

Si bien, desde un punto de vista historiográfico, algún tipo de división


socio-sexual de labores –también denominado orden o “contrato” de género-

20
ha existido en toda sociedad humana conocida, esta división ha estado lejos
de ser homogénea y estricta, puesto que, por ejemplo, han existido
sociedades en las cuales las mujeres asumen las labores de “proveedoras”
o, de forma inversa, otras en donde los hombres se dedican a las tareas de
cuidados en los hogares (Gómez, 2001; Oyarzún et. cols., 2006; PNUD;
2010).

De forma particular para la época moderna, puede afirmarse que el


orden o contrato de género fue más o menos variable en distintos momentos.
Así, por ejemplo, en el periodo previo a la industrialización –y contrariamente
a lo sostenido tradicionalmente, por ejemplo, por la historiografía del siglo
XIX-, las mujeres participaron activamente del trabajo productivo, tanto en la
producción artesanal, la pequeña minería el comercio o en “servicios” como
lavanderas, confección de ropa, etcétera (Mauro, Godoy & Díaz, 2009). Por
otra parte, en los inicios del capitalismo industrial, las mujeres –al igual que
incluso niños y niñas- ocuparon profusamente puestos de trabajo en el
naciente mercado laboral de las grandes fábricas, incorporación que se
realizó, muchas veces, en condiciones de extrema precariedad; los hombres,
por su parte, tardaron más en emigrar hacia este rubro, ya que
permanecieron un mayor tiempo implicados en la decadente cultura de los
gremios y del trabajo en oficios (Carrasco, 1999; Coriat, 1998; Federici, 2010;
Salazar & Pinto, 1999; Todaro & Yáñez, 2004).

Fue sólo recién a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX que comenzó a
prevalecer el orden normativo de género que relegó simbólicamente a las
mujeres hacia el ámbito familiar de la reproducción social e invisibilizó su
participación –no obstante continua- en el ámbito del trabajo productivo
(Castel, 2010; Coriat, 2000; Federici, 2010; Morini, 2014; Todaro & Yañez,
2004). Esta época, que Robert Castel denominó como “sociedad salarial” –y
que también coincide con el momento histórico que diversos autores han
denominado como “modernidad media” (Beck, 2006; Lash, 1997) o también

21
modernidad sólida u organizada (Bauman, 2000)- se ordenó socialmente en
torno al trabajo remunerado, estructurado este a partir de un capitalismo
industrial y bajo un régimen de acumulación de tipo fordista-taylorista (Castel,
2010).

En las sociedades salariales, el trabajo remunerado no sólo era la


principal forma de integración social, sino que además era el articulador
fundamental de identidades colectivas y derechos sociales (Castel 1997;
2010). Es por esta razón que el orden de género que establecía la división
entre el trabajo como esfera “masculina” y la familia como esfera “femenina”
o “materna” produjo, en términos generales, expectativas y trayectos
biográficos diversos para hombres y mujeres (Godoy & Stecher, 2008;
PNUD, 2009). Como señala por su parte Axel Honneth, dada esta
identificación que se produjo en estas sociedades entre trabajo y ciudadanía,
la división sexual del trabajo no sólo implicó la separación de facto de roles
socio-laborales, sino el que las mujeres viesen limitadas sus posibilidades de
acceso y ejercicios a derechos, dada la supeditación que mantenían frente al
rol de proveedor de los hombres (Honneth, 2006 b).

El orden normativo de la sociedad salarial fue apoyado, por un lado, por


el Estado, mediante la emergencia de sistemas de protección sociales, los
cuales posibilitaron la dedicación masiva de los hombres a los empleos
remunerados y por otro, por la diseminación de discursos y prácticas tanto
morales como científicas que, a la par de invisibilizar el trabajo femenino en
la esfera productiva, valoraban, no obstante, la importancia del rol materno
de crianza y de cuidado para la colectividad, presentándola como una
función de carácter cuasi natural adscrita a “lo femenino” (Calquín, 2013;
Castel, 1997; Mauro, Godoy & Díaz, 2009; PNUD, 2009; Valdés, 2007).

Sin embargo, tal como fue señalado, la presencia femenina en el trabajo


productivo se mantuvo constante en la sociedad salarial, no obstante

22
existiesen importantes diferencias sociales y de clase en cuanto a los grados
de acceso a trabajos más formales, co-existiendo, por ejemplo, movimientos
de mujeres obreras con el de trabajadoras altamente precarizadas que
laboraban fuera de todo tipo de contrato salarial, como las comentadas
lavanderas o mujeres dedicadas al servicio doméstico (Salazar & Pinto,
1999; Zárate & Godoy, 2005).

Es sólo mediante los cambios socio-históricos que han experimentado


las sociedades en los últimos cuarenta años que se han visto modificados
tanto el número como la permanencia de las trabajadoras mujeres en el
ámbito productivo, lo cual ha desafiado los roles tradicionales de género
heredados de aquella época.

1.1.2 Las grandes transformaciones de las sociedades y del trabajo


contemporáneo

Tal como ha sido ampliamente documentado en la literatura de las


ciencias sociales (Antunes, 2001; Battistini, 2004; Coriat, 2000; De la Garza,
2000; Gorz, 1995; Harley, 1998; Ramos, 2009; Stecher, 2014), desde los
años setenta del siglo XX, se han producido grandes mutaciones socio-
históricas dentro del sistema-mundo capitalista, tanto en sus dimensiones
estructurales, como societales y en sus bases tecno-científicas, las cuales
han implicado, asimismo, una profunda alteración de los sentidos y el estatus
que mantuvo tradicionalmente el trabajo durante la modernidad en cuanto
fuente de integración social y práctica definitoria de la propia identidad
(Bauman, 2000; Castel, 2010; Dubar, 2002; Medá, 1998; Sennett, 2006;
Wallerstein, 2006).

Esta gran transformación socio-histórica se puede desglosar en tres


grandes ejes de análisis interconectados. Un primer gran eje corresponde al
cambio epocal de la propia modernidad –ya sea, de acuerdo a la versión

23
de algunos autores, el paso de sociedades de modernidad “media” hacia
sociedades de modernidad “tardía” (Beck, 2006; Giddens, 2001), el fin de la
sociedad salarial (Castel, 2010) o hacia conformaciones “postmodernas”
(Hervey, 1998)- que se ha traducido, en términos concretos, en el tránsito
desde las paradigmáticas sociedades estado-céntricas del siglo XX, de fuerte
regulación keynesiana, intercambio mercantil acotado y de pleno empleo –
por lo menos durante los denominados “treinta gloriosos” en el primer mundo
(1940-1970)- a sociedades de un creciente desregulación neoliberal de la
economía, junto a una mundialización de la producción y el intercambio y una
transformación del mercado laboral, el cual se ha vuelto cada vez más
“dualista”, es decir, signado por un creciente índice de desempleo estructural
y un aumento de formas precarizadas de integración social (Antunes, 2001;
Beck, 2006; Borón, 1999; Castel, 1998; 2010; Castells, 1997; Harvey, 1998;
Stecher, 2014).

Como segundo eje de análisis, ahora dentro del ámbito estricto del
mundo del trabajo, se ha producido una transformación global en las
lógicas de acumulación capitalista, o en lo que diversos autores
denominan como “paradigmas tecno-socio-productivos” o simplemente como
paradigmas productivos. Éstos corresponden a ensamblajes, más o menos
coherentes, de elementos tecnológicos, administrativos, gerenciales y
relativos a las relaciones laborales, que dan cuenta de una forma de dirigir
los procesos productivos dentro de un ámbito o área laboral (Stecher, 2014).

El constructo de paradigmas tecno-socio-productivos es un recurso


analítico que pretende, por un lado, dar cuenta de las formas complejas de
organización del trabajo en un determinado nivel o sector laboral, como por
otro lado referir, ahora en un nivel más macro, tanto al modo imperante de
organización de trabajo en la sociedad capitalista -modo o régimen de
acumulación- como a sus transformaciones -el paso de un paradigma
productivo a otro-. De este modo, este constructo ha permitido a los analistas

24
dar cuenta de las transformaciones globales acaecidas en el mundo del
trabajo dadas por el paso desde un paradigma tecno-socio-productivo
taylorista-fordista, hegemónico de la modernidad industrial o “sólida”, hacia
un paradigma postfordista o flexible, propio ahora de la época de la
modernidad tardía, “líquida” o del actual capitalismo en red de regulación
neoliberal (Antunes, 2001; Bauman, 2005; Castel, 2010; Coriat, 2000;
Harvey, 1998; Stecher, 2014).

El paradigma productivo flexible o postfordista, que se perfila desde la


década de los setenta, se basa, en primer término, de la mano del uso
masivo de tecnologías informáticas, en una nueva forma de gerenciamiento
de las empresas, en las cuales se empieza a operar un poder
descentralizado, que implica, asimismo, un aplanamiento de los niveles
jerárquicos y la creciente predominancia de los trabajos acotados, tipo
proyectos, reduciendo al personal al mínimo requerido para el
funcionamiento de sus cadenas de valor (Pucheu, 2014; Stecher, 2014). Esto
ha permitido que los centros productivos puedan operar de forma
deslocalizada y que sean coordinados de forma remota en red, lo cual,
asimismo, vehiculizó desde los años ochenta un aumento exponencial de la
productividad luego del declive de la hegemonía del paradigma fordista, al
poder configurar una producción orientada a la oferta, con la consiguiente
creación de nichos cada vez más diversificados de mercado de consumo
(Castells, 1997; Coriat, 2000; Gorz, 1995; Harvey, 1998; Ramos, 2009).

En segundo término, el paradigma postfordista ha utilizado –dicho en


términos marxistas- como formas de generación de plus valía relativa,
diversas formas de gestión “flexible”, que, típicamente, implican todas las
estrategias de las empresas de reajuste de sus recursos humanos a las
variabilidades del entorno, enfrentando disminuciones bruscas de la

25
demanda o reduciendo los costos fijos de las empresas (Soto, Espinoza &
Gómez, 2008; Pérez, 2001; Stecher, 2014)2.

Las formas de gestión flexibles, como las derivadas de las prácticas just-
in-time, el principio del mejoramiento continuo o “Kaizen” o similares
adaptados de los formatos del “toyotismo” japonés u otros, han hecho que se
reduzcan los tiempos de producción. No obstante, también esto ha
provocado una intensificación general del trabajo a nivel global, saturando los
tiempos de las personas y los equipos en los escenarios laborales y extra-
laborales (Morini, 2014; Ramos, 2009).

Estos cambios generales en el modo de acumulación capitalista


conllevaron, a nivel ahora geo-político, una desindustrialización de la fuerza
de trabajo de los países desarrollados, con un recíproco aumento del
mercado laboral en los sectores terciarios o de servicios (Antunes, 2001;
Harvey, 1998). Esta mutación cuantitativa y cualitativa en la economía, en
consonancia con las transformaciones en los paradigmas de producción, ha
sido tematizada bajo diversas denominaciones, tales como “post-obrerismo”,

2
Siguiendo a Soto, Espinoza & Gómez, se puede caracterizar a las estrategias de flexibilidad laboral
de acuerdo a dos dimensiones fundamentales, a saber: si se da en relación a recursos cuantitativos o
cualitativos o si se hace en relación a recursos internos de la empresa o recursos del entorno. En
relación a ello, puede hablarse de cuatro formas de flexibilidad:

Flexibilidad numérica o financiera (cuantitativa/interna), la cual se centra en modificar las variables


cuantitativas de la relación laboral –principalmente su dimensión temporal- sin transformar el marco
jurídico propuesto del contrato a plazo fijo. Ejemplos: contratos a tiempo parcial, horas
suplementarias, turnos de trabajo, etcétera.
Flexibilidad numérica o contractual (cualitativa/externa) Se focaliza en el volumen y en la naturaleza
de los estatus de empleo movilizados en el intercambio salarial, es decir, se contemplan formas
contractuales que derogan el contrato indefinido: contratos a plazo fijo, de carácter temporal, empleos
subvencionados, empleo estacional –asociada a la precarización del vínculo salarial-.
Flexibilidad productiva o geográfica (Cualitativa/externa) se refiere a la modificación de los sistemas
productivos que transforma la organización inicial de la relación salarial a través de estrategias de
subcontratación, externalización y recursos de trabajo independiente.
Flexibilidad funcional u organizacional (cualitativa/interna) designa todas las prácticas que modifican
una o varias partes de las dimensiones organizacionales, ejemplo: autonomía y enriquecimiento del
trabajo, polivalencia, trabajo en equipo, en red –tipo de flexibilidad asociada a las constelaciones más
virtuosas de ésta, en la literatura especializada, pero que, en otros trabajos recientes, ha sido vista bajo
una creciente ambigüedad por las situaciones por ésta generadas.

26
auge del “trabajo inmaterial”, entre otras (Lazzaratto & Negri, 2001; Morini,
2014).

Junto con lo anterior, también se produjo un cambio en los modos


generales de cualificación de los trabajadores. En términos absolutos, se ha
producido una mayor calificación de la mano de obra laboral para que ésta
funcionase en un entorno flexible de trabajo, lo cual produjo, como reverso
de esta situación, que se fuese produciendo una rápida obsolescencia de las
capacidades, las cuales, ahora, son vistas como posesiones exclusivas de
un trabajador, y por tanto, éste se vuelve el principal responsable por su
“cultivo” (Dubar, 2002; Offle, 1997; Sennett, 2006; Sisto, 2012).

Además de lo referido, se asiste actualmente al declive de los referentes


colectivos de sentido al interior del mundo del trabajo, tales como los
sindicatos o las grandes identidades profesionales, e incluso un relativo
descentramiento de éste como núcleo de definición de las identidades
sociales, entrando en competencia con otras formas de sociabilidad, tales
como las establecidas por el consumo (Araujo & Martuccelli, 2012; Bauman,
1991; 2005; Castel, 2010; Dubar, 2002; Ramos, 2009).

Ahora, puntualmente con respecto al sector terciario de servicios (tratado


con mayor detalle en el apartado teórico que referirá a la industria del retail y
al supermercadismo en Chile), éste ha tenido un profundo auge en los
últimos treinta años, lo cual ha aparejado la creciente profesionalización de
su fuerza de trabajo, así como una mayor especificación de las competencias
laborales que lo diferencian de otros rubros. De ello da testimonio la
relevancia actual de la economía de los servicios, así como el respectivo
auge de la figura del consumidor, quien cada vez está más envuelto
directamente en los procesos productivos y de distribución de bienes y
servicios (Bolstanski & Chiappello, 2002). Además de lo anterior, desde la
teoría organizacional han surgido nuevos constructos para dar cuenta de las

27
condiciones particulares del trabajo de servicios, tales como el de “trabajo
emocional”, que implica todos los casos de regulación de emociones que
deben ejercer los trabajadores para fines organizacionales, en particular,
frente a clientes en contextos de atención directa (Leidner, 1999; Martínez
Íñigo, 2001). Cabe agregar que el trabajo emocional, en cuanto corresponde
a una estrategia desplegada por las empresas, puede verse también como
una innovación para optimizar el trabajo y por tanto como un tipo de
flexibilidad funcional -en particular a una funcional, como la descripta en la
anterior nota al pie de página- (Stecher, 2014).

Como último gran eje de análisis, que se hibridan a los cambios socio-
estructurales y los cambios internos en las lógicas del trabajo, se deben
mencionar las mutaciones en los marcos culturales e institucionales,
referidas ahora a la radicalización de los procesos sociales de individuación,
entendida esta última como un proceso de producción y socialización de
sujetos, típica de la época de la modernidad tardía, en la cual los individuos
se encuentran menos vinculados a lazos comunitarios o institucionales
estables, lo cual redunda en que éstos construyen sus biografías de forma
cada vez más reflexivas, dando lugar a trayectorias vitales cada vez más
particularizadas y sujetas a constantes reconstrucciones, todo ello con la
consecuente obsolescencia de los grandes referentes modernos de
identidad, tales como la familia, sindicatos o el propia centralidad que tuvo
trabajo en la sociedad salarial (Araujo & Martuccelli, 2012; Beck, 2006;
Bauman, 2005; Dubar, 2002; Giddens, 2001; Jorquera, 2012; Honneth, 2009;
Lenkowicz, Cantarelli, Grupo 12, 2003; Stecher, 2014).

Como un acápite a lo sostenido en este párrafo, se hará referencia a un


constructo teórico más que será relevante para el análisis ulterior de la
presente investigación, junto con las concepciones de flexibilidad
organizacional y paradigmas productivos, que corresponde al concepto de
escenario laboral.

28
El concepto de “escenario laboral” es una herramienta analítica que
permite concretizar a una realidad local o un sector productivo particular las
formas en que se mixturan diversos elementos estructurantes de un
paradigma productivo u otro. Así, por escenario laboral se entenderá un tipo
de locación particular o situación de trabajo, en este caso, las tiendas de los
grandes supermercados en la región metropolitana de Santiago y de manera
más específica, el puesto de cajero dentro de éstos (Soto, 2014; Stecher,
2014).

Dentro de la industria del gran retail en general, los escenarios laborales


–además de los supermercados, por ejemplo, consideran, entre otros, los
departamentos de las grandes tiendas, o los locales de mejoramiento del
hogar- presentan lógicas combinadas de distintos paradigmas productivos,
tales como formas taylorizadas de manejar el trabajo, dadas por la definición
estricta de tareas y de cadenas de mando, junto a lógicas de control
“flexibles”, tales como las de tipo numérica –relativa a la gestión del volumen
de empleados, por medio de estrategias de ajustes de jornadas laborales,
establecimiento de jornadas de tipo part-time y peak-time, establecimiento de
turnos irregulares, etcétera.-, y las de tipo funcional o “cualitativa” -tales como
el enriquecimiento de funciones, la polifuncionalidad, la implementación de
estrategias de productividad, entre otras (Godoy & Stecher, 2008; Stecher,
2011; 2013; 2014).

Se brindará una descripción más acabada del escenario laboral de los


supermercados en el apartado correspondiente (ver supra, pág. 92).

1.1.3 El orden de género y el mundo del trabajo en las sociedades


contemporáneas

29
En el contexto de las grandes mutaciones socio-históricas acaecidas en
las esferas societales y del trabajo anteriormente referidas, el contrato
normativo de género de la sociedad salarial se ha visto parcialmente
modificado, aunque se siguen manteniendo algunas de sus principales
características, es decir, se han producido grandes mutaciones culturales
que tienen, no obstante, un valor aún ambiguo en orden de permitir una
mayor autonomía femenina en la esfera productiva.

De forma esquemática, los principales elementos que han sido


modificados en el orden de género de las sociedades contemporáneas son
los siguientes:

En primer término, desde finales del siglo XX se comienza a producir


una creciente feminización numérica del ámbito del trabajo
productivo-remunerado, que también ha implicado una mayor
permanencia de las mujeres en esta esfera. Este hecho se debe a una
multiplicidad de factores: el aumento de hogares de jefatura femenina;
la necesidad, por parte de las mujeres, de contar con ingresos extra
para mantener sus hogares; el retraso de la maternidad; los mayores
niveles de escolaridad femeninos, junto con el desarrollo de la
conciencia pública de los derechos de la mujeres, los cambios
normativo-culturales debidos a la radicalización de los procesos de
individuación, entre otros factores (Díaz, Godoy & Stecher, 2005;
PNUD; 2010; Sharim, 2005; Wainerman, 2003).

En el ámbito laboral, la diversificación flexible del trabajo, de forma


concordante a la reestructuración del mercado de trabajo hacia el
sector terciario, también posibilitaron una mayor participación de las
mujeres en el ámbito productivo, la cual se ha concentrado
fundamentalmente en los sectores del comercio, la educación y los
servicios (Godoy & Stecher, 2008; PNUD; 2010).

30
Esta feminización, como han mostrado diversos autores, ha implicado,
en la práctica, un fenómeno de segregación laboral, esto es, que la
presencia femenina en el trabajo productivo se ha concentrado en
rubros de poca valoración sociales, tales como la educación, los
servicios y el comercio, en los cuales se vehiculizan, asimismo,
tradicionales estereotipos de género asociados a la enseñanza o el
servicio vistos como actividades inherentemente “femeninas”,
fenómeno que también se conoce como “discriminación horizontal” en
el trabajo (Alós, 2008; Bregas, Durán & Sáez, 2015; Gómez, 2001;
PNUD, 2010; Salazar & Pinto, 1999; Wainermar, 2003).

En segundo lugar, debido a la mencionada intensificación de los


procesos de individuación social y el auge de los discursos feministas
en los años setenta, se produjo una resignificación de la esfera del
trabajo productivo como un campo de realización personal
femenina. Esto quiere decir que para las mujeres el trabajo
remunerado se volvió un ámbito en donde se jugaban los derechos, el
reconocimiento y su identidad social de forma cada vez más creciente,
lo cual debilitó el espacio del “hogar” o la familia como su único
referente de identitario (Godoy & Stecher, 2008).

No obstante, debe acotarse que la individuación en el caso de las


mujeres no sólo pasa por el acceso masivo al trabajo, ya que el poner
a los otros como referentes de una biografía construida
individualmente puede considerarse también una forma de
individualización. Así, hay mujeres que deciden dedicar su tiempo al
cuidado de otros, y hay mujeres que deciden centrar en sí mismas su
proyecto de construcción biográfica, renunciando a la maternidad o
postergándola. La separación producida entre sexualidad y
reproducción –vehiculizada además por la masificación de los

31
dispositivos anticonceptivos-, les ha permitido a las mujeres inclinarse
y, al menos hasta cierto punto, optar por una u otra alternativa (PNUD,
2009).

Debido a esto, en tercer lugar, también los roles masculinos


respecto a las relaciones trabajo-familia, y en particular, la esfera
de los cuidados se han visto modificados, en parte por los cambios
referidos en los puntos anteriores, como por la periclitación de las
formas tradicionales de empleo y trayectorias laborales constantes
(Araujo & Martuccelli, 2012; Sennett, 2006; Sharim, 2005). De esta
forma, los hombres no sólo comparten con las mujeres los roles de
sustento familiar, sino que crecientemente también las labores de
cuidado de sus proles (Sharim, 2005; Valdés, 2007).

Sin embargo, finalmente, en cuarto lugar, siguen perviviendo


diversos aspectos del orden de género tradicional, sobre todo en
los sectores más populares de la sociedad, ya que las mujeres
siguen experimentando el mayor peso social de los contratos de
género tradicionales, que aún se mantienen vigentes en las
sociedades contemporáneas (Díaz, Godoy & Stecher, 2005; Godoy &
Stecher, 2008; Morini, 2014; Todaro & Yáñez, 2004).

Respecto a este punto es relevante acotar que, a pesar de que se


haya producido, en efecto, un deterioro del pacto socio-simbólico de
género que había prosperado durante la época de la sociedad salarial,
ello no ha implicado que éste orden socio-simbólico haya sido
superado completamente, puesto que ahora inclusive se espera de
algún modo que las mujeres desarrollen actividades remuneradas
fuera de los hogares. Sin embargo, ello no hace que se aliviane su
carga de trabajo doméstico, configurándose socialmente lo que
diversos autores denominan como la problemática de la “doble
presencia” de la mujer, es decir, la imposición de un criterio de
32
cumplimiento optimo hacia las mujeres, tanto en el trabajo
remunerado como en el de reproducción al interior de sus familias
(Guadarrama, 2008; Todaro & Yañez, 2004; Torns, 2011).

Estos puntos sintetizan los mayores cambios que ha implicado la


feminización del ámbito productivo en relación también con la propia
transformación del mundo del trabajo contemporáneo, en una suerte de
síntesis de todos los puntos anteriores de este apartado teórico

En la siguiente subsección, se situará la discusión entre elementos de


género y transformaciones del trabajo para el caso chileno.

1.2 Mujeres y trabajo en el Chile actual

En este segundo apartado de la primera parte del marco teórico, se hará


una presentación de las principales coordenadas conceptuales y de contexto
que permitan comprender las condiciones del trabajo remunerado femenino
en el país en los últimos veinte años.

Para llevar a cabo lo anteriormente señalado, se establecerán dos


elementos de contexto del trabajo femenino en Chile, de forma análoga a
cómo se operó en el apartado anterior, presentando, en primer lugar, un
elemento de contexto normativo-cultural y a continuación, uno socio-
estructural, a saber: las formas de sociabilidad de género presentes en
nuestro contexto cultural y el modo particular en que se dio la modernización
del trabajo en el país, respectivamente. En base estos dos antecedentes,
finalmente, se mapeará mínimamente las condiciones actuales del trabajo
femenino en Chile.

33
1.2.1 Las formas de sociabilidad de género en América Latina y en Chile

Para comprender la fisonomía del trabajo femenino en el Chile


contemporáneo, no sólo se debe atender a las mutaciones globales
producidas a nivel socio-estructural en la esfera productiva, sino a las
condiciones normativas y culturales que han mediatizado dichas
transformaciones, operando con ello un ejercicio análogo a lo realizado en el
apartado teórico anterior, en el sentido de que se mostró cómo las pautas de
género se vieron afectadas por la emergencia de la sociedad salarial y el
capitalismo industrial, para luego verse nuevamente conmovidas por la
emergencia de una nueva fase de la modernidad y un nuevo capitalismo de
corte neoliberal.

Siguiendo este precepto, se hablará aquí de “formas de sociabilidad de


género” para aludir a las particulares configuraciones del orden de género,
en tanto pautas de relaciones, que han imperado en el contexto
latinoamericano y en a nivel de la cultura nacional, los cuales definen modos
diversificados de conexión entre las esferas productivas y reproductivas
sociales, además de diversas formas de lazo, complicidad, poder y dominio
entre hombres y mujeres3. Estas formas de sociabilidad perviven en los
mundos del trabajo contemporáneos, mixturándose, como se verá a
continuación, tanto con estructuras de clase como con las particulares
condiciones del trabajo que emergen de las transformaciones modernizantes

3
Para construir este concepto particular de formas de sociabilidad de género, se ha considerado tanto
la noción del género como una forma de relación normada entre hombres y mujeres, presente en
Oyarzún et al. (2006), como la idea más general de Durkheim sobre la “solidaridad”, en tanto
conformación general del lazo social imperante tanto en una época de la modernidad, como un modo
de comprensión de cambio de la propia época moderna -desde la menor diferenciación de los agentes
sociales, hacia la mayor individuación presente los las formas de lazo más “orgánicas”-, así como
también a la diferenciación, de raigambre foucaultiana, entre formas de poder “soberanas”,
disciplinarias y gubernamentales. Para una introducción a la noción Durkheimiana, véase Avendaño,
O.; Canales, M. & Atria, R. (2012). Sociología. Introducción a los clásicos. Santiago: Lom ediciones.
Por su parte, para una visión panorámica de la concepción de Foucault sobre las formas de poder
social, revisar Castro-Gómez, S. (2010). Historia de la gubernamentalidad. Razón de Estado,
liberalismo y neoliberalismo en Michel Foucault. Bogotá: Siglo del hombre editores.

34
del mundo del trabajo en Chile, configurando un particular escenario para las
formas de reconocimiento laborales para las mujeres.

Es importante acotar que, si bien pueden identificarse tendencias


generales, no existe un patrón único de relaciones de género actuante en un
entorno socio-cultural, lo cual debe prevenirnos, tal como señalan Salazar &
Pinto (1999), de identificar al género como una especie de constante
atemporal que opera a espaldas tanto de la acción situada del Estado y el
mercado, como de los propios actores y actrices sociales.

Premunidos de este resguardo teórico, se pueden identificar grosso


modo tres grandes formas de sociabilidad de género, que han sido
hegemónicos en distintos periodos en América Latina y de forma particular
en Chile, pero que, sin embargo, aún, incluso los más arcanos, se mantienen
como una especie de trasfondo cultural en la sociedad y en los mundos del
trabajo contemporáneos. Ello, puesto que, como se verá a continuación,
estos modos de sociabilidad se construyen siempre en relación con los
modos de producción hegemónicos en la sociedad en un momento
determinado, por lo que, en términos estrictos, estos modos de sociabilidad
son siempre, además de género, de clase.

En primer término, se puede hablar de un patrón de relaciones de género


que podría denominarse “patriarcal-hacendal”, surgido desde la mixtura de
las culturas de género indígenas con las pautas culturales de la cultura
hispánica heredadas de la época colonial, el cual se caracterizó por el
establecimiento de relaciones asimétricas y autoritarias de sumisión de las
mujeres hacia los hombres, bajo un influjo pre-moderno y que habría
sobrevivido a los diversos giros modernizadores de las sociedades
latinoamericanas (Bengoa, 2006; Oyarzun et al., 2006).

35
Al respecto, siguiendo los análisis antropológicos de José Bengoa, puede
señalarse que los modos patriarcales de relaciones de género, que
traspasan por igual las esferas pública y privada de la sociedad, tienen su
modelo –y que en el caso chileno inclusive habrían impregnado al propio
Estado- en las haciendas latinoamericanas que existieron desde el siglo XVII
hasta entrado el siglo XX. Estas, vistas tanto como realidades empíricas
como un orden normativo, fueron el arquetipo desde el cual se conformaron
una de las formas de sociabilidad de géneros preponderante hasta el día de
hoy en nuestra cultura, al construir una estructura de poder que no sólo
traspasaba las esfera del trabajo productivo y privado, sino también
conjugaba el dominio de clases con el de género (Bengoa, 1996).

El dominio ejercido en las haciendas se personificó en la figura del


patrón, el cual era tanto señor como el padre y amante de mujeres, de tal
manera de que la subordinación dentro de este entorno cultural siempre tuvo
ribetes sexuales (Bengoa, 2006).

Sin embargo, así como se configuró un modelo “patriarcal-hacendatario”


de poder masculino centralizador, también paralelamente se estableció un
modelo femenino de sociabilidad ligado a la horizontalidad y al intercambio
de saberes y prácticas al interior de los espacios del hogar (Bengoa, 1996).
Podría señalarse que dicho modelo horizontal ha sobrevivido en las formas
solidarias de acción popular, por ejemplo, en la figura de las pobladoras,
resurgente tras la fragmentación social sufrida tras la dictadura militar
(Salazar & Pinto, 1999).

Además del modelo patriarcal y de sociabilidades horizontales femeninas


de relaciones de género, se puede identificar un modelo “capitalista”, es decir
la forma local del contrato de género propio de las sociedades europeas de
capitalismo industrial. Esta forma de sociabilidad de género habría surgido
superestructuramente del impulso modernizador de los nacientes Estados

36
latinoamericanos, imbuidos éstos por las tendencias “civilizatorias” y
homogeneizantes del pensamiento ilustrado. Estas acciones modernizantes
habrían impuesto paulatinamente a los heterogéneos grupos humanos y
comunidades del subcontinente, el ideario de la familia nuclear y la división
sexual moderna del trabajo, conformando una realidad análoga a la
alcanzada en las sociedades salariales europeas (Bengoa, 2006;
Domingues, 2009; Godoy, Stecher, Toro, Díaz, 2014).

A pesar de sus similitudes superficiales, los modelos hacendal con el


capitalista muestran una diferencia análoga a la que establece Foucault entre
los regímenes de gobierno soberanos y los disciplinarios: mientras que los
modos de sociabilidad hacendales descansan en un dominio situado
finalmente en una figura concreta, como son en estos casos diversos tipos
de “patronaje”, y por tanto pueden asociarse a lo que el autor ha denominado
como formas de poder soberano, la sociabilidad capitalista más bien implica
un modo de control basado en disciplinas impersonales; si se piensa en que
precisamente este cambio en la esfera de dominio es el que está implicado
desde el cambio de una economía pre-capitalista a una basada en un trabajo
más salarial, puede justificarse hacer esta distinción (Foucault, 2007).

No obstante, se debe acotar que el modelo de las sociedades salariales,


con su consiguiente modo de contrato de género, siempre tuvo una
presencia acotada en Latinoamérica y en Chile. Ello en virtud de que las
mujeres en Latinoamérica –sobre todo en los estratos populares- han tenido
que insertarse informalmente en los mercados laborales, condición que
siempre fue agravada en el marco cultural latinoamericano de hogares
monoparentales y de padres ausentes (Montecinos, 2014; Zárate & Godoy,
2005).

Finalmente, los modelos de sociabilidad de género “patriarcal-hacendal”


y “capitalista” se han visto desafiados por un nuevo tipo de sociabilidad de

37
género que se impone actualmente en las sociedades tardo-modernas
contemporáneas, el cual se caracteriza, tal como ya se señaló, por la
radicalización de los procesos de individuación.

De esta forma, en Chile también se han modificado las divisiones de


roles entre hombres y mujeres, así como las formas “típicas” de trabajo y
familia modernos. Sin embargo, nuevamente se debe enfatizar la clave
precarizada de las formas de individuación –o “por defecto”, como la
denomina Robert Castel- que impregnan los procesos modernizantes en el
subcontinente, las cuales afectan de forma particular a las mujeres (Castel,
2010; PNUD, 2009; Robles, 1999).

Además de lo anterior, se debe reiterar la pervivencia y las mixturas de


los diversos modelos de sociabilidad en la sociedad chilena actual, lo cual
vuelve complejo una lectura única de los cambios en el mundo del trabajo
para las mujeres, ya que pueden combinarse, en un mismo rubro, diversas
formas de sociabilidad y pautas de género (PNUD, 2009).

Ahora, para comprender cómo las pautas de sociabilidad de género


tradicionales (“Patronal”, “capitalista”) y está última que puede denominarse
“individualizada” pueden converger en los escenarios laborales actuales, y en
especial en los más modernizados del mundo del trabajo en el país, es
necesario comprender el modo y las condiciones particulares en las cuales
advinieron las innovaciones en gestión en las empresas chilenas en las
últimas décadas.

1.2.2 La Modernización postfordista en Chile

Las comentadas grandes transformaciones generales en el mundo del


trabajo también tuvieron lugar en América Latina, no obstante éstas se han

38
visto moduladas de acuerdo a las condiciones particulares de nuestro
contexto socio-geográfico y político (Domingues, 2009).

Para el caso particular de Chile, Ramos (2009) afirma que tras el retorno
a la democracia, los grandes rubros del país se modernizaron bajo el
régimen legal e institucional heredado de la dictadura, en particular, en
cuanto al rol subsidiario del Estado en la economía y el marco jurídico de
relaciones laborales.

Durante dictadura cívico-militar chilena, como es sabido, se


implementaron diversas reformas tanto al aparato productivo como a los
marcos estatales de la economía. La progresiva “neoliberalización” de la
economía, fue un proceso paulatino que se produjo luego de diversas crisis,
primero la de 1975 y luego la de 1982. Esta última, de mayor gravedad,
conllevó la intervención estatal en el sistema financiero, la venta de
empresas estatales e inclusive la desaparición de grupo económicos
tradicionales, como los Cruzat-Larraín y Vial, los mayores de aquella época
(Salazar & Pinto, 2002; Pucheu, 2016).

A partir de aquella coyuntura, se comienza a afianzar el marco socio-


jurídico-económico que se mantendría sin grandes variaciones hasta el día
de hoy en Chile, en particular con respecto a las relaciones entre capital y
trabajo. Ello se ha traducido en el control casi total por parte de las
empresas, vía estrategias de flexibilización, de las relaciones laborales,
conllevado esto la despotenciación y la disminución de las capacidades de
negociación colectiva de los trabajadores. Todo ello, finalmente, ha
precipitado en una creciente descolectivización de la masa laboral en su
conjunto (Araujo, 2014; Salazar & Pinto, 2002; Ramos, 2009; Soto, Espinoza
& Gómez, 2008).

39
En síntesis, todos estos elementos combinados permiten afirmar que,
merced a algunas reformas acotadas de los últimos años, en términos
generales, la modernización de las grandes empresas en Chile, si bien ha
sido eficiente a niveles macroeconómicos, se afianzó, bajo modelos que han
resultado en general perjudiciales para los trabajadores (Ramos, 1999;
Narbona, 2012).

1.2.3 El trabajo femenino en el Chile actual

En este último sub-apartado, se presentará una panorámica sobre las


condiciones del trabajo remunerado de las mujeres en Chile, en particular en
el sector de los servicios.

Bajo las condiciones anteriormente referidas de modernización de las


grandes empresas del país, desde los años noventa se ha producido una
masiva y permanente entrada de las mujeres al ámbito del trabajo formal y
remunerado (OIT, 2013; PNUD; 2010; INE; 2015; Godoy & Stecher, 2008).

No obstante, para el caso de Latinoamérica y Chile, este mayor nivel de


participación femenina en el trabajo productivo, se ha visto acompañado de
una redistribución de los roles de trabajos de cuidado entre hombres y
mujeres más lenta y compleja, debido no sólo a la mantención más férrea de
pautas socioculturales tradicionales de género, sino por dinámicas propias
del desarrollo de los mundos del trabajo en esta área socio-geográfica (Alós,
2008; Salazar & Pinto, 2002; Stecher, 2014).

En el caso particular de nuestro país, si bien desde el retorno a


democracia ha aumentado la participación femenina en el mercado laboral,
llegando desde el 30% en 1982, a un record histórico en el 2014 de un 45%
con respecto al total de la población de mujeres en edad de trabajar, ésta
sigue estando por debajo de la media en Latinoamérica. Incluso, de acuerdo

40
a diversos datos de organismos públicos, ésta, al año 2015, se mantiene en
un 48% con respecto a dicho porcentaje de mujeres en edad de trabajar
(Brega, Durán & Sáez, 2015; INE, 2015; Mauro, Godoy & Diaz, 2009).

Si se desglosa el porcentaje de la población femenina activa, se


encuentra que la mayor cantidad de mujeres trabajando se concentra en el
sector terciario de la economía, en particular tanto en los trabajos no
calificados como en el sector de trabajadores formales de servicios -26,4% y
24,0% con respecto al total de mujeres activas- (Bregas, Durán & Sáez,
2015; INE, 2015). Dentro del sector de los servicios, se destaca la
participación femenina en la enseñanza y en el rubro comercial, la cual,
respecto al total de trabajadores del sector llega, de acuerdo a datos de la
última encuesta de empleo del 2013, a un 69% (Brega, Durán & Sáez, 2015;
Fundación Sol, 2013; INE, 2015).

Gráfico Nº 1: Distribución de ocupaciones de las mujeres trabajadoras en Chile

Poder ejecutivo, legislativo,


judicial
1,3 1,5 0,1 1,7
Técnicos y profesionales nivel
12,3 medio
13,8
Trabajadores de los servicios
13,4
24 Trabajadores no calificados
5,5
Oficiales, operativos y
26,4 artesanos.
Profesionales, científicos,
intelectuales
Empleados de oficina

Fuente: Bregas, Durán & Sáez (2015), efectuado en base a micro-datos de la Encuesta
Nacional de Empleo, Dic 2014/Ene 2015.

41
Los rubros laborales anteriormente referidos en los cuales se concentra
la mayor participación femenina en el mercado laboral -sin contar el trabajo
de tipo informal- concentran también por lo general a los trabajos de menor
prestigio social y remuneraciones, división que también es de género, por lo
cual puede hablarse, tal como ya ha sido señalado anteriormente, de una
segregación sexual o discriminación horizontal en el ámbito laboral, sobre
todo en mujeres con menores recursos (Alós, 2008; Brega, Durán & Sáez,
2015; INE, 2015; PNUD, 2010; Wainerman, 2003).

Si se repara ahora específicamente en los niveles de salario, se observa


que, si bien tanto hombres y mujeres tienen que lidear con el bajo valor del
trabajo en Chile, en el caso femenino, además se observan diversas brechas
de remuneración, las cuales aumentan, curiosamente, en los sectores más
dinámicos de la economía. De este modo, de acuerdo a datos de la encuesta
CASEN del 2013, el 50% de las mujeres en Chile gana menos de $221.000
líquidos, mostrando, precisamente el sector del comercio por mayor y menor,
un promedio de salario femenino de $239.907, uno de los más bajos para
todos los rubros de la economía (Brega, Durán & Sáez, 2015).

El fenómeno general de la brecha entre salario masculino y femenino ha


sido “justificado”, tanto por empleadores como por los propios trabajadores,
desde la concepción cultural que sostiene que el salario femenino
corresponde a un “segundo salario” y que por tanto se justifica que sea
menor al que reciben los hombres por la misma labor (INE, 2015; PNUD;
2010).

Finalmente, en cuanto a la gran industria del retail en particular, se puede


apreciar, tal como fue señalado anteriormente, la mayoritaria presencia
femenina en el rubro, tal como se desprenden de últimas memorias
corporativas de los principales competidores del sector. De esta forma,
mientras que en la Memoria Corporativa de Walmart, se afirma que la fuerza

42
de trabajo femenina corresponde a un 57% dentro de un universo de trabajo
de 49.059 “colaboradores”, Cencosud, a través de sus distintas plataformas
de negocios, muestra una dotación de un 51,6 % dentro de un universo de
61.635 trabajadores en Chile (Cencosud, 2016; Walmart Chile, 2016). Sólo
en el holding de Falabella, su dotación de operarias alcanza un 45,9% de un
total en Chile de 106.094 trabajadores (Falabella, 2014).

Las cifras entregadas refuerzan la apreciación de diversos autores con


respecto tanto a la mayor presencia femenina en el mercado laboral del
sector de servicios. Asimismo, se debe considerar cómo la feminización de
este rubro coincide con que en dicho sector económico se presenten
diferencias de estatus, salario y segmentación con respecto a los hombres
ocupados laboralmente en el país (Brega, Durán & Sáez, 2015; Fundación
Sol, 2013; INE, 2015).

2. Trabajo, teoría crítica y reconocimiento

Este apartado tiene por objetivo ofrecer una visión panorámica de la


teoría crítica de Axel Honneth y en particular de su teoría del reconocimiento
en sus diversos aspectos, discutiéndola tanto de forma interna como
externamente, desde la mirada de otros autores.

En un primer apartado, se mostrará como el giro recognoscitivo que


Honneth imprimió a la teoría crítica se posiciona con respecto a la reflexión
frankfurtiana que se ha llevado a cabo en referencia al trabajo humano y sus
condiciones en diversas fases de desarrollo de las sociedades capitalistas. A
continuación, se discutirá en profundidad los elementos de la teoría crítica de
Honneth, mostrando los diversos elementos conjugados en el desarrollo de
su visión sobre el reconocimiento.

43
2.1 Teoría crítica y trabajo

La denominación de “Teoría Crítica”, es usada en el mundo intelectual


desde los años sesenta del siglo XX, para referirse en forma genérica a la
labor teórica que se efectúa dentro del Institut für Sozialforschung de la
ciudad de Frankfurt, Alemania. Desde su fundación, en 1923, esta escuela
congregó a diversos pensadores de izquierda quienes, posicionados en la
encrucijada de alinearse acríticamente a las preceptos teóricos de los
partidos comunistas de corte bolchevique o renunciar completamente a la
crítica al capitalismo, deciden reivindicar la independencia de los
intelectuales y desarrollar un tipo particular de enfoque crítico de las
sociedades capitalistas (Cortina, 2008).

Tal como lo estableciera Max Horkheimer en el texto señero de esta


escuela, denominado “Teoría tradicional y teoría crítica” de 1937
(Horkheimer, 2000), frente a toda teoría social que se perciba a sí misma
como un ejercicio desvinculado de lo social mismo, la Teoría Crítica
propugna un ejercicio teórico que se reconoce basado en la praxis colectiva,
con una explícita vocación emancipadora frente a las condiciones que
impiden o bloquean el logro de una sociedad más humana y justa (Cortina,
2008; Hernández & Herzog, 2011; Leiva, 2005).

No obstante el espíritu de quiebre que inspiró a la Escuela de Fráncfort


con respecto a la tradición del materialismo histórico de corte soviético, ello
no significó que se efectuase un viraje absoluto con respecto al mismo Marx,
y en particular, en relación al estatus en el cual éste había posicionado al
trabajo en la reflexión social. Así, la primera generación de la Escuela siguió
la tradición de pensamiento filosófico iniciada por Hegel y consumada por
Marx, que, en términos muy sintéticos, propuso una identificación entre
subjetividad y trabajo, concibiendo a la subjetividad en sí misma como el
trabajo de hacerse a sí mismo y al trabajo como fuente de creación del sujeto

44
(Honneth, 1995; Hopenhayn, 2001; Marcuse, 1983; Noguera; 2002; Pérez,
2001).

A continuación se expondrá brevemente los elementos fundamentales de


la reflexión hegeliano-marxista sobre el trabajo, para luego analizar sus
avatares al interior de las distintas teorizaciones de autores de las diferentes
generaciones de la Escuela de Frankfort.

Con Hegel y Marx, se establece el estatus conceptual paradójico del


trabajo en el pensamiento social de la modernidad, ya que, a partir de estos
autores, se identificará al trabajo tanto como la primera fuente de
humanización como la primera forma de sujeción social. Así, G. W. F. Hegel,
quien fuera el primer filósofo en iniciar una reflexión moderna sobre el
trabajo, lo piensa como la fuente de creación de la propia subjetividad,
proceso que se establece, asimismo, como un punto de mediación entre la
esfera de eticidad de la familia y la de sociedad civil y el Estado. Sin
embargo, también el trabajo sería la forma básica en que el yo llega a ser
otro de sí, es decir, se enajena (Hopenhayn, 2001).

Desde una perspectiva inspirada pero divergente al idealismo hegeliano,


Karl Marx, en los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, hace alusión a
esta doble condición paradójica del trabajo en relación al sujeto -entendido,
en este caso, como sujeto colectivo, es decir, como clase social- cuando
afirma que el trabajo no sólo es condición de toda riqueza -como ya lo
pensaba Adam Smith-, ni de desarrollo social, sino que es la fuente material
de producción de la propia humanidad (Marx, 2006).

El trabajo, desde la concepción marxiana, humaniza al sujeto, ya que


éste, al transformar a la naturaleza, se transforma a sí mismo. Es relevante
acotar que el trabajo así concebido implica, como ya se apuntó, la
comprensión de la subjetividad como tal como un trabajo, ya que, al

45
comprometerse en una labor, los individuos desarrollan y liberan su propia
capacidad de creación/transformación del entorno, y con ello transforman su
propia “naturaleza”. Todo este proceso de subjetivación por medio del trabajo
es lo que Marx denomina “trabajo vivo” (Marx, 1975; Dejours, 2013 A; 2013
B).

En términos actuales, podría señalarse que el concepto crítico de trabajo


de Marx implica concebir a esta esfera como una experiencia “pedagógica”,
ya que, al trabajar, el individuo vivencia y cultiva sus propios poderes
creativos en relación al entorno natural y humano (Honneth, 1995; Smith,
2009).

Sin embargo, para Marx, en el contexto del capitalismo, el propio


trabajador se vuelve una mercancía más y deviene sujeto enajenado, en
cuanto éste se percibe separado de su propio objeto producido en el trabajo.
Así Marx señale que: “La enajenación del trabajador en su producto significa
no sólo que el trabajo de aquel se convierte en un objeto, en una existencia
externa, sino que el trabajo existe como algo independiente, ajeno a él…
significa que aquella vida que el trabajador ha concebido al objeto se le
enfrenta como algo hostil y ajeno” (Marx, 2006, p. 107, cursivas en texto
citado).

Desde estas reflexiones puede entenderse que el trabajo no es en


esencia “enajenante”, sino que lo son las formas concretas que adquiere
dentro de un contexto histórico particular; esta concepción marxiana del
trabajo como fuente de subjetivación, corrompida dentro de determinados
campos sociales, ya sea debido a un sistema global de producción como el
Capitalismo, o debido al tipo de organización del trabajo impuesta dentro del
sistema capitalista, como son los paradigmas de producción de tipo fordista o
post-fordistas, es retomada, en un principio, por Max Horkheimer y Theodor
Adorno, como base de la crítica a la sociedad en sus primeras obras, en

46
particular, en el “manifiesto” del grupo escrito por este primer autor en 1937
(Horkheimer, 2000).

No obstante, ulteriormente, al constatar la alineación de la clase obrera


alemana al nazismo y el surgimiento de una nueva estructura de clases en
los países socialistas y en especial en la URSS, perdiéndose aparentemente
con esto al sujeto de la revolución, la primera generación comenzó a perfilar
su crítica hacia las formas históricas en que la racionalidad se ve
distorsionada por algún tipo de praxis social. Este aspecto en particular de la
teoría crítica se denomina crítica de las patologías sociales (Basaure, 2011;
Honneth, 2009; Herzog & Hernández, 2012) e implica tanto denunciar una
práctica y un uso patológico de la razón, como sostener normativamente, en
contraste, un estado intacto de la racionalidad, puesto que solamente una
crítica basada en algún elemento o ideario ya presente en los colectivos
sociales puede ser realmente trascendente al orden social establecido
(Cortina, 2008; Honneth, 1995; Wiggershaus, 2010).

De esta forma puede comprenderse el “aire de familia” –para utilizar la


expresión de Wittgenstein- de postulados posteriores a este giro en la
tradición, como las ideas sobre la racionalidad administradora de
Horkheimer, la “dialéctica negativa” en el Adorno tardío o la conjunción de
que realiza Herbert Marcuse entre Hegel y Freud, para especular sobre las
bases pulsionales de la resistencia frente a una “razón unidimensional”
(Cortina, 2008; Honneth, 2009; Marcuse, 1964; Wiggenshaus, 2010).

Al fallecer tanto Adorno como Horkheimer, en los años 1969 y 1974


respectivamente, la posta del desarrollo teórico dentro del Institut fue
relevada por Jünger Habermas. Este autor, en su afán por remontar el
naufragio que, a su juicio, llevaron estos autores a la teoría crítica, al haberse
aquellos extraviado en el negativismo y la especulación filosofía no situada
en la realidad social, se propuso brindar un nuevo basamiento desde el cual

47
acometer la crítica a las sociedades capitalistas contemporáneas,
propulsando, junto con autores como K. O. Apel, el desarrollo de la segunda
generación de la Escuela de Frankfort (Cortina, 2008; Hernández & Herzog,
2011; Leiva, 2005).

Para rehacer la Teoría Crítica, Habermas acomete la empresa de


reformulación del materialismo histórico mismo desde un paradigma
comunicativo, planteando una crítica a la concepción clásica del “homo
faber” de Marx, pues, a su juicio, esta sería reduccionista al considerar sólo
las relaciones de producción con la naturaleza como la única fuente de praxis
que puede conllevar actos emancipatorios, no tomando en cuenta las
acciones intersubjetivas de intercambio simbólico (Habermas, 1984; 1989;
Honneth, 1995; Noguera, 2002).

De este modo, en oposición a una supuesta concepción “productivista”


de Marx, que concibe como principal praxis social a las actividades de
producción material de la vida humana, Habermas propone la existencia de
dos praxis fundamentales para la constitución de la sociedad, que son
elaboradas a partir de la distinción weberiana de dos tipos de racionalidades:
la racionalidad instrumental, que sería propia del ámbito del trabajo, en tanto
actos técnicos orientados a fines, cuya lógica de racionalidad sería el
aumento de las funciones productivas y la extensión del poder técnico de la
sociedad; y la interacción, en tanto intercambios comunicativos, dentro de
marcos institucionales, y cuya forma de racionalización sería el aumento de
la emancipación (Cortina, 2008; Habermas, 1984; 1999; Noguera, 2002).

Para Habermas, en las sociedades capitalistas, se produce una


hegemonía de la racionalidad instrumental por sobre la comunicacional, lo
cual hace que la emancipación social pase por reincentivar las prácticas
comunicacionales sin sesgos ideológicos que las deformen. Sin embargo,
con ello, Habermas termina adjudicando al trabajo como tal un status

48
meramente técnico, lo cual lo haría ajeno a todo proyecto emancipatorio
(Habermas, 1984; 1993; 1999). Esta lógica es comparable a la que se pone
en juego en los planteamientos de Hanna Arendt (2005) quien, de forma
análoga al representante más famoso de la segunda generación de la
Escuela de Frankfurt, diferencia taxativamente, como formas de actividad
humana, al trabajo –diferenciado éste, a su vez, en labor reproductiva de la
vida y trabajo productor de la sociedad- de la “acción”, en tanto esfera
prototípica de la política y de las posibilidades de emancipación y la libertad
humanas (Honneth, 1995; Noguera, 2002).

Paralelamente al periodo de publicación de “Teoría de la Acción


Comunicativa” a principios de los años ochenta (Habermas, 1999) –obra en
donde Habermas termina de perfilar su teoría crítica de la sociedad en base
al elemento pre-científico identificado en la “racionalidad comunicativa”-, uno
de sus discípulos, Axel Honneth, se encuentra ad portas de defender su tesis
de doctorado en el Instituto Max Plack de Munich. Este texto de postgrado,
junto con otros escritos complementarios confeccionados para su habilitación
como docente en la Universidad de Frankfurt –como ayudante al principio del
propio Habermas-, se convertirá en el libro “Crítica del Poder” del año 1986
(Hernández & Herzog, 2011), en la cual Honneth desarrolla –aunque ya lo
había empezado a hacer en trabajos anteriores- una postura independiente y
crítica frente a su maestro en cuanto a lo que debe considerarse una base
pre-científica para la crítica del capitalismo, vía que irá desde un paradigma
comunicacional u otro intersubjetivo, en el cual los elementos recognoscitivos
se volverán más relevantes (Herzog & Hernández, 2012; Smith, 2009).

El giro temprano de Honneth con respecto a su maestro, en relación a


situar la acción comunicativa como práctica pre-científica desde la cual
fundar la crítica a la sociedad contemporánea, también respondió al
abandono que efectuó Habermas del trabajo como categoría trascendente.
Así es como Honneth, en otro texto temprano de su obra denominado

49
“Trabajo y acción instrumental” de 1982 (Honneth, 1995), pretende
reconstruir un concepto crítico del trabajo, que en cierta medida reconcilie las
lógicas instrumentales y comunicativa, arguyendo que el trabajo en sí mismo
posee una dimensión interpersonal y que posee potenciales de realización
personal. Para llevar a cabo este objetivo, Honneth, en base a los aportes de
la sociología francesa del trabajo y en especial en la obra de Phillipe
Bernoux, arguye que, en el contexto laboral, los sujetos buscan apropiarse
subjetivamente de su propia obra, y que experimentan auténticas
experiencias afectivas de agravio moral cuando perciben que, por medio de
formas burocratizadas y mecánicas de organización del trabajo, se les ha
“arrebatado” dicho producto (Honneth, 1995).

Esta vivencia de injusticia es colectiva, y genera una respuesta


igualmente colectiva de re-apropiación del trabajo efectuado (Honneth, 1995;
Smith, 2009). La noción de la reapropiación colectiva de la obra generada,
que se puede relacionar a su vez con la noción de alienación en Marx o con
la teoría del acto-poder de Gerard Mendel (1993) y la concepción
psicodinámica del trabajo de Christophe Dejours (2012; 2013 b), sería el
germen de una concepción del trabajo desde la teoría del reconocimiento
(Honneth, 1995; Smith, 2009).

Sin embargo el propio Honneth, en el texto citado de 1982, en donde


pretende establecer este concepto crítico del trabajo, no tematiza la idea de
la lucha por el reconocimiento como tal, lo cual ha sido consignado por
diversos autores que buscan ligar los temas del reconocimiento y el trabajo
(Dejours, 2013 b; Petersen & Willig, 2004; Renault, 2000; Smith, 2009).

Esto obliga a quien se interese en la relación entre reconocimiento y


trabajo, a seguir los ulteriores desarrollos teóricos de Axel Honneth a este
texto, en torno, precisamente, a la teoría del reconocimiento como tal. Este
periplo intelectual aún se encuentra en pleno desarrollo, y, tal como es

50
sabido, se ha construido en base tanto al diálogo con otros autores del
pensamiento social, como en relación a luchas y movimientos sociales que
cada vez más tematizan sus demandas en torno al reconocimiento (Basaure,
2011; Honneth, 2006 b; Honneth, 2010 a).

2.2 La teoría crítica de Axel Honneth: La lucha por el reconocimiento y las


patologías sociales

Tal como ya fue señalado, la obra de Axel Honneth puede ser entendida
como una teoría crítica tanto de las injusticias sociales como de las formas
de racionalidad imperantes en la sociedad moderna. Así, si en un primer
momento este autor perfiló un giro recognoscitivo a la teoría crítica,
posteriormente, el mismo Honneth volverá a las preocupaciones clásicas de
la Escuela de Fráncfort, en tanto ofrecerá su propia versión de una crítica a
las patologías sociales.

2.2.1 Teoría del reconocimiento: cuatro aproximaciones

La teoría del reconocimiento es, en primer término, una teoría social


normativa, que, siguiendo los preceptos tradicionales de la Escuela de
Frankfort, pretende establecer criterios para juzgar aquellas condiciones y
experiencias sociales que tengan algún contenido patológico, en el sentido
de que mermarían las posibilidades de realización de cada ser humano
dentro del marco del sistema capitalista moderno (Basaure, 2011; Cortina,
2008).

Esta teoría normativa se fundamenta, tal como la racionalidad


comunicativa en Habermas, en una visión antropológica, que le brinda el
telos a su impulso crítico: el ser humano depende de un medio intersubjetivo
para lograr un pleno desarrollo, dado este, a su vez, por el logro de una
autorrelación positiva consigo mismo; por otro lado, el reconocimiento que se

51
brindan recíprocamente los sujetos en la vida social está sedimentado en
marcos normativos más o menos institucionalizados, siendo dichos marcos
los mecanismos básicos para la integración social (Basaure, 2011; Cortina,
2008; Fraser, 2000; Herzog & Hernández, 2012; Honneth, 1997, 2009, 2010
a; Tello, 2011).

Honneth, a diferencia de su maestro –quien, por su parte, elaboró este


fundamento antropológico para la crítica social dando la espalda a
estimaciones estrictamente morales-, sostiene que las injusticias sociales en
el contexto de las sociedades modernas pueden ser leídas como formas de
desprecio institucionalizadas que impedirían la plena autonomía psíquica de
los agentes y paralizarían el desarrollo moral de toda la sociedad (Basaure,
2011; Hernández & Herzog, 2011; Honneth, 1997; 2001).

Sin embargo, a partir de estos preceptos generales, debe señalarse que


la teoría del reconocimiento está constituida por un amplio campo de
planteamientos que se han desarrollado principalmente desde las ideas de
Axel Honneth (1997, 2006 b, 2007, 2009, 2010 a, 2011; Basaure, 2011), pero
que han involucrado intercambios y debates con otros autores ligados al
pensamiento socio-político, tales como Nancy Fraser (2000; 2006), Paul
Ricoeur (2005) y Charles Taylor (2001), por un lado, y autores que extienden
el planteamiento honnethiano, como Stephan Voswinkler (2012; Voswinkler,
Gernet & Renault, 2007) y Hermann Kocyba (2011; Kocyba & Renault, 2007
a), entre otros.

Por ello, para caracterizar lo que Honneth y otros autores entienden por
“reconocimiento”, se debe proceder por medio de un acercamiento en
diferentes planos de teorización, a fin de poder captar esta noción en su
propio mérito y poder evaluar así su pertinencia para los estudios
psicosociales del trabajo.

52
Siguiendo este debate, se puede realizar una cartografía de los
principales lineamientos implicados en la teoría del reconocimiento, los
cuales han sido ampliamente desarrollados en el terreno de la filosofía
política, pero aún no se han suficientemente explorados desde una
perspectiva empírica. De esta forma, se presentarán diversas
aproximaciones al tema del reconocimiento, las cuales pretenden abordarlo
estableciendo un campo de significaciones alrededor de este concepto,
permitiendo distinciones aplicables al trabajo investigativo.

En un primer abordaje teórico, que podríamos denominar de tipo


epistemológico-fenomenológico (Honneth, 2011), se debe estipular el
contenido del concepto en relación a otras formas de praxis social. En
términos concretos, se debe poder plantear claramente en qué se diferencia
ser “reconocido” de otros tipos de formas de relación o sociabilidad humanas.

Axel Honneth, interpretando el concepto original de annerkenung que


elaboran Fichte y Hegel, y tomando como basamiento empírico para ello la
teoría interpersonal de G. H Mead, afirma que el reconocimiento es un
mecanismo básico, históricamente conformado, de constitución de las
identidades a nivel personal y grupal (Honneth, 1997; 2009, 2010 a; Basaure,
2011; Thayer, Córdova & Ávalos 2013). Esto implica que el “reconocer a
otro” tiene un carácter singular con respecto a otros actos cognitivos o
morales.

En un texto denominado “Invisibilidad. Sobre la epistemología moral del


“reconocimiento””, Axel Honneth (2011), diferenciando al reconocimiento del
mero acto de conocimiento del otro, afirma, basado en la metáfora de la
“visibilización”, que: “hacer visible [es decir, reconocer] a una persona va más
allá del acto cognitivo de identificación individual, poniéndose de manifiesto
de manera evidente, mediante las correspondientes acciones, gestos,
mímica, que la persona ha sido tomada en consideración favorablemente, de

53
acuerdo con la relación existente… Mientras que con el conocimiento de una
persona nos referimos a su identificación, que se puede incrementar
gradualmente, como individuo, con el “reconocimiento” podemos designar el
acto expresivo mediante el cual es conferido a aquel conocimiento el
significado positivo de una apreciación” (Honneth, 2011, p, 169-170).

Se puede, pues, señalar que el reconocimiento equivale a un acto


expresivo de valoración de los aspectos positivos tanto de individuos como
de colectivos sociales. En este punto Honneth asume, premunido de lo que
él denomina un “realismo moderado”, que estas cualidades individuales no
son ni meramente atribuidas por un sujeto cognoscente, ni son simplemente
“descritas” como realidades en sí mismas, sino que son “identificadas”, pero
bajo el precepto de que la “realidad” de dichas cualidades está asentada en
que éstas se han conformado en referencia a una cultura compartida: “…por
reconocimiento debemos entender un comportamiento de reacción con el
que respondemos de manera racional a cualidades de valor que hemos
aprendido a percibir en los sujetos humanos conforme a la integración en la
segunda naturaleza de nuestro mundo de la vida” (Honneth, 2006 a, p. 139.
Destacado en el original).

De modo que este tipo de acto social, que son las prácticas de
reconocimiento, se basa en la valoración. Sin embargo, esto no implica
postular un modelo unidireccional -del colectivo hacia el sujeto- de
construcción de subjetividad. En este punto se asume, tal como lo señala
Taylor (2001), el carácter dialógico de la experiencia humana, la cual no se
constituye simplemente al asumir de forma pasiva o solipsista determinadas
imágenes o referentes sociales, sino que, al contrario, el sujeto o los grupos
pueden reaccionar, desde la instancia autónoma de su subjetividad a
aquellos, lo cual les permite no sólo asumir una postura, sino que, incluso,
oponer una resistencia a las imágenes que la sociedad les brinda como

54
reflejo de sí mismos (Honneth, 1997; Mead, 1999; Taylor, 2001, Thayer,
Córdova & Ávalos, 2013).

En segundo lugar, se debe destacar, precisamente, el carácter de acto


del reconocimiento y no sólo de discurso. De esta forma éste: “no puede
agotarse en meras palabras o declaraciones simbólicas porque es ante todo
con el correspondiente modo de comportamiento como es generada la
credibilidad que para el sujeto reconocido es de importancia normativa”
(Honneth, 2006 a, p.134).

El reconocimiento como acciones concretas, pueden ser identificadas


como prácticas socio-culturales –en el sentido que le da Cliffort Geertz
(2005) a este término-, es decir, como acciones simbólicas con un significado
público para una comunidad-, que están históricamente conformadas y que
poseen mayores o menores grados de institucionalización (Honneth, 1997;
2009). Su carácter simbólico está dado en dos sentidos. Por una parte,
implican un saber colectivo trasmisible: “[es] sólo porque poseemos un saber
común de las formas enfáticas de expresión en el espacio de nuestra
segunda naturaleza, [que] podemos ver en su supresión un signo de
Invisibilización, de humillación” (Honneth, 2011; p. 169). Por otro parte, su
naturaleza simbólica implica que estas son prácticas performativas, ya que
sintetizan todas las percepciones del que reconoce a otro, y le trasmiten al
reconocido una apreciación enfática de sus calidades positivas (Honneth,
2011).

Como tercera aproximación al concepto, se debe hacer referencia a la


tipología de actos de reconocimiento que ha estipulado Honneth a lo largo de
su obra y que no se vinculan directamente con la problemática de las
patologías sociales, que será revisada en la sección siguiente (Basaure,
2011; Honneth, 1997, 2007, 2006 b, 2009, 2010 a, 2011). De manera que
aquí, en términos concretos, se hará referencia a las formas de

55
reconocimiento que este autor denomina como “recíprocas”. No obstante,
antes de proceder a caracterizarlas, se debe hacer un comentario general
sobre su sentido como modos de interacción sociales.

En primer término, debe señalarse que, si se observa con atención el


planteamiento honnethiano, se caerá en cuenta de que no toda modalidad de
reconocimiento que éste identifica implica la reciprocidad, es decir una
interacción basada en una regla –en este caso, patrones culturales de
reconocimiento- que genera algún intercambio o al menos una clara
conciencia de la interacción misma por las partes involucradas. Este hecho
ha sido observado, por un lado, por Charles Taylor (2001), quien afirma que
pueden existir formas de reconocimiento no recíprocas, por ejemplo, la
identificación de un grupo específico a una categoría socio-cultural que ellos
no generaron, aunque la modifiquen; y por otro por Paul Ricoeur, quien por
su parte señala que en las interacciones sociales no sólo puede existir
“reciprocidad”, sino también “mutualidad”, es decir, intercambios sin regla
social, como los basados en algún tipo de don que reporta el antropólogo
Marcel Mauss (Ricoeur, 2005).

Por tanto, si bien la reciprocidad no es un componente necesario de las


prácticas de reconocimiento, sí lo es su carácter intersubjetivo, si se atiende
a cómo Honneth construye su teoría conjugando tanto a Hegel como a Mead.
Por ello, se optará en esta investigación por denominar a las formas de
reconocimiento que Honneth llama recíprocas simplemente como
intersubjetivas, las cuales podrían combinar modos de vinculación recíproca
o no, lo cual puede ser un elemento que problematice algunas aristas del
planteamiento del filósofo alemán de Frankfort4.

4
De hecho, esta situación será discutida en las conclusiones, puesto que implica uno de los resultados
más notables del presente estudio.

56
A partir de esta postura intersubjetiva, este autor distingue tanto diversos
tipos de reconocimiento y sus fundamentos institucionales, como el modo en
que las luchas sociales se basan en ellos5.

En el libro “La Lucha por el reconocimiento” de 1992 (Honneth, 1997),


Axel Honneth sostiene que el desarrollo moral de las sociedades modernas
se fundamenta en las luchas por el reconocimiento que se desenvuelven en
referencia a tres “esferas reconocimiento”, las cuales corresponden a
ámbitos sociales más o menos institucionalizados de interacción inscriptos
en la cultura común de los sujetos, en las cuales éstos se valoran y
adquieren, por dicha confirmación, la posibilidad de establecer una
autorrelación positiva consigo mismos (Honneth, 1997, 2009, 2010; Basaure,
2011).

De esta forma, siguiendo los escritos juveniles de Hegel en la época de


Jena, Honneth sostiene que estas esferas de reconocimiento se conforman
históricamente, y que en la época moderna han cristalizado en tres ámbitos
básicos: i) la familia y las relaciones íntimas, ii) el derecho y, finalmente, iii) la
valoración social o esfera de la solidaridad (Honneth, 1997, 2006 b, 2009,
2011; Ricoeur, 2005).

5
Es importante aquí volver a referirse un elemento que ya había sido nombrado en el planteamiento
del problema de la presente investigación y que tiene que ver con la particular noción de “lucha” que
estaría implicada en el marco crítico de Axel Honneth. De acuerdo a Herzog y Hernández (2012), la
teoría social del filósofo de Frankfort opera un doble desmarque: por un lado, se aleja de cualquier
planteamiento funcionalista, pues insiste en que las sociedades modernas se desarrollan y mantienen
un orden en base al conflicto y no por una especie de equilibrio o el establecimiento de una especie de
“pacto” perpetuo –como sostienen las teorías neo-contractualistas al estilo de John Rawls-; pero, a su
vez, insiste en que la lucha social, que implica agencia, tampoco opera desde un telos completamente
negativo, puesto que estas luchas, institucionalizadas en diversos marcos –o como se verá más
adelante, en “esferas de reconocimiento”-, son, precisamente, el modo en que las sociedades
aprehenden y desarrollan su moralidad. Nuevamente aquí Honneth se basa en Hegel más que en
Hobbes al plantear un sentido positivo a la lucha social y no uno meramente entrópico que requiera un
Leviatán que imponga una racionalidad y una moralidad externa a los sujetos sociales. Por ello: « el
conflicto social no es sólo el conflicto de intereses entre grupos sociales, sino también la emergencia
de la tensión entre experiencias morales grupales que apuntan a la discrepancia entre una sociedad con
mayor justicia y la realidad social vigente” (Herzog & Hernández, 2012, pág. 614).

57
La primera esfera de reconocimiento, que corresponde a lo que Honneth
denomina como “esfera del amor”, es entendida como todo modo de
valoración a los sujetos derivada de sus relaciones afectivas con otros.
Dentro de esta primera esfera: “los sujetos se confirman recíprocamente en
su naturaleza necesitada y se reconocen como entes de necesidades… esta
relación de reconocimiento está ligada a la existencia corporal del otro y los
sentimientos de uno al otro proporciona una valoración específica” (Honneth,
1997, p. 118).

Esta esfera de reconocimiento se constituye principalmente, pues, dentro


de la familia y las relaciones íntimas en la sociedad, en referencia directa a lo
que G. H. Mead denominó los “otros significativos” (Mead, 1999). En dichas
relaciones primarias, el sujeto se desarrolla a sí mismo al obtener un
equilibrio psíquico entre la autonomía y el vínculo con los otros. Esto significa
que, lo que puede llamarse como amor dentro de esta perspectiva –es decir
dentro del desarrollo ontogenético- es, en principio, una simbiosis quebrada
por la recíproca individuación (Honneth, 1997, 2009, 2011).

La función de reconocimiento no es aquí, primariamente cognitiva sino


afectiva. De ahí que, en relaciones que se extiende fuera de los lazos
familiares, se puedan fundar en la simpatía y en la atracción mutua. La
autoconfianza, como forma de autorrelación que obtiene el sujeto, servirá de
base a su participación en la esfera pública (Honneth, 1997; Ricoeur, 2005).

Para Axel Honneth -al menos en su texto de la lucha por el


reconocimiento (Herzog & Hernández, 2012)- el amor sería una esfera no
expuesta a la historicidad, en oposición a las siguientes, que se han
conformado en la época moderna, desde, por un lado, la descomposición de
matriz valorativa pre moderna del “honor”, en tanto valoración estamental del
sujeto adscrita estrictamente a su posición social, y por otro por el auge la
individualidad y autenticidad como imperativos sociales (Honneth, 1997;

58
Taylor, 2001). Desde estas transformaciones históricas, habrían surgido los
dos siguientes modos de reconocimiento recíproco que distingue Honneth: el
derecho moderno y la esfera de la valoración social (Honneth, 1997, 2006 b).

La esfera del derecho se presenta, en términos ontogenéticos, cuando el


individuo accede a la perspectiva normativa del otro generalizado (Mead,
1999), siendo posible la autocomprensión de sí mismo como un sujeto de
derecho. De acuerdo con Honneth, en este ámbito el sujeto es reconocido
como ente racional ya que se somete a una voluntad general: “los sujetos de
derecho se reconocen, porque obedecen a la misma ley, como personas que
recíprocamente pueden racionalmente decidir acerca de normas morales en
su autonomía individual” (Honneth, 1997, p. 135).

En este tipo de reconocimiento, el sujeto accede a una valoración


cognoscitiva, que lo sanciona como un ente libre e igual a todos los
miembros de la sociedad en cuanto agente de derechos. La
autocomprensión que accede el sujeto es lo que se denomina, desde Kant, el
“autorespeto” (Honneth, 1997; 2011; Ricoeur, 2005).

La tercera esfera, denominada como la del mérito, valoración social o de


la solidaridad (Basaure, 2011; Honneth, 1997, 2009, 2010 a; Tello, 2011), se
fundamenta en que ego y alter comparte un horizonte de valores y objetivos:
“que recíprocamente les señalen la significación o la contribución de sus
cualidades personales para la vida de otros” (Honneth, 1997; p. 149).

A diferencia del reconocimiento jurídico, esta esfera se cimenta en


reconocer las características particulares de cada individuo con respecto a
cómo éstas implican un aporte para la reproducción social, requiriéndose
para ello de un medio social tolerante a la expresión de dichas diferencias.
Este tipo de reconocimiento congrega tanto lo cognitivo como lo afectivo,
pues no sólo implica valorar al sujeto en cuanto a sus aportes al bien común,

59
sino que requiere de la empatía solidaria de un grupo social (Honneth, 1997;
2009; Ricoeur, 2005; Voswinkler, Genet & Renault, 2007).

Por esta razón, las formas de la valoración social presentan una amplia
diversidad, siendo una esfera de reconocimiento más amplia que el amor y el
derecho, pero que depende de los valores presentes en un colectivo, los
cuales se nuclean alrededor de la noción general del mérito social del
individuo (Honneth, 1997, 2006 b). Esto abre la posibilidad de valoración del
sujeto en sí mismo de forma particular. Sin embargo, los valores de una
sociedad no señalan de por sí las directrices de valoración del mérito
personal, sino que se necesita de sistemas culturales interpretativos para
acometer aquello, los cuales, a su vez, están en un constante proceso de
desarrollo y reinterpretación social por parte de los individuos (Honneth,
1997, 2010 a).

Como puede apreciarse, este tercer modo de reconocimiento se fragua


no en las relaciones íntimas –amor- o en la esfera general de la sociedad -
reconocimiento del derecho-, sino en comunidades de sujetos autónomos
que comparten diversos valores que les permiten a éstos reconocer de forma
simétrica sus capacidades particulares en algún ámbito relevante para la
reproducción social. Estas comunidades, que Honneth denomina esferas de
valoración social o de solidaridad, serán más o menos heterogéneas y
diversas en virtud del grado de diversidad que hayan logrado las propias
sociedades en cuanto a su sistema de valores. Por tanto, este grado de
diversidad valórica tiene relación directa con el desarrollo histórico de las
sociedades modernas, es decir, con el paso desde las sociedades
tradicionales más estamentales y con un sistema de valores más homogéneo
–fundado, finalmente, en un sistema metafísico o trascendente de valores
extra-sociales, como los ligados a una dimensión sacra-, a las sociedades
postradicionales, las cuales han experimentado crecientes procesos de
individuación y en donde el orden social secularizado es objeto mismo de

60
reconfiguración constante por parte de individuos y grupos, ello tras la
pérdida de referentes sociales para la justificación del orden social (Honneth,
1997, 2009).

Respecto a lo anterior, es interesante constatar que, si se toman en


cuenta los comentarios que el mismo Honneth realiza, por ejemplo, con
respecto a las luchas feministas para visibilizar el trabajo doméstico de las
mujeres durante el siglo XX (Fraser, 2000; Honneth, 2006 b), que esta esfera
de reconocimiento no sólo implica un momento de valoración del colectivo a
las cualidades individuales, sino uno anterior, por decirlo así, en que el propio
colectivo que reconoce las capacidades del individuo, lucha para que la
propia sociedad en su conjunto considere su ámbito de acción mismo como
una esfera de valoración social. Es fácilmente apreciable que, sin este
movimiento colectivo de construcción de la esfera de valor respecto a la
sociedad en su conjunto, no podría existir valoración del mérito alguna, y que
por tanto, éste momento es parte constituyente de la tercera esfera del
reconocimiento6.

Este aspecto, en relación a qué debe ser considerado socialmente como


una esfera de valor, es lo que, para Honneth, llevará en el futuro a mayores
luchas sociales por el reconocimiento; es decir que esta situación
desencadenará un debate social con respecto a lo que se entiende por
producción de valor social –y por extensión, como se verá más adelante, a lo
que se considerará o no como “trabajo”- (Petersen & Willig, 2004).

Finalmente, como cuarta aproximación al concepto de reconocimiento,


se debe hacer referencia a las formas negativas o denegadas de

6
Esto se apreciará de forma más nítida en el apartado teórico sobre reconocimiento y trabajo, en el
cual se profundiza en las formas históricas, más colectivas o individualistas, que ha adquirido el mérito
en el trabajo durante el capitalismo, considerando, en lo fundamental para esto, los aportes de Stephan
Voswinkler.

61
reconocimiento7. En el reconocimiento recíproco, Honneth menciona como
sus formas negativas a los modos de desprecio sociales que dañarían la
relación práctica con uno mismo lograda en las esferas del amor, el derecho
y la valoración social, las cuales serían, respectivamente, la autoconfianza, el
auto-respeto y la autoestima (Honneth, 1997; 2009; 2011).

Las experiencias de desprecio corresponden, respectivamente, para


cada forma de reconocimiento recíproco, al maltrato y violación, que
amenazan el aspecto de la personalidad relativo a la integridad física de las
personas; las experiencias de desposesión de derechos y de exclusión, que
lo hacen en relación con el aspecto concerniente a la integridad social de
ellas; y por último, las experiencias de humillación y menoscabo, que afectan
negativamente el honor y la dignidad personal ligados a la valoración social
del individuo (Basaure, 2011; Honneth, 1997; 2011).

En relación a lo sostenido en el último párrafo, se debe consignar la


crítica que Paul Ricoeur efectúa a la forma de desprecio apuntada por
Honneth para la esfera del amor. Al respecto, el filósofo francés señala que
se debe ampliar el rango de ofensas que el sujeto puede experimentar en la
primera esfera del reconocimiento, lo cual se hace al pasar desde el agravio
a la autoconfianza y al cuerpo, hacia las formas generales de desaprobación
social, es decir, los modos en que se le niega al individuo el estatus de
agente social. Al respecto, una de las formas básicas de desaprobación es la
invisibilidad social, modo de desprecio que el mismo Honneth ha
desarrollado en sus recientes trabajos y que tiene vinculaciones con la
reificación, en tanto ambas son formas de invalidar al sujeto como
interlocutor válido en la vida colectiva (Ricoeur, 2005; Honneth, 2007; 2011).

7
Se preferirá la denominación de formas o valencias positivas o negativas de reconocimiento, en vez
de simplemente aludir al reconocimiento o desprecio como lo hace Honneth, para abarcar también las
distintas valoraciones de formas de reconocimiento derivadas de su crítica a la racionalidad, como
asimismo, el reconocimiento del trabajo, las cuales serán presentadas más adelante.

62
Esta última acotación hace justificable que, volviendo a las formas
positivas de reconocimiento, si lo que está en juego en la primera esfera no
es sólo la confianza sino que la visibilidad del sujeto en su sentido social más
fundamental, que se opte en esta investigación, siguiendo la recomendación
ricoeuriana, de entender a la primera esfera no sólo como de “amor”, sino
como una aprobación (Ricoeur, 2005). Al hacer esto, se ampliaría lo que Axel
Honneth comprende como ámbito de necesidades, ya que éstas se
extendería a todo lo que ya Abraham Maslow entendía como “necesidades
de déficit”, pues aquellas, además de ser las vinculadas estrictamente a la
supervivencia, implican la visibilidad básica del sujeto ante otros, todas las
cuales requieren de un otro concreto para ser satisfechas – y por extensión
insatisfechas- (Maslow, 1993).

Como complemento a lo dicho en relación a las formas negativas de


reconocimiento, es importante acotar que éstas –en analogía a las prácticas
del poder en Foucault- generan resistencia en los sujetos que no quieren
experimentar dicho sentimiento de agravio moral, o se resisten a la imagen
denigrante proyectada por la sociedad. Este sentimiento de agravio moral
estaría a la base de diversos movimientos emancipatorios emprendidos por
individuos o colectivos para buscar las fuentes de reconocimiento
denegadas. Este es el precepto que lleva a Honneth a concebir al
reconocimiento –al menos, claramente, en su vertiente recíproca- como una
“lucha”, en la cual el sujeto se afana por ser reconocido y, por medio del
reconocimiento que recibe, se individualiza crecientemente, logrando adquirir
una plena forma de auto-relación consigo mismo. De esta forma, se
desarrollan conjuntamente tanto individuo como sociedad en el plano moral
(Hernández & Herzog, 2011; Honneth, 1997; 2009, 2010 a; Herzog &
Hernández, 2012).

A modo de síntesis de los modos de reconocimiento que propone


Honneth, se presenta el siguiente esquema (figura nº 1), el cual compendia

63
los diversos modos de reconocimiento intersubjetivos de la teoría
honnethiana, en particular: i) su origen o fuente, ii) lo que es “reconocido” en
cada persona –que en el esquema es denominado el objeto del
reconocimiento y que Honneth alude de forma general como la dimensión de
la “personalidad” implicada-; iii) La autorrelación que propugnan si es un
reconocimiento positivo; iv) su forma negativa o el resultado como modo de
desprecio.

Tabla Nº 1: Modos y esferas del Reconocimiento intersubjetivo en Axel Honneth8

Modo de Fuentes del Objeto del Autorrelación Forma negativa o


reconocimiento Reconocimiento reconocimiento positiva que de desprecio
intersubjetivo en el sujeto se
Construye
Amor Relaciones Necesidades Autoconfianza Toda forma de
primarias con básicas y menoscabo de
otros concretos particulares las necesidades
y significativos. básicas o
deficitarias del
sujeto: violencia,
invisibilización,
etcétera.
Derecho Relaciones de Derechos del Autorespeto Falta de respeto
Derechos. individuo del derecho;
exclusión social.
Valoración social Comunidad de Capacidades Autoestima Deshonra:
o solidaridad valor social. únicas del Desconsideración
sujeto. de las
capacidades del
individuo.

2.2.2 Los fenómenos de reificación como patologías sociales

8
Fuente: Elaboración propia a partir de Basaure (2011), Correa (2016), Honneth (2009c; 2011) y
Tello (2011).

64
Tal como se apuntó al principio del presente capítulo, Mauro Basaure
(2011), en su reconstrucción de la trayectoria intelectual de Axel Honneth,
planteó que la crítica de las patologías sociales se basa en consideraciones
distintas a la crítica de las injusticias que servía de fundamento para la teoría
del reconocimiento, ya que, a diferencia de éstas, las patologías sociales
afectan el decurso de toda la sociedad, pues coartan las formas logradas de
vida en las colectividades humanas. Las patologías sociales, en tanto praxis
anómalas que afectan a todo el conjunto social, no pueden fundamentarse,
pues, en los criterios normativos ya aceptados por este grupo, sino en
consideraciones ontológico-social o antropológico-filosófica, que brinden
modelos de relaciones sociales intactas o no patológicas (Basaure, 2011;
Honneth 2009).

En relación a la crítica a las patologías sociales en Honneth, Basaure


distingue entre aquel tipo de crítica a las patologías que apela a a la noción
de autorrealización personal y una crítica que, directa o indirectamente, lo
hace más bien a la noción de racionalidad, a la usanza de las críticas
clásicas de la primera generación de la Escuela de Fráncfort (Basaure, 2011;
Cortina, 2008). Mientras que la primera de estas críticas se asocia a las
formas de reconocimiento intersubjetivas (Honneth, 1997, 2006 b, 2009), la
segunda de ellas se relaciona con un programa de teoría crítica que no se
ancla, o por lo menos no directamente, a esa teoría, sino más bien en el
concepto de reificación elaborado por Honneth en su obra más reciente
(Honneth, 2007).

El primer tipo de patologías sociales puede relacionarse, en concreto, con


lo que Honneth ha denominado el desarrollo paradójico de las esferas del
reconocimiento recíproco en la época neoliberal, lo cual corresponde a la
versión de este autor de la teoría de la colonización del mundo de la vida de
Habermas (Habermas, 2000; Hartmann & Honneth, 2009; Honneth, 2009).
Además de ello, también pueden situarse en este tipo de patologías sociales
65
lo que el mismo Honneth refiere como las “ideologías del reconocimiento”,
esto es, prácticas que parecen expresar fácticamente una valoración
subjetiva, pero que ocultan formas conniventes de adecuación al orden de
dominación establecido de una sociedad, siendo el modelo de esta dinámica
discursos como los del “empresario de sí”, con lo que se apela a todo
trabajador a que desarrolle proyectos propios en la esfera laboral, sin contar
muchos de ellos con bases institucionales y materiales mínimas para hacerlo
(Honneth, 2006 a; 2009).

En cuanto al segundo tipo de patologías sociales, las basadas en una


crítica a las formas de racionalidad, Honneth formula un nuevo tipo de
reconocimiento, que, más que basarse en la intersubjetividad, señalaría la
forma elemental de apreciación cognitiva del sujeto frente a los otros y al
mundo, lo cual este autor denomina como “reconocimiento existencial”
(Haber, 2009; Honneth, 2007). Es este segundo abordaje teórico el que será
más utilizado en esta investigación, puesto que permite visualizar los
fenómenos operantes en la realidad social y laboral que se exploran acá, no
obstante se puedan hacer comentarios generales sobre si el rubro laboral
explorado muestra algunas de las condiciones paradójicas o ideológicas que
formula Honneth (véase las conclusiones de esta investigación).

Para construir este tipo de reconocimiento, que actúa como un nuevo tipo
de praxis pre-científica, tal como la razón comunicativa en Habermas, pero
ahora en clave de teoría de la racionalidad, Honneth se basa aquí en los
planteamiento clásicos de Georg Lukács, en relación a la cosificación social
producida por la generalización de la forma mercancía en el capitalismo
(Lukács, 2008).

Siguiendo nuevamente a Basaure, se puede afirmar que en el


reconocimiento existencial, más que la pregunta por la configuración de las
relaciones sociales que está a la base del reconocimiento recíproco, ahora lo

66
que estará en primer plano es: “el modo originario en que cada individuo se
concibe a sí mismo, percibe a los otros y a la naturaleza exterior. Honneth
traslada la perspectiva de análisis desde la evaluación crítica de la calidad de
las relaciones sociales a la de las formas de percepción del mundo interior y
exterior” (Basaure, 2011, p. 81).

En cuanto a la forma negativa de reconocimiento en el tipo existencial, si


al concepto de reconocimiento recíproco se oponía la noción de desprecio o
agravio moral, aquel tendría como contraparte a la reificación, concepto
lukácsiano que Honneth intenta rescatar tanto para una crítica de las
patologías sociales en clave de teoría del reconocimiento, como para una
forma de crítica de la racionalidad instrumental (Basaure, 2011). La
reificación implicaría, por su parte: “una clase de hábito de pensamiento, de
perspectiva habitual petrificada, en la cual los hombres pierden su capacidad
de implicarse con interés en las personas y en los sucesos” (Honneth, 2007,
p. 84).

El concepto de reificación se refiere a una situación social de cosificación


o enajenación de las relaciones humanas con el mundo, “olvidándose” la
implicación afectiva originaria que implica este vínculo, ya sea si se habla del
mundo externo o interno del sujeto. Si bien Honneth reelabora aquí
específicamente el concepto de Lukács, también podría relacionarse esta
actitud con otros conceptos, como la idea clásica de alienación en Marx
(Pérez, 2001; Haber, 2009), sólo que Honneth no concibe a la reificación, a
diferencia de Lukács, como un fenómeno relacionado exclusivamente con la
circulación de mercancías en el capitalismo, sino también con prácticas
socio-culturales mucho más amplias y que en su génesis pueden ser pre-
capitalistas, tales como la cosificaciones hacia un grupo derivadas de
concepciones sociales racistas, étnicas, etcétera (esto a propósito de lo
planteado anteriormente respecto a los “patrones de sociabilidades de
género”).

67
Lo anterior implica que puedan interpretarse como reificación situaciones
que vayan desde la auto reificación del sujeto inducida desde ideologías o
prácticas sociales –por ejemplo, asumir una identidad cosificada-, a la
reificación como una práctica intersubjetiva que operen los grupos sociales; y
que, a nivel de contenidos, pueda considerarse como reificación a
situaciones tan diversas como el tráfico de órganos, las relaciones
ritualizadas de cortejo, los setting de entrevistas de trabajo, la actitud
reduccionista de las neurociencias frente a la investigación del cerebro,
etcétera (Honneth, 2007).

En resumen, la teoría completa de Honneth implica dos modos básicos de


reconocimiento, el recíproco y el existencial, fundados en dos apreciaciones
diversas de la crítica a la sociedad contemporánea y dos modos básicos de
reconocimiento negativo, el desprecio moral y la reificación, respectivamente.
Este abanico completo de conceptos es el que se aplicará, en la próxima
sección, para iluminar los fenómenos de valoración positiva o negativa del
sujeto en el trabajo.

3. Reconocimiento y mundo del trabajo contemporáneo: Hacia un


concepto ampliado del reconocimiento

Este apartado teórico refiere a dos aspectos interconectados. Por una


parte, la confrontación de la teoría del reconocimiento de Honneth con otros
autores en cuanto se aplica al mundo laboral, y de forma paralela, las
conexiones posibles de establecer entre el campo de la teoría del
reconocimiento y el ámbito empírico del mundo del trabajo contemporáneo.
Dichas consideraciones dependerán, por cierto, del marco teórico e
ideológico desde el cual se entienda al fenómeno del reconocimiento social:

68
mientras que dentro del contexto del nuevo management se habla de
“reconocimiento” en un sentido cercano a los constructos tradicionales de
motivación en el trabajo o de la nueva “gestión sutil” de los recursos
humanos (Burn & Dugas, 2002; Narbona, 2012), desde los planteamientos
anteriormente expuestos, se pretende, más allá de definir un herramienta
blanda de gestión, exponer una tipo de praxis que pueda actuar como
elemento pre-científico para la crítica inmanente al orden capitalista
neoliberal y del estatus actual del propio trabajo.

3.1 El trabajo como esfera de valoración social

En este apartado se presentará un concepto ampliado de reconocimiento


en el trabajo, que, si bien se cimenta en teoría honnetiana, recoge tanto
aportaciones complementarias a la visión del filósofo alemán, como otras
perspectivas que incluso representan un giro con respecto a su teoría
recognoscitiva en este ámbito.

Antes de abordar el tema del reconocimiento en la esfera laboral se debe


señalar que el trabajo, entendido a la vez como un mundo normativo y sub-
sistema social –haciendo con esto converger la perspectiva habermasiana
con la de Honneth-, nunca está separado ni es totalmente autónomo en
relación a otros sub-sistemas y /o mundos de la vida sociales, tales como la
familia y el derecho y el funcionamiento del Estado (Habermas, 1999),
consideración que es compartida por perspectivas como las del análisis
institucional (Lourau, 1994), o los propios estudios psicosociales de lo
laboral, desde lo que se ha denominado, precisamente, una concepción
ampliada sobre el trabajo humano (Battistini, 2004; De la Garza, 2000;
Dubar, 2002; Stecher, 2012). Por esto, es esperable que siempre se
produzcan, dentro de los escenarios laborales, diversos traslapes con otras
formas de reconocimiento, fenómeno, que, en verdad, ocurre en toda la vida

69
social y que determina la transformación y el desarrollo de las esferas del
reconocimiento en la modernidad (Tello, 2011; Voswinkler, 2012).

Hecha la precisión anterior, sin embargo, se debe afirmar que Axel


Honneth concibe al trabajo, en tanto esfera de reconocimiento,
principalmente como la institucionalización, en las sociedades modernas, del
principio del mérito. Esta concepción sobre el trabajo tiene un desarrollo
histórico en la obra del filósofo de Fráncfort, ya que, tal como se señaló
anteriormente, éste, al inicio de su carrera, concibió al trabajo humano desde
un concepto crítico, ligado a la defensa de la autonomía del propio acto
laborante por parte de los trabajadores (Honneth, 1995, 2006 b, 2010 a).

Sin embargo, luego de “La Lucha por el Reconocimiento”, Honneth fue


cada vez más reinterpretando esta normatividad desde la noción de logro,
aduciendo que la reivindicación de la autonomía del propio trabajo ya no le
parece un elemento tan general como para, desde éste, fundamentar una
crítica al capitalismo. Ello ocurriría, para el autor alemán, debido tanto a la
tercerización del mercado laboral, como al aumento de los trabajos atípicos y
precarizados (Deranty, 2007; Honneth 1997, 2006 b; 2010 a; Smith, 2009).
Es así como Honneth, en una obra reciente, afirma lo siguiente:

“A las protestas silenciosas de los empleados que se oponen a la


determinación de su actividad laboral por otros le falta ese elemento de
universalización demostrable necesaria para convertirlas en normas
justificadas de la crítica inmanente (…). Si aquellos caminos teóricos se han
obstaculizado debido a su incapacidad para justificar simultáneamente
reclamaciones necesarias y racionales, a continuación, en mi opinión, nos
queda la alternativa de buscar las raíces de tal forma racional reclamación
[del propio mérito] dentro de la organización de trabajo existente” (Honneth,
2010 b, p. 229, traducción propia).

70
Así, premunido con esta nueva visión normativa, referida al trabajo como
ámbito de reconocimiento de las capacidades y las aportaciones individuales
a la reproducción social, Axel Honneth asume la tarea de entregar una
perspectiva histórica del trabajo en tanto esfera de valoración social en las
sociedades capitalistas. Ante todo, él nota que si bien se puede considerar
como un progreso normativo la ascensión del logro como valor social
democrático -frente a la noción pre-moderna y estamental del “honor”-, ello,
no obstante, no implica que este valor cultural se haya posicionado sin
conflictividad en el ámbito público y privado del trabajo (Honneth, 2006 b;
Honneth, 1997).

Puntualizando lo anteriormente señalado, Honneth aduce que en las


sociedades modernas, la valoración del propio logro o mérito por medio del
trabajo siempre ha estado cubierta por un velo ideológico, lo que, a su vez,
ha redundado en que esta valoración haya tenido históricamente diversos y,
en algunos momentos, paradójicos grados de realización efectiva (Honneth,
1995, 1997, 2006 b, 2009; Petersen & Willig, 2004; Smith, 2009).

Así, este trayecto desigual de la valoración del trabajo se desarrollaría


desde las formas tradicionales de labores artesanales de la primera
modernidad, pasando por el trabajo industrial y masificado de la modernidad
plena o media, para llegar finalmente a las nuevas formas “inmateriales” del
trabajo actual. En el caso femenino, es notable, como se señaló
anteriormente, el estatus ambiguo del trabajo doméstico y las diferencias que
se mantienen a nivel de salarios por el mismo trabajo entre hombres y
mujeres, ello debido a la persistencia de marcos culturales de desvaloración
del trabajo reproductivo en las sociedades contemporáneas –asociables al
“contrato de género” anteriormente referido- (Fraser, 2006; Honneth, 1995;
Morini, 2014).

71
La concepción básica del mérito de Honneth, puede ser complementada
con una perspectiva que ahora establece una diferenciación histórica en los
significados específicos que adquiere el logro en diversas épocas de las
sociedades modernas. Al respecto Stephan Voswinkler, sociólogo asociado
al círculo de Honneth, argumenta que se pueden distinguir dos concepciones
básicas de mérito en el trabajo, diferenciables, a su vez, en cuanto a sus
grados de relevancia para el mundo social: El Aprecio y la Admiración
(Schweiger, 2010; Voswinkler, 2012; Voswinkler, Gernet & Renault, 2007).

El Aprecio corresponde a una forma de reconocimiento dada a un sujeto


perteneciente a alguna comunidad por su contribución a la reproducción de
dicho conjunto, pero que no representa una distinción excluyente ni basada,
en los términos de Charles Taylor, en el “honor”, es decir, en diferenciar a un
sujeto de otros, sino que más bien en la “dignidad” (Taylor, 2001). En este
sentido, Voswinkler afirma que el Aprecio se asemeja más bien a la "gratitud"
en Georges Simmel, en el sentido de que en esta forma de reconocimiento
se valora el trabajo y los esfuerzos que una persona pone en juego en su
labor cotidiana (Voswinkler, 2012; Voswinkler, Gernet & Renault, 2007). En
palabras de Voswinkler:

“Este reconocimiento actúa como contraparte en las relaciones sociales


recíprocas, manifestando la estima de los demás por la contribución de un
sujeto determinado, teniendo un fuerte componente comunitario” (Voswinkler,
Gernet & Renault, 2007: 64, traducción propia).

En términos sociológicos, puede afirmarse que si bien en todas las


sociedades modernas ha existido una combinación de formas de Aprecio y
Admiración, el primero fue dominante como forma de reconocimiento del
mérito desde la segunda mitad del siglo XIX a la primera del siglo XX, es
decir en la época de la “sociedad salarial”, llegando a su cúspide con la

72
hegemonía de la producción de tipo fordista (Castel, 2010; Voswinkler,
2012).

Como ya se refirió, esta época de desarrollo de las sociedades modernas


se caracterizó, en la esfera laboral, por la conformación de grandes
colectivos profesionales aglutinados en torno a la gran producción en serie
industrial, los cuales gozaron de un conjunto de derechos sociales mínimos
amparados por los Estados. Éstos, a su vez, actuaban como moderadores
de los efectos entrópicos del capital, conformándose, correlativamente a
estas condiciones estructurales, subjetividades e identidades laborales
fundamentalmente de corte colectivista y de trayectorias vitales estables
(Castel, 2010; Dubar, 2002; Hartmann & Honneth, 2009; Honneth, 1995;
Voswinkler, 2012).

Además, puede sostenerse que en la época fordista, la valoración del


trabajo aún mantenía cierta independencia de los resultados económicos que
se tuviesen en relación a la comercialización de los productos o servicios
realizados, lo cual conllevó que, en materia de reconocimiento del logro, los
trabajadores podían efectuar una conexión íntima entre el esfuerzo realizado
y el resultado técnico en su trabajo (Voswinkler, 2012).

Este orden social, en conjunto con las formas de reconocimiento


fundadas en el aprecio –que tuvieron su punto cúlmine de desarrollo en la
década del sesenta del siglo pasado- entró en un paulatino repliegue a partir
de las notables transformaciones socio-laborales de los mundos del trabajo,
en conjunto con la radicalización, en la esfera cultural, de los procesos de
individuación que, actuantes en la esfera laboral, implicaron e implican que el
trabajo ya no sea percibido como una “carga” social, sino como una forma
más de lograr la auto-realización y la búsqueda de sí mismo en el mundo
(Castel 2010; Dubar, 2002; Gorz, 1995; Honneth, 2009 a).

73
En el contexto actual post-fordista se vuelven ahora hegemónicas los
modos de reconocimiento basados en la admiración. Ésta, en contraste al
aprecio, no es un modo de valoración del trabajo per se, sino que del sujeto
en una clave de excepcionalidad (sería equivalente a la idea del “honor” en
Taylor), vale decir, ahora se despreciaría el servicio normal y el sacrificio
cotidiano en el trabajo, y se buscaría, más bien, la acción extraordinaria
asociada al individuo destacado. Sería una forma de mérito no sólo basada
en la distinción de un individuo respecto a una comunidad, sino también a un
énfasis en el ascenso de estatus con respecto a un estamento laboral. Para
citar nuevamente a Voswinkler: “La Admiración corresponde al prestigio, a la
clase elevada, al éxito en el mercado y por lo tanto es un reconocimiento
vertical, de abajo hacia arriba” (Voswinkler, Gernet & Renault, 2007: 65,
traducción propia).

La admiración, está asociada a la erosión cultural de los marcos


culturales colectivistas para definir el logro en el propio trabajo y, en forma
inversa, al auge de los criterios netamente económicos para definir el éxito y
por tanto, a los mecanismos individualizantes de control e incentivo laborales
(Dejours, 2013 a; Dubar, 2002; Voswinkler, 2012).

Con la “subjetivación” del trabajo, no sólo se ven erosionados los


recursos morales tradicionales para la evaluación de trabajo, sino que, el
propio trabajo relativiza su posición como forma fundamental de integración
social y desarrollo personal. Esto es compatible con lo que Araujo &
Martuccelli, han llamado el paso de un sentido hetero-normado del trabajo a
uno auto-centrado, es decir, el paso desde el trabajo como el principal
articulador social de identidades e integración social, a un mudo de sentido
centrado más bien en los proyectos personas. Lo anterior, sin embargo, no
significa un desdibujamiento completo de lo laboral en tanto esfera de
reconocimiento, sino más bien su resignificación desde, en principio, las
trayectorias biográficas de cada trabajador, lo que, en el caso de las mujeres,

74
implica tanto su mayor participación en el mercado laboral como su lucha en
compatibilizar el trabajo productivo con el reproductivo (Araujo & Martuccelli,
2012; Todaro & Yañez, 2004).

Si bien en términos globales la individuación puede ser considerada


como un logro normativo de las sociedades modernas, desde la teoría crítica
deben señalarse cómo las formas de reconocimiento en el trabajo en clave
individualizada pueden volverse ideológicas, en el sentido de que, a pesar de
que encarnan mayores libertades al sujeto, vehiculizan subrepticiamente
nuevas formas de coerción en el área laboral (Honneth, 2006 a; Hartmann &
Honneth, 2009).

Esta situación anteriormente referida obtiene su fundamento,


precisamente, en el desequilibrio que se produce en las formas de
reconocimiento del mérito, fundadas en el aprecio, a favor de la admiración
en el capitalismo contemporáneo. Esto, inclusive, se manifiesta en el propio
aprecio se trastoca en una forma de desprecio, puesto que, en consonancia
con la ideología neo-managerial de la empresas, los discursos que circulan
socialmente enfatizan la sobre-exigencia y el mejoramiento continuo de los
sujetos, lo cual, paradójicamente, vuelve por su parte a la propia admiración
cada vez menos posible para los individuos en el trabajo (Aubert & De
Gaulejac, 1993; Boltansky & Chaipello, 2002; Honneth, 2006 a; Patersen &
Willig, 2004; Voswinkler, Gernet & Renault, 2007).

Lo anterior es ilustrado por Vincent De Gaulejac, al referirse a que, en el


marco de las nuevas formas de gestión del trabajo, se produce una “paradoja
del éxito”, ya que paralelamente a que se emplaza a la búsqueda de la
excelencia constante, ésta se desdibuja, puesto que éste siempre se pone
más allá de un desempeño “común”, que, por otra parte siempre se
mantiene, por otra parte, constante (Aubert & De Gaulejac, 1993; De
Gaulejac, 2005). Esta sentencia es compartida por otros analistas de las

75
condiciones de gestión dentro del capitalismo contemporáneo, como
Petersen & Willig (2004), Renault (2000) o Vasilachis de Giardino (2009).

Esta situación paradójica, en el mismo sentido en que Honneth refiere a


las “paradojas de la individuación” en las sociedades híper-modernas
(Hartmann & Honneth, 2009; Honneth, 2009), también tiene su “síntoma” en
la aparición en lo que Hermann Kocyba, otro sociólogo asociado a Honneth,
ha denominado las formas instrumentales de reconocimiento las cuales, en
los términos de Habermas, podrían ser definidas como formas de valoración
del otro que, a pesar de parecer recognoscitivas, se efectúan con objetivos
estratégicos, siendo un ejemplo típico las relaciones ritualizadas de
valoración a los clientes en las tiendas de servicio a fin de obtener una venta
(Kocyba, 2011; Kocyba & Renault, 2007). Todas estas formas de
reconocimiento, por tanto, pueden operar como formas negativas de
reconocimiento del mérito.

3.2 Más allá del mérito. El reconocimiento del trabajo y la visión ampliada del
reconocimiento

A pesar de las consideraciones que complejizan internamente al mérito


como una realidad desde la cual ponderar al reconocimiento en el trabajo, se
ha afirmado la insuficiencia de este elemento para agotar todos los
fenómenos de valoración subjetiva que acontecen en esta esfera (Angella,
2016; Smith, 2009).

En este sentido, diversos autores sostienen que la teoría del mérito de


Honneth carecería, precisamente, de una mayor consideración del acto
mismo del trabajo como una forma de reconocimiento, no reducible sólo a su
valor social o normativo. En otras palabras, la concepción del reconocimiento
en el trabajo como valoración social no haría evidente cómo los sujetos, al
enfrascarse en una labor individual o colectiva, obtienen de esta misma

76
acción un reconocimiento, ya que por medio de su ejecución adquieren
aprendizajes y destrezas y, de ese modo, se subjetivarían a sí mismos, tal
como sostenía el joven Marx. Del mismo modo, la perspectiva de Honneth no
permite apreciar que los trabajadores libran una lucha colectiva en pos de
mantener el control del proceso productivo frente a la amenaza tanto de
alienación del valor-trabajo como de pérdida de la relación con otros en el
trabajo que operarían los modos capitalistas de organización laboral
(Angella, 2016; Deranty, 2007; 2012; Dejours, 2012; 2013 B; Smith, 2009).

No es difícil constatar que esta apreciación sobre la apropiación del


propio trabajo es exactamente la misma que Honneth sostuvo en su obra
temprana (Honneth, 1995). Más adelante, en este mismo apartado, se
discutirá si este planteamiento, además de complementar, es incompatible o
no con la teoría del reconocimiento de los méritos honnethiana.

Por otro lado, esta consideración del acto mismo de trabajo como un
modo de reconocimiento también permite superar lo que otros autores
denominan los déficits “sociológicos” que poseería la teoría honnethiana, la
cual, al enfatizar lo normativo, pierde de vista los factores socio-contextuales
y sistémicos ligados al reconocimiento. Ello en virtud que la lucha de los
sujetos por mantener o lograr el control de su trabajo se da frente a modos
concretos de administración u organización de tareas, es decir, frente a
dispositivos no sólo normativo-discursivos sino también socio-materiales
gobernados por lógicas sistémicas (Dejours, 2012; Deranty, 2012; Herzog,
2012; 2013; Mendel, 1993; Petersen & Willig, 2004).9

Estas consideraciones sobre el reconocimiento del trabajo, que podrían


ser tildadas como “anticuadas” por algún crítico para hacer referencia al
trabajo tercerizado e “inmaterial” del modo de acumulación postfordista -así

9
Que es precisamente el énfasis de este trabajo, al posicionarse este desde un enfoque crítico-
interpretativo que comprende las producciones simbólicas en contextos socio-estructurales.

77
como lo fueron en su tiempo también desechadas por los miembros de la
primera generación de Frankfort, tal como se revisó más arriba-, pueden ser
mantenidas aún como criterios de crítica al mundo laboral contemporáneo si
se consideran algunos elementos adicionales en la discusión.

Al respecto, autores como Jean-Philippe Deranty, han insistido que,


frente a las concepciones contemporáneas que “desustancializan” al trabajo,
que toda labor social, incluidos los servicios, para ser realizada depende
tanto de una determinada forma social de organización del trabajo como de
un setting material también socialmente producido, lo cual supone, por tanto,
que siempre la esfera normativa en el trabajo depende y entra en relación
con una determinada organización sistémica e incluso material del mismo
(Deranty, 2007, 2012).

Sin embargo, la presencia de una organización social del trabajo no


explica por sí mismo que los sujetos además luchen por mantener la
autonomía en un determinado espacio laboral socialmente organizado, lo
que equivale a formular la pregunta de cómo podría actualizarse y hacerse
empíricamente constatable el precepto marxista básico de que el trabajo
subjetiviza a hombres y mujeres. Sobre este último punto, será Christophe
Dejours, quien efectué una mayor referencia a la noción de control del
trabajo en su relación con el reconocimiento, mediante su labor investigativa
en la disciplina que él mismo ha denominado como “psicodinámica del
trabajo” (Dejours 2012; 2013 A; 2013 B; Deranty, 2007).

Dejours sostiene, tal como lo hizo Honneth en su obra temprana, que


todo sujeto que trabaja establece una especie de lucha individual y colectiva
por mantener la autonomía en los procesos productivos en los cuales están
involucrados (Dejours, 2013 b). Ello se da en virtud de que todo trabajo, por
muy “inmaterial” o “intelectual” que parezca, siempre mantiene en su seno, -
por decirlo de algún modo- un substrato de “artesanía”, es decir, de núcleo

78
no panificable que requiere la inventiva particular del que la realiza, tal como
señalará también, por su parte, Richard Sennett (2009).

Dejours afirma que este flanco artesanal de todo trabajo se le hace


evidente al sujeto como un fracaso de sus acciones planificadas de
antemano por sí mismo o un sistema administrativo. Este autor denomina a
este elemento irreductible del trabajo -en una clave kantiano-lacaniana- “lo
real del trabajo”: “aquello que resiste a los conocimientos, los saberes, los
saberes-hacer y, globalmente, al control... Básicamente se da a conocer al
sujeto por un desfasaje irreducible entre la organización prescrita del trabajo
y la organización real del trabajo” (Dejours, 2013, a, p. 33)10.

Al enfrentarse con este “real” del trabajo, los sujetos experimentan un


impasse, ya que observan que no pueden hacerle frente con las
herramientas y los sistemas de planificación pre-establecidos, por lo que
éstos ponen todos sus recursos cognitivo-corporales para lidear con la tarea.
Si, en virtud de ello, el sujeto llega a un buen resultado, se produce una
transformación de la realidad y del propio individuo; es decir, acontece la
experiencia que Marx contemplaba como el “trabajo vivo” (Dejours, 2013;
Honneth, 1995; Marx, 2006).

Es en relación a este tipo de trabajo frente a “lo real” que los individuos
buscarían reconocimiento de pares de oficio -lo que Dejours denomina los
juicios de efectividad y de belleza-, lo cual implica un esfuerzo por controlar
el trabajo propio. Como puede verse este autor francés ha reconstruido, por

10
En este punto –puesto que no es objetivo primario de la investigación situarse en una discusión con este autor-
puede establecerse un esbozo de crítica a Dejours en relación al ambiguo estatuto que tiene aquello que él ha
denominado “lo real del trabajo”: si bien en la experiencia cotidiana de los trabajadores podría razonablemente
suponerse que ellos enfrentan constantemente situaciones que no han sido previstas por los sistemas
administrativos, de ello no se derivaría sostener que la realidad per se se manifiesta a ellos –y no al marco
administrativo. Podría argumentarse, en términos Rortyanos, que más bien ambas comunidades obedecen a fines
distintos –una el trabajo y al otra el control del trabajo- y que esto marca las diferencias en los resultados que
obtienen de su actividad. Para sostener esto aquí se hace una analogía con lo que Richard Rorty argumenta con
respecto a las comunidades lingüísticas y en especial con respecto a si la ciencia puede ser comprendida como una
comunidad construida desde la “solidaridad”. Véase en especial los textos “La Ciencia como solidaridad” y
“Textos y Terrones”, en Rorty. R. (1996). Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona: Paidós.

79
afirmarlo así, el vínculo vivo del trabajo como productor de la subjetividad, así
como también ha puesto en evidencia las formas en que los nuevos sistemas
de control del trabajo coartan dicho vínculo inmanente. Es decir, Dejours ha
fundamentado que las relaciones de reconocimiento y las luchas por el
control individual y colectivo del trabajo se relacionan internamente con el
reconocimiento (Dejours, 2013; Deranty, 2007; Marx, 2006; Petersen &
Willig, 2004).

En suma, se tiene acá una forma distinta de reconocimiento que será


denominada acá simplemente como “reconocimiento del trabajo”, la cual
tiene una valencia positiva, dada por el sentido individual y colectivo de
control del propio trabajo, como una negativa, interpretable como alienación
individual y colectiva del propio trabajo. Quedaría, finalmente, por revisar
cómo el reconocimiento del trabajo es compatible o entra en conflicto con la
perspectiva del reconocimiento sostenido por Honneth, lo que, en términos
concretos, implica discutir sus implicancias frente al reconocimiento recíproco
del mérito y el reconocimiento existencial.

En primer término, en cuanto al mérito, podría sostenerse que, siguiendo


de igual modo a Deranty, Haber y Smith que la búsqueda individual y
colectiva de la autonomía o del control del propio trabajo, no implicaría a
priori una negación del reconocimiento del mérito individual, ya sea en clave
de aprecio o de admiración, puesto que estas dos modos de reconocimiento
son complementarios en función de que refieren, respectivamente, a las
esferas sistémicas y normativas operativas en el trabajo y en la esfera social
en sentido amplio (Deranty, 2012; Haber, 2009; Smith, 2009).

El mismo criterio de basamiento de estos modos de reconocimiento en lo


normativo o en lo sistémico, puede usarse como factor diferenciador entre el
reconocimiento del acto de trabajo con lo que Honneth ha denominado el
reconocimiento existencial. Si bien ambos modos de reconocimiento

80
descansan en una categorización similar, sobre todo en sus formas
negativas –es decir, la alienación y la reificación-, compartiendo un campo
semántico y teórico común en la teoría crítica e incluso en la tradición
marxista (Pérez, 2001), tal como señala Haber, el concepto de reificación –
en consonancia con la crítica anteriormente planteada a la teoría
recognoscitiva de Honneth- no mantiene el anclaje propiamente sistémico del
sujeto laborante en un entorno socialmente configurado, en el cual se
produce la apropiación capitalista de su fuerza de trabajo, sino que sigue
dependiendo, como las formas recíprocas del reconocimiento del filósofo
alemán, de pautas o esquemas culturales de interpretación (Haber, 2009).

Por tanto, el reconocimiento del trabajo se fundamenta en una visión más


sistémica y por tanto complementa la visión más bien “culturalista” de
Honneth con respecto a las esferas de reconocimiento como ámbitos
normativos. Esta conjugación de lo sistémico y lo normativo va en la
dirección de establecer lo que, siguiendo a Benno Herzog, se denomina acá
como una “concepción ampliada del reconocimiento”, es decir, la
consideración de que en el fenómeno del reconocimiento no sólo están
implicadas las esfera normativa-culturalista de relación moral, sino también la
estructura social e incluso los dispositivos materiales. En palabras de
Herzog, una perspectiva de investigación del reconocimiento como ésta:

“…requiere de una metodología capaz de analizar tanto la influencia de la


base normativa (…) sobre la realidad material del capitalismo incluyendo las
prácticas de sus actores, como de analizar la influencia de las acciones y la
realidad de las normas sociales. En otras palabras: normas y realidad
material no deben ser analizadas por separados sino conjuntamente
incluyendo su influencia mutua” (Herzog, 2013, p. 333).

De esta forma, si se adiciona al enfoque honnethiano el reconocimiento


del trabajo, se puede considerar al reconocimiento positivo y negativo como

81
prácticas sociales de valoración, en las cuales se conjugan, de forma no
apriorísticamente determinable, la agencialidad y los poderes sistémicos, así
como lo discursivo-normativo con lo estructural-contextual (Fairclough, 2003;
Herzog, 2013).

En síntesis, además del derecho y el amor y las formas reconocimiento o


de desprecio del mérito individual, existe una forma de reconocimiento del
trabajo, que basado en las concepciones críticas de Deranty, Dejours y
Smith, entre otros, implica considerar como práctica de auto y hétero-
valoración la posibilidad de apropiarse individual y colectivamente del propio
producto del trabajo, situados los agentes en un contexto social y materia
particular, lo cual es impedido actualmente por las nuevas formas de gestión
postfordistas que individualizan el desempeño y precarizan los tiempos de
carrera del trabajador, haciendo de sus trayectorias laborales se vean
acotada a las lógicas de los “proyectos” (Dubar, 2002; Offle, 1997; Sennett,
2006).

Si a nivel del mérito, las nuevas tecnologías manageriales de gobierno


del trabajo, se expresaban como hipertrofias de la admiración, en el
reconocimiento del trabajo lo que ocurre es que los sujetos se enajenan no
sólo de su propio trabajo hiper-gestionado, sino de su propio colectivo o
rubro laboral, lo cual es también un aspecto de la clásica alienación marxista
del trabajo y de la primera concepción crítica de Honneth del trabajo
(Dejours, 2013 a; Honneth, 1995; Renault, 2000; Petersen & Willig, 2004).

Son todas estas modalidades, tanto positivas como negativas del


reconocimiento y que han sido construidas en base tanto a los
planteamientos de Axel Honneth como de los críticos de éste, que abogan
por comprender “lo sociológico” junto a lo normativo, lo que será
concretamente denominado en esta investigación una concepción ampliada

82
del reconocimiento y que sustenta la definición de las formas de
reconocimiento que se detallarán a continuación.

3.3 El objeto teórico de la presente investigación: Las Formas de


reconocimiento vinculadas al trabajo desde una perspectiva ampliada del
reconocimiento

Desde esta concepción ampliada del reconocimiento, se puede definir


ahora, propiamente, un objeto teórico para la presente investigación. Se
entiende por “objeto teórico”, lo que Bourdieu, Chamboredon & Passeron
(2002), definen como la operación analítico-conceptual de paso desde la
“observación” de un objeto empírico –en este caso, la practica social del
reconocimiento y sus diversas concepciones- a un objeto abstracto y
conceptual de investigación.

En esto términos, se hablara de “formas de reconocimiento”, las cuales


corresponden a formaciones culturales, en el sentido que le da John
Thompson a esta concepto (1998), es decir, producciones simbólicas -
narrativas, prácticas sociales, etcétera- presentes en diversos escenarios
laborales y extra-laborales, las cuales implican modos de valoración positiva
y negativa de las personas, tanto en las formas intersubjetivas definidas por
Honneth, como la del reconocimiento positivo o negativo del trabajo, surgida
desde la crítica de autores como Haber y Dejours, y, finalmente, la del
reconocimiento existencial y la reificación definidas de forma ulterior por el
autor alemán.

En este estudio, en esta investigación no sólo está implicada una


perspectiva ampliada del reconocimiento sino una del propio trabajo, es
decir, siguiendo lo que establecen autores como Battistini, De La Garza o
Stecher, se asume la imbricación de la esfera laboral con otros ámbitos de la

83
sociedad o –dicho en términos Habermasianos- del mundo de la vida
(Battistini, 2004; Soto, 2008; Stecher, 2013; 2014).

Bajo este prisma, se argumenta que, si bien existen formas de


reconocimiento más ligadas estrictamente a la esfera laboral –como las que
aquí se denominarán precisamente como reconocimiento del trabajo-, no es
posible, si nos situamos en lo laboral, diferenciar taxativamente entre formas
de reconocimiento del trabajo y otras que sean puramente extra-laborales, ya
que, como se verá en los resultados del estudio, precisamente las cajeras
imbrican y movilizan referentes simbólicos externos al escenario laboral para
significar su propia función. Por ello, se hablará acá de que todas las formas
de reconocimiento están en el trabajo –por ello, el título del presente
proyecto no es “formas de reconocimiento del trabajo”, sino “en el trabajo”-,
aunque su procedencia provenga fuera de este ámbito, siguiendo con ello la
idea de la imbricación de ámbitos sociales en el trabajo del concepto
ampliado anteriormente aludido.

Como tales, cada forma de reconocimiento en el trabajo puede abarcar


dimensiones grupales, organizacionales e institucionales en interacciones
complejas entre sí. De este modo, por ejemplo, pueden reconocerse como
tales tanto en marcos normativos de la acción hasta en interacciones directas
con un otro, tal como sostiene, por su parte, Stephan Voswinkler (2012).

De acuerdo a la perspectiva ampliada del reconocimiento aquí


formulada, se definen, pues, dos grandes formas de reconocimiento: I.- las
formas intersubjetivas que corresponden a las identificadas por Axel
Honneth, es decir, el mérito, el derecho y el amor; II.- Las formas de
reconocimiento que comprenden tanto el reconocimiento del trabajo como al
reconocimiento existencial, el primero orientado hacia una concepción
sistémica y el segundo hacia una dimensión normativo-cultural. Ambas
formas de reconocimiento, que comparten el ser constituidas desde una

84
crítica a la racionalidad social, basadas, a su vez, en una concepción teórica
de la enajenación, serán denominadas en conjunto como formas de
reconocimiento fundadas en la dimensión subjetivación-enajenación, pues lo
que está en juego en ambas es la construcción de la autonomía versus su
pérdida, ya sea la que se ejerce en el propio trabajo o como agente social.

Nótese que se reservará la noción de “reificación” para hacer referencia


a las formas diferenciadas de enajenación del sujeto en el trabajo que
puedan tener un origen más bien cultural, dejando para la discusión posterior
si, de acuerdo a los discursos reconstruidos, ésta es totalmente distinguible
en ciertos casos de las formas de alienación laboral. Este matiz es
importante al reparar en las formas históricas de Invisibilización del trabajo
reproductivo y del bajo estatus de las profesiones ocupadas por mujeres que
se deben a factores más bien culturales (Fraser, 2006; Honneth, 2006 b).

A continuación, se esquematizan la tipología de formas de


reconocimiento que guiarán, de forma no determinista, el análisis empírico.

Tabla Nº 2: Tipología de las formas de reconocimiento de la presente investigación:

Tipo de Descripción Forma positiva en el Forma degradada /


Reconocimiento trabajo Negativa

I.- FORMAS DE RECONOCIMIENTO INTERSUBJETIVAS

1.- Valoración Reconocimiento Autoestima; “Deshonra”: Baja en


Social o del aporte Aprecio y Admiración autoestima por ausencia de
solidaridad individual del (Voswinkler, 2012). reconocimiento de la
sujeto al aportación individual y grupal
desarrollo a la creación de valor social.
social por parte
de una
comunidad de

85
valor, de
acuerdo a
diversos
criterios de
mérito definidos
por dicha
comunidad.

2.-Derecho Reconocimiento Auto-respeto (Kant). Exclusión. Falta de


de estatus de Reconocimiento de derechos “ciudadanía laboral”,
igualitario en el en el trabajo. presente por ejemplo en
plano social en prácticas antisindicales o en
cuanto a la obsolescencia de los
acceso a contratos laborales.
derechos

3.-Amor Reconocimiento Autoconfianza dada por la Invisibilidad (Honneth, 2011)


del sujeto como resolución de necesidades
ser de básicas (subsistencia, Prácticas de humillación,
necesidades seguridad, visibilización). maltrato, etcétera.
básicas, las
cuales son
satisfechas por
medio de
relaciones con
otros concretos.

II.- FORMAS DE RECONOCIMIENTO BASADAS EN LA DIMENSIÓN SUBJETIVACIÓN-


ENAJENACIÓN

4.- Reconocimiento Autonomía en el trabajo: Alienación en el trabajo:


Reconocimiento de la autonomía prácticas de auto y hétero-

86
del trabajo o heteronomía Construcción de un colectivo cosificación en el trabajo,
experimentada en el trabajo, o el trabajo vinculadas a prácticas de
en el ejercicio como un oficio (Dejours, control; definiciones
concreto de un 2013, A; B; Sennett, 2006). heterónomas del propio
trabajo. trabajo, individualización de
su práctica, etcétera.
(Dejours, 2013 a).

5.- Operación de la Reconocimiento existencial: Formas de reificación:


Reconocimiento agencialidad implicación en la
existencial aprehensión del mundo Auto-reificación o reificación
(Honneth, 2007). intersubjetiva.

4. La industria del retail y el sector supermercadista en Chile

4.1 Retail: De sector económico a industria

Por “retail” –que es un término inglés que a su vez deriva de la voz


antigua francesa retailler, que significa fraccionar o separar- se entiende
normalmente al comercio al detalle, es decir, el que se destina directamente
a los consumidores de diversos productos o servicios, lo cual incluye desde
ropa, artículos de belleza, ferretería, farmacias, etcétera, y cuyos formatos
más tradicionales comprenden las tiendas por departamentos, de
mejoramiento del hogar y los supermercados. Sin embargo, en general, este
término se reserva fundamentalmente para los grandes operarios del sector,
es decir, quienes han experimentado un mayor grado de modernización y
expansión comercial en los últimos veinte años (CERET, 2009; Stecher,
2013; Vergara, 2012).

87
Históricamente, el retail o comercio minorista en su formato moderno se
desarrolla primeramente a partir de las grandes galerías comerciales que
surgieron en Europa a fines del siglo XIX – como es el caso de la famosa
“Galería Lafayette”, surgida en París en 1893-, las cuales fueron los
antecedentes de las actuales tiendas por departamento, que es el primer
formato que el sector exploró sistemáticamente. Al interior de estas galerías
comerciales -que se expandieron rápidamente por el viejo continente,
llegando ulteriormente a toda América a principios del siglo XX- ya se
contaban con secciones diversas para distintos productos, atención de
vendedores especializados e incluso acceso a crédito (Calderón, 2006;
Gálvez, Henríquez & Morales, 2009).

Durante buena parte del siglo XX, el retail mantuvo la estructura de un


negocio “tradicional” de pequeña escala para la época, es decir, un sector
económico de bajo desarrollo tecnológico, poca diversidad de oferta y base
de operación local o a lo sumo nacional, salvo algunos casos excepcionales
de exploración de mercados foráneos, tales como la tiendas Woolworth
desde los Estados Unidos a Canadá en 1907 y Sears Roebuck a Cuba en
1942, o más tarde, las de C&A de Francia y Marks & Spencer de Gran
Bretaña hacia otros países (Gálvez, Henríquez & Morales, 2012).

No obstante, desde los años ochenta, a la par de la internacionalización


y deslocalización de la producción y el auge del sector terciario en la
economía, el sector del retail comienza una rápida expansión trasnacional,
fundamentalmente desde los Estados Unidos y Europa hacia mercados
emergentes como Asia y América Latina. Ello, de la mano de la
consolidación de grandes operadores en el sector, tales como Walmart -que
ubica su primer local fuera de E.E.U.U en la ciudad de México en 1991- o la
francesa Carrefour –que incluso ya en los años setentas tenía presencia en
países como España, Brasil, Argentina o Taiwán- (Durand & Wrigley, 2009;
Walmart, 2015).

88
El sector del retail ha logrado su nivel de desarrollo actual en virtud del
juego interrelacionado de tres factores. En primer lugar, la ya comentada
traslación desde la economía industrial hacia el desarrollo del sector terciario
o de servicios, lo cual tuvo como efecto inmediato, dentro del rubro, una
nueva redistribución del poder comprador de los minoristas frente a los
proveedores, por medio, por ejemplo del desarrollo de las marcas propias
que desafiaron el posicionamiento de aquellas de grandes proveedores. En
segundo lugar, porque este sector emergió como un moderador más eficaz
entre la oferta y la demanda más inmediata, y en tercer lugar, mediante el
uso masivo de las TIC´s, por la incorporación de nuevos modos de gestión –
tales como las lógicas del “justo a tiempo” o los sistemas de suplemento de
fondo de demanda- que agilizaron las formas de mercadeo de productos,
refinando la oferta y terminando con los tiempos muertos generados entre la
producción y el consumo final, surgiendo lo que dentro del rubro se conoce
como el “lean retailing” o mercadeo flexible (Wrigley & Lowe, 2010).

Todos estos elementos han hecho que el retail se transforme en una


industria, es decir, que en su operación aúne, de forma cada vez más
creciente, todos los procesos de producción y comercialización mayorista y
minorista, es decir, que abarquen la cadena completa que va desde los
proveedores hasta el consumidor final (Durant & Wrigley, 2009).

El retail a nivel global ostenta uno de los mayores niveles de


empleabilidad, siendo sólo superado como por el sector público. Sólo por dar
un ejemplo, Walmart es la empresa privada con más cantidad de
empleadores, contando con una dotación total aproximada, al año 2015, de
2.106.993 personas, ubicándose más de la mitad de éstos sólo en los
Estados Unidos de América (Walmart, 2015).

89
Dentro de este sector, son precisamente los sub-sectores de comestibles
y de consumo inmediato –o “food/grocery retail”, vale decir, productos más
típicos del stock de los modernos supermercados -, los que han liderado o
consagrado las grandes transformaciones modernizadoras en todo el retail,
lo cual hace que este formato sea actualmente uno de los más
representativos del sector (Durand & Wrigley; Vergara, 2012; Wrigley &
Lowe, 2010).

4.2 La industria del retail y el desarrollo del sector supermercadista en Chile

A grandes rasgos, el comercio minorista en el país durante la primera


mitad del siglo XX siguió las tendencias principales que mostraba el rubro a
nivel mundial en esa época, vale decir, un ámbito de acción acotado
geográficamente, un nivel precario de profesionalización y una dirección del
negocio ejercida fundamentalmente por pequeñas sociedades y empresas
familiares, quienes, como es el caso de Cencosud o Falabella, originaron sus
primeros negocios desde el formato de las tiendas por departamento a
principios del siglo XX (Calderón, 2006).

Sin embargo, desde los años noventa, a pesar de que ha mantenido la


filiación familiar de estas empresas, el retail chileno experimentó importantes
procesos de modernización en la gestión y un crecimiento exponencial, lo
cual lo posicionó como una de las áreas más activas de la economía, en
cuanto a su aporte al PIB y a su valor bursátil en el mercado nacional
(Calderón, 2006; Gálvez, Henríquez & Morales, 2009; Lira, 2005).

Esto ha llevado a que en la actualidad en Chile puede hablarse del


surgimiento de una verdadera “industria del retail”, entendida ésta como un
conjunto heterogéneo de grandes grupos económicos y holdings que
gestionan formas integradas de negocio en rubros tales como los
supermercados, tiendas de ropa, artículos deportivos, farmacias,

90
mejoramiento del hogar e incluso actualmente el sector inmobiliario, las
agencias de viajes, los seguros y la gestión de marcas propias (Fundación
Sol, 2013; Stecher, 2012; 2013).

El desarrollo que ha experimentado este sector económico se evidencia,


entre otros elementos, en la agresiva expansión de estas firmas en todo el
país -dado el declive de las formas de comercio propiamente minorista- y una
progresiva internacionalización de algunas cadenas chilenas, que ha
alcanzado a países como Argentina, Perú y Colombia. Todo ello en un lapso
no mayor a los quince años (Calderón, 2006; López, Zamora & Cuevas,
2008; Stecher, 2013).

Por otro lado, al igual que los rubros económicos más dinámicos, el retail
chileno se adhirió a las tendencias mundiales hacia la “financiarización”
(Harvey, 1998), lo que ha conllevado que actualmente uno de sus ítem más
destacados dentro de su marco de negocio sea, precisamente, el
otorgamiento de créditos, rubro que es movilizado a través del uso masivo de
tarjetas electrónicas desde los años ochenta en todas las modalidades de
servicio del retail, generándose competencias entre las cadenas en torno
otorgamiento y mantención de dichas líneas de crédito (Calderón, 2006;
Stecher, 2013; Vergara, 2012).

Ahora, enfocándonos específicamente en el sector supermercadista


dentro de la industria del retail en Chile, se debe señalar que este rubro se
desarrolla fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo XX, o más
estrictamente desde el año 1957, fecha en que se funda el primer
supermercado de Chile y Latinoamérica, que corresponde a un ALMAC -
línea que perteneció a la cadena D&S, actual Walmart Chile-. Posteriormente
aparecen en el mercado las cadenas Jumbo, Unimarc y Monserrat, que
siguieron desarrollándose paulatinamente desde los años 60 a los 80 del
siglo XX (López, Zamora & Cuevas, 2008).

91
No obstante, al igual que lo que ocurrió en el resto del retail, desde los
años noventa, el sector supermercadista experimentó un sostenido proceso
de modernización y crecimiento, lo que permitió que, mediante la adquisición
paulatina de líneas de competidores menores, se generase una progresiva
concentración del negocio por parte de grandes operadores, tales como han
sido las familias Ibáñez, Calderón, el grupo Solari, o el grupo del empresario
alemán nacionalizado Horst Paulmann (Gálvez, Henríquez & Morales, 2009;
Vergara, 2012).

En cuanto a características específicas del sector supermercadista


actual, se debe señalar que éste ha llegado a ser el subsector más dinámico
del retail, volviéndose incluso un rubro de crecimiento contra-cíclico
(Cavieres & Vergara, 2012; Durán & Kremermann, 2007; Lira, 2005).
Además de ello, los grandes supermercados han incorporado el uso masivo
de tecnologías informáticas de gestión, las cuales permitieron bajar
considerablemente los tiempos de los inventarios, lo que provocó, a su vez,
no sólo que se expandiesen los nichos de clientes, sino que la propia
industria pudiese redefinir los estándar de atención, aumentando el tamaño
tradicional de este tipo de tiendas, floreciendo el formato de grandes
supermercados o “hipermercados” en el país desde los años noventa hasta
el día de hoy (Cavieres & Vergara, 2012; Lira, 2005).

Bajo estos nuevos parámetros, las grandes cadenas chilenas de


supermercados comenzaron a consolidar una estrategia de crecimiento
sostenido, en conjunto con la mantención de una política constante de
precios bajos, diversificación su oferta y desarrollando el negocio de las
marcas propias. Todo ello produjo una diversificación tanto de los escenarios
laborales como de usuarios de estos servicios, así como de los propios
trabajadores adscritos a este sector (Stecher, 2013; CERET; 2009; Lira,
2005; Vergara, 2012).

92
Actualmente, en Chile y particularmente en Santiago, existen cuatro
competidores principales en el rubro de los grandes supermercados, los
cuales se describen a continuación (CENCOSUD, 2016; CERET, 2016;
Gálvez, Henríquez & Morales, 2009; Durán & Kremermann, 2007; Falabella,
2014; Walmart Chile, 2016):

i) CENCOSUD (principalmente las cadenas Jumbo y Santa Isabel),


cadena con gran tradición, que abre su primera tienda en 1978, y cuya
ventaja competitiva –de acuerdo a lo declarado en sus catálogos y
página web- está dada por calidad de sus productos. A nivel de
participación en el marcado, ostenta actualmente el 26%, con un nivel
de ventas, medido en $MM, de 2.504.714 (CERET, 2016).

ii) Walmart-Líder, que es el competidor dominante a nivel nacional, con


un 38% del mercado y un volumen de ventas anual de $MM
3.642.731. Esta marca fue adquirida por la trasnacional
norteamericana en 2009, después de que perteneciese a la firma D&S
de la familia Ibáñez por casi catorce años.

iii) La cadena de retail especializada en supermercados SMU –con


UNIMARC como marca principal-, con un 21% de participación en el
mercado nacional y ventas anuales de $MM 2.063.000, la cual ha
tenido un nuevo impulso en los últimos años tras su adquisición en
2007 por el grupo Corp Group, ligado al empresario Álvaro Saieh,
siendo la mayor cadena de supermercados, aunque no se ha
especializado en formatos de “hipermercados”.

iv) Finalmente, Tottus, la cadena con menor antigüedad en el rubro, la


cual aparece en 2007, como parte del holding de Falabella S.A., luego
de que ésta adquiriese la línea de supermercados San Francisco. Su

93
participación en el mercado es de un 8% y registra un nivel de ventas
anuales de $MM 667.358.

4.3 Los Escenarios laborales de los supermercados

Desde la inauguración de local “Astor” en Nueva York, en 1915, el cual


podría ser considerado como el primer supermercado en el sentido actual
del término -es decir, un tipo de tienda en el cual los productos de consumo
eran ordenados de acuerdo a su tipo, se poseían cajas de atención y
además se utilizaban “carritos” de compras-, hasta el surgimiento de grandes
Holdings internacionales de supermercados, tales como la francesa
Carrefour o en especial, la norteamericana Walmart -cadena surgida en el
año 1962 y mundializada desde 1991- los supermercados como tiendas han
manifestado una enorme desarrollo y diversidad en nuestro país y en el
mundo (Gálvez, Henríquez & Morales, 2009; Lira, 2005; Walmart, 2015;
Zimmerman, 1961).

En Chile, actualmente se distinguen cuatro tipos de formato de


supermercados: los grandes supermercados o hipermercados, corresponden
principalmente a las marcas Líder, Jumbo, Tottus y algunos formatos de los
supermercados Santa Isabel; los supermercados tradicionales -Lider
Express, Santa Isabel tradicional, Unimarc, Ekono-; las tiendas de
conveniencia -Big John, OK Market, Petroleras como Pronto Copec, Select,
entre otras- y, finalmente, formatos para el canal tradicional mayorista -A
Cuenta, ALVI Supermercado Mayorista, Mayorista 10, etcétera-.

Aunque puedan existir diferencias con respecto a los tamaños y variedad


de servicios ofrecida, sobre todo a nivel de comunas, técnicamente, se
puede considerar como un gran supermercado o hipermercado a un local
que posea más de 6000 metros cuadrados y que ofrezca, además de los
rubros tradicionales como alimentos, productos como electrodomésticos, de

94
mejoramiento del hogar, jardinería, vestuario, zapatería, entre otros (Lira,
2005). En Chile, a diferencia de los supermercados más tradicionales, este
formato ha aumentado su participación en el mercado, siguiendo la tendencia
mundial de concentrar la oferta de servicios (Durán & Kremerman, 2007; Lira,
2005).

Los grandes supermercados se diferencian además de los de tipo más


tradicional en que ofrecen una gran variedad de productos, más allá de los
típicos rubros de alimentación y abarrotes, abarcando actualmente
diversificadas áreas non-food, (electrónica, juguetería, ropa, artículos
deportivos, etcétera.), además de una creciente oferta de platos preparados,
productos exportados exclusivos y con valor agregado, además de otros de
marca propia (Durán & Kremerman, 2007; Stecher, 2013).

4.4 El puesto de cajero/a de grandes supermercados

Sin pretender efectuar aquí una descripción exhaustiva del rol y puesto
de cajero de supermercado -tarea que por sí misma implicaría un proceso de
investigación propio- se presentarán algunos elementos de este cargo,
recogidos tanto en la literatura de investigación social como en la
administrativa. Al respecto, si bien la información existente sobre este puesto
de trabajo es más bien escasa, de todas formas se pueden consultar, por un
lado, los análisis más globales de funcionamiento administrativo de los
supermercados, tales como los de Lira (2005), Stecher (2013), Toro, Stecher,
& Godoy (2010, 2012) o Vergara (2012); y por otro, para tener una idea de
las condiciones organizacionales y materiales del puesto de cajero, algunas
descripciones de corte ergonómicas, tales como la de Morihovitis (1998),
Shinnar, Indelicato, Altimari & Shinnar (2004), y, en nuestro país, González,
González & Yagode (2009).

95
Premunido con estas fuentes de información, se describirán los
elementos fundamentales, tanto de las tareas como del entorno laboral que
conforma esta función, considerando, a modo sucinto, los modos de gestión
implicados, tecnologías, sistemas de contratación, culturas organizacionales
prototípicas y los principales perfiles laborales que lo caracterizan.

De acuerdo a autores como Narbona o Stecher, las tiendas de


supermercados, al igual que muchos entornos laborales del retail, combinan
procedimientos neo-tayloristas con modelos de gestión derivados del post-
fordismo, tendencia general que se lleva a cabo en el sector de servicios a
nivel mundial (Narbona, 2012; Stecher, 2013). Así, como ya se adelantó, por
un lado, el puesto de cajero de supermercado se gestiona bajo una lógica
que, en los términos de Henry Minzberg, corresponde a una fuerte
estandarización de procesos -típica del paradigma taylorista-fordista de
producción- en la cual se pretende organizacionalmente definir de antemano
las tareas y sus resultados esperados, esto, bajo las lógicas de establecer a
priori los mejores desempeños posibles para el cargo, al estilo de los
procedimientos de reingeniería o calidad total (Minzberg, 1992; Pucheu,
2014).

Lo anterior implica que, sobre este puesto de trabajo, se ejerce una


continua protocolización de acciones que deben seguir los/as cajeros/as
frente a los clientes mediante un script o guión, (práctica presente, con mayor
o menor grado de cumplimiento, en las tres cadenas principales: Jumbo,
Líder & Tottus). Esto permite que este puesto de trabajo pueda ser cubierto
con personal con baja calificación y sin mayor experiencia previa, el cual, tras
un breve periodo de capacitación –la mayoría de las veces llevado a cabo en
la propia tienda por los mismos cajeros más veteranos-, en lapsos que no
pasan por lo general de los tres días- puede desempeñarse en el cargo
(Stecher, 2013).

96
Por otro lado, es común el uso de estrategias de flexibilidad numérica de
tipo interno, propias de las lógicas neo-tayloristas de producción.
Típicamente, esto se refleja, en primer término, en la compleja estructura de
remuneraciones existente, la cual tiene una base, correspondiente al sueldo
mínimo, y un conjunto de bonificaciones, que, variando en componentes de
acuerdo a la cadena de supermercado considerada, se compone de bonos
por presentismo y ausencia de atrasos. Además de ello, la flexibilidad en el
control se expresa en la diversidad de formas de contratación y de horarios,
los cuales son establecidos de modo automatizado por medio de lo que se
conoce como mallas mensuales de turnos (Stecher, 2013).

Junto con este tipo de estrategias de flexibilidad numérica o cuantitativa,


se establecen formas funcionales de flexibilidad en pos del aumento de la
productividad, tales como la creciente polifuncionalidad de los puestos,
evidenciadas en la creciente servicios anexos que actualmente se ofrecen
directamente desde las cajas a los clientes, tales como la operación de giros
de efectivo, el ofrecimiento de servicios ligados al sistema de tarjetas
anexadas al holding respectivo, el pago de cuentas, etcétera (Narbona, 2012;
Stecher, 2013; 2014).

A este aspecto hay que agregar la implementación de formas de


“reconocimiento simbólico”, las cuales son típicas de las nuevas formas de
administración (Bolstansky & Chiapello, 2002; Narbona, 2012), las cuales
consisten en visibilizar a aquellos operarios que se han destacado de algún
modo en sus puestos de trabajo, por medio de los conocidos mecanismos de
“el empleado del mes” u otro derivado de aquellos y que varían ligeramente
de acuerdo a la cadena de supermercado considerada.

Esta diversidad de modos de gestión, se ve acompañada por la


diversificación de culturas profesionales en su interior; así, por ejemplo, los
sectores de panadería o carnicería, predominantemente masculinos, con una

97
identidad profesional muy ligada al oficio, mientras que el sector de cajas
cuenta con una mayoritaria presencia femenina, siguiéndose en esto la
tendencia general del retail en cuanto a división sexual del trabajo entre
hombres y mujeres (De la Garza, 2010; Durán & Kremermann, 2007; PNUD;
2010; Stecher, 2013; Stecher & Godoy & Toro, 2010).

El trabajo mismo en cajas, se ha visto favorecido actualmente con el uso


de tecnologías computacionales, comparado con lo que ocurría en las
cadenas de supermercados hace 10 o 15 años, previo a los procesos de
modernización y construcción de los holdings del sector. Esto es notorio en
particular en prácticas como el manejo de documentos, como tarjetas de
crédito y similares, como los documentos de debido o los cheques, también
ha experimentado una complejización debido a la creciente polifuncionalidad
que se ha vuelto consustancial a estos puestos, ya al establecer que los y las
cajeras realicen funciones distintas de acuerdo a necesidades de atención
(por ejemplo, ir a cubrir distintos puestos en el supermercado) o al
complejizar la atención misma en cajas al anexar tareas como el pago de
cuentas -como se da en los supermercados Líder-, o en general, al
agregarse los pagos con otro tipo de tarjetas pertenecientes a otros negocios
de los holding –como es el caso de los hipermercados Jumbo o Tottus
(Stecher, 2013; Stecher, Godoy & Toro, 2012).

De acuerdo a la literatura, la labor de cajero en tiendas de servicio se


caracteriza, asimismo, por ser una labor expuesta e un alto grado de estrés
físico debido a la imposición de diversas posturas físicas, ligadas a las
extensos lapsos de tiempos en los cuales los y las cajeras están sentados,
parados, o efectuando movimientos de traspaso de mercadería en la huincha
de productos de las cajas. Todo ello redunda en la presencia de diversos
trastornos músculo-esqueléticos, por ejemplo, en la zona de la espalda baja,
cuello, muñecas, etcétera (González, González & Yagode, 2009; Shinnar,
Indelicato, Altimari & Shinnar, 2004; Morihovitis, 1998).

98
Además de los trastornos de orden físico, el cajero de supermercados
enfrenta un tipo particular de estrés psicológico, al estar en un puesto
relativamente aislado de otras funciones, que permite poca autonomía en la
toma de decisiones y presentar lo que autores como Du Gay denominan
“trabajo emocional”, que consiste en una exigencia constante en gestionar
las propias emociones y las de los propios clientes (Du Gay, 2002; Toro,
Stecher & Godoy, 2012).

Esta información general sobre el puesto, será complementada por las


notas y comentarios de informantes claves obtenidas por el investigador, las
cuales serán utilizadas como insumos para reconstruir el contexto socio-
productivo de los discursos de cajeras de grandes cadenas de
supermercados en Chile.

99
V. MARCO METODOLÓGICO

1. Modelo de producción de conocimientos

Epistemológicamente, la siguiente investigación se enfocó desde una


perspectiva crítico-interpretativa, la cual conjuga tanto una visión simbólica
de la realidad social como una consideración socio-estructural del proceso
constructivo llevada a cabo por los sujetos sociales (Stecher, 2013;
Thompson, 1998).

Desde una postura crítico-interpretativa, se entiende que los agentes


construyen la realidad social a partir sus prácticas cotidianas, las cuales
contienen un irreductible componente de creación de significación y se sitúan
en contextos socio-estructurales con desiguales dotaciones de recursos y
poder para cada uno de los actores y actrices de dicho campo. Todo lo
anterior implica que la realidad social no sólo es un objeto de interpretación,
sino que es un campo en que estos productos simbólicos son parte de una
lucha para legitimar la dominación de diversos grupos sobre otros o, por el
contrario, para resistirse frente a ésta (Cortina, 2008; Fairclough, 2003;
Stecher, 2013; Thompson, 1998).

Bajo este enfoque, el investigador es comprendido no como un agente


que simplemente recolecta “información” con la cual tiene una relación
“exterior”, sino más bien se le concibe como un sujeto que, guiado por un
interés emancipatorio –como diría Habermas-, acomete la tarea de
interpretar un campo social pre-interpretado por otros agentes sociales, a fin
de generar conocimiento social a partir del diálogo con la voz del otro,
permitiendo con ello la visibilización de una problemática social, como es el
tópico del reconocimiento que es convocado en este estudio (Cornejo,
Besoain, & Mendoza, 2016; Cortina, 2008).

100
Con respecto a la relación de la perspectiva crítico-interpretativa con los
actuales estudios psicosociales del mundo laboral, se puede señalar que
este enfoque ha guiado diversos análisis que se contraponen a la aparente
neutralidad y objetividad de las tradicionales investigaciones de corte neo-
positivista que han primado en el campo laboral y organizacional. Ello,
debido a que se ha vuelvo relevante identificar las experiencias del
trabajador y su capacidad agencial en relación a los cambios que han
acontecido en la esfera laboral en los últimos cuarenta años (Sisto, 2005;
Sisto & Fardella, 2008; Soto, 2008; Stecher, 2013). Como corolario a este
punto, se puede afirmar que los estudios psicosociales del trabajo también se
destacan tanto por su interdisciplinariedad –cobijando el esfuerzo
mancomunado de sociólogos, psicólogos y otros cientistas sociales-, como
por el énfasis en situar los cambios subjetivo en el trabajo en el contexto más
amplio de las transformaciones del mundo del trabajo y del capitalismo
contemporáneo (Stecher, 2014).

Estos nuevos estudios sobre el trabajo, asimismo, se han guiado, de


forma más o menos directa, por metodologías textuales influenciadas por lo
que se ha denominado el “giro pragmático-lingüístico” acontecido en la
filosofía y las ciencias sociales, el cual posiciona al lenguaje como un modo
de acción social y no meramente como una forma de representar a un
mundo independiente al acto de humano de representarlo (Alvesson &
Willmott, 2002; Sveningsson, & Alvesson, 2003; Rorty, 1990, 1996; Ibáñez en
Íñiguez, 2006; Sisto, 2005; Soto, 2008; Stecher, 2009; Zángaro, 2010).

Dentro del abanico de enfoques y estrategias textuales de análisis


disponibles, la presente investigación fue diseñada y llevada a cabo desde el
análisis del discurso. Por discursos deben ser entendidas unidades analíticas
que no sólo tienen una dimensión propiamente textual, sino que también
deben ser consideradas como prácticas sociales, que siempre poseen, en
tanto conformaciones del sentido, una interacción con prácticas sociales no

101
estrictamente discursivas. Por ello, se asume que los discursos en sí mismos
tienen un carácter estratégico (Íñiguez en Íñiguez, 2006; Martín-Criado, 2014;
Ruiz, 2009), ya que pueden confirmar o manipular -para trasformar- los
sentidos de las propias prácticas sociales no discursivas, con lo cual los
discursos también pueden confirmar o socavar determinadas estructuras y
relaciones de dominación social (Canales & Peinados, 1994; Martín, en
Íñiguez, 2006; Iñiguez & Antaqui, 1995).

Lo anteriormente señalado es compatible con sostener que los discursos


son formas de construir sentidos más que representaciones de significados.
En efecto, siguiendo en este punto a autores como Jesús Ibáñez o Norman
de Fairclough, el término “sentido” alude al uso de una perspectiva semiótica
del lenguaje, vale decir, aquella que concibe a las prácticas lingüísticas como
formas de acción en un determinado contexto social. De esta forma, sentido
se opondría al significado que, por otro lado, aludiría a un uso del lenguaje
meramente referencial o deíctico de objetos supuestamente “externos” al
sujeto (Fairclough, 2003; Ibáñez, J., 1993; 2000; Román, 2008).

Esta “fuerza del lenguaje”, como la denomina J. Ibáñez (1993), que


corresponde a su dimensión semiótica, o enfocada en el sentido, es, a juicio
de Román (2008), una vía fructífera para estudiar las transformaciones del
mundo del trabajo desde una perspectiva analítica fundada en la
subjetivación, es decir, un enfoque que pesquisa cómo los sujetos,
posicionados en determinados escenarios tecno-socio-productivos y bajo
ciertas constricciones estructurales, construyen discursivamente su relación
en torno al trabajo, más que meramente “percibirla” como una realidad
exterior a ellos/as, estableciéndose con esto una práctica subjetivadora de sí
mismos (Battistini, 2004; Stecher, 2014; Thompson, 1998).

Para la presente investigación es importante recalcar que las formas de


reconocimiento, si bien no son reductibles a formas de discurso, son

102
evidentes en éste, pues desde la mencionada estrategia pragmática del
lenguaje, se entiende que los discursos son parte de las prácticas sociales
en estas crean sentidos, o dicho de otra forma, crean semiosis, es decir,
significación. Para enfatizar este punto de modo negativo: no se sostiene que
el discurso simplemente “refleje” de forma externa a las formas de
reconocimiento, como si estas fuesen una realidad “pre-linguística”, sino que
el discurso forma parte integrante de dichas prácticas sociales de
reconocimiento, configurando éstas la reproducción o mutación de aquellas
(Fairclough, 2003; Rorty, 1996). Asimismo, como sostienen Cornejo,
Albornoz & Palacios (2016), los discursos expresan relaciones sociales que
se dan dentro de un sistema social específico, en el que existen desiguales
condiciones para la creación y circulación de dichos discursos.

En síntesis, el análisis de discurso aquí, desde el presente enfoque


crítico-interpretativo, se vislumbra como una estrategia lingüística que
permite “abrir un mundo” –como diría Gadamer- que es objeto de disputas
por parte de sus sujetos, en las cuales se juegan procesos de dominación y
resistencia frente a los cuales el investigador no es un observador neutral.

2. Enfoque teórico-metodológico

Se optó, en virtud de lo anteriormente señalado, y siguiendo la


nomenclatura de Flick (2004) y de Valles (1999), por un diseño cualitativo de
carácter emergente, circular y flexible, lo cual implicó que se produjo una
retroalimentación constante entre recolección, análisis e interpretación de los
datos, de forma análoga al modelo de investigación de la Teoría
Empíricamente Fundada (Glasser & Strauss, 1967; Flick, 2004, Strauss &
Corbin, 1995).

Desde un marco crítico-interpretativo, la siguiente investigación se


efectuó de forma particular desde la hermenéutica profunda propuesta por el

103
sociólogo inglés J. B. Thompson (Thompson, 1998). Dentro de esta
perspectiva, lo que el autor denomina como “formaciones simbólicas”,
entendidas éstas como producciones de sentido, que en este caso
corresponde a discursos, fueron analizados no sólo en sus características
textuales intrínsecas, sino considerando los elementos estructurales y
materiales del contexto social que las mediatizan y las conforman como
productos históricos, puesto que todo producto cultural se configura en un
determinado campo socio-histórico en el cual los actores están envueltos en
determinadas relaciones de conflicto y poder, y en los cuales éstos, para
actuar, cuentan con recursos socio-materiales desigualmente distribuidos
(Bourdieu, 2007; Geertz, 2005; Thompson, 1998).

La hermenéutica profunda, más que un método de investigación en sí


mismo, es un enfoque para producir la comprensión/interpretación de toda
formación simbólica. En cuanto tal, consta de tres grandes fases (Thompson,
1998):

i) Una primera, correspondiente a lo que el autor denomina análisis


socio-histórico, en el cual se analizan los elementos estructurales,
institucionales e incluso materiales que contextualizan a una forma
simbólica.
ii) Luego, se procede al análisis de las formas simbólicas, es decir, a
un análisis propiamente textual, o en este caso, discursivo, el cual
es el centro de la investigación.
iii) Finalmente, se procede a una Interpretación o reinterpretación de
los sentidos que estas formas tienen en tanto representan y se
originan en un contexto social más amplio. Esta última etapa tiene
relaciones analógicas con el momento de interpretación global del
discurso propuesto por Canales (2014), en base a su vez, en la
etapa de síntesis Synomo del método de Jesús Ibáñez de análisis

104
del discurso, aunque éstas son más internamente discursivas que
la propuesta de Thompson (Ibáñez, 2000; Canales, 2014).

Por sus características, la perspectiva de la hermenéutica profunda se


erigió como una vía adecuada para estudiar a las formas de reconocimiento
desde una perspectiva ampliada, ya que lo que persiguió la presente
investigación fue, precisamente, analizar las formas de reconocimiento en
tanto formaciones simbólicas, en sus relaciones con elementos socio-
estructurales presentes en el ámbito laboral y en sus nexos con otras esferas
societales; en este caso, el foco del análisis fueron los discursos de cajeras
de grandes cadenas de supermercados en Santiago de Chile en torno a las
formas de reconocimiento en el trabajo, en pos de indagar en su sentido
social o cómo éstos discursos funcionan en determinados escenarios
laborales, situados, asimismo, en un particular momento de las
transformaciones de los mundos del trabajo en América Latina.

3. Métodos y técnicas de reproducción de información

Dada la metodología elegida para la investigación, se utilizaron diversas


estrategias de recolección de información para conformar las etapas
señaladas en la hermenéutica profunda.

Para el momento del análisis del contexto socio-histórico, que consistió


básicamente en la reconstrucción del escenario laboral del puesto de cajeros
en grandes supermercados, se pusieron en marcha tanto entrevistas
individuales semi-estructuradas, dos en total efectuadas a una cajera de una
cadena de grandes supermercados, la cual para este caso actuó como
informante clave, como material producido por el propio investigador
mediante la observación de corte etnográfico a tres grandes supermercados
(cadenas Jumbo, Líder Y Tottus), durante un lapso mínimo de doce horas

105
para cada uno, visitas todas ellas consignadas en un diario de campo
(Rodríguez, Gil & García, 1999).

Cabe señalar que, en términos operativos, se entendió por “gran


supermercado” a aquellos locales que contasen con un tamaño mínimo de
4.000 metros cuadrados, una diferenciación compleja de secciones -es decir,
básicamente, poseer secciones non-food como vestuario y deportes-. Esto
hizo que la muestra fuese recolectada en las principales marcas en el rubro
de acuerdo a participación en el mercado (Líder, Jumbo, Santa Isabel y
Tottus), descartándose, por tanto, locales que no tienen mayor diferenciación
funcional de productos y de formatos más pequeños a los definidos (como
los “Ekono”, “Líder Vecino”, los “mayoristas” y otras marcas).

Para el segundo momento analítico, se implementaron tres grupos de


discusión (Canales & Peinados, 1994; Ibáñez, 2000) con cajeras de grandes
supermercados, elaborados de acuerdo a diversos criterios establecidos en
relación a decisiones del investigador.

Para conformar a la muestra de participantes para los grupos de


discusión, se utilizó un muestreo intencionado de tipo teórico (Ruiz, 2003;
Glasser & Strauss, 1967; Strauss & Corbin, 1995).

4. Estrategias de producción y acceso al campo de investigación

4.1 Unidad de análisis

La unidad de análisis de la investigación correspondió a los discursos de


mujeres cajeras de grandes supermercados de la región metropolitana, de
entre 25 a 58 años de edad, cuyo margen de tiempo en los puestos iba
desde los 2 meses a los doce años.

106
4.2 Procedimiento metodológico

La investigación se desplegó en los siguientes momentos:

En primer lugar, se realizaron dos entrevistas a la informante clave del


mundo supermercadista, en forma paralela a realización de las
observaciones de corte etnográfico, a tres grandes supermercados
(Líder, Tottus y Jumbo) durante periodos que lapsos de tiempo que
fueron entre los tres días a una semana, visitas que fueron
sistematizadas en un diario de campo (Rodríguez, Gil & García, 1999;
Taylor & Bodgan, 1987).

Esta etapa del análisis tuvo como objeto fundamental la recolección


de información tanto contextual como técnica del puesto de trabajo
estudiado, además de servir de insumos para perfeccionar el guión
básico y establecer la composición de los grupos de discusión a
realizar. Si bien la mayoría de las visitas fueron realizadas antes de la
segunda etapa de la investigación, se decidió efectuar algunas visitas
más a los supermercados elegidos en pos de complementar hipótesis
de análisis surgidas de forma ulterior en el análisis.

A continuación, de forma paralela al análisis de esta primera fuente de


información, se dispuso a realizar los tres grupos de discusión
estipulados, en un lapso de tiempo que fue entre agosto a noviembre
del año 2015. Se optó por esta metodología ya que fue de interés
recolectar un discurso de tipo social más que particular, ya que, en
dicho dispositivo de investigación, lo que actúa como material de
análisis no son discursos personalizados, sino “voces”, que
representan a la cultura y la sociedad y no a individuos particulares
(Ibáñez, 2000).

107
Siguiendo el criterio del muestreo teórico, se estableció la composición
de los grupos de discusión de acuerdo a decisiones del investigador
fundadas a partir de análisis preliminares de los mismos. De esta
forma, se estableció un primer grupo de discusión combinado tanto
trabajadoras de jornadas completas como part-time, en búsqueda de
un criterio que permitiese acotar teóricamente la muestra en los
grupos siguientes.

Siguiendo este precepto, se decidió establecer el segundo grupo de


discusión sólo con cajeras de jornada completa. Finalmente, se
decidió implementar el tercer grupo de discusión, compuesto tanto de
cajeras full time como part-time, pero que implicara trabajadoras con
más de cinco años de antigüedad. Este criterio se estableció al
constatar como la antigüedad se volvía un elemento de sentido más
importante para las cajeras que la mera adscripción a un determinado
tipo de jornada laboral, ya que se observó que existen muchas cajeras
de carrera que han optado, luego de una permanencia en jornadas
completas, por una jornada reducida.

La composición de cada grupo, junto con el total de voces y las


características de cada participante, se detalla a continuación

Tabla 3: Composición de participantes de grupos de discusión

GRUPO 1 Eda Supermercado Jornada Comuna Experiencia Escolaridad


Mixto d En que trabajan en que en el cargo
(full-part Residen
Time)
1 26 Part-time (30 Ens. Superior
Jumbo -Nuñoa horas) Nuñoa 9 meses incompleta
2 51 Part-time (30 Técnico Sup.
Líder Macul horas) Macul 10 años completa
3 58 Líder Est. Full-time (45 Ens. Media
Central horas) Peñalolén 10 años completa

108
4 51 Sta. Isabel Full-time (45 Técnico Sup.
Est. Central horas) Stgo. Centro 8 años completa
5 25 Tottus Plaza Part-time (20 Tec. Superior
Egaña horas) La Florida 2 meses incompleta
6 30 Jumbo -Las Full-time (45 Tec. Superior
Condes horas) Est. Central 7 años completa
7 23 Jumbo - Part-time (30 Ens. Media
Kennedy horas) La Reina 5 años completa
8 40 Jumbo Alto Full-time (45 Ens. Media
Las Condes horas) Stgo. Centro 11 años completa
GRUPO
2
(Full-
time)
1 Líder Full-time (45 Ens. Media
49 Apoquindo horas) Las Condes 5 años completa
2 Líder Full-time (45 Ens. Media
58 Peñalolén horas) Macul 15 años completa
3 Líder Las Full-time (45 Técnico Sup.
45 Condes horas) Stgo. Centro 8 años Completa
4 Líder La Full-time (45 Ens. Media
46 Florida horas) Pte. Alto 5 años completa
5 Líder Las Full-time (45 Ens. Media
36 Condes horas) Macul 2 años completa
Grupo 3
Cajeras
de más
de
cinco
años de
experie
ncia
(Full &
part-
time)
1 Ens. Tec.
Jumbo Part-time (20 profesional
50 Kennedy horas) Maipú 6 años completa
2 Técnico
Líder Estación Full-time (45 profesional
50 Central horas) Lo Prado 11 años completa

109
3 Líder Estación Full-time (45 Quinta Ens. Media
54 Central horas) Normal 8 años completa
4 Full-time (45 Ens. Media
49 Jumbo Bilbao horas) La Florida 16 años completa
5 Part-time (30 Ens. Media
31 Jumbo Bilbao horas) El Bosque 10 años completa
6 Jumbo Alto Part-time (20 Ens. Media
39 Las Condes horas) Peñalolén 14 años completa

Finalmente, se procedió a la transcripción y análisis de los grupos de


discusión realizados. En cuanto a la transcripción, se hizo uso de
algunos elementos del sistema Jefferson estipulados en Íñiguez
(2003), que permitiesen dilucidad algunas formas no verbales del
discurso que facilitaran su análisis. Esta nomenclatura fue la siguiente:

((Doble paréntesis)): Utilizado para referir tanto a los comentarios del investigador como al
intercalamiento de voces en la discusión. Se optó por esta nomenclatura para ambos casos,
pues se la consideró sencilla y facilitadora del análisis.
::: Extensión de letra o vocal.
Subrayado: Énfasis no verbal del discurso.
Cursiva: Elemento destacado del discurso por parte del investigador.
(0.1): Pausas distinguibles de tiempo en el discurso.

Confeccionado el cuerpo del informe del estudio, se procedió a la


redacción de los resultados y a la confección del modelo interpretativo sobre
el sentido social del reconocimiento en el trabajo para las cajeras de
supermercado, en base a los preceptos metodológicos establecidos en la
tercera etapa del modelo de análisis de la hermenéutica profunda de John
Thompson (1998).

Para confeccionar los grupos de discusión, se contactó a las


participantes tanto por medio de avisos en algunos de los sindicatos de los

110
grandes supermercados, como de forma directa, abordándolas a la salida de
sus jornadas laborales o durante sus turnos de descanso.

Finalmente, es importante consignar que, al momento de concertar tanto


las entrevistas a informantes claves como grupales, se estableció con cada
participante un acuerdo de consentimiento informado, el cual quedó
registrado y firmado por ambas partes, a fin de asegurar el estándar ético de
confidencialidad en el manejo de los datos personales, tanto en relación con
la identidad de las cajeras, como de los supermercados a los cuales ellas
pertenecían.

5. Procedimiento y técnicas de análisis de datos

Para la primera etapa, la información obtenida de las entrevistas y de la


observación de campo fue analizada mediante un análisis de contenido de
corte temático (Ruiz-Olabuénaga, 2003).

Para analizar los discursos emanados de los tres grupos de discusión, se


hizo uso del enfoque de Potter & Wetherell (1987; Wetherell & Potter, 1996;
Potter, 1998). Este método de análisis de discurso se caracteriza por
orientarse firmemente hacia los componentes pragmáticos del discurso, para
lo cual estos autores estipulan tres herramientas analíticas principales: la
función, la variabilidad de los discursos y los repertorios interpretativos.

De acuerdo a Wetherell & Potter, por función debe entenderse el objetivo


pragmático del discurso analizado, el cual conjuga, en la nomenclatura de
John Austin, tanto la dimensión estrictamente ilocucionaria del discurso -sus
efectos como acto de habla-, como sus efectos perlocusionarios, es decir,
aquellos que van más allá de la situación inmediata y que lo ligan al contexto
social en que se originan y circulan como prácticas sociales (Wetherell &
Potter, 1996).

111
Estas funciones del discurso, si bien son el objeto fundamental del
análisis, no son inmediatamente pesquisables. Para llegar a su
develamiento, Potter & Wetherell estipulan que debe observarse la
variabilidad del discurso, es decir, la forma diferencial y muchas veces
paradójica de establecerse los sujetos y objetos del discurso, lo cual es
complementado, finalmente, con el establecimiento de los repertorios
interpretativos.

Los repertorios interpretativos, se entienden como: “los elementos


esenciales que los hablantes utilizan para construir discursos,
conformándose como restringidas gamas de términos que derivan de una o
más metáforas clave, y la presencia de un repertorio está señalada por
ciertos tropos o figuras del discurso” (Potter & Wetherell, 1987: 66).

El análisis de discurso guiado por este método, establece que, tras


sucesivas lecturas del material, y siguiendo el principio de la variabilidad, se
establezcan diversos temas o hipótesis de lectura, los cuales, tras nuevas
lecturas, se irán constituyendo como repertorios interpretativos construidos
en base a una función del lenguaje determinada (Potter & Wetherell, 1987;
Wetherell & Potter, 1996).

En suma, la estrategia analítica empleada para esta etapa -la más


medular y laboriosa de la investigación- consistió en construir repertorios
interpretativos agrupados temáticamente de acuerdo a las grandes formas de
reconocimiento que se han definido como guías del análisis. Esto, dicho en
términos inversos, equivale a señalar que se reconstruyeron los
componentes de cada forma de reconocimiento por medio de la herramienta
analítica de los repertorios interpretativos.

112
Finalmente, tal como ya fue señalado, una vez definidas y caracterizadas
globalmente cada forma de reconocimiento, como etapa sintética del análisis,
se relacionaron estas con sus contextos socio-estructurales e institucionales,
procediéndose con ello al cierre interpretativo que propone el método de la
hermenéutica profunda.

6. Aprendizajes y lecciones metodológicas

En la presente investigación se adquirieron dos aprendizajes, uno relativo


al enfoque metodológico del análisis del discurso y otro, más particular, con
respecto a una limitación práctica en la confección de los grupos de
discusión.

En cuanto al primer aprendizaje, al principio de la investigación no se


estaba seguro de implementar una estrategia discursiva, en virtud de las
características intrínsecas del desprecio que señala Honneth, puesto que
para este autor el agravio moral se experimentaría fundamentalmente como
sensaciones afectivas de los sujetos, invisibilizadas en el discurso público,
por lo cual se requerirían de estrategias metodológicas que vayan más allá
de los términos puramente semánticos o enfocados en lo estrictamente
textual (Honneth, 2009; 2010 a).

Respecto a este punto, Herzog & Hernández, quienes se interesan en las


formas de abordar precisamente las significaciones que se generan en torno
al reconocimiento, arguyen que estrategias metodológicas como el análisis
de dispositivos, o los análisis basados en la sociología del conocimiento,
pueden ser usados para estudiar discursivamente prácticas, experiencias e
incluso afectos (Herzog, & Hernández, 2012; Herzog, 2012). Sin embargo, en
vez de tomar una decisión de este tipo, se decidió considerar más bien cuál
es el estatuto de las propias experiencias de desprecio, en tanto

113
manifestaciones afectivas, para así considerar cómo podrían abordarse éstas
mediante estrategias discursivas.

A pesar de las propias dificultades que presenta la teoría de Honneth en


relación a definir el estatus conceptual de las manifestaciones afectivas del
agravio moral (Fraser, 2006; Herzog & Hernández, 2012), se podría
argumentar lo siguiente: de la afirmación que estos sentimientos no tengan
una expresión clara en un discurso social, no se sigue que ellos mismos
sean de naturaleza pre-discursiva, o que estén más allá de las posibilidades
de articulación significante. Tal como lo señala Araujo (2009), no existe
experiencia individual o social “en sí” o “desnuda”, es decir, fuera del sentido,
y, por tanto, de las coordenadas del discurso.

Siguiendo este parámetro, podría pensarse al desprecio experimentado


por los agentes no estrictamente como “afectos”, en el sentido que se le da a
este término dentro del denominado “Giro Afectivo”, -en tanto
manifestaciones o “fuerzas” corporales efectivamente pre-discursivas-, sino
como “emociones”, esto es, elementos subjetivos que sirven de base a la
significación personal y que son comunicables, aunque sea de forma
rudimentaria (Lara & Enciso, 2013). Esta opción se vuelve válida en virtud de
que las experiencias de desprecio moral implicarían siempre alguna
comprensión de un marco de sentido que, precisamente, las hace
experimentables como desagravios morales por parte de los individuos, lo
cual se habría asumido al convocar más que un discurso individual uno
social (Araujo, 2009).

En segundo lugar, se explicitará una limitación presentada en el campo


de investigación. En terreno se constató que, en dos grupos de discusión,
algunas participantes se conocían entre sí, con lo cual no se cumpliría de
forma estricta el precepto que Jesús Ibáñez establece para constituir los
grupos de discusión (Canales & Peinados, 1994; Ibáñez, 2000). Esto se dio

114
ya que, en efecto, se vio que algunas cajeras se conocían -o por lo menos se
habían visto anteriormente- debido a que participaban en los mismos
sindicatos o porque se constató que trabajaban en los mismos
supermercados, aunque en distintos turnos.

Si bien se presentó esta situación, se juzga que ello no afectó en mayor


grado una producción discursiva de tipo social, es decir, una en la cual se
presentase la función meta-lingüística del discurso, desde la cual se pudiese
analizar los sentidos colectivos en torno a las formas de reconocimiento
presentes en el trabajo en cajas en los grandes supermercados (Alonso,
1994; Canales & Peinados, 1994). Por tanto, en virtud de que se produjo un
voz social en los dispositivos grupales, se mantiene la idea de que estamos
frente a grupos de discusión y no meramente frente a entrevistas grupales,
aunque no se hayan dado todas las reglas que establece Ibáñez para la
construcción de estos grupos (Canales & Peinados, 1994; Ibáñez, 2000).

115
VI. RESULTADOS DE LA INVESTIGACIÓN

La presentación y análisis de los resultados de esta investigación se


dividirá en tres grandes apartados. En primer lugar, se presentará la
información recolectada sobre escenario laboral del rol de cajera de grandes
supermercados, obtenida a partir de tanto de las entrevistas efectuadas a la
informante clave del puesto, como de las observaciones en terreno
realizadas por el investigador.

En segundo lugar, se pasará a la presentación de las formas de


reconocimiento reconstruidas en base a la herramienta analítica de los
repertorios interpretativos, tomando como fuente de datos los discursos
elaborados en los tres grupos de discusión llevados a cabo con cajeras de
grandes supermercados de Santiago.

Finalmente, se interpretará los nexos posibles de establecer entre dichas


formas de reconocimiento con sus escenarios laborales, así como con las
grandes transformaciones producidas en los mundos del trabajo, en sus
dimensiones estructurales, socio-cultural e institucionales.

1. Escenario laboral de los grandes supermercados y del puesto de


cajera

A continuación, en base a la información recopilada tanto en la entrevista


a la informante clave como a las observaciones de campo, se entregará una
caracterización del escenario laboral y del puesto de cajera en los grandes
supermercados de la región metropolitana, la cual debe ser considerada
como un insumo complementario a la presentación que ya se ha referido
sobre el tópico en el marco teórico. Ambas fuentes de información serán
utilizadas para efectuar la re-interpretación contextualizada de los discursos

116
elaborados, tal cual se desprende de la metodología de la hermenéutica
profunda.

1.1 Locales, operarios y clientes

Ahora se procederá a la caracterización del escenario laboral de los


grandes supermercados. En primer lugar, se deben identificar características
morfológicas y de ubicación generales de estos locales. Por lo general los
grandes supermercados observados cuentan con una dimensión aproximada
de 1.100 metros cuadrados y presentan diversas estructuras arquitectónicas
y de diseño similares, aunque con algunos sellos distintivos según la cadena
o, en términos específicos, la “marca” considerada. Las tres marcas
consideradas en la observación –Tottus, Jumbo, Líder- son las que
principalmente concentran la oferta de hipermercados, aunque algunas
cadenas menores, como Santa Isabel y algunos Unimarc, cuentan con
locales con formatos compatibles.

Los grandes supermercados observados, presentan dos formatos


principales: uno, de local con un sitio independiente, por lo general de varias
cuadras y otro, por lo general dentro de un mall, en el cual éstos comparten
espacio con otros locales de similares dimensiones. En ambos formatos es
común observar la existencia de diversos servicios asociados al propio local,
tales como estacionamientos pagados –que pueden llegar a tener una
capacidad estimada de por lo menos doscientos vehículos-, y pequeños
locales al interior del recinto, que entregan servicios asociados que no
compiten con los ofrecidos en el local principal (cafeterías, pagadoras de
servicios, etcétera).

Los hipermercados, a diferencia de los formatos más tradicionales,


cuentan con una oferta de productos mucho más variada que los típicos
artículos de alimentación o abarrotes, estableciendo, tal como se comentó en

117
el apartado teórico sobre el sector supermercadista. De acuerdo a lo
observado en terreno, la variedad de productos no sólo se establece de
acuerdo al formato de locales, sino también por sector socio-económico, lo
cual hace que exista, dentro de los formatos “híper”, una nueva
diferenciación de productos que fundamentalmente se relacionan con
productos importados, frutas y verduras orgánicas, productos para
celebraciones especiales como el 4 de julio (!), entre otros.

De acuerdo a lo pesquisado en terreno, el gerenciamiento de los locales,


a pesar de la modernización que ha experimentado el sector
supermercadista, sigue manteniendo un ordenamiento jerarquizado,
contándose con una cadena de mando con cargos claramente estipulados,
que comienzan con jefaturas independientes de secciones (food, non-
food…), que tienen a su cargo subjefes de áreas que, a su vez, tienen a su
cargo a un diverso número de operarios directos. Estos jefes de área rinden
cuentas a sub-gerentes –por lo general de un número de dos a tres por
supermercado-, quienes, además de cumplir funciones propiamente
administrativas, gerencian a los supermercados en diversos turnos, siendo
cada supermercado observado encabezado por un “gerente general”11.

Los operarios de las secciones del supermercado –que como se señaló,


si bien son las mismas en distintos formatos, varían en la gama de servicios
de acuerdo al sector en el cual el local esté ubicado- por lo general gozan de
contratos indefinidos, derecho a colaciones o meriendas brindadas por los
mismos locales en casinos, y trabajan por turnos, que en los supermercados
generalmente son de mañana y tarde-noche. Además, en algunos casos, los
11
De acuerdo al testimonio de diversos directivos de supermercados entrevistados para el proyecto
Fondecyt al cual está vinculada esta investigación, la figura del “gerente” es también un producto de la
modernización sufrida por este rubro desde los años noventa, la cual hace que dicha función sea cada
vez más profesionalizada, contrastando con la antigua jefatura, la cual podía ser ocupada– a la usanza
de la antigua cerrera funcionaria de los bancos- por operarios provenientes de los puestos de menor
jerarquía dentro del supermercado. La profesionalización del encargado de los locales, ha hecho que se
produzcan dos culturas respecto a las directivas; una referida al trabajo de “oficina” frente al trabajo de
la “baldosa”, es decir, entre las funciones de la administración y la atención directa al público,
situación que se replica en otros formatos de tiendas del retail.

118
locales cuentan con sistemas de locomoción para facilitar el traslado de sus
operarios tanto hacia el local como a sus residencias. Asimismo, estos
trabajadores cuentan con uniformes y sistemas de identificación visibles para
los clientes. No obstante que se cuenta con una dotación de trabajadores de
planta, también estos locales trabaja con personal externo, entre los cuales
destacan reponedores de algunas marcas de productos comercializados por
los locales –ya que también existen reponedores internos de los propios
supermercados-, guardias de seguridad, personal de aseo y personal part-
time de apoyo en todas las secciones. Estos últimos también cuenta con
contratos indefinidos y se los recluta para cubrir en general turnos de alta
afluencia de público –horarios peak-time-.

En cuanto a los clientes, lo que se observó en terreno -y también


atestiguó la entrevistada consultada- es que su tipología es muy variada
entre locales, situación que está determinada básicamente por el sector del
establecimiento, es decir si es un sector de alta afluencia de público o si más
bien es uno residencial de público de nicho, situación preferente, de acuerdo
a lo investigado, en sectores socio-económicos medios y medio-bajo. De
esta manera, en los sectores más propiamente residenciales se pudo
observar un público más homogéneo, que asistía a los supermercados en
flujos contantes, con sólo horarios peak a media mañana y en la tarde (17:00
a 20:00 horas); en locales de sectores socio-económicos más altos –por
ejemplo, los locales de Jumbo del Costanera Center y del sector de La
Dehesa-, se presenta no sólo un mayor flujo de público en diversos horarios,
debido principalmente a que se encuentran ubicados en centros comerciales,
sino también una mayor diversidad, la cual incluía a extranjeros -de fenotipo
caucásico-, asesoras del hogar con uniformes, estudiantes, oficinistas,
etcétera.

1.2 Rol de cajero/a: Caracterización de la función, régimen contractual

119
Ahora, se hará referencia específica al rol de cajero de supermercado. En
primer término, éste puede ser o no definido como de dedicación exclusiva a
las cajas, ya que, dependiendo de la cadena de supermercado y de las
condiciones establecidas en los contratos que se firman con cada cajero en
sus respectivos locales, se puede estipular que éstos ejerzan funciones
anexas a la atención a clientes en sus respectivas terminales, las cuales
pueden ir desde el apoyo a sus compañeros de cargo, la publicidad de
servicios, hasta la suplencia de otros operarios en el supermercado, ya sea
en las secciones internas o en otras cajas no relacionadas directamente con
la venta (por ejemplo, de servicios de cafetería que tienen algunos grandes
supermercados). Pueden evidenciarse aquí, por tanto, diversas estrategias
de flexibilidad funcional, o en específico una estrategia de polifuncionalidad
de tareas asignadas a este rol. También se ha constatado el uso de
estrategias de “enriquecimiento” de la propia función de cajero, dentro de la
cual es cada vez más común la asignación de tareas anexas, tales como los
pagos de cuentas, la recarga de tarjetas de locomoción colectiva, etcétera.
De acuerdo a la información de la cual dispone el investigador, se puede
afirmar que la primera estrategia (la polifuncionalidad) es más común en la
cadena Jumbo, mientras que la segundo (enriquecimiento puesto) lo es de
Líder, aunque todas las grandes cadenas han enriquecido el trabajo en las
cajas.

En cuanto a la tipología de jornadas laborales, los cajeros se dividen por


lo general en personal full -45 horas semanales- y part-time, diferenciándose
éstos últimos, a su vez en operarios de 18 o 20 horas –por lo general,
quienes trabajan días sábados y domingos principalmente o en apoyo a
horarios peak, como, por ejemplo, las horas de almuerzo. Por su parte, los
cajeros full time trabajan por lo general alrededor de 30 horas semanales, las
cuales pueden distribuir su jornada de diversos modos, por ejemplo, 6 horas
por cinco días, más un día de fin de semana, con turnos rotativos de entrada

120
de mañana (de ocho y media a tres y media) o tarde (tres y media a veintidós
horas).

Los cajeros, como la gran mayoría de los operarios de las tiendas del
retail, ven controlados tanto la llegada como la salida de sus jornadas
laborales. Así, una vez marcado su entrada en lo que se conoce como reloj
control, los cajeros se disponen a efectuar diversas tareas preparatorias para
su trabajo efectivo en las terminales, tales como colocarse sus respectivos
uniformes, reportarse con sus supervisores, quienes los acompañarán a
revisar y retirar los depósitos diarios de dinero con los cuales inician sus
turnos, luego de lo cual llevan sus gavetas a la caja designada por la jefatura
para iniciar sus turnos de atención, o, de acuerdo al supermercado, ellos
comienzan a realizar diversas labores anexas a la atención a clientes, tales
como la limpieza de su propio terminal o la búsqueda de la dotación de
bolsas plásticas para sí mismas y sus demás compañeros de turno.

Una vez instaladas en las cajas, los y las operarias proceden a accionar
un sistema general de control de inicio de turno asociada a su propio
terminal. Este sistema, denominado comúnmente como sit-down, contabiliza
las horas efectivas que el cajero ha estado instalado en su puesto de trabajo,
por lo cual se deben establecer protocolos específicos para interrumpir su
marcaje si la operaria debe ausentarse del mismo. Si bien existen
variaciones en cuanto a que si los y las cajeras de alguna cadena tienen más
autonomía o no para “cerrar” su caja si éstos presentan algún inconveniente,
esta licencia depende básicamente tanto de si es autorizada por alguna
jefatura o control de caja, como de si el flujo de clientes permite que alguna
caja se cierre temporalmente; ello hace que, por ejemplo, en supermercados
Jumbo –dadas también las “promesas” que establece la gerencia con
respecto a que no habrán cajas cerradas si hay más de cinco clientes por
fila-, las cajeras sean “sacadas” de sus terminales, mientras que en la
cadena Líder, si bien aquellos pueden cerrar en la práctica, ello también

121
depende del flujo de clientes, lo cual puede retrasar los horarios de colación
y descanso –sobre todo si son, como comentan la cajera informante, fechas
peak como navidad o fiestas patrias.

En relación al puesto mismo de trabajo, es decir las cajas, denominadas


también como terminales o Check-out, éstas presentan diversas
características. En cuanto a su configuración, a pesar de contar con
componentes típicos como una huincha mecánica para el pasaje de
productos, una silla con un computador con scanner o pistola para registrar
los códigos de barra de cada producto, en los hipermercados éstos suelen
tener diseños más complejos, en consonancia con las propias tiendas y la
optimización del uso de espacios, privilegiándose, en las grandes locales, de
acuerdo a lo observado, el uso de Check-out tipo “Tandem”, una estructura
reconocible como cajas dobles, en las cuales se ubican dos cajeros dándose
la espalda, conformando ambos una posición de un “ocho” en las cajas.

En todas las cadenas de grandes supermercado pesquisadas, la cantidad


de tiempo que los cajeros están “conectados” a sus terminales, forma parte
del modo en que uno de ellos completa su salario “normal”. Es por esto que
la permanencia en la caja se vuelve no sólo un tema estratégico para el
negocio, sino para cada uno de éstos, en cuanto trabajador asalariado.

Además de este elemento, los cajeros pueden ser designados a diversos


tipos de cajas; además de las cajas “normales”, existen los formatos de
cajas express, que son asignadas para su ocupación por las jefaturas,
depende de los flujos de clientes existentes en los locales. En días de alta
afluencia de público, como las jornadas de fiestas de fin de año que fueron
observadas por el investigador en diversos supermercados, todas las cajas
se encontraban ocupadas.

122
1.3 Relación de los/as cajeros/as con otros roles y áreas

El trabajo de cajero es apoyado y controlado por diversos operarios;


típicamente están los denominados controles de cajas, que corresponde a
personal que hace de nexo entre los cajeros y las jefas de caja (estas
últimas, por lo observado y consultado, son generalmente mujeres), quienes
deben velar por el buen funcionamiento de los sistemas, auxiliando a los
cajeros en el momento en que, por ejemplo, éstos tienen dudas sobre cómo
codificar algunos productos, o cuando se producen bloqueos en los sistemas
computacionales, debido a anulaciones de ventas, o cuando se efectúan
retiros programados de dinero durante la jornada de trabajo (de acuerdo a lo
observado, se los identifican porque ellos/as tienen consigo la “llave” para el
desbloqueo de las cajas. Las cajeras –o los empaques- tienen que estar
constantemente llamándolos –principalmente por medio de gestos, si es que
no cuentan con Walkie talkies u otro sistema comunicacional para ello- para
que hagan estas tareas en caja de ser necesario). También los controles de
caja son los encargados tanto de recibir a los cajeros al inicio de sus
jornadas y asígnale puestos -aunque por lo general, esto se regula por medio
de una planilla semanal o mensual- como de regular los turnos de colaciones
y autorizar el abandono de cajas por parte de los operarios.

Además de los controles, las cajeras se relacionan con los empaques. Al


respecto se observó que no sólo los cajeros hablan coloquialmente con ellos,
sino que éstos los apoyan en sus tareas; por ejemplo, se vio que éstos se
encargan de llamar a los clientes cuando la caja se desocupa, lo cual es
relevante sobre todo en horarios peak, en los cuales se hace necesario
utilizar sistemas de filas diferenciados entre cajas normales y de atención
rápida por cantidades reducidas de productos -las denominadas cajas
express-, además de otras como las preferenciales o las de uso de facturas.

123
1.4 Composición del grupo de cajeros y modalidades de contrato

Finalmente, se hará una breve referencia a la composición del grupo de


cajeras en relación con los sistemas de jornadas estipuladas. Los operarios
de caja, que en su gran mayoría son mujeres de entre 20 a 60 años de edad,
cuentan con contratos a indefinidos, una vez pasado su periodo “de prueba”,
que por lo general, como en otros trabajos similares, es de alrededor de tres
meses.

En relación al vínculo contractual y las modalidades de pagos que


perciben los y las cajeras, se ha constatado que en sus contratos se estipula
que estos operarios reciben un sueldo base -comúnmente el mínimo- y el
resto de su remuneración la completan por medio de diversos ítem, tales
como presentismo, puntualidad, y otros, dependiendo de la cadena a la que
pertenezca el trabajador; Así, mientras por ejemplo en Jumbo se paga una
bonificación por productos marcados por hora, en Líder, ésta se efectúa en
función del monto de ventas obtenidas por cada local en un tiempo
determinado.

Si bien, como se señaló, históricamente el retail se ha caracterizado por


ofrecer sistemas más protegidos y comunes de contratación que otros
sectores de la economía nacional, de acuerdo al testimonio tanto de
entrevistados en terreno como de la informante clave del estudio, existe la
percepción de que durante los últimos dos años en los supermercados se
está, por un lado, privilegiando la contratación de empleados en jornadas
part-time y por otro lado de que, de forma consecuente, se están despidiendo
a operarios que tenían jornada completa, incluso si estos llevan muchos años
en la empresa.

No obstante no existen estadísticas específicas sobre empleo femenino


en el sector supermercadista –salvo las de Walmart Chile, los demás Holding
no especifican la tasa de contratación de mujeres por rubro-, la situación
124
anteriormente descrita concuerda tanto con la opinión de diversos expertos
en retail, así como con el juicio del propio investigador, al constatarse en el
campo la creciente escases de cajeras de jornada completa, quienes, a su
vez, junto con algunas de sus jefas, han ratificado esta tendencia del sector,
la cual, incluso, parece general al gran retail en general.

2.- Formas de reconocimiento en el trabajo12

Las formas de reconocimiento encontradas por esta investigación, serán


presentadas de acuerdo a la tipología consignada anteriormente. En virtud
de ello, en los discursos analizados se presentaron cinco grandes formas de
reconocimiento, vinculadas a las formas intersubjetivas de reconocimiento
del mérito, el derecho y el amor, junto con las formas basadas en la
subjetivación-enajenación del trabajo y el reconocimiento existencial.

En términos generales, puede afirmarse que si bien algunas formas de


reconocimiento pueden identificarse claramente en cuanto a su tipología y
valencias, otras, por el contrario, implican un mayor grado de ambigüedad,
ya sea tanto porque pueden relacionarse con otras formas de reconocimiento
–que es el caso de las formas de reificación, como se verá más adelante-,
como porque éstas tienen en sí misma un valor ambiguo, es decir implican
una valoración tanto positiva como negativa. Estas situaciones serán
consignadas oportunamente cuando llegue el momento de referirse a cada
una de aquellas en detalle.

Se comenzará, pues, por presentar las formas intersubjetivas de


reconocimiento posible de identificar en los discursos de las cajeras
entrevistadas.

12
Desde este punto, se optará por no mencionar las marcas de las cadenas supermercados referidas en
las voces de las cajeras. Esto no se hizo antes ya que se comprende que era importante especificar
condiciones estructurales de cada local.

125
2.1 Las formas del mérito de las cajeras de supermercados

De acuerdo a lo señalado en el marco teórico de la presente


investigación, las formas de reconocimiento ligadas a la valoración social o la
esfera de la solidaridad son diversas y dependientes tanto de factores
contextuales como de esquemas culturales por medio de los cuales los
sujetos ponderan las aportaciones individuales y grupales a la producción y
reproducción sociales.

En concordancia con ello, los discursos de las cajeras de supermercados


hacen referencia a formas positivas y negativas de reconocimiento que, en
este caso, puede adscribirse directamente a su trabajo, dejando para una
discusión ulterior si estas son las únicas o siquiera las formas de
reconocimiento más importantes que podrían calificarse como del “mérito”
para las cajeras. En concreto, se volverá a tocar este punto cuando, casi al
final de esta presentación del análisis del discurso, se presenten los sentidos
atribuidos al trabajo reproductivo y el valor asumido al ser mujer
autosuficiente y sacrificada en la sociedad como un rol que, en verdad,
parece sostener toda la estructura vincular de sus reconocimientos en el
trabajo, y por tanto también podrían referirse a estos elementos como
“méritos”.

En consecuencia, en los grupos de discusión pueden observarse dos


formas de reconocimiento ligadas a la valoración social en el trabajo. En
primer lugar, una dada por los sentidos que las cajeras atribuyen a su rol con
relación al supermercado. En segundo lugar, uno referido a una
autovaloración del grupo ligada a la permanencia o al establecimiento de una
“carrera” en el puesto de cajeras.

126
2.1.1 La cajera como la cara del supermercado

Así, el primer repertorio interpretativo de esta forma de reconocimiento, la


cajera como la cara del supermercado, se estructura desde una condición
paradójica, en la cual, por un lado, las cajeras atribuyen una gran relevancia
al rol laboral que llevan a cabo, pero por otro, juzgan que carecen de
reconocimiento dentro del entorno laboral por su ejecución.

En efecto, para las propias cajeras, su rol parece gozar de un


protagonismo particular dentro de todo el proceso de atención al público,
puesto que en las cajas puede consumarse una exitosa transacción
comenzada por algún operario en alguna de las secciones del local, o, por el
contrario, toda la venta puede verse abortada, debido a dinámicas que se
producen tanto dentro como fuera de los check-out. Esta condición autoriza a
afirmar que, para las cajeras, su función se configura como un lugar de auto-
reconocimiento y además emerge, en cierto sentido, como una posición de
estatus que se reclama para la consideración de las jefaturas y el sistema
administrativo.

No obstante, como ya fue señalado, también esta función conjuga una


paradójica invisibilidad de quien lo ejecuta. Para empezar a considerar los
puntos expuestos sobre este repertorio interpretativo, repárese en este
primer fragmento de la discusión grupal:

“Yo creo que caja es la columna vertebral de los supermercados, porque


todo lo que está dentro, si la gente se demora pa´ allá, compran, pero al
finalizar somos nosotras, las cajeras. Entonces como decían ustedes ((otra
dice: un descargo)) si empezó mal al finalizar se descargan con nosotras
((otra dice: sí, un descargo)), porque más encima va a ver una cola.
Entonces yo creo que siempre nos dan, de una o de otra forma, tenemos
tanta presión psicológica y de pega […] y::: al final somos la piedra de tope,
si le fue bien arriba, allá adentro… pasa feliz, si le fue mal, nos pegan…” (G
I: 29).

127
Tal como se mencionó más arriba, se expresa que las cajas son una
especie de “última parada” para consumar la venta, puesto que as cajeras
aluden que los productos a comprar por parte de los clientes están
posicionados en un “adentro” del supermercado, con lo cual se establece una
distinción con respecto a un “afuera” de los locales, representando las cajas
este puesto de límite o de frontera en relación a ambos espacios. Esto, por lo
demás, es coherente con algunos resultados anteriores de investigaciones
que señalan que las divisiones funcionales en los supermercados conllevan
diferentes tipos de experiencias para sus operarios (Stecher, Godoy & Toro,
2010, 2012).

De esta forma, aunque las cajeras consuman el proceso de compra, éste


se encuentra sujeto a eventos azarosos o fallidos –por ejemplo, un mal trato
por parte de operarios de secciones a clientes o fallas administrativas- que
envuelven la atención en un manto de incertidumbre con respecto a cuál será
el “ánimo” con el cual arribará el cliente a los terminales de caja (“si le fue
bien… felices; si no, nos pegan”).

A continuación, las voces posicionan subjetivamente a las cajeras en


esta posición externa dentro del supermercado (“Al final somos nosotras, las
cajeras”), estructurando lingüísticamente esta posición en dos sentidos. Por
un lado, la metáfora del puesto de trabajo como la “columna vertebral” de un
supuesto “supermercado-cuerpo”, denota la función imaginaria atribuida a
este rol de ser un soporte para todos –y es importante recalcar el término
“todos” que ellas enfatizan- los demás servicios ofrecidos por el
supermercado y de cómo ellas asumen positivamente dicha condición.

Sin embargo, por otro lado, ser las “soportes” finales de la venta se
trastoca y pasa a ser la imagen de una “piedra de tope”, es decir, un mero

128
objeto que es puesto por otro como un obstáculo en el camino de salida del
cliente. ¿Cómo una columna se transforma en un obstáculo? Se podría
afirmar que lingüísticamente, los dos metáforas –“columna” y “piedra de
tope”- refieren a dos actores distintos, ya que lo que es central y actúa como
la base de la venta es, en efecto, el puesto de caja como tal, mientras que
sus “ocupantes” son las que se vuelven el obstáculo que los compradores
deben sortear, o algo sobre lo cual sobre lo que ellos pueden “descargar” –se
volverá más adelante a los sentidos del término “descargo” -, debido, tanto a
los errores en que ellas pueden incurrir en la atención, como por las fallas
que pueden producirse desde el propio sistema de atención como conjunto.

Véase ahora los siguientes párrafos:

“…Uno por ejemplo, yo tengo buena disposición, pero como dice [una
compañera], siempre uno está expuesta a todo tipo de cosas ((otra dice: eres
la cara visible de la empresa)), sí, entonces uno es la piedra del tope, de ya
vienen saliendo de todas las secciones habiendo comprado en todas las
secciones ((otra dice: pelearon en todas secciones y llegan a pelear con la
cajera por el precios))” (G II: 6).

“…Además que tú en la caja te llevai el reto de todos, si al cliente lo


atendieron mal en la fiambrería, ya si en la fiambrería me atendieron mal, ya
voy a ir a la panadería, ojalá me atiendan mejor ((otra dice: al final somos
como la última cara visible de todos los problemas que han tenido en toda la
compra)), exactamente (G I: 28).

Se sigue ahondando tanto en la posición de punto límite de la caja con


respecto al resto del supermercado, como con respecto al valor ambiguo del
rol. Las voces de las cajeras son más explícitas en cuanto a la heteronomía
que estructura la función, presente en los expresiones que afirman que se
está “ex – puesta (colocada) a todo tipo de cosas” o que “te llevai los retos de
todos”.

129
En particular, puede notarse que la voz principal de la narración, en
ambos fragmentos, se ve acompañada con un “coro”, o una voz superpuesta
que le contesta a la enunciación principal. Ello podría interpretarse, a nivel
simbólico, como una especie de diálogo meadeano entre un “yo” y un “mí”
social, es decir, entre un sujeto en primera persona que, en una función
expresiva, enuncia su malestar ante el alter del rol quien, esta vez en función
social o meta-lingüística (Alonso, 1994), es decir, en una posición reflexiva, le
“responde” señalándole el mandato social de encarnar a esta “cara” del
supermercado frente al cliente, significante equivalente en su función acá a la
imagen de ser una “columna”, en cuanto elemento identificatorio presente en
el acervo cultural del grupo.

A nivel estrictamente lingüístico, deben notarse en estos párrafos los


usos de expresiones que absolutizan el discurso, tal como señalaría Potter
(1998), en particular del término “todo” en su uso como adjetivo y pronombre
(“uno está expuesto a todo tipo de cosas”; “pelearon en todas las secciones y
llegan a pelar en caja”; “te llevai el reto de todos”), lo cual genera el efecto
retórico de mostrar que los agravios sufridos en las terminales se
experimentan siempre bajo las mismas condiciones, lo cual perfila la
condición de caja bajo un cariz dramático.

La condición de ser la “cara” o –dicho con el término equivalente del


mundo publicitario- el “rostro” del supermercado ante el cliente –condición
que también en el mundo publicitario está más asociada al género femenino-,
es reforzada constantemente por el control efectivo que hacen los
supermercados sobre la imagen de las cajeras, mediante la imposición de un
uniforme y en muchos casos, el intento de controlar detalles como la pintura
que las mujeres llevan en las uñas o su peinado, es decir, asociando la
función de la presentación con un estereotipo de género. Si bien este control
se ejerce con mayor o menor grado de estrictez sobre todos los operarios de
los grandes supermercados, para las cajeras pareciese que éste generase el

130
efecto, expresado en su discurso, de “sujetarlas” –como diría Butler- a esta
posición metonímica, es decir, el control de la imagen genera esta posición
de ser “representantes” de todo el sistema.

Analícese ahora este párrafo:

“Entonces eso yo lo encuentro injusto, y el tema de los pagos, de […] que


encuentro que el puesto de nosotros no es tan valorado como a lo mejor…
no sé si yo me voy a trabajar a otro lado, o a lo mejor de vendedor, que yo no
doy la cara, porque los vendedores en el supermercado si la vieja me trató
mal, porque te dicen así, porque la vieja me trató mal, me doy media vuelta y
chao. En cambio yo no me puedo parar de la caja, yo no la puedo mandar a
la cresta a la señora…” (G I: 159).

Junto con una demanda de mayor valoración del puesto por parte de un
otro que acá no se explicita, se sigue expresando una especie de mandato
de mantenerse, en cuanto “cara” del supermercado, dentro de cierto estado o
disposición frente a los clientes (“yo no puedo pararme…”); es como si las
cajeras afirmaran estar compelidas a mantener siempre cierta posición y
“rictus” frente a un otro que, no obstante, puede agredirlas en cualquier
momento. Sin embargo, ahora se hace un contraste con lo que ocurriría, sin
atisbo de dudas de acuerdo a la voz citada, en los demás puestos de
atención dentro del supermercado: se afirma que ser cajeras no sólo consiste
en encarnar una cara, sino que también es “dar la cara”, lo cual no
realizarían los demás operarios del supermercado –es como si los
vendedores mismos de otras secciones lo dijeran-, imagen que nuevamente
condensaría la situación paradojal de las cajeras, de estar en primera línea
de la atención y a la vez, quedar en un último lugar, ya que deben asumir la
función final de representar al supermercado frente a la queja o los
problemas de atención que surgen en otro espacio del local.

Además de lo anterior, puede notarse cómo ahora, en este último


extracto, las voces de las cajeras no sólo hablan desde el registro del

131
lenguaje figurado sobre la función de la cara, sino que transitan, como diría
Paul Ricoeur, desde el registro de las metáforas “muertas”, es decir, desde la
enunciación opinática –como cuando señala el tropo o lugar común de que
ellas son solo “números” para una empresa- al de las metáforas “vivas”, es
decir, cuando significan con estas metáforas una situación social concreta y
no sólo la aluden externamente, por así decirlo (Román, 2007). Con ello, su
relato aumenta en dramatismo, ya que ahonda más el agravio real que vive
la cara del supermercado. Véase como esto se lleva a un extremo en el
siguiente párrafo:

“Como los cables [del Check out] están debajo de sus pies, y el cliente no los
ve, nos da lo mismo que si usted se electrocuta, mientras el cliente no la vea
no hay ningún problema ((otra dice: no hay ningún problema, exacto)). O sea
si se va a electrocutar por favor que sea cuando la gente esté… o sea muy
temprano antes que ingrese el público, o muy tarde cuando el local ya se
haya cerrado y usted esté contando su dinero pa´ entregarlo, ojala que se
electrocute en ese momento ((se ríen)), para que el cliente no lo vea” (G II:
32).

Obsérvese cómo se narra esta anécdota desde una especie de voz del
supermercado y no desde la propia (“si se va a electrocutar…”). La situación
relatada no sólo ilustra de otro modo la condición de la cara del
supermercado, sino que revela que esta función no se reduce a la re-
presentación del rostro “amable” del servicio, sino también el ocultamiento de
los aspectos negativos de los locales. Ello da a entender también que,
finalmente, la fachada que se mantiene frente a los clientes va más allá de la
atención, ya que involucra también invisibilizar el agravio o incluso el peligro
que se corre en las cajas, en este caso, de trabajar en una terminal con
cables eléctricos sin aislación y no denunciarlo.

Es así como la imagen de la cara, más que ser una expresión que alude
al sentido común de estar adscrito a una firma, adquiere un sentido

132
dramático de referir a una situación de sumisión a un puesto, que, sin
embargo, se reconoce como relevante por parte sus propias ejecutantes.

En cuanto a la función social de este discurso, y en referencia a las


formas de reconocimiento que acá se ponen en juego, este repertorio
interpretativo tiene un valor ambiguo: por un lado, las cajeras sostienen con
respecto a sí mismas una forma positiva de reconocimiento de estatus que
reivindican para sí, ligada a un mérito dentro del proceso de trabajo, al
posicionarse en un rol complejo y clave para la atención. Sin embargo, por
otro lado, se expresa que no existe un hétero-reconocimiento de esta función
de “representación”, y que se vive bajo la constante amenaza de sufrir
agravios por parte de los consumidores de los locales.

Desde la teoría de Honneth, entonces, en términos estrictos, aquí se


presenta una situación que en verdad no es de reconocimiento recíproco, tal
como se comentó más arriba a propósito de la teoría del reconocimiento
(véase infra, pág. 56). Sin embargo, si se asume el factor dinámico de las
experiencias de reconocimiento, podría verse como un elemento que puede
dinamizar una “lucha” por la valoración de este estatus construido desde el
propio grupo. Se volverá a discutir este tópico más adelante en relación a
otros repertorios interpretativos ligados a otras formas de reconocimiento.

Además de la anterior lectura, se hace evidente la posición hétero-


impuesta de des-individualización que conlleva el puesto de cajera, en tanto
representación o “cara” del supermercado. Es como si la función que la
cajera adscribe a su rol de establecer un límite entre un “afuera” y un
“adentro” del supermercado, del cual además ellas se vuelven sus
“representantes”, se repitiese en ahora en la propia operaria, la cual debe
escindirse entre su función y su persona, lo cual puede incluso asociarse a
un estado de alienación, ya que se les impone a las cajeras que asuman una
posición que, además de cumplir una función en relación a la cadena de

133
servicios, conlleva el mandato oculto que éstas actúen como agentes de
exculpación de las fallas del sistema.

Ahora, la alienación en este caso, adquiere una cualidad particular, la


cual, desde autores como René Girard (1986), puede asociarse a la función
de los chivos emisarios, puesto que las cajeras en cuanto caras el
supermercado que ocultan y se hacen cargo de las fallas en la atención,
encarnan al elemento des-subjetivado de sacrificio que se erige para
pacificar a un todo social; en este caso, a los clientes y al supermercado in
toto.

2.2.2 La antigüedad como un diferenciador de estatus entre las cajeras

En el repertorio interpretativo anteriormente definido, se evidenció una


enunciación homogénea alrededor de la figura de “las cajeras”. Sin embargo,
en los grupos de conformación fundamentalmente de cajeras full-time o de
trayectoria extendida en los supermercados, el sujeto discursivo performa
una distinción entre ellas, en tanto cajeras “antiguas”, y un exo-grupo de
cajeros denominados genéricamente como “jóvenes”, los cuales se
caracterizarían por encarar este trabajo como una experiencia “de paso”.

En efecto, a pesar de que muchas veces se presentan diferencias de


trato entre las cajeras full y part-time, propiciadas tanto por la administración
como por las propias cajeras de jornada completa, la distinción que
estructura el estatus dentro el grupo de cajeras es dada más bien por la
antigüedad en el supermercado. Ello es coherente con la acotación que se
hace en los grupos de discusión, acerca de que es común que muchas
cajeras que trabajaron en jornadas de tiempo completo, opten por cambiarse
a jornadas parciales, permaneciendo así durante años, y que, no obstante,
ello no implique que aquellas perciban que cuentan como menos derechos

134
(más allá de algunas part-time no participen de algunos espacios, como el
sindical).

Sobre cómo opera este ejercicio de construcción de categoría identitaria,


considérese el siguiente diálogo producido en el grupo de discusión número
dos, con cajeras full-time (G II), en relación a la situación de llegada de
nuevos cajeros a los supermercados:

64: “Yo he visto como la gente transpira en la caja cuando le pasan una caja
al tercer día, sin ninguna instrucción ((otra dice: sí, pobrecitos)), sí, yo he
visto. Entonces… me…

65: Es tragicómico, porque es macabro ver a estos chiquillos ahí, y sobre


todo hoy día el retail está recibiendo muchos cabritos, porque la gente un
poco más mayor o más adulta como nosotras… Generalmente busca pega
en otro lado, porque el retail paga muy poco, entonces llegan estos cabritos
que están partiendo.

66: Pero estos niñitos también no son muy responsables, porque por
ejemplo… ((Otra dice: “no duran, sí po no duran”)) toman niños jóvenes…

67: Es que esa es la contrapartida por ejemplo de las empresa toman niños
jóvenes para el fin de semana, porque al fin y al cabo los chiquillos son muy
irresponsables, faltan mucho”.

La descripción de la condición de los novatos en las cajas, se va


efectuando desde un hablante que se contrapone a éstos en basa a un
criterio etario –ellas ahora se enuncian como las cajeras “más adultas”
respecto a estos “chiquillos” o “cabritos”. Si la postura frente a este grupo de
novatos se construye primero desde una asunción maternalizada de piedad
(“pobrecitos”), luego, desde la voz 66, se hace más bien desde el polo de la
reprobación moral. Así, ahora al hablarse de “niñitos” –apuntando
lingüísticamente al género masculino, por cierto-, se construye a este
exogrupo desde la irresponsabilidad, lo cual es reforzado en la misma voz y
en la siguiente al utilizar la expresión reiterativa de “niños jóvenes”,

135
convirtiendo discursivamente la juventud en puerilidad, ligada, asimismo, a la
falta de permanencia en el puesto (“no duran”, “faltan mucho”). Prosigue la
conversación:

68: Claro, se van de carrete el día sábado y el día domingo no vienen… a


quiénes las mandan a trabajar ((otra acota: “es que eso en el fondo a la
compañía le conviene también, porque no está haciendo contrato
indefinido”)) y a tapar ese hoyito… a las más antiguas.

69: Están renovando todo el tiempo.

70: Ese es un… ahí uno podría pensar y decir, bueno por qué no nos valoran
más ((claro)), la gente… yo nunca he faltado ((ahí viene la valoración de
nosotros)), nunca he faltado y no llego tarde, porque a mí me enseñaron de
que tenía que ser responsable, yo a mí hijos jamás los dejé faltar al colegio,
aunque me dijeran que les dolía la cabeza. Entonces es una cosa de que te
enseñaron ((exactamente)). Entonces los niñitos que vienen llegando ahora,
que son los que están estudiando y que dejan algún tiempito para ganar
algunas lucas, eh… tienen esta concepción de la vida.

71: Es que ellos no tienen temor, porque estos cabritos como van al pasar,
les da lo mismo que los echen o no los echen. Si le tienen que rebatir al
cliente, y si le tienen que discutir al jefe porque le cambiaron el horario ((otra
dice: lo van hacer)), y él dice no´ po, porque yo ya tenía turno de tarde, no
me ponga de mañana porque no voy a venir. Y si le hace presión la jefatura,
a los cabros no le importa, le da lo mismo y se van ((otra dice: “y no van”)), y
ellos no tienen miedo ((otra dice: “es la responsabilidad”)) y los más mayores
tenemos temores, por qué, porque tenemos responsabilidades, tenemos
gastos…

72: Y porque no es fácil encontrar trabajo.

En las voces 68 y 70, el sujeto discursivo ya no sólo reprocha a los


jóvenes desde una voz materna, sino que ahora se habla como trabajadora
apelando a la jefatura, en tanto ésta cometería una injusticia al “mandarlas” a
ellas –nótese la connotación autoritaria del término- a cubrir un puesto y no
reconocer, a cambio, a este sujeto femenino que siempre está ahí para

136
suturar las faltas en el supermercado (ese “hoyito” que queda cuando un
trabajo no asiste a su puesto).

Sin embargo, al mismo tiempo que se enuncia esto desde una postura
de sufrimiento, también se expresa cierto narcisismo vinculado a ocupar la
posición de la “más antigua” o “mayor” como se afirma en la voz 71. Sobre
esto, en particular llama la atención los modos lingüísticos que se presentan
en la voz 70, en el sentido de la afirmación de una especie de perfeccionismo
en el cumplimiento del trabajo, que se enuncia de forma taxativa mediante
una frase conjugada en pretérito perfecto compuesto, relacionando el tiempo
presente de enunciación con el pasado (“yo nunca he faltado”, en vez de, por
ejemplo, “yo nunca falto”, que quedaría, como acción, simplemente en el
pasado sin conexión con el momento de enunciación).

¿Cómo podría interpretarse esta autoafirmación de las cajeras, la cual, a


su vez, se enuncia desde una referencia familiar intergeneracional (“porque a
mí me enseñaron de que tenía que ser responsable, yo a mí hijos jamás los
dejé faltar al colegio, aunque me dijeran que les dolía la cabeza”)? Podría
sostenerse que este uso lingüístico permite que estas cajeras se validen
como trabajadoras en ausencia de una formación profesional o técnica, ya
que, si bien ellas no pueden afirmar que son más competentes debido a un
mayor dominio técnico o estudios en relación a los cajeros novatos (que
muchas veces, como ellas afirman, son estudiantes de educación superior),
sí pueden hacerlo al apelar a que pertenecen a una especie de
descendencia de cuidadores, por lo cual ellas poseerían la “competencia” de
la responsabilidad. Ello, por tanto, las distinguiría de estos cajeros jóvenes,
que tendrían una “concepción de la vida” distinta a la de estas cajeras-
antiguas, que se vuelven una especie de cajeras-madres que denuncian ante
el supermercado a estos “mal-criados”.

137
Acá puede evidenciarse, asimismo, que las cajeras veteranas efectúan
una distinción de grupo basada en la atribución de una pertenencia una
cultura común, la cual trasciende el espacio laboral y se la juzga superior a la
que representarían los cajeros jóvenes, la cual los hace, por otro lado,
desprolijos en el trabajo (este tópico se relaciona con el repertorio de las
cajeras como oficio de trato al cliente, tal como se apreciará más adelante).

La idea de la cadena de cuidadores es importante, ya que ésta continúa


en las propias familias de las cajeras (ésta la realidad a la cual, más allá del
supermercado mismo, tienen que responder, en oposición a los “jóvenes”
que, precisamente, no responden ante nadie). Esto, asimismo, establece
para el sujeto hablante una diferencia cultural que va más allá del ingreso
económico, la cual sustenta la distinción efectuada.

Sin embargo, en el turno de habla 71, la voz materna se vuelve a


mixturar con la de una trabajadora que mantiene “temores” derivados de
conservar su puesto de trabajo. A nivel interpretativo, podría aducirse que,
tras este ejercicio distintivo de las cajeras, ellas se posicionan más bien
desde la heteronomía en relación al poder que representa los jefes y los
clientes, siguiéndose una pauta autoritaria de relaciones (véase más
adelante, las formas de reconocimiento ligadas al derecho, que se
construyen en torno a esta idea).

Por tanto, esta forma de auto-reconocimiento meritocrática de las cajeras


también es ambigua: es movilizada para demandar que una valoración
diferencial frente a este otro, es decir, se yergue como una forma de mérito,
pero, a través de ésta, se asume mantenerse en una posición de
sometimiento.

El diálogo precedente termina con la siguiente afirmación:

138
73: Y claro porque en el retail aceptan gente de mayor edad, 40 años, 45,
hasta 60- hasta 70 años, pero en otro tipo de empresa de trabajo no lo
aceptan, porque tienen un límite de edades.

Finalmente, la heteronomía del puesto no sólo implica género y clase


sino también edad, quedando también fuera del “límite” que se establece en
el mercado laboral. Esto justifica su adscripción, en clave obrera, al trabajo,
asumiendo formas retóricas que colindan con modos culturales derivados, tal
como se señaló, de pautas de inquilinaje (“Líder –nótese el uso
personalizado de este término- me dio la oportunidad de trabajar”).

La función social de este repertorio, al igual que el anterior, fluye más


bien hacia el auto-reconocimiento del grupo. Sin embargo, ahora el grupo
opera una auto-distinción en su seno que no obedece a imperativos
externos, más allá de que, en efecto, estos discursos se justifiquen en base a
cómo está diseñado el puesto de cajero en los grandes supermercados, vale
decir, las reglas de precarización y empleo part-time que adquieren cada vez
más el puesto, como ya se comentó arriba. Más adelante, en las formas de
reconocimiento de subjetivación-enajenación se verá otra clave de auto-
distinción del grupo, ya no desde un mérito de “antigüedad”, sino desde una
construcción del trabajo de atención en cajas como un “oficio”.

2.2 La esfera del derecho en los supermercados

La esfera del derecho en la teoría de Honneth, por contraposición a las


otras dos esferas de reconocimiento intersubjetivo, tiene un alcance mayor.
Por tanto, puede brindarle a éstas un marco de sentido, tal como se hace,
por ejemplo, con los respectivos sistemas de derechos del menor y laborales
(Tello, 2011). En el caso particular de los discursos analizados, no obstante,
emergen también, a la par de afirmaciones y reivindicaciones generales de

139
derechos, sentidos que muchas veces no implican una visión universalista de
éstos, sino el establecimiento de lo que podría denominarse sistemas
particularistas de justicia grupal.

2.2.1 Los derechos básicos en los grandes supermercados

Este repertorio interpretativo versa sobre las formas en que se valora al


sistema de derechos básicos laborales en los locales supermercadistas, en
particular en cómo se generar reivindicaciones y se mantienen las que se
han logrado.

Al respecto, se sostienen dos afirmaciones. En primer término, el grupo de


cajeras reconocen y valoran el acceso a un trabajo remunerado y bajo
contrato indefinido, el cual les permite compatibilizar sus horarios de trabajo
con los roles de crianza, más allá de las dificultades concretas que se
presentan al respecto (véase supra, pág. 193 y ss.). Esto significa que las
cajeras valoran un trabajo que, asimismo, posee garantías que otras labores,
ocupadas por operarios con niveles de formación y adscripciones socio-
culturales similares a ellas, no poseen. La valoración que hacen las cajeras
de estas condiciones de sus trabajos es concordante con los resultados de
otras investigaciones con operarios de supermercados (López, Zamora &
Cuevas, 2009; Godoy, Stecher & Toro, 2012; Toro, Stecher & Godoy, 2012).

No obstante, por otro lado, ello no implica una aceptación total, por parte
de estas operarias, de las condiciones de justicia que imperan en los
supermercados, ya que existe conciencia de que éstas podrían verse
mejoradas. Al respecto, es interesante constatar cómo se presentó y
desarrollo dicha inquietud en la propia discusión de los grupos.

En efecto, en ciertos pasajes de la discusión, los grupos, precisamente al


tratar sobre el tema de las condiciones laborales en las distintas cadenas de

140
supermercados, dejaron de hablarle a un otro y se apelaron a sí mismos de
dos modos:

En primer término, una situación que se dio en algunos momentos de la


conversación grupal, fue la conformación de “camarillas” de cajeras
conformadas por cadenas, desde las cuales ellas comenzaron a inquirirse
mutuamente sobre las condiciones de los distintos supermercados a los
cuales ellas pertenecen. Sirva, al respecto, dos ejemplos:

88: ((Cajera de cadena B)) Cuánto les pagan… ¿eso cuánto es?
89: ((Cajera de cadena A)) Sí todo va englobado, todo pasa uno, cuánto es…
$ 115.000 (otra dice: $140.000), $ 140.000 ((Cajera de cadena B)): Y si no te
descuentan todo eso?)) […] sí todo te van descontando… ((Otra cajera de
cadena B: y si marcaras no más?))”

(…)

94: ((Cajera de cadena A)) “Pero cuando uno llega atrasado no (otra dice: ya
ahí te lo quitan), cuando uno llega atrasado te lo quitan, te lo quitan todo”.
95: ((Cajera de cadena B)) “O sea estamos en la gloria nosotros…” ((ríe)). (G
I).

532: “yo no pido permiso para ir al baño, yo me aguanto todo el turno, hasta
que me mandan a almorzar a las tres y media, a las 4 o qué sé yo. Yo el
desayuno paso por alto, todo eso”.
533: con todo eso, yo amo al supermercado ((risas)) (G III: 532-533).

Por otro lado, los temas de los derechos y reivindicaciones fueron puestos
en la conversación por dirigentas sindicales que asistieron a los grupos, las
cuales, además de referirse a éstos, también performaron su rol por medio
de la apelación al propio grupo de cajeras en relación a condiciones de
agravios superados. Esto podría indicar se diría que las dirigentas hacen una

141
“evangelización” in vivo de sus accionar en el propio grupo, a la vez que, con
esta acción, éstas operaron una distinción con respecto a aquel:

“Bueno pero no digas ah… porque antes nosotras igual éramos así, cuando
estábamos con Ibáñez, nosotros teníamos que andar con moño ((otra dice:
esas cosas se van ganando chiquillas)) (G I: 112).

Obviamente las dirigentas no son las “chiquillas” a las que aluden en su


apelación. Ahora, sin embargo, al referirse al grupo representado, digamos, a
las cajeras en general, este discurso apelativo sufre una variación, ya que
ahora no se las interpela, sino que se hace referencia a ellas como un sujeto
pasivo; es decir, se representa a las cajeras como una masa oprimida pero al
a vez condescendiente con respecto a las condiciones de trabajo, lo cual
posicionaría a las cajeras como el reverso sumiso de los clientes y el sistema
opresor.

Podría señalarse que para efectuar esta operación discursiva, se


efectúan tres actos complementarios: Se caracteriza tanto la situación de
sumisión de las cajeras, la no-sumisión de las dirigentas y las características
del “adversario-empresa”.

Por un lado, al momento de significar la condescendencia de las cajeras


con el sistema opresivo, se proponen dos mecanismos explicativos: ser
“nueva” en cajas y tener miedo. Mientras el noviciado se comprende, el
miedo es menos tolerado:

“…hace muy poco nos dieron un bono de término de conflicto, que también
es bajo, pero lo que a mí más me alarma es escuchar entre pasillos decir:
“bueno si es una plata que no la tenías”, yo dije, oye es una plata que se
pelea y todos debemos pelearlas. Entonces me llama mucho, mucho la
atención, lo tan chilenitos que somos, tan apocaditos ((otra dice: mediocres,
mediocridad se llama eso)), así como, “no importa, está bien”” (G II: 32).

142
En contraste con esto, se efectúa las estrategias de descripción de las
propias dirigentas y la del adversario. Es notorio que, en ambos casos, se
usa una estrategia discursiva de construcción de objetividades, es decir la
forma en que se construyen hechos en el discursos que avalan lo
argumentado (Potter, 1998).

La construcción de hechos que efectúa las dirigentas gira en torno al


conocimiento de sus derechos; mientras que la del adversario-empresa, se
da en forma de construcción de “pruebas” de su falta de moralidad. Ambas
estrategias se representan, respectivamente, en las siguientes dos citas:

“…y soy la única que exijo yogurt, porque eso está dentro de un contrato
colectivo, entonces yo lo he pedido al encargado de local y ella me ha dicho
“que eres complicada con esto”, y yo digo, es que no soy complicada, si lo
dice en un contrato colectivo, yo quiero yogurt” (G II: 19).

“Yo personalmente conozco los números de ganancia de la compañía. Y son


enormes, billones así con mu::::chos ceros, interminables ceros… que
lamentablemente no llegan a nosotros, como decía Rosa, la compañera,
eh… nosotros podríamos ganar más, mucho más, pero aquí los únicos que
llevan la plata es Walmart” (G II: 20).

Tanto la alusión aquí al ejemplo del “yogurt” como al dinero que amasa la
empresa aludida, concretizan una descripción de sí y del otro, es decir las
hacen “reales” en el discurso, actuando como categorías disponibles para las
relaciones y luchas sociales (Potter, 1998; Reicher, 1996).

Si, en suma, se conjugan todas estas estrategias discursivas, se puede


concluir que el repertorio identitario sindical, en este caso, consiste en
presentar a las dirigentas como una especie de vanguardia política del grupo
de cajeras y no sólo como sus representantes formales, puesto que ellas no
sólo ocupan un puesto administrativo, sino que son capaces de ver los
agravios que sufren las cajeras y enfrentarlos, ya que conocen al adversario

143
y a la vez no poseen los “defectos” que impedirían a las demás tomar una
postura más abierta de lucha por mejorar sus condiciones de trabajo.

Como función de este repertorio, podríamos señalar que estos discursos


conforman al escenario laboral como un lugar de luchas válidas que, aun en
las peores condiciones es validado por la dirección en términos formales,
pero que aún está lejos de ser un lugar de trabajo con condiciones
plenamente satisfactorias.

Sobre esto la comparación entre cadenas y la apelación al cambio


posible de logran en las condiciones de trabajo, actúan como dos momentos
diversos de establecer el grado de justicia organizacional presente en el
propio local, ya que el juicio de equidad que hagan los trabajadores con
respecto a sus trabajos depende tanto de la comparación con las
condiciones del entorno laboral, como de un cálculo de las posibilidades de
cambio que se tengan colectivamente para dinamizar el marco de justicia en
la propia organización (Mladinic & Isla, 2002).

Así mientras la comparación les sirve para testar el realitario del puesto
en otras realidades (“estamos en la gloria nosotras parece”), la apelación a la
lucha transmite una visión de cambio más allá de este realitario.

Ahora, más allá de este repertorio y de este reconocimiento de estas


condiciones mínimas de trabajo y sus posibilidades de cambio, emergen
sentidos sobre el entorno laboral y las posibilidades de cambio formalizadas
que desafían estas condiciones, y que más bien dejan a las cajeras con
modalidades de acción que trastocan los parámetros “normales” de
reivindicación de derechos, como se verá más adelante, a partir de las
significaciones “hacendales” de los supermercados.

144
2.2.2 El auto-reconocimiento de las cajeras como asalariadas

El repertorio interpretativo de cajeras asalariadas versa sobre los


sentidos elaborados por el grupo de cajeras en torno al hecho de percibir un
salario o pecunia monetaria como retribución a su trabajo y de cómo esto
puede visualizarse como una forma de reconocimiento en contraposición a
otros incentivos presentes en este escenario laboral.

Tal como se destacó anteriormente, las cajeras atribuyen una gran


relevancia al puesto de trabajo que ocupan, admitiendo que éste es el mejor
pagado dentro de los operarios de los supermercados. Esto provoca que,
incluso, de acuerdo a lo que afirman algunas cajeras entrevistadas, no sea
rentable para ellas el ascenso, por ejemplo a puestos de jefatura de caja o
supervisión, ya que ello no garantiza un aumento significativo de sus
ingresos (incluso, en algunos casos, se afirma que las supervisoras de caja
novatas reciben un salario inferior al de una cajera con algunos años de
trayectoria).

Como siguiente punto de este repertorio, hay que destacar la forma


misma en que es valorado el pago por parte de las cajeras. Diversas voces
afirman que el salario es la mayor motivación que tienen en el trabajo, tal
como se expresa en las siguientes dos citas:

“…nosotros trabajamos por lucas, no trabajamos por simplemente por gusto,


porque nos puede gustar. Nos puede gustar mucho la pega, porque
podemos pasar muchas anécdotas, como nos puede gustar ser vendedores,
como nos puede gustar ser… no sé… secretaría… ser cualquier cosa nos
puede gustar, pero también vamos por lucas (G I: 103).

“Sí, ese estímulo que tiene Walmart es malísimo porque al fin y al cabo la
gente no trabaja por estímulo (…) trabaja por dinero y es la condición que
ellos nos ofrecen, pero aun así, aunque sea por dinero, igual es mala, igual
es mala, porque uno no puede desarrollar ningún vínculo con la gente” (G II:
213).
145
Acá el sujeto discursivo explicita una especie de contrato psicológico con
el supermercado: al sostener la preponderancia de una motivación
pecuniaria por sobre una intrínseca por el trabajo (lo que en la primera voz
citada se denomina “el gusto” que puede tenerse en cualquier trabajo), se
afirma que la adscripción al trabajo está dada en primer lugar por la
subsistencia, lo cual es concordante con las caracterización que efectúa
Stecher de una identidad laboral de tipo obrero, es decir, de una cuyo sentido
del trabajo pasa por constituirse desde la manutención de la familia (Stecher,
2012).

A lo anterior debe complementarse que, a pesar de la convicción


manifestada, el hablante discursivo se ve impelido a justificar esta motivación
meramente pecuniaria y relacionarla con algún interés que no sea relativo al
trabajo mismo; así, mientras que la primera voz citada afirma que la cajera
también puede tener una motivación intrínseca o “por gusto” en el trabajo, la
segunda argumenta que obtener un nivel de salario adecuado le permitiría a
las cajeras establecer “un vínculo” con el cliente, en cuanto relación que va
más allá de la instrumentalidad implicada en el pago de las compras
efectuadas.

Junto a lo anterior, es interesante constatar, además, que desde este


repertorio interpretativo se hace una contraposición entre el salario y otro tipo
de incentivos no monetarios al trabajo, ya sean las típicas “canastas de
productos”, que se pueden recibir las cajeras como bonificaciones por ofrecer
diversos productos a los clientes durante el pago de productos, o los
incentivos más bien de orden simbólico, ligados a las formas de gestión neo
managerial, como los típicas distinciones del “empleado del mes” o similares.
Véase unos ejemplos de esto:

146
198: Es que lamentablemente es todo una cadena, nosotros vamos a querer
ganar más dinero, si es que hay que vender chocolate, ¿lo vamos a hacer o
no?...((otra dice: “sí, por supuesto”))… pero yo no voy a vender un chocolate
pa´ que me den una medalla toda piñufla ((otra afirma: “no”)), que me la
pongo aquí donde está la credencial, porque eso es lo que dan ((otra dice: yo
trabajo por plata)), entonces no hay estímulo… para nosotras el estímulo que
existe en este momento y lo que nos vincula a la empresa es la parte
monetaria. Yo cumplo mi trabajo para que me paguen.

199: Ahora con la mentalidad de Walmart, te llenan de chapitas (otra dice;


sí), hay chiquillas que andan llenas de medallas… parecí (otra dice: arbolito
de pascua), sí, una pila de chapitas (G II: 198 - 199).

La voz 198 es aún más explícita en cuanto a la motivación pecuniaria


como razón primaria del trabajo, frente al reconocimiento simbólico de la
medalla puesto en el discurso como algo indigno o incluso de poco valor
(“piñufla”). Repárese además que los términos utilizados en la voz 199 para
aludir a estos incentivos -chapitas” o “arbolito de pascua”- y a quienes los
reciben, poseen una inequívoca connotación infantil, lo que, en
contraposición, por tanto, posicionaría lingüísticamente a las cajeras y a su
motivación por el dinero en el lado de la “adultez”. Podría argumentarse
además que las cajeras, diferenciando entre pecunia y reconocimientos
simbólicos, logran visualizar lo que diversos autores, entre ellos el mismo
Honneth, afirman con respecto a la función instrumental que adquieren
ciertas formas de reconocimiento en el contexto de la preminencia de los
servicios en la lógica postfordista de producción (Honneth, 2006 a; Kocyba,
2011; Kocyba & Renault, 2007).

Quizás lo más interesante aquí es apreciar cómo este repertorio


interpretativo se construye desde la reivindicación del salario en un contexto
de pagos flexibilizados, uso de bonificaciones y polifuncionalidad. De esta
forma, a pesar de que las cajeras en los grupos de discusión parezcan
rechazar en primera instancia esta lógica flexible, esto no se efectúa desde
una postura contra la explotación padecida –excepto por parte de cajeras

147
que se identifican como dirigentas sindicales- sino más bien desde un gesto
de protesta por la falta de reciprocidad que se da entre las tareas exigidas
desde la administración y el sistema de remuneraciones y pagos efectivos
recibidos, ya que, en efecto, muchas tareas anexas al trabajo de cajas, tales
como los reemplazos a secciones o las solicitudes de donaciones efectuadas
a los clientes, no son remuneradas. Al respecto, repárese en el siguiente
apartado:

“… A veces la jefa que tiene buena onda “lo estaí haciendo bien”, “te
conectaste mal”, “me parece bien”, ese es nuestro forma de reconocimiento.
Creo que antes existía mucho más, más ((otra dice: reconocimiento))
reconocimiento, incentivo para… incluso para el Hogar de Cristo ((otra dice:
sí ´po, te regalaban una torta)), había una venta de chocolate donde te daban
un bonito ((otra dice: te daban un bonito))… (G II: 197).

Nuevamente el “reconocimiento” de trato por parte de las jefaturas (lo


que se denomina en algunos círculos como el “salario emocional”), es
relativizado en relación al pago monetario o, inclusive, al pago especiario.
Así, desde este discurso, se aceptan de facto las lógicas mercantiles y
flexibilizadas de pago. Nótese, al respecto, la doble acepción del término
“bonito” que ellas utilizan para referirse a los pagos por metas (este tipo de
pago como algo “bello”).

Al momento de describir su rutina diaria en relación a cómo logran su


salario, las cajeras construyen una metáfora en torno a seguir una especie
de “carrera de obstáculos”. Puede verse el uso de esta forma retórica en el
siguiente fragmento de conversación, en el cual las cajeras de dos cadenas
distintas de supermercados discuten sobre las diferencias existentes en sus
sistemas de remuneraciones:

“… nosotros no tenemos eso, nosotros es… tenemos que seguir todo […],
tenemos que pasar al cliente incognito, pa´ poder ganar no sé cuánto 15
lucas, más un bono, para… no tenemos que pasar el tema de las promesas,

148
porque si se bonifica el cliente, ya pierde otras 10 lucas más ((otra dice: ¿y
pierde el cajero eso?)), y pierde toda la sección ((otra dice: la sección”; otra
dice: “qué extraño”)). Nosotros no vamos por venta, nosotros no vendemos,
nosotros no vamos por venta, nosotros vamos por la marcación ((otra dice:
por eso son más lentas, ríe)), nosotros somos del tema del… no sé… la hora
peak es de 11:00 a 2:00 de la tarde ((otra dice: sí nosotros también)) y de
5:00 a qué hora… a 9:00 que es la que tenemos que marcar más de 500
productos… por hora ((otra dice: ¿quinientos productos?)”) (G I: 86).

A nivel lingüístico, puede verse como se va construyendo esta gran


metáfora de la rutina diaria de trabajo y el logro de determinadas metas de
rendimiento como una sucesión de eventos que deben ser “pasados”;
también puede verse, al respecto, el uso de otros expresiones similares,
como la idea de “ir por” o un “vamos por” referidas a la obtención de cierto
objetivo de desempeño. Todo ello provoca el efecto retórico de performar
discursivamente a las cajeras como los sujetos de las lógicas flexibles de
administración que se ponen en juego en los supermercados y no
meramente como sus víctimas (“nosotras no vamos por la venta, nosotras
vamos por la marcación”).

A la vez que se caracteriza de este modo a la rutina de trabajo, también


se afirma la constante amenaza de no lograr “pasar” los ítem requeridos para
el pago, lo cual convierte a esta carrera también en una constante “apuesta”,
ya que en ella se puede “perder todo”, tal como podría ocurrir en un casino.
Véase este fragmento de conversación del primer grupo de discusión:

91: No, ya lo perdistes ((otra dice: ¿cuánto es el bono?)), lo pierdes.


92: Son ciento quince mil pero hay que pasar por etapas, o sea el que pasa
todas las etapa llega a eso, él que no va bajando ((otra dice: qué malo)),
bajando.
93: Claro, si lo perdiste, no es que te lo descuenten, si no es que no te lo
ganaste. En vez de ser ciento quince, pucha eran quince lucas las del cliente
incognito, ya no la ganamos ya, son cien entonces, no son ciento quince.
93: Va por lo otro ((otra dice: claro)).

149
94: Pero cuando uno llega atrasado no ((otra dice: ya ahí te lo quitan)),
cuando uno llega atrasado te lo quitan, te lo quitan todo.

En cuanto a la función social de este repertorio interpretativo sobre el


salario, se puede afirmar que las cajeras, través de éste, se reconocen y
empoderan como trabajadoras, lo que en el discurso se evidencia a partir de
la constitución de un sujeto agencial y no uno vislumbrado desde la mera
pasividad y el sufrimiento. Esto, dado que se perfila al trabajo como medio de
subsistencia, pero asumido éste, a su vez, desde una posición de
responsabilidad y adultez dentro del campo social. Ello les permite a las
cajeras tanto apelar a que en el supermercado se ejerza reciprocidad con
respecto al tema de los pagos por las actividades anexas a la estricta
atención en cajas, como rechazar las lógicas no monetarias de salario, ya
que éstas no se condicen con esta imagen de auto-valencia monetaria.

Sin embargo, queda claro que aunque ellas –por así decirlo- “asuman el
juego” gerencial de los locales, están concientes de la precariedad de su
posición, puesto que si no logran cumplir todos los “ítem” que implica el logro
de un pago “normal” dentro de la lógica flexible, simplemente no pueden
obtener un salario mínimo para su necesidades; este es el sentido final que
se desprende de las palabras con que evocan su situación: el trabajo como
un juego de apuestas (“cuando uno llega atrasado te lo quitan, te lo quitan
todo”).

2.2.3 Los supermercados como haciendas-burocráticas

Si por un lado, como se comentó más arriba, se valoran las condiciones


formales de empleo e incluso las modalidades flexibles de salario, aquello no
significa que el supermercado, en tanto sistema que administre justicia
organizacional, se signifique como un ente completamente válido desde el
punto de vista del derecho.

150
Al respecto, las relaciones que se generan entre operarios, mandos
medios y sistema gerencia en los locales aparecen en los discursos bajo
imágenes que construyen estos entornos como lugares en los cuales se
conjugan tanto el trato verticalista como el personalismo y la arbitrariedad en
la toma de decisiones. En este sentido, el término “hacienda burocrática” se
utilizará aquí, por tanto, para referirse metafóricamente a un repertorio
interpretativo que nos habla sobre la combinación de formas autoritarias de
sociabilidad junto con modos de gestión de corte fordista, situación que,
como ya se adelantó en el marco teórico, es una condición de la
modernización de las empresas chilenas (Narbona, 2012; Ramos, 1999).

Un primer aspecto de esta imagen “hacendal-burocrática” de los locales


es la referencia a la verticalidad de mando que parece organizar todo el
trabajo, a pesar de la modernización que opera en este escenario laboral.
Las cajeras constantemente refieren a esta imagen vertical de control y
presión sobre el trabajo, y lo hacen hablando literalmente de una cadena de
mando:

“Yo la verdad, es que creo es que… que digamos los dueños de las grandes
empresas, quieren más y ellos presionan a su comitiva que serán los
gerentes, los administradores, porque ellos ganan bien y de ellos va la base.
Ellos estresan a los jefes y los jefes llegan estresados a nosotros” (G I: 195).

“A nosotros nos presiona la jefatura, los tesoreros, la jefa de caja, pero a


ellos los hincha, los presiona el subadministrador y el administrador hincha al
subadministrador. Y al administrador ((otra dice: el jefe zonal)) el jefe zonal, y
al jefe zonal el jefe de la compañía. Finalmente ((otra dice: es un círculo
vicioso)), es que si somos objetivos ¿de dónde parte todo?, volvimos a
Walmart, Walmart es quien empieza a apretar para bajo, para bajo […]
porque ni siquiera es mi jefa, ni siquiera es mi administrador, ni siquiera es mi
jefe zonal, es Walmart, allá, es la empresa ((otra dice: es la multinacional)),
por eso ellos apretan acá para poder ganar. Apretan a los gerentes de acá,
los gerentes apretan a los zonales, los zonales a los administradores y ahí
empieza la cadena, toda una cadena” (G II: 10).

151
Se puede apreciar cómo se representa el entorno laboral como una
cadena, o más bien, una línea de sumisiones que proviene directamente de
una cúpula que culmina en una o unas pocas figuras solitarias –
curiosamente, masculina-. Llama la atención la literalidad de la
representación: se asume que directamente un sólo sujeto (que, incluso
puede ser un agente “Walmart” antropomorfizado), obligue a otro que lo
sigue en jerarquía a efectuar diversas tareas; acá la imagen denotaría el
sentido final de esta cadena, como una representación moderna de un
“patrón” de un fundo, quien presiona o “aprieta” directamente a determinados
funcionarios –comitiva son incluso llamados, o sea un grupo de personas que
acompaña a un otro importante-, quienes “apretados” por estas exigencias,
de forma inexorable, finalmente, terminan presionando a las mismas cajeras.

El discurso así presentado no sólo tiene el efecto de exculpar a las


jefaturas directas por las exigencias que realizan, así como a las situaciones
impersonales de control de las cuales depende la definición misma del
puesto, sino que traza un sentido directamente económico a la presión
laboral ejercida, es decir, una intencionalidad que no se relaciona ni con la
satisfacción del cliente ni con necesidades técnicas del servicio, sino
directamente con el lucro del negocio. ¿Pero por qué asociar dicha
explotación a una figura humana y no a un sistema de relaciones?, tal vez,
podría sostenerse que se utilizan estos términos, ya que la figura de
autoridad en los locales no sólo aúna explotación económica, sino también
de género, ya sea individual o, a lo sumo, referida nuevamente, en una
imagen personalizada del control, es decir a “los dueños” de la empresa.

“Entonces claro, la jefa debería hacer las cosas más gratas, yo diría el
mandamás” (G I: 195).

“Yo digo como empleadores siguen siendo muy insensibles, porque las
mujeres somos volubles, las mujeres no somos un ejército que va así todos

152
los días, aunque algunas somos más que otras […] Entonces esa parte no se
logra ((otra dice: no se ha afinado)), no para nada… Es difícil que se pueda
afinar si Walmart, siendo masculino lo pueda hacer ((otra exclama: sí))” (G II:
168).

Como segundo elemento asociado a este repertorio interpretativo, se


encuentra la referencia a la arbitrariedad presente detrás de las decisiones
de algunas jefaturas, en particular con respecto a aquellas que tienen que
ver con firmas de contratos y el reconocimiento al mérito por el trabajo, las
cuales se asocian más bien a las jefaturas más directas del puesto. Diversas
voces afirman que, a pesar de la existencia de normativas y procedimientos
técnicos declarados con respecto a cómo se recompensará el buen
desempeño laboral, en los locales terminan primando consideraciones más
bien subjetivas para abordar este tema, tales como la “barra” que muestren
los jefes con algunos empleados para premiarlos o el parentesco que se
tenga con alguien al momento de contratar o promover a alguien en el
supermercado.

A esta invectiva en torno a la arbitrariedad en la toma de decisiones, se


adiciona discursivamente una curiosa interpretación sobre la conducta de las
jefaturas con respecto a sus modos de trato cotidiano con los operarios del
local, que toma la forma de un alegato en relación a la falta de “psicología” o
de “formación en recursos humanos” que presentarían éstas. Esta
declaración de las cajeras, construida utilizando además un término del argot
neo-managerial, sin duda busca justificar el desagravio experimentado
cotidianamente en estas relaciones de mando, por medio de un saber que se
asume sería propio del sistema modernizado de gestión, y bajo el cual,
supuestamente, el local debería regirse. Sobre esta interpretación, véase el
siguiente extracto:

“Yo pienso de que la empresa lo que tiene que hacer es capacitar a los jefes
que tenemos nosotros directos porque si bien pensamos que toda la gente
que llega a jefatura de caja, el caso de nosotros que nosotros que somos

153
cajeros, son personas que tienen cuarto medio, más allá no tienen más
estudios y la empresa no gasta en capacitarlos, en hacerles un curso de
relaciones humanas ya que van a estar a cargo de tanta gente ellos tienen
que tener un curso de relaciones humanas para tratar con todos los
diferentes caracteres, porque no tienen esa llegada, no tienen un diálogo
bueno, de aceptación, de empatía, eso impacta a nuestros jefes de caja,
porque nosotros siempre los temas, los problemas así de salud, de familia,
nosotros los tenemos que hablar con ellos, los jefes de caja y de ahí tenimos
que seguir escalando, entonces qué pasa que no nos dejan ir más allá si no
que pasamos primero por ellos” (G III: 28).

Esto, como podrá apreciarse, se correlaciona con los relatos que


describen la discrecionalidad que ponen en juego las jefaturas con respecto
a los conflictos que se generan entre cajeras y clientes, en cuando saltarse
los propios reglamentos de los locales si es necesario para “satisfacerlo”.

Todo ello, como función del discurso, implica elaborar una explicación
coherente del funcionamiento efectivo y muchas veces contradictorio del
supermercado, puesto que se crea la noción de que estos establecimientos
se encuentran regidos por una arbitrariedad que imperaría bajo un aparente
dominio de normativas y modos de gestión impersonales. Por tanto, este
repertorio interpretativo se constituye como una forma de reconocimiento
negativo no recíproco, ya que describe una condición genérica de los
supermercados que afecta tanto a la cajera particular como a sus
compañeras. Por medio de este discurso, las cajeras sostienen que, tras un
velo de normatividad, operaría en estos locales más bien la arbitrariedad, lo
cual parece erosionar cualquier posibilidad de reconocimiento de derechos
universalizable en este ámbito laboral.

2.2.4 “El cliente siempre tiene la razón”: El testimonio del abuso avalado por
el supermercado

154
La imagen hacendal-burocrática de los grandes supermercados no sólo
corresponde -nuevamente refiriéndonos a Ricoeur- a una metáfora muerta
(Román, 2007) que se posa en el discurso para construir un juicio
desvinculado de un contexto de enunciación, sino, por el contrario, para
construir una imagen discursiva imbricada con situaciones concretas de
injusticia que se experimentarían en este trabajo.

Para las cajeras, una de las situaciones más dramáticas de abuso


cotidiano en sus trabajos, es aquella en la cual ellas deben enfrentar los
maltratos y el desprecio de los clientes, generado éste ya sea por un
problema derivado de la propia atención de estas funcionarias o por
dificultades derivadas de la atención dentro del supermercado -como se
tematizó en el repertorio de la cara del supermercado- o sin razones
aparentes. Estos reclamos regularmente son derivados, ya sea por la cajera
o por el propio cliente, a las jefaturas inmediatas de estas operarias, quienes
pueden tomar decisiones sobre cómo proceder al respecto.

Sin embargo, como podría intuirse, la voz de reclamo del comprador con
respecto a la voz de defensa de la cajera parece no tener la misma
ponderación para estas jefaturas, quienes a menudo “fallan” en contra de las
cajeras, a pesar de que estas denuncien que los clientes profirieron un trato
desconsiderado y abusivo hacia aquellas. Esto lleva a situaciones fragantes
de injusticia, como la que se detalla a continuación:

“(…) a mí en una ocasión me pasó (…) como cajera una clienta me humilló,
me dijo lo que quiso y el encargado le dio todo el apoyo a ella al cliente ¿y
nosotros cómo quedamos?, la clienta me trató de india, yo estaba en todo mi
derecho de haberla demandado pero el jefe en ese momento no, me sacó de
caja y ya pasemos a la clienta por otra caja y atendámosla bien y el
trabajador, la cajera ¿dónde está? (G I: 3).

La situación aquí descrita aquí, aunque presentada como real y no


meramente como un juicio sobre el puesto, contrariamente a otras

155
anteriormente referidas, es una situación más bien excepcional; dicha
situación configurada como un abuso, es relatada como un testimonio, es
decir bajo una forma lingüística de la una narración de hechos para apoyar
un argumento (Potter, 1998).

Este relato no sólo describe una situación, en principio, real de maltrato


patente de un cliente sobre la cajera, sino que dicha situación se ve
acompañada de un proceso de Invisibilización por parte de las propias
jefaturas directas del puesto, es decir, de aquellos/as que vigilan
constantemente el trabajo en las cajas, produciéndose la situación típica de
re-traumatización debida a esta verdadera “victimización secundaria” llevada
a cabo por los agentes encargados de mantener el orden dentro de los
supermercados.

Frente a una problemática concreta en la atención, los testimonios de la


cajera y los clientes, como se dijo, no tienen la misma ponderación, puesto
que se asumiría inmediatamente que es el o la compradora quien posee la
razón, lo cual se expresa en que las jefaturas hacen todo lo posible por que
se concrete la venta, más que atender a la demanda de la cajera en el
conflicto. Con ello se invisibiliza no sólo el agravio mismo del cliente, sino a
quien osa denunciarlo, reafirmándose la paradoja experimentada por la
cajera, en tanto estar híper-expuesta pero al mismo tiempo ser escamoteada
como persona (“el trabajador, la cajera, ¿dónde está?”).

“Con la palabra excepción ella se puede sacar muchas cosas y uno no… uno
como cajera, en el puesto de estar sentada pasando cosas no… realmente
no logra nada, uno tiene que prácticamente decir bueno hay que atenderlo,
uno le gustaría decir sabe que pase por otra caja y que le atienda otra
persona, pero realmente uno no tiene como el apoyo suficiente que
deberíamos… o no se siente apoyada por los jefes, nos dan unos
reglamentos que ni ellos mismos lo cumplen, entonces no…” (G I: 6).

156
“Y si lo vemos fríamente… disculpe compañera que la interrumpa, siempre la
cuerda se corta por el lado más débil ((otra dice: sí)), el cliente reclama
porque la cajera no le respeto el precio, aunque no tenía la razón, pero el
cliente siempre es el dueño de la razón, y nuestro empleador, que somos
todas de Walmart, nuestro empleador que dice que el cliente tiene la razón,
el cliente es lo primero ((otra dice: sí, exactamente)), para Walmart es así,
entonces que pasa… que la cajera tiene la culpa, no dijo nada, no hizo nada,
pero por no haber nada, por no haber dicho nada” (G II: 7).

En estos fragmentos, a pesar de que se conserva el tópico, se vuelve a


un discurso más bien generalizador sobre el abuso experimentado por parte
de los clientes. Nótese que, además, los clientes no sólo son connotados
como abusadores, sino que se hace referencia a que el propio sistema
administrativo, representado por las jefaturas, los posiciona en una absoluta
verticalidad y asimetría con respecto a las cajeras. Al respecto, nuevamente,
una metáfora “muerta” o tópica como la de que el “cliente siempre tiene la
razón” -mandato simbólico típico en el rubro de los servicios-, adquiere un
carácter vivo y dramático cuando se la muestra como la imagen de un abuso
patente.

Repárese, además, en las connotaciones de género presentes en la voz


número 7 (“el hilo se corta por lo más débil”). Es como si esta apelación al
género agravara la situación de vulnerabilidad que se sufre en el puesto, y
por tanto la “traición” que se padecería por parte de quienes debiesen
apoyarlas en la ejecución del mismo, es decir, se presenta discursivamente
una situación de desamparo redoblada al indicar que quien sufre es un sujeto
femenino reificado en una posición de desvalimiento (véase supra, página
195, con respecto a la forma de reificación denominada en esta investigación
como “mujer-madre sacrificada”).

En este contexto, las expresiones referidas a que las jefaturas no las


“apoyan como personas”, indican, por un lado, que las cajeras aspiran a
tener un estatus similar ante el cliente -entendiendo que el término “persona”

157
aludiría a los sujetos sin considerar sus diferencias de clase, género, u otras-
, pero, por otro lado, que se tiene plena conciencia de que es el propio
funcionamiento del sistema el que actúa como un dispositivo de
desvalorización de estatus y que, respecto a éste, los jefes practican una
especie de confirmación tácita de que las cajeras deben exponerse a esta
violencia en sus trabajos.

Observando los sentidos expuesto acá, puede verse que lo que se


denuncia como una falta de respecto a la dignidad y a la condición de
persona no es meramente la agresión directamente sufrida, ya que no es
ésta la que más las agravia, sino la respuesta de su propio entorno laboral,
que no las empodera, por decirlo así, en sus cargos. Es esto lo que convierte
al agravio que brindan los clientes en una ofensa moral desde la esfera de la
justicia.

Por otro lado, el agravio directo adquiere otra dimensión. Para


comprenderlo, es provechoso exponer aquí la diferencia planteada por
Horacio Foladori entre agresividad y violencia: mientras que los clientes
podrían infringir una agresión, en tanto ésta podría ser –y de hecho lo es,
como se verá a continuación- respondida por las cajeras, los agentes del
supermercado, en especial en este caso las jefaturas, convierten este acto
en violencia, puesto que le brindan legitimidad, con lo cual ésta se
institucionaliza, no admitiendo escapatoria o defensa por parte del sujeto
(Foladori, 2008).

Esta situación, en los términos de la teoría del reconocimiento, equivale a


elevar esta forma de desprecio, que podría verse como una falta ya sea
desde las esferas del amor –ya que se violenta el sentido más básico de
dignidad personal- a una situación de falta de respeto a nivel de la esfera del
derecho, puesto que es el aval de esta agresividad lo que, en este caso,
quebranta la expectativa de igualdad de trato, la cual es un elemento

158
normativo que debiese ser exigible para todo sujeto en las sociedades
modernas (Honneth, 2009; Tello, 2011).

Ahora, si se considera a la dimensión funcional de este repertorio


interpretativo, puede sostenerse que, finalmente, a través de este discurso
no sólo se describe una característica fundamental del rol de cajeras, sino
que opera una función de construcción identitaria, ya que si bien se hace
referencia a la tarea desde una connotación negativa, también ésta sirve
para diferenciar este rol de otras funciones. En este sentido puede
sostenerse que las cajeras terminan aceptando “sufrimiento legítimo” en sus
trabajos, el cual debe ser tramitado, frente a otros agravios que, por el
contrario, no deben tolerarse, puesto que excederían lo que puede
denominarse las fronteras del rol (Avendaño & Román, 2002; Román, 2008).

Sirva como evidencia de lo afirmado lo que se expone en el siguiente


párrafo, en donde se alude a situaciones de asaltos y robos en los
supermercados. En estas dos voces del segundo grupo de discusión, se
exponen cuáles serían las acciones adecuadas por parte de una cajera
frente a un robo:

“Yo discrepo un poco lo que dice mi compañera, porque si bien seamos


buenas cajeras o no buenas cajeras, el tema delictual hoy en día es muy
fuerte. Entonces no depende de si somos buenas o malas cajeras, si que
sabemos obviamente cuidarnos… y de acuerdo a lo que cada una en su
local le han enseñado, cómo manejarse ((otra: en una situación)) en una
situación así, pero… si bien ese tema es preocupante, porque manejamos
mucha cantidad de plata, se cuentan los dineros delante del público ((otra
dice: exacto… y se retira)), y se retira, entonces en eso podemos sentirnos
muy desvalidas, quizás… pero también sabiendo de que obviamente te
puede pasar algo a ti físicamente, porque a ti te van a quitar quizás los
billetes, a ti te van a empujar, pero también sabemos de que no nos va a
suceder nada, porque los descuentos obviamente no se pueden hacer” (G II:
4).

159
“Sí, es verdad (varias asienten), por lo menos en mi caso como lo veo yo, en
realidad no me importa el tema plata, porque si me van a asaltar se entrega
todo y punto, no me interesa contar plata delante de… no tengo temor de
eso, pero lo que si me incomoda es la relación con la gente” (G II: 6).

Si bien en los discursos revisados, el rol de cajero/a ha sido


consistentemente referido desde las vertientes de la heteronomía y el
agravio, ahora desde estas voces se lo desmarca de la violencia explícita
que conlleva, por ejemplo, un asalto; ello en la medida en que dicha violencia
social implica, más allá del desprecio, el arriesgar parcial o totalmente la
integridad física. Sin embargo, con dicho límite al rol que impone el discurso,
lo que opera finalmente aquí es una justificación de la violencia cotidiana que
brinda el cliente a la operaria, la cual, como se revisó, es avalada por los
agentes de jefatura de propios supermercados.

Esto, como vemos, posiciona a una cajera victimizada e impotente en el


primer plano de la escena discursiva, lo que variará diametralmente en el
siguiente repertorio interpretativo.

2.2.5 Las cajeras como agentes de resistencia

Desde este repertorio interpretativo se construye una imagen alternativa


de la situación de trabajo de las cajeras. Es como si estas operarias, al
asumir el accionar arbitrario e injusto de las jefaturas en cuanto a dirimir los
conflictos con respecto a los clientes, procedieran colectivamente a definir un
sistema alternativo de normas para establecer criterios de justicia y defensa
contra dichos agravios. Para ello, las cajeras, como grupo, afirman
defenderse de los maltratos recibidos ejecutando acciones –como
contestarle a los insultos que los clientes les profieren- que incluso vulneran
los protocolos de atención a público estipulados en los locales. Sin embargo,
esta posibilidad de resistencia al maltrato mediante la acción autónoma del

160
operario, no estaría disponible para todos los cajeros, puesto que para
acceder a ella se deben cumplir, de facto, diversas condiciones.

De esta forma, al igual de lo que se operó en el repertorio interpretativo


de las “antiguas”, las cajeras nuevamente se distinguen de un exogrupo de
cajeros -esta vez definidos más bien como “los nuevos”- que, por diversos
motivos, no podrían vulnerar estas normas de atención a clientes de los
supermercado con tal de defenderse de los abusos rutinarios que sufren en
sus puestos de trabajo.

Sobre todo lo señalado, véase los siguientes párrafos:

“…bueno uno cuando… a lo mejor cuando es antiguo ya no se las muerden


((recordar que esta voz hablaba de “morderse la lengua con el cliente cuando
maltrata)) pero cuando eras nuevo lamentablemente tienes que quedarte
callada aguantado todas las humillaciones que un cliente te puede otorgar (G
I: 2).

“…bueno, igual cuando uno es más nueva se queda callada y agacha la


cabeza, pero ya después uno le responde ((hablas superpuestas: “claro, ser
antiguo… pierde el miedo”))” (G I: 7).

En las dos voces citadas, puede observarse que la antigüedad en el


cargo es un elemento diferenciador de estatus al interior del colectivo de
cajeros/as, el cual le permitiría a quien cumple este precepto desafiar o
“perder el miedo” ante las agresiones que les propenden los clientes –a
pesar que desde otras voces, por el contrario, prime más bien la “prudencia”
de no pasar a llevar normativas, soportando, por tanto, las injusticias- y por
tanto responderles (esto, nuevamente, en las antípodas de la imagen de
ellas como agentes que “soportan” el maltrato, que se expresaba desde el
anterior repertorio interpretativo).

161
Sin embargo, la antigüedad no es el único factor que le permite a las
cajeras “suspender” las normas de atención y enfrentar los abusos que ellas
reciben en sus trabajos. Aquí puede verse otro ejemplo, esta vez referido a la
pertenencia a sindicato como un signo de distinción:

“…a la gente le da miedo que la despidan. Están todo el rato bajo presión y
es como que un cliente lo reta, lo insulta, lo grita, se quedan callados y
agachan la cabeza. Yo no:::, si los he echado de mi caja “chao, váyase”
((otra dice: yo también)), “chao”, me paro y me voy, pero es porque uno
tiene… ((otra dice: porque tú tienes esa característica)), no, no, no, porque
yo siendo súper honesta me aprovecho de mi condición sindical (otra dice:
claro) y yo sé que no pueden echar y llega mi jefa y me dice: “pucha X, no
haga eso”, ya jefa, lo prometo que siempre lo haré cuando me falten el
respeto. Pero los cajeros no lo hacen por temor a que los despidan” (G II:
20).

Como se señaló, si se analiza en conjunto estas dos condiciones que les


permitirían a las cajeras enfrentar los abusos cotidianos sufridos por parte de
los clientes, se podrá reparar en que ambas se caracterizan por su
informalidad, es decir, por ir a contrapelo de los mecanismos establecidos de
tramitación de conflictos existentes al respecto, tales como podrían ser los
avisos a las jefaturas, las cartas de reclamo y similares, considerados todos
éstos, de facto, como inoficiosos o irrelevantes para ello. Esta cualidad opera
incluso en el caso de la pertenencia a sindicatos, ya que se asume que, de
todas formas, existiría un “aprovechamiento” de parte de la cajera que
defiende sus derechos desde esta posición y no un derecho reconocido
desde un sistema de normas formales.

La informalidad acá referida implica que esta normativa surge


directamente del grupo de cajeras y que es este grupo, en su dinámica
interna, el que instituye que determinadas cualidades o condiciones
posibilitan superar el miedo que se percibe de defender los propios derechos
ante un otro/a que los vulnera. Ello asegura que la función de este repertorio
es, paradójicamente, reafirmar el estado imperante de la normativa
162
establecida, ya que se sostiene que sólo por medio de estratagemas
informalmente establecida por las cajeras –y que no es accesible para
todos/as- se puede defender derechos ligados a mantener el respeto
personal.

Para mostrar cuán ligado a un tema de estatus se encuentran estas


formas de hacer valer los derechos, repárese en la siguiente conversación,
en la cual, en cierta medida, se termina legitimando el abuso como una
situación “normal” en la trayectoria de los cajeros que sólo se “superará” con
el tiempo:

62: “…Entonces siempre cuando instalan a la persona nueva,


lamentablemente (otra dice: el cliente abusa) siempre abusa, se le… y
siempre pierden plata (otra dice: sí)… entonces chicas…

63: Oye entonces podríamos decir, que ese es como el bautizo de un cajero,
porque al final y al cabo, pajarito nuevo la lleva ((se ríe)). (G II).

2.2.6 La ciudad de las cajeras: la Cajera “pilla”

En este apartado se hará referencia a un modo determinado de


resistencia frente al orden normativo impuesto sistémicamente, que no sólo
implica la configuración de una estrategia informal de defensa por parte de
las cajeras, sino directamente burlar mecanismos de control administrativo
establecidos en los supermercados.

En términos concretos, esto se refiere a una práctica de marcaje que


utiliza el grupo a fin de “ganar” minutos que serán pagados. Véase el extracto
en donde se alude a esto:

“Ya, nosotros tenemos la marcación y nos ganamos un bono si marcamos


bien todo el mes entrada y salida, que eso son… tenemos eh… ((otra dice:
treinta mil pesos)) tenemos nueve minutos treinta y dos segundos de

163
desfase, nosotros en eso somos pillas, porque ponte tú, porque si entramos
a las cuatro treinta podemos marcar a las cuatro treinta y ocho y nos
ganamos el bono, y ponte tú, y de cuando uno va a salir…. ((Otra dice:
podemos marcar diez minutos después)) hemos ido de voz en voz, le
decimos a las chiquillas, pero marca siete minutos, marca ocho minutitos
más y te ganas el bono igual, y esos siete u ocho minutitos te los tienen que
pagar ((otra dice: te los pagan)). Y nos pagan todo eso… y si tú sumas ocho
minutos, ocho minutos, a lo mejor no es tanto, pero no sé doce mil o siete
pesos más suman” (G I: 99).

Se expresa, al igual que en el discurso de la cajera asalariada, un sujeto


estratégico que calcula cómo obtener mayores montos de pago, en base a
establecer relaciones entre tiempos y dineros obtenidos a partir de un vacío
administrativo que permite el reloj control de entradas y salidas.

Repárese, además, que el sujeto que habla es un plural femenino que


comunica a las demás (las “chiquillas”) la falla del sistema. Este sujeto
femenino justifica su accionar, nuevamente, desde la posición estratégica de
maximización de la ganancia monetaria como motivador principal del trabajo,
aunque se refieran a un aumento modesto del propio ingreso y lo hacer en
nombre de toda la colectividad (“Nosotras somos pillas”).

2.3 El Reconocimiento en la esfera del amor

Tal como se señaló en el marco teórico-referencial, Honneth afirma que


la esfera del amor no es universal, ya que ésta descansa en las relaciones
que se fraguan entre sujetos concretos en contextos particulares,
caracterizadas éstas, por ello, por limitarse a la esfera íntima de la vida social
(Honneth, 2009; Voswinkler, 2012). Ello haría difícil, por tanto, pesquisar
formas de reconocimiento del amor dentro de un contexto laboral. No
obstante, dicha búsqueda puede no ser del todo improcedente, en virtud de
que en todo trabajo no sólo está en juego la creación de servicios o de mano

164
o ideo-facturas, sino también la construcción de un mundo común y por tanto
de un sistema de relaciones sociales y afectivas (Dejours, 2012; 2013 b).

Para identificar la siguiente forma de reconocimiento del amor en el


trabajo de cajera, se hizo uso de una consideración fue señalada
sucintamente en el marco teórico de la teoría del reconocimiento: interpretar
la visibilidad social que establece Honneth desde una lectura ricoeuriana, es
decir, como una forma de aprobación, que refiere a una necesidad afectiva
básica que sí está en juego en la esfera pública, ya que se corresponde al
“grado cero” de incorporación del sujeto a lo social (Honneth, 2011; Ricoeur,
2005).

2.3.1 La visibilidad por parte de la jefatura. El punto mínimo del


reconocimiento

De esta forma, en efecto, el grupo entrevistado se refiere a la temática de


la visibilidad y lo hace con respecto a las jefaturas o incluso a los “dueños” de
las empresas supermercadistas.

Sobre las formas en que se teje la demanda de visibilidad a las jefaturas


directivas de los supermercados, véase los siguientes fragmentos:

“Nosotros tuvimos un gerente a cargo, estuvo poco tiempo sí, don Francisco,
un siete, sabis que él por ejemplo donde te veía te saludaba, que a veces es
lo mínimo, lo mínimo, pero sabis que él como que todo el mundo lo amaba,
porque a veces algo tan mínimo que te diga, no sé, algo, no sé po, bien ((que
te miren)), cualquiera cosa… porque el líder de ahora de nosotros siempre a
veces te ve y a veces no te ven, es así la cosa ((sí)) (G III: 77).

“Por ejemplo a mí me pasó un día que fue algo chistoso, que el dueño de
Cencosud estaba de cumpleaños y…hizo la media fiesta, le pagó a no sé
cuanta gente y nosotros ese día fuimos a tomar once a las 9… Yo digo claro,
ellos tienen plata la gastan como quieran, está bien, cualquiera puede

165
emprender. Pero deberían darnos un poquito de… mejor trato, un poquito,
porque yo creo si por último cambian las sillas de un día para otro, uno está
más feliz. O no sé po, ponen una carita feliz en el mural… ((otra dice: “es que
no sé…”)) cambia el día” (G I: 195).

Más allá de las diferencias de contextos aludidos en los dos fragmentos


discursivos, llama la atención los modos lingüísticos con que se minimiza la
visibilidad que se le demanda al otro (“que te llame por el nombre… lo
mínimo”; “un poquito de mejor trato”), aludiendo a que este mejor trato
implica un esfuerzo menor y que, a su vez, esto sería enormemente valorado
por quien lo recibe. No es casual, por tanto, que el gesto demandado se ligue
en ambos textos a la visibilidad como esta especie de grado cero de la
aprobación.

A diferencia de lo que ocurre en repertorios interpretativos en los cuales


se pone en entredicho la distancia social que los clientes establecen con las
cajeras –véase el anterior repertorio interpretativo del abuso de los clientes o
el reconocimiento degradado, supra, pág. 191-, aquí ésta, más bien, se ve
reafirmada; notable, a respecto, es la frase, en el segundo párrafo citado,
sobre que “ellos (los jefes, dueños) tienen plata… está bien, cualquiera
puede emprender”, operando una especie de negación de la realidad de las
cajeras con respecto a sus propios ingresos económicos y por tanto de la
distancia social efectiva que las separa del otro aludido. Semejante situación
se presencia en el segundo párrafo, en el cual la voz confirma el vínculo
asimétrico de poder existente, valorando el reconocimiento visibilizador por
parte del otro.

Nótese como esta demanda implica una variabilidad con respecto al


repertorio de la cajera asalariada, en donde, precisamente, no se consideran
dignas las formas más bien “simbólicas” de reconocer el trabajo (como
“cambiar las sillas de puesto” o las “caritas felices”, a las cuales se alude en
el segundo párrafo).

166
La visibilidad demandada, por tanto, podría interpretarse como un
mecanismo que permitiría asegurar que las cajeras, a pesar de todos los
agravios y las diferencias de estatus existentes, se mantuviesen en sus
puestos de trabajo.

“Yo creo que nos miran solamente cuando hay fila, cuando está lleno el
supermercado y como hay gente que está presionando y gritando ahí están
las cajeras. Y nos miran… y para qué nos miran, para ya pu´ qué pasa,
apúrate, sí y presionan, pero no para decir qué te falta, qué necesitas (G I:
198).

2.4 Reconocimiento del trabajo

Ahora se pasarán a revisar las formas de reconocimiento denominadas


globalmente subjetivación-enajenación, las cuales comprenden al
reconocimiento del trabajo y al existencial.

Se partirá, pues, por el reconocimiento del trabajo. En este caso, esta


forma de reconocimiento se refiere a los sentidos globales construidos en
torno al grado de autonomía que las cajeras afirman experimentar en su
trabajo o, por el contrario, el grado de control y quiebre de los lazos de
trabajo que refieran vivenciar, situación que puede desde el prisma de la
alienación.

Para analizar los discursos sobre el tópico de la autonomía y el control


del trabajo, se entenderá al rol de cajeras en su ejecución, es decir, en los
términos de dramaturgia social de Goffmann, como una fachada dentro de un
setting particular de acción (Goffman, 1993), en este caso, los terminales de
caja funcionando con clientes.

167
2.4.1 El supermercado como un gran sistema de control sobre la labor de las
cajeras

Tanto en el marco teórico como en el primer aparatado de resultados en


torno al escenario laboral de los supermercados, se hizo referencia a la
condición fuertemente taylorizada que gravita sobre el puesto de cajero/a, ya
sea en referencia al control que se efectúa de los turnos de trabajo, el
chequeo de ventas y dineros o, inclusive, de la propia interacción entre
cajera y clientes por medio de la imposición de script referidos a la
interacción de pago de productos. Sin embargo, también se comentó, desde
hallazgos de la ergonomía y la psicodinámica del trabajo, que, incluso en
este tipo de labores, en apariencia altamente estandarizables, siempre se
produce una diferencia entre el trabajo prescrito administrativamente y la
actividad real que se lleva a cabo individual y colectivamente en su seno.

De manera que este primer repertorio interpretativo referido al trabajo,


expresa, por un lado, cómo el control administrativo de tipo taylorista que
estructura la acción en cajas se experimenta como una imposición y una
fuente constante de presión por parte de las operarias, así como, por otro
lado, la denuncia de la distancia que este sistema impuesto presentaría en
relación a las experiencias cotidianas que se dan en torno al trabajo efectivo
en las terminales de caja, en particular, con respecto al trato directo con los
clientes.

Asimismo, este hiato entre lo prescrito y lo que realmente acontece en el


trabajo se ve de algún modo amplificado por las jefaturas y los operarios
administrativos que se vinculan directamente a la labor de cajera, ya que
éstos no apoyan a aquellas en cuanto a sortear las dificultades que involucra
este trabajo, quedando estas operarias, en cierto sentido, inermes frente a
éstas. Véase estos dos primeros párrafos:

168
“A ver, en el local (…) en realidad, te exigen un script, que decir al cliente,
que buenos días, que buenas tardes, tanto, tanto, acumula puntos, como
decía ella si tú no cumples el script… te dicen ya, en el arqueo noventa y seis
por ciento, ochenta por ciento, a nosotros nos exigen mucho todos los días,
pero de repente no tenemos las condiciones que necesitamos pa trabajar […]
en el caso de una compañera que le preguntó al cliente ¿desea hacer un
avance en efectivo?, el cliente le dijo “tú crees que esta hüea es banco”
((risas de cajeras))” (G I: 3).

“…por ejemplo, no sé, decirle que el cliente no puede pasar por esta caja
porque es preferencial o es exclusiva, sin embargo nos exigen que cuando
cumplamos como los reglamentos que tiene la empresa pero en el momento
de que el cliente llegue y pase por esa caja yo le digo no, no puede pasar por
esta caja porque es exclusiva entonces, ¡pero cómo, si no estás haciendo
nada! ((voces superpuestas)), entonces viene el jefe, viene todo pase,
entonces eso también es como… o sea, uno queda como la mala de que no
quiere hacer las cosas, tratando de cumplir los reglamentos que dice la
empresa…” (G I: 4).

Es interesante apreciar que en estos párrafos, junto con formas


lingüísticas que representan la heteronomía que se experimenta en este
trabajo (“te exigen un script”), las cajeras también se enuncian, por el
contrario, como agentes que intentan trabajar bajo los parámetros exigidos,
es decir, buscan aplicar los protocolos de atención frente a los clientes –
actuando, podría decirse, precisamente como las caras representantes del
supermercado-. No obstante, ahora son aquellos los que generan conductas
que vulneran la interacción estandarizada que se calculó desde el sistema de
gestión de los locales. Esto puede leerse como la afirmación de la diferencia
entre el trabajo prescrito y el trabajo efectivo, como lo señala Dejours, la cual
particularmente en estos discursos se manifiesta a través del uso de diversas
anécdotas particulares, vividas directamente por cada cajeras o por sus
compañeras de trabajo. Estas anécdotas, aunque particulares, también son
formas de construir factualidades (Potter, 1998), por medio de las cuales las
cajeras validan los juicios que establecen ante el que escucha el discurso.
Véase ahora estos dos fragmentos:

169
“… además que venga tu jefa y te trate mal o que te venga a dar indicaciones
cómo tratar a la gente, nosotros siempre decimos siéntese ustedes, yo en mi
caso yo le he dicho siéntense, yo le invito, al administrador de mi local, al sub
administrador yo les he dicho siéntese, por qué no se sienta usted…” (G I:
10).

“O sea si tú trabajaste 6 horas, al final estuviste 4 horas conectá. No son 4


horas, porque todo eso estuve trabajando y ni siquiera si tú te paras al baño,
también te lo descuentan, si no es tan fácil la cosa (se ríe)… Eso son las
cosas más complicá que hay…” (GI: 37).

En estos dos últimos párrafos, el relato acerca de la diferencia entre el


trabajo prescrito por la administración y el que efectivamente encaran las
cajeras adiciona un elemento: la presencia de una apelación directa a las
jefaturas del puesto. Nótese, además, que las anécdotas relatadas son,
precisamente, sobre hechos que difícilmente son visibles no sólo para estas
jefaturas, sino muchas veces para los propios clientes que concurren a las
cajas, situación de invisibilidad que, precisamente, opacaría la dificultad
presente en este trabajo (repárese que la frase: “si no es tan fácil la cosa”
del último fragmento citado, se enuncia hacia el coordinador del grupo, como
representante de la sociedad).

Parece muy probable adscribir a este repertorio interpretativo una función


de denuncia –que, como se ha visto, es muy común en diversos discursos
referidos a varias situaciones del trabajo-. Ahora, no obstante que pueda
afirmarse la existencia de dicha función, también podría aducirse que este
repertorio podría, además, expresar una reivindicación del trabajo efectuado,
ya que, al presentarlo como irreductible a lo que está preestablecido para el
rol, se lo justifica como una labor digna de ser efectuada al requerir lidear con
diversos frentes de acción, para lo cual, en efecto, no se contaría con un
apoyo efectivo por parte de los asistentes y jefaturas de caja.

170
2.4.2 La función de descarga de las cajeras con respecto a los clientes

Cuando se profundiza en los sentidos en los cuales el trabajo concreto


realizado en las cajas no es apoyado en los supermercados, y que más bien
se ve perjudicado por la falta de autonomía que presenta esta función,
emergen de inmediato en el discurso relatos de maltrato, en especial en
relación a la interacción de compra con los clientes. Para hablar de dicha
relación, las cajeras esgrimen un conjunto de metáforas que las representan
como sujetos pasivos que deben “aguantar cosas”, “morderse la lengua”,
“usar la psicología”, “tener cuero de chancho” o incluso “agachar la cabeza”,
frente a los compradores, tal como se muestra en los siguientes párrafos:

“Bueno yo contarles la experiencia de cajera igual es complicado con el tema


de los clientes, uno igual tiene que aguantar muchas cosas, muchas
humillaciones, de repente tener que morderse la lengua, […] aguantado
todas las humillaciones que un cliente te puede otorgar […] eso encuentro yo
que es más… que no se valora esa parte de nosotros como cajeros, que
pasamos muchos, muchos malos ratos sin que gratis ((se escuchan
asentimientos))” (G I: 2).

“…he usado harto la psicología como pa´ sobrellevar esta situación, porque
en realidad porque yo creo que todas tenemos que ser un poco psicólogas
pa´ trabajar en caja, porque pucha que hay que tener cuero de chancho pa´
soportar a los clientes eh… que son sumamente despectivos en muchas
ocasiones ya, y como se llama, y siempre eh… y siempre en cualquier tipo
de ámbito nosotros somos siempre el desquite pa´ ellos, en cualquier
momento” (G II: 6).

“Por atrás se habla ((nadie es como sincera)), la que habla de frente es la


conflictiva po ((Sí po, a eso pasa)), es así en todos lados, es la conflictiva…
uno se tiene que quedar callada, ser la sumisa del grupo…” (G III: 318).

La condición de maltrato se narra desde una posición subjetiva de una


humillación periódica, o la menos muy común, dado el uso de expresiones
que absolutizan lo narrado (“muchos, muchos malos tratos”; “siempre somos

171
el desquite”). En referencia a estos agravios, ya ha emergido un significante
determinado, que en la última voz, la del grupo II: 6, se ha denominado
desquite, pero que anteriormente fue aludida –por ejemplo, en la voz del GI:
29- como “descarga”.

Analizaremos ahora, de forma más específica, los usos que tiene el


término de “descarga” y similares en estos discursos.

¿Qué connotación específica parece poseer el término “descarga” para


las cajeras? Nuevamente, al igual que se hizo con el término de “cara”, si
consideramos el término “cargar” en un uso sociolingüístico común, el de
recibir “cargas” dentro de los imaginarios mágico-religiosos, notamos que con
este significante se hace referencia, en efecto, al trabajo emocional que
realizan las cajeras con los clientes, puesto que se alude a una interacción
que va más allá de los aspectos meramente técnicos, en la cual los clientes
expresan diversos malestares ligados ya sea a fallas generales de atención
al público de estos establecimientos o por otros motivos ya inherentes al
cliente mismo.

Este uso lingüístico, presente en la primera voz citada del grupo de


discusión I, se ilustra en ahora siguiente párrafo:

“…La otra diferencia que yo veo, es que debiera sobre todo en un caja, como
caja es el último lugar que donde el cliente… la última porque pasa en todas
las secciones comprando y llega al final a caja… Sería bueno tener como un
psicólogo, y una vez a la semana por último, y las cajeras como una forma
de desestresarse contar lo que le ha pasado en la semana en caja ((otra
dice: hacer los descargos)), hacer los descargos, porque eso es lo que
lamentablemente uno lo tiene, aunque alguno que otro tiene un buen
compañero que le cuenta todo lo que le pasa, no es lo mismo, no es lo
mismo, poder desahogarse con otra persona ((otra dice: eso lo encuentro
difícil)), no, pero… (G II: 177)”.

172
Es interesante apreciar aquí, en relación al término empleado, cómo se
concibe como una necesidad la atención psicológica para las cajeras, en el
sentido de que aquí no sólo se apela a la idea de “descargarse” de algún
modo de las presiones sufridas en el puesto, principalmente de parte de los
clientes, sino que se posiciona al psicólogo/a en el lugar de la mediación
entre el puesto y las instancias de gerencia con respecto a las condiciones
del trabajo (puede apreciarse que el término “hacer los descargos”, tiene
tanto una connotación psicológica como una legal). Por ello, el apoyo
horizontal que se brindan las propias cajeras no es suficiente para tramitarlo,
puesto que éste, como ocurría con el abuso directo, se vuelve parte de una
situación de maltrato en la medida que se ve asociada a la particular posición
dentro del proceso de atención en los locales.

Sin embargo, los sentidos de la descarga no se agotan en los relatos


sobre las fallas de la atención en los supermercados, ya que también aluden
al origen social de los maltratos del cliente:

“[Narrando un altercado con un cliente]… porque está claro que usted viene
a descargarse con nosotras, porque en su casa no puede hablar, y como en
su casa no lo dejan hablar me viene a gritonear a mí…” (G I: 220).

Desde el punto de vista de la teoría del reconocimiento, la referencia de


las voces de las cajeras a este aspecto social de la descarga, bajo
connotaciones específicas de clase y género, puede ser interpretada como la
institucionalización de esta forma de desprecio (Voswinkler, 2012), lo cual
hace que se la pueda vincular a una práctica reificante (véase la primera
forma de reificación de estatus denegado, anteriormente aludida: supra, pág.
192), ya que se posiciona unilateralmente a la cajera en el lugar de ser un
objeto de proyecciones –en un sentido psicoanalítico- para el otro. Es decir, a
la alienación del puesto, convergen formas de reificación social, en particular
de género, ya que lo que se meta-comunica socialmente es que la violencia
hacia la mujer se puede ocultar (la imagen de que “en la casa no lo dejan

173
hablar”), pero sí puede ser “descargada” frente a estas mujeres en esta
función.

2.4.3 La Cajera-terapeuta

“Yo creo que no van a servir mucho [la cajera se refiere a la instalación de
cajas automáticas en una cadena de supermercados]… porque ya lleva
cuántos años lleva… 3, 4 años en el Jumbo, en el Alto ((otra dice: y
necesitan de alguien)) y realmente yo creo que el cliente necesita hablar con
alguien, pelear, hablar ((otra dice: alegarle)), conversar ((otra dice:
descargarse))” (G I: 214).

Al momento de hablarse sobre la tarea efectuada en las cajas, emerge, a


la par de referencias a la heteronomía y al malestar que muchas veces
implica las relaciones con los compradores, una especie de reivindicación de
un quehacer y de una expertis en el trato con éstos, incluso a contrapelo –es
decir, produciendo variabilidad discursiva- a lo referido con respecto a la
recepción de las descargas, como puede apreciarse en la voz 214 citada
como epígrafe de este apartado.

Puede apreciarse que este relato enfoca la atención a público como un


oficio, el cual emerge no sólo más allá de lo prescrito por la administración,
sino que incluso se presenta como una práctica que no se relaciona, en
apariencia, funcionalmente con el rol adscrito, es decir, con el pasaje de
productos para su cobranza en las cajas.

Esta función reivindicada como el contenido del quehacer de caja está


dada en el registro ser un trabajo “de conversación”, emparentada incluso,
como en el fragmento G I: 22, curiosamente, con un rol de psicólogo/a:

“Si es que es independiente como uno… es verdad a lo mejor a ti te gusta, a


lo mejor a mí igual me gusta el cuento de la relación con las personas ((otra
dice: a mí también)). Me gusta conversar. Eh… hay gente de repente que

174
eh… tú… yo… no sé ((otra dice: te cuenta cosas x, como que se
desahogan)), claro sin ofender [entiéndase al conductor del grupo] yo no
tengo educación de psicóloga, pero uno es como psicóloga de algunas
personas de la gente mayor sobre todo. Va y te cuenta sus cosas y es
entretenido y esa parte también es bonita” (G I: 22).

“Yo no me deprimo, a esta altura de la vida no me deprimo, no importa, total


lo paso chancho ahí conversando con la gente” (G II: 222).

Puede verse como el rol se amplía desde la mera atención instrumental a


la interacción con el otro. Es interesante reparar en el uso retórico de los
términos “psicología” o “ser bien psicóloga”: estos aparecen acá en lugar de
otros posibles, como podría ser, por ejemplo, el de ser “vendedora”, lo que
podría ser más coherente con la función ejecutada en las cajas, que se
diferencia con la realizada por los demás operarios del supermercados (que
sí son descritos por las cajeras como “vendedores”). Asimismo, también la
función de “psicóloga”, en tanto buen trato al otro, se asocia fácilmente a
conversar, tal como muestra la voz 222 citada.

Esta definición grupal de la función en cajas, puede ser vinculada al


aspecto positivo, en cuanto gratificante, del trabajo emocional anteriormente
referido, el cual, en cuanto gestión de emociones, tendría un aspecto tanto
externo, referido al cliente, como interno, es decir, de la propia cajera, tal
como se comenta desde diversas investigaciones empíricas (Du Gay, 1992;
Toro, Stecher, Godoy, 2012). Véase, como ejemplo, la conjugación tanto de
un trabajo interno como de uno externo en las cajas en el siguiente
fragmento:

“Yo una vez le dije eso a un caballero, que un caballero, era un viejo, que
venía de por allá reclamando, gritando, yo estaba en una caja express,
entonces reclamaba, yo me hacia la loca, yo marcaba nomás. Lo escuchaba,
me decía oye, y me chiflaba y todo y yo… viejo de mierda…Y vai a llegar
aquí […] Llegó al lado mío y me empezó a insultar, me dijo lo que quiso, yo lo
miré, lo miré, como yo tenía tanta rabia no le quise contestar, porque quizás
qué le iba a decir. Era capaz de pegarle un combo, entonces después ya… y
175
lo miré a los ojos, se desahogó, quedó tranquilo, quedó conforme…. Ya vaya
a su casa ahora porque en la casa lo van a retar ((risas))” (G I: 220).

Acá se produce nuevamente una variabilidad discursiva en torno a la


noción de descarga. Al igual que en la voz G I: 214, la vivencia de ser
depositaria de descargas ahora se asume desde el empoderamiento en un
rol y no bajo el padecimiento de la violencia del otro; el sujeto discursivo se
expresa ahora como un experto que puede lidear con la expresión emocional
del otro. Repárese, además, en la cantidad de detalles de contexto que
posee la narración, la cual incluye una descripción de las acciones de la
cajera, su vivencia en relación a ésta, en la cual destaca la gestión de la
propia emocionalidad (“era capaz de pegarle un combo”), así como de
tramitación de emocionalidad del otro (“ lo miré… se desahogó”).

Puede notarse, asimismo, que la homologación del rol de cajera con el


de terapeuta o psicólogo no implica necesariamente, al menos de acuerdo a
los textos aludidos, un trato “amable” hacia los clientes; más bien, se alude a
un saber-tratar, ya sea un saber lidear con las “descargas” o un saber-decir
de la cajera para gestionar los afectos del comprador. Aquí se presenta un
ejemplo de ello:

“A pesar de que en lo personal me gusta mucho ser cajera ((otra dice: sí, a
mí igual)), me divierte por lo que dice la compañera. Porque en casos
particulares, muy particulares, una clienta en particular, una vez llegó muy
enojada, yo le dije “por qué es tan enojada, tan apurada”, es que no sé qué,
no sé cuánto y gritaba la Sra. estaba acelera”, le dije qué le pasó, por qué
está tan apurada […] Y la señora paga y la tarjeta le rebota, porque no tenía
fondo, yo le dije “sabe qué en vez de correr por la vida, de enojarse por la
vida, y estar tan molesta, tiene media hora y agarre el auto y vaya a buscar a
los niños y alcanza de más, preocupe de que su marido no la engañe, no ve
que su marido la está engañando por eso no le deposita plata en la tarjeta”…
y la señora me miró se mató de la risa y dijo “ tenís toda la razón”… yo le dije
si su marido la está engañando porque si es eso lo que está haciendo,
porque no le deposita plata, pa ´qué está hueviendo con un hombre así,

176
búsquese otro marido y san se acabó”, te lo juro la señora se mató de la risa
y se fue, y se fue feliz” (G II: 218).

Ahora bien, ¿qué función cumple este repertorio interpretativo? El


perfilamiento de un oficio actúa, tal como la referencia al fracaso del control
administrativo del puesto, como un elemento de reivindicación de lo que se
hace más allá del rol taylorizado de “marcadora de productos” -tal como lo
afirman despectivamente las cajeras-, efectuándose dicha reivindicación en
momentos de la conversación grupal en los cuales se habla de una amenaza
a la continuidad o al sentido del propio trabajo.

Puede verse cómo opera esta estrategia en dos ejemplos, uno el ya


referido párrafo del Grupo de Discusión I, en donde se aducía este repertorio
en relación a la amenaza de la automatización del puesto y otro, la
contratación masiva de part-times jóvenes:

“Hay un tema bien importante dentro de eso que hablas tú, porque resulta
que la gente joven no sabe cómo tratar a un cliente, ya, independiente de
que sigan o no sigan los script, está la atención del cliente, el mirarle a los
ojos o de repente te saludan, te abarcan un tema, te preguntan, en
intercalar… ideas, ya, es atraer al cliente, ya. Entonces ellos no manejan
eso, entonces hay muchas gente que dice: ¡ay!, que ese niño me atendió
aquí, me atendió pésimo” (G III: 1:10:04).

En suma, estos discursos expresan unas duras condiciones de trabajo


en las cuales, sin embargo, se lograría ejercer un oficio. Este repertorio, a
nuestro juicio, ejecuta, además, una función similar a las anteriormente
señaladas, en el sentido de construir una categoría identificadora del grupo,
pero que además refleja también la situación paradójica de las cajeras como
las caras visibles del supermercado: inmersas en una extrema visibilidad, el
centro de un quehacer no es, sin embargo, perceptible para los sistemas de
control.

177
En cuanto forma de reconocimiento, la reivindicación de oficio acá
efectuada está relacionada no sólo a una forma de reconocimiento de un
estatus de mérito como sostiene Honneth (2006 b), sino que al perfilamiento
de la actividad del trabajo invisibilizada por el sistema de gestión, como
afirmaría Dejours (2013 a, 2013 b).

Sin embargo, también debe repararse en el contexto en el cual se


enuncia este discurso de oficio: más que hablarse desde un oficio como tal,
se habla por lo general desde un trabajo altamente controlado, cuyo principal
sentido subjetivo estaría dado, más bien, como se verá más adelante, por la
subsistencia, y el discurso del oficio aparece más bien estratégicamente
como forma de defender la posición propia en el sistema, frente a diversas
amenazas, lo cual tensiona la visión del oficio, ya que la coloca, tal como
sostendría Dubar, en el estatus de una búsqueda de una identidad colectiva
desde la resistencia en un contexto neoliberal (Dubar, 2002).

Además de ello, es importante reparar que, de acuerdo a las


procedencias de las voces consultadas, esta reivindicación de oficio
claramente también diferencia a las cajeras veteranas de los que más bien
están ligados a los sistemas de contrato parcial -que en otros repertorios
interpretativos han sido asociados a cajeros “nuevos” o “jóvenes”-, ya que
éstos últimas, más que sostener un arte del trato, por el contrario, tratarían
de amoldarse a un contacto mínimo con los clientes.

Sirva como mostración de esto, la voz de una cajera part-time del primer
grupo de discusión mixto:

“Yo por ejemplo nunca he tenido problemas con los clientes, pero es que yo
como… ((Ríe)) veo así una gente, una persona ya que se vaya, entonces lo
atiendo rápido pa´ que se vaya, y se fue y listo, mi mente descansa.
Entonces viene otro y ya sí, fuera, rápido váyase (risas de cajeras). Entonces
trato de no mirarlos, de no hablarles, seguir el script y listo, chao. Entonces

178
yo evito ((otra dice: “como un robot”)), claro es que la gente de allá es muy
mala onda ((otra dice: “mecanizado”)) (G I: 181).

Repárese en que los comentarios grupales a esta afirmación reprochan


precisamente la “mecanización” como un acto que no sería propio del
trabajo, frente al cual la hablante particular se ve conminada, por así
afirmarlo, a “brindar” una explicación a la voz grupal (“es que la gente de allá
es muy mala onda”).

Por tanto, queda como elemento para una discusión posterior, si nos
encontramos acá frente a una auténtica identidad de oficio invisibilizada, o,
por el contrario, frente a un mero uso estratégico del discurso para justificar
la existencia del puesto.

2.4.4 Conexión y encierro: Las cajas y el escamoteo del cuerpo femenino

Finalmente, tenemos el repertorio interpretativo denominado como


cajera-conectada, el cual se ha construido en base a los sentidos referidos a
la situación corporal de permanecer trabajando en las cajas, en tanto se
experimenta una gran carga laboral y un sentido de urgencia, por un lado,
pero por otro, en referencia al largo plazo, un paradójico sentido de
estancamiento de la propia temporalidad como trabajadora.

La apropiación que se hace del plus valor del trabajo, se apoya siempre
en el uso de diversos dispositivos de control, que, como se ha visto en este
trabajo, implican desde los mecanismos más clásicamente fordistas, que
buscan directamente regular los movimientos de las personas en un
escenario laboral, tal como fue prototípicamente el control en las cadenas de
montaje, a técnicas de gestión de personal neo-manageriales, que, más bien,
apelan a discursos sobre el compromiso subjetivo, y que persiguen la

179
identificación del trabajador con “su” empresa (Montes, 2005; Soto, 2014;
Stecher, 2013).

En este apartado, no obstante, en relación a garantizar la permanencia


de la cajera en su puesto de trabajo, se reparará más bien en los medios de
control que van más bien en la línea de las formas del control tecnológico
(Montes, 2005) o aquellas vinculada a la noción de poder disciplinario en
Foucault (1998), en tanto nos referimos al check-out mismo como
componente de un gran aparato semiótico-material–el propio supermercado-
que funciona para coaccionar directamente al cuerpo y los movimientos de
los cajeros, adicionándolos a un sistema mayor de atención, que implica la
interacción con otros cargos del supermercado y con las “filas” de clientes.

Es en torno a cómo se describe la rutina de trabajo desde la llegada al


local hasta que la cajera ocupa su puesto, que se van articulando diversas
metáforas. Una de las más patentes es el uso que se hace del término
“conexión”, el cual, si bien refiere a un argot técnico del rol, es decir al inicio
del sistema sit-down o de arranque de caja, o su símil en diversos
supermercados, también funciona como una metáfora del estar-en-caja.

La voz de las cajeras manifiesta, en primer término, tal como se señaló


en el apartado descriptivo del rol, la existencia efectiva de un fuerte control
de tipo taylorista sobre los tiempos de inicio de los turnos de trabajo en caja y
la mantención de las cajeras en éstas. Ahora, el momento de la “conexión”,
en tanto puesta en marcha de la fachada del rol, marca el inicio de diversas
situaciones vividas en caja que tienen como punto cúlmine los horarios peak
de atención. Obsérvese este primer párrafo:

“Es que ellos lo único que se preocupan que… las cifras, porque nosotros en
realidad somos números que hay cosas, imagínate tú no te conectas como
Juanita, como María, un número y ese número tienes que rendir al final del
día, (G I: 166).

180
En primer término, la metáfora de “estar conectada”, en tanto inicio de la
fachada de cajera, alude a un proceso de despersonalización (“tú no te
conectas como Juanita”), que tiene diversas dimensiones. En primer lugar, el
discurso narra una situación de escisión, vivida primero como represión
corporal. Véase estos dos párrafos:

“Y no se te vaya a ocurrir ir al baño, porque ahí no te podis parar ((risas otras


entrevistadas)), entonces al baño es una cosa… otro tema, el que se para al
baño, uf… te miran hasta… claro, tú prendes la luz para que venga la
supervisora y te reemplace porque quiere ir al baño, imagínate nosotras las
mujeres tenemos que ir al baño, o sea es una cuestión súper necesaria, y
prende la luz y te miran ¿qué quiere?, ir al baño, sácame y vaya al baño, “ya,
pero rapidito”, o sea eso yo creo que es súper denigrante pa nosotras las
mujeres que estemos pidiendo permiso para ir al baño, que no nos podamos
parar y eso nos trae un montón de complicaciones más, y con los años uno
se da cuanta” ((risa entrevistada))”. (GI: 15).

“…demasiado, porque uno como cajera tiene problemas personales, cuando


uno llega a la empresa tiene que dejarlo de lado. Eh…uno está en caja y lo
llamaron por teléfono, le mandaron un mensaje, está preocupado de qué
pasó con su familia atrás ((otra dice: o que no contestó el celular y tal vez le
haya pasado algo)) y uno le preocupa que le haya pasado alguna cosa.
Como cajera mujer, es no poder… eh… cuando uno está con sus
periodos…. Yo a los… generalmente… cuando uno está con su periodo
poder decir, me siento mal, no puedo ir, y tener que aguantarse y estar
sentá, hasta que te ven con la cara que ya no podís más, “qué le pasa está
enferma,… puede retirarse, váyase un ratito y cuando se sienta bien, vuelva
a bajar”. Entonces tampoco la indolencia de dar la facilidad de poder retirarse
cuando uno está enferma. Eh… complicado ((otra dice: es complicado)) es
demasiado… (G II: 78)”.

Mediante imágenes directas a las funciones corporales y las experiencias


personales en tanto mujeres, este sujeto discursivo denuncia que se opera
una doble censura a las manifestaciones de necesidad por parte de las
cajeras, una establecida por los propios terminales (“ahí no te podis parar”;
“uno está en caja”) y otra redoblada por las supervisoras. Esto, más allá de la

181
coerción que ya efectúa la administración del supermercado para que las
cajeras mantengan un tipo de presentación personal, tal como ya se comentó
más arriba, conlleva mantener en funcionamiento un circuito constante de
venta y de movimiento de filas, proceso que, además de ser controlado por
los propios clientes, es reforzado por todas estas figuras humanas y no
humanas de control.

Obsérvese, además, que al referirse al ámbito de las necesidades, el


sujeto de la enunciación adquiere ahora género femenino, lo cual implica su
singularización. En esta posición, éste acusa que se efectúa una censura del
ser mujer en la caja (nótese la precisión que implica la expresión “cajera
mujer”), en tanto asumirse como tal implicaría manifestar una fragilidad
corporal que no sería permitida. Esta represión corporal se amplía hasta
llegar a ser represión subjetiva:

“Y si tiras licencia por estrés te tratan como que ah, ya, exageraste, es algo
que no debías ((otra dice: lo inventaste)), realmente uno no se puede
enfermar, no se puede hacer nada, porque uno para la empresa es un cacho.
Si uno se enferma es un cacho, si uno no sé… si uno se resfría es un cacho,
si uno está embarazá ((otra dice: peor)) pero, si uno tiene un hijo es un
cacho, todo ellos lo ven un cacho realmente. Entonces nosotros no tenemos,
nosotros no podemos tener sentimientos, no podemos tener familia, no
podemos tener vida afuera, no podemos tener nada (GI: 167)”.

Inmediatamente, las alusiones a lo que queda fuera como “cacho” por


parte de la empresa, derivan en condiciones particulares de las mujeres,
como el embarazo y la crianza de los hijos, las cuales se conforman como
elementos de identificación primordiales para todo el conjunto de cajeras, y
por ello, se padece su exclusión del espacio público del trabajo (“Nosotros…
no podemos tener sentimientos, no podemos tener familia, no podemos tener
nada”).

182
“…Quieres ir al baño, me acuerdo nosotros antes, por ley nosotros teníamos
media hora de colación, no nos parábamos de las cajas, nos llevaban un
agua y una galleta, te acuerdas… no nos parábamos a tomar once, no
llevaban un agua y una galleta o una bebida y más encima, nosotros
decíamos pucha si en el protocolo dice que nosotros no podemos estar
comiendo aquí, por qué me trae el agua y la galleta. Yo quiero pararme mi
media hora, quiero desconectarme de esto, yo estoy cansada, yo no quiero
estar aquí. Traigan otra persona, instálenla aquí, pero yo quiero ir al baño
tranquila, quiero comerme por último la galleta que me van a dar, pero me la
quiero comer allá (GI: 198).

Al final, para este sujeto discursivo queda anulado el espacio de


intimidad en relación al control omnipresente de las cajas; en este sentido, el
llamado de que se “deje ir al baño a comer”, refiere a esa búsqueda sentida
de un espacio privado dentro del supermercado para volver a subjetivarse
(aquí la alusión al “baño” actúa como símbolo de una huida a un lugar
privado a la mirada de auscultación del otro).

Como segunda característica del repertorio interpretativo de la cajera-


conectada, se encuentra los sentidos en torno a la carga laboral que implica
el puesto. Acá la metáfora que estructura este aspecto del repertorio es la del
“encierro”.

En efecto, es interesante apreciar que, muchas veces, esta expresión no


es, al parecer, utilizada por las propias cajeras full-time, sino por cajeras que,
o bien siempre han sido part-time o llegaron a serlo después de ser de
jornada completa, tal como se observa en los siguientes fragmentos:

“(…) yo trabajo part time, yo estuve como dos o tres meses full, que son
cuarenta y cinco horas, yo la verdad que no aguanté, yo encontraba que era
mucho, que es súper estresante estar ahí encima con unas tremendas filas y
a mí eso me sobrepasó, entonces yo lo otro que había hecho antes era como
más libertad, que no era estar encerrada, entonces eso a mí me molestaba
mucho estar encerrada, yo soy más de estar en espacios y con mi familia”
(GI: 1).

183
“No´ po, yo también trabajaba al principio ((otra dice: ¿usted es de 30
horas?)), sí, yo en principio también hacía 45 horas y yo me cambié, le pedí
a mi jefa que me cambiara por lo mismo, yo no soy… o sea es obvio que yo
necesitaba la plata y todo… pero yo sopesé cosas… o sea, yo también
puedo hacer otra cosa en otro lado, pero no estar encerrá ahí…((otra dice:
“sí, el desgaste psicológico”)), claro y entonces yo soy más mamá. Yo lo
siento, yo…” (GI: 222).

“Yo una vez le dije igual a una compañera, yo le dije, yo admiro a las full les
dije, pero yo no podría, porque si yo fuera full me daría depresión ((otra dice:
“Sí)) (G I: 223).

Es interesante notar que, así como la declaración de que se debía


entregar el dinero en los asaltos, estos discursos referidos al abandono de la
posición de full-time también tienen una función de establecer un límite a la
esfera del trabajo; lingüísticamente, se deja en claro, en ambos párrafos, que
el “encierro” en las cajas es contrario a estar en un “afuera”, representado
acá por la esfera familiar.

Cuando se analiza en particular los términos utilizados en el primer


fragmento, emerge, además de la experiencia de sobrecarga o agobio
laboral en las cajas (Araujo, 2014), una de alta alienación. En este sentido,
se sostiene aquí que el término “fila” debe tomarse en su sentido más directo
de ser un conjunto indiferenciado de elementos que circulan, a la manera de
las piezas o productos en una línea de montaje fordista, y por ello refuerza el
efecto retórico de que, a pesar de su movimiento constante, la operaria sólo
conformaría un eslabón de dicha cadena, a la cual queda anexada al
“conectarse”.

Nótese, además, como a través del uso de estos términos se reduce la


interacción con un otro humano al mero movimiento en un circuito constante

184
de repetición, en una especie de temporalidad sin tiempo (esto, en la alusión
a un anónimo “estar ahí con unas tremendas filas”).

Esto, finalmente, lleva a preguntarse sobre la experiencia de


permanencia en la caja a lo largo de la vida laboral. La experiencia en la
caja, en este sentido, crea una paradójica experiencia del tiempo, en la cual
se está en un estado de repetición de un mismo movimiento incesante:

“…pero la idea es siempre llenar de conocimientos, aprender. Tú en caja no


aprendis nada, marcai, marcai, marcai ¿cachai?” (GIII: 7).

Acá el incesante tiempo de las cajas se convierte, cuando se vuelve


rutina, en paradójico tiempo muerto, o, como se señala acá, en la reiteración
de un solo movimiento: “marcar, marcar, marcar”. Esta iteración del marcar
se repite en repertorios, como lo que se aludían al abuso de clientes, en los
cuales queda en primer plano la Invisibilización, como lo que presenta la voz
G I: 7:

“lo otro es que el cliente siempre dice voy a reclamar, vaya a reclamar le dice
uno, vaya a servicio al cliente, reclaman allá y allá viene el cliente (viene…)
el jefe y, claro, y le da la razón a él. Entonces ahí uno dice bueno qué estoy
haciendo yo aquí, yo, o sea, yo aquí soy un… yo me siento que soy un objeto
que tengo que marcar, marcar, marcar y lo que el otro diga cuando el cliente,
como él siempre a una persona se le ocurrió decir que el cliente siempre…”
(G I: 7).

La función social de este repertorio interpretativo, para el grupo, consiste


en denunciar un estado de violencia, ejercida ahora por el puesto mismo de
trabajo en su materialidad. Respecto de esta imagen de mecanización, se da
cuenta de la existencia de una –si se permite la expresión- paradoja temporal
en las cajas, ya que si bien, por un lado, se experimenta un tiempo frenético
en la atención, a niveles más amplios de temporalidad se experimenta, no
obstante, un estancamiento, una reducción del sujeto a un apéndice de la

185
terminal de caja, en una rutina, imagen que se redobla en la expresión de
permanecer sentada, o como se señala en los discursos referidos a las
cajeras más antiguas full-time, una sensación de “encierro” en el puesto.

Si se analiza la terminal de caja como dispositivo, se llegará a la


conclusión de que ésta, como toda técnica de poder, no busca simplemente
“anular” a la subjetividad, sino, siguiendo nuevamente a Foucault (1984;
1998), producir una acorde con el propio dispositivo: acá las metáforas sobre
el “marcaje” de productos– la acción de para los productos de los clientes por
los scanner- adquiere un máximo sentido (“yo me siento como un objeto que
tiene sólo que marcar, marcar, marcar, marcar” – GI: 7).

2.5 Esfera existencial del reconocimiento: la presencia y pregnancia de la


reificación

Finalmente, tenemos las formas de reconocimiento que se pueden


identificar desde el reconocimiento existencial. En el caso del discurso de las
cajeras, dos aspectos son relevantes: en primer término, que se observan
sólo formas de valencia negativa, es decir, formas de reificación y en
segundo lugar, que estas tienen una estructura compleja, ya que pueden
operar como otras formas de reconocimiento, es decir, pueden ser leídas
como agravios morales en el derecho o desde el mérito, o más
precisamente, pueden ser vistas como componentes de algunas formas de
reconocimiento ya analizadas.

2.5.1 Estatus degradado: entre la desvaloración reificante y al demanda de


igualdad de trato

186
Anteriormente, se caracterizó a los clientes desde una voz de agravio y
sufrimiento, lo cual fue interpretado básicamente como una forma de
desprecio desde el derecho. Ahora bien, aquello que estaría a la base de
dicho trato discriminatorio es un modelo asimétrico de relación impuesto que
se actualiza en el vínculo cliente-cajera, el cual, a su vez, descansa en
distinciones de clase y género que, al modo de las formas de sociabilidad
patronal ya referidas, reifica a la cajera en un modo de trato desigual y
subordinado.

Al respecto, es interesante destacar, en primer lugar, que para las


mismas cajeras el bajo estatus que es atribuido socialmente a su puesto
responde a un juicio “verdadero”, si bien, a nivel lingüístico, esta asunción se
realiza de una forma desplazada, ya sea por medio de la enunciación desde
otro o desde un yo que en el pasado tuvo dicha impresión, como es el caso
de las dos siguientes citas:

“Bueno, en la sociedad para mí es mal mirado ser cajera de supermercado, a


mi punto de vista es algo como muy básico, como poquito, como que no te
dio pa más, mi forma de pensar (G III: 1).

“Yo lo que podría opinar (risa), algo tan súper personal, es que yo cuando
entré a trabajar como cajera como que decía chuta, yo nunca hubiera
pensado que iba a trabajar de cajera, así como que lo veía algo tan, tan
(risa), poca cosa, eh… (G I: 1).

Este último discurso, enunciado precisamente al inicio de la conversación


en el grupo de discusión 1, refleja, precisamente, la (mal) mirada social sobre
el cargo, que es doblemente negada cuando la hablante le afirma al grupo
que “como algo súper personal” ella consideraba (pasado) que el trabajo era
de escaso valor, enunciando esto, además, a través del recurso de la
distancia humorística. En el primer fragmento citado, también producido
como el anterior al inicio de la conversación grupal, se afirma de forma más

187
directa esta aprehensión. La conversación continúa en el grupo de discusión
3:

2: ¿Te lo han hecho ver?

3: No, yo, bueno los clientes sí ((risas de las demás)), las clientas siempre,
así como que no te da pa más, sólo para cajera ((otras dicen: “claro”)), pero
yo también siento así, como que… bueno, me gusta mi trabajo, me llevo bien
con los clientes, todo, pero como que yo quería más, me siento estancada
ahí.

En esta modulación de la conversación se muestra una conciencia del


endeble estatus social de su trabajo, asociado incluso una escasa capacidad
o competencia personal (el “yo”, que esgrime la cajera como respuesta a la
pregunta del grupo en relación con que si alguien le ha hecho ver la situación
referida, seguido de la respuesta denegada a la misma pregunta: “bueno, los
clientes sí”), pero a la vez, de la resistencia que ellas mantienen frente al
agravio sufrido por el juicio social, al afirmarse un discurso aspiracional,
enunciado en primera persona, que no se ha visto cumplido (“yo quería más,
me siento estancada ahí”).

Detengámonos ahora en un aspecto fundamental aludido anteriormente


con respecto al menosprecio social del rol de cajera: las formas de agravio
vinculadas al maltrato que los clientes les propinan a aquellas
cotidianamente en las terminales. Al respecto, revísese esta conversación
producida en el primer grupo de discusión:

22: Y uno comparte eso, pero digamos lo más grande es eso, la gente, no sé
yo siempre percibo eso, que la gente cuando tiene plata como que se
transforma.

23: Eso iba a decir yo, que cuando estamos a fin de mes ((una señala: “a fin
de mes”)) la gente se transforma, se transforman todos, es otra persona
((otra dice: sí, es otra persona)). Tengo plata y yo pago y tú eres mi

188
empleada ((otra dice: sí)). Y yo te estoy pagando para que tú seas mi cajera
y pásame las cosas luego.

Es interesante reparar en cómo se representa la posesión de recursos


económicos como una exterioridad al sujeto que los posee, como un evento
que ocurre “a fin de mes” y “transforma” al otro. Y la transformación que se
produce tiene relación con que el dinero ocasiona que los clientes, que son
un tipo de persona, se conviertan en otro que impone un tipo de relación
completamente asimétrica a las cajeras. En este sentido, la frase “Tengo
plata y yo pago y tú eres mi empleada” condensa el estado de agravio de ser
reducido a un objeto meramente de uso; particularmente el término
“empleada” adquiere aquí una múltiple significación, ya que designa a la vez
una relación de sumisión ligada al trabajo y un estado de reificación que,
además, posee una referencia a una subordinación de género, ligada a la
figura chilena de la “empleada” (o la “nana”), nuevamente aludiendo a las
heteronomías hacendales subrepticias que perviven en la sociabilidad
chilena, las cuales unían un dominio sexual con uno de clase.

El sentido referido anteriormente se condensa en la frase: “y yo te estoy


pagando y tú eres mi empleada y pásame las cosas luego”, puesto que ésta
presenta una ambigüedad significativa fundamental: si acaso la hablante se
refiere a “pagar” por el servicio, o si en verdad se paga por la persona, lo cual
alude implícitamente al acto prostibular de pagar por el cuerpo del otro.

Esta imposición de un estatus es resistida por las cajeras aduciendo


precisamente que dicho estatus no es intrínseco a las personas y que, aun
considerando que puedan existir diferencias sociales, éstas no implican la
reducción de alguien a ser meramente “empleado” por/para un otro. Véase
ahora estos dos párrafos:

((Ininteligible. Breve solapamiento de voces)). “A mí me gustaría que se


valorara más, porque igual en este sector hay gente, ahora ha llegado mucha

189
gente a vivir, porque se están haciendo muchos edificios nuevos, entonces la
gente tiene un poquito más de estudio y de verdad que tratan a los cajeros
como, no sé, muy bajo, que para eso estamos, para servirlos a ellos, como
tienen un poquito más de educación creen que están por sobre de nosotras y
yo creo que no es así” (G I: 19).

“Y no es una cuestión de educación, porque yo creo que igual hay gente que
tiene, hay todo en las cajeras… ((Otra dice: “educaciones”)). Hay chiquillos
que están estudiando leyes ((otra dice: “psicología” –risa-)), profesores ((otra
dice: profesores)) y están trabajando ahí part-time para poder ((otra dice:
solventarse sus estudios)), claro y sacar sus estudios adelante. Entonces no
es sólo, yo creo que antes a lo mejor era así, lo desconozco” (G I: 24).

En el segundo párrafo consignado, es notable como las cajeras, al


contrario de lo que ellas establecieron en el contexto del repertorio de la
antigüedad, terminan ahora valorando positivamente a los cajeros más
jóvenes precisamente como estudiantes, situación que era criticada
anteriormente puesto que ello condicionaba el compromiso que aquellos
tendrían con el trabajo; es como si estratégicamente en este fragmento
discursivo se posicionara a los jóvenes como representantes de todo el
grupo de cajeros -“hay (de) todo en las cajas”. Ello se realiza a fin de
argumentar que, merced a un ejercicio metonímico –tomar una parte como
representación del conjunto-, todo aquel sujeto que se ocupa de la atención
en las terminales de caja posee una dignidad intrínseca que debe ser
reconocida por los clientes y que éstos, por el contrario, no simplemente por
poseer determinados “capitales”, como por ejemplo un determinado nivel
educacional, pueden auto-atribuirse una diferencia absoluta respecto a
quienes ejercen dicha función.

Como función social de este repertorio interpretativo, puede sostenerse


que las cajeras acá formulan, en los términos de Araujo & Martuccelli (2012),
una demanda de democratización de las relaciones, demanda que, a pesar
de construirse en un contexto cotidiano de relaciones socio-culturales en las

190
cuales se ve reificada una forma de trato asimétrica, es uno de los anhelos
más sentidos de la población del Chile postdictatorial contemporáneo.

Esta demanda, vista como forma de reconocimiento, no es sólo una


forma de reivindicar una igualdad jurídica, ya que a lo que se apela es a la
categoría de del respeto a la “persona”, estatus que, siguiendo a Ricoeur
(2005), puede ser considerado como una posición basal al derecho mismo.
Permítase citar un último fragmento que lo enuncia directamente:

“es que tenís que respetar el precio, es que yo te digo que soy esto (…) y
nos insultan y nos descalifican no como trabajador, sino que como persona
nos descalifican (G II: 5).

2.5.2. La cajera como mujeres-madres sacrificadas

Apelando a los discursos anteriormente reconstruidos, se puede afirmar


que la defensa que las cajeras efectúan del salario como forma de
reconocimiento a su trabajo se fundamenta, en última instancia, en
referentes extra-laborales vinculados al rol de proveedoras de sus familias,
rol que a su vez se teje desde posicionamientos más bien tradicionales de
género. De esta forma, los sentidos que las cajeras construyen sobre la
femineidad y que sustentan tanto la adscripción al rol de cajero, como a las
formas de valoración que persiguen en este trabajo, se concretizan en un
repertorio interpretativo que se ha denominado como el de Mujer-madre
sacrificada.

Desde este repertorio, las mujeres cajeras presentan una forma de auto-
reconocimiento desde la cual se presentan a sí mismas como agentes
sociales y laborales, bosquejando las motivaciones y sentidos que les
adscriben a su propio trabajo y a las conflictivas que experimentan al tratar
de conciliar lo laboral con la esfera familiar.

191
Ahora, ¿por qué denominar a este repertorio interpretativo como “Mujer-
madre sacrificada” y, más aun, por qué adscribirlo a una forma de
reificación? Esto alude principalmente a que, desde esta voz, las mujeres se
auto definen como tales a partir de una identificación esencializada entre su
ser mujeres y el ser madres; ello sin importar si, por ejemplo, una hablante
empírica que efectúa en un momento una alocución que vehiculiza esta
imagen, es efectivamente o no una madre. Además, la maternidad para
estas trabajadoras se relaciona de inmediato con asumir diversas acciones o
aceptar determinadas situaciones que implican diversos grados de sacrificio
personal. Al respecto, obsérvese el siguiente fragmento:

“Yo me tengo que levantar a las 5 de la mañana para yo poder llegar a mi


lugar de trabajo, que claro es lejos, pero tengo bus de acercamiento,
entiendes (…) yo no tengo hijos (…) pero hay personas, yo he visto en el
paradero que salen con sus guaguas a las 5 de la mañana 5:30, estar parada
ahí, esperando el bus. O sea, imaginen el sacrificio de una madre estar
llevando, de sacar al frío al hijo, estar…y más encima estar eh… tener que
pagar un domingo que te lo dieron supuestamente adicional, para estar con
ellos, pero sin embargo, lo tienes que sacrificar igual” (G I: 159).

Como puede apreciarse en esta cita, el tener que ausentarse del hogar
para salir a trabajar –situación proyectada y reforzada en el texto a través de
la referencia a otra mujer en el rol de madre- se significa desde la lógica del
sacrificio (denunciándose, además de pasada, la lectura parcial que hacen
de la ley de descanso dominical los empresas, mediante el mismo
significante de “sacrificar”).

De acuerdo a lo que señala el sociólogo Enrique Martín-Criado, la noción


de sacrificio presente en los discursos tradicionales sobre y de las mujeres,
refiere en general a la entrega abnegada de la mujer al trabajo doméstico;
empero, en los discursos de mujeres trabajadoras, esta noción se reformula
como el esfuerzo que ahora ellas efectúan fuera del hogar, ya que la mujer
acepta un trabajo asalariado para mantener la subsistencia o acceder a un

192
mayor bienestar material de su grupo familiar (Martín-Criado, 2014). En el
contexto latinoamericano, por lo demás, las connotaciones positivas del
sacrificio femenino son muy comunes, dado un ethos cultural mariano, de
familias monoparentales y trabajos femeninos desprotegidos, tal como se
comentó en el marco teórico a propósito de los patrones de sociabilidad de
género (Montecinos, 2014; Stecher, 2014).

El repertorio interpretativo de la mujer-madre sacrificada posee dos


componentes lingüísticos que se ponen en juego en dos contextos
discursivos distintos. Por un lado, las cajeras construyen una visión
esencializada de sí mismas en tanto mujeres, que actúan como un deber-ser,
sin un referente contextual inmediato, a través del cual ellas enuncian una
misión social y se identifican como grupo; por otro lado, ellas construyen una
versión “realista” de este repertorio, en la cual se hace referencia a las
dificultades prácticas con que ellas se encuentran para satisfacer las
demandas sociales de género que se les imponen, ello en relación a la
“doble presencia” que éstas deben tener en el hogar y en el trabajo.

Obsérvese, en primer lugar, este uso del repertorio utilizando como un


deber- ser en la siguiente conversación del grupo de discusión Nº 2:

231: Es lo que sentimos como trabajadora, como mujer, como mamá, es


nuestra vida.
232: Lo bueno que tenemos nosotros es que podemos caernos y pararnos y
seguir luchando, la diferencia entre el hombre que se cae ((otra dice: y ahí
termina llorando y tenimos que ir a levantarlo)).
233: Usted es casao ((se interpela al animador del grupo)) porque tiene
argolla, dígale a su señora si es verdad, hágale la misma pregunta… mi amor
cuándo yo estoy mal, siempre lo levanta.
234: Es la diferencia entre nosotras, nosotras aunque nos caigamos,
tenemos que volver a pararnos y seguir porque tenemos gente detrás. El
hombre aunque se caiga ((otra dice: ahí queda)), no es capaz de levantarse
solo, si no tiene una mujer al lado que le diga tienes que hacer porque
estamos mal, y si uno no le dice no se levanta.

193
235: Hasta la iniciativa la toma la mujer ((se ríen)).
236: Y aunque no tengamos gente detrás, simplemente por el hecho de ser
mujer, aunque no tengamos a nadie detrás.

Ya en el repertorio interpretativo de la mujer madre se había utilizado la


retórica de hacer confluir a los sentimientos, en cuanto lo más “interno” al
sujeto, con el ser-mujer, a propósito de la primera voz cita en el diálogo.

Ahora, las mujeres desde esta posición de discurso se muestran como


agentes empoderadas que poseen una fuerza moral de la cual los hombres
carecerían, presentada en la conversación mediante los usos diferenciados
de la metáfora del “levantarse” ante las dificultades; ello vuelve comprensible
su conducta de género incluso más allá de que tengan prole que mantener,
como señala la última voz del párrafo citado. Como acápite a lo acotado,
repárese en la imagen contrapuesta que se da de los hombres: estos pueden
ser proveedores, pero, de igual manera ellos no tienen “gente detrás”,
aludiendo con esta imagen al rol de madre y su conexión imperecedera con
una prole, lo cual les da a ellas una “fuerza” de la cual carecerían los
varones. Si bien esta imagen trasunta una auto-valoración del grupo, también
es funcional al discurso de la monoparentalidad tradicional de los hogares de
sectores medios-bajos de jefatura femenina, en los cuales, en efecto, no hay
hombres que tengan a nadie “detrás” suyo, simplemente porque éstos han
abandonado sus hogares o su función de proveedores (Sharim, 2005).

De esta forma, por un lado, el repertorio tiene un componente ideario, o


que proyecta un deber-ser femenino, que justifica el accionar en el trabajo y
que brinda un sentido de dignidad personal. En este sentido, el repertorio
interpretativo de la mujer-madre-sacrificada, cumple diversas funciones
sociales y en ese sentido vehiculiza otra forma de reconocimiento.

En un primer término, vinculado a la situación de enunciación del


discurso, este repertorio interpretativo aparece siempre motivado desde la

194
denuncia: se pone en práctica un discurso de mujer-madre sacrificada en
situaciones en las cuales las condiciones adversas, ya sea del trabajo o de
remuneración, las agravian y ello, precisamente, en un aspecto fundamental
de su persona, es decir, precisamente en cuanto “mujeres”. Analícese este
párrafo:

“Que lata así sentirse en un trabajo, que tú eres un número que no te valoran
en ningún aspecto, ni siquiera como mujer, porque nosotros eh… o sea yo lo
veo así porque yo… yo de una u otra forma yo me quiero y me valoro.
Nosotros a esta sociedad aportamos gentes, mujeres, hombres de bien que
van a la sociedad, que para ellos, para los empresarios, van a ser personas
que van a trabajar para ellos mismos, porque mi hijo si está estudiando, se
está esforzando y yo estoy trabajando para darle una educación, que sea
algo más que yo, para quién va a trabajar… para ellos mismos. Entonces son
mano de obra para ellos y que lata que ellos sean tan insensibles y no
valoren eso a nosotros como mujeres. Yo creo que la sociedad a nosotros
como mujeres nos debería de valorar mucho más, porque nosotros
aportamos hijos, aportamos grandes cosas a esta sociedad, y además
trabajamos. Cuidamos nuestros hijos, cuidamos los abuelos, porque cuando
las abuelas, nuestras mamás están enfermas, o mi suegro está enfermo,
quién la cuida… no la cuida mi marido, tengo que postergarme yo, para
cuidarla y aparte de eso ((otra dice: somos multifuncional)) claro, aparte de
eso como puedo trabajar ahora menos horas y necesito mis lucas, pucha
aquí el (…) me dio la oportunidad, voy a trabajar estas poquitas horas porque
puedo trabajar, cuidar a mi suegra, ver a mis hijos, cuidar a mi hijo más chico
que no se vaya a tener problemas, porque o si no se mete en el droga, si lo
dejo mucho tiempo solos. Entonces yo creo que el sentir de todas nosotros y
de la mayoría del retail, es que somos mujeres. Porque como tú lo decías
también, cuando tú ves que una mamá sale tan temprano en la mañana con
su hijo arropado entero, con lluvia, con frío los pobres cabros, son hijos…. O
sea de chiquititos son hijos trabajadores, hijos del rigor, hijos de mujeres
obreras, trabajadoras. Estamos todas en la misma, entonces que la lata,
cuando las chiquillas decían que las que son de planta las jefas las miren así,
con esa cara, si somos mujeres todas. Estamos todas en las mismas” (G I:
208).

El fragmento considerado es interesante ya que aúna tanto un discurso


de género con uno de asalariada, y por tanto puede evidenciarse

195
mayormente su función como forma de apelación y defensa de las cajeras
ante las condiciones laborales adversas de la tarea. “Que lata así sentirse en
un trabajo, que tú eres un número que no te valoran en ningún aspecto, ni
siquiera como mujer”: el término “ni siquiera” presenta en el texto la
connotación de un “como mínimo” o como “lo básico”, dando a entender que
la condición de mujer – no en abstracto, sino de una mujer-madre que debe
dejar a sus solos a sus hijos- debería valorarse de por sí antes que la de
trabajador, situando, por tanto, a esta condición como una esencia construida
en el discurso (Potter, 1998). Desde esta posición esencializada, el sujeto
enunciante del discurso afirma un forma de auto-reconocimiento, pero que no
trastoca la situación imperante de desprecio en este escenario laboral (La
frase “de una u otra forma, yo me quiero y me valoro”, como respuesta a que
el otro no visualiza a la cajera “ni siquiera como mujer”).

La imbricación de un discurso de género con uno de trabajadora en este


repertorio se sigue desarrollando al relacionar directamente el trabajo
reproductivo con la esfera productiva (la producción de trabajadores o de
“mano de obra”, con la connotación obrera que este término posee). La
demanda que se hace hacia el otro se teje desde la posición de aunar el
trabajo familiar y el social, bajo la identificación con la condición de
“multifuncionalidad”.

En seguida, el repertorio de mujer-madre sacrificada cumple, además de


la función de construir una imagen esencialista de las mujeres, la de servir
pragmáticamente como una identificación social o categoría con la cual el
grupo se apela, por decirlo así, a sí mismo (“somos todas mujeres, estamos
todas en la misma”, como se afirma en el texto aludido). Es decir, este
repertorio se abanderiza a las trabajadoras bajo una condición de sufrimiento
común, lo que podría generar una forma de oposición convergente frente a
las condiciones en algún punto diversas de agravio y explotación presentes
en los escenarios laborales de las cajas de los supermercados, puesto que,

196
reiterándolo, estas condiciones no sólo las vulnerarían como a un trabajador
cualquiera, sino que las agravian en una condición más elemental de su ser-
persona: léase, la de ser mujer-madre que trabaja, que “aporta” hijos a la
sociedad –nótese que el término “aportar” implica entregar un don, algo sin
pedir nada a cambio- y que se sacrifica en la esfera laboral.

Mención aparte merece el fragmento discursivo en el cual se hace


alusión a que los vástagos de las cajeras trabajarán en un futuro para los
propios empresarios que les dan a ellas trabajo: nuevamente, acá no existe
un cuestionamiento a las condiciones efectivas del trabajo a nivel social, sino
se moviliza un discurso de reformismo a nivel de locales del supermercado,
que conlleva, paradójicamente, una naturalización de las relaciones sociales
presentes, ya que se posiciona a los hijos en una cadena socio-laboral de
roles ya dada de antemano (“de chiquititos son hijos trabajadores, hijos del
rigor, hijos de mujeres obreras, trabajadoras”).

La función de apelación al grupo del repertorio puede verse también en


el siguiente párrafo:

“Lo que decían las chiquillas, que se… las discriminan a ellas por ser part
time y tener menos tiempo. Que lata eso… somos todas iguales, somos
todas compañeras. Hacemos todas la misma pega, al revés deberíamos
apoyarnos, porque al final la mayoría de la gente que trabaja en el retail,
somos mujeres y tenemos los mismos valores, los mismos sentimientos.
Imagínate dejamos hijos en las casas, tenemos que ir a reuniones, de
repente no nos da el tiempo” (G I: 160).

Al igual que en el fragmento anterior, la categorización social, en este


caso por medio de la construcción de una identidad esencialista de mujer-
madre (repárese en el uso del término valores, o nuevamente al de
“sentimiento” como referentes a una esencia humana interna), no es un
ejercicio estático y descontextualizado realizado por individuos aislados, sino
que debe siempre entenderse como un acción colectiva y situada, que

197
realizan los sujetos en tanto actores y representantes de diversos grupos, los
cuales, por medio de este acto constructivo, toman posiciones en referencia
tanto a diversas estructuras de acción como a relaciones y luchas sociales
con otros colectivos, en este caso, mujeres trabajadoras frente a
empleadores en determinado escenario laboral (De La Garza, 2000; Reicher,
1996).

Dicho lo anterior de otro modo: el aspecto estratégico de la apelación al


género, actúa no sólo como una especie de ejercicio identitario abstracto,
sino como uno de resistencia a las condiciones de maltrato en el trabajo. Sin
embargo, esto nos lleva a la última característica general de este repertorio
interpretativo, que consiste en su componente “realitario”, es decir, el uso del
repertorio ya no para idealizar al grupo afirmando un deber-ser descarnado,
sino para enunciar el malestar que provoca la conciliación fallida por parte de
las cajeras entre los tiempos de trabajo productivo y reproductivo.

En efecto, los extensos tiempos de permanencia en el supermercado,


sumados a los largos viajes hacia y desde sus trabajos, son presentados
como generadores de un sujeto femenino agobiado, el cual se queja de no
poder “responder” de forma adecuada en los ámbitos familiares de tareas
domésticas y de relaciones afectivas.

“… pero las condiciones laborales por el retail en el que trabajamos nos


llevan a turnos extremos, nos llevan a condiciones extremas, donde, a ver…
está difícil encontrar trabajo y eso nos lleva a buscar trabajo de repente en
lugares extremos, muy alejados de nuestro hogar, donde tenemos que
atravesar muchas horas en locomoción, mínimo una hora, porque nadie vive
cerca del trabajo, o muy pocas personas viven cerca del trabajo y eso
significa… si sales a las 10:30 de la noche, llegar a las 12:00 de la noche
fácilmente al hogar, salir antes de las 6 de la madrugada para tomar una
locomoción que te acerque” (G II: 2).

198
Esta situación real modula la imagen descontextualizada que tenían de sí
mismas las mujeres qua mujeres-madres.

239: “Y como le digo, si me caigo, me paro y bien mi frente en alto y seguir


derecho.
240: …Con todas las rodillas pelá, pero con dignidad, con dignidad” (G II).

En estas voces se dan, como dos caras de una misma moneda, los dos
aspectos anteriormente referidos de este repertorio interpretativo: el “deber-
ser” frente al “poder-ser”. Así, mientras que en la voz 239 se mantiene el
mandato de seguir adelante siendo una mujer que se incorpora tras toda
caída, en la voz 240, mediante el distanciamiento del humor, se construye la
expresión contradictoria de sí mismas de tener las “rodillas peladas pero con
dignidad”. A través de esta última imagen del discurso se condensan –en el
sentido freudiano del término- las experiencias de sujeción al poder (es
precisamente frente al poder que cabría esperar que alguien se “arrodille” y
quede herido por ello) y las de resistencia frente al mismo, por medio de la
mantención de la dignidad propia, término que se reitera en la última voz, ya
que de esta forma, a pesar de todo, las cajeras afirman mantener la decisión
ética y conciente de sacrificarse por los suyos.

2.6 Análisis de los discursos como formas de reconocimiento

Como cierre de este apartado analítico, se analizará globalmente cómo


los repertorios interpretativos identificados se articulan y conforman los
modos generales de reconocimiento estipulados en esta investigación.

En primer término, se partirá por las formas de reconocimiento


intersubjetivas, comenzando por los discursos que construyen la forma de
reconocimiento del mérito o la valoración social. Al respecto, los

199
repertorios interpretativos de la “cara del supermercado” junto con el de las
“cajeras antiguas”, muestran, a grandes rasgos, que, frente a las condiciones
de trabajo que se han expuesto, las cajeras elaboran diversas estrategias
discursivas para reivindicar su función dentro de este escenario de trabajo.

Resumiendo lo afirmado en el apartado correspondiente, se puede


afirmar que el repertorio interpretativo de la cajera como “la cara del
supermercado”, alude al sentido que colectivamente estas operarias
construyen sobre su labor, sentido que se teje, por un lado, tomando
distancia de los preceptos administrativos y el funcionamiento concreto de
este rol, pero por otro, por medio del apuntalamiento de este discurso con
elementos del mismo discurso neomanagerial, en el sentido de que el propio
estatus como trabajador se mide por cómo la cajera responde a la demanda
de posicionar al cliente como el agente más importante de su quehacer –
expresando esto, por su parte, el carácter intertextual de todo discurso (Ruiz,
2009). Además de ello, esta forma de reconocimiento constituye al rol mismo
de cajera como una esfera de valoración que se destaca de otras funciones
al interior de los supermercados –la imagen de la “cara” también cumple esta
función-, debiendo ser ésta valorada como tal por parte de otros actores del
escenario laboral (jefaturas, clientes, otros operarios, etc.). Ello porque las
cajeras, además de cumplir la función de ser las “representantes” o “el rostro”
de los locales ante el cliente, también acatan un mandato implícito de actuar
como los agentes de “exculpación” de las falencias que puede presentar el
servicio ofertado por estos locales (la ambigüedad de la cara que se vuelve
“la piedra de tope”).

Por su parte, el repertorio ligado a la antigüedad también cumple una


función de distinción del colectivo, salvo que aquí este ejercicio se establece
no tanto con respecto a otros operarios, sino en relación al mismo grupo de
cajeros, ya que por medio de este discurso las cajeras “antiguas” se

200
desenmarcan de un grupo de cajeros descritos como “jóvenes”, e incluso
como “niños”.

A nivel de cómo estos repertorios interpretativos conforman el


reconocimiento ligado al mérito o la solidaridad, se puede afirmar que lo
hacen de dos modos: en primer lugar, estructuran al mérito como una forma
de aprecio. Esto significa que, más que establecerse a través de éstas una
reclamación por el reconocimiento del desempeño individual y diferenciado
frente a los pares –lo que sería propio de las forma de admiración-, lo que
aquí está en juego es, más bien, la construcción de un habitar colectivo en el
trabajo, en el cual se ven ligados tanto la construcción de un sentido grupal
para las labores cotidianas como la visualización de un estatus ligado al rol
ejercido con respecto a otras labores dentro de los supermercados. Esta
condición, como se verá en el apartado interpretativo final, posiciona a estas
formas de reconocimiento en un lugar inestable en relación a los discursos y
prácticas sociales propios de los escenarios laborales modernizados de los
grandes supermercados.

En segundo lugar, y relacionado con lo anterior, esta forma de aprecio


cumple una función más amplia que la de generar reconocimiento para sus
integrantes, ya que lo que se lleva a cabo aquí es lo que fue denominado
como el momento anterior al reconocimiento de la solidaridad, es decir, el
grupo lucha por visibilizar el trabajo de caja en sí mismo como una esfera de
valor social. Dicho lo anterior de otro modo: el grupo se auto-reconoce en un
trabajo que va más allá de lo funcional, al ser también representativo de los
supermercados y en base a establecer una distinción interna, es decir, entre
cajeras “antiguas” versus los y las cajeras más jóvenes. Esta situación, no
obstante, implica una dificultad en el análisis: la forma de reconocimiento
aquí identificada, en términos concretos, no es completamente visibilizada
por el alter al grupo de cajeras -es decir, por los otros operarios, los clientes y
la administración de los locales- actuando en verdad más bien como una

201
forma de auto-reconocimiento en relación a una falta de reconocimiento o
incluso a una forma de invisibilización o ausencia de hétero-reconocimiento
(ni siquiera, por tanto, estamos hablando aquí de una forma de desprecio
como tal, por lo menos en el ámbito del mérito), abriéndose la interrogante
sobre cómo podría comprenderse esta situación desde el paradigma de la
“lucha por el reconocimiento” que plantea Honneth, tema al cual se volverá
más adelante.

En segundo lugar, se pasará a analizar la conformación de la forma de


reconocimiento del derecho. Si bien las cajeras valoran positivamente la
formalidad contractual y la estabilidad laboral, junto con el ser asalariadas -
condiciones que, a su vez, remiten a un horizonte mayor de justicia y de
“trabajo decente”, es decir, aquel que muestra elementos mínimos de justicia
para el colectivo social (Schweiger, 2010)-, ello no compensa la substracción
de derechos que se da a nivel de las prácticas cotidianas dentro de los
supermercados.

Es interesante puntualizar aquí que, a pesar de la denuncia al otro ya


sea por el mantenimiento o aval de una situación de abuso o indignidad -
como muestra el repertorio interpretativo “el cliente siempre tiene la razón”- o
significar al escenario de los supermercados como lugares de arbitrariedad y
trato lejano y entorpecido por distintas normativas formales o no -
supermercados como “haciendas burocráticas”-, ello no redunda sólo en una
posición de denuncia o de mantenimiento de las cajeras en la condición de
agravio, a pesar de que ello sea fragante.

Las cajeras, en efecto, ponen en práctica estrategias de resistencia


colectivas que se traducen en modos de reconocerse desde una moralidad o
un sistema de “derecho” propio, contrapuesto a las normativas de la
administración. Esta situación puede interpretarse, utilizando los conceptos
de Bolstanski & Thévenot (en Corcuff, 1998), como la contraposición de dos

202
ámbitos de justificación moral o distintas “ciudades de justicia”. Así, mientras
que, a nivel superficial, en los supermercados se establecería un orden de
justicia basado en una lógica estratégica-organizacional -o desde una
“ciudad de industria”-, los discursos de las cajeras aducen que lo que en
verdad acontece en este escenario laboral es que operan dos órdenes de
justificación moral contrapuestos e impulsados desde lo “doméstico” o desde
lógicas grupales: el de la gerencia y las jefaturas –presente en la imagen
“hacendal-burocrática” de los supermercados- y el que establecen por su
parte las propias cajeras en tanto agentes de “resistencia” o de “pillería”.
Estos órdenes de justicia, asimismo, parecen mantener, de acuerdo al relato
de las cajeras, un tipo de relación especular. Esta situación también podría
ser leída desde la perspectiva de los sistemas de sociabilidad de género, es
decir, que frente a un sistema implícito de trato “patronal” las cajeras ponen
en juego sistemas de solidaridad horizontales, tal como ocurría en las
haciendas, de acuerdo a la apreciación referida de Bengoa (2006).

Se podría establecer, tras todo lo expuesto, que estos discursos –salvo


el repertorio de los derechos mínimos y los salarios- expresan una imagen de
agravio y falta de justicia formal en los locales y que al construirse, tanto por
parte de las cajeras como por parte de la administración, dos marcos
distintos para estructurar el reconocimiento desde el derecho, quedaría en
entredicho la universalidad reclamable para toda forma de reconocimiento
constituida desde esta esfera (Honneth, 2009; Tello, 2011).

Bajo estos términos, las prácticas de resistencia de las cajeras se


pueden leer también como formas de reconocimiento desde la solidaridad
social, en cuanto a que lo que hace el grupo es, nuevamente, establecer una
esfera de valor desde la cual justificar sus actos. No obstante, como afirmaría
Ricoeur (2005), en las prácticas de “pillería” de las cajeras, el grupo
establece un lazo desde la complicidad, en la cual, predomina de la acción
estratégica de sobrevivencia, con lo cual lo que se escamotea finalmente es

203
una toma de posición de los sujetos en relación a los derechos dentro del
supermercado (Correa, 2016).

En síntesis, desde la teoría del reconocimiento, si bien las cajeras


denuncian a la arbitrariedad patronal como injusta, a su vez la legitiman
hasta cierto punto al establecer un sistema paralelo de reconocimiento de
derecho que no cuestiona públicamente el estado normativo de este
escenario laboral. Esto hace que, como ya se afirmó, el propio derecho
pierda su “universalidad” y su poder de articulación de las otras esferas de
reconocimiento (Tello, 2011).

A nivel de todo lo analizado hasta aquí, puede señalarse que


nuevamente se produce una dicotomía entre, por una parte, un estado de
lucha social, dado por la dinámica de reconocimiento positivo y negativo, y
por otro, un cortocircuito dado por la ausencia de hétero-reconocimiento y el
establecimiento correlativo de modos de auto-reconocimiento interno del
colectivo de cajeras.

En tercer lugar, se hará referencia ahora a la esfera del amor, la cual,


en estos discursos, está representada por un solitario repertorio
interpretativo, el de la “demanda de visibilidad”. Si se observa su función
general, se podrá apreciar que dicha demanda no sólo justifica la asimetría
existente en los locales, sino que se adscribe a los discursos ligados al
aprecio y a las relaciones de género más tradicionales. Esto porque, como se
notará, la visibilidad demandada a las jefaturas y la administración se opone
a la requerida a los clientes, puesto que mientras la segunda reivindica un
trato igualitario –ser considerada como una “persona” igual que el cliente, lo
cual implica una demanda más vinculada a un estilo de sociabilidad más
individualizada-, la primera más bien valida el trato asimétrico y por tanto la
condición de exploración e incluso la subordinación de género/clase
establecida en estos locales y denunciada en las voces que describían a los

204
supermercados como “haciendas burocráticas” (este es el sentido que puede
desprenderse de fragmentos discursivos como éste: “que te miren
solamente, eso alegra el día…”).

No obstante, este sentido “conservador” de esta forma de reconocimiento


debe ponerse en el contexto de la escisión entre auto y hétero-
reconocimiento ya referida. Podría establecerse que, dada esta escisión en
la lógica del reconocimiento, se comprende que las cajeras demanden
precisamente visibilidad a la jefatura, asumido, como ya se señaló, el valor
estratégico que posee la visibilidad en cuanto necesidad social que permite
posicionar a los individuos y grupos como agentes dentro del campo social,
más allá de cumplir meramente una función laboral (“nos ven sólo cuando
hay filas”).

De manera que, en sentido inverso, la invisibilidad evocada aquí actúa


como el síntoma de la normatividad dividida del reconocimiento que
imperaría en los grandes supermercados, es decir, la valorización
meramente endógena del grupo frente a la ausencia de hétero-
reconocimiento del entorno social de en estos locales.

Como corolario tras la revisión de todas las formas de reconocimiento


intersubjetivas, se sostiene, en efecto, algo ya insinuado en el marco teórico
de la teoría del reconocimiento y más patente en los comentarios recién
efectuados: el modelo de reciprocidad no es suficiente para dar cuenta de
todas las formas de reconocimiento de estas esfera, ya que, como muestra
este caso, la lucha que muestra modos positivos y negativos de
reconocimiento recíproco, se suma a este comentado cortocircuito o
disyunción entre modos de auto-reconocimiento que erige el grupo y la
ausencia de hétero-reconocimiento, articulándose todas estas para dar
cuenta del cuadro completo de formas de reconocimiento desde esta
dimensión, que, más que considerarse definitivo, tiene que comprenderse

205
como un entramado discursivo en el cual siempre las expectativas de
reconocimiento pueden ser diferentes de los requerimientos y agravios que
efectivamente llevan a una lucha dentro de una práctica social determinada
(Renault, 2007 b). Se volverá a enfatizar este punto en las conclusiones de
este trabajo.

Pasemos ahora a las formas de reconocimiento de la dimensión


subjetivación-alienación. La forma de reconocimiento del trabajo, en
relación a los elementos discursivos que la conforman, presenta dos
características, ligadas a las valoraciones positivas y negativas
respectivamente.

En cuanto al aspecto positivo de esta forma de reconocimiento, las


cajeras, al igual que lo que sucedía en el repertorio interpretativo de la “cara
del supermercado”, reivindican un sentido propio del trabajo, que ahora no se
construye desde el mérito, sino que desde la operatoria misma del rol,
sentido que también se construye a contrapelo de las acciones
administrativamente estipuladas para este puesto. De esta forma, puede
sostenerse, en los términos clásicos de Gerard Mendel (2003), que las
cajeras expresan discursivamente una estrategia colectiva de apropiación del
propio trabajo, ya sea por medio de la apelación a la impotencia de los
sistemas de administración del puesto o por el intento de reconstruir su
trabajo como una expertis de trato al cliente. De esta manera, puede
observarse que las cajeras establecen que su labor es un modo de construir
habilidades y no sólo de “reconocerlas”, tal como ha destacado la tradición
marxista-hegeliana del trabajo que siguió Honneth en su obra de juventud
(Honneth, 1995).

Sin embargo, es interesante reparar aquí en la relación que establecen,


en la atención al cliente, los momentos de la descarga con los de la “terapia”.
Si bien es discernible que ambos son momentos de la tarea “real” para las

206
operarias del puesto, y que por tanto no puede existir uno sin el otro, podría
afirmarse que lo que vuelve el momento de la descarga una forma de
desprecio serían los grados de cosificación que operan los clientes en su
trato a las cajeras, es decir, el grado en que por ejemplo las “descargas” de
los compradores objetivan a la operaria de caja, al reducírsela a ser -como
diría Pichon-Riviere- una depositaria de los aspectos negativos del grupo
social, en decir, un “chivo emisario” –cuando las cajeras denuncian que la
descarga emocional del cliente hacia ellas tiene relación con elementos de
clase y sexistas- (Girard, 1986; Pichon-Riviere, 1997). Puede repararse
ahora también en que condición de chivo emisario se engarza fácilmente a la
representación femenina de una mujer que se “sacrifica” por otros.

Por otro lado, la “apropiación” o control del trabajo que intentan operar
las cajeras es cercenado tanto por los dispositivos anónimos de
administración como por los agentes de control del supermercado, todo lo
cual las reduce a ser operarias individualizadas de un trabajo altamente
estandarizado y predefinido por otros. Esta situación coincide con lo que
clásicamente se ha denominado como alienación desde la tradición marxista,
en el sentido de que se produce una separación de los sujetos tanto con
respecto a su producto como con respecto a su colectivo de trabajo,
mediante el ejercicio de individuación que operan los sistemas de control
respecto al trabajo efectivo (Angella, 2016; Dejours, 2013 b; Haber, 2009).

Se podría sostener que dicha forma de alienación presenta su grado


máximo en lo que se ha denominado acá como el repertorio interpretativo de
la “cajera conectada”. El agravio que las cajeras sufren en esta posición
puede incluso relacionarse con un desprecio ligado a la esfera del amor,
pues puede afirmarse que el control que se ejerce en las cajas sobre los
movimientos, horarios y acciones de la cajera son formas instituidas de
violencia simbólica y físicas, ya que afectan el sentido más básico de auto-

207
confianza de las cajeras, es decir, el disponer libremente del propio cuerpo
en el trabajo (Honneth, 1997, 2009, 2010 a).

Por tanto, mientras más se enfoca el análisis del discurso a lo que


acontece en las propias terminales de caja -como lo muestran los discurso
de la “cara del supermercado”, la recepción de las “descargas” o el de la
“cajera terapeuta”- más evidentes se vuelven las dinámicas de alienación
vinculadas al setting del trabajo, ya que es por medio de este dispositivo
material que sistémicamente se imponen modos de acción que no son
fácilmente quebrantables por parte de las cajeras; por ello, en la articulación
de estas formas de trabajo hétero-impuestas estaría siempre presente, como
se señaló, algún grado de alienación en un estricto sentido marxista: la
pérdida de autonomía en la ejecución del propio trabajo por la participación
del sujeto en determinadas relaciones sociales.

Sin embargo, desde una perspectiva más cercana a Foucault (1990;


1998), se puede apuntar a que ningún sujeto es totalmente pasivo frente a
las prácticas de dominación que enfrenta, ya que éstos se resisten
internamente a ellas –subjetivándose además por medio de dicha
resistencia-, lo cual se efectúa individual y grupalmente, como lo muestra el
grupo de cajeras que vulnera los preceptos de atención a clientes, que
transforma su trabajo en un oficio de “trato” y que –vinculando a lo
anteriormente señalado- establecen sistemas paralelos de normativas no
sólo para el trabajo, sino para el propio sistema de justicia del colectivo,
como muestran los discursos de auto-reconocimiento de las cajeras desde la
esfera de reconocimiento del derecho.

Finalmente, se hará referencia al modo en que se articulan las formas de


reificación en el trabajo de acuerdo a los discursos analizados. El primer
repertorio interpretativo de este grupo, “estatus denegado”, muestra algo que
ya se señaló en el apartado anterior: que los conflictos y agravios

208
experimentados durante los intercambios de compras con los clientes se
vuelven una forma de reificación en la medida en que no sólo se traducen en
maltratos o meras “descargas”, sino en formas de trato asimétricas basada
en consideraciones de clase y de género, que las cajeras –aunque las
resistas- por sí mismas no pueden remontar, puesto que, por otro lado, son
institucionalizadas como formas “normales” de subordinación por parte de la
cultura dominante y las jefaturas de los supermercados (Voswinkler, 2012).
Se entiende, como se dijo, que ésta es una forma de reificación y no de
alienación, ya que responden a preceptos culturales y a no a la dinámica
misma del trabajo.

Ahora, la segunda forma de reificación identificada en los discursos –la


cajera como “mujer-madre sacrificada”- es interesante porque nos pone
frente a una forma de auto-reificación, producida a través de esta imagen
femenina esencializada que brindan las voces de los grupos analizados, y
que inclusive, tiene una valencia positiva para este colectivo de trabajadoras.

Adelantando el momento del análisis interpretativo, en el cual se


compondrá conceptualmente una urdiembre entre los discursos sus
contextos socio-laborales y culturales, se sostiene la siguiente tesis sobre el
sentido de esta forma de reconocimiento: si bien la reificación que propician
los clientes a las cajeras claramente puede identificarse como una patología
derivada de una falta de racionalidad social, ello no es evidente para los
discursos tejidos desde la auto-reificación de este grupo como “mujeres-
madres”, aunque esto contradiga, precisamente, el proyecto de una crítica
“fuerte” de la racionalidad como la que elaboran los autores de la Escuela de
Frankfort, incluyendo a propio Honneth .

Si se deja de lado una consideración esencialista de la categorización


social (Reicher, 1996; Rorty, 1996) se puede interpretar a esta auto-
interpelación esencializada a lo femenino como una forma estratégica de

209
defensa del grupo frente a modos de agravio moral o incluso frente a otras
formas de reificación que les impongan a ellas un exo-grupo, tal como se vio
en el apartado anterior con respecto a las condicionantes del puesto o la
vejación clasista de los clientes. Ello permite, además de “desreificar” a esta
forma de reificación, sostener que aquella presenta un sentido positivo.

Lo anterior puede pensarse desde la siguiente analogía: tal como señala


el criminólogo y cientista social Jock Young (2003), si en la modernidad
tardía diversos grupos, como homosexuales o minorías étnicas, han
recurrido a una reivindicación esencialista de algún aspecto de su identidad o
incluso, como señala por su parte Foucault (1990), éstos se han apropiado
de significantes y discursos y los han dotado de un nuevo sentido valorizador
de sí mismos a fin de ser visibilizados por la sociedad –por ejemplo, de la
homosexualidad tipificada como una “enfermedad” a la homosexualidad vista
como una “marca de orgullo”-; de la misma forma, podría sostenerse que la
auto-reificación que aquí asumen las cajeras como “mujeres-madre”,
obedecería a la misma lógica de visibilización social estratégica, esto en un
contexto de precarización laboral y de amenaza de obsolescencia técnica de
su puesto (dada por la automatización de la atención en las cajas o el uso
exclusivo de cajeros/as part-time).

Si se asume lo anterior, puede sostenerse que la reificación no es en sí


misma un fenómeno que implique una patología de la racionalidad in toto,
sino que podría ser, en ciertos contextos, una forma razonable de visibilizar a
un grupo y, por tanto, de posicionarlo socialmente para exigir derechos. Dada
esta visión no esencializada de la propia reificación, debería pensarse, por
tanto, bajo qué condiciones ésta se vuelve una patología social.

En este punto podría contra argumentarse que el uso estratégico de la


identidad de “mujer-madre”, más que corresponder a una forma de auto-
reificación, es simplemente una forma de objetivación –asumiendo el matiz

210
que Honneth establece entre ambos conceptos (Honneth, 2007)-. Sin
embargo, si se analizan los ejemplos que este mismo autor brinda sobre
formas de reificación -desde el tráfico de órganos hasta las estrategias de
“venta de sí mismo” que se ejercen en las entrevistas laborales-, podría
sostenerse razonablemente que, si bien todos aquellos fenómenos
corresponden en rigor a modos en que se ve socavada la agencialidad de los
sujetos, no todas ellos implican los mismos grados de pérdida de capacidad
de acción. Por tanto, puede concluirse que la reificación, en cuanto es
entendida no sólo como un “olvido” del reconocimiento, sino como toda forma
de pérdida de la contingencia en lo social, en un sentido rortyano (Correa,
2016; Rorty, 1996), puede ser estipulada bajo distintas modalidades y con
distintas valencias que son necesarios de analizar en cada caso.

Si se opta por este modelo más bien dimensional o “gradual” de la


reificación (Pérez, 2001), se debe poder especificar, al menos para los casos
de cosificación a sí mismo y a otros, cuando ésta puede ser juzgada como
una patología social. Una forma de hacerlo puede ser complementar esta
noción con algunos de los planteamientos de Nancy Fraser con respecto al
reconocimiento (Fraser, 2001).

Como es sabido, esta autora elabora un modelo de reconocimiento que


no se asienta en la identidad, sino en el estatus social y por tanto analiza las
formas de desprecio como “modos institucionalizados de subordinación
social” (Fraser, 2001, p. 61). Si se sigue este planteamiento para el caso de
la reificación, puede argumentarse que esta condición deviene patológica en
la medida en que implica una subordinación que los sujetos no pueden
remontar voluntaristamente en la medida en que aquella se encuentra
institucionalizada; ello, precisamente ocurre con el trato vejatorio por
diferencias de clase, o por la pérdida de respuesta que implica la ejecución
del rol dados los mandatos ideológicos que lo estructuran (“el cliente siempre
tienen la razón”). En cambio, la auto-reificación que implica la posición de

211
cajera como “mujer-madre”, cumple en este caso una función adversativa o
defensiva que aúna al grupo y que, puesta en un contexto de lucha social
(Reicher, 1996), busca, sino romper la lógica instituida de explotación –
puesto que se reconoce la subordinación laboral- al menos cambiar la
invisibilización de la trabajadora en este escenario laboral, aunque esto se
haga apelando a un elemento simbólico que tradicionalmente ha estado
ligado al comentado contrato tradicional de género que fue hegemónico en
las sociedades modernas de corte salarial.

Sin embargo, a pesar de la crítica formulada a la noción honnethiana de


reificación (Honneth, 2007), se puede concordar con este autor con respecto
a que los modos o aspectos de la reificación –de los objetos, de los demás y
de sí mismos-, en efecto, no tienen una conexión necesaria con el modelo
originario de la reificación de Lukács fundado en una visión sistémica de la
sociedad capitalista, aunque esta sí puede condicionar fuertemente a
aquellas, tal como se vio en el caso de las formas negativas de reificación
que padecen las cajeras en sus puestos de trabajo por el trato vejatorio de
los clientes.

Sin embargo, queda aún pendiente establecer, tras el análisis


pormenorizado de este caso, qué puede afirmarse con respecto a la relación
entre reificación y alienación, tema que se abordará en las conclusiones del
presente estudio.

3. Interpretación/ reinterpretación de las formas de reconocimiento

En este apartado final del análisis, se emprenderá el ejercicio


interpretativo de la investigación, en donde, tal como se adelantó, se ofrecerá
una conceptualización global referida a los sentidos que las formas de
reconocimiento identificadas cumplen en relación a los elementos socio-

212
estructurales e institucionales que las contextualizan, siguiendo para ello la
tercera fase de interpretación/reinterpretación del modelo de análisis de la
hermenéutica profunda propuesta de John Thompson (1998).

Este ejercicio, como se verá, implicará descomponer las formas de


reconocimiento construidas, lo cual no pretende invalidar el análisis
precedente que las estableció bajo lógicas diferenciadas, sino que plantar un
escenario conceptual en que aquellas formas de reconocimiento se vuelven
parte de prácticas sociales en escenarios laborales concretos.

De este modo, los discursos identificados serán ahora reagrupados


conceptualmente, al estilo de los análisis axial y de codificación selectiva
representativos de la teoría empíricamente fundada (Strauss & Corbin,
1995), conformando así unas construcciones simbólicas de nivel superior a
las formas de reconocimiento identificadas, que serán denominadas como
meta-formaciones de reconocimiento, las cuales dan cuenta de cómo las
formas de reconocimiento se articulan con elementos socio-contextuales,
tanto propios como externos al escenario laboral de los grandes
supermercados. A partir de los discursos y antecedentes contextuales
recopilados, se construyeron dos meta-formaciones de reconocimiento, una,
referida a los sentidos globales atribuidos al entorno laboral y social del
trabajo de cajera, marcada principalmente por la falta de reconocimiento, y
otra a la construcción que hace este grupo de su labor como una esfera de
valor social.

3.1 El trabajo en las cajas como una experiencia de heteronomía y agravio:


la cara presente y la mujer ausente

Si se observa transversalmente los distintos componentes de las formas


de reconocimiento identificadas, puede distinguirse que un grupo de éstos

213
apunta a perfilar al trabajo de cajera de grandes supermercados desde la
heteronomía y diversas experiencias de agravio y maltrato.

Esta primera meta-formación de reconocimiento se articula por medio de


dos grandes dimensiones de contexto. La primera, como elemento socio-
estructural, es la configuración de este escenario laboral en base a las
lógicas aparentemente opuestas de gobierno neo-tayloristas y postfordistas
del trabajo, las cuales combinadas, construyen a los supermercados, y en
particular al puesto de cajero/a, como lugares en donde se ejerce un estricto
control de los gestos corporales y ritmos del trabajo, pero en los cuales,
paradójicamente, se apela también a la capacidad agencial de los operarios,
tanto para que éstos encarnen la lógica del servicio en cuanto “ideología” de
los locales, como para que estos/as gestionen sus trayectorias laborales
precarizadas por las lógicas flexibles de remuneración. La segunda
dimensión de contexto, por su parte, corresponde a las pautas de
sociabilidad verticalistas y autoritarias de estratificación de clase y género,
que son reproducidas tanto por jefaturas como por clientes en las relaciones
cotidianas con los trabajadores de los supermercados.

Creemos que los sentidos que estas operarias elaboran para “habitar” el
rol de cajera, entendido éste desde los elementos tecno-socio-productivos
del escenario laboral y desde la matriz cultural relacional anteriormente
descrita, son los presentes en los discursos de “la cara del supermercado”.
En efecto, si bien en este repertorio interpretativo -en tanto forma de aprecio-
se observa que las cajeras se valorizan a sí mismas ejerciendo su función en
las terminales de atención, en tanto ésta es una representación y un punto
cúlmine de toda la cadena de servicios ofertada por estos locales, también se
muestra la invisibilización que estas trabajadoras, en su condición de
personas y mujeres, padecen “tras” el ejercicio de este rol.

214
Si se considera al discurso de “la cara del supermercado” como el
elemento central de articulación de esta meta-formación del reconocimiento,
podemos ver que desde este núcleo de sentido se establecen diversos y
variados nexos entre discursos y contextos del trabajo de cajera.

En un primer tiempo lógico, las cajeras, teniendo plena conciencia del


bajo estatus social de este puesto de trabajo, terminan identificándose con
éste, experimentándolo egosintónicamente como una forma de auto-
reconocimiento, ya que aquel encarna el ethos del servicio que es
fundamental en el capitalismo contemporáneo y en su “nuevo espíritu”, el
cual, por su parte, también identifica a los grandes supermercados como los
estandartes de la modernización chilena del trabajo (Bolstanski & Chiappello,
2002; Calderón, 2006; Stecher, 2010). Esta función del puesto de cajera
como representación del “espíritu de servicio” de estos locales ante el cliente,
es reforzada concretamente por prácticas y mandatos simbólicos que las
gerencias de los supermercados ponen en juego en el mismo espacio
laboral. Esto último a través de uniformes, iconografías, e inclusive, como en
el caso de algunas cadenas, a través de afiches que ilustran a los gerentes
de locales “comprometiéndose” con los clientes a que los operarios del
supermercado les brindarán el mejor servicio posible.

Esta situación, además, se suma al estado de reconocimiento positivo


que se expresa en la consideración de los derechos básicos con que
cuentan estas trabajadoras (contratos, espacios sindicales, etcétera), así
como a la auto-consideración positiva de la cajera como una asalariada que
goza de un pago superior al de la media de los operarios de estos locales.
Estos sentidos complementan al reconocimiento positivo de la cajera como la
cara del supermercado, ya que este rol no sólo se encuentra validado por el
grupo de operarias, sino por todo el sistema legal-administrativo de los
locales.

215
No obstante, si nos atenemos ahora a las prácticas que se fraguan al
interior de estos escenarios laborales, observamos que las cajeras
cotidianamente se ven expuestas a diversas formas de reconocimiento
negativo que tensionan las formas de valoración anteriormente descritas.

Tal como se desprende de algunos discursos de las formas de


reconocimiento del trabajo, la cajera como rostro del supermercado debe
soportar un disciplinamiento férreo de su cuerpo, sus rutinas y de sus
tiempos de trabajo, tal como es relatado desde el repertorio interpretativo de
“la cajera-conectada”; por otra parte, ellas debe lidear con los intentos
fallidos de la administración por protocolizar los intercambios
comunicacionales con los clientes, como muestra, por su parte, el repertorio
de los supermercados como sistemas de control. Asimismo, esta
disciplina de corte taylorista, se complementa con una modalidad postfordista
de flexibilización de pagos, la cual hace que, en términos subjetivos, se
terminen combinando tanto la sujeción a rituales disciplinarios como el
autogobierno ligado a “gestionarse” a sí mismo en este escenario
precarizado de remuneraciones, como mostró el relato de la rutina de trabajo
como una “carrera”, presente en el repertorio interpretativo de la cajera
asalariada. Puede verse, por tanto, cómo todos estos discursos convergen
en presentar al puesto mismo de caja como un lugar de heteronomía, lo cual
hace eco de las voces que hablaron de la experiencia de caja como una de
“encierro” y “conexión” a un dispositivo de control.

Por otro lado, emergen los discursos sobre los agravios derivados ahora
de las relaciones laborales y de servicio que se tejen en los grandes
supermercados. Como se recordará, diversos repertorios interpretativos
construían imágenes sobre los maltratos sufridos cotidianamente por las
cajeras en los check-out. Las cajeras, como cara del supermercado, deben
soportar las “descargas” de los clientes, ligadas éstas a su implícito trabajo
emocional con éstos y a su aún más implícita posición de ser los “chivos” o

216
depositarios sociales de maltratos y “desquites”; asimismo, debe lidear con la
invisibilización que las jefaturas hacen de los maltratos que les propinan los
clientes -como se revisó en el repertorio referente a que “los clientes
siempre tienen la razón”. Finalmente, puede verse que los maltratos no
sólo implican un elemento puntual de agravio, ya que muchas veces éstos se
imponen a través de todo un sistema de menosprecio estatutario, lo cual fue
interpretado como un modo de reificación denominado “estatus denegado”.

Puede afirmarse estas dos formas de habitar el puesto de trabajo, es


decir desde la heteronomía del puesto y el agravio de los clientes, se
retroalimentan mutuamente, ya que la alienación del puesto se agrava con
los maltratos y éstos, a su vez, se ven, como se dijo anteriormente,
institucionalizados al estar la cajera desposeída de facultades para hacerles
frente en su condición de “cara de los supermercados”.

Ahora, si nos enfocamos en las formas de agravio que propinan los


clientes a las cajeras, observamos que éstas tienen una lógica que
trasciende los escenarios laborales en las cuales acontecen. De este modo,
al revisar estos discursos, se caerá también en cuenta que estas formas de
maltrato no sólo son efectos de las aludidas pautas de sociabilidad
autoritarias que persisten en la cultura nacional –patronal-
autoritaria/capitalista-, sino también de la propia modernización de la
sociedad chilena-urbana. Esto, desde un punto de vista socio-cultural, se
puede interpretar del siguiente modo: la modernización de la sociedad, al
compás de la radicalización de los procesos de individuación y el
enaltecimiento del consumo como modo de construcción social de la
identidad, ha entronizado a la figura del cliente, convirtiéndolo por tanto en un
agente de control directo del trabajo, es decir, no sólo en el “destinatario” del
servicio, sino que en su juez de calidad (Bauman, 2005; Boltanski &
Chiapello, 2002; Moulián, 1997; Stecher, 2009; 2013).

217
Es interesante reparar, por un lado, en las imágenes que se derivan de
los grandes supermercados a partir de estas dos situaciones de agravio que
experimentan las cajeras como las caras del supermercado, y por otro, en las
demandas de reconocimiento que ellas formulan a jefaturas y clientes,
respectivamente.

Ya se hizo referencia a la imagen de los supermercados como grandes


sistemas de control. Si ahora volvemos a considerar cómo los agentes
internos de los supermercados institucionalizan los agravios de los clientes,
operando además, de acuerdo al testimonio de las cajeras, distintos grados
de arbitrariedad en la toma de decisiones respecto a ascensos, incentivos y
demases, se puede apreciar como esta situación va convergiendo en la
imagen lingüística que las cajeras han establecido de los grandes
supermercados como “haciendas-burocráticas”, la cual representaba a
estos locales como lugares en donde, más allá de la normativa y los
derechos formales, imperan los modos discrecionales de trato y justicia.

Si se observa atentamente, ambos modos de construcción del espacio


laboral confluyen en una desvalorización hacia la función ejercida por la
operaria de cajas, ya sea debido a que los modos de gestión de los
supermercados privan de autonomía a la cajera, obstaculizando el
desempeño creativo individual y colectivo de su tarea (Abal, 2007; Dejours,
2013 a), o debido a que el modo de sociabilidad verticalista y autoritarismo
que ejercen clientes y toleran las jefaturas, opera una degradación de estas
trabajadoras como sujetos de derecho y respeto más allá de su estatus
social.

Finalmente, reparemos en las demandas de reconocimiento que las


cajeras establecen frente a esta situación: si bien ellas les demandan a los
clientes más bien una igualdad de trato -una demanda que, como se
señaló, reflejaría el creciente anhelo de democratización en las relaciones

218
presente en el país, de acuerdo a Araujo & Martuccelli (2012)-, con respecto
a sus empleadores se reivindica más bien el mero reconocimiento de ser
“miradas”, ya que esta condición, en tanto punto cero del reconocimiento,
opera como una especie de pre-condición o alianza para el ejercicio de
derechos (Basaure, 2011; Honneth, 2009 b; Ricoeur, 2005). Si recordamos
ciertos elementos del repertorio interpretativo de las caras de los
supermercados, se entiende que esta demanda de visibilidad pueda
considerarse como una forma de verse validadas y empoderadas para hacer
frente a este maltrato diario, ya que las cajeras comprenden que asumir este
maltrato es parte, por decirlo así, de la agenda oculta de su propia tarea en
cuanto “caras” de la atención en los supermercados (recuérdese, además,
los límites que las cajeras establecen en cuanto al maltrato “legítimo” en el
repertorio de las “descargas”), por lo tanto ello, desde otro lenguaje, es
normalizado como una forma de trabajo emocional intrínseco a su función.

No obstante, si se coteja que la función de recepcionar “descargas”


también puede estar asociada a un rol de género, puede verse que la
demanda de visibilidad apunte, en última instancia, no a la trabajadora sino
que a la mujer que ejerce el cargo -nuevamente repárese en la siguiente
frase: “que lata así sentirse en un trabajo, que tú eres un número que no te
valoran en ningún aspecto, ni siquiera como mujer”, infra, pág. 201-. Se
podría afirmar que el grupo apela a su género esencializado -forma de
reconocimiento de la “mujer-madre”- como un último bastión desde el cual
exigir un respeto mínimo por parte de los jerarcas de los grandes
supermercado –o como se señaló anteriormente, bajo un uso estratégico de
una auto-reificación-, reafirmando el precepto de que dicho reconocimiento
les permitiría a ellas inclusive “soportar” la vejación social que pueden sufrir
en el puesto, ya que al menos se modificarían en algo esta lógica social
dentro del supermercado.

219
Además de ello, debe agregarse que dicha demanda de reconocimiento
no sólo apela al componente idealizado de esta imagen esencializada de la
“mujer madre”, sino también al aspecto “realitario” de dicho discurso, en la
medida en que la queja en torno a la impotencia que las mujeres tienen para
cumplir sus múltiples roles también debería ser atendida, incluso no sólo por
el supermercado, sino también incluso por parte de sus propias familias.

De esta manera, podría verse que todos estos discursos y elementos


socio-estructurales harían referencia a un estado de falta de poder y
sufrimiento en el trabajo en las cajas, experiencia que tendría en la imagen
de la invisibilización de la condición de mujer y la contraparte de demandar
visibilidad para esta condición, su núcleo intrínseco de sentido tras el rol de
cara del supermercado, el cual, asimismo, sirve como un discurso por medio
del cual ellas se apelan a sí mismas más allá de los distintos elementos
contingentes que las diferencian en su función de “rostros” de los grandes
supermercados.

La articulación de todos estos sentidos que componen esta meta-


formación de reconocimiento, se exponen en la siguiente gráfica:

220
Figura Nº 1: Meta-formación de reconocimiento 1: La cara visible y la mujer-
madre invisible

Escenario laboral de los grandes supermercados:


Control taylorista – post-fordista del trabajo.
Modelo “hacendal” y burocratizado de relaciones
socio-laborales entre jefaturas y operarios.

Variables
institucionales y
LA CARA DEL SUPERMERCADO culturales:

Patrones de
DEMANDA A
sociabilidad de
LAS
JEFATURAS: género y clase
“VISIBILIDAD” autoritarios que
perviven en la
cultura chilena.
Violencia y agresión en el puesto de
trabajo: Descargas e invisibilización del Modernización
maltrato por parte del supermercado y “cultura del
Reificación social: Ser “empleadas” -> consumo” y de
Estatus denegado
Invisibilidad y ser objeto de “empleo”
la figura del
cliente.

Autoreificación: DEMANDA A
LOS
Demanda de visibilidad desde una CLIENTES:
identidad de género esencializada “RESPETO”
De “mujer – madre”, en su
componente “ideal” y “realitario”

3.2 La construcción del trabajo de cajera como una esfera de valor

La imagen anterior del trabajo constituida desde la heteronomía y el


sufrimiento moral, debe ser contrapuesta a otra meta-formación de
reconocimiento con la cual el grupo de cajeras identifica su propia labor.
Desde este otro prisma, ahora la atención en las terminales de los

221
supermercados se visualiza como una esfera de valor social, es decir, una
actividad construida colectivamente por el grupo, dotada de sentido, que
contribuye a la reproducción general de la vida social y desde la cual sus
sujetos validan solidariamente sus capacidades individuales (Honneth, 1997,
2006 b, 2009).

Tal como fue revisado en diversos repertorios interpretativos -la “cajera


asalariada”, las cajeras “antiguas”, o las “pillas”, etcétera-, cuando el
grupo de cajeras se enuncia a sí mismo como trabajadoras “de carrera”,
diferenciándose de los/as cajeros nuevos o “jóvenes”, lingüísticamente
expresan diversos elementos que les permiten construir una imagen de sí
mismas diversa a la que conformaron desde los discursos de falta de control
de su trabajo y el abuso. De este modo, la imagen del sufrimiento se invierte
y ahora las cajeras ejercen un oficio complejo de atención y “terapia” a los
clientes, situación que se complementa con el ejercicio de diversas formas
de resistencia al control administrativo del puesto, e incluso con la creación
de un sistema de normas “alternativo” al imperante, el cual se confronta al
establecido ya sea desde la gestión formal o desde el trato “hacendal” que
imperaría en los supermercados a nivel del “derecho” o la justicia
organizacional.

Ahora se revisará cómo los elementos lingüísticos y socio-estructurales


se entrecruzan aquí para vehiculizar esta construcción de sentido sobre el
trabajo.

En primer término, como ya se revisó, tanto los discursos como la


observación de campo y la revisión bibliográfica coinciden en mostrar a la
operación de las cajas como un trabajo altamente estandarizado. Sin
embargo, las voces grupales arguyen que es frente a la distancia que existe
entre el trabajo administrativamente definido frente a la tarea “real” del rol de
cajero –que ya se aludió en relación al repertorio interpretativo de los

222
supermercados como sistemas de control-, que estas operarias erigen un
conjunto de tácticas y estrategias paralelas que ellas ponen en juego al
momento de atención con el cliente, es decir, diversos trucos de oficio que no
están a disposición de todas las cajeras, puesto que éstos requieren que la
operaria ostente antigüedad para sentirse validada (lo que las cajeras
refieren como “perder el miedo”, supra, pág. 154), ya sea para enfrentar el
abuso o simplemente para empoderarse en este oficio de trato al otro. Estas
prácticas de “resistencia” al trabajo prescrito (Abal, 2007; Dejours, 2013 b),
son construidas por este grupo movilizando diversos referentes simbólicos y
capitales culturales.

Si se vuelve la mirada ahora hacia estas cajeras “antiguas”, en cuanto


representantes de un determinado estamento social, se caerá en cuenta de
que éstas han ejercido efectivamente una carrera dentro de este rubro,
muchas veces no sólo en sus actuales locales, sino en otros supermercados.
Por tanto, estamos hablando de un segmento mujeres, generalmente
provenientes de los estratos medios y bajos de la población, que han definido
una identidad laboral a partir del ejercicio de este particular oficio. Sin
embargo, a diferencia de otros casos de trabajadores del retail que se han
descrito en la literatura (Stecher, 2012; Toro, Stecher & Godoy, 2012), aquí
no estamos frente a un gremio con una presencia histórica en los
supermercados, tales como los carniceros o panaderos, sino ante un
colectivo que construye su labor como oficio a contracorriente de las
prescripciones de la tarea existentes, movilizando para ello no sólo
referentes estrictamente laborales, sino sobre todo extra-laborales, es decir
capitales culturales y elementos de identificación comunes a su condición de
género.

Ahora bien, considerar las formas de reconocimiento que sustentas estos


procesos identificatorios del propio trabajo, implica volver a reparar en el
papel que juegan los modos de aprecio identificados en los discursos. Como

223
se recordará, esta forma de mérito se posiciona desde una dimensión
colectiva, puesto que su objetivo no es la distinción verticalista e individual de
los sujetos, sino la conformación de un modo de vida común en el trabajo.
Así, son la reivindicación de la función de ser la “cara” de los locales, pero
sobre todo la de la antigüedad en el puesto, las que crean un referente
identificatorio a partir del cual las cajeras se reapropian de un sentido
colectivo de su labor. Puede verse cómo ahora cómo el repertorio de la cara
del supermercado es utilizado bajo una estrategia distinta a la revisada
anteriormente, que es la de nuclear al grupo en relación a una tarea valiosa
socialmente.

Desde un punto de vista socio-laboral, se debe recordar que las lógicas


del aprecio perviven en los mundos del trabajo actuales en tanto resabios de
los imaginarios colectivos del trabajo del siglo XX, es decir, de la sociedad
salarial, y por tanto, se yerguen como modos de resistencia frente a las
nuevas constricciones manageriales imperantes actualmente en los
escenarios laborales, las cuales se movilizarían más bien desde lo que se
denominó la admiración (Castel, 2010; Dubar, 2002; Voswinkler, 2012). Sin
embargo, desde un punto de vista social más amplio, se puede sostener que
socio-demográficamente, dado que en este grupo de mujeres, con, por lo
general, menores niveles de escolaridad, mayor experiencia en trabajos de
poca calificación y bajo menor influencia de los discursos ligados a la
modernización del trabajo, pueden prevalecer mayormente formas de
sociabilidad más colectivistas y horizontalizadas, por tanto, formas de
reconocimiento que propugnan hacia la construcción de una grupalidad
menos diferenciada internamente por lógicas de competencia y de ascenso
social, como sucede, por el contrario, en otros estamentos y grupos
profesionales, como los mandos medios y las áreas directivas (Araujo &
Martuccelli, 2012; Dubar, 2002; Salazar & Pinto, 1999).

224
Lo anterior puede apreciarse, asimismo, en aquella forma de
reconocimiento del derecho ligada a ser “asalariadas”, en la cual, si bien las
cajeras legitiman la lógica de los pagos flexibles, lo hacen rechazando, o al
menos minimizando, la relevancia de los incentivos más bien simbólicos y/o
“emocionales”, percibiéndolos como una forma de manipulación o, en
términos de la teoría del reconocimiento, como una mera forma de valoración
instrumental (Kocyba, 2011).

A su vez, este modo de comprender al trabajo como un oficio de atención


también se apoya en referentes identitarios más generales a los que ofrece
el mero operar del rol prescrito. De esta forma, vemos que nuevamente los
discursos esencialistas sobre la mujer juegan un papel en esta construcción
compleja de sentido. No obstante, a diferencia de lo que ocurría en la meta-
formación de reconocimiento anterior, en la cual el ejercicio auto-reificante
del grupo actuaba de modo meramente defensivo frente al desprecio -así
como también se apelaba al lado realitario de la imagen de ser madre-
sacrificada- aquí se puede hablar de que el componente idealizado del
repertorio se encuentra en posición dominante y le da un realce a su función,
ya que permite verla como una continuación, en cierto punto, del trabajo de
cuidados socialmente validado.

Al respecto, recuérdese cómo, para diferenciarse de los nuevos cajeros,


se afirmaba que los jóvenes no sólo no se “comprometen” con su rol, sino
que no dedican mayor “cuidado” a su tarea (véase supra, pág. 132- 133,
repertorio de la cajera asalariada). Allí ya se acotaba que la voz de las
cajeras se maternizaba al hablar de esta “falta de competencias” de los
novatos en los puestos de trabajo, así como a que este déficit tendría
relación con la crianza a la que estos “niñitos” habrían sido expuestos. No se
vuelve complejo, por tanto, relacionar también estos discursos con la imagen
de deber-ser de la “cajera mujer-madre”, quien se debe “sacrificar” y

225
puede, a diferencia de los hombres, levantarse tras los tropiezos de la vida
(imagen idealizada).

A un nivel ya no sólo normativo, sino también socio-estructural, podría


argumentarse, como lo hacen diversas teóricas y economistas feministas
(Haraway, 2004; Morini, 2014), que las nuevas formas de gestión del trabajo
y la precarización laboral no sólo confluyen con la mayor presencia femenina
en el trabajo, sino también con una verdadera feminización cualitativa de
éste, es decir que la sobre-implicación demandada a los asalariados en el
trabajo hace que éstos traspasen al ámbito productivo el compromiso y las
habilidades propias del trabajo de cuidados. Esto, a su vez, es congruente
con el auge general del trabajo emocional propio del estamento de los
servicios que se comentó a propósito de las transformaciones del trabajo
contemporáneo, pero cuya lógica, a medida que se hace hegemónica en el
espacio discursivo, penetra otras prácticas laborales (Morini, 2014; Pucheu,
2016).

Se finaliza este apartado señalando un matiz de su sentido: así como


puede verse que la meta-formación anterior de reconocimiento se construía
desde la negatividad, pero que, a pesar de esto, nucleaba al colectivo,
puesto que se erigía desde una imagen única de la cajera como “mujer-
madre”, esta meta-formación, a pasar de ser “positiva” en cuanto modo de
auto-reconocimiento, no obstante se basa en un ejercicio de distinción: es un
discurso más bien de las cajeras de oficio y no un relato de las cajeras como
conjunto, lo cual relativiza su estatuto “positivo” como forma de
reconocimiento.

La construcción compleja de los sentidos de esta segunda meta-


formación de reconocimiento será graficada a continuación:

226
Figura Nº 2: Meta-formación de reconocimiento 2: Construcción colectiva del
trabajo de cajas como un “oficio de atención”

Escenario laboral grandes supermercados:

Definición neo-taylorista de los procesos de trabajo en la caja

Diferencia trabajo “real” – trabajo prescrito

Prácticas de cajeras “antiguas”


Prácticas de resistencia en el trabajo
Formación de normas paralelas de grupo
Diferenciación de Estatus al interior del grupo

Trabajo de cajera de
supermercados como
Esfera de valor

Núcleo identificatorio:
“Mujer-madre sacrificada como “deber
ser”

Trayectorias biográficas, socio-laboral y procedencia socio-


demográfica de las cajeras

227
Ahora, después de este análisis, se ha obtenido un modelo compuesto
por estas dos metaformaciones de reconocimiento. Sin embargo, se debe
tener consideración que, lejos de postularse aquí una simple articulación
entre estas, se propone considerarlas en su contraposición.

Al respecto, se puede volver a argumentar desde la perspectiva


pragmática del discurso que, con respecto a la construcción de estas dos
metaformaciones de reconocimiento, no se trataría de suponer que alguna
de ellas –o una síntesis de éstas- se corresponden a “la verdad” del sentido.
Si esto se lleva al terreno de los escenarios sociales en los cuales éstas se
articulan, se puede ver que aquellas funcionan articulando al grupo y a los
alter alrededor de los cuales se fraguan estos discursos (jefaturas, otros
operarios, clientes) de dos formas distintas que serán más pregnantes en la
práctica de acuerdo a elementos estratégicos implicados en la enunciación
(Martín-Criado, 2014): uno sirve para apelar a los otros actores del escenario
laboral que invisibilizan a las cajeras, y el otro, por el contrario, es articulado
por el grupo de operarias de cajas para generar un sentido de vida común,
mediante el cual incluso el grupo opera un ejercicio de distinción en su seno.

Finalmente, se puede ver que es la tensión que se muestra aquí entre


estas dos formaciones simbólicas, articuladas en sus respectivos contextos
sociales, es la tensión que permite develar la teoría del reconocimiento en
este caso: la construcción de una colectividad de trabajo que lucha por
visibilizarse en su entorno socio-laboral y resistir al agravio moral,
construyendo para ello diversos discursos y prácticas que la situarían como
una esfera de solidaridad o valor social, articulándose para ello, de forma
compleja, tanto las formas de reconocimiento, vistas desde la dinámica de la
lucha y la disyunción del reconocimiento, como los modos de alienación y
reificación.

228
VII. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

En relación con la pregunta y los objetivos planteados para esta


investigación, se establecen las siguientes conclusiones generales, las
cuales abordan la discusión de las implicancias teórico-prácticas de las
formas de reconocimiento descritas, las limitaciones del presente estudio y
las preguntas que se proyectan a partir de éste de cara a futuras pesquisas
empíricas y con respecto al escenario laboral explorado.

En cuanto a las formas de reconocimiento identificadas, se discutirá en


primer término cómo éstas dan cuenta de la relación entre subjetividad y el
mundo del trabajo contemporáneo, particularmente dentro de la industria del
retail y el sector supermercadista en Santiago de Chile, y posteriormente, en
el modo en que aquellas amplían y tensionan el marco analítico de la teoría
del reconocimiento, en especial la versión que elabora de esta Axel Honneth.

De este modo, el marco conclusivo de la presente investigación se


estructurará en cinco puntos: i) conclusiones sobre las formas de
reconocimiento intersubjetivas; ii) conclusiones sobre las formas de
reconocimiento de la dimensión enajenación-subjetivación; iii) las demandas
de reconocimiento que las cajeras formulan a diversos agentes tanto internos
como externos a los grandes supermercados; iv) las limitaciones y
proyecciones de la presente investigación, y finalmente, v) una discusión
sobre las formas de reconocimiento en relación al problema de investigación
y al contexto laboral a partir del cual éstas fueron reconstruidas.

(i)
En primer lugar, con respecto a las formas de reconocimiento
intersubjetivas, se reitera algo ya insinuado en el análisis, referente a que las
formas de valoración positiva vinculadas al mérito, así como las

229
correspondientes a la valoración de un marco básico de derechos en el
trabajo presentes en los discursos de las cajeras –tales como solidaridades
grupales, contratos laborales indefinidos, espacios de asociación sindical,
etcétera-, muestran que ellas se ven reconocidas en prácticas laborales más
ligadas a los imaginarios colectivistas del trabajo, los cuales perviven aún en
este tipo de empresas y escenarios laborales a pesar de las
reestructuraciones modernizantes y las lógicas flexibles e individualizadoras
de gestión de los recursos humanos que ha experimentado y aún
experimenta el rubro supermercadista en Chile. Por tanto, y más allá de que
las cajeras también puedan valorar algunos aspectos de la gestión flexible
como las bonificaciones monetarias, por lo general, éstas se sentirían más
reconocidas en el trabajo bajo lógicas que siguen el modelo del aprecio
(Honneth, 2006; Schweinger, 2010; Voswinkler, Genet & Renault, 2007).

Este resultado es concordante con el de otras investigaciones efectuadas


en torno a identidades laborales y formas de sociabilidad tanto en el ámbito
del supermercadismo y el retail en Chile como en otros contextos culturales,
en el sentido de mostrar que los trabajadores de rubros similares al de los
operarios de caja se sienten reconocidos en entornos laborales que aún
presentan los idearios, las solidaridades, las carreras y los sistemas de
protección más propios de la época fordista del capitalismo (Dubar, 2002;
Godoy, Stecher, Toro & Díaz, 2014; Stecher, 2012; Voswinkler, 2012).

De modo inverso, la combinatoria de las lógicas de gestión de corte neo-


taylorista y flexibles con las prácticas culturales de sociabilidad de corte
verticalista, son las principales fuentes de los agravios morales que las
cajeras afirman experimentar cotidianamente en sus trabajos. Con respecto
al modo específico en que las lógicas modernizantes del trabajo afectan al
reconocimiento, podría afirmarse, siguiendo tanto a Holgreve como a
Voswinkler, que el caso de las cajeras de grandes supermercados es otro
ejemplo de cómo las formas de reconocimiento del aprecio corren el riesgo

230
de volverse cada vez más anacrónicas en un escenario laboral que
fragmenta constantemente al trabajo y a sus formas de evaluación, y que, al
mismo tiempo, entroniza el criterio de logro individualista de la admiración
(Holgrave, 2001; Voswinkler, 2012; Voswinkler, Genet & Renault, 2007). Ello
lleva incluso a que el propio aprecio –es decir, cumplir adecuadamente el
trabajo rutinario- se trastoque en una forma de desprecio al no adecuarse a
la lógica del logro sobresaliente e individual hegemonizada por el sistema
administrativo del trabajo, al cuales, además, se rigen por preceptos más
ligados al éxito de ventas más que a la ejecución adecuada de un rol
(Holgreve, 2001; Hartmann & Honneth, 2009; Voswinkler, 2012). La
problemática que implica la admiración es concordante con la lectura que
efectúa Vincent de Gaulejac del estatuto paradójico que tiene el éxito en el
trabajo contemporáneo, puesto que si éste es medido contantemente bajo
los estándares de la “excelencia”, finalmente deja de ser un objetivo
plenamente alcanzable en la medida que el desempeño concreto se compara
con un ideal puesto siempre más allá incluso de un resultado técnicamente
adecuado (De Gaulejac, 2005; Aubert & De Gaulejac, 1993).

En segundo lugar, así como se identificaron contenidos para las formas


de reconocimiento intersubjetivas, también se expuso en los resultados que
éstas presentaban dinámicas diversas, las cuales respondían tanto al modelo
recíproco de Honneth, como a modos de reconocimiento que no seguían en
términos estrictos este patrón. En particular, aquí nos referimos al modelo de
auto-reconocimiento y ausencia de hétero-reconocimiento.

En cuanto al modo en que esta última dinámica de reconocimiento


intersubjetivo dialoga y altera el marco de la teoría honnethiana, se concluye
que lo hace de dos modos: por una parte, si bien esta dinámica es contraria
al marco original propuesto por Honneth en torno a la reciprocidad, sí
prosigue la dirección teórica que este autor ha trazado en los últimos años de
ampliar el marco de formas de desprecio que puede sufrir un agente social

231
de orden individual o colectivo; por ejemplo, hablar de la invisibilidad
(Honneth, 2011) o de diversas formas de patología social (Basaure, 2011;
Honneth, 2006, 2007). Por otra parte, estas formas de reconocimiento
intersubjetivo basados en el patrón de auto-reconocimiento e invisibilidad
social, pueden ser leídas como una complejización de la noción honnethiana
de lucha social, puesto que si bien se comparte con el filósofo de Frankfort el
planteamiento de posicionar al conflicto como el dinamizador del desarrollo
moral de las sociedades, ello no deriva necesariamente en sostener un
modelo de conflictividad como proceso meramente reivindicativo. De este
modo, aquí comulgamos con lo establecido por Emmanuel Renault, con
respecto a que el reconocimiento social no siempre sigue un modelo
estrictamente agonístico, por lo cual formas de alianza, sincretismos u otras
dinámicas intergrupales pueden perfectamente coexistir como momentos
dentro de una dinámica general de lucha por el reconocimiento (Renault,
2007 b).

( ii )
En segundo lugar, con respecto a la dimensión del reconocimiento
denominada como subjetivación-alienación, se establecen tres conclusiones
específicas. Primeramente, se afirma la pertinencia analítica de la distinción
entre alienación y reificación para vislumbrar aspectos distintos de la
cosificación que un agente o grupo pueden experimentar en un contexto
laboral, tal como ha sido destacado por distintos cientistas sociales dentro
del campo del reconocimiento del trabajo, enfatizando, por tanto, la
importancia que los elementos socio-estructurales y materiales poseen con
respecto a las lógicas de valoración moral de las necesidades, cualidades y
estatus de los sujetos en el campo laboral (Angella, 2016; Connolly, 2016;
Deranty, 2007; Haber, 2009).

Al respecto, creemos que la fecundidad que un precepto de investigación


como el propuesto puede tener, quedó mostrada mediante la noción de

232
metaformación de reconocimiento, constructo utilizado como herramienta de
análisis para el caso particular de las cajeras de grandes supermercados, al
mostrar el modo en que diversas formas y registros de reconocimiento se
sitúan en un contexto social y material determinado como es este escenario
laboral, bosquejando los modos complejos en los cuales pueden presentarse
las formas de reconocimiento en el trabajo.

En segundo término, se concluye, concordando con Jean-Philippe


Deranty (2012) -quien, por su parte, argumenta conciliando en este punto a
Honneth con Marx- que las formas de reconocimiento que experimentan los
sujetos en sus trabajos dependen tanto de la construcción de habilidades y la
apropiación de su propia obra como de los criterios de solidaridad con los
cuales el grupo valora su actividad. Ello permite dar cuenta de uno de los
hallazgos principales de este estudio: el gesto dual de las cajeras de
reconocerse a sí mismas tanto por medio del establecimiento de criterios
normativos de solidaridad para su grupo, como por medio del establecimiento
de reglas de oficio emanadas directamente de la práctica de su trabajo. Si
atendemos esta última apreciación en cuanto a la implicancia que puede
tener para el modelo honnethiano, se podría sostener la tesis de que las
formas de reconocimiento del mérito y del trabajo no sólo no son
incompatibles entre sí, sino que constituyen dos momentos necesarios de un
solo proceso que el propio Axel Honneth no toma mayormente en
consideración, pero que es vital en relación a la tercera esfera del
reconocimiento: los procesos socio-simbólicos y materiales mismos de
construcción de las esferas de valor social.

En términos globales, considerando los resultados del caso revisado, así


como la convergencia de las esferas normativas y socio-estructurales
propuesta como marco para la teoría del reconocimiento en el trabajo, se
enuncia la siguiente conclusión sobre este punto: el rol de cajeras de
supermercado es una esfera de valor social que se constituye como tal en

233
función de que un conjunto de trabajadoras, situadas en determinado
escenario laboral, movilizando diversos recursos simbólicos y capitales
culturales, y que además se encuentran en relaciones mayormente
agonísticas y/o consensuadas con otros colectivos sociales y laborales,
establecen tanto una base normativa de mérito para su labor, como una
definición propia de su práctica, la cual la posiciona como un oficio más allá
de las prescripciones instrumentales definidas para aquel rol por parte de los
sistemas administrativos operativos para su función.

La tesis de la construcción de esferas de valor no implica, por otra parte,


que dicha colectividad sea siempre homogénea y no se den en su interior,
por tanto, tensiones, luchas de poder, y dinámicas de reconocimiento y
desprecio diversas. Precisamente, como se mostró a través de las dos
metaformaciones del reconocimiento elaboradas, las imbricaciones de las
formas de reconocimiento en un grupo concreto situado en un contexto
laboral específico, son de carácter complejo, ya que en éstos convergen no
sólo las características del contexto actual de trabajo, sino los tipos de
trayectorias particulares de sus sujetos, produciéndose por tanto una interfaz
interpretativa por parte de los agentes en el modo en que las esferas del
reconocimiento son experimentadas (Tello, 2011). No obstante, puede
apreciarse que los colectivos de trabajo, considerados como esferas de
valor, aún en su falta de homogeneidad interna, se yerguen para los sujetos
en una matriz de sentido para, por ejemplo, diversas matrices de identidades
laborales que pueden verse, desde un ángulo más individualizado de análisis
–por ejemplo una perspectiva narrativa-, como separadas y distintas, tales
como los sentidos del trabajo como un oficio y los sentidos del trabajo
construidos desde referentes extra-laborales (Stecher, 2012; 2014).

Si se asocia la idea de esfera de valor con algún otro constructo


psicosocial, puede cotejarse su convergencia teórica con la noción de
identidades colectivas que sostienen Revilla, Pericacho & Tovar (2015), en

234
virtud de que, al igual que la noción honnethina, éstas actúan como una
forma de identificación común que surge desde la praxis de sujetos que
comparten una cultura y diversos intereses, oponiéndose a otros grupos que
comparten un mismo campo social, tal como expresa el sentido del trabajo
que construyen las cajeras de grandes supermercados en oposición al de
jefaturas y clientes. Sin embargo, si se atiende lo que precisamente nos
muestra este ejemplo, puede señalarse que la noción de esfera de valor que
se esfuerza por presentar acá, a diferencia de lo que señalan los autores
aludidos, se acerca más a preceptos marxistas, puesto que ésta sí se
constituye desde el trabajo común ejercido, siempre y cuando se entienda a
éste como un trabajo no prescrito, tal como lo hace, por ejemplo, la
perspectiva psicodinámica de Christophe Dejours (2013 b).

Finalmente, para volver a los planteamientos honnethianos, si bien, como


se señaló, este autor no atiende mayormente a los procesos concretos y
situados de construcción de las esferas de valor social, en los cuales
convergen y se imbrican procesos socio-simbólicos y contextuales, sus
aportes sí son un fermento para esta noción, en particular si se consideran
sus reflexiones sobre lo que él denomina como comunidades
postradicionales, es decir las esferas de reconocimiento del mérito en el
contexto de la modernidad tardía y la radicalización de los procesos de
individuación (Honneth, 2009).

Por tanto, la noción de construcción de esferas de valor puede ser


considerada como una hipótesis de trabajo general para analizar e investigar
empíricamente la pertinencia de una teoría del reconocimiento que atienda la
praxis laboral por parte de los estudios psicosociales del trabajo. En este
sentido, este marco puede ser complementario a la perspectiva del trabajo y
del reconocimiento de la psicodinámica del trabajo (Angella, 2016; Dejours,
2012, 2013 b; Deranty, 2007), así como de las perspectivas que estudian los
aspectos colectivos de las identidades laborales (Battistini, 2004; Dubar,

235
2002; Stecher, 2012). Por su parte, para el marco más general de los
estudios psicosociales del trabajo, la noción de esfera de valor puede ser una
forma de re-visitar la dimensión de oficio de todo trabajo y cómo esta se
expresa en el marco fragmentador de labores y colectivos del postfordismo.
Esta idea está volviendo a ser considerada -además del citado Dejours- por
Richard Sennett en sus obras más recientes sobre cultura materia y trabajo
colaborativo (Sennett, 2009; 2014).

Como tercera conclusión específica de este apartado, se hará referencia


al propuesto carácter dimensionalidad y estratégico que puede tener la
reificación. En el caso de las cajeras de grandes supermercados, se observó
que el estatus de los modos de reificación no es homogéneamente negativo,
ya que éstos pueden, en efecto, actuar como cajas de resonancia de los
agravios morales sufridos en este puesto –el desprecio que viven las cajeras
se basa en formas de reificación, como en el caso de los clientes- o también
pueden erigirse, como en el caso del discurso de la cajera como una “mujer-
madre”, como una elaboración defensiva del grupo y un elemento simbólico-
estratégico de lucha reivindicativa.

Por tanto, la afirmación de una modalidad dimensional-estratégica de la


reificación es quizás la tesis teórica más particular de esta investigación y se
piensa que existen suficientes avales en los discursos de las cajeras para
erigirla como una conclusión. No obstante, creemos que discutir de forma
más detallada sobre las implicancias que tiene una visión dimensionalizada y
estratégica de la reificación necesariamente implica colegir si dicho ejercicio
es operativo para comprender en particular a la propia alienación en el
trabajo, puesto que ambos fenómenos tienden a ser relacionados en las
discusiones actuales sobre la cosificación social (Haber, 2009; Pérez, 2001;
Renault, 2009).

236
Aunque podría darse a la anterior interrogante –si la alienación también
puede ser comprendida desde esta visión- una tentativa respuesta afirmativa,
creemos que estamos lejos aquí de poder sostener una argumentación más
detallada respecto a este tema, ya que ello no sólo implicaría profundizar en
los actuales debates que se están dando en el campo de la teoría social en
torno al estatuto de la alienación como clave analítico-crítica de las
sociedades contemporáneas (Haber, 2009; Ollman, 2012; Renault, 2009),
sino alejarnos del tema central de la tesis, que es visualizar estos fenómenos
desde la teoría del reconocimiento. De este modo, por el momento, se
concluirá aquí afirmando que la teoría del reconocimiento en el trabajo y los
estudios psicosociales del trabajo contemporáneo se ven beneficiados por la
inclusión de una perspectiva analítica de los fenómenos de la alienación, y
que para llevar a cabo pesquisas empíricas fundamentadas desde esta
concepción se requiere no sólo atender a las consideraciones marxistas
clásicas sobre este fenómeno, sino a la actualizada discusión que se está
dando en torno a aquella noción en el campo crítico de los estudios del
trabajo (Angella, 2016; Haber, 2009; Renault, 2009).

( iii )

En tercer lugar, se discutirá las demandas de reconocimiento formuladas


discursivamente por las cajeras. Ya han sido comentadas las demandas de
reconocimiento formuladas a clientes y jefaturas: a los clientes, se les
demanda un tipo de reconocimiento de respeto o igualdad de trato -vinculado
a la esfera del derecho en Honneth-, mientras que a la administración de los
supermercados se les demanda visibilidad –reconocimiento, por su parte,
desde la esfera del amor-.

Ahora, podría sostenerse, en virtud de los análisis efectuados, que las


cajeras formulan dos conjuntos más de demandas. Por un lado, a los cajeros
más jóvenes y/o “nuevos” se les demanda cuidado y dedicación por su

237
trabajo y a las jefaturas directas se les demanda visualizar el trabajo de cajas
como un oficio; por otra parte, a sus propias familias y por extensión a toda la
sociedad, se les demanda una mayor consideración del sacrificio que
realizan las cajeras fuera de sus hogares, sometidas a las lógicas de la doble
presencia o la doble carga de labores entre el trabajo y la familia.

Si observa este conjunto de demandas, vemos que siguen dos lógicas


normativas distintas, correspondientes a si se articulan con respecto a
agentes internos de su trabajo o frente a agentes exógenos a éste. Por un
lado, a los agentes del supermercado se les demanda en conjunto
reconocimiento desde una lógica tradicionalista de aprecio, ya que,
nuevamente, se trata de que mantener un mundo colectivo de trabajo que se
ve desafiado ya sea por las formas de trabajo de los “nuevos” cajeros, así
como por la invisibilidad de su labor para los jerarcas de las tiendas, pero en
ningún momento se trata de romper completamente el marco de relaciones
de poder establecidos en los supermercados.

Esta lógica colectivista de demanda de reconocimiento es compatible


con la función defensiva que Dubar le adjudica a este tipo de formaciones
simbólicas, ya que, efectivamente, ésta se yergue discursivamente, como se
señaló anteriormente, como una forma de resistencia frente a la amenaza de
obsolescencia de su puesto de trabajo, ya sea por la automización del
servicio de cajas o desde la contratación de operarios part-time que
liquidarían el oficio de atención a público (Dubar, 2002).

Por otra parte, podríamos decir que a la sociedad se le formula una


demanda de reconocimiento que se posiciona mayormente desde la igualdad
de trato, lo cual la acerca a las lógicas de búsqueda de democratización de
las relaciones sociales que se ha producido en el país de la cual nos hablan
Araujo y Martuccelli (2012) y, desde una visión normativa, a un entorno
cultural mayormente individualizado para las mujeres (PNUD, 2009).

238
Las conclusiones que podrían formularse a partir de estas dos lógicas de
demandas de reconocimiento, es, por un lado, desde la perspectiva de
género, que a pesar del mayor grado de individuación social femenina, la
cual se evidencia en la mayor presencia de las mujeres en el ámbito
productivo y un relajamiento de los contratos de genero tradicionales, aún
dentro del mundo del trabajo perviven barreras para que las mujeres logren
una mayor emancipación, dado que ellas asumen que hay una barrera de
poder que limita sus expectativas de reconocimiento. De ahí, por ejemplo, la
demanda de visibilidad dirigida a la administración de los supermercados, la
cual, como se acotó, mantiene la verticalidad, lo cual incluso puede asociarse
a una legitimación de los marcos culturales de sociabilidad hacendal
descritos anteriormente, dados el carácter sexista del referente “otro” a que
las cajeras apelan. Por otro lado, dichas barreras que experimentan las
mujeres no sólo se deben a diferencias de poder, sino también a la
fragmentación de los colectivos sociales dentro de los escenarios laborales,
lo cual hace que en este caso, comparando a las cajeras de carrera con los
“novatos”, las lógicas de aprecio no sólo se constituyan a partir de diferencias
de género sino también a partir de diferencias generacionales, hallazgo
compatible a lo que muestran otras investigaciones con respecto a los
sentidos diferenciados del trabajo en el retail en colectivos separados por
edad, procedencia económica, entre otros factores (Stecher, Godoy & Toro,
2010, 2012; Toro, Stecher & Godoy, 2012).

( iv )

En cuarto lugar, se dará cuenta de las limitaciones del presente estudio y


de los posibles modos de encararlas en futuras investigaciones. Al respecto
se sostiene que una primera limitación de la investigación efectuada tiene
relación con que, a pesar de que se consideró al contexto socio-material de
los supermercados, tal vez se pecó al generalizar juicios sobre elementos
como las modalidades de gestión, disposición material de locales, etcétera,

239
que, en rigor, no son iguales para todas las cadenas analizadas. Es por ello
que se cree que es necesario seguir la pesquisa empírica abordando casos
particulares de cadenas de supermercados, para poder determinar de modo
más fino las relaciones entre los elementos socio-estructurales y las
prácticas discursivas que vehiculizan las formas de reconocimiento en dichos
escenarios laborales.

Otra limitación del presente estudio tiene relación con no haber


especificado de mayor modo a los distintos estratos de cajeros dentro de los
grandes supermercados, ya que, como puede notarse, el grupo de cajeros
“nuevos” o “jóvenes”, si bien participaron en los grupos, su voz más bien
tiende a ser invisibilizada con respecto a la de las cajeras “de carrera”. Por
ello, sería interesante enfocar estudios en cajeros más jóvenes, esfuerzo que
es necesario además en el campo de los estudios psicosociales del trabajo
en general, dadas la escases de presencia de las voces y experiencias de
sujetos juveniles en este campo de investigación (véase al respecto Stecher,
2012; Godoy, Stecher, Toro & Díaz, 2014).

En seguida, aunque no del todo como una limitación sino más bien como
una alternativa de análisis, podría pensarse en la pertinencia metodológica
del análisis de discurso y de las metodologías grupales para analizar el
tópico de reconocimiento en el trabajo. Si bien el diseño de la investigación
posibilitó la emergencia de un discurso grupal, podrían explorarse
metodologías narrativas u otras para abordar aspectos del agravio moral que
pudiesen ser invisibilizados en las voces colectivas. Al respecto, Herzog &
Hernández argumentan que nuevos enfoques discursivos como los
derivados de la Sociología del Conocimiento o el análisis de dispositivos de
Bührmann & Schneider, pueden ayudar a visualizar en el discurso vivencias
más individuales de agravio, como las situaciones de “exclusión discursiva”,

240
que analizan estos autores (Herzog & Hernández, 2012). Asimismo, si se
trata de considerar la conjunción entre discursos y aspectos socio-
estructurales, en vez de una perspectiva como la de Potter & Wetherell,
podría ser quizás más pertinente un enfoque como el del análisis crítico del
discurso de Norman Fairclough (2003) o incluso perspectivas analíticas como
las derivadas de enfoques foucaultianos como el de Siegfred Jäger (2003),
que pretenden analizar discursos en conjunción con prácticas no discursivas.

Finalmente, se toma nota con respecto a que, si bien esta investigación


toma posición con respecto a la problemática de las relaciones entre mujeres
y trabajo productivo, nos encontramos lejos aquí de abordar todas las
implicancias que surgen de las heteronomías de género en el contexto
laboral, sobre todo considerando que constructos como los modos de
sociabilidad de género pudiesen haberse utilizado de manera más profunda
en el análisis. Al respecto, sería interesante en el futuro articular
investigaciones que abordasen la problemática del reconocimiento en el
trabajo directamente desde un marco de estudios feminista. Una pista al
respecto puede ser explorar la noción comentada de feminización cualitativa
del mundo del trabajo, en sus aspectos tanto de dominación como de
resistencia y subjetivación (Haraway, 2004; Morini, 2014), lo cual conllevaría
analizar a los escenarios laborales como campos de lucha social en los
cuales se dan tanto formas de dominación desde las prácticas domésticas
del cuidado, como lugares en donde también pueden movilizarse los saberes
del trabajo reproductivo para resistir a dichos modos de dominio,
nuevamente como muestra este caso. Esta pregunta, aunada a un marco
ampliado del reconocimiento como el propuesto en esta investigación, podría
consistir en explorar la construcción de esferas de valor social por parte de
las mujeres, como un analizador –como diría Rene Lourau- de las relaciones
entre la economía de los cuidados (Carrasco, 1999) y ámbito productivo en el
contexto de las sociedades neoliberales.

241
(v)

Finalmente, en quinto lugar, se establece una conclusión general con


respecto al sentido global de estas formas de reconocimiento con respecto
tanto al problema de investigación como al contexto socio-laboral en el cual
éstas tienen lugar.

Como se recordará, la investigación se articuló bajo la premisa de que


las formas de reconocimiento en la gran industria del retail se articulan sobre
el trasfondo problemático de las relaciones entre la modernización capitalista
de los escenarios laborales y la permanencia de patrones autoritarios de
relaciones sociales, en particular para las mujeres trabajadoras. Ahora,
considerando todos los análisis efectuados, se sostiene que el caso de las
cajeras de grandes supermercados efectivamente ilustra este desacople, lo
cual es compatible, en términos amplios, tal como se señaló, con la tesis
general del trasfondo autoritario sobre el cual se estructuraron los procesos
de modernización de las empresas chilenas que sostienen autores como
Ramos (2009), Stecher (2013) y Narbone (2012). En concreto, esto se
evidencia en que, para las mujeres consultadas, la atención de las cajas de
los supermercados sea un trabajo en el cual el agobio provocado por las
exigencias técnicas y la implicación subjetiva requerida, converja con las
experiencias de agravio derivadas de la atención a público y las relaciones
con jefaturas y otros operarios de estos locales.

No obstante, como se comentó más arriba, las condiciones más


“fordistas” del trabajo, es decir la estabilidad que brinda el puesto, junto con
el relativo estatus de la función de cajero al interior de estos locales, también
condicionan, sin determinar completamente, que las mujeres doten de
sentido su función, volviéndose ésta un elemento puntal de su identidad
social. Ello se expresa, como se afirmó, en la lógica de la construcción del

242
trabajo de cajeras de grandes supermercados como un oficio que mostró
esta investigación, lo cual también apoya el precepto del sentido
emancipador que aún puede mantener la esfera del ámbito productivo para
las mujeres que trabajan (Díaz, Godoy & Stecher, 2005).

Si se atiende a las condiciones de este escenario laboral en relación con


los sentidos que las mujeres entrevistadas les asignan de acuerdo con su
procedencia social y rol laboral, se puede concluir que la amalgama de
lógicas diversas de gestión, colectivos, formas de asociatividad e incluso de
generaciones y temporalidades que conviven al interior del supermercadismo
de la gran industria del retail, se expresa también en una diversidad de
formas de reconocimiento que, en sus valencia positivas, negativas e incluso
tal vez ambiguas, han permitido a las cajeras habitar y dotar de variados
sentidos a su experiencia en este rubro laboral, tal como dan testimonio de
ello las lógicas diversas de las metaformaciones de reconocimiento
construidas a partir de la amalgama entre discursos y aspectos contextuales.

Por esta razón, si se observan las condiciones materiales y socio-


simbólicas que confluyen en el puesto de cajera de grandes supermercados,
se puede finalmente concluir esta investigación respondiendo a la
interrogante que diversos trabajos, entre otros el de Godoy & Stecher (2008),
plantean con respecto a cómo el trabajo femenino en el retail puede ser a la
vez una fuente de identidad y un ámbito de explotación y agobio que invade
diversas esferas de la vida: las mujeres pueden subjetivar sus complejas
condiciones de su trabajo al erigir formas de reconocimiento que constituyen
su labor como una esfera de valoración social, en la cual ellas ejercen un
oficio, crean y optimizan habilidades, establecen formas de sociabilidad y
construyen normativas propias para su grupo, movilizando para ello
discursos y prácticas tanto del propio marco laboral, como de esferas del
ámbito reproductivo de la sociedad.

243
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252
ANEXOS

253
Anexo Nº 1: Guión de presentación de grupos de discusión

Libreto de inicio de los grupos:

- “Buenas tardes, muchas gracias por venir. Básicamente quiero que


ustedes me describan las condiciones de su trabajo, de la forma más
amplia posibles, es decir, desde las condiciones de su trabajo directo
en caja, las relaciones con otras personas, jefaturas, clientes,
etcétera, hasta las condiciones sociales, la imagen de su trabajo,
etcétera. Les doy la palabra”.

Preguntas complementarias:

- ¿Cómo se reconoce el mérito en su trabajo?


- ¿Qué podrías ustedes señalar con respecto a los derechos dentro del
supermercado?, ¿se cumplen, existen suficientes derechos en los
supermercados?

254
Anexo Nº 2: Pauta de observaciones de corte etnográfico a locales de
grandes cadenas de supermercados en Santiago de Chile

Tiempo promedio de observaciones: 1 hora 30 minutos.

Cadenas observadas: Líder, Tottus, Jumbo.

Temáticas de observación general:

- Distribución especial general del local: dimensiones, ubicación, locales


y servicios anexos.
- Observación de locales en distintos horarios: horario bajo, peak time y
fechas especiales (fiestas patrias, vísperas de año nuevo, etcétera).
- Morfología de puesto de cajas: cantidad y tipo de check-out (simple,
tándem, doble), número y composición etaria y de género de los/as
cajeros/as.
- Sistema de atención en caja: implementación de script o guión de
atención, tiempo promedio de atención en cajas, publicitación de
servicios anexos (pago de cuentas, solicitud de dinero para caridad,
etcétera) y problemas en la atención.
- Roles anexos al de cajero/a: Interacción con controles de caja,
jefaturas, otros cajeros, empaques.
- Detalles particulares de las cadenas: imagen corporativa, sistemas de
cajas especiales, uniformes, servicios dentro de los locales, servicio
de empaque.

255
Anexo Nº 3: Carta consentimiento para entrevistas grupales

Santiago, ___de______ de 2015.

CONSENTIMIENTO INFORMADO ENTREVISTA GRUPAL

Usted ha sido invitada a participar en la investigación titulada: “Sentidos sociales del


reconocimiento en el trabajo. Análisis de los discurso de cajeras de supermercado en
Santiago de Chile”, proyecto a cargo de Rodrigo Guerra Arrau, estudiante del Magister en
Psicología Social, mención en intervención psicosocial y evaluación de proyectos sociales de
la Universidad Alberto Hurtado, quien realiza esta investigación para obtener dicho grado
académico.

En la presente investigación, se busca describir y analizar los sentidos sociales del


reconocimiento -es decir, cómo se valora el propio trabajo tanto por parte de colegas como
de clientes, de la empresa y sociedad en general-, en el rubro de las cajeras de
supermercado, a fin de mostrar la incidencia de esta valoración en las experiencias
laborales, y en otros fenómenos subjetivos, tales como el bienestar y malestar en el trabajo.

En la presente investigación, se utilizará una metodología cualitativa, basada


fundamentalmente en la realización de entrevistas grupales, las cuales, en total,
involucrarán un número estimado de treinta personas.

Por ello es que se solicita su colaboración para participar en la siguiente entrevista grupal, la
cual pretende obtener información directa de las cajeras de supermercados seleccionados, y
que tiene una duración aproximada de noventa minutos.

Se expresa que toda la información que usted aporte durante esta entrevista será tratada
de manera absolutamente confidencial, de acuerdo a la ley 19.628 de 1999, sobre
protección de la vida privada o protección de datos de carácter personal. Esto significa que,
a la información generada en las entrevistas -la cual será registrada en una grabadora digital
para su posterior transcripción y análisis-, sólo tendrá acceso el investigador responsable del
proyecto. Por este medio también se asegura que no se dará a conocer la fuente de los

256
datos, salvo que ello sea exigido por alguna autoridad competente. Asimismo, se guardará
absoluto anonimato con respecto a tanto los locales involucrados en el estudio, como la
pertenencia de la entrevistada a alguno de ellos.

La información grabada en audio estará en posesión del investigador del proyecto por un
periodo mínimo de un año y un máximo de dos.

Esta investigación, además, es parte del proyecto FONDECYT Nº 11.130.095 denominado:


“Procesos de construcción de identidad en el trabajo en el Chile actual: El caso de los
trabajadores de tiendas de grandes empresas del retail. Aportes empíricos y conceptuales al
debate sobre trabajo e identidad en América Latina”, dirigido por el Dr. Antonio Stecher de
la Universidad Diego Portales. Por ello se solicita autorización expresa para contribuir con
este estudio de casos al mencionado proyecto FONDECYT, garantizándose, nuevamente, la
confidencialidad en la información recabada.

Se expresa, además, que su participación en la presente investigación es absolutamente


voluntaria y que usted, de igual forma, es libre de retirarse de ella en cualquier momento de
la entrevista, sin ningún tipo de requerimiento adicional.

Se declara al participante que la presente investigación no presentará riesgos para ninguna


entrevistada.

Por este medio, igualmente, se indica que no habrá pago de ningún tipo por la participación
en el estudio.

Finalmente, se señala que si usted siente de alguna forma vulnerados sus derechos en la
presente investigación, puede dirigirse al comité de ética de la Universidad Alberto Hurtado
(coniteetica@uahurtado.cl), ubicado en Almirante Barroso Nº 10, en la comuna de Santiago.

Nombre y firma del investigador responsable


____________________________________

Nombre y firma de participante


____________________________________

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