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Poder y desaparición - Pilar Calveiro

Las FFAA fueron adquiriendo un peso político propio y una autonomía relativa creciente. Cuando los grupos
económicamente poderosos del país perdieron la capacidad de controlar el sistema político y ganar
elecciones, las FFAA se constituyeron en el medio para acceder al gobierno a través de las asonadas
militares. Las FFAA se convirtieron en el núcleo duro y homogéneo del sistema, con capacidad para
representar y negociar con los sectores decisivos su acceso al gobierno.
Aliados:
- Gran burguesía agroexportadora
- Gran burguesía industrial
- K monopólico

Los golpes de Estado vienen de la sociedad y van hacia ella; la sociedad no es el genio maligno que los gesta
ni tampoco su víctima indefensa. Civiles y militares tejen la trama del poder, la cual no es homogénea;
reconoce fisuras, puntos y líneas de fuga.
Las FFAA asumieron el disciplinamiento de la sociedad para modelarla a su imagen y semejanza. Importancia
del orden, el cual, al ser más grave se difumina el lugar del que emana: la orden supone un proceso previo
de autorización. El miedo se una a la obligación de obedecer, reforzándola. Existe también un proceso de
burocratización: las acciones se fragmentan y las responsabilidades se diluyen.
Movimientos radicales: no se trató de un fenómeno marginal, sino que el foquismo y el uso de la violencia
pasaron a ser condiciones de estos movimientos. La concepción foquista adoptada por las organizaciones
armadas, al suponer que del accionar militar nacería la conciencia necesaria para iniciar una revolución
social, las llevó a deslizarse hacia una concepción crecientemente militar.
Desde la izquierda o el peronismo buscaban una sociedad mejor, la patria socialista: mayor justicia social,
mejor distribución de la riqueza, participación política. Pretendían ser la vanguardia de una Argentina más
incluyente.
La guerrilla había comenzado a reproducir en su interior, por lo menos en parte, el poder autoritario que
intentaba cuestionar. Había nacido como forma de resistencia y hostigamiento contra la estructura
monolítica militar pero ahora aspiraba a parecerse a ella y disputarle su lugar.
Durante 1975 y 1976, la guerrilla multiplicó las acciones armadas, aunque nunca alcanzó el número ni la
brutalidad del accionar paramilitar (nunca aplicó la tortura). Se desató entonces una verdadera escalada de
violencia entre la derecha y la izquierda, dentro y fuera del peronismo.
La guerrilla quedó atrapada tanto por la represión como por su propia dinámica y lógica internas; ambas la
condujeron a un aislamiento creciente de la sociedad. La guerrilla había llegado a un punto en que sabía más
cómo morir que cómo vivir o sobrevivir.
El poder es un multifacético mecanismo de represión. No hay poder sin represión pero, más que eso, la
represión es el alma misma del poder.
En el caso argentino, la presencia constante de la institución militar en la vida política muestra el carácter
violento de la dominación, que se exhibe como una amenaza perpetua. Ese poder se pretende como total.
Pero ese intento de la totalización no es más que una de las pretensiones del poder. Para describir la índole
específica de cada poder es necesario no sólo referirse a su núcleo duro sino a aquello que se le escapa, que
se le fuga de ese modelo pretendidamente total. La represión, el castigo se inscriben dentro de los
procedimientos del poder y reproducen sus técnicas, sus mecanismos. Hay que mostrar la cara negada del
poder.

Desaparición: es literal. Una persona que en determinado momento se esfuma, sin que quede constancia de
su vida o de su muerte. No hay cuerpo de la víctima, un cuerpo material que dé testimonio de lo hecho.
Apareció como forma de represión política en 1966. Se empezó a usar en 1974. AAA. Cuando se dio la orden
de aniquilar a la guerrilla en 1975, se inició una política institucional de desaparición de personas.
Campos de concentración/exterminio: instituciones ligadas a la desaparición como modalidad represiva.
Hicieron aparición estando en vigencia las instituciones democráticas y dentro de la administración peronista
de Isabel Martínez.
En 1976 dejaron de ser una modalidad de represión para convertirse en la modalidad represiva del poder.
Entre 1976 y 1982 funcionaron 340 campos de concentración/exterminio en 11 provincias. Se estima que
por ellos pasaron entre 15 y 20 mil personas. En estos rangos, las cifras dejan de ser una significación
humana. Los hombres se transforman en números constitutivos de una cantidad y así se pierde la noción de
que se está hablando de individuos. La misma masificación del fenómeno actúa deshumanizándolo,
convirtiéndolo en un problema de registro. TECNOLOGÍA REPRESIVA ADOPTADA NACIONAL Y
CENTRALIZADAMENTE.
La máquina de torturar, extraer información, aterrorizar y matar funcionó y cumplió inexorablemente su
círculo en el Ejército, la Marina, la Aeronáutica, las policías. Dentro de los campos se mantenía una
organización jerárquica, basada en líneas de mando, pero era una estructura que se superponía con la
preexistente. No obstante, se buscó intencionalmente una extensa participación de los cuadros en trabajos
represivos para ensuciar las manos de todos y comprometer personalmente al conjunto con la política
institucional.

Maquinaria represiva: división de tareas para que nadie se sintiera finalmente responsable. Apariencia de
un proceso burocrático. Todo era impersonal.
-Patotas: grupo operativo que realizaba la operación de secuestro de los prisioneros. El “blanco” llegaba
definido de manera que el grupo recibía la orden que indicaba a quién secuestrar y dónde. En general,
desconocían la razón del operativo, la supuesta importancia del “blanco” y su nivel de compromiso real o
hipotético con la subversión.
- Grupos de inteligencia: los que manejaban la información existente y de acuerdo con ella orientaban el
“interrogatorio” (tortura) para que fuera productivo, o sea, arrojara más información. Recibían al prisionero
ya reducido, golpeado y sin posibilidad de defensa. La práctica de la tortura ya estaba para entonces
profundamente arraigada. Como resultado, después de hacer hablar al prisionero, los oficiales de
inteligencia producían un informe que señalaba los datos obtenidos, la información que podía conducir a la
patota a nuevos blancos y su estimación del grado de peligrosidad y colaboración del chupado.
- Guardias: el detenido pasaba a ser uno más de los cuerpos que el aparato de vigilancia y mantenimiento
debía controlar. Los guardias no sabían quiénes eran los secuestrados ni por qué estaban ahí. No tenían
capacidad de decisión sobre su suerte. Sólo eran responsables de hacer cumplir unas normas que tampoco
ellos habían establecido. Todos ellos necesitaban creer que los chupados eran subversivos.
- Desaparecedores de cadáveres: una de las partes del proceso que más se desconocen. El personal del
campo inyectaba a los prisioneros con somníferos y los cargaba en camiones. El somnífero arrebataba a los
prisioneros su última posibilidad de resistencia pero también sus rasgos más elementales de humanidad: la
conciencia, el movimiento. Se arrojaban vivos al mar.
- Lenguaje: evitaba ciertas palabras reemplazándolas por otras. No se tortura, se interroga. No se mata, se
manda para arriba, se hace la boleta. No se secuestra, se chupa. No hay picanas, hay máquinas. No hay
asfixia, hay submarino. No hay masacres colectivas, hay traslados. Se evita toda humanidad del prisionero:
no se habla de personas, gente, hombres sino de bultos, paquetes, a lo sumo subversivos. Cumple el
objetivo tranquilizador que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad. Ayuda a
aliviar la responsabilidad del personal militar.

La vida entre la muerte: describe cómo eran los campos y la vida del prisionero dentro de ellos. En general,
los campos funcionaban dentro de una dependencia militar o policial. La población masiva de estos estaba
conformada por militantes de organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas políticos y sindicales
y por miembros de los grupos de ddhh.
Cuando el “chupado” llegaba al campo, casi invariablemente era sometido a tormento. Eran alojados en
compartimentos aislados. El prisionero perdía su nombre y se le asignaba un número. Estaban
permanentemente encapuchados o tabicados (ojos vendados”. Permanecían acostados o sentados y en
silencia, no podían hablar entre ellos. La comida era mala y la imprescindible.
El tormento fue la ceremonia iniciática en cada uno de los campos. La tortura era el instrumento para
arrancar la confesión. La función principal del tormento era la obtención de información operativamente útil
(periodo útil de entre 24 y 48hs). Si bien la tortura no es una novedad de los campos, la novedad en estos es
el uso de esta de forma irrestricta e ilimitada. El método principal de tortura fue la picana eléctrica.

Extraña coexistencia de lo legal y lo ilegal: las fuerzas represivas se identificaban a sí mismas como fuerzas
legales. Operaban con una estructura, un funcionamiento y una tecnología ilegal (secuestro, tortura,
muerte). Dichas técnicas no se hubieran podido aplicar desde a legalidad existente y de hecho el gobierno
militar nunca creó leyes que respaldaran la existencia de los campos. Las fuerzas legales eran los GT
clandestinos mientras que toda acción legal, como presentación de hábeas corpus, búsqueda de personas,
juicios, eran consideradas subversivas.
- Secreto: viene vinculado con la idea de legalidad. Lo que se esconde es parte de la centralidad del poder.
“Secretos que se deben saber, lo que es preciso decir como si no se dijera, pero que todos conocen”.

Lógica de los campos: los prisioneros no la alcanzaban a comprender, pero sin embargo, es constitutiva del
poder, de su racionalidad no admitida. Una racionalidad que incorpora lo esquizofrénico como sustancial.
Incongruencia entre las acciones de los secuestradores: que un médico visitara la ESMA todos los días era
contradictorio con la suposición de que los traslados implicaban la muerte. Llevaba al preso a pensar que era
cierta una cosa o la otra. Y si le daban vitaminas no iban a matarlo. Esta lógica perversa o falta aparente de
lógica dañó terriblemente a los secuestrados. Desde una concepción utilitarista se podría suponer que
prevenían epidemias que pudieran afectar a prisioneros todavía útiles o al propio personal. Algo semejante
pasaba con las mujeres embarazadas. Dificultaba la comprensión del destino final de madre e hijo. Hacían
creer que ambos vivirían o el bebé sería respetado. La realidad era otra: la madre solía ser ejecutada y el
bebé se enviaba a un orfanato, se daba en adopción o se entregaba a la familia. Quedaba así limpia la
conciencia de los secuestradores: mataban a quien debían matar. Sacerdotes tampoco exentos de los
campos y su lógica esquizofrénica: tranquilizar a las conciencias de los secuestradores y atormentar a los
secuestrados. La fragmentación que permitía funcionar a los desaparecedores, se iba adueñando de los
prisioneros. La superposición de contrarios de una manera incomprensible, el hecho de estar dentro de una
especie de útero cerrado por fuera de las leyes, del tiempo y el espacio, acentúa la sensación de que el
campo constituye una realidad aparente y total. Sin embargo, el campo está perfectamente instalado en el
centro de la sociedad; se nutre de ella y se derrama sobre ella. El hecho del campo como una realidad aparte
constituye una ilusión. El campo fue una extraña combinación de la eliminación del conflicto por la negación
(desaparición), eliminación (asesinato), separación y compartimiento para evitar que contamine (cárcel).

Lógica binaria: Las lógicas totalitarias son lógicas binarias que conciben el mundo como dos grandes campos
enfrentados: el propio y el ajeno. Lo diferente constituye un peligro amenazante. Doctrina de la Seguridad
Nacional: para los militares la Argentina estaba en guerra contra la subversión y pensar la situación en
términos bélicos los ponía en una situación profesional; la guerrilla lo pensaba como un ejército que
desafiaba a otro, ayudó a extender la ficción de una guerra popular contra un ejército imperialista.
Necesidad de la construcción de una otredad amenazante, extraño, perfectamente diferente a mí. Rasgos
tan poco significativos como la barba pueden llegar a identificar al otro. El otro para los militares era el
subversivo. Dada la vaguedad del concepto, cualquiera podía entrar en la categoría. El campo de
concentración formó parte de esta lógica ya que separa amigos de enemigos. Su objetivo es construir un
universo que normalice a las personas internadas en él. Una parte central de esta transformación consistía
en borrar en el hombre toda capacidad de resistencia.
La guerrilla había construido su arquetipo: los militares eran el brazo armado de una oligarquía cipaya. Eran
los gorilas. Practicaban un catolicismo rígido y convencional. Sin proponérselo, el campo, dispositivo binario
por excelencia, muchas veces ofreció un cierto espacio gris. Muchas veces se reconocía el ser humano en el
otro y así se reivindicaba la propia humanidad. Al humanizarse las relaciones, el otro se hace más real: se
desintegra el carácter demoníaco. Así se debilita el poder de los desaparecedores. Desde este punto de vista,
la teoría de los dos demonios no es más que otra forma de reproducir el pensamiento binario. Según esta
explicación, se pretende que la sociedad argentina fue agredida por dos engendros, extraños, ajenos.

El hombre: las capuchas que ocultaban los rostros, los números que negaban los nombres, etc. fueron
formas de escamotear la humanidad del prisionero. Pero hubo otras, de igual poder destructivo, que
tomaron la forma de la humillación y la animalización de los sujetos, como forma de negarles su condición
humana: obligar a las personas a exhibirse desnudas ante extraños, atarlos del cuello como perros, etc. La
intención es clara: retrotraer al sujeto a una existencia casi exclusivamente animal, una nuda vida.
Paralelamente, la dinámica del campo, al buscar la humillación de los secuestrados encontró el
denigramiento de su propio personal. Se trata de una maquina deshumanizadora de la víctima pero también
del victimario.
Para los prisioneros, el vínculo con el exterior solía ser la fuente de fuerza vital necesaria para resistir, esto
es, para preservar su humanidad. Esta primera recomposición del hombre también permite construir una
sociabilidad distinta a la que impone la institución. Puesto que el campo no puede constituirse como una
realidad sin fisuras, en medio de la aparente parálisis ocurrieron muchas cosas: los secuestrados
recuperaban su individualidad, inventaban actividades: el trabajo, el juego, la risa, fueron formas de defensa
del sujeto amenazado, y lentamente permitieron ir construyendo una red de relaciones.

Resistencia y fuga: existieron muchísimas formas de fugar del dispositivo concentratorio, no solamente el
escape físico, todas ellas asociadas con la preservación de la dignidad, la ruptura de la disciplina y la
transgresión de la normalidad, saboteando los objetivos del campo. El escape personal a las situaciones más
dolorosas, la risa que permite recuperar la humanidad, reinstalando cierto equilibrio, el engaño que invierte
el control de la situación, cooperación y resistencia, son todas formas de lo que la autora llama líneas de
fuga y resistencia. Todas ellas muestran que dentro del campo, a pesar del fantástico poder de
aniquilamiento que se despliega, el hombre encuentra resquicios.

Héroes, traidores y víctimas inocentes: pensar el campo de concentración como un universo de héroes y
traidores permite separarlo de lo social y hacer de él una realidad otra a la que no se pertenece, en la que se
debaten dos demonios, militares y guerrilleros, ajenos a una sociedad y a su vida cotidiana. La víctima
inocente es la figura perfectamente complementaria de esta explicación. Representa al que jamás debió
incluirse en el infierno porque no pertenecía a él. Hablar de víctimas inocentes implica suponer que hubo
otras cuya culpabilidad explica, aunque no necesariamente justifica, la existencia de los campos.

Ni cruzados ni monstruos: la existencia de los campos debe comprenderse como una acción institucional, no
como una aberración producto de un puñado de mentes enfermas o de hombres monstruosos. No se trató
de excesos ni de actos individuales sino de una política represiva perfectamente estructurada y normada
desde el Estado mismo. Los hombres concretos que hicieron funcionar esta maquinaria no eran más que
hombres comunes y corrientes. La mayoría de ellos se acercaba al perfil del burócrata mediocre y cruel,
capaz de cumplir cualquier orden dada su calidad de subordinado y dispuesto a sacar ventaja personal de la
situación.

Campos de concentración y sociedad: campo y sociedad son parte de una misma trama. El campo sólo
puede existir en medio de una sociedad que elige no ver, por su propia impotencia, una sociedad
“desaparecida”, tan anonadada como los secuestrados mismos. A su vez, la parálisis de la sociedad se
desprende directamente de la existencia de los campos: una y otros alimentan el dispositivo concentratorio
y son parte de él.

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