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“La clase alta, sin embargo, dueña del poder y de la riqueza, no se dio cuenta del peligro que

amenazaba el frágil equilibrio de su posición. Los ricos se divertían bailando el charlestón y los
nuevos ritmos el jazz, el fox-trot y unas cumbias de negros que eran una maravillosa
indecencia. Se renovaron los viajes en barco a Europa, que se habían suspendido durante los
cuatro años de guerra y se pusieron de moda otros a Nortameamérica. Llegó la novedad del
golf, que reunía a la mejor sociedad para golpear una pelotita con un palo, tal como doscientos
años antes hacían los indios en esos mismos lugares. Las damas se ponían collares de perlas
falsas hasta las rodillas y sombreros de bacinilla hundidos hasta las cejas, se habían cortado el
pelo como hombres y se pintaban como meretrices, habían suprimido el corsé y fumaban
pierna arriba. Los caballeros andaban deslumbrados por el invento de los coches
norteamericanos, que llegaban al país por la mañana y se vendían el mismo día por la tarde, a
pesar de que costaban una pequeña fortuna y no eran más que un estrépito de humo y tuercas
sueltas corriendo a velocidad suicida por unos caminos que fueron hechos para los caballos y
otras bestias naturales, pero en ningún caso para máquinas de fantasía. En las mesas de juego
se jugaban herencias y las riquezas fáciles de la posguerra, destapaban el champán, y llegó la
novedad de la cocaína para los más refinados y viciosos.”
Isabel Allende. La Casa de los Espíritus. Ed. Plaza y Janés. Barcelona, 1992.

“Hoy, todas nuestras operaciones se inspiran en estos dos principios: ningún hombre debe
tener que hacer más de una cosa; siempre que sea posible, ningún hombre debe tener que
pararse (...). El resultado neto de la aplicación de estos principios es reducir en el obrero la
necesidad de pensar y reducir sus movimientos al mínimo (...). El hombre no debe tener un
segundo menos de lo que necesita, ni un segundo más (...). El hombre que coloca una pieza no
la fija: la pieza no puede estar completamente fijada hasta que no intervengan más obreros. El
hombre que coloca un perno no coloca la tuerca. El hombre que coloca la tuerca no la
atornilla”.
Henry Ford, Mi vida y mi obra, 1925.

“… cada hombre tiene un área bien definida para las operaciones que tiene que desempeñar,
aunque sus límites son invisibles: tan pronto como un coche entra en el territorio de un
hombre, éste toma el soldador, el fundente, su martillo o su lima y pone manos a la obra. Unos
pocos golpes, una cuantas chispas, y la soldadura ha acabado, el coche ya se ha alejado unos
cuantos metros de su posición y el próximo coche está llegando al área de trabajo. Entonces el
obrero vuelve a empezar… A veces, si ha trabajado deprisa, tiene unos pocos segundos de
respiro antes de que llegue el siguiente coche: entonces lo aprovecha para descansar unos
instantes, o intensificar su esfuerzo y ‘remonta la cadena’ para ganar un poco de tiempo…, si,
por otro lado, el trabajo es demasiado lento, ‘va descendiendo’ de tal modo que se encuentra
progresivamente por detrás de su posición, realizando aún su trabajo cuando el siguiente
obrero ya ha iniciado el suyo. Entonces tiene que darse más prisa, tratando de retomar el
ritmo; y el lento movimiento, que a mí me parece que no es movimiento en absoluto, parece
tan desbocado como un torrente furioso que no puedes contener… en ocasiones en tan
terrible como ahogarse”
Obrero de la Citroën (Francia) citado por Giddens, 1997.

“Restituido a su dimensión social —el estado de la relación de fuerza entre clases tanto en el
taller como en la sociedad— el cronómetro (y los métodos de medición de tiempos y
movimientos que instaura) aparece como la avanzadilla de un ataque dirigido, no contra el
«trabajo» en general, sino contra la forma organizada y combativa de la clase obrera: el obrero
profesional de “oficio” y su sindicato. Lo que el cronómetro pretende romper, atacando la
confraternidad de los gremios, es la excelsa y avanzada Figura de la resistencia obrera,
condición de la primera industrialización, pero también principal obstáculo para la
acumulación del capital en gran escala. Porque el obrero profesional, apoyado en la eficacia de
su sindicato, llega a «regatear» elevadas tarifas e impone, con su manera de actuar, su propio
ritmo a la producción de mercancías. (…) Al sentar el proceso de trabajo sobre una base nueva,
«científica», el capital se halla en condiciones de imponer sus propios ritmos y normas a la
producción de mercancías, rompiendo así las trabas puestas a su expansión por el antiguo
orden del taller. Y cuando con Ford, la cadena de montaje viene a relevar a las técnicas
taylorianas de medición de los tiempos y movimientos y a someter el gesto del obrero a una
cadencia regulada, se hace posible un nuevo modo de consumo productivo de la fuerza de
trabajo. (…) En adelante, con el apoyo de la cinta transportadora y de la cadena de montaje, la
producción de mercancías en grandes serias y de mercancías estandarizadas se convierte en la
norma y la regla, suscitando la aparición de nuevas condiciones de producción en todas las
ramas. La nueva economía del tiempo, nacida en el taller de las nuevas tecnologías de control
y medición del trabajo, invade el mecanismo de conjunto de la producción social. Se asegura
así el paso a un nuevo modo de acumulación del capital: lo que se ha llamado el sistema de la
producción en masa.”
Coriat, Benjamin. El taller y el cronometro, 1993.

”Resulta, pues, sumamente ventajoso hacer que los mecanismos funcionen infatigablemente,
reduciendo al mínimo posible los intervalos de reposo: la perfección en la materia sería
trabajar siempre (...). Se ha introducido en el mismo taller a los dos sexos y a las tres edades
explotados en rivalidades, de frente y, si podemos hablar en estos términos, arrastrados sin
distinción por el motor mecánico hacia el trabajo prolongado, hacia el trabajo de día y de
noche, para acercarse cada vez más al movimiento perpetuo.”
Barón Dupon, Informe a la Cámara de París, 1847.

“En América, el montaje de las cerraduras se hace de la manera siguiente: se colocan en una
caja todas las piezas que componen la cerradura, la caja pasa ante una serie de obreras que
montan una pieza cada una y, al final de la serie, el montaje está terminado.”
Bulletin des usines Renault

“Para el montaje de los relojes o despertadores, se procede de otra manera. Cada obrera tiene
delante una caja que contiene las piezas que debe montar. La primera obrera ensambla una
pieza sobre la pieza principal, pasa el conjunto a su vecina, que monta una segunda pieza, y así
sucesivamente hasta llegar a la última, donde el reloj queda terminado.”
Bulletin des usines Renault

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