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DOCUMENTO 1: EL AUMENTO DE LA PRODUCCIÓN

Un tejedor manual muy bueno, de 25 a 30 años de edad, podría tejer por semana dos piezas de 9
octavos de tela de camisa, de 24 yardas de longitud cada una, y de una trama de 100 hilos por
pulgada.
En 1823 un tejedor de 15 años que atendiera dos telares mecánicos, podría tejer 7 piezas
semejantes en solo una semana. En 1826, un tejedor de 15 años, al frente de dos telares mecánicos
podría hilar por semana 12 piezas semejantes; y algunos podrían hacer hasta 15. En 1833, un
tejedor de 15 a 20 años, ayudado por una niña de 12 años, al frente de 4 telares mecánicos, podría
hilar en una semana 18 piezas de este tipo; y algunos increíblemente pueden llegar hasta 20.

Baines, Historia de la Manufactura de Gran Bretaña, 1835. Página 240.

DOCUMENTO 2: LA PASARELA DE LA MISERIA


Me situé en la calle Oxford de Manchester y observé a los obreros en el momento en que
abandonaban las fábricas, a las 12 en punto. Los niños, tenían casi todos, mal aspecto, eran
pequeños, enfermizos; iban descalzos y mal vestidos. Muchos no aparentaban tener más de 7 años.
Los hombres de 16 a 24 en general, ninguno de ellos de edad avanzada, estaban casi tan pálidos y
delgados como los niños. Las mujeres eran las que tenían apariencia más respetable, pero entre ellas
no vi ninguna que tuviera un aspecto lozano o bello. Vi, o creí ver una estirpe degenerada, seres
humanaos mal desarrollados y debilitados, hombres y mujeres que no llegarían a viejos, niños que
jamás serían adultos saludables. Era un triste espectáculo.

Turner Thakrah: Informe del médico, 1831 En: Jiménez, Historia Universal, Edit. Santillana, Santiago
1996, p.270.

DOCUMENTO 3: INFORME DE LA COMISIÓN FORMADA EN LA CAMARA DE LOS COMUNES


1806. (Encargada de estudiar la expansión de la industria lanera y los diferentes aspectos de la
Industrialización)

Con gran satisfacción, esta Comisión nombrada por ustedes, puede iniciar su relación informando que
la industria lanera ha ido poco a poco creciendo en casi todas las diversas partes de Inglaterra en las
que es practicada; hasta el punto de que, mientras que el consumo interior ha aumentado con el
crecimiento de la población y de la riqueza de nuestro país, las exportaciones de productos laneros
han alcanzado, en el cómputo oficial, la inmensa cifra de 6.000.000 de libras esterlinas o, en valor
real, de casi 8.000.000 de libras esterlinas.

Es universalmente conocido el rápido y milagroso desarrollo, en estos últimos años, de las industrias
y del comercio de este nuestro país, como son también conocidos los efectos de ese progreso sobre
la renta y sobre la fuerza de la nación; y si se consideran las causas inmediatas de ese incremento,
resultará claro que, después del favor de la providencia, deberá ser atribuido sobre todo al espíritu de
empresa y a la industriosa actividad difundidos en un pueblo libre e instruido, al cual se le ha
permitido ejercitar sin restricciones sus talentos en el empleo de un vasto capital; impulsando al
máximo el principio de la división del trabajo; poniendo en contribución todos los recursos de la
investigación científica y de la ingeniosidad mecánica; y, en fin, valiéndose de todos los beneficios a
extraer de las visitas a países extranjeros, no sólo para estrechar nuevas relaciones comerciales y
consolidar las antiguas, sino también para obtener conocimiento personal de las necesidades, del
gusto, de las costumbres, de los descubrimientos y de las mejoras técnicas, mediante hechos y
sugerencias traídos del extranjero, perfeccionar las industrias existentes, añadiendo otras nuevas a
nuestra producción de nuestra actividad industrial y comercial y adquiriendo fama de proveedores
especializados. Solamente así, hay que repetirlo, y sobre todo porque las máquinas han mejorado la
calidad y reducido el coste de fabricación de diversos artículos a exportar, solamente así nuestras
industrias y nuestro comercio han progresado. Se ha producido también un continuo crecimiento del
peso de los impuestos y un progresivo aumento de los precios de las mercancías y de los géneros de
mantenimiento, con repercusiones sin duda notables sobre los salarios. Pero con todo ello, el
incremento industrial y comercial ha superado los cálculos y las previsiones más de color de rosa de
los mejores publicistas...

VALERIO CASTRONOVO: La revolución industrial. Nova Terra, Barcelona, 1975. Págs. 121-122:
(En: Antonio Fernández, Historia del Mundo Contemporáneo, Vicens Vives, 1994. página 18)

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DOCUMENTO 4: EL TRABAJO DE LOS NIÑOS:
"En 1832, Elizabeth Bentley, que por entonces tenía 23 años, testificó ante un comité parlamentario
inglés sobre su niñez en una fábrica de lino. Había comenzado a la edad de 6 años, trabajando desde
las seis de la mañana hasta las siete de la tarde en temporada baja y de cinco de la mañana a nueve
de la noche durante los seis meses de mayor actividad en la fábrica. Tenía un descanso de 40
minutos a mediodía, y ese era el único de la jornada. Trabajaba retirando de la máquina las bobinas
llenas y reemplazándolas por otras vacías. Si se quedaba atrás, "era golpeada con una correa" y
aseguró que siempre le pegaban a la que terminaba en último lugar. A los diez años la trasladaron al
taller de cardado, donde el encargado usaba correas y cadenas para pegar a las niñas con el fin de
que estuvieran atentas a su trabajo. Le preguntaron ¿se llegaba a pegar a las niñas tanto para
dejarles marcas en la piel?, y ella contestó "Sí, muchas veces se les hacían marcas negras, pero sus
padres no se atrevían a ir a al encargado, por miedo a perder su trabajo". El trabajo en el taller de
cardado le descoyuntó los huesos de los brazos y se quedó "considerablemente deformada... a
consecuencias de este trabajo".

Fuente: Bonni Anderson, Historia de las mujeres: una historia propia, volumen 2, Editorial Crítica,
Barcelona, 1991, Pág. 287- 288

DOCUMENTO 5: EL TRABAJADOR PARA LOS BURGUESES:


“La posesión de una vaca o dos vacas, un cerdo, unos cuantos gansos eleva en su concepto al
campesino sobre sus hermanos de igual condición social….vagando tras su ganado, adquiere el
hábito de la indolencia…El trabajo diario se hace desagradable; la aversión aumewnta con el
abandono; y al final, la venta de un terreno o un cochinillo, le proporciona ocasión de añadir
intemperancia a la holgazanería. La venta de la vaca se produce muy a menudo, y su miserable y
ocioso poseedor, mal dispuesto a reanudar su ritmo diario y regular del trabajo, del que antes obtenía
sus medios de subsistencia… obtiene del comprador pobre un beneficio para el cual carecía de
títulos.”

Fuente: Informe de la Junta de Agricultura para Somerset, 1798. Citado en Hobsbawm Eric, La era de
la revolución, Editorial Crítica.

“La invención y el uso de la máquina de cardar lana, que tiene como consecuencia reducir la mano de
obra de la forma más inquietante produce (en los artesanos) el temor serio y justificado de
convertirse, ellos y sus familias, en una pesada carga para el Estado. Constatan que una sola
máquina, manejada por un adulto y mantenida por cinco o seis niños realiza tanto trabajo como treinta
hombres trabajando a mano según el método antiguo (...). La introducción de dicha máquina tendrá
como efecto casi inmediato privar de sus medios de vida a gran parte de los artesanos. Todos los
negocios serán acaparados por unos pocos empresarios poderosos y ricos (...). Las máquinas cuyo
uso los peticionarios lamentan se multiplican rápidamente por todo el reino y hacen sentir ya con
crueldad sus efectos: muchos de nosotros estamos ya sin trabajo y sin pan.”
Extraído del Diario de la Cámara de los Comunes, 1794.

“El obrero artesano, en general, comparte su trabajo con el maestro. Hay entre ellos relaciones de
igualdad. Algunas veces son amigos. Su trabajo, tal vez de más difícil ejecución que el nuestro, tiene
el aliciente de la variedad y el atractivo de la aprobación de los demás. Nuestro trabajo se verifica
bajo opuestas condiciones. Metidos en cuadras donde impera una severa disciplina, parecemos un
rebaño de esclavos sujetos a la vara del señor. Colocados junto a las máquinas, somos servidores de
éstas. Desde las cinco de la mañana hasta las siete y media de la tarde siempre hacemos lo mismo.
Para nosotros, lejos de ser el fabricante nuestro igual, es el ojo vigilante y el espía de nuestras
acciones. Nunca trabajamos bastante. Siempre descontento de nosotros, no podemos menos de ver
en él nuestro tirano.”

Escrito de un obrero (26 de junio de 1856). Extraído de “Los hiladores de Barcelona”, en


Historia de España, Ed. Labor, Vol. VIII.

El algodón entonces era siempre entregado a domicilio, crudo como estaba en bala, a las mujeres de
los hiladores, que lo escaldaban, lo repulían y dejaban a punto para la hilatura, y podían ganar ocho,
diez o doce chelines a la semana, aun cocinando y atendiendo a la familia. Pero en la actualidad

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nadie está empleado así, porque el algodón es abierto por una máquina accionada a vapor, llamada
el “diablo”; por lo que las mujeres de los hiladores están desocupadas, a menos que vayan a la
fábrica durante todo el día por pocos chelines, cuatro o cinco a la semana, a la par que los
muchachos. En otro tiempo, si un hombre no conseguía ponerse de acuerdo con el patrono, le
plantaba; y podía hacerse aceptar en otra parte. Pero pocos años han cambiado el aspecto de las
cosas. Han entrado en uso las máquinas de vapor y para adquirirlas y para construir edificios para
contenerlas junto con seiscientos o setecientos brazos, se requieren grandes sumas de capitales. La
fuerza-vapor produce un artículo más comerciable (aunque no mejor) que el que el pequeño maestro
artesano era capaz de producir al mismo precio: la consecuencia fue la ruina de éste último, y el
capitalista venido de la nada se gozó con su caída, porque era el único obstáculo existente entre él y
el control absoluto de la mano de obra (...).

Recuerdos de un hilador. Citado por Valerio Castronovo: La revolución industrial.

"Trabajo en el pozo de Gawber. No es muy cansado, pero trabajo sin luz y paso miedo. Voy a las
cuatro y a veces a las tres y media de la mañana, y salgo a las cinco y media de la tarde. No me
duermo nunca. A veces canto cuando hay luz, pero no en la oscuridad, entonces no me atrevo a
cantar. No me gusta estar en el pozo. Estoy medio dormida a veces cuando voy por la mañana. Voy a
escuela los domingos y aprendo a leer. (...) Me enseñan a rezar (...) He oído hablar de Jesucristo
muchas veces. No sé por qué vino a la tierra y no sé por qué murió, pero sé que descansaba su
cabeza sobre piedras. Prefiero, de lejos, ir a la escuela que estar en la mina."

Declaraciones de la niña Sarah Gooder, de ocho años de edad. Testimonio recogido por la
Comisión Ashley para el estudio de la situación en las minas, 1842.

"Tuve frecuentes oportunidades de ver gente saliendo de las fábricas y ocasionalmente atenderles
como pacientes. El pasado verano visité tres fábricas algodoneras con el Dr. Clough de Preston y con
el Sr. Baker de Manchester y no fuimos capaces de permanecer diez minutos en la fábrica sin
empezar a jadear por falta de aire. ¿Cómo es posible que quienes están condenados a permanecer
ahí doce o catorce horas lo soporten? Si tenemos en cuenta la temperatura del aire y su
contaminación no puedo llegar a concebir como los trabajadores pueden soportar el confinamiento
durante tan largo periodo de tiempo."

Declaraciones efectuados por el Dr. Ward de Manchester en una investigación sobre la salud
en las fábricas textiles en marzo de 1819.

“En esta fábrica trabajan mil quinientas personas, y más de la mitad tienen menos de quince años. La
mayoría de los niños están descalzos. El trabajo comienza a las cinco y media de la mañana y
termina a las siete de las tarde, con altos de media hora para el desayuno y una hora para la comida.
Los mecánicos tienen media hora para la merienda, pero no los niños ni los otros obreros (...).
Cuando estuve en Oxford Road, Manchester, observé la salida de los trabajadores cuando
abandonaban la fábrica a las doce de la mañana. Los niños, en su casi totalidad, tenían aspecto
enfermizo; eran pequeños, enclenques e iban descalzos. Muchos parecían no tener más de siete
años. Los hombres en su mayoría de dieciséis a veinticuatro años, estaban casi tan pálidos y
delgados como los niños. Las mujeres eran las de apariencia más saludable, aunque no vi ninguna de
aspecto lozano (...). Aquí vi, o creí ver, una raza degenerada, seres humanos achaparrados,
debilitados y depravados, hombres y mujeres que no llegarán a ancianos, niños que nunca serán
adultos sanos. Era un espectáculo lúgubre (...)”
Charles Turner Thackrah. Los efectos de los oficios, trabajos y profesiones, y de las
situaciones civiles y formas de vida, sobre la salud y la longevidad. 1832

"En la tarde del viernes, alrededor de las cuatro, un numeroso grupo de revoltosos atacó la fábrica de
tejidos pertenecientes a los señores Wroe y Duncroft, en West Houghton (...), y, encontrándola
desprotegida, pronto se apoderaron de ella. Inmediatamente la incendiaron y todo el edificio con su
valiosa maquinaria, tejidos, etc., fue completamente destruido. Los daños ocasionados son inmensos,
habiendo costado la fábrica sola 6.000 libras. La razón aducida para justificar este acto horrible es,
como en Middleton, el "tejido a vapor". A causa de este espantoso suceso, dos respetables familias
han sufrido un daño grave e irreparable y un gran número de pobres han quedado sin empleo. Los
revoltosos parecen dirigir su venganza contra toda clase de adelantos en las maquinarias". ¡Cuán
errados están! ¿Qué habría sido de este país sin tales adelantos?"

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Annual Register, 26 de abril de 1812.

El trabajador pobre, cuyo mundo y forma de vida tradicionales destruyó la Revolución Industrial, no
estaba conforme con la situación. El trabajo en una sociedad industrial es, en muchos aspectos,
completamente distinto del de una sociedad preindustrial. En primer lugar está desempeñado, sobre
todo, por el trabajo de los obreros, cuyo principal ingreso es su salario. Por otra parte, al trabajo
preindustrial lo hacen, fundamentalmente, familias con sus propias tierras de trabajo. […] En segundo
lugar, el trabajo industrial –mecanizado, de las fábricas– impone una rutina y monotonía
completamente diferentes de los ritmos del trabajo preindustrial que dependen de las estaciones o del
tiempo. Estas dos formas de trabajo coexistieron durante mucho tiempo e, incluso, en la actualidad
hay lugares en donde persiste el trabajo preindustrial.
En tercer lugar, el trabajo en la era industrial se realizaba cada vez más en los alrededores de las
grandes ciudades. ¡Qué ciudades! El humo flotaba continuamente, la mugre se impregnaba, y los
servicios de agua, los servicios sanitarios y los de limpieza de las calles no eran suficientes. Así, se
produjeron, sobre todo después de 1830, epidemias de cólera, fiebres tifoideas y enfermedades
respiratorias e intestinales.
Hobsbawm, Industria e Imperio, Barcelona, Ariel, 1977.

(…) dada la manera como se practica hoy día la fabricación de alfileres, no sólo la fabricación misma
constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos, la mayor parte de los cuales
también constituyen otros tantos oficios distintos. Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un
tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en
limar el extremo donde se va a colocar la cabeza: a su vez la confección de la cabeza requiere dos o
tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los alfileres, otro, y todavía es un
oficio distinto colocarlos en el papel. En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de
esta manera en unas dieciocho operaciones distintas, las cuales son desempeñadas en algunas
fábricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre desempeñe a veces dos
o tres operaciones.”
Smith, Adam. La riqueza de las naciones, 1776.

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