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DUGIN

¿Qué es la civilización? http://katehon.com/es/article/que-es-civilizacion

La exigencia de una definición más exacta


Esta exigencia surge del sentido fundamental de nuestra época, el cambio de la
modernidad a la postmodernidad, que afecta esencialmente a los campos semánticos y
las formas lingüísticas. Y, en la medida en que nos encontramos en la etapa de una
transición sin terminar, reina una confusión inconcebible en [nuestras] nociones:
algunos usan los términos acostumbrados en su antiguo sentido; otros, sintiendo la
necesidad del desplazamiento semántico, echan un vistazo al futuro (que aún no ha
llegado); algunos otros fantasean (quizás con un futuro cada vez más cercano o
simplemente cayendo en alucinaciones individualistas, irrelevantes); y hay quien fue
completamente confundido.
Cualquiera que sea el caso, para el uso correcto de los términos, especialmente los
términos clave, a los que, sin lugar a dudas, el concepto de civilización pertenece, hoy
es necesario llevar a cabo una deconstrucción, aunque sea elementalmente, trazando el
significado del contexto histórico y volviendo sobre los cambios semánticos básicos.
La “civilización” como una fase del desarrollo de las sociedades
El término “civilización” recibió amplia difusión en la época de la rápida evolución de
la teoría del progreso. Esta teoría procedió a partir de dos axiomas fundamentales,
paradigmáticos de la modernidad: el carácter progresivo y unidireccional del desarrollo
humano (de menos a más) y la universalidad del hombre como fenómeno. En este
contexto, la “civilización”, para H.L. Morgan, define la etapa en la que comienza “la
humanidad” (en el siglo XIX, todos creían de manera acrítica en la evidente existencia
de un concepto tal como el de “la humanidad”), después de la etapa de “barbarie”, que
mientras, a su vez, reemplaza a la etapa de “salvajismo”.
Los marxistas adoptaron fácilmente dicha interpretación de la civilización, reflejándola
en la teoría del cambio de las formaciones económicas. Según Morgan, Taylor y Engels
el “salvajismo” caracteriza a las tribus dedicadas a la recolección y los tipos de caza
primitivos. La “barbarie” se refiere a las sociedades sin escritura, ocupadas con los tipos
más simples de economía rural y ganadería, sin una clara división del trabajo o
desarrollo de instituciones socio-políticas. La “civilización” significa por sí mismo la
etapa de la aparición de las letras, las instituciones socio-políticas, las ciudades, la
artesanía, las mejoras tecnológicas, la división de la sociedad en clases, la aparición de
los sistemas teológicos y religiosos desarrollados. Las “civilizaciones” eran
consideradas como históricamente estables y capaces de ser preservadas; en desarrollo,
pero manteniendo características principales permanentes a lo largo de milenios (los
chinos, mesopotámicos, egipcios, indios, romanos).
La “civilización” y el “Imperio”
Sin embargo, junto con el significado de la fase puramente histórica en el concepto de
“civilización”, también se incluyó un sentido territorial, aunque menos explícitamente.
La “civilización” ofrecía un área bastante enorme de difusión; es decir, además de una
dimensión temporal considerable, se presumía una amplia difusión espacial [para
caracterizar una civilización]. En este sentido territorial, las fronteras del término
“civilización”, en parte, coincidieron con el significado de la palabra “imperio”,
“potencia mundial”. “Imperio” en un sentido tal de civilización no se refiría a la
peculiaridad de un arreglo político y administrativo, sino al hecho de la difusión de una
influencia activa e intensa, partiendo de los centros de civilización hacia el territorio
circundante, supuestamente poblado por “bárbaros” o “salvajes”. En otras palabras, en
el mismo concepto de “civilización” ya se puede vislumbrar el carácter de expansión y
exportación de influencia, característico de los “imperios” (antiguos y modernos).
La civilización y el tipo universal
La “civilización” elaboró un nuevo tipo universal, que difiere cualitativamente de los
modelos de las sociedades “bárbaras” o “salvajes”. Este tipo fue construido con más
frecuencia en la “globalización” de ese centro religioso y/o étnico-tribal que estuvo en
el origen de una civilización dada. Pero en el curso de esta “globalización”, es decir, a
través de la equiparación del modelo concreto étnico, socio-político y religioso a la
“norma universal”, tuvo lugar el proceso más importante, en el cual se trascendió el
propio ethnos, transfiriendo su tradición natural y orgánica, la mayoría de las veces
impartida inconscientemente, al rango de un sistema racional consciente y hecho por el
hombre. Los ciudadanos de Roma, incluso en las primeras etapas del Imperio, ya
diferían esencialmente de los residentes típicos del Latium, mientras que una variedad
de musulmanes, rezando en árabe, fue mucho más allá de las tribus beduinas de Arabia
y sus descendientes étnicos directos.
De esta manera, en el momento de la transición a la “civilización”, la antropología
social cambia cualitativamente: el hombre, pasando a la “civilización”, tenía una
identidad colectiva impresa en un cuerpo fijo de cultura espiritual, que se vio obligado a
asimilar en un cierto grado.
La “civilización” asumió una fuerza racional y volitiva por el lado del hombre que, a lo
largo del siglo XVII, después de Descartes, los filósofos comenzaron a llamar “el
sujeto”. Pero la necesidad de tal fuerza y la presencia de un modelo, abstraído y fijado
en la cultura, iguala, en cierta medida, tanto a los representantes de la etnia núcleo (de la
religión) situada en la base de la “civilización”, como a aquellos que terminaron en la
zona de influencia desde otros contextos étnicos. Adoptar las bases de la civilización era
cualitativamente más fácil que ser aceptado en una tribu, dado que para ello no existía la
exigencia de absorber orgánicamente los gigantescos depósitos de arquetipos
inconscientes, sino llevar a cabo una serie de operaciones lógicas, racionales.
Civilización y Cultura
En algunos contextos (dependiendo del país o del autor) en el siglo XIX el concepto de
“civilización” se identificaba con el concepto “cultura”. En otros casos se establecieron
relaciones jerárquicas entre ellos – con mayor frecuencia, lo cultural fue considerado
como el relleno espiritual de la civilización, mientras que “la civilización” significaba
propiamente la estructura formal de la sociedad, respondiendo a los puntos principales
de la definición.
Oswald Spengler, en su famoso libro “La decadencia de Occidente”, incluso contrastó la
“civilización” y la “cultura”, considerando la segunda una expresión del espíritu
orgánico y vital del hombre, pero la primera, un producto de la reflexión de ese espíritu
en los límites mecánicos y puramente técnicos. Según Spengler, la civilización es un
producto de la muerte cultural. Sin embargo, una observación tan perspicaz,
interpretando correctamente algunas de las cualidades de la civilización occidental
contemporánea, no recibió el reconocimiento general, y con más frecuencia hoy en día
los términos “civilización” y “cultura” se utilizan como sinónimos, aunque cada
investigador concreto puede tener su propia opinión sobre este punto.
El postmodernismo y el entendimiento sincrónico de la civilización
Incluso el estudio más superficial del significado del término “civilización”, muestra
que tratamos con un concepto saturado con el espíritu de la Ilustración, el progresismo y
el historicismo, que eran característicos de la época de la modernidad en su etapa
acrítica; es decir, hasta la reconsideración fundamental del siglo XX. La fe en el
desarrollo progresivo de la historia, en la universalidad de la trayectoria humana de
acuerdo con una lógica común de desarrollo desde el salvajismo a la civilización, fue la
característica distintiva del siglo XIX. Pero ya con Nietzsche y Freud, los llamados
“filósofos de la sospecha”, este axioma optimista comenzó a ponerse en duda. Y durante
un período del siglo XX, Heidegger, los existencialistas, los tradicionalistas, los
estructuralistas, y finalmente los posmodernistas, lo rompieron en pedazos.
En la posmodernidad, la crítica del optimismo histórico, el universalismo y el
historicismo adquirió un carácter sistemático y estableció las premisas doctrinales para
una revisión total del aparato conceptual de la filosofía europea occidental. Esta revisión
en sí misma todavía no se ha llevado a cabo hasta el final, pero lo que se ha hecho (por
Levi-Strauss, Barthes, Ricoeur, Foucault, Deleuze, Derrida, etc.) ya es suficiente para
convencer a uno de la imposibilidad de utilizar el diccionario de la modernidad sin una
deconstrucción exhaustiva y rigurosa. P. Ricoeur, que resume las tesis de los “filósofos
de la sospecha”, pinta el cuadro siguiente. El hombre y la sociedad del hombre consisten
en componentes racionales conscientes (el “kerigma”, según Bultmann; la
“superestructura”, según Marx; el “ego”, para Freud) e inconscientes (propiamente,
“estructuras” en la comprensión estructuralista; “bases” ; “la voluntad de poder”, de
Nietzsche; el “inconsciente”). Y aunque externamente parece que el camino del hombre
conduce directamente desde el cautiverio del inconsciente al reino de la razón, y que
esto representa exactamente el progreso y el contenido de la historia, de hecho, bajo un
escrutinio más cercano, se pone de manifiesto que el inconsciente (el “mito”) resulta
mucho más fuerte y, como antes, predetermina considerablemente el trabajo del
intelecto. Por otra parte, la razón misma y la actividad consciente, lógica, es casi
siempre nada más que una gigantesca obra de represión de impulsos inconscientes – en
otras palabras, una expresión de complejos, estrategias de desplazamiento, la sustitución
de la proyección, y así sucesivamente. En Marx, el inconsciente es interpretado por “las
fuerzas de producción” y las “relaciones laborales”.
En consecuencia, la “civilización” no se limita a eliminar el “salvajismo” y la
“barbarie”, superándolos totalmente, sino que en sí misma está construida precisamente
sobre territorios “salvajes” y “bárbaros”, que se trasladan a la esfera de lo inconsciente,
de los cuales no sólo no hay por donde escapar, sino que, por el contrario, adquieren un
poder ilimitado sobre el hombre, en gran medida, precisamente porque se cree que han
sido “superados” e incluso que son “inexistentes”. Por esto se explica la notable
diferencia entre las prácticas históricas de narodi [pueblos] y sociedades, llenas de
guerra, opresión, crueldad, arrebatos salvajes de terror, abundando en el agravamiento
de los trastornos psicológicos, y las pretensiones de la razón de una existencia
armoniosa, pacífica e ilustrada a la sombra del progreso y el desarrollo. A este respecto,
la era moderna no sólo no es una excepción, sino también el pico de la intensificación
de esta discrepancia entre las pretensiones de la razón y la sangrienta realidad de las
guerras mundiales, la limpieza étnica y los genocidios en masa de razas enteras
y narodi sin precedentes históricos. Y para la satisfacción del “salvajismo” se emplean
los medios técnicos más perfectos inventados por la “civilización”, hasta llegar a las
armas de destrucción masiva.
De este modo, la tradición crítica, el estructuralismo y la filosofía de la posmodernidad
le fuerzan a uno a pasar de la interpretación principalmente diacrónica (por etapas) de la
“civilización”, que era la norma para el siglo XIX, y que por inercia sigue siendo de uso
generalizado, a la sincrónica. La sincrónica asume que la civilización viene, no en lugar
del “salvajismo” o de la “barbarie”, no después de ellos, sino junto a ellos, y que sigue
coexistiendo con ellos. Uno puede imaginar la “civilización” como el numerador, y el
“salvajismo”/la “barbarie”, como el denominador de una fracción condicional. La
“civilización” afecta a la conciencia, pero el inconsciente, a través del incesante “trabajo
de los sueños” (S. Freud), malinterpreta constantemente todo a su favor. El “salvajismo”
es lo que explica la “civilización”, y es la clave para ello. Resulta que el hombre [es
decir: la humanidad] se apresuró a declarar la “civilización” como algo que ya ocurrió
realmente, mientras que sigue siendo no más que un plan incompleto, que
constantemente sufre perturbaciones bajo el ataque de las astutas energías del
inconsciente (sin embargo, podríamos entenderlo: como nietzscheana “voluntad de
poder”, o psicoanalíticamente).
La deconstrucción de la “civilización”
¿Como se puede aplicar en la práctica el enfoque estructuralista de la deconstrucción del
concepto de “civilización”? En cumplimiento con la lógica general de esta operación, se
debe someter a duda su irreversibilidad y su novedad, que constituyen las características
básicas de la “civilización”, en contraste con el “salvajismo” y la “barbarie”.
La principal característica de la “civilización” a menudo se piensa que es la
universalidad inclusiva; es decir, la apertura teórica del código de civilización para
aquellos que quieran unirse a ella desde el exterior. La universalidad inclusiva es a
primera vista la antítesis completa de la particularidad exclusiva, característica de las
sociedades tribales y ancestrales de la época “pre-civilizacional”. Pero las pretensiones
históricas de la civilización a la universalidad – el ecumenismo, y, correlativamente, la
singularidad – son constantemente empujadas contra el hecho de que, además de las
naciones “bárbaras”, más allá de las fronteras de una “civilización” tal, existían otras
civilizaciones, con sus propias únicas y diferentes variantes de “universalismo”. En este
caso, aparece una contradicción lógica antes de la “civilización”: o bien hay que admitir
que la pretensión de universalidad resulta infundada, o uno debe incluir a la otra
civilización en la categoría de los bárbaros.
Aún reconociendo la falta de fundamento, pueden seguirse diversas decisiones también:
ya sea para tratar de encontrar un modelo sincrético de unificación de ambas
civilizaciones (al menos en teoría) en un sistema general, o admitir la corrección de la
otra civilización. Como regla general, frente a un problema tal, la “civilización” actúa
sobre la base de un principio exclusivo (no inclusivo), considera a la otra civilización
defectuosa; es decir, “bárbara”, “herética”, “particular”. En otras palabras, estamos
tratando con la transferencia del etnocentrismo usual, tribal, a un mayor nivel de
generalización. La inclusividad y la universalidad en la práctica se convierten en un
familiar exclusivismo y particularismo “salvaje”.
Esto es fácil de reconocer en los siguientes llamativos ejemplos: los griegos,
considerándose ellos mismos una “civilización”, contaron a todo el mundo entre los
“bárbaros”. El origen de la palabra “bárbaro” es una onomatopeya peyorativa,
significando aquel cuyo discurso no tiene sentido y es un conjunto de sonidos de
animales. Muchas tribus tienen una relación similar con los miembros de una tribu
diferente: no entendiendo su lenguaje, piensan que los otros no tienen ninguna lengua
en absoluto, en consecuencia, no son considerados personas. De aquí, por cierto, el
nombre de la tribu eslava “nemtsie” [alemanes], que es “Nemie” [callado, silencioso,
mudo], para aquellos que no conocen lo que cualquiera que se llame a sí mismo un
hombre debería saber: la lengua rusa.
Entre los antiguos persas, que representan precisamente una civilización con
pretensiones universales, con la religión mazdeísta, esto se expresa aún más claramente:
la división en Irán (las personas) y Turan (los demonios) fue elaborado al nivel de la
religión, los cultos, los ritos y la ética. El asunto llega al punto de la absolutización de
las relaciones endógenas y la normalización del incesto, con el fin de que el sol solar de
los iraníes (Ahura Mazda) no fuera profanado por las impurezas de los hijos de Angra-
Mainyu.
El judaísmo, como religión mundial, teniendo pretensiones de universalidad y de haber
sentado las bases teológicas del monoteísmo – tanto para el cristianismo como para el
Islam, desarrollados por algunas civilizaciones a la vez – está a día de hoy casi
étnicamente limitada a la sangre de la tribu por la Halajá.
El sistema tribal se basa en la iniciación, en el curso de la cual el neófito es informado
de los fundamentos de la mitología tribal. Al nivel de la civilización, esta misma
función es protagonizada por las instituciones religiosas, y en épocas comparativamente
más tardías, por el sistema de educación común, hecho deliberadamente ideológico. Los
neófitos aprenden los mitos de la modernidad en otras condiciones y bajo otra
apariencia, pero su valor funcional se mantiene constante, mientras que su fundación (si
se tiene en cuenta el análisis freudiano de las acciones de sustitución-represión de la
razón y el “ego”) no está lejos de la leyenda y la tradición.
En una palabra, incluso una deconstrucción dura de la “civilización”, muestra que las
pretensiones de haber superado las fases anteriores son ilusiones, mientras que, en la
práctica, colectivos grandes y “desarrollados” de personas, unidos en una “civilización”,
en esencia, simplemente repiten en un nivel diferente los arquetipos de comportamiento
y los sistemas morales “salvajes”. De ahí, guerras sin fin y siempre sangrientas, doble
rasero en la política internacional, arrebatos de pasión en la vida privada, y códigos
éticos y normativos de sociedades moderadas y racionales constantemente rotos.
Desarrollando el pensamiento de Rousseau del “buen salvaje” (Rousseau, por cierto,
criticó duramente la civilización como un fenómeno y la pensó precisamente como
fuente de todos los males), se puede decir que el hombre “civilizado” no es otro que el ”
malvado salvaje “, un defectuoso y pervertido” bárbaro”.
El entendimiento sincrónico y plural de la “civilización” prevalece hoy en día
Con estas observaciones preliminares, podemos pasar a lo que incluimos hoy en el
concepto de “civilización” cuando desarrollamos la tesis de Huntington sobre el
“choque de civilizaciones”, o formulamos objeciones a la misma, con el ex Presidente
de Irán Khatami, insistiendo en “un diálogo de civilizaciones”.
El mismo hecho de que casi no haya consenso en el uso del término “civilización”
muestra claramente que la interpretación (puramente histórica o progresiva) por etapas
de dicho concepto, imperante en la época moderna y generalmente aceptada en el s.
XIX y primera mitad del s. XX, ha perdido claramente su relevancia en la actualidad.
Sólo los investigadores más anticuados, atrapados en la Modernidad acrítica de Kant o
de Bentham, pueden en la actualidad contraponer “civilización” y “barbarie”. Aunque
sea cómodo usar el término “civilización” instrumentalmente en el análisis histórico en
la descripción de los tipos antiguos de sociedades, perdió claramente la carga ideológica
de ser una ventaja mundial en comparación con una desventaja mundial (la barbarie y el
salvajismo). El universalismo, la gradualidad del desarrollo, la unidad antropológica de
la historia de la humanidad, a nivel filosófico, todo esto ha sido durante mucho tiempo
puesto en tela de juicio. Por sus estudios de antropología estructural, basados en el rico
material etnográfico y mitológico de la vida de las tribus del Norte y Sur de América,
Levi-Strauss demostró convincentemente que los sistemas conceptuales y mitológicos
de aquellas mismas sociedades “primitivas”, por su complejidad, riqueza de matices,
conexiones y elaboraciones funcionales de diferenciaciones, no son de ninguna manera
inferiores a los de los países más civilizados.
En el discurso político, todavía se habla de “los privilegios de la civilización”, pero
incluso esto ya parece anacrónico. Nos enfrentamos a tal punto de ignorancia acrítica
cuando los liberales reformadores trataron de presentar la historia de Rusia como una
cadena continua de barbarie desenfrenada frente a la “floreciente”, “resplandeciente”,
“establecida” civilización occidental. Sin embargo, esto era no sólo una extrapolación
basada en la bravuconería, en las pretensiones propagandísticas del propio Occidente y
el resultado de la red de inducción de influencias, sino también incluso una forma de
cultos de cargo rusos: los primeros “McDonalds”, bancos privados y vídeo clips de
bandas de rock en la televisión soviética fueron percibidos como “objetos sagrados”.
Con la excepción de estos sellos propagandísticos o del atraso desesperado de filósofos
acríticos, en el marco de una familiaridad incluso distante con la filosofía
contemporánea, el concepto de “civilización” todavía se interpreta, en el discurso que
no contradice la corriente principal, sin ninguna carga moral en absoluto, antes como un
término técnico, y no implica algo opuesto a la “barbarie” y al “salvajismo”, sino a otra
“civilización”. En el famoso artículo antes mencionado de Huntington, no hay una
palabra sobre la “barbarie”, habla exclusivamente de las fronteras, las estructuras, las
peculiaridades, las fricciones y diferencias de diversas civilizaciones opuestas entre sí.
Y esta característica es una característica no sólo de aquellas posiciones o líneas de
argumentación suyas derivadas de Toynbee, a quien Huntington sigue con claridad. El
uso de este término en el contexto contemporáneo ya sugiere un pluralismo flagrante,
comparativismo, y, si se quiere, sincronismo. Aquí, la crítica filosófica y la
reconsideración de la Modernidad, puesta en práctica de mil formas diferentes en el
curso de todo el siglo XX, están impactando inmediatamente.
Y así, si descartamos las recurrencias del liberalismo acrítico y la ingenuidad de mente
estrecha de la propaganda pro-estadounidense (en general: atlántica), veremos que, en la
actualidad, el término “civilización” en el análisis politológico operativo y activo se
utiliza sobre todo sincrónica y funcionalmente, con el fin de designar zonas geográficas
y culturales amplias y estables, unidas por acuerdos espirituales, morales, psicológicos y
estilísticos aproximadamente comunes, y por la experiencia histórica.
La civilización en el contexto del siglo XXI significa precisamente esto: una zona de
influencia firme y arraigada de un estilo socio-cultural definido, que normalmente
(aunque no necesariamente) coincide con las fronteras de difusión de las religiones del
mundo. Y la formación política de segmentos separados que entran en una civilización,
puede ser bastante diferente: las civilizaciones, por regla general, son mayores que un
gobierno [régimen], y pueden consistir en algunos o incluso en muchos países; por otra
parte, las fronteras de algunas civilizaciones atraviesan países, dividiéndolos en partes.
Si en la antigüedad las “civilizaciones” normalmente coincidían con imperios y estaban
en una u otra forma unidas políticamente, hoy sus fronteras corresponden a líneas
invisibles, superpuestas irrelevantemente a las fronteras administrativas de los
gobiernos. Algunos de estos gobiernos no fueron nunca parte de un solo imperio (por
ejemplo, el Islam se extendió en casi todas partes en las conquistas de los árabes que
construyeron el Califato mundial). Otros no comparten una condición de estado común,
pero estaban unidos entre sí de diferentes maneras: religiosas, culturales o raciales.
La crisis de los modelos clásicos de análisis histórico (clásico, económico, liberal,
racial)
Y así, hemos constatado que en el uso del término “civilización” en el siglo XX y en el
marco de las críticas de la modernidad se produjo un cambio cualitativo hacia la
sincronicidad y la pluralidad. Pero, ¿se puede dar un paso más y tratar de entender por
qué, de hecho, este uso de la palabra se hizo tan tópico precisamente en nuestro tiempo?
De hecho, el concepto anterior de civilización no fue objeto de problematización
deliberada, mientras que era habitual sólo para los círculos humanísticos y académicos
pensar en esa categoría. Otros enfoques – económico, nacional, racial, de clase –
dominaban en el discurso político y en el politológico, estrechamente relacionado con
él. Hoy vemos pensar sólo en lo económico para hablar del gobierno nacional y los
intereses nacionales, y más aún, el hecho de poner el análisis de clase o el enfoque racial
al frente de un análisis es cada vez menos y menos aceptable. Y por el contrario, es raro
que alguna declaración o discurso de un actor político pase sin mencionar la palabra
“civilización”, por no decir nada de los textos políticos y analíticos, en los que este
término es quizás el que más prevalece.
Con Huntington, de hecho, vemos el intento de hacer de la “civilización” el momento
central del análisis político, histórico y estratégico. Es evidente que ya estamos en
camino de pensar con las “civilizaciones”.
Aquí debemos mirar con más atención a lo que, precisamente, en las versiones
principales del discurso, sustituye en sí a la “civilización”. Hablar en serio de razas no
es aceptable después de la trágica historia del fascismo europeo. El análisis basado en
clases en la corriente principal se volvió irrelevante después de la caída del socialismo y
la desintegración de la URSS. Y en algún momento pareció que el único paradigma de
la politología sería el liberalismo. Mientras tanto, creció la impresión de que las
fronteras nacionales de los gobiernos homogéneos, esencialmente democrático-
liberales, no haciendo frente ya a ningún tipo de alternativa sistémica que demande un
alcance planetario (después de la caída del marxismo), pronto se suprimirían,
estableciéndose un liderazgo mundial y un único gobierno mundial con una economía
de mercado, una democracia parlamentaria (parlamento mundial), y un sistema liberal
de valores homogéneos, y una infraestructura común informativo-tecnológica. En 1990,
Francis Fukuyama salió como el heraldo de un “nuevo mundo maravilloso” en su libro
político (y primero artículo) “El fin de la historia”. Fukuyama puso el punto sobre el
desarrollo de la interpretación por etapas del concepto de “civilización”: el fin de la
historia, en su versión, significaba la derrota final de la “barbarie” por “la civilización”
en todas sus formas, manifestaciones y variantes.
Huntington discutió con Fukuyama, avanzando como su principal argumento el hecho
de que el fin de la oposición de las ideologías bien definidas de la Modernidad (el
marxismo y el liberalismo), de ninguna manera significaba la integración automática de
la humanidad en una utopía liberal unificada, puesto que bajo las construcciones
formales de los gobiernos nacionales y de los campos ideológicos profundos, se
encontraban profundas placas tectónicas; por así decirlo, continentes del inconsciente
colectivo, que, como quedó claro, en ningún caso fueron superados por la
modernización, la colonización, la ideologización y la ilustración y, como antes,
predeterminaban los aspectos más importantes de la vida – incluyendo la política, la
economía y la geopolítica – en uno o otro segmento de la sociedad humana en función
de su pertenencia a una civilización.
En otras palabras, Huntington propuso introducir el concepto de “civilización” como un
concepto ideológico fundamental, pidió la sustitución no sólo del análisis basado en
clases, sino también de la utopía liberal que tomó demasiado seriamente y de manera
acrítica la demagogia propagandística de “La Guerra Fría”, y por lo tanto se convirtió, a
su vez, en su víctima. El capitalismo, el mercado, el liberalismo y la democracia parecen
universales y humanamente comunes sólo externamente. Cada civilización reinterpreta
su sustancia de acuerdo con sus propias plantillas inconscientes, donde la religión, la
cultura, el lenguaje y la psicología desempeñan un papel enorme y, a menudo, decisivo.
En tal contexto, la civilización adquiere una importancia central en el análisis
politológico, entrando en primer lugar y reemplazando los clichés de la “Vulgata”
liberal.
El desarrollo de los acontecimientos en la década de 1990 muestra que Huntington
demostró en este argumento estar más cerca de la verdad, y el propio Fukuyama estuvo
obligado, en parte, a reconsiderar sus puntos de vista, después de haber admitido que,
evidentemente, habló demasiado pronto. Pero esta misma revisión por parte de
Fukuyama de la tesis del “fin de la historia” exige una reconsideración más profunda.
El paso atrás de los utopistas liberales: la construcción del Estado
El problema es que Fukuyama, analizando la discrepancia de sus predicciones sobre el
“fin de la historia” a través del prisma de la victoria mundial del liberalismo, trató
todavía de quedarse en el marco de esa lógica, de la que procedía en un primer
momento. En consecuencia, tenía que poner en práctica una comprobación única de la
realidad y a su vez apartarse de eso, con el fin de admitir la exactitud de su oponente
Huntington, quien, en su pronóstico, demostró por todos los indicios estar más cerca de
la verdad. Entonces Fukuyama hizo el siguiente movimiento conceptual: propuso
aplazar el final de la historia para una fecha indefinida, y mientras tanto participar en el
fortalecimiento de aquellas estructuras socio-políticas que constituían el núcleo de la
ideología liberal en sus etapas anteriores. Fukuyama propuso una nueva tesis: la
“construcción del Estado”. Como una etapa intermedia para la transición a un gobierno
global y el liderazgo mundial, recomendó el fortalecimiento de los gobiernos nacionales
con una economía liberal y un sistema democrático de gobierno, con el fin de trabajar
más fundamental y profundamente el terreno para la victoria final del liberalismo
mundial y la globalización. Esto no es un rechazo de la perspectiva, es su aplazamiento
por un tiempo indefinido con una propuesta concreta acerca de la etapa intermedia.
Fukuyama no dice casi nada sobre el concepto de “civilización”, pero claramente tiene
en cuenta la tesis de Huntington, respondiéndole indirectamente: el desarrollo constante
de los gobiernos nacionales, que resultó agobiante tanto en la época de la colonización,
como en la época de los movimientos de liberación nacional, y en la época de la
oposición ideológica de los dos campos, ahora debe proceder a su debido tiempo. Esto
es lo que gradualmente conducirá a las diferentes sociedades a adoptar el mercado, la
democracia y los derechos humanos, arrancando los restos del inconsciente, y
preparando un terreno más a prueba de fallos (que ahora) para la globalización.
EL GRAN PROBLEMA METAFÍSICO Y LA
TRADICIÓN
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Dentro de las religiones de línea abrahámica hay una especie de jerarquía que permite
distribuirlas de acuerdo con los criterios del inmanentismo y del trascendentalismo.
La religión que puede ser considerada la religión por excelencia, es, por supuesto, el
judaísmo. Y sobre todo, la forma de judaísmo que se desarrolló después de la llegada de
Jesucristo, que rechaza no sólo la Persona y misión de Jesús, sino el principio del Dios
inmanente, Emmanuel (que en hebreo significa "Dios con nosotros"). El abismo entre el
Creador y la creación en el judaísmo es máxima, y en general, el concepto de la
creación misma, el "creacionismo", es de origen judío. El judaísmo encarna el
apofatismo abrahámico llevado hasta su extremo lógico.
El cristianismo del contexto abrahámico es el polo opuesto al judaísmo. De todas las
religiones, el cristianismo es la más catafática, gnóstica y esotérica. La figura central del
cristianismo es Dios Hijo, en el plano religioso sustituye al principio metafísico del ser
puro. En cierto modo, el cristianismo primitivo de hecho coincidió con el esoterismo
judío, incluyendo muchos aspectos de diversas enseñanzas judías - esenios, merkaba,
gnosis, etc. También era al mismo tiempo judío, además de gnóstico religioso y
universal, como lo demuestran las palabras de San Pablo en relación con el rango de
Melquisedec, que encarna el aspecto supra-abrahámico de la Tradición (¡hay que
recordar que Abraham ofreció diezmos a Melquisedec como el más alto!), y un sumo
sacerdote que es del orden del propio Cristo.
Por último, el Islam se encuentra entre estos dos polos abrahámicos opuestos, por un
lado, tendiendo a la perspectiva cristiana, y por el otro lado, haciendo hincapié en el
trascendentalismo de Dios, incluso más radicalmente que el judaísmo ("Di: Allah es
Uno, Dios eterno, no engendrado y no generado, y no hay otro como él"). Además, todo
el Islam esotérico - sufismo, chiísmo, etc - hace especial hincapié en el principio de la
divinidad inmanente. El sufismo sunní afirma "la luz de Mahoma" como la realidad
central, inmanente en toda la creación, la luz del ser puro. En el chiísmo esta función es
realizada por el "imán" o "luz del imamato", lo que a veces es incluso "la naturaleza
divina de los espíritus de los imanes". Y en versiones extremas del chiísmo - ismailí,
aleví, etc. - el concepto de una divinidad inmanente se centra en la persona de Qayím, el
Imán escatológico, el "hijo perfecto", que se considera está en un orden secreto a toda la
creación, que lo aproxima no sólo a la perspectiva cristiana en general, sino a los
aspectos más esotéricos y gnósticos del cristianismo.
Pero ahora es importante prestar atención especial al hecho de que la religión, sobre la
base del apofatismo, sólo refleja de forma implícita una perspectiva metafísica que se
sitúa en su centro. Por lo tanto, siempre dentro del marco de la religión, incluso el
orientado hacia lo gnóstico, tratamos sólo con los objetos de la fe, y por lo tanto la
gnosis es aún incompleta, y el principio del Dios inmanente es probable que se aplique a
alguna modalidad interna, y no al ser puro. Esto significa que, si la religión esotérica no
es ajustada continuamente hacia el interior por el esoterismo, el objeto central
inevitablemente se desliza por la jerarquía ontológica, convirtiéndose en un ídolo, un
fetiche. Por lo tanto un símbolo del ser puro puede fusionarse de manera inseparable
con la manifestación del Intelecto Primero, luego con el "alma del mundo" (Anima
Mundi) y, por último, como una unidad lógica corporal del cosmos. Estos pasos se
pueden ver fácilmente en el declive histórico del cristianismo occidental, que en sus
doctrinas teológicas, y especialmente en los conceptos de algunas de las sectas
cristianas más o menos contemporáneas, secuencialmente desplazan hacia abajo la
Persona de Cristo a través de la jerarquía ontológica, hasta Su proclamación como un
simple (aunque excelente) hombre, como en algunas corrientes del protestantismo.
En el otro extremo del abrahamismo, en el judaísmo, tampoco hay ninguna garantía de
no caer en la idolatría: en primer lugar, la nada metafísica dentro de la religión también
se proyecta en el interior de la ontología y sólo simbólicamente actúa en su realidad.
Esto conduce lógicamente al caso de pérdida del secreto en las proporciones
correspondientes - tal necesidad de secreto pertenece a la esfera del esoterismo puro. Y
en segundo lugar, cuando el principio es considerado demasiado apofáticamente, tarde
o temprano se comienza a no tener en cuenta, se considerará simplemente no existente.
Esto puede dar lugar a la ilusión de la inevitabilidad, y la suficiencia de la protección
del medio ambiente material específico, lo cual no significa simplemente idolatría, sino
una grave forma de materialismo de consumidor.
Así que ambos polos abrahámicos, en caso de pérdida del conocimiento de las
proporciones relevantes, corren el riesgo de transformarse en una parodia perversa no
sólo en la tradición como tal, sino también en la propia religión en su sentido verdadero
y tradicional.
En cuanto al Islam, está en el medio de la escala abrahámica, tiene cierta inmunidad
respecto al uno y al otro y respecto a la posibilidad de distorsión. El Islam es más
religioso y menos gnóstico en comparación con el cristianismo, y por lo tanto es estable
con respecto a los peligros de una excesiva y no autorizada inmanentización. Por otro
lado, es menos religioso que el judaísmo, de ahí que sea menos probable que se escinda
de forma irreversible de la fuente, y como resultado caiga así en el materialismo
práctico y en la abstracción que asesina el espíritu mismo de la religión.
Sin embargo, la solución de los grandes problemas acerca del significado de la
emergencia del Ser a un nivel religioso es imposible. Pertenece al campo del
esoterismo, lo que significa que incluso para formular este problema de manera
adecuada, es necesario ir más allá del abrahamismo, llevar, al igual que el mismo
Abraham, diezmos simbólicos para el Dios que lleva el nombre de "El Elyon", el "Dios
Altísimo", es decir, Dios, que es mayor y superior a todos los demás dioses.
La solución de este gran problema metafísico está conectado con el misterio de la
tradición esotérica, que se basa en símbolos extraídos de una variedad de contextos
sagrados, pero que está más allá del alcance de estas formas. El momento de la elección
definitiva realizada dentro de esta tradición, lógicamente deberá coincidir con el punto
más crítico de la existencia no sólo de las tradiciones de la tierra, sino también de la
totalidad del ser.
De acuerdo con la doctrina islámica, el profeta Mahoma fue el último de los profetas, el
último instaurador y reformador de la ley tradicional, "el sello de los profetas". Pero el
esoterismo chií establece que al final del ciclo debería aparecer el último de los
intérpretes esotéricos de la Revelación, el "sello esotérico". Con él y sus compañeros,
todo el significado metafísico de la pregunta acerca del sentido y la finalidad del origen
secreto del Ser se restablece conforme a las limitaciones inherentes a las tradiciones y
religiones, firmemente establecidos en la perspectiva metafísica adecuada.
Esta teofanía escatológica afecta significativamente a todas las religiones y tradiciones,
dejando al descubierto su núcleo oculto.
Pero el papel principal en este evento escatológico se le asigna al cristianismo - la
tradición de llevar la clave del misterio que supera incluso el gran y completo silencio.

EL PARADIGMA DEL FIN (I)


El grado final de generalización
El análisis de las civilizaciones y sus relaciones, confrontaciones, desarrollo e
interconexiones es un problema tan complejo que se pueden obtener resultados no
simplemente diferentes, sino totalmente opuestos dependiendo de la metodología y del
nivel de la investigación. Por lo tanto, con el fin de obtener incluso las conclusiones más
aproximadas, es necesario aplicar una reducción que aporte una serie de criterios a un
único modelo simplificado. El marxismo prefiere de forma inequívoca el enfoque
económico, que se convierte en un sustituto y en el denominador común para todas las
otras disciplinas. El liberalismo, en esencia, aunque menos explícitamente, también lo
hace.
Un método cualitativamente diferente de reducción es el ofrecido por la geopolítica que,
aunque menos conocido y menos popular es, sin embargo, no menos eficaz o ilustrativo
para explicar la historia de las civilizaciones.
Varias formas de enfoque étnico, incluyendo en el extremo final "la teoría racial",
ofrecen otra versión de reduccionismo. Por último, las religiones también ofrecen su
propio modelo reduccionista de la historia de las civilizaciones. Estos cuatro modelos
representan las rutas más populares de generalización y, aunque existen otros métodos,
es poco probable que rivalicen con estos en términos de grado de claridad o sencillez.
Dado que el concepto de "civilización" sigue siendo extremadamente grande - quizás
uno de los conceptos más importantes que la conciencia histórica de la humanidad ha
sido capaz de generar - los métodos de reducción debe ser muy aproximados y deben
dejar de lado los matices, los detalles y los factores de importancia moderada o leve.
Las civilizaciones son conglomerados humanos que poseen extensión especial, temporal
y fronteras culturales. Las civilizaciones, por definición, deben poseer un volumen
considerable, es decir, deben durar mucho tiempo, controlar áreas geográficas
significativas, y producir un estilo cultural y religioso (y a veces ideológico) especial,
expresivo.
El principio del tercer milenio d.C., pide un resumen de algunos de los resultados de la
historia de las civilizaciones, ya que la importancia de la fecha sugiere el alcance de
algún tipo de umbral o límite. De ahí surge el deseo de traer las diferentes trayectorias
de análisis de civilización a un paradigma único, universal. Por supuesto, el grado de
simplificación, vulgarización, y reducción será aquí aún mayor que en los cuatro
modelos reduccionistas mencionados anteriormente, pero es poco probable que esto se
considere un obstáculo insalvable. Cualquier generalización (exitosa o no, justificada o
no) deberá necesariamente enfrentarse a la crítica violenta de los "especialistas
estrechos" que hace tiempo olvidaron los principios originales en medio de un torbellino
de datos, así como de los partidarios conscientes (o inconscientes) de la generalización,
quienes, puramente pragmáticos, utilizan las contradicciones en los detalles con el fin de
desacreditar el conjunto.
No importa cuál, el tema del "fin de la historia" (Francis Fukuyama), el "choque de
civilizaciones" (Samuel Huntington), el "Nuevo Orden Mundial" (George Bush), el
"nuevo paradigma" (New Age), los "tiempos mesiánicos", el "fin de la utopía", el
"paraíso artificial", o la "cultura del apocalipsis"(Adam Parfrey), es cada vez más
popular según nos acercamos al final del siglo, la frontera del milenio. Y todos estos
temas, en diversos grados, operan con modelos reduccionistas complejos que son el
resultado de la consolidación de las más restringidas metodologías de, en primer lugar,
las cuatro mencionadas anteriormente.
El marxismo real
La doctrina de Marx era tan popular en el siglo XX que es difícil hablar de ello,
especialmente en Rusia, donde el marxismo fue proclamado la ideología oficial durante
muchas décadas. Esta cuestión es muy dolorosa y está muy saturada de ilusiones y de
connotaciones para los intelectuales occidentales, para quienes las polémicas y debates
sobre Marx han sido centrales en los discursos filosóficos y culturales. Marx influyó en
la historia moderna como ningún otro y es difícil nombrar a un pensador comparable a
él en la fama, popularidad, o circulación de sus libros. Sin embargo, llegó un momento
en el que la explotación excesiva del marxismo provocó el resultado inverso, sus ideas y
doctrinas resultaron ser tan universales que en un momento dado dejaron de ser
recordadas, y el marxismo se convirtió en un "dogma", un dispositivo, un sello
ininteligible que llegó a ser usado e interpretado arbitrariamente. Los marxistas
ortodoxos congelaron sus reflexiones en este campo y canonizaron los puntos de vista
de Marx incluso en aquellos ámbitos en los que fueron claramente refutados por el curso
de la historia en sí (tanto económica como políticamente). Herejes y revisionistas
estiraron el marxismo un poco demasiado e incorporaron al mismo teorías que,
estrictamente hablando, no tienen relevancia en un contexto marxista. Gradualmente
hemos sido enfrentados con una imagen paradójica en la que el más popular y famoso
pensador moderno y sus teorías han resultado ser poco claras, desconocidas, e
impenetrables para la mayoría. Al final, el nudo gordiano del marxismo fue
simplemente liquidado por el reconocimiento de su filosofía y su economía política
como "equivocadas". Y entonces llegó el rechazo total de esta ideología. La arrogancia
excesiva y las dogmatizaciones se convirtieron en una subversión y relativización
igualmente excesivas. Y la aparentemente rápida construcción del edifico del marxismo
fue repentina y totalmente destruida. Por otra parte, los liquidadores más entusiastas
eran precisamente aquellas fuerzas responsables de la creación de un culto alienado,
dogmático, de Marx. Sea como fuere, las ideas de Marx ahora prácticamente no tienen
herederos, pero no han llegado a ser menos profundas o sorprendentemente exactas en
la resolución de ciertas cuestiones. De este modo se produce una situación en la que el
marxismo, habiendo perdido por completo sus partidarios tradicionales, puede ser
adoptado como un arma por muy diferentes fuerzas que se mantuvieron al margen del
marxismo en el momento en que sus ideas prevalecieron entre el entusiasmo intelectual
y político.
Tal distancia y ausencia de compromiso con uno u otro campo marxista en las etapas
anteriores de su historia intelectual, permite que el marxismo sea redescubierto de
nuevo, y que su mensaje sea leído de una manera que antes era imposible. Es
completamente evidente que una parte inmensa de los puntos de vista histórico-
culturales de Marx son irremediablemente obsoletos, y muchos aspectos de su doctrina
deben ser rechazados debido a su inadecuación. Sin embargo, es más productivo
considerar imparcialmente aquellos aspectos de su enseñanza que, por el contrario, son
todavía completamente relevantes y pueden ayudar a entender los aspectos esenciales
del paradigma de la historia en su clave económica y socio-política. Y no hay nadie
igual a Marx aquí. Fue Marx quien formuló un espacioso modelo reduccionista de la
historia económica capaz de explicar, con increíble autenticidad, claridad y credibilidad,
las orientaciones y procesos esenciales. Por lo tanto, sería conveniente recordar los
fundamentos de la comprensión marxista de la fórmula de la historia.
El enfoque de Marx de la historia es dialéctico y presupone el desarrollo dinámico de
las relaciones entre los principales sujetos de los acontecimientos históricos. Junto con
esto, brilla claramente a través de su teoría el dualismo fundamental de estos actores,
que determina la dialéctica, formando su contenido y la base ética para la interpretación.
Los dos sujetos de Marx se definen como Trabajo y Capital. Marx considera trabajo al
impulso creativo de la existencia, el eje central de la vida y el movimiento, como una
especie de principio positivo, solar. Usando imáginería darwinista, el marxismo sostiene
que "el trabajo creó al hombre del mono". El punto es que los medios de creación o
producción son el vector principal existencial que dirige los procesos del estado
horizontal, inercial, a un estado vertical, de voluntad. El trabajo, según Marx, es un
comienzo positivo, un principio de "luz". A diferencia de la ética bíblica, en la que el
trabajo es entendido como el resultado de la caída y es una especie de maldición sobre
Adán por transgredir los mandamientos divinos (tal actitud hacia el trabajo es verdadera
para otras tradiciones religiosas), Marx afirma inequívocamente la sagrada y totalmente
positiva naturaleza del trabajo, su santidad, primacía, autonomía y autosuficiencia. Pero
en su estado primordial, el Trabajo, como el primer impulso de desarrollo y el momento
de inicio de la historia - como la Idea absoluta de Hegel - aún no es consciente de sí
mismo y no puede darse cuenta de la integridad de su naturaleza intrínsecamente
brillante. Para lograrlo es necesario un largo y complejo proceso de movimiento
dialéctico a través del laberinto de la historia. Aunque sean aterradoras las experiencias
y las hazañas del Trabajo, será capaz de alcanzar su estado triunfante, victorioso,
volviéndose consciente, feliz, y libre a través de una serie de auto-negaciones
dialécticas. Según Marx, toda la historia se extiende desde el "comunismo primitivo" -
el estado original en el que el Trabajo era libre, pero ni consciente ni universal - al
simple comunismo, cuando, a través de los laberintos del distanciamiento, volverá a la
luz de la auto suficiencia, aunque de una forma plena y universal, y finalmente
consciente. El hombre se convirtió en el hombre después de encontrarse con el Trabajo.
Pero se convertirá en un hombre sólo cuando sea capaz de reconocer el valor absoluto
de este medio y liberarlo, a través del comunismo, de todas las impurezas del inicio
negativo.
¿Cuál es el polo negativo en el marxismo? ¿Qué se opone a la naturaleza brillante del
Trabajo? Marx llama a eso "explotación", y la forma suprema e integral de esta
explotación se supone que es el Capital. En el marxismo, el Capital es el nombre del
mal del mundo, el principio oscuro, el polo negativo de la historia. Un largo período de
"explotación", de alienación del Trabajo de su esencia, y pruebas y tribulaciones del sol
en los laberintos de oscuridad se extienden entre el "comunismo primitivo" y la
aparición del hombre y el comunismo final. Esto, en esencia, es el contenido de la
historia.
El Capital no surge inmediatamente, sino que se manifiesta progresivamente según se
perfeccionan las herramientas y mecanismos de explotación de la luz del Trabajo por
parte de las fuerzas oscuras de los usurpadores . El desarrollo del Trabajo contribuye al
desarrollo de los medios de explotación. La dialéctica compleja de las dinámicas
continuas entre el ratio de las fuerzas productivas y las relaciones de producción
conduce a ambos polos de la historia económica a lo largo de una espiral de desarrollo.
Los objetivos en conflicto y las actividades de los trabajadores y explotadores
contribuyen objetivamente a la intensificación de un único proceso político-económico.
Las fuerzas productivas son la estructura interna del Trabajo y de su organización. Las
relaciones de producción son el modelo de interacción de esta estructura de base
subordinada a la explotación. Los frutos del Trabajo son los frutos de la abundancia. El
Trabajo siempre produce más de lo necesario para satisfacer las necesidades inmediatas
de los trabajadores. Esta es la esencia de su principio positivo, constructivo, brillante,
solar. El Trabajo produce más.
Este plus, este excedente, es extraído por el polo oscuro, el parásito de la historia. A lo
largo de toda la historia económica, las relaciones de producción se reducen a la
expropiación de la sustancia a partir de los portadores de más por los portadores de
menos. Las mejoras en las fuerzas productivas refinan los paradigmas de explotación.
Pero ya desde los primeros pasos de la historia humana, es posible detectar rasgos
característicos de las dos esencias que chocan entre sí en toda su fuerza sólo al final de
la misma. El trabajador primitivo es el germen del proletariado industrial. El jefe tribal
es el embrión del Capital.
Pasados largos milenios de historia humana, los dos sujetos del drama mundial alcanzan
su estado más puro, realizando y recapitulando finalmente todas las etapas anteriores.
Desde el sistema esclavista a través de las relaciones feudales emerge el capitalismo, y
esta es la etapa más importante y fundamentalmente escatológica de la doctrina
marxista. Aquí toda la compleja situación social se reduce a la clara dualidad del
proletariado como la clase que encarna el resultado del desarrollo histórico y económico
de los elementos del Trabajo, y la burguesía que concentra en sí el polo absoluto, más
total, acabado y consciente de pura explotación. El polo de luz completa su trágica
trayectoria a través de los laberintos de la alienación, y el polo oscuro se acerca a la
victoria completa. Proletariado y Capital. El Trabajo puro es el proletariado sin ningún
tipo de propiedad ("excepto las cadenas") y el Capital puro se transforma de lo que se
tuvo a lo que se tiene, en el elemento de alienación pura o explotación absoluta.
Marx trae todos las demás problemas históricos, filosóficos, culturales, sociales,
científicos y técnicos a este esquema político-económico, por considerar que son
derivados y secundarios al paradigma subyacente.
Por otra parte, Marx proclama que la segunda revolución industrial, significando el
alcance de su pico por parte del capitalismo, es el punto de inflexión en la historia del
mundo. A partir de este momento, ambos sujetos históricos - Capital y Trabajo - se
convierten, no en simples juguetes en las manos de la lógica objetiva de la historia, sino
en sujetos conscientes de sí mismos y autosuficientes, capaces no sólo de cumplir con
las necesidades, sino también de gobernar los más importantes procesos históricos,
suministrándolos, provocándolos, diseñándolos, y asegurando su voluntad autónoma. El
punto no es el individuo o el grupo, sino el sujeto de clase. El proletariado,
convirtiéndose en clase, se convierte en una personalidad histórica, en Ttrabajo
consciente, y el heredero del excedente en todas las etapas de su desarrollo. El Capital
concentra en sí mismo lo negativo global, la extracción, la alienación, pero simplemente
en un estado libre, volitivo, personal. Ahora es capaz de planificar la historia y
controlarla.
En esta etapa, Trabajo y Capital se mueven en el plano de las ideas o ideología, y en
adelante existen no sólo en el tejido objetivo de la realidad, sino también en el espacio
ideológico del pensamiento. La llegada de estos dos personajes a la esfera del
pensamiento, finalmente, deja al descubierto el dualismo esencial en este campo - existe
la idea del Trabajo y existe la idea del Capital; existe la visión del mundo del excedente
y la visión del mundo del negativo. Ambas visiones del mundo obtienen la mayor
independencia y libertad posible de modo que toda la zona de la conciencia gira desde
una esfera de la reflexión a una esfera de la creatividad y el diseño. La visión del mundo
del Trabajo (la filosofía proletaria) conserva aquí su carácter creativo. Se crea y fabrica
un proyecto. La perspectiva del Capital (la filosofía burguesa) sigue siendo
esencialmente negativa, no usurpa la energía inherente del trabajo mental, pero
reproduce el vacío, conceptualiza la inmovilidad, congela la vida y postula la realidad al
tiempo que niega la tarea.
La fórmula suprema y más completa del Capital es, según Marx, la economía política
liberal inglesa, especialmente las teorías del"libre intercambio" y el "mercado universal"
de Adam Smith y sus seguidores. Pero aparte de su forma más clara, existen una serie
de visiones del mundo construidas más matizadas, complejas y prolongadas que se
ocultan detrás del pernicioso y parasitario aliento del Capital. La filosofía burguesa se
convierte de ahora en adelante en el arma más efectiva de la explotación y su forma
suprema. Pero, en contraste con esto, también hace emerger el cuerpo doctrinal de la
clase obrera, cuyos contornos fundamentales quedan claros por la ideología comunista.
Marx veía su propio trabajo precisamente en este contexto. Percibió que sus ideas
constituían la base de la "filosofía proletaria" y se convertirían en una herramienta
crítica del Trabajo en su escatológica batalla final contra el enemigo eterno.
Marx proclamó una especie de "Evangelio del trabajo". Sostuvo que ahora, en el punto
de inflexión de la historia político-económica, el Trabajo, al convertirse en Trabajo
puro, debe inmediatamente tomar conciencia de sí mismo y de su historia, tomar
completamente la función de uno de los dos polos teleológicos de la historia, e
identificar el mecanismo de intercambio y alienación que se encuentra en el corazón de
la explotación, exponer la negativa, vampírica, puramente negativa función del Capital
(a través de la aclaración de la lógica de la producción y la expropiación de la
plusvalía), y llevar a cabo la revolución proletaria que arroje al Capital al abismo del
olvido, y destroce el mal del mundo desde las raíces. Después de una breve fase de
formación transicional (el socialismo), vendrá el "paraíso en la tierra" y el Trabajo será
totalmente liberado del principio oscuro.
Esto, en los términos más generales, es el significado del modelo político-económico
marxista. Se debe reconocer que es tan convincente y fiable que no es de extrañar que
las opiniones de Marx poseyeran a tanta gente en el siglo XX, convirtiéndose en una
especie de religión a la que se ofrecían sacrificios sin precedentes. ¿Cómo se realizó el
escenario de Marx a sí mismo en la práctica? ¿Qué resultó ser inexacto, y qué fue
refutado? ¿Cómo debe ser evaluado el contenido de la historia política y económica de
nuestro siglo, siempre dentro de lo previsto por la filosofía marxista de la historia?
Al entrar en el tercer milenio, podemos confirmar que el Capital venció al Trabajo,
logró evitar la revolución inminente, disolver la manifestación histórica completa del
Trabajo como sujeto revolucionario, y evitar la perspectiva peligrosa de la filosofía
proletaria concentrándose en un sistema filosófico unificado de pleno derecho. Pero, sin
embargo, el Trabajo, inspirado por Marx, intentó dar una "lucha final y decisiva" a su
enemigo primordial. El Trabajo fue derrotado, pero el hecho de esta gran batalla no se
puede negar. Fue el contenido principal de la historia socio-política del siglo XX,
totalmente de acuerdo con Marx, sólo que con un (mal) final diferente. El mal mundial
ganó. Lo negativo resultó ser más fuerte y más astuto que lo positivo. La subjetividad
del Capital demostró su superioridad sobre la subjetividad del trabajo.
¿Cómo sucedió esto en la práctica?
El primer fracaso de la ortodoxia marxista se produjo en el momento de la Gran
Revolución de Octubre. Este acontecimiento fue el punto de inflexión de la historia
post-marxista. Por un lado, el levantamiento de los marxistas bolcheviques demostró
que las ideas de Marx eran correctas y se confirmaban por la práctica. El partido
proletario, los trabajadores comunistas fueron capaces de hacer una revolución, derrocar
el sistema de explotación, destruir el poder del capital y la clase burguesa, y construir un
estado socialista procediendo desde las disposiciones básicas del propio Marx. Por otra
parte, se declaró al marxismo como ideología predominante de este estado. En otras
palabras, la experiencia rusa proporcionó la primera confirmación de la corrección y la
eficacia de la doctrina revolucionaria marxista. Sin embargo, en el transcurso de la
revolución rusa fue descubierta una circunstancia importante: la exitosa revolución
proletaria no había sucedido donde y cuando el propio Marx había predicho. El error
espacio temporal no era un factor cuantitativo, sino cualitativo. Por lo tanto, se cargó
con un inmenso valor doctrinal.
Marx creía que la formación definitiva del proletariado como clase y su formalización
en un partido revolucionario se produciría en los países más desarrollados del Occidente
industrial, es decir, exactamente donde los mecanismos burgueses habían alcanzado su
desarrollo más completo y el proletariado industrial era la dominante social de todas las
fuerzas productivas. Por otra parte, Marx creía que las revoluciones proletarias
provocarían inmediatamente una reacción en cadena en los otros estados y sociedades.
Marx estaba seguro de que la revolución socialista no podría ocurrir en otros puntos
espaciales y temporales, ya que ambos sujetos históricos - el Trabajo y el Capital - en
esos lugares aún no habían alcanzado la etapa en la que fuera posible una traducción
completa y adecuada de lo material a lo ideal, de lo objetivo a lo subjetivo, y del estado
limitado de desarrollo a un sistema adecuado. La experiencia rusa demostraba que la
revolución socialista era posible y podría ser llevada a cabo con éxito en un país con un
capitalismo subdesarrollado muy por detrás de la realización a escala masiva de la
segunda etapa de la revolución industrial, en un país con un porcentaje muy pequeño de
proletarios industriales. Después de la victoria de los bolcheviques, los procesos
revolucionarios no se extendieron a Europa, sino que se detuvieron en las fronteras del
antiguo Imperio ruso. El Trabajo había formado un partido político y había batido al
capital en condiciones completamente diferentes a los previstas por Marx. En otras
palabras, la revolución histórica en Rusia corrigió la teoría de su padre fundador.
El significado de esta corrección histórica es tal vez más concisamente captado, al
referirse al fenómeno del nacional-bolchevismo, por Mikhail Agursky [1]. La
revolución proletaria en Rusia demostró que el triunfo del Trabajo sobre el Capital era
posible y realista, siempre que, en este acto político-económico, otras dimensiones
adicionales estuvieran involucradas, tales como el mesianismo nacional (muy
desarrollado entre los rusos y los judíos de Europa del Este), las tendencias sectarias
místicas y quiliásticas (del pueblo y la intelligentsia), y un partido político blanquista,
conspirativo y con un estilo de Orden (el leninismo, y más tarde el estalinismo). De
hecho, un caso análogo aunque mucho menos radical garantizó la victoria a diferentes
fuerzas anticapitalistas - el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán - que en la
práctica lograron llevar a cabo revoluciones cuasi-socialistas. En otras palabras, el
marxismo resultó ser históricamente realizable en una ejecución heterodoxa, nacional-
bolchevique, que se diferenciaba del concepto estricto del propio Marx. El marxismo se
hizo real en la práctica, pero sólo en combinación con otros factores y, en concreto, allí
donde la doctrina política-económica de Marx estaba vinculada con tendencias
culturales-religiosas bastante lejos del discurso del autor de El capital. En contraste con
el éxito de la realización histórica del marxismo en una forma nacional-bolchevique, en
ese momento en el Occidente burgués, cuando el capitalismo había llegado al límite de
su desarrollo, es decir, cuando estaba en el umbral de la tercera revolución industrial
(esto ocurrió en los años del siglo 20 '60's-'70), la transición al socialismo no tuvo lugar.
Si la versión del marxismo heterodoxo resultó ser factible, entonces la versión ortodoxa
fue refutada por la historia. El capitalismo en su forma más desarrollada logró superar
los más peligrosos momentos de desarrollo, efectivamente negociados con la amenaza
del levantamiento proletario, y se trasladó a un nivel de dominación aún más
desarrollado, en un momento en el que la alternativa, el sujeto de oposición en sí - el
proletariado como una clase, como un partido del Trabajo escatológico, revolucionario -
fue disuelto, dispersado, y evaporado en el complejo sistema de la incontestable
"sociedad del espectáculo" (Guy Debord). En otras palabras, la sociedad post-industrial,
convertida en una realidad, finalmente reveló que las profecías de Marx literalmente
entendidas no se hicieron realidad en la práctica. Esta, de hecho, es la razón de la
profunda crisis del marxismo contemporáneo europeo.
Hoy en día, sabemos sobre el triste final del estado socialista que se liquidó a sí mismo
como resultado de procesos puramente internos que llevaron el sistema nacional-
bolchevique hasta el borde del infierno con los burgueses de la Perestroika. Y 40 años
antes cayeron los otros regímenes no capitalistas de Europa, la Italia fascista y la
Alemania nazi. Por lo tanto, el Capital había vencido al Trabajo en todas sus
manifestaciones ideológicas a finales del siglo XX, incluyendo la forma del marxismo
ortodoxo (representado por la socialdemocracia europea), la versión nacional-
bolchevique de los soviéticos, y las variantes aproximadamente cercanas y
comprometidas de los regímenes europeos llamados de "tercera vía".
La victoria del Capital sobre el Trabajo, sobre todo, muestra el mayor grado de
conciencia de este polo de la historia, que fue capaz de permanecer fiel a su propósito
original en el largo plazo y de estar listo para sacar conclusiones del estudio de los
modelos conceptuales de sus enemigos históricos en orden de dominar, en la práctica,
como medidas preventivas, algunas de las metodologías y de los paradigmas revelados
por el propio genio revolucionario. Después de Marx, el campo del Trabajo, a una
escala político-económica mundial, se dividió en tres campos ideológicos inarmónicos,
en conflicto: el socialismo soviético (nacional-bolchevismo), la socialdemocracia
occidental, y (con algunas reservas) el fascismo. El campo capitalista se mantuvo
esencialmente unificado y hábilmente utilizó las contradicciones entre las ideologías del
Trabajo. En lugar de un solo partido comunista revolucionario proletario, en el
momento crítico en la historia del Occidente burgués, aparecieron organizaciones
bolcheviques radicales pro-soviéticas bajo el control del Comintern, y esto significa
geopolíticamente vinculadas a Moscú como capital de la Tercera Internacional y
acarreando su voluntad; los partidos socialdemócratas indígenas luchando contra las
fuerzas pro-Moscú por la influencia en los círculos proletarios; y, por último, los
movimientos nacional-socialistas proyectando la experiencia nacional-bolchevique de
Moscú (pero en una versión mucho más suave) en su contexto nacional.
La estrategia del Capital estaba en constante oposición a las tres variaciones de las
expresiones ideológicas de las fuerzas del Trabajo, las unas contra las otras, con el fin
de evitar cualquier posibilidad de su consolidación en un único ente socio-político,
histórico. Con este fin, la socialdemocracia y el bolchevismo se opusieron al fascismo, y
el fascismo a la socialdemocracia y al bolchevismo. El pico de esta estrategia fue el
"Frente Popular" en Francia en el momento de Leon Blum y la alianza entre la Unión
Soviética, Inglaterra y los EE.UU. en la guerra contra los países del Eje.
Por otra parte, los socialdemócratas occidentales (como portadores de la ortodoxia
marxista no nacional-bolchevique) se instalaron de forma activa en el colaboracionismo
político con el establishment burgués a través de la representación parlamentaria, se
corrompieron mediante la cooperación con el sistema, y al mismo tiempo se volvieron
contra los "agentes de Moscú" de los partidos bolcheviques, leninistas (la línea de Karl
Kautsky es la más significativa en este sentido). Y, por último, no tuvo lugar una
formulación doctrinal completa del nacional-bolchevismo en una ideología consciente y
coherente en el marco del Estado soviético, en la que se habrían establecido los puntos y
las directrices estrictas a la hora de abordar el legado de Marx (lo que iba a ser aceptado
y lo que iba a ser rechazado). En lugar de tal corrección, los ideólogos soviéticos
siguieron insistiendo en que el leninismo y el marxismo ortodoxo eran adecuados,
negando lo más obvio e irrefutable, y en ello perdieron la oportunidad para una
reflexión consistente, coherente y esclarecedora.
En lugar de una imagen clara e inequívoca de la confrontación entre el Trabajo y el
Capital en la forma del régimen socialista soviético, por una parte, y de los países
capitalistas de Occidente, por el otro, surgió un mosaico parcial en el que los
compromisos (desde un punto de vista político-económico) de los regímenes fascistas y
de la socialdemocracia occidental colaboracionista, desempeñaron un papel
extremadamente negativo. Estos componentes fascistas y socialdemócratas a medio
cocer obstaculizaron irreparablemente el proceso de formación de un partido comunista
proletario internacional unido, que podría haber considerado la experiencia ideológica y
espiritual de la revolución rusa. Este es el factor externo. El factor interno consistió en
la negativa del propio sistema soviético a extraer importantes conclusiones ideológicas -
incluyendo la corrección necesaria de los puntos de vista culturales-filosóficos de Marx
- y en rechazar lo que, a su vez, podría haber sido un éxito facilitando un diálogo
productivo con el fascismo, especialmente en sus versiones de extrema izquierda. Por
último, la misma socialdemocracia occidental, en lugar de un "frente popular" y un
pacto antifascista con fuerzas y regímenes radicalmente burgueses, podría haber
encontrado un entendimiento con los socialistas de orientación nacional en el marco de
un bloque de Estados anti-burgués.
El bolchevismo soviético, la socialdemocracia europea, e incluso el fascismo, como
movimientos esencialmente anticapitalistas, deberían haberse obligado a ponerse de
acuerdo en una sola plataforma ideológica, en algún lugar a medio camino entre una
revaluación explícita de Marx por parte de los ortodoxos y su evidente subestimación
por parte de los fascistas. Una tal hipotética ideología, una especie de marxismo
nacional absoluto y universal, podría haber tenido en cuenta otros puntos culturales,
filosóficos, espirituales y nacionales, junto con el paradigma histórico brillantemente
correcto de Marx, con el fin de formar una significativo nacional-bolchevismo ideal,
una plataforma socio-económica efectiva en la que el principio del Trabajo se traduciría
en la forma más perfecta. Pero, por desgracia, esto sólo se ha descubierto ahora que, a
posteriori, es posible resumir y analizar la experiencia de una gran catástrofe histórica.
Como sujeto, el Capital resultó ser no sólo más fuerte, sino más inteligente que el
Trabajo. No permitió al "fantasma del comunismo" realizarse plenamente en la historia,
y lo condenó a seguir siendo un mero fantasma. Esta es una trágica comrpobación. Pero
desde el punto de vista de la cognición y la elaboración de un paradigma histórico
sucinto, que nos permita entender claramente en qué momento de la historia nos
encontramos en el movimiento actual, la importancia de esta conclusión es difícil de
sobreestimar.
El paradigma geopolítico de la historia
La reducción geopolítica se conoce significativamente menos que el modelo económico,
pero su contundencia y claridad, sin embargo, son totalmente comparables con el
paradigma del Trabajo vs. Capital. En la geopolítica también existe un par teleológico
de concepciones que son presentadas como los sujetos de la historia, pero en este caso
no se ven desde el punto de la economía, sino más bien en el contexto de la geografía
política. Hay dos sujetos geopolíticos: el Mar (la talasocracia) y la Tierra (la
telurocracia). Su par sinónimo es Occidente y Oriente, donde Oriente y Occidente son
considerados no como meras nociones geográficas, sino como bloques de civilización.
Occidente, según la doctrina geopolítica, es igual al Mar. Oriente equivale a la Tierra.
En el momento actual, lo que nos interesa es un resumen de la historia traducida en
términos geopolíticos, el punto escatológico que se observa claramente al nivel de la
economía. Desde ese punto de vista, el Trabajo batalló con el Capital y perdió. Vivimos
en un tiempo de derrota, que la escuela económica liberal considera final (de ahí el tema
del "fin de la historia" de Fukuyama, o el "orden monetario" final de Jacques Attali).
¿Es posible ver algún tipo de analogía de este estado de cosas en la geopolítica?
Sorprendentemente así es, tal analogía no sólo existe, sino que es tan obvia y evidente
que nos conduce plenamente en dirección a algunas conclusiones muy interesantes.
La dialéctica de la geopolítica es la lucha entre el Mar y la Tierra. El Mar, o la
civilización del Mar, encarna la movilidad permanente, la "agitación", y una ausencia de
centros fijos. Los únicos límites reales del Mar son las masas continentales en sus
bordes, es decir, algo opuesto a sí mismo. La Tierra, o la civilización de laTierra, por el
contrario, encarna los principios de la permanencia, la fijación y el "conservadurismo".
Los límites de la Tierra pueden ser estrictos, claros y naturales, y en diferentes espacios
de la propia tierra. Y es sólo la civilización de la Tierra la que proporciona la base para
los sistemas de valores sagrados, legales, o éticos. La Tierra (Oriente) es el orden. El
Mar (Occidente) es la disolución. La Tierra (Oriente) es masculino. El Mar (Occidente)
es femenino. La Tierra (Oriente) es la Tradición. El Mar (Occidente) es la modernidad.
Y así sucesivamente.
Estos dos sujetos de la historia geopolítica apuntan a la expresión más completa y
discernible en el movimiento desde un sistema complejo multipolar a un esquema
global de bloques. La Tierra y el Mar adquirieron características planetarias sólo en el
siglo XX, y sobre todo en su segunda mitad, cuando los contornos del modelo bipolar
fueron finalmente establecidos. El Mar encontró su expresión final en los EE.UU. y la
OTAN, mientras que la Tierra se encarnó en el conglomerado de países socialistas, el
Pacto de Varsovia. Se llevó a cabo una división teleológica del plano en dos campos,
cada uno de los cuales representaba la forma más pura de este par geopolítico,
civilizacional. La civilización del Mar pasó a través de la historia de los EE.UU. y el
atlantismo, aunque el camino no fue sencillo. La civilización de la Tierra se encarnó en
formas similares en la URSS. Atlantis y Eurasia se integraron estratégicamente, y las
tendencias geopolíticas latentes ingeniosamente reconocidAs por Mackinder en
términos de la lógica histórica de los espacios terrestres adquirieron un impresionante
peso y una visibilidad suprema en la "Guerra Fría".
Pero, en el punto de culminación de la historia geopolítica en el siglo XX, se presenció
un pivote geopolítico que en un momento nubló la transparente lógica del modelo
geopolítico. El surgimiento en Europa de un bloque estratégico separado - los países del
Eje - en la década de los años 20 y 30, se convirtió en el mayor obstáculo que impedía el
desarrollo orgánico de la civilización de la Tierra en un sujeto geopolítico de pleno
derecho, y por lo tanto sentó las bases para una eventual derrota.
Los países del Eje intentaron hacer valer su independencia geopolítica y su
autosuficiencia. Al hacerlo, rechazaron todos los hechos y las recomendaciones de las
escuelas académicas [geopolíticas]. El fascismo europeo era, desde un punto de vista
geopolítico, una barrera a la expansión natural, eurasianista, de los soviéticos hacia
Occidente, pero también se negó a obedecer y a poner en práctica una estrategia
puramente atlantista. Esta ambigüedad perturbó gravemente el mapa bipolar del mundo
y dio lugar a guerras y conflictos intercontinentales que impedían con dureza al sujeto
eurasianista de la tierra continental la plena realización de sí mismo y la afirmación de
su propia estrategia geopolítica coherente. El fascismo europeo generó una
irresponsabilidad geopolítica y la ilusión insostenible de los intereses comunes entre el
Mar (Occidente) y la Tierra (Oriente) en la forma de una especie de tercera identidad
que, desde el punto de vista de la doctrina geopolítica, no puede ser otra cosa que
ficticia y no tiene suficiente nivel geopolítico, geográfico, histórico, o de civilización.
Europa (fascista o no) sólo tiene dos perspectivas geopolíticas: o bien ser el puesto de
avanzada occidental de Oriente (como, por ejemplo, en el ortodoxo Imperio Romano
antes de la escisión), o actuar como una zona costera estratégica bajo el control del Mar
y dirigida contra la masa continental de Eurasia. La estrategia de los países del Eje no
fue ni la primera ni la segunda. La derrota de Alemania era ya evidente cuando comenzó
una guerra en dos frentes. Una aventura antinatural así no sólo era un sucidio a
sabiendas para Alemania (y para Europa en general), sino que también dispuso una base
geopolítica a medio cocinar, sin terminar, para todo el continente euroasiático que, al
final, llevó a la muerte y al colapso de toda la civilización de la Tierra. Este último
comentario se basa en el brillante análisis de Jean Thiriart del colapso de la URSS y el
Pacto de Varsovia, al que él llegó 20 años antes de que éste se convirtiera en un hecho.
Thiriart puso de manifiesto que, desde un punto de vista geopolítico, el espacio
estratégico controlado por los países socialistas estaba sin terminar y no sería capaz de
soportar la confrontación prolongada con Occidente. Thiriart consideraba que la razón
principal era el problema de la división de Europa, que dio todas las ventajas
estratégicas a la potencia de ultramar a expensas de la URSS. Thiriart argumentó que,
con el fin de resolver este problema radical que Eurasia heredó de las políticas suicidas
de Hitler, sería necesario, o la conquista de Europa Occidental incluyendo los países del
campo socialista o, por el contrario, insistir en la retirada de los activos y las tropas
estratégicas de la URSS de Europa del Este con la disolución paralela de la OTAN y la
eliminación de todas las bases estratégicas de Estados Unidos. Esto habría dado lugar a
la creación de un espacio neutral en Europa que habría proporcionado a Moscú la
posibilidad de centrarse totalmente en dirección sur y librar una batalla posicional
decisiva en Afganistán y el Lejano Oriente y Oriente Medio.
Pero la civilización del Mar estudió cuidadosamente las teorías geopolíticas de
Mackinder y Mahan, no sólo comparándolas con su estrategia, sino comprendiendo la
gravedad de la amenaza planteada por una Eurasia integrada progresiva,
continentalmente, bajo los auspicios de los soviéticos, e hizo todos los esfuerzos
posibles en todas las formas para prevenirla. Y una vez más, como en el caso de la lucha
entre Trabajo y Capital, no sólo actuaron fuerzas históricas objetivas, sino que se fue
testigo de la intervención activa y directa del factor subjetivo, es decir, los agentes de
influencia occidental hicieron todo lo posible para evitar la puesta en práctica de un
"bloque continental", un pacto Berlín-Moscú-Tokio, el proyecto que había sido
presentado por el mayor geopolítico alemán, Karl Haushofer. Junto con el desarrollo de
la investigación geopolítica, el Mar encontró un aparato lógico, eficaz, intelectual y
conceptual para actuar en la historia no por mera inercia, sino conscientemente.
En términos geopolíticos, el fin del bloque soviético y el colapso y la desintegración de
la URSS significaron la victoria del Mar sobre la Tierra, de la talasocracia sobre la
telurocracia, de Occidente sobre Oriente. Y de nuevo, como en el caso de la pareja
Trabajo-Capital, vemos en la historia del siglo XX una identificación teleológica de dos
grandes sujetos geopolíticos - sólo que esta vez se trata del Mar y la Tierra -
anteriormente no manifestados plenamente, su duelo planetario y la victoria final del
Mar y de Occidente.
Si comparamos la trama de la reducción económica con el modelo geopolítico para
explicar la historia, salta a la vista un paralelismo distinto que puede ser rastreado en
todas las etapas. Existe la impresión de que la misma trayectoria se repite en diferentes
niveles paralelos que no están directamente relacionados entre sí. Por lo tanto, se
sugiere la siguiente identificación:
El destino del Trabajo = el destino de la Tierra y de Oriente. El destino del Capital = el
destino del Mar y Occidente. El Trabajo se fija, mientras que el Capital es líquido. El
Trabajo es la creación de valores y el ascenso [2] mientras que el Capital es la
explotación, la alienación, la caída de las cosas [3]. La civilización del Mar es la
civilización del liberalismo. La civilización de la Tierra es la civilización del socialismo.
Eurasia, la Tierra, Oriente, el Trabajo, y el socialismo son un grupo sinónimo. El
atlantismo, el Mar, Occidente, el Capital, y el liberalismo son también una agrupación
sinónima.
La comparación de la economía política y la geopolítica ofrece una imagen conceptual
excepcionalmente sistemática.
El "fin de la historia", en términos geopolíticos, por lo tanto, significa "el fin de la
tierra", el "fin del Oriente". ¿No recuerdan el simbolismo bíblico del "diluvio
universal"?
Notas
[1] Véase Elementy. Evraziiskoe obozrenie de 1997, N° 9, con una colección dedicada a
este fenómeno
[2] Aquí Duguin compara la etimología de "Vostok" (en ruso "Oriente") y
"voskhozhdenie" (o "ascenso").
[3] Aquí Duguin compara la etimología de "zapad" (en ruso "Occidente"), que
literalmente puede significar "hundimiento" o "caída" con la naturaleza oscura del
Capital y Occidente asociado con la caída.
Continuará...
EL PARADIGMA DEL FIN (Y II)
La guerra de las naciones
Todavía se puede encontrar otro modelo de interpretación en diversas teorías étnicas
que tienen en cuenta las naciones, a veces las razas, y otras veces a este o aquel pueblo
que se opone a todos los demás para ser el sujeto fundamental de la historia. Existen
innumerables versiones en este campo. Uno de los teóricos más destacados del enfoque
étnico fue Gerder, figura de la ilustración alemana cuyas ideas fueron desarrolladas por
los románticos alemanes, parcialmente tomado prestadas por Hegel, y finalmente
adoptadas por los representantes de la "revolución conservadora" alemana,
especialmente por el prominente pensador, jurista y filósofo Carl Schmitt. El enfoque
racial fue esbozado en los escritos del conde Gobineau y luego fue retomado por los
nacionalsocialistas alemanes. El mismo aspecto de ver la historia a través del prisma de
una etnia se ha representado con mayor claridad en los círculos judaicos y sionistas
sobre la base de las características específicas de la religión judaica. Además, siempre
se pueden encontrar tendencias cercanas a la idea de la exclusividad nacional durante un
aumento de los sentimientos nacionales, pero la diferencia es que estas teorías en
ninguna parte han adquirido un contenido religioso tan pronunciado, estable y
desarrollado, y han poseído una tan larga tradición histórica como entre los judíos.
Hay varios teorías étnicas inusuales pero muy convincentes que no encajan en ninguna
de las categorías antes mencionadas. La "teoría de la pasionaridad y la etnogénesis", por
ejemplo, del genio científico ruso Lev Gumilev es uno de éstas. También considera la
historia del mundo como resultado de la interacción de las etnias entendidas como seres
vivos, orgánicos, de la juventud a la vejez y la muerte. Aunque esta teoría es muy
interesante y revela muchos patrones de civilización enigmáticos, no posee el grado de
reducción teleológica que nos interesa. Los puntos de vista de Gumilev no pretenden ser
una generalización final. Por otra parte, Gumilev era propenso a considerar los puntos
de vista escatológicos (explícitos o encubiertos) como expresiones de una etapa
"decadente" del desarrollo de una etnia, como quimeras que surgen según se aproxima
el umbral de la muerte de las culturas y los pueblos con la decadencia y la pérdida de la
pasionaridad. En consecuencia, para él, el estado de la cuestión relativa a la
interpretación del "fin de la historia" no hubiera sido nada más que una expresión de
profunda decadencia. Por esta razón, Gumilev debe dejarse a un lado.
En el caso de Gumilev, sólo el primer criterio, el de la etnia, puede tomarse, sobre el
cual se basan todas las teorías del ethnos como un sujeto histórico, dividiéndose en dos
partes, ya que algunas de estas teorías tienen un dimensión teleológica, escatológica, y
otras no. ¿Cuáles tenemos en cuenta?
Existen concepciones de la historia que ven el reflejo del significado de todo el proceso
histórico en el destino de este o aquel pueblo (las variantes de la existencia de distintos
pueblos o razas) y, en consecuencia, el triunfo final, el renacimiento, o al contrario, la
derrota, la humillación y la desaparición de una nación, son considerados los resultados
de la historia mundial, la máxima expresión de su significado secreto. Estas teorías
étnicas de orientación escatológica nos interesan sobre todo. Otras teorías podrían ser
igual de extravagantes o interesantes, pero en la medida en que no tengan ninguna
dimensión teleológica, no añaden nada a la comprensión del problema en estudio. Los
nacionalismos ruso, norteamericano, judío, kurdo, inglés, así como el racismo alemán,
obviamente, gravitan hacia el planteamiento de la cuestión escatológica. Los
nacionalismos polaco, húngaro, árabe, serbio, armenio, o italiano, aunque pueden ser no
menos vívidos, intensos o dinámicos, son, evidentemente, teleológicamente pasivos. El
primer grupo cree que el sujeto prioritario es la historia de su pueblo y sus vicisitudes
dado que forman el contenido del proceso histórico mundial, con el triunfo final de
estos pueblos y el pisoteo de las naciones hostiles, poniendo fin a la historia. El segundo
grupo no tiene una escala tan global e insiste sólo en la aprobación pragmática y menos
pretenciosa de las características nacionales, la cultura, y la condición del Estado de
cara a las naciones y las culturas circundantes. Aquí está la línea divisoria importante.
Un estudio del segundo grupo de doctrinas étnicas no nos deja más cerca de identificar
los paradigmas históricos, ya que toma una escala demasiado pequeña para empezar. El
primer grupo, por el contrario, cumple con nuestros requisitos, aunque en este caso hay
que distinguir entre "la globalización de los deseos" y la "globalización de lo que es
real". Incluso una consideración teórica pura de esta interpretación étnica de la
escatología requiere de una etnia particular que tenga una escala histórica significativa
(en tiempo y espacio). De lo contrario, en el caso contrario, la imagen resulta ser
ridícula.
Pero, incluso limitando la gama a la consideración del "nacionalismo teleológico",
todavía no tenemos una imagen sistemática. En tanto que la analogía entre la economía
política y la geopolítica resultó ser entera y vívida, intentaremos - un poco
artificialmente - extender el mismo modelo a la historia étnica. Sólo entonces puede tal
identificación llegar a ser explicativa, justificada o injustificada.
La geopolítica nos permite dar el primer paso en este sentido. Así como el
Mar=Occidente, la "etnia de Occidente" es la portadora de las tendencias talasocráticas
al nivel étnico. Y al igual que nuestra ecuación tiene ya la fórmula Mar=Capital,
entonces un (hasta ahora) hipotético "ethnos de Occidente" se convierte en el tercer
miembro de la identidad Mar="ethnos de Occidente"=Capital. Construir el polo opuesto
de la Tierra= "ethnos de Oriente"=Trabajo es igual de fácil. Ahora lo que queda es
relacionar los conceptos de "ethnos de Occidente" y "ethnos de Oriente" a algún tipo de
realidades históricas fijas y explicar la presencia de las correspondientes doctrinas
escatológicas.
Es aquí donde los eurasianistas rusos (Trubetskoy, Savitsky, etc.) vienen en nuestra
ayuda. Siguiendo a Danilevsky, ellos identificaron la "etnia de Occidente" con los
pueblos "romano-germánicos", y la "etnia de Oriente" con los "eurasiáticos", polo en el
que se destacan los rusos como una síntesis única de las etnias eslava, turca, úgrica,
alemana e iraní. Por supuesto, hablar de "romano-germánicos" como una etnia no es del
todo exacto, pero hay sin embargo, señales históricas y de civilización comunes
claramente presentes. Los romano-germánicos están unidos por la geografía, la cultura y
la religión, así como por un desarrollo tecnológico común. Se considera que la cuna de
lo que podría llamarse la "civilización romano-germánica" es el Imperio Romano de
Occidente y más tarde el "Santo Imperio Romano Germánico". La unidad etnocultural
está presente, pero, ¿autoriza esto a uno a hablar de un solo concepto escatológico que
pueda considerarse el destino de este grupo étnico como un paradigma de la historia? Si
nos fijamos bien en la lógica del desarrollo del mundo romano-germánico, entonces
vemos que este mundo prácticamente usurpó y se apropió exclusivamente para sí el
concepto de "ecúmene", es decir, "universal", que anteriormente caracterizaba el
agregado de todas las partes del Imperio ortodoxo. Pero después de la ruptura con
Bizancio, Occidente se reservó el concepto de "ecúmene" sólo para sí mismo,
reduciendo la historia universal a la historia de Occidente y dejando de lado no sólo al
mundo no cristiano, sino también a todos los pueblos ortodoxos de Oriente y, por otra
parte, el eje del cristianismo genuino, Bizancio. Por lo tanto, el centro del cristianismo
auténtico, el Oriente ortodoxo, quedaba fuera del "mundo cristiano" romano-germánico.
Además, este concepto de la "ecúmene Europea" fue heredado por los pueblos de
Occidente después de la violación de la unidad de su religión católica y después de la
secularización. El mundo romano-germánico identificó su historia étnica con la historia
de la humanidad, y esto en particular preparó el terreno para que N. S. Trubetskoy
titulara su libro Europa y la Humanidad, en el que de manera convincente mostró que la
auto-identificación de Occidente con la humanidad volvió a la verdadera humanidad, en
el sentido entero y normal de la palabra, en enemiga de Occidente. En tal perspectiva, el
hecho de la autoidentificación de Europa y de los europeos como el sujeto étnico de la
historia comienza a revelar que el resultado positivo (en la conciencia de los romano-
germánicos) de la historia, sería equivalente al triunfo final de Occidente, de su
"ecúmene" cultural y política, sobre todos los demás pueblos del planeta. Esto, en
particular, sugiere que las normas políticas, éticas, culturales, y económicas romano-
germánicas desarrolladas a lo largo de su historia deben ser universales y
universalmente aceptadas, y que debe romperse toda resistencia por parte de los pueblos
y las culturas indígenas.
La escatología conceptual de las naciones europeas pasa por varias fases de desarrollo.
En un principio, tenía una expresión católico-escolástica paralela al desarrollo de
doctrinas puramente místicas tales como el concepto del "tercer reino" de Joaquín de
Fiore. El mundo romano-germánico tenía que completar la "evangelización" de los
bárbaros y los herejes (¡incluyendo a los cristianos ortodoxos!) para ser seguido por el
"paraíso en la tierra", cuya imagen se representa más o menos análoga a la dominación
universal del Vaticano, elevado al nivel de absoluto. En el siglo XVI, la escatología
Europea encontró su expresión en la Reforma y más tarde encontró su última forma en
la doctrina anglosajona protestante de las "tribus perdidas". Esta doctrina considera que
los pueblos anglosajones son los descendientes étnicos de las diez tribus perdidas de
Israel que, según la historia bíblica, no regresaron de la cautividad en Babilonia. Por lo
tanto, los verdaderos judíos, los israelitas, el "pueblo elegido", son los anglosajones, el
"grano de oro" del mundo romano-germánico, que están destinados a establecer la
supremacía sobre todos las demás pueblos de la tierra en los últimos tiempos. En esta
doctrina extrema formulada en el siglo XVII por los partidarios de Oliver Cromwell,
toda la lógica de la historia étnica de Europa se condensa y se concentra, confirmando
de forma inequívoca la universalidad étnica y cultural de las pretensiones de Occidente
para la dominación del mundo. Tal es la aclaración del sujeto étnico del mundo romano-
germánico, que poco a poco y tanto más claramente convirtió a los anglosajones y
protestantes fundamentalistas de esta orientación escatológica [4]. Pero las raíces de esta
doctrina se pueden encontrar en la Edad Media católica en el Vaticano. A este respecto,
se encuentra el brillante análisis de Werner Sombart en su libro La quintaesencia del
capitalismo [5]. Los anglosajones, en paralelo a la cristalización de las concepciones de
la selección étnica, son los primeros en ser incluidos en los dos procesos fatídicos que
constituyen el corazón de la economía política y la geopolítica contemporánea.
Inglaterra hace un gran avance industrial, es la primera de las potencias europeas en
entrar en la revolución industrial, que rápidamente condujo al florecimiento del
capitalismo, y al mismo tiempo conquista el espacio marino del planeta, ganando el
duelo geopolítico contra la más arcaica, "basada en el suelo" y tradicionalista España.
Carl Schmitt reveló muy bien la relación entre estos dos puntos de inflexión en la
historia moderna [6].
Poco a poco, otro estado "hijo" adoptó la iniciativa de Inglaterra. Este fue EE.UU.,
originalmente fundado en los principios del "fundamentalismo protestante" y concebido
por sus fundadores como un "espacio de utopía" y "tierra prometida", en el que la
historia debe terminar con el triunfo planetario de las "10 tribus perdidas". Esta idea se
manifiesta en el concepto americano del Destino Manifiesto que considera a la "nación
americana" como la comunidad humana ideal, la apoteosis de la historia de los pueblos
del mundo.
Habiendo comparado la teoría abstracta de la "excepcionalidad étnica de los
anglosajones" con la práctica histórica, vemos que la influencia real de Inglaterra como
la vanguardia del mundo romano-germánico en Europa en términos más generales, y en
todo el mundo y en la historia del mundo es, de hecho, masiva. En la segunda mitad del
siglo XX, cuando los EE.UU. se convirtieron de facto en un sinónimo de los "pueblos
occidentales" y en un símbolo del razonamiento escatológico del nacionalismo
anglosajón, es difícil dudar de la presencia de dicha influencia en el Destino Manifiesto.
Si, por ejemplo, el nacionalismo masónico-católico de un francés, a pesar de sus mitos
elevados de la "última clase" fue sólo relativo y regional, la concepción anglosajona del
fundamentalismo protestante se confirma no sólo por los éxitos sorprendentes de la
"señora de los mares", sino también por la existencia del gigantesco hiper-poder
contemporáneo que sigue siendo el único de su tipo en el mundo hoy en día.
Pasemos ahora a la "etnia de Oriente", a los euroasianistas. Aquí también se debe
prestar atención, en primer lugar, a los pueblos que han demostrado su importancia
histórica. Naturalmente, no puede haber ninguna duda de que la única comunidad étnica
que fue capaz de hacer valer su escatología nacional a gran escala a la altura de la
historia fue el pueblo ruso. Esto no siempre fue así, y en algunos períodos de la historia
de Oriente, los rusos eran poco más que uno de muchos pueblos, junto a otros, que
expandió o estrechó con mayor o menor éxito los límites de su presencia cultural,
política y geográfica.
A pesar de ser las más antiguas y superiores civilizaciones tradicionales, y a pesar de su
escala e importancia espiritual, China e India nunca han planteado sus propios
conceptos escatológicos de nacionalismo, no han identificado su historia étnica con la
historia de la humanidad, y por lo tanto no han prestado tal dramático elemento a las
relaciones o conflictos internacionales. Además, ni las tradiciones chinas ni las hindúes
se caracterizaron por su "mesianismo" o por reivindicaciones de la universalidad de sus
paradigmas religiosos y étnicos. Este es el estático, "permanente", relativamente
"conservador" Oriente, incapaz de y no dispuesto a aceptar el desafío de Occidente.
Teorías nacionales en las que se esperase que los chinos o los indios dominaran el
mundo nunca existieron en China e India. Sólo entre los iraníes y los árabes existían
tales teorías nacionales, raciales, de orientación escatológica. La historia de los siglos
anteriores ha demostrado que la escala real de esta teleología étnica - que fue claramente
expresada por el componente religioso islámico - es demasiado insuficiente para
considerarla un serio aspirante a contraparte de los "pueblos de Occidente". La función
de la vanguardia de "la etnia de Oriente" ha sido asignada de forma única a los rusos,
que fueron capaces de desarrollar un ideal universal, mesiánico, a una escala
comparable al ideal anglosajón, y de ponerlo en práctica en la realidad histórica en
general. La idea escatológica del Reino ortodoxo - "Moscú como la tercera Roma" - fue
posteriormente transferido a la secularizada Rusia peterburguesa, y, finalmente, a la
URSS. La Ortodoxia vino de Bizancio a través de la Santa Rus a la capital de la Tercera
Roma. Esto es análogo a la forma en que los anglosajones procedieron del concepto
étnico de las "tribus de Israel" al melting-pot [o crisol, n.T] estadounidense como un
"paraíso artificial escatológico liberal". El mesianismo ruso, originalmente basado en el
concepto de "etnia abierta" se convirtió en la fórmula del "patriotismo soviético" en el
siglo XX, que reunió a los pueblos, etnias y culturas de Eurasia bajo un proyecto
cultural y ético masivo y universal.
Otra confirmación de esta doble teleología étnica es el hecho de que los protestantes
estadounidenses equiparan unánimemente a Rusia con la "tierra de Gog", es decir, el
espacio desde el cual vendrá el Anticristo. La doctrina del "dispensacionalismo" afirma
inequívocamente que la batalla final de la historia se desarrollará entre los cristianos del
Imperio del Bien (los EE.UU.) y los habitantes herejes del Imperio Euroasiático del Mal
(los rusos y los pueblos de Oriente unidos en torno a ellos). Esta equiparación de Rusia
con la "tierra de Gog" se extendió especialmente en los círculos protestantes
estadounidenses en la mitad del siglo pasado. Puntos de vista similares también son
característicos de muchas denominaciones protestantes en Inglaterra y entre los jesuitas
católicos. Las primeras bases del concepto del "dispensacionalismo" fueron formuladas
por el cura católico español judaizante (jesuita), Emmanuel de La Concha, que escribió
bajo el seudónimo de "Rabino Ben Ezra." El predicador escocés de la secta pentecostal,
M. McDonald, tomó prestada esta teoría dispensacionalista, que posteriormente se
convirtió en la piedra angular de la doctrina del predicador fundamentalista inglés
Derby, que fundó la secta "Hermanos de Plymouth" o los "Hermanos". Toda esta
escatología protestante (y a veces católica), muy popular en el Occidente moderno,
afirma que los cristianos occidentales y los judíos tienen un destino común en el "fin de
los tiempos", mientras que los cristianos ortodoxos y otras naciones no cristianas de
Eurasia encarnan el "entorno del Anticristo", que actúa en contra de las fuerzas del
"bien" llevando mucho daño a los "justos", pero que, al final, "será derrotado y
aplastado en el territorio de Israel, donde encontrará la muerte." La extensión de la fe en
esta teoría y su prevalencia entre la gente común en los EE.UU. está en constante
crecimiento. La revolución bolchevique, el establecimiento del estado de Israel y la
Guerra Fría encajan perfectamente en esta concepción "profética" de los
"dispensacionalistas" y fortalecieron su fe en su corrección.
Consideremos brevemente dos variedades más de teleología étnica y formularemos una
conclusión a la que el lector atento lo más probable es que ya haya llegado por sí
mismo. Aquello que hemos puesto de manifiesto y que es fácilmente verificable en la
historia del dualismo étnico - el "ethnos de Occidente" (cuyo núcleo son los
anglosajones) y el "ethnos de Oriente" (cuyo núcleo son los rusos) - ignora dos famosas
doctrinas étnicas que, como regla general, vienen primero a la mente cada vez que
hablamos de "nacionalismo escatológico". Nos referimos al "racismo" de los nazis
alemanes y a las concepciones sionistas de los judíos. ¿Por qué razones hemos dejado
estas realidades de lado y hemos priorizado el estudio de los "nacionalismos" americano
y ruso-soviético, que no son tan visibles y radicales como el nazismo, que limita con la
barbarie, o como el dualismo antropológico acentuado de los judíos? [7].
Responderemos a esta pregunta un poco más tarde, pero ahora recordemos en pocas
palabras lo importante de estas dos variantes de la escatología nacional.
El racismo alemán redujo toda la historia a la oposición racial de los arios, o
indoeuropeos, y todas las otras naciones y razas consideradas "deficientes". En el
corazón de este enfoque está el concepto mitológico de los "antiguos arios", los
primeros habitantes cultivados de la tierra y la raza mágica de los reyes y héroes del
extremo norte. Esta "raza nórdica" fue notable por todas sus virtudes y todas las
innovaciones culturales atribuidas a su autoría. Poco a poco, la raza blanca descendió
hacia el sur y se mezcló con la etnia bruta, animal, sensual y salvaje. Así surgieron las
formas culturales mixtas y los grupos étnicos contemporáneos. Todo lo que es bueno en
la civilización moderna es logro de los blancos. Todo lo que es malo es el producto de
la mezcla con las razas de color y su influencia. Los alemanes son la vanguardia de la
raza blanca, ya que han mantenido la pureza de la sangre, la cultura, y los valores
étnicos. Los judíos son la vanguardia de los pueblos de color, es decir, los principales
enemigos de la raza blanca, quienes planean interminables maquinaciones contra ella.
Esta escatología racial exige que los alemanes lideren la raza blanca, comiencen a
limpiar su sangre, separen a los pueblos de color de los de no-color, y logren la
dominación del mundo con la que reproducir, en una nueva etapa, el dominio original
de los reyes arios. El racismo alemán es, por supuesto, una doctrina extravagante,
bastante artificial y puramente moderna, a pesar de que se basa en algunos mitos
antiguos y enseñanzas religiosas auténticas. En la propia Alemania, el racismo se
extendió bajo la influencia de los círculos ocultistas asociados a la Teosofía en diversos
grados.
El mesianismo judío, por otra parte, es el arquetipo de todas las demás variantes de
escatologías nacionales. El "Viejo Testamento" lo detalla exhaustivamente y se descifra
en el Talmud y la Cábala. Los judíos son considerados como el pueblo elegido por
excelencia, y los hechos de la etnia judía como el sujeto principal de la historia del
mundo. En el extremo opuesto del modelo están los "gentiles", los "goim", las
"naciones", los "paganos", "infieles", o las "fuerzas del lado izquierdo" (de acuerdo con
el "Zohar"). En la interpretación esotérica de la Cábala, los "goim" no son "gente", sino
"los malos espíritus en forma humana", y por lo tanto ni siquiera teóricamente disponen
de la posibilidad de salvación o espiritualización. Pero los judíos, a pesar de ser los
elegidos, a menudo se apartan del camino recto, se desvían por el camino del mal, y van
por los caminos de los "goim" y sus "falsos dioses". Por esto Yaweh castiga a su pueblo
y lo envía a la diáspora entre los "goim," que maltratan a los judíos en todos los
sentidos, causándoles dolor y resentimiento. Después de la destrucción del Segundo
Templo en el año 70 d.C. por Tito Flavio, los judíos fueron enviados por sus pecados a
la "cuarta diáspora", que iba a ser la última. Después de siglos de sufrimiento, esta
diáspora termina en "catástrofe", el "Holocausto" y la "Shoah", seguido por el regreso a
la tierra prometida, la restauración del estado de Israel y, desde este punto en adelante,
los judíos son quienes gobiernan el mundo entero.
Aquí observamos una curiosa correlación entre el racismo alemán y el mesianismo
judío, a pesar de que los símbolos examinados son polos opuestos. Los racistas
alemanes vieron a los judíos como el punto focal del "mal racial", y los propios judíos,
especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, reconocieron el nazismo como,
por el contrario, la forma de realización del "mal gentil". No es casualidad que el
concepto religioso e histórico filosófico de la "Shoah", se aplicara a la persecución de
los judíos en la Alemania nazi. La propia creación del estado de Israel fue la
consecuencia directa de la suerte del régimen de Hitler. A los ojos de la comunidad
internacional, los judíos obtuvieron el derecho moral a su propio estado como una
especie de compensación para las víctimas del nazismo.
El nazismo alemán y el mesianismo judío son formas muy intensas de escatología étnica
que demostraron la realidad de su importancia y su participación en el curso de la
historia mundial por su gran y significativa escala. Sin embargo, ni el nazismo de Hitler
ni el sionismo encarnaron tal distinción, claridad, o visibilidad histórica como
tendencias básicas del proceso histórico como en el caso del americanismo y el
sovietismo. La disposición puramente geográfica es curiosa: el racismo estaba muy
extendido en Europa y el estado de Israel se encuentra en el Oriente Medio. Es como si
se opusieran entre sí verticalmente, mientras que los mundos anglosajón y eurasiático se
oponen entre sí horizontalmente. Si el racismo de Hitler apeló al "nordicismo", entonces
la judería acentuó la orientación al "sur", o "mediterránea". El eurasianismo está
claramente relacionado con el Oriente, y el atlantismo con Occidente.
En esta nota, la escala histórica de la pareja horizontal de los anglosajones y los rusos es
mucho más importante y de mayor peso que el caso del par vertical. A pesar de que los
nazis fueron capaces de lograr ganancias territoriales importantes, estaban condenados
geopolíticamente desde el principio ya que su paradigma etno-escatológico no era lo
suficientemente universal e integral, y su historia no formaba un polo espiritual
independiente (a diferencia del caso de Rusia). Precisamente el mismo caso, a pesar de
la enorme influencia del factor judío en la política mundial, es el de los judíos, que sin
embargo están muy lejos de su ideal mesiánico. El estado de Israel es todavía
insignificante o meramente instrumental en el contexto de la geopolítica más grande, en
la que sólo poseen un sentido genuinamente importante los bloques comparables a la
OTAN o el antiguo Pacto de Varsovia.
El racismo alemán (aunque históricamente eliminado) y el mesianismo judío (que, por
el contrario, se fortaleció después de la segunda mitad del siglo XX), no deben ser
ignorados. Pero su importancia no debe ser sobrestimada, ya que tenemos una realidad
mucho más significativa en la forma de los EE.UU. y Rusia.
En este sentido, es más constructivo llevar a cabo la siguiente operación: debemos
romper el par del racismo hitleriano y el sionismo en dos componentes. Al igual que en
los términos de la economía política el fascismo era algo así como un compromiso entre
el capitalismo y el socialismo, y al igual que como en términos geopolíticos los países
del Eje eran algo intermedio entre el claro atlantismo de Occidente y el claro
eurasianismo de Oriente, en los términos de la escatología étnica la confrontación entre
el nazismo y el sionismo es poco más que un velo que cubre el significativamente más
grave enfrentamiento entre los anglosajones (y su Destino Manifiesto) y los rusos. Esto
significa que tanto el nazismo como el sionismo pueden entenderse como una
combinación de factores internos heterogéneos que gravitan en uno de los dos polos
étnicos más fundamentales. La primera aproximación de esta idea fue desarrollada por
el eurasianista Bromberg, y su otra versión pertenece al famoso escritor Arthur Koestler.
El mesianismo judío se puede dividir en dos componentes. Uno de ellos es en
solidaridad con el mesianismo anglosajón. Este es el "componente occidental" en la
comunidad judía. Las comunidades judías holandesas originalmente asociadas a la
promoción del fundamentalismo protestante son representantes de este tipo. Puede ser
llamado el "atlantismo judío" o los "judíos de derecha." Este sector identifica las
expectativas escatológicas de los judíos con la victoria de la nación anglosajona, los
EE.UU., el liberalismo y el capitalismo.
El segundo componente es el "eurasianismo judío", que Bromberg denomina la
"orientalidad judía" [8]. En un nivel básico, este sector de la comunidad judía de Europa
del Este se solidariza con el mesianismo ruso y en especial con su versión comunista.
Esto explica en parte la participación a gran escala de judíos en la Revolución de
Octubre y su papel de vanguardia en el movimiento comunista, que actuó como una
cubierta para la realización de la idea mesiánica rusa planetaria. En términos generales,
fue este "judaísmo de izquierda" el que representaba una realidad estable y a gran escala
que los nazis identificaron con el "comunismo" y el "judaísmo" en su propaganda,
tipológicamente asociado con el complejo euroasiático y solidario con el ideal
escatológico ruso-soviético. Los "eurasianistas judíos" a menudo recurrieron a la
formación histórica de la asombrosa "Khazar Khaganate" en el que la religión judía se
combinó con una poderosa jerarquía militar imperial basada en el elemento étnico turco-
ario. Además de la valoración muy negativa de los "jázaros" (que expuso Lev Gumilev),
existen otras versiones "revisionistas" con respecto a la historia de esta forma que, en su
estilo continentalista y su brusca desviación del particularismo étnico del judaísmo
tradicional, contrasta fuertemente con otras formas de organización social judaica, sobre
todo occidentales. Así, A. Koestler adelantó la curiosa teoría de que los judíos de
Europa del Este son, de hecho, los descendientes de los antiguos jázaros, y su alteridad
en relación con la judería de Occidente pesa más que su diferencia racial. Aquí lo
importante no es cuán "científica" es tal idea, sino más bien que este concepto refleja
mitológicamente el profundo dualismo entre la comunidad judía.
Ahora vamos con el racismo alemán. Aquí la situación no es tan clara, y romper este
fenómeno en dos componentes no es tan fácil. En primer lugar, esto se debe a que la
rusofilia y la línea pro-soviética en el nazismo y, en términos más generales, en el
movimiento nacionalista alemán, casi siempre tenían una orientación anti-racista. Esta
positiva Ostorientirung era característica de muchos representantes de la revolución
conservadora alemana (Arthur Mueller van den Bruck, Friedrich Georg Jünger, Oswald
Spengler, y especialmente Ernst Niekisch), y vincula a Prusia con los ideales de la
condición del Estado, en lugar de con motivos raciales. Sin embargo, ciertas variedades
de racismo pueden estar relacionadas con el eurasianismo. Tal "racismo eurasianista",
sin lugar a dudas, era una posición minoritaria, marginal, y no era indicativa [del
fenómeno como totalidad]. Un representante típico de esto fue el profesor Herman
Wirth que creía que el elemento "ario", "nórdico", se puede encontrar en la mayoría de
las naciones de la tierra, con exclusión de los asiáticos y los africanos. Por otra parte, en
este sentido, los alemanes no representan ningún tipo de excepción social, sino que en
cambio son un pueblo mixto en el que se cuentan tanto elementos "arios" como "no
arios". Tal enfoque negó cualquier alusión al "patrioterismo" o la "xenofobia", y por
esta razón Wirth y sus asociados se convirtieron rápidamente en oposición al régimen
de Hitler. Además, algunos representantes de esta tendencia creían que los hindúes, los
eslavos, los persas, los tayikos, los afganos, los paquistaníes, etc., son los "arios" de
Asia y están más cerca de la tradición nórdica que los europeos o los anglosajones. En
consecuencia, este racismo adquiere muy distintas características "orientales".
Pero la otra línea "occidental" seguía siendo la versión más generalizada de racismo, la
cual insiste en la superioridad de la raza blanca (en el sentido literal), y especialmente
de los alemanes por encima de todos los demás pueblos. Los éxitos tecnológicos de los
blancos y las ventajas de su civilización fueron glorificadas en todos los sentidos. Otros
pueblos fueron demonizados y exhibidos mediante la caricatura del "undermensch". En
la versión más radical, como "arios" sólo eran reconocidos los alemanes, mientras que
los eslavos o los franceses fueron tratados como personas de segunda categoría. En este
punto, esto ya no era racismo, sino la última forma de chauvinismo étnico alemán. Tal
racismo ordinario, de hecho, era característico de Hitler personalmente y era totalmente
solidario en espíritu con la escatología étnica de los anglosajones, aunque presenta una
versión contrapuesta fundada en la especificidad de la psicología alemana y la historia
de Alemania. Es revelador que ambas variedades de esta escatología étnica se basaban
en dos ramas de la una vez unificada tribu germánica (los anglosajones eran
originalmente tribus germánicas) y en dos variedades de protestantismo (el luteranismo
alemán y el anglicanismo de Inglaterra y Estados Unidos). Sin embargo, el racismo
alemán fue impregnado de manera significativa con elementos paganos y apelaciones a
la mitología pre-cristiana, el barbarismo, y la jerarquía. En contraste con el "racismo"
anglosajón, el racismo alemán era más arcaico, extravagante y salvaje, y este contraste
estético en el estilo ocultó debajo de sí una orientación histórica y geopolítica común.
La anglofilia de Hitler es un hecho ampliamente conocido.
Por lo tanto, el par del nazismo y el sionismo resulta ser demasiado insuficiente en
escala para ser considerado un eje del drama escatológico en su dimensión étnica. Si se
trata de un "eje", entonces es sólo uno secundario, auxiliar, uno adicional. Esto ayuda a
explicar muchas cosas, pero no descubre la esencia del problema. En esta perspectiva,
es posible considerar la "orientalidad judía" como una de las variedades específicas del
"eurasianismo" (o el "ethnos de Oriente") en términos generales aceptable a la
formulación universal del ideal mesiánico ruso-soviético. De ello se desprende que este
complejo "eurasianista" incluye algunas formas (minoritarias) del racismo "oriental" de
los partidarios del sistema de valores "ario".
En el extremo opuesto, la "occidentalidad judía" se ajusta exclusivamente al proyecto
etno-escatológico anglosajón sobre el cual se basa actualmente la profunda alianza del
lobby mundialista de Israel y los EE.UU.. Las "10 tribus perdidas", ante los
anglosajones (y especialmente los estadounidenses), se combina con las otras dos ramas
de acuerdo con esta expectativa escatológica. La versión "occidental" del racismo se
adjunta a esta señalización de la supremacía de la "civilización blanca" - el mercado, el
progreso tecnológico, el liberalismo, los derechos humanos - sobre los arcaicos pueblos
"bárbaros" y "subdesarrollados" del Este y del Tercer Mundo.
Ahora podemos discernir claramente la misma trayectoria histórica que ya quedó clara
para nosotros desde el apartado anterior, pero en un nuevo nivel etno-escatológico.
La historia es una rivalidad y la batalla entre las dos "macro-etnias" orientadas a la
universalización de sus ideales espirituales y étnicos hasta el momento culminante de la
historia. Estas son el "ethnos de Occidente" (el mundo romano-germánico) y el "ethnos
de Oriente" (el mundo eurasiático). Estas dos formaciones llegan poco a poco a la
expresión a gran escala, purificada, refinada, de sus "destinos manifiestos". El destino
manifiesto del "ethnos de Occidente" se materializa en el concepto de las "10 tribus
perdidas" de los fundamentalistas protestantes, que se encuentra en el corazón de la
dominación planetaria inglesa y más tarde constituye el fundamento de la civilización
norteamericana que, de hecho, está cerca de realizar su control exclusivo sobre el
mundo. La "verdad rusa" ascendió de la nación-estado al nivel del imperio, y se encarnó
en el bloque soviético, que recuperó la mitad del mundo alrededor de sí mismo. Este
duelo formó el corazón de la historia étnica (o más precisamente, macro-étnica) del
siglo XX. El fascismo europeo se convirtió en un obstáculo importante en el camino de
la designación clara de los roles y las funciones (¡una vez más!), transformando el
problema de una clara dualidad a un complejo confuso y secundario de contradicciones
que minó la lógica natural de la gran guerra étnica y condujo a la conclusión de alianzas
de oposición que desplazaron el centro de gravedad a una formulación incorrecta de la
cuestión. Tras afirmar lo que era en muchos aspectos la antípoda artificial e insuficiente
de los "alemanes arios-judíos" en el centro de la escatología étnica, en lugar de la
dualidad real entre el lado "romano-germánico" y más tarde anglosajón y luego
"norteamericano" por un lado, y el lado "euroasiático", ruso-soviético, por el otro, los
nazis desviaron el rumbo natural de los acontecimientos de su curso, desviaron la
atención hacia un objetivo falso, y afirmaron contradicciones que no eran histórica o
escatológicamente significativas o centrales. Una vez más, el lado de "Eurasia" fue el
que sufrió.
El ideal anglosajón y la "etnia de Occidente" infligieron una aplastante derrota a la
"etnia de Oriente". El universalismo "soviético" cedió antes que el anglosajón.
Por lo tanto, vamos a completar nuestra fórmula vinculando los modelos político-
económicos y geopolíticos de la historia a otro nivel:
Trabajo = Tierra (Oriente) = ethnos ruso (soviético, euroasiático). Capital = Mar
(Occidente) = ethnos romano-germánico (anglosajón, norteamericano).
Un duelo entre estos dos polos multidimensionales ha tenido lugar durante siglos y
épocas, alcanzando su punto culminante en el inicio del tercer milenio d.C..
Hay que prestar atención al hecho de que el fascismo europeo, en casi todos los niveles,
cumplió una función análoga. En el plano económico, reivindicó eliminar las
contradicciones entre Trabajo y
Capital, pero indirectamente contribuyó a la victoria del Capital. En el plano
geopolítico, negó la realidad fundamental de la confrontación entre la Tierra y el Mar,
en lugar de reclamar un significado geopolítico independiente, pero no hizo frente a esta
tarea y de repente desapareció, ayudando una vez más a la victoria final del Mar sobre
la Tierra. Y, por último, al nivel de la escatología étnica, el racismo de los nazis desvió
la atención de la gran confrontación entre los anglosajones y los rusos hacia la falsa
alternativa entre "arios" y "judíos", con los grandes rusos cayendo (sin ningún tipo de
justificación ) en la categoría de "subhumanos de color". Al final, volvieron a estar en
manos de los anglosajones. De hecho, en este último caso a nivel étnico, se debe
reconocer que el segundo polo de esta dualidad étnica (los judíos) también resultó estar
del lado del "ethnos de Occidente", y la "orientalidad judía" fue significativamente
debilitada quedando casi en nada. Por otra parte, este descenso coincide con el momento
de la creación del estado de Israel, por el que los judíos de Europa del Este, de
orientación predominantemente socialista (los "eurasianistas judíos") habían luchado en
un principio. Por lo tanto, Stalin se apresuró a reconocer la legitimidad de este estado,
pero casi inmediatamente después de su creación se orientó hacia Occidente y se
convirtió en un defensor leal de las políticas anglosajonas, sobre todo las de los EE.UU.,
en el Oriente Medio.
El choque de religiones
El nivel final a gran escala de la reducción de la historia a una simple fórmula debe
buscarse en la historia de las religiones y los problemas inter-confesionales. Puesto que
la trayectoria general del proceso histórico que hemos descrito desde el punto de vista
del paradigma económico al principio, resultó ser aplicable a los otros niveles de
desagregación, también podemos buscar de forma segura su analogía en el ámbito
religioso.
Uno de los polos - el del "Capital-Occidente-Mar-anglosajones" - fue construido, como
hemos visto, en el Imperio Romano de Occidente, fuente y punto de partida de todas las
tendencias que cristalizaron gradualmente en este polo. En un sentido religioso, el
Imperio Romano de Occidente estaba vinculado con el Vaticano y la versión católica
del cristianismo. En consecuencia, es totalmente lógico referirse al catolicismo como la
matriz religiosa de este polo.
El polo opuesto "eurasiático" está conectado directamente con el "bizantinismo" y la
ortodoxia, ya que los rusos son un pueblo ortodoxo, los autores de la primera revolución
socialista, así como los que ocupan la tierra del heartland continental, el cual, de
acuerdo con Mackinder, es el eje de todas las fuerzas terrestres. En la misma medida en
que lo contemporáneo occidental liberal fue secularizado, generalizado, modernizado, y
universalizado como resultado del catolicismo, también el modelo soviético representa
un avance, aunque secularizado, generalizado y modernizado en cierta medida, del
Imperio ortodoxo. En cuanto a la naturaleza secundaria del resto de las religiones del
mundo en el contexto del drama escatológico, es posible llevar a cabo las mismas
consideraciones que hemos aplicado cuando hablamos de la escatología étnica. Las
tradiciones orientales no se inclinan demasiado hacia la escatología y no acentúan el
tema del "fin de los tiempos" o la "batalla final" en el centro de sus sistemas. No es que
no conozcan esta realidad, sino que más bien no están de acuerdo en un lugar central de
la misma comparable al escatologismo distinto y prioritario del cristianismo (o del
judaísmo). Esta consideración explica la ausencia de formas escatológicas de
nacionalismo (del que hemos hablado anteriormente) en Oriente, ya que su visión del
mundo étnica y religiosa está estrechamente relacionada y se definen mutuamente la una
a la otra.
Este esquema es bastante intuitivo y se superpone perfectamente sobre los modelos
anteriores. El único punto que requiere una mayor clarificación es la cuestión del
protestantismo.
La Reforma fue un punto crucial en la historia de Occidente. No fue simplemente un
fenómeno a múltiples niveles, sino que también involucró a dos orientaciones
estrictamente opuestas que finalmente dieron lugar a formas polarizadas. No podemos
entrar en discusiones teológicas aquí, pero podemos remitir al lector a nuestra
monografía detallada sobre este tema [9]. Sólo describiremos este esquema.
El catolicismo es un fragmento de la ortodoxia. Después de todo, en un punto antes del
cisma de Occidente era ortodoxo en la misma medida que el de Oriente, hasta que este
fragmento se distorsiona y reivindica la prioridad y la integridad. El catolicismo es anti-
bizantinismo, mientras que el bizantinismo es el cristianismo pleno y auténtico, que
incluye no sólo la simple pureza dogmática, sino también la fidelidad a la doctrina
político-social y del Estado de la cristiandad. Aproximadamente, es posible decir que la
concepción ortodoxa de la sinfonía de poderes (vulgarmente llamada "cesaropapismo")
implica una comprensión del significado escatológico no sólo de la Iglesia cristiana,
sino también del Estado cristiano y del Imperio Cristiano. De aquí la función teleológica
y soteriológica del Emperador sobre la base de la segunda Epístola de San Pablo
Apóstol a los Tesalonicenses, donde se trata el "mantenimiento" y el "Katehon". "El
mantenedor" equivale para los exegetas ortodoxos (especialmente San Juan Crisóstomo)
al emperador ortodoxo y al imperio ortodoxo.
La apostasía de la Iglesia occidental se basaba en el rechazo de la sinfonía de poder y al
mismo tiempo el rechazo de la doctrina sociopolítica y escatológica de la ortodoxia. Es
escatológica porque vincula la ortodoxia y la existencia del estado ortodoxo
políticamente independiente, en el que el poder secular (Basileus) y el poder espiritual
(Patriarca) están estrictamente definidos, derivados del principio de la sinfonía, en
correlación a la presencia del "mantenedor", que impide la "venida del hijo de
perdición" (el Anticristo). Como resultado, la desviación de este paradigma sinfónico
bizantino significa "apostasía" o la caída. El catolicismo originalmente, es decir,
inmediatamente después de su separación de la Iglesia unida, en lugar del modelo
sinfónica tomó uno diferente en el que el poder del pueblo romano se extiende a
aquellas áreas que en el esquema sinfónico se consideraban estrictamente de la
jurisdicción del Basileus. El catolicismo violó la armonía providencial entre los
dominios seculares y espirituales y, de acuerdo con las enseñanzas cristianas, cayó en la
herejía.
La crisis espiritual del catolicismo se hizo sentir con especial fuerza en el siglo XVI y la
Reforma fue la culminación de este proceso. Sin embargo, cabe señalar que, incluso en
la Edad Media, existían en Europa tendencias que de una forma u otra tendían hacia la
restauración del modelo adecuado en Occidente. La parte gibelina de la dinastía
Hohenstaufen fue un brillante ejemplo de "ortodoxia inconsciente" y resistencia cuasi-
bizantina a la herejía latina. Incluso entonces, los representantes de la nobleza alemana
se situaron en el centro del movimiento anti-papista. Siglos después, fuerzas similares -
una vez más príncipes alemanes - apoyaron a Lutero en sus acciones anti-romanas. Es
interesante que las reclamaciones de Lutero contra Roma eran muy similares a las que
originalmente presentaron los ortodoxos. El culto en la lengua nacional (una
característica estrictamente ortodoxa asociada con la comprensión del significado
místico de hablar en lenguas incluidas en las distintas modalidades lingüísticas de las
iglesias locales), el rechazo de los dictados administrativos de la curia romana, el
significado del "Katehon", y el rechazo del celibato para los "sacerdotes" - todas estas
tesis normalmente luteranas pueden ser llamadas bastante "ortodoxas". Los otros puntos
- rechazar la veneración de los iconos, los rituales litúrgicos, la libertad de
interpretaciones individuales de la escritura - estos rasgos no pueden ser llamados
ortodoxos ya que eran aspectos negativos del anti-papismo que se basaban más en la
intuición espiritual y la protesta en lugar de en las verdades consagradas por la
Tradición.
Como rechazo de Roma por el bien del cristianismo puro, la Reforma fue totalmente
justificada. Pero lo que se propuso, ¿lo estaba a su vez? He aquí lo que es más
importante. En lugar de apelar a la doctrina plenamente ortodoxa, los protestantes
atravesaron por intuiciones dudosas e interpretaciones personales. Esto dio lugar a una
galaxia de visionarios y místicos brillantes al nivel de las más altas manifestaciones
(Böhme, Gichtel, etc.). Pero incluso en este caso no se produjo ningún acercamiento a
las alturas de la metafísica ortodoxa. En el peor de los casos, esto dio lugar al
calvinismo y a un número de sectas protestantes extremas en las que no queda nada del
cristianismo, aparte del nombre.
Existe una dualidad entre Lutero y Calvino, entre el protestantismo ruso (y francés y
hugonote) y el protestantismo suizo, y las versiones posteriores holandesas e inglesas.
El luteranismo rechazó la hipocresía y la "nomocracia" del catolicismo, es decir, el
componente judeocristiano del papismo. El calvinismo, por el contrario, llegó al típico
historicismo del Antiguo Testamento y negó la divinidad de Cristo, que se convirtió en
un "héroe cultural o moral". El calvinismo desarrolló las tendencias más no-ortodoxas
presentes anteriormente en el catolicismo en el momento en el que la crítica de Lutero
fue dirigida contra ellos.
Por lo tanto, hubo dos tendencias opuestas presentes en la Reforma. Una de ellas fue
condicionalmente anticatólica desde el ángulo ortodoxo (el luteranismo). La otra fue
anticatólica desde un ángulo anti-ortodoxo. El catolicismo, especialmente abundante y
metabolizado en los países latinos, terminó siendo entre dos versiones del
protestantismo cuyos portadores principales eran los pueblos germanos. Los alemanes
más orientales - los prusianos que eran originalmente eslavos y bálticos y luego se
fueron germanizando - adoptaron el luteranismo, mientras que los alemanes
extremadamente occidentales (los anglosajones) tomaron el calvinismo y las tendencias
judeocristianas en sus conclusiones.
Desde esta perspectiva, una versión del protestantismo (el calvinismo y el
fundamentalismo protestante) se convirtió en la vanguardia del polo occidental-
marítimo-capitalista, mientras que la otra, por el contrario, actúa como una especie de
cristianismo occidental cercano la ortodoxia (pero, no obstante, aún lejos de la
ortodoxia). Max Weber mostró maravillosamente y con gran detalle la relación entre el
protestantismo y el capitalismo en su libro La ética protestante del capitalismo [10]. La
diferencia entre el calvinismo y el luteranismo se explica también ahí. Como ejemplo
ilustrativo: en Inglaterra, el protestantismo condujo a las reformas capitalistas, pero en
Prusia, el protestantismo fortaleció el orden feudal. Por lo tanto, concluye Weber,
estamos tratando con tendencias profundamente diferentes. El pupilo de Weber, Werner
Sombart, va más allá en un análisis similar [11], en el que interpreta como fuente del
capitalismo no sólo al protestantismo, sino a la básica doctrina escolástica del
catolicismo. Consideraciones interesantes sobre este tema también las hace Oswald
Spengler en su obra Prusianismo y socialismo [12].
El paradigma de la confrontación religiosa se define como el que existe entre la
ortodoxia y el catolicismo y (más tarde) el fundamentalismo extremo protestante. En
esta antítesis, se le da una importancia crítica a la proporción de lo mundano y de lo del
otro mundo en la ética religiosa. El ideal ético ortodoxo radica en la afirmación de una
proporción inversa del mundo humano y el mundo divino. La base de tal enfoque se
presenta en el Evangelio ("No he venido a llamar a conversión a justos, sino a
pecadores" [13], "Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un
rico entre en el Reino de Dios" [14], etc.) y en las tradiciones ortodoxas, incluyendo la
ética social de la Iglesia de oriente. La riqueza terrenal se considera que es efímera,
insignificante, mientras que la mejora de la vida y del mundo se considera que es
secundaria y esencialmente poco importante de cara a la tarea principal para un
cristiano, es decir, las tareas de adquisición del Espíritu Santo, la salvación, y la
transfiguración. En esta imagen, la pobreza y la modestia representan no tanto una
desventaja como, por el contrario, un fondo útil para lo que se consideran las más altas
llamadas: la búsqueda espiritual, la penitencia, el monacato, la abstracción de los
asuntos mundanos. El sufrimiento terrenal es no sólo un castigo, sino una repetición
gloriosa y brillante del camino de Cristo. El otro mundo entra en el mundo, lo realiza,
hace al mundo insignificante, transparente y transitorio. De ahí el tradicional (aunque,
por supuesto, relativo) menosprecio de estilo de vida que es típico de la cristiandad
oriental. No se puede argumentar que este enfoque ortodoxo dé siempre resultados
positivos. En la manifestación más alta, es la santidad, la no posesión, y el pico de las
obras espirituales y mentales y la contemplación. En su manifestación más baja, es una
caricatura de pereza y negligencia.
La Iglesia occidental se caracterizó inicialmente por una mayor preocupación por los
problemas mundanos, la intriga política, y la acumulación y distribución de los bienes
materiales. El fundamentalismo protestante absolutizó este aspecto, dirigiendo toda la
atención exclusivamente hacia el mundo. La ética protestante afirma que la pobreza en
sí misma es un vicio mientras que la riqueza es una virtud. El otro mundo se reduce por
completo a lo mundano y la recompensa y el castigo del otro mundo se mueven a este
mundo. Esto se traduce en un salto sin precedentes en el ámbito de la forma de vida, y
reduce al mínimo o rechaza por completo el aspecto contemplativo, puramente
espiritual de la religión. En sus formas más extremas, ni el espíritu ni la palabra de la
doctrina cristiana permanecen. De ahí los intentos modernos de censurar el "Nuevo
Testamento" en aquellos lugares en los que contradice flagrantemente los deseos del
espíritu protestante extremo.
Este código opuesto de la ética religiosa se seculariza y produce el socialismo, por un
lado, y el liberal-capitalismo por el otro.
En este punto de vista, se definen dos sujetos principales de la historia: la Iglesia
Oriental (la ortodoxia) y la Iglesia Occidental, o quizás más bien el mosaico de
confesiones occidentales a la vanguardia de las cuales se destaca el "fundamentalismo
protestante", que ya hemos tratado. Su dialéctica de oposición revela la trayectoria
secreta del contenido religioso de la historia.
Ahora queda considerar otras confesiones religiosas en las que se manifiesta el factor
escatológico y que son lo suficientemente grandes en escala para tener derecho al papel
principal en el drama final de la historia. Sólo el Islam y el judaísmo pueden pretender
reclamar este papel.
El judaísmo representa un paradigma de religión escatológicamente orientada. El
cristianismo mismo está estrechamente vinculado con la escatología judaica. La religión
judaica da la imagen conceptual más completa de los últimos tiempos y de la
participación de los pueblos y las iglesias en ellos. El significado de la escatología judía,
en los términos más generales, se reduce a lo siguiente.
Los judíos son no sólo una etnia, sino a la vez una comunidad religiosa. Tal
identificación del elemento étnico con el religioso constituye la singularidad del
judaísmo. En este sentido, todo lo relacionado con lo que se dijo en la sección anterior
relativo a los judíos como nación es plenamente aplicable al judaísmo como religión. El
judaísmo es el sujeto de la historia religiosa, su eje. Durante mucho tiempo, la fe judía
estuvo en un período de persecución por parte de otras confesiones "gentiles", pero en
los últimos tiempos, con la venida del Mesías y la reunión de los judíos en la tierra
prometida y la reconstrucción del Templo, el judaísmo ha florecido y está a la cabeza de
la tierra. La expresión secular de esta escatología religiosa es el sionismo moderno.
Que los judíos no se disolvieran como nación o religión en el mar de otros pueblos
durante largos siglos de diáspora, que mantuvieran su fe en el triunfo futuro, y que,
después de haber insistido a través de tantas pruebas, hayan sido capaces de realizar el
sueño largamente esperado de volver a crear su estado, todo esto no puede dejar de
causar una gran impresión al observador imparcial. Tal cumplimiento literal de las
esperanzas y expectativas escatológicas de los judíos muestra claramente que esta
tradición está en efecto profundamente ligada al misterio de la historia del mundo y no
puede ser desestimada por los escépticos, los positivistas, o los antisemitas. Por otra
parte, durante el último siglo la posición del judaísmo como religión se ha vuelto tan
fuerte que esta confesión, de ser la periferia privada de sus derechos a los ojos de las
naciones cristianas, ha llegado al punto de ganarse el derecho a voto en la discusión y la
resolución de las más importantes cuestiones mundiales. Sin embargo, se debe prestar
atención al hecho de que la unidad confesional de los judíos no es tan monolítica como
podría parecer a primera vista. En una aproximación, existen dos versiones del
judaísmo: la espiritual (mística) y la materialista (estilo de vida). La primera visión
corresponde a las diversas tendencias de los místicos judíos tradicionales, laCábala, el
jasidismo, y algunas tendencias heréticas como el "sabatismo". La segunda versión se
refiere a la interpretación talmudista, literal, racionalista, nomocrática y ritualista de la
Torá, que determina la vida cotidiana. En este dualismo vemos una analogía directa de
la realidad correspondiente en la propia tradición cristiana - el estilo de vida del
cristianismo occidental (del catolicismo al fundamentalismo protestante) y la
contemplativa, mística, del cristianismo oriental (la ortodoxia). Este tema es tratado con
gran detalle por el más grande pensador judío moderno, Gerschom Scholem [15].
El sector espiritualista del judaísmo - y esto probablemente no sorprende a nadie - es
principalmente característico de los judíos de Europa del Este, y el jasídico Baal-Shem
Tov en sí surgió y se desarrolló en el territorio del Imperio Ruso. Es precisamente desde
este entorno espiritualista extremo de donde surgieron la mayoría de los revolucionarios
marxistas judíos, bolcheviques social-revolucionarios, etc. La ética eurasianista,
"ortodoxa", y el ideal mesiánico de hermandad correspondía precisamente a esta
variedad espiritual, mística, de la tradición judaica. En forma secular, esto dio lugar al
"social-sionismo".
La rama opuesta de la ortodoxia talmúdica sigue la línea racionalista de Maimónides, tal
y como los antiguos saduceos, tiende a minimizar el otro mundo hasta el punto de negar
implícitamente la "resurrección de la muerte", y conduce a la ética inmanente del estilo
de vida. La clave escatológica del talmudismo se considera que es el futuro triunfo de
los judíos como una victoria exclusivamente inmanente, socio-política, el logro de un
enorme poder material. En lugar de la transfiguración del mundo en los últimos tiempos
o de su "restauración" ("Tikkun"), en la que los místicos judíos se centran, los
racionalistas identifican la era mesiánica con la reorganización de los elementos
existentes de manera que las palancas del poder y el control pasan a la representantes
del judaísmo y del restaurado estado de Israel. Tal orientación general inmanente y ética
centrada en la resolución de las cuestiones mundanas, materiales y de organización,
unen tanto a los rabinos seculares como a algunos sionistas.
En otras palabras, como en el caso de su escatología étnica, el campo religioso del
judaísmo se extiende entre dos polos, el oriental (encarnado en la ortodoxia), y el
occidental (encarnado en el catolicismo y en el protestantismo extremadamente
judeófilo).
La tradición islámica se relaciona con la herencia religiosa semítica, pero sin embargo
es incomparablemente menos escatológica que el cristianismo y el judaísmo. A pesar de
que existe una doctrina escatológica desarrollada en el Islam, es claramente secundaria
ante la lógica masiva de la afirmación de un monoteísmo que es independiente de
consideraciones cíclicas. Las versiones más escatológicas del Islam no se extienden
entre los árabes puros del norte de África, sino en Irán, Siria, Líbano, y especialmente
entre los chiítas. La línea chiíta del Islam es la más cercana de todas a la ética cristiana y
a la orientación escatológica. Existen una serie de paralelismos con la tendencia
espiritualista en el judaísmo. Las sectas chiítas extremas como los ismailíes, alawitas,
etc. en general basan sus tradiciones en el problema escatológico de la espera de la
llegada del "Imán Oculto" o "al-Qayyim" ("Salvador"), que restaurará la tradición
genuina que ha sido estropeada por siglos de compromisos y desviaciones, y devolverá
a la humanidad al reino de la justicia y la hermandad. Esta tendencia escatológica en el
Islam -tanto en el contexto chiíta como más allá - puede ser completamente considerada
como una forma de "eurasianismo" en su comprensión más general. Aunque,
naturalmente, opera con diferente terminología dogmática y confesional, resuena con la
perspectiva escatológica ortodoxa.
Otra versión no escatológica del Islam encuentra expresión claramente en el wahabismo
saudí o en el hanafismo extremo (como el movimiento paquistaní "Tabligi", del cual
viene el movimiento Talibán). A pesar de los poderosos mecanismos de movilización
fanática, es bastante neutral en términos de conceptualización del papel del Islam en los
últimos tiempos, o en la consideración de este problema desde una perspectiva técnica,
material. A medida que la población islámica crece de manera constante, la importancia
del factor islámico aumenta de forma natural. En el pragmatismo wahabí y otras formas
no escatológicas de fundamentalismo islámico, es bastante posible distinguir
características tipológicamente similares a las del estilo de vida fundamentalista de los
protestantes o de los judíos racionalistas.
En el momento actual, no es posible hablar seriamente de un "factor islámico" como
algo unido, solidario, o lo suficientemente grande en escala que ofrezca su propia
versión religiosa independiente de los "últimos tiempos". Sólo es posible señalar que el
"antijudaísmo", o más bien el "antisionismo" es común para el mundo islámico. En este
sentido, la imposición de esta formulación etnoreligiosa en el primer marco sería en
detrimento del enfoque acentuado en la confrontación de la ortodoxia y el cristianismo
occidental, y nos recuerda la situación que nos encontramos en el análisis de la
importancia del racismo alemán. La gravitación de muchos ideólogos islámicos en hacer
de "Israel" y los "judíos" una cuestión central de la historia moderna, absolutizando la
contradicción islámica y judía, nos lleva una vez más a un punto muerto, y a una
situación insoluble que ha traído mucho daño, a la hora de aclarar las funciones e
identidades de los principales actores de la historia humana, que se está acercando
rápidamente a su punto culminante. Cabe señalar que el Islam está comenzando a ser
visto como una especie de "espantapájaros" contra el que las "fuerzas progresistas", o
incluso los "países cristianos", deben estar unidos. En otras palabras, el Islam o el
famoso "fundamentalismo islámico" están empezando a cumplir con el papel que el
fascismo hizo en su día. Hemos visto cómo de ambiguo era el papel del fascismo a
todos los niveles del duelo escatológico real. Sería extremadamente peligroso si
reprodujeramos una situación similar, sólo que esta vez con el Islam.
La fórmula final
Resumiendo los resultados de nuestro breve análisis, aclaramos que en todos los niveles
de los modelos reduccionistas más generalizados de la teleología histórica existe una
trayectoria congruente de desarrollo del proceso histórico. Ahora todo lo que queda es
poner todos los componentes derivados en una fórmula general.
Por lo tanto, dos sujetos, dos polos, dos realidades últimas actúan a lo largo de la
historia. Su confrontación, su lucha, su dialéctica conforma el contenido dinámico de la
civilización. Estos sujetos se vuelven más claros y explícitos en el paso desde una
existencia vaga, encubierta y "fantasmal", a una forma clara y definitiva, estrictamente
fija. Universalizan y absolutizan.
El primer sujeto es:
El Capital = Mar (Occidente) = anglo-sajones (en términos más generales, "romano-
germánicos") = confesiones cristianas occidentales.
El segundo sujeto es:
El Trabajo = Tierra (Oriente) = rusos (en términos más generales, "eurasiáticos") =
Ortodoxia.
El siglo XX fue el punto culminante de la máxima gravedad en la confrontación entre
estas dos fuerzas. Es la batalla final, la Endkampf.
En el momento actual, se puede afirmar que el primer sujeto logró superar al segundo
sujeto en casi todos los aspectos. El principal instrumento utilizado constantemente a
todos los niveles como una maniobra táctica en esta victoria de Occidente fue la
utilización de alguna (tercera) realidad intermedia, un tercer pseudo-sujeto de la
historia, que en cada ocasión resultó ser un espejismo incorpóreo diseñado para ocultar
la verdadera naturaleza de la confrontación escatológica.
La victoria de Occidente (en su totalidad) puede entenderse de dos maneras. Los
optimistas liberales afirman que es definitiva, que "la historia ha concluido con éxito".
Los más prudentes dicen que esto es sólo una etapa temporal, y que el gigante caído
puede levantarse de nuevo bajo diferentes circunstancias. Por otra parte, el ganador se
enfrenta a una situación nueva y totalmente desconocida, una situación en la que ya no
hay enemigo, el duelo con el que se compone el contenido de ser el ganador histórico.
En consecuencia, el sujeto actual de la historia, siendo dejado solo, debe resolver el
problema de la post-historia, la cual le pone un nuevo reto ante sí: ¿va a seguir siendo
un sujeto en la post-historia, o se va a transformar en otra cosa?
Pero eso es un tema totalmente diferente.
¿Y qué de los vencidos? Es difícil esperar de los mismos un pensamiento claro y
equilibrado. En la mayoría de los casos, no entienden lo que les pasó. El órgano
amputado - en este caso, el corazón - sigue doliendo, y el dolor es lo que sucede con el
paciente después de la cirugía. Pocos son conscientes de lo que sucedió en el cambio de
la década de los 90 y de qué lado se abrió el "paradigma del Fin" delante de la
humanidad...
Notas
[4] Véase “The crusade approach against us” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics
(Moscú, 2000)
[5] Publicado en ruso en Moscú en 1994 bajo el título "El Burgués"
[6] Véase Carl Schmitt, “The Planetary Tension between East and West and the
Confrontation between Land and Sea” en A. Dugin’s Foundation of Geopolitics
(Moscú, 2000)
[7] Algo análogo se puede encontrar en la tradición iraní antigua o incluso en el sistema
de castas hindú, donde las castas más bajas (especialmente los chandala) no son vistos
como seres humanos en el pleno sentido de la palabra. Para una dimensión similar de
esta teoría, véase A. Dugin’s Conservative Revolution (Moscú, 2004) (el capítulo
“Metaphysics of National Bolshevism") y en el almanaque The End of the World
(Moscú, 1997).
[8] Uno de los padres fundadores del sionismo, Theodor Herzl, escribió "La forma
oriental del sionismo - las esencias occidental y oriental".
[9] Véase A. Duguin, The Metaphysics of the Gospel (Moscú, 1996)
[10] Weber, Max. Selected Works. Moscú, 1990.
[11] Sombart, Werner. The Bourgeois. Moscú, 1994.
[12] Spengler, Oswald. Preußentum und Sozialismus. Berlín, 1920.
[13] Lucas, 05:32
[14] Marcos, 10:25
[15] Scholem, Gerschom. Ursprung und der Anfange Kabbala. Berlín, 1962.
CONTRA-HEGEMONÍA EN LA TEORÍA DEL
MUNDO MULTIPOLAR
ste concepto pasa por ciertas transformaciones semánticas en la transición de la teoría
crítica de las Relaciones Internacionales a la Teoría del Mundo Multipolar. Estas
transformaciones se deben considerar con más detalle. En este caso, tenemos que
recordar los principios básicos de la teoría de la hegemonía en el esquema de la teoría
crítica.
Concepto de “hegemonía” en el realismo

El concepto de hegemonía en la teoría crítica se basa en la teoría de Antonio Gramsci.


El concepto de hegemonía en el gramscismo y el neogramscismo es diferente de su
interpretación en las tendencias realista y neorrealista de las RI.
Los realistas clásicos emplean el término “hegemonía” de forma relativa y lo entienden
como la “superioridad fáctica y significativa en el poder potencial de cualquier estado
sobre el poder potencial de otros estados, especialmente los vecinos”. La hegemonía
puede ser un fenómeno regional, porque la conclusión de si una u otra entidad política
es hegemónica depende de la escala utilizada. En este sentido, podemos encontrar ese
término en Tucídides, quien habló sobre la hegemonía de Atenas y la hegemonía de
Esparta durante la Guerra del Peloponeso. El realismo clásico utiliza este término
exactamente de la misma manera hasta nuestros días. Tal comprensión de la
“hegemonía” puede ser llamada “estratégica” o “relativa”.
El neorrealismo interpreta la “hegemonía” en un contexto (estructural) global. La
principal diferencia con el realismo clásico aquí, es que la hegemonía no puede ser
considerada como un fenómeno regional, es siempre global. De acuerdo con el
neorrealista K. Waltz, por ejemplo, el equilibrio de dos hegemonías (mundo bipolar) se
confirma como una óptima estructura de equilibrio de poder a una escala global [2]. R.
Gilpin cree que la hegemonía puede ser combinada con la unipolaridad, en otras
palabras, que puede existir un único hegemon global (los EEUU realizan esta función
hoy en día).
En ambos casos los realistas interpretan la “hegemonía” como una manera de
correlacionar las capacidades de las potencias mundiales.
La interpretación de la hegemonía de Gramsci es radicalmente diferente y se sitúa en un
plano teórico completamente diferente. Para evitar el mal uso de la palabra en las RI, y
especialmente en la TMM, debemos detenernos en la teoría política de Gramsci, en
cuyo contexto es prioritariamente considerada la hegemonía, tanto en la teoría crítica
como en la TMM. Además, dicha revisión podría evidenciar de forma más clara un
vacío conceptual entre la teoría crítica y la TMM.
La concepción de hegemonía de Antonio Gramsci

Antonio Gramsci basa su teoría, más tarde llamada “gramscismo”, en la reinterpretación


del marxismo y de su aspecto práctico en la historia. Como marxista, Antonio Gramsci
está seguro de que la historia socio-política está completamente determinada por el
factor económico. Al igual que todos los marxistas, explica la superestructura (Aufbau)
a través de la base (infraestructura, basis). La sociedad burguesa es una quintaesencia de
la sociedad de clases, en la cual el proceso de explotación alcanza su punto máximo en
relación con la propiedad de los medios de producción y la apropiación burguesa de la
plusvalía, evolucionando desde el proceso de producción. La desigualdad en la
comunidad económica (base) y la primacía del Capital sobre el Trabajo son la esencia
del capitalismo y definen toda la semántica social, política y cultural (la
superestructura). Todos los marxistas comparten esta idea y no hay nada nuevo ni
original en ella. Pero Antonio Gramsci se pregunta cómo fue posible la revolución
socialista proletaria en Rusia, donde, de acuerdo con Marx (quien analizó la situación
del Imperio Ruso en el siglo XIX, en una perspectiva a largo plazo), y de acuerdo con el
marxismo clásico europeo de principios del siglo XX, el estado objetivo de la base
(pobre desarrollo de las relaciones capitalistas, pequeño porcentaje de proletariado
urbano, predominio de la agricultura en el PIB total, ausencia del sistema político
burgués, etc.) impedía la posibilidad misma de la asunción del poder por parte del
Partido Comunista. Sin embargo, Lenin lo hizo posible y comenzó a construir el
socialismo.
Gramsci interpreta este fenómeno como de importancia fundamental, calificándolo
como “leninismo”. El leninismo en la concepción de Gramsci es vanguardia, captura
anticipada del poder político por una superestructura resuelta y consolidada
(personificada por el Partido Comunista de los bolcheviques). Tan pronto como la
revolución tiene éxito, el desarrollo acelerado de la base se inicia a través de la
construcción acelerada de las realidades económicas que hasta entonces no habían sido
llevadas a cabo bajo el capitalismo: la industrialización, la modernización, la
“electrificación”, la “educación pública”. Por lo tanto, bajo ciertas circunstancias, la
política (superestructura) puede ir por delante de la economía, concluye Gramsci. El
Partido Comunista puede ir por delante de los procesos históricos “naturales”. Por lo
tanto, el leninismo prueba la existencia de una considerable autonomía de la
superestructura en relación a la base.
Pero en la concepción de Gramsci, el leninismo es confinado al segmento político de la
superestructura, donde las leyes del poder están operativas y el problema del estado está
resuelto. Gramsci sostiene que hay otro segmento importante en la superestructura, que
no es político en el sentido estricto del término, es decir, no está relacionado con el
partido y directamente relacionado con los problemas del poder político. Él lo llama la
“sociedad civil”. Esta definición – “la sociedad civil en la concepción de Gramsci” –
debería ir acompañada de una explicación, porque el significado que introduce en este
concepto es bastante diferente de su interpretación en las teorías liberales. Según
Gramsci, la sociedad civil es el área de la actividad intelectual en el sentido más amplio,
menos la actividad política directa (partido, estado, administración). La sociedad civil es
un espacio a disposición de las partes intelectuales de la sociedad, incluyendo la ciencia,
la cultura, la filosofía, las artes, el análisis, el periodismo, etc. Para Gramsci, como
marxista, este área, como la totalidad de la superestructura, en ningún caso expresa los
patrones de la base. Sin embargo, el leninismo demuestra que incluso expresando las
leyes de la base, la superestructura en algunos casos puede funcionar con autonomía
relativa, yendo a la vanguardia de los procesos desplegados en la base. La experiencia
revolucionaria en Rusia en términos de historia demuestra cómo se realiza ese proceso
en el segmento político de la superestructura. Y Gramsci plantea una hipótesis aquí: si
este es el caso en el segmento político de la superestructura, ¿por qué no podría ocurrir
algo similar en la “sociedad civil”? El concepto de hegemonía de Gramsci nació aquí
[3]. Su objetivo es mostrar que en la esfera intelectual (= “sociedad civil”, según
Gramsci), hay algo análogo al diferencial económico (Capital vs. Trabajo) en la base, y
al diferencial político en la superestructura (partidos burgueses y gobierno vs. partidos
proletarios y gobierno – por ejemplo, en la Unión Soviética). Este tercer diferencial es la
“hegemonía” de Gramsci, que es el conjunto de estrategias de dominación de la
conciencia burguesa sobre la conciencia proletaria, bajo condiciones de relativa
autonomía con respecto a la política y a la economía. Otro sociólogo alemán, Werner
Sombart, explorando la sociología burguesa [4], mostró que el confort puede ser
valorado tanto por el Tercer Estado, que lo posee en parte, como por otros grupos
sociales, que no lo conocen y no lo tienen. La “Fenomenología del Espíritu” de Hegel,
de manera similar, dice que un esclavo, para la auto-reflexión, no utiliza su propia
conciencia, sino la de su amo [5]. Marx puso este punto de vista en la base de la
ideología comunista. Siguiendo esta línea de pensamiento, Gramsci concluyó que la
aprobación o el rechazo de la hegemonía (como de las estructuras de la conciencia
burguesa), puede depender directamente, no de pertenecer a la clase burguesa (factor
básico), ni de la participación política directa en el partido burgués (o antiburgués) o el
sistema administrativo. Según Gramsci, es una cuestión de libre elección de un
intelectual – estar con la hegemonía o en contra de ella. Cuando el intelectual hace
conscientemente su elección, pasa del intelectual “tradicional” a uno “orgánico” que
conscientemente escoge su posición respecto a la hegemonía. Esto implica una
importante conclusión: el intelectual puede oponerse a la hegemonía incluso en una
sociedad en la que imperen las relaciones capitalistas y la dominación política burguesa.
El intelectual puede rechazar o aceptar libremente la hegemonía, porque hay un vacío de
libertad, similar al que existe en la política con respecto a la economía (como lo
demuestra la experiencia del bolchevismo en Rusia). En otras palabras, usted puede ser
portador de conciencia proletaria y mantenerse del lado del proletariado y de la sociedad
justa, estando en el corazón mismo de la sociedad burguesa. Todo depende de la
elección intelectual: la hegemonía es una cuestión de conciencia.
Gramsci deduce su concepto mediante el análisis de los procesos políticos en Italia en
los años 20 y 30 [6]. Durante este período, de acuerdo con su análisis, las condiciones
para la revolución socialista habían madurado en este país – en la base (el capitalismo
industrial desarrollado y la intensificación de las contradicciones de clase y la lucha de
clases), y en la superestructura (el éxito político de los partidos de izquierda
consolidados). Sin embargo, en esas condiciones aparentemente favorables, las fuerzas
de izquierda fracasaron porque los representantes de la hegemonía dominaban en la
esfera intelectual en Italia, introduciendo estereotipos y clichés burgueses incluso donde
contradecían la realidad y las preferencias políticas y económicas de los grupos anti-
burgueses activos. Desde el punto de vista de Gramsci, Mussolini se aprovechó de eso,
volviendo la hegemonía a su favor (según los comunistas, el fascismo era una forma
velada de dominación burguesa), e impidiendo artificialmente la revolución socialista
que se estaba preparando debido al curso histórico natural de los acontecimientos. En
otras palabras, participando en batallas políticas relativamente exitosas, los comunistas
italianos, según Gramsci, perdieron de vista la “sociedad civil” y la esfera de la lucha
“metapolítica” intelectual, y esa fue la razón de su derrota. La izquierda europea
(especialmente la Nueva Izquierda) adoptó el gramscismo así formulado, y lo puso en
práctica en Europa a partir de los años 60. Los intelectuales de izquierda (marxista) -
Sartre, Camus, Aragón, Foucault, etc.- fueron capaces de aplicar conceptos y teorías
antiburguesas en el centro mismo de la vida social y cultural, utilizando editoriales,
periódicos, clubes y departamentos universitarios que eran una parte integral de la
economía capitalista, y actuaron en el contexto político del sistema de dominación
burguesa. De ese modo, prepararon los acontecimientos de 1968 que se extendieron por
toda Europa, y el giro a la izquierda de la política europea en los años 70. Así como el
leninismo demostró en la práctica que el segmento político de la superestructura tiene
una cierta autonomía y que la actividad en el área puede ir por delante de los procesos
de la base, el gramscismo, en la práctica de la Nueva Izquierda, demostró la eficacia y la
utilidad práctica de la estrategia intelectual activa.
El gramscismo en la Teoría Crítica: la tendencia izquierdista

Como se describió anteriormente, el gramscismo se integró en la teoría crítica de las RI


por sus representantes modernos – Robert Cox [7], Stephen Gill [8] y otros. Ellos
salvaron la continuidad del discurso marxista de izquierda, a pesar del hecho de que
acentuaron la autonomía de la esfera de la “sociedad civil” y el fenómeno de la
hegemonía en consecuencia, poniendo la elección intelectual por encima de los procesos
políticos y las estructuras económicas, en consonancia con el espíritu de la
posmodernidad. Para ellos, en general, el capitalismo es mejor que los sistemas socio-
económicos precapitalistas, aunque es claramente peor que el modelo poscapitalista
(socialista y comunista) que viene a reemplazarlo. Esto explica la estructura del
proyecto contra-hegemónico [9] en la teoría crítica de las RI. El mismo permanece en el
contexto de la interpretación izquierdista del proceso histórico. Puede ser descrito de
esta manera: de acuerdo con los representantes de la teoría crítica, la hegemonía (la
sociedad burguesa, que culmina en el holograma de la conciencia burguesa) debe
sustituir a la sub-hegemonía (los tipos de sociedad anteriores a la burguesa y sus formas
de conciencia colectiva – premodernas). Y después de eso, la hegemonía será aniquilada
por la contra-hegemonía, que establecerá la pos-hegemonía después de su victoria.
Marx y Engels insistieron en el “Manifiesto Comunista” [10], en que las
reivindicaciones de los comunistas a los burgueses no tienen nada que ver con las
reivindicaciones de los feudalistas antiburgueses, nacionalistas, socialistas cristianos,
etc. a los burgueses. El capitalismo es el mal absoluto que absorbe al mal relativo (no
tan obvio y no tan explícito) de las más antiguas formas de explotación pública. No
obstante, para derrotarlo tenemos que permitir que el mal se expresase plenamente en
primer lugar, y luego erradicarlo por completo en lugar de retocar la forma más odiosa
del mal, retrasando así los horizontes de la revolución y del comunismo. Lo que debe
tenerse en cuenta al considerar los estructuras neogramscistas de las relaciones
internacionales.
Este análisis divide a los países entre aquellos en los que la hegemonía se fortaleció de
manera explícita (países capitalistas desarrollados, con economía industrial, dominación
de partidos burgueses en sistemas parlamentarios democráticos, organizados de acuerdo
a los ejemplos de los estados nacionales, que han desarrollado la economía de mercado
y el sistema jurídico liberal), y aquellos en los que eso no sucedió debido a diferentes
circunstancias históricas. El primer grupo es el de las “potencias democráticas
desarrolladas” y los otros son “casos límite”, “áreas problemáticas”, o incluso “estados
canallas”. El análisis de los países con la hegemonía fortalecida está totalmente
integrado en el análisis de la izquierda en general (marxista, neo-marxista y
gramsciana). Sin embargo, el caso de los países con la “hegemonía inacabada” debe
considerarse por separado. El mismo Gramsci llamó a estos países, países “cesaristas”
(en clara referencia a la experiencia fascista italiana). El “cesarismo” podría
considerarse en términos generales, como cualquier sistema político, donde las
relaciones burguesas existen en fragmentos y su depuración política (como estado
democrático-burgués clásico) se retrasa. En el “cesarismo” el principio autoritario no es
central. El principio central es retrasar la instalación total y completa del sistema
capitalista al estilo occidental (en la base y en la superestructura). Las razones para este
retraso pueden ser diferentes: gobierno dictatorial, clanes de la élite, presencia de grupos
religiosos o étnicos en el gobierno, características culturales de la sociedad,
circunstancias históricas, condiciones económicas o geográficas específicas. Es
importante que en tal sociedad la hegemonía aparece tanto como una fuerza externa
(como parte de estados y sociedades burguesas) y como oposición interna, relacionada
con factores externos en una manera u otra.
Los neogramscistas en las RI afirman que el “cesarismo” es la “sub-hegemonía”, y que
su estrategia de equilibrar entre las presiones hegemónicas externas e internas haciendo
algunas concesiones pero, al mismo tiempo, de forma selectiva con el objetivo de
preservar el poder pase lo que pase y para evitar su captura por las fuerzas políticas
burguesas, expresa la base económica de la sociedad a nivel de la superestructura
política. Por lo tanto, el “cesarismo” está condenado al “transformismo” – una
adaptación permanente a la hegemonía, con la constante tendencia a retrasar o presentar
un falso camino al final, en dirección al cual se mueve constantemente.
En este sentido, los representantes de la teoría crítica de las RI consideran el
“cesarismo” como un fenómeno que será finalmente superado por la hegemonía, ya que
el mismo no sería más que un “retraso histórico” y no una alternativa o un “contra-
hegemonía”.
Obviamente, los representantes modernos de la teoría crítica de las RI califican a la
mayoría de los países del Tercer Mundo, e incluso a grandes potencias como los
miembros de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), como “cesarismo”.
Con estas características, la restricción del concepto de la contra-hegemonía en la teoría
crítica se hace evidente. Los proyectos de los representantes de la teoría crítica son
utópicos. Por ejemplo, la “contra-sociedad” de Cox es algo incierto y que no llama la
atención. Ellos proceden desde el turbio proyecto de orden mundial social y político que
ha de venir “después del liberalismo” [11] (Wallerstein), y se encuentran con la utopía
comunista, que es familiar a la izquierda. Esta versión de la hegemonía se ve limitada
por el hecho de que coloca de forma precipitada muchos eventos políticos que no entran
en la categoría de la hegemonía, pero que son similares a las versiones alternativas del
orden mundial, en la categoría de “cesarismo” y, de ahí, en la de la “sub-hegemonía”,
privándolos de cualquier tipo de interés para el desarrollo efectivo de la estrategia
contra-hegemónica. Sin embargo, el análisis general de la estructura de las relaciones
internacionales a través de la metodología neogramsciana es una dirección muy
importante para el desarrollo de la TMM.
Con el fin de superar las limitaciones de la teoría crítica y liberar todo el potencial del
neogramscismo, tenemos que ampliar este enfoque cualitativo más allá del discurso de
la izquierda (incluyendo el “izquierdismo”), que sitúa toda la estructura en el área del
sectarismo ideológico y de la marginalidad exótica (donde se encuentra hoy en día). En
esta tarea tendremos la ayuda indispensable de las ideas del filósofo francés Alain de
Benoist.
El gramscismo de derecha – la revisión de Alain de Benoist

Ya en fecha tan lejana como los años 80 del s. XX, el representante francés de la “nueva
derecha” (“Nouvelle Droite“) Alain de Benoist, prestó atención a las ideas de Gramsci
desde el punto de vista de su potencial metodológico. Benoist, tanto como Gramsci,
reveló la fuerza de la metapolítica como un tipo especial de actividad intelectual que
prepara (en forma de “revolución pasiva”) el futuro progreso político y económico. El
éxito de la “Nueva Izquierda” en Francia y en Europa en general demostró la eficacia de
este método.
A diferencia de la mayoría de los intelectuales franceses de la segunda mitad del siglo
XX, Alain de Benoist no apoyó el marxismo, lo cual hizo de su posición algo un tanto
aislado. Al mismo tiempo, de Benoist construyó su filosofía política a partir del rechazo
radical de los valores liberales y burgueses, negando el capitalismo, el individualismo,
el modernismo, el atlantismo geopolítico y el eurocentrismo occidental. Por otra parte,
opuso “Europa” y “Occidente” como dos conceptos antagónicos: “Europa” para él es el
campo donde se despliega un logos cultural especial, que procede de los griegos e
interactúa activamente con la riqueza de las tradiciones celta, alemana, latina, eslava y
otras tradiciones europeas; y “Occidente” es el equivalente de la civilización
mecanicista, materialista y racionalista basada en el predominio de la tecnología por
encima de todo. Después de O. Spengler, Alain de Benoist entiende “Occidente” como
la “decadencia de Occidente” y, junto con Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, se
convenció de la necesidad de superar la modernidad como nihilismo y el “abandono del
mundo por el Ser (Sein)” (Seinsverlassenheit). Occidente, a su entender, era sinónimo
de liberalismo, capitalismo y sociedad burguesa – todos lo que la “Nueva Derecha”
demandaba superar. La “Nueva Derecha”, al mismo tiempo, estaba de acuerdo con el
significado fundamental de la esfera de la “sociedad civil” dado por Gramsci y sus
seguidores. Así, Alain de Benoist llegó a la conclusión de que el fenómeno llamado
“hegemonía” es un conjunto de estrategias, actitudes y valores, que consideró en sí
mismo un “mal absoluto”. Esto condujo a la proclamación del principio del
“gramscismo de derecha”.
El “gramscismo de derecha” significa el reconocimiento de la autonomía de la
“sociedad civil en el sentido de Gramsci” con la identificación del fenómeno de la
hegemonía en este área y la elección de su propia posición ideológica en el lado opuesto
de la hegemonía. Alain de Benoist publica la obra titulada “Europa, Tercer Mundo. El
mismo combate”, que está construida en su totalidad sobre los paralelismos entre el
Tercer Mundo y la lucha contra el neo-colonialismo burgués occidental, y el deseo de
las naciones europeas de liberarse de la dictadura burguesa de la sociedad de mercado,
la moral liberal y la práctica mercantil, que sustituyeron a la ética de los héroes (W.
Sombart).
La gran importancia del “gramscismo de derecha” para la TMM, es que esta
comprensión de la “hegemonía” puede asumir una posición más allá del discurso
marxista y de izquierda, y rechazar el orden burgués en la superestructura (la sociedad
política y civil), así como en la base (la economía), y hacerlo no después de que la
hegemonía se convierta en un hecho planetario total y global, sino en sustitución suya.
Esto es lo que implica el matiz en el título de otra obra de Alain de Benoist, “Contra el
Liberalismo”, a diferencia del libro “Después del liberalismo” de Immanuel Maurice
Wallerstein. Como para Benoist es imposible en cualquier caso confiar en el “después”,
y no se debe permitir que el liberalismo se haga realidad como un hecho consumado,
debemos estar contra el liberalismo ahora, hoy, combatirlo en cualquier posición y en
cualquier parte del mundo. La hegemonía ataca a escala planetaria, encontrando sus
partidarios tanto en las sociedades burguesas desarrolladas como en las sociedades
donde el capitalismo no se ha establecido completamente. Por lo tanto, la contra-
hegemonía debe ser aceptada más allá de las limitaciones ideológicas sectarias. Si
queremos crear un bloque contrahegemónico, debemos incluir en su composición a
todos los representantes de las fuerzas anticapitalistas y antiburguesas – izquierda,
derecha, o no susceptibles de clasificación (el propio Benoist enfatiza constantemente
que la división entre “izquierda” y ” derecha” está obsoleta y que no satisface la
posición escogida; hoy es mucho más importante saber si alguien está a favor de la
hegemonía o contra ella).
El “gramscismo de derecha” de Alain de Benoist nos lleva de nuevo al “Manifiesto
Comunista” de Marx y Engels que, al margen de su llamada exclusiva y dogmática a
“deshacerse de otros compañeros de viaje”, insta a la creación de la Alianza
Revolucionaria Global que reúna a todos los enemigos del capitalismo y de la
hegemonía, a todos los que se oponen esencialmente a ella. Al mismo tiempo, no
importa qué se asume como alternativa positiva; en este caso, es más importante la
presencia de un enemigo común. De lo contrario, de acuerdo con la “Nueva Derecha”
(cuyos representantes rechazan ser llamados de “derecha”, el nombre se lo pusieron sus
opositores), la hegemonía será capaz de dividir a sus opositores por razones artificiales,
para oponerlos unos a otros con el fin de derrotar con éxito a todos ellos por separado.
La denuncia del eurocentrismo en la sociología histórica

John Hobson, investigador contemporáneo de asuntos exteriores y uno de los


principales representantes de la sociología histórica en las RI, se acercó al mismo
problema desde un lado completamente diferente. En su trabajo programático “La
concepción eurocéntrica de la política mundial”, analiza prácticamente todos los
enfoques y paradigmas en las RI desde el punto de vista jerárquico implícito en ellas, el
cual está construido sobre el principio de comparación entre los gobiernos, sus
funciones, estructura e intereses con los ejemplos de la sociedad occidental como norma
universal. J. Hobson llega a la conclusión de que todas las escuelas de RI, sin
excepción, se basan en un eurocentrismo implícito, admitiendo la universalidad de las
sociedades occidentales europeas y sugiriendo que las fases de la historia europea son
obligatorias para todas las otras culturas.
Hobson considera adecuadamente este enfoque como una manifestación de racismo
europeo, que pasa gradual e imperceptiblemente de las teorías biológicas de la
“superioridad de la raza blanca” al concepto de la universalidad de los valores
culturales, las estrategias y las tecnologías occidentales y, entonces, intereses. “El fardo
del hombre blanco” se convierte en “un imperativo de modernización y desarrollo”. Al
mismo tiempo, las sociedades y las culturas locales están sujetas a dicha modernización
automáticamente – nadie les pregunta si están de acuerdo con los valores, tecnologías y
prácticas occidentales, son universales, o si están dispuestos a plantear alguna objeción.
Sólo cuando choca con formas forzosas de resistencia en forma de terrorismo o
fundamentalismo, Occidente se pregunta a sí mismo (a veces): “¿Por qué nos odian
tanto?” Pero la respuesta ya está ahí mucho antes que la pregunta: “Sucede debido al
salvajismo y a la ingratitud de las naciones no europeas hacia todos los bienes que la
‘civilización’ occidental trae.”
Es importante el hecho de que Hobson demuestra claramente que el racismo y el
eurocentrismo no son sólo inherentes a las teorías burguesas de las RI, sino también al
marxismo, incluyendo la teoría crítica de las RI (el neogramscismo). Los marxistas, con
toda su crítica de la civilización burguesa, están convencidos de que su triunfo es
inevitable, y en eso comparten el eurocentrismo común a la cultura occidental. Hobson
muestra que el propio Marx justifica parcialmente las prácticas coloniales en la medida
en que conducen a la modernización de las colonias, y por lo tanto acercan el momento
de las revoluciones proletarias. Por consiguiente, desde una perspectiva histórica, el
marxismo termina siendo cómplice de la globalización capitalista y un aliado de las
prácticas civilizacionales racistas. Desde el punto de vista marxista, la descolonización
es sólo un preludio para la construcción del Estado burgués, que está a punto de
emprender un camino de industrialización plena y en dirección al futuro de la
revolución proletaria. Y eso no se diferencia mucho de los neoliberales y los
transnacionalistas.
John Hobson propone iniciar la creación de una alternativa radical – el desarrollo de una
teoría de las RI sobre la base de enfoques no eurocéntricos y antirracistas. Él está de
acuerdo con el proyecto del “bloque contrahegemónico”, así llamado por los
neogramscianos, pero insiste en el abandono de todas las formas de eurocentrismo, y
por tanto de su cualidad expansionista. La teoría no eurocéntrica de las RI nos lleva
directamente a la TMM.
Hacia la multipolaridad

Ahora podemos recoger todo lo que se dijo acerca de la contra-hegemonía y situarlo en


el contexto de la TMM, que es esencial y consistentemente una teoría no eurocéntrica
de RI que niega la propia base de la hegemonía y pide la creación de una amplia alianza
contra-hegemónica o de un tratado contra-hegemónico.
La contra-hegemonía de la TMM se conceptualiza de una manera similar a los
neogramscistas y a los representantes de la escuela crítica de las teorías de las RI. La
hegemonía es la dominación del capital y del sistema político burgués en la sociedad,
expresado en la esfera intelectual. En otras palabras, la hegemonía es principalmente un
discurso. Además, entre los tres segmentos de la sociedad distinguidos por Gramsci – la
base y los dos componentes de la superestructura (la política y la “sociedad civil”) – la
TMM, de acuerdo con la epistemología posmoderna y pospositivista, considera que el
nivel de discurso, es decir, la esfera intelectual, es la dominante. Es por eso que la
cuestión de la hegemonía y de la contra-hegemonía parece ser central y fundamental
para la construcción de la TMM y su aplicación efectiva en la práctica. El área de la
metapolítica es más importante que el de la política y el de la economía. No las excluye,
pero las precede conceptual y lógicamente. Finalmente, la persona humana tiene que
tratar sólo con su propia mente y sus proyecciones. Por lo tanto, la organización o
reorganización de la conciencia implica automáticamente un cambio (interno y externo)
en el mundo.
La TMM es la inserción del concepto contra-hegemónico en el área teórica específica.
Y hasta cierto punto la TMM sigue estrictamente al gramscismo. Pero cuando llegamos
al aspecto sustantivo del pacto contra-hegemónico, aparecen diferencias significativas.
La más esencial es el rechazo del dogmatismo de izquierda: la TMM se niega a
considerar la transformación burguesa de las sociedades modernas en todo el planeta
como una ley universal. Así, la TMM acepta el gramscismo y la metapolítica más en la
versión de la “nueva derecha” (Alain de Benoist), que en la versión de la “nueva
izquierda” (R. Cox). La posición de Alain de Benoist no es exclusivista y no excluye al
marxismo en la medida en que es un aliado en la lucha común contra el Capital y la
hegemonía. Por lo tanto, en sentido estricto, el término “gramscismo de derecha” no es
del todo correcto: sería mejor hablar de un gramscismo inclusivo (contra-hegemonía
entendida en sentido amplio como todo tipo de oposición a la hegemonía, es decir,
como una generalizadora y etimológicamente estricta “contra”), y de un gramscismo
exclusivo (contra-hegemonía en un sentido limitado, como “pos-hegemonía”). La TMM
elige el gramscismo inclusivo. Para ser más exacto, esta es la postura de superación de
las derechas y las izquierdas más allá de los límites conceptuales de la ideología política
moderna que pone de manifiesto el contexto de la Cuarta Teoría Política, fuertemente
ligada a la TMM.
La contribución de J. Hobson al desarrollo de la contra-hegemonía inclusiva es
extremadamente importante. Su llamada a construir una teoría no eurocéntrica de las RI
encaja precisamente en el objetivo de la TMM. Las RI se deben pensar desde múltiples
posiciones. Mientras se construye una teoría versátil real, todos los representantes de las
diferentes culturas y civilizaciones, religiones y grupos étnicos, sociedades y
comunidades, deben ser escuchados y tomados en cuenta. Cada sociedad tiene sus
propios valores, su propia antropología, su ética, sus propias normas, su identidad, y sus
propias ideas sobre el espacio y el tiempo, sobre lo general y lo particular. Cada
sociedad tiene su propio “universalismo” – o por lo menos su propia comprensión de lo
que se denomina “universalismo”. Sabemos muy bien lo que Occidente piensa sobre el
universalismo. Es hora de dejar que el resto de la humanidad hable.
Eso es lo que llamamos multipolaridad en su dimensión fundamental: un libre
polílogode sociedades, pueblos y culturas. Pero antes de que tal polílogo pueda iniciarse
es necesario definir las normas generales. Y eso es la teoría de las Relaciones
Internacionales, lo cual supone apertura de términos, conceptos, teorías, nociones,
pluralidad de factores, la complejidad y la multiplicidad de significados de las
exposiciones. No tolerancia, sino cooperación y comprensión mutua. En este caso, la
TMM no es el final sino el comienzo, el punto de partida, la limpieza del espacio básico
para el futuro orden mundial.
Sin embargo, la llamada a la multipolaridad no suena en el espacio vacío. La hegemonía
domina el discurso sobre las relaciones internacionales en la práctica global política,
económica y social. Vivimos en el rígido mundo eurocéntrico, donde una única
superpotencia (los EEUU) domina de forma imperialista con sus aliados y vasallos
(OTAN); donde las relaciones comerciales dictan todas las reglas de las prácticas
empresariales; donde las normas políticas burguesas se toman como obligatorias; donde
la tecnología y el grado de desarrollo material se consideran el más alto criterio; donde
los valores del individualismo, la comodidad personal, el bienestar material y la
“libertad de” son exaltados por encima de todos los demás. En definitiva, vivimos en el
mundo de la hegemonía triunfante, que extiende su telaraña a través del planeta entero y
subordina a toda la humanidad. Así que para crear la realidad de la multipolaridad es
necesario hacer una oposición, lucha, confrontación radical. En otras palabras, es
necesario que haya un bloque contra-hegemónico (en su sentido inclusivo).
Veamos, ¿qué recursos están disponibles para este potencial bloque?
La sintaxis de la hegemonía / sintaxis de la contra-hegemonía
La hegemonía en su holograma conceptual se basa en la convicción de que la
modernidad supera a la antigüedad (el pasado) en todo. La modernidad triunfa sobre la
premodernidad, y Occidente supera a lo no occidental (Oriente, Tercer Mundo) en todo.
Esta es la estructura de la sintaxis de la hegemonía en su forma más general:
Occidente (el Oeste) = Modernidad (Moderno) = objetivo = beneficio = progreso =
valores universales = EEUU (OTAN +) = capitalismo = derechos humanos = mercado =
democracia liberal = justicia.
versus
El resto (los demás) = retraso (premoderno) = necesidad de modernización
(colonización/ayuda/control externo) = necesidad de occidentalización = barbarie
(salvaje) = valores locales = precapitalismo ( todavía no capitalismo) = (falta de respeto
por) los derechos humanos fallidos = mercado injusto (participación del Estado, clanes,
preferencias de grupo) = pre-democracia = corrupción.
Estas fórmulas de la hegemonía son axiomáticas y autorreferenciales, como una especie
de “profecía autocumplida”. Un término se justifica por otro en la cadena de
equivalencias y se opone a cualquier término (ya sea simétrico o no) de la segunda
cadena. De acuerdo con estas reglas sin pretensiones se construye cualquier discurso
hegemónico. Puede parecer razonable, ilustrativo, descriptivo, analítico, previsor,
fundado históricamente, socialmente prospectivo, de debate, de oposición, etc. Pero en
su estructura la hegemonía se construye con el mismo esqueleto revestido por millones
de variaciones e historias.
Si aceptamos estas dos series paralelas de ecuaciones, nos encontramos dentro de la
hegemonía y estamos totalmente codificados por su sintaxis. Cualquier objeción será
suprimida por nuevos pasajes sugestivos, galopando a través de uno u otro término
hasta llegar a la tautología hegemónica deseada.
Incluso las formas más críticas del discurso finalmente se deslizan en esta ruta
constantemente renovada de sinónimos semánticos y se disuelven en ella. Una vez que
se reconoce sólo uno de los modelos, todo está predestinado. Por lo tanto, la
construcción de la contra-hegemonía comienza por la completa contradicción de ambas
cadenas.
Vamos a construir la sintaxis simétrica de la contra-hegemonía:
Occidente ≠ presente (Moderno) ≠ meta ≠ riqueza ≠ progreso ≠ valores universales ≠
EEUU ≠ capitalismo ≠ derechos humanos ≠ mercado ≠ democracia liberal ≠ justicia.
versus
El resto ≠ atraso ≠ necesidad de modernización (colonización/ayuda/lección/dirección
externa) ≠ necesidad de occidentalización ≠ barbarismo (salvaje) ≠ valores locales ≠ no
capitalismo ≠ inobservancia ≠ derechos humanos ≠ mercado injusto (participación del
Estado, clanes, preferencias de grupo) ≠ pre-democracia ≠ corrupción.
Si se insertan hipnóticamente signos de igualdad en la conciencia colectiva como algo
evidente por sí mismo, la justificación desarrollada de cada signo de desigualdad exige
sin embargo un texto o un conjunto de textos por separado. Hasta cierto punto, la TMM
y la Cuarta Teoría Política, el eurasianismo, la “nueva derecha” (Alain de Benoist), la
teoría no eurocéntrica de las RI (J.Hobson), el tradicionalismo, el posmodernismo, etc.,
realizan esta tarea en paralelo, pero ahora es importante ofrecer este esquema como la
forma más general de la sintaxis contra-hegemónica. La negación de la declaración
sustancial es sustancial por el mero hecho de la negación, por lo que la justificación de
las desigualdades ya está cargada de significados y conexiones. Al cuestionar las
cadenas de identificaciones hegemónicas, recibimos un campo semántico libre de la
hegemonía y de sus sugestiones “axiomáticas”. Esto por sí solo desata nuestras manos
para desplegar el discurso contra-hegemónico.
En este caso, proporcionamos esas normas básicas para un objetivo específico: hay que
hacer una más general y preliminar enumeración de los recursos con los se puede contar
en la creación del pacto contra-hegemónico.
Élite revolucionaria global

El bloque contra-hegemónico se está construyendo alrededor de intelectuales. Por lo


tanto, su núcleo debe ser el rechazo de la élite revolucionaria global al “status quo” en
su base más profunda. Esta élite revolucionaria global se forma alrededor de la sintaxis
de la contra-hegemonía. Tratando de entender la situación desde cualquier lugar del
mundo moderno – desde cualquier país, cultura, sociedad, clase social, función
profesional, etc. – la persona que busca respuestas profundas acerca de la organización
de la sociedad en la que vive, tarde o temprano llegará a comprender las tesis básicas
del discurso hegemónico. Ciertamente, esto no es para todo el mundo, aunque de
acuerdo con Gramsci todo el mundo es un intelectual en cierta medida. Pero sólo el
intelectual de pleno derecho representa a la persona humana en sentido perfecto; es una
especie de delegado, en el parlamento de la humanidad intelectual (homo sapiens), de
sus representantes más modestos (aquellos que no pueden o no quieren darse cuenta
plenamente de las capacidades y oportunidades dadas a la especie humana, que
culminaron en la capacidad para pensar, esto es ser un intelectual). Cuando hablamos de
la hegemonía, tenemos en mente a tal intelectual. En este momento él se enfrenta a una
elección, es decir, tiene la oportunidad de convertirse en un “intelectual orgánico”:
puede decir “sí” a la hegemonía y aceptar su sintaxis trabajando para promover su
estructura, y puede decir que “no”. Cuando dice “no”, sale en busca de una contra-
hegemonía, es decir, pretende acceder a la élite revolucionaria global.
Esta búsqueda se puede detener en la etapa intermedia: siempre hay estructuras locales
(tradicionalistas, fundamentalistas, comunistas, anarquistas, etnocentristas,
revolucionarios de diferentes tipos, etc.), que son conscientes del desafío hegemónico y
lo rechazan, pero a nivel local. Aquí ya estamos en el nivel de los intelectuales
orgánicos, pero que todavía no ven la necesidad de sintetizar su rechazo a la hegemonía
en forma de una estrategia global universal. Sin embargo, al entrar en la pelea verdadera
(no imaginaria) contra la hegemonía, cualquier revolucionario tarde o temprano
descubre su carácter extraterritorial y transnacional: la hegemonía siempre recurre a una
combinación de factores internos y externos para sus propios fines; ataca a lo que
considera que se opone, o que es un obstáculo, a su dominación imperial (los elementos
de la segunda cadena – los otros, ‘el resto’). Por lo tanto, la resistencia local a un desafío
mundial en algún momento alcanza sus límites naturales; a veces la hegemonía puede
retroceder, pero volverá de nuevo, y nadie será capaz de escapar de ella.
En el momento de esta toma de conciencia, los representantes intelectualmente más
desarrollados de la contra-hegemonía local sienten la necesidad de pasar al nivel de la
alternativa fundamental, es decir, al dominio de la sintaxis contra-hegemónica. Y este es
un camino directo a la Alianza Global Revolucionaria. De esta manera va a tomar forma
objetiva y naturalmente la élite contra-hegemónica global. El destino de esta élite es
convertirse en el núcleo de la contra-hegemonía. Sobre todo, la TMM se hace necesaria
para ellos.
Recursos de la contra-hegemonía: “revisionistas” del orden mundial y sus niveles

Las teorías clásicas de las RI, particularmente el realismo, dividen a los países entre
aquellos que están satisfechos con la situación actual y con el equilibrio de poder en el
orden mundial, y aquellos que no están satisfechos y querrían un cambio a su favor.
Los primeros son los denominados “apologistas del status quo”, y los segundos son los
llamados “revisionistas”. Las fuerzas del mundo que, independientemente de su tamaño
e influencia, pasaron a la hegemonía y están satisfechas con ella, representan la mitad de
los seres humanos pensantes; los revisionistas, la otra mitad. Por supuesto, la élite
contra-hegemónica considera a todos los “revisionistas” como un recurso propio. Son
los “revisionistas”, se den cuenta de ello o no, quienes necesitan la TMM. La necesidad
de la TMM puede ser bastante inconsciente, pero incluso aunque asumamos el modelo
de “cesarismo” y sugiramos que muchas figuras políticas sean ocupadas exclusivamente
con los procesos “transformistas” (transformismo), la TMM les da un argumento
adicional para oponerse a la presión de la hegemonía. En otras palabras, la élite contra-
hegemónica (en el sentido amplio, en la manera estructurada descrita anteriormente –
más allá de la izquierda y la derecha), tiene el poderoso recurso natural que representan
los “revisionistas”.
Para que este recurso esté disponible no es en absoluto necesario que la élite política
gobernante de los países “revisionistas” esté de acuerdo con la contra-hegemonía o
acepte la TMM como guía para su política exterior. Y ahora es el momento de recordar
la importancia del discurso intelectual en su estatuto autónomo (aquel en el que el
neogramscismo insiste). Es suficiente con que los intelectuales de la Alianza
Revolucionaria Global sean conscientes del significado y las funciones de los regímenes
“cesaristas” en el campo mundial de la hegemonía; los propios “revisionistas” actúan
intuitivamente, mientras que los representantes del pacto contra-hegemónico lo hacen
conscientemente. Los intereses a medio plazo de ambos coinciden. Y eso hace del pacto
contra-hegemónico una fuerza clave: el hardware es proporcionado por los
“revisionistas”; el software, por parte de la élite revolucionaria global.
Los “revisionistas” del mundo moderno representan un gran número de estados-nación
avanzados y poderosos, que debido a diferentes circunstancias históricas son situados
por parte de la hegemonía mundial en un ambiente tal, que los mismos se sienten
desfavorecidos, en desventaja. Su ulterior desarrollo, de acuerdo con la lógica impuesta
por el discurso global, inevitablemente dará lugar, o a consecuencias no deseadas para
las élites políticas actuales, o a un mayor deterioro de la situación en estos países. Los
“revisionistas” son muy diferentes entre sí: algunos se inclinan por negociar con la
hegemonía, mientras otros tratan por todos los medios de escapar a su influencia. Sin
embargo, el campo de acción para las actividades de la elite revolucionaria global está
en todas partes.
La unión más seria de países “revisionistas” es la de los BRICS. Cada uno de estos
países es un recurso muy importante en sí mismo, y la administración del club del
“Segundo Mundo” está objetivamente interesada en la multipolaridad – por lo tanto, no
hay nada que impida el avance de la TMM como su programa estratégico de política
exterior.
Toda la constelación de las mayores potencias regionales gravita en torno a los países
del “Segundo Mundo”, concretamente: Argentina, México, en Iberoamérica; Turquía,
Pakistán, en el centro y el sudeste asiatico; Arabia Saudita, Egipto, en el mundo árabe;
Vietnam, Indonesia, Malasia, Corea del Sur, en el Lejano Oriente, etc. Cada uno de
estos países podría también hasta cierto punto ser incluido entre los “revisionistas”, y
cuenta con una impresionante lista de ambiciones regionales difíciles o imposibles de
alcanzar en el sistema hegemónico. Esos países tienen aún más temores y desafíos por
su propia seguridad, y la hegemonía no facilita ningún tipo de protección en relación a
eso. Además, hay toda una serie de países en directa oposición a la hegemonía (Irán,
Corea del Norte, Serbia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.), que proporcionan a la
Alianza Revolucionaria Global lugares estratégicos privilegiados.
En el siguiente nivel sub-estatal se necesita un análisis más detallado para identificar a
los “revisionistas” a nivel político, es decir, a los partidos y movimientos políticos que,
por razones ideológicas o de otro tipo, rechazan el discurso hegemónico en algún
elemento esencial. Tales fuerzas políticas pueden ser de derecha o de izquierda,
religiosas o laicas, nacionalistas o cosmopolitas, parlamentarias o de oposición, de
masas o de élites. Todas ellas pueden ser integradas en la estrategia de la élite contra-
hegemónica. Al mismo tiempo, tales partidos y movimientos pueden ubicarse tanto en
el ámbito político de los “revisionistas”, como en el campo de los países en los que la
hegemonía se estableció firmemente y por completo. Bajo ciertas circunstancias, sobre
todo en condiciones de crisis o de reformas, se abren ciertas puertas para las fuerzas no
conformistas y para su (relativo) éxito y progreso, incluso dentro de esas potencias.
En el segmento de la sociedad civil, las oportunidades de la contra-hegemonía son
incluso más amplias ya que los portadores del discurso hegemónico actúan aquí
directamente, sin máscaras y mediaciones. En el campo de la ciencia, de la cultura, de
las artes y de la filosofía, los portadores de la contra-hegemonía que dominaron la
sintaxis son capaces de resistir con eficacia a los adversarios ideológicos, en la medida
en que la cantidad y el peso en este entorno son de mucha menor importancia. Un
intelectual de la contra-hegemonía preparado y con talento puede valer por miles de
opositores. En la esfera no política de las ciencias, la cultura, el arte y la filosofía, la
contra-hegemonía puede utilizar un enorme arsenal de medios y métodos, contando
desde los religiosos y tradicionalistas hasta los de la vanguardia y el posmodernismo.
Guiado por un correcto entendimiento de la sintaxis contra-hegemónica, el despliegue
de las diferentes estrategias intelectuales que desafíen la “axiomática” occidental de
estilo modernista será extremadamente fácil. Este modelo puede ser fácilmente aplicado
no sólo en las sociedades no occidentales, sino también en los países capitalistas
desarrollados, repitiendo en la nueva situación histórica la exitosa experiencia del nuevo
“gramscismo de izquierda” en Europa, en los años 60 y 70 del siglo XX.
El conjunto de estructuras políticas subestatales y la zona transfronteriza de la “sociedad
civil” (en la interpretación de Gramsci), nos da el mesonivel, mientras que los Estados
“revisionistas” pueden tomarse ellos mismos como macronivel para la práctica de la
expansión contrahegemónica.
Y por último, el micronivel, que son los individuos independientes, quienes bajo ciertas
condiciones también pueden ser portadores de la contra-hegemonía, ya que el campo de
batalla de la TMM es la persona en sí misma en todas sus dimensiones – de la personal
a la social y la política. La globalidad debe ser entendida antropológicamente.
Así recibimos la enorme reserva de recursos que está a disposición de la potencial élite
revolucionaria global. En una situación en la que las reglas son establecidas por la
hegemonía, y la “pre-hegemonía”, o simplemente la “no-hegemonía”, resiste
pasivamente, este recurso es, o neutralizado, o involucrado hasta un grado infinitesimal
en situaciones estrictamente locales, es decir, no se consolida, se dispersa y es expuesto
a la entropía gradual. Para la propia hegemonía en sí, en este caso, esto no es más que
un obstáculo pasivo, una inercia, y un objetivo a conquistar, “domesticar” o desmantelar
(así, la construcción de carreteras requiere talar el bosque o drenar el pantano). Pero
todo esto se convierte en un recurso de la contra-hegemonía cuando la contra-
hegemonía se convierte en una fuerza consciente de sí misma, en un sujeto histórico, en
el fenómeno. Todo esto se transforma en recurso cuando tenemos a la élite
revolucionaria global orientada hacia la TMM como su base teórica. Antes de eso y sin
eso, todo lo que se ha mencionado no existe en tanto recurso.
Contrahegemonía y Rusia
Todavía tenemos que proyectar los principios de la contra-hegemonía en el contexto de
la TMM, en la situación rusa.
En un contexto de análisis neogramscista, la Rusia moderna representa el clásico
“cesarismo” con todos sus atributos típicos. La hegemonía, por su parte, coloca a Rusia
con firmeza en la cadena de los “Otros” (el resto), y construye su imagen de acuerdo
con la sintaxis clásica: “autoritarismo” = “corrupción” = “necesidad de modernización”
= “incumplimiento de los derechos humanos y de la libertad de prensa” = “el Estado
interfiere en los asuntos de negocios”, etc.
Subjetivamente, la administración rusa está ocupada por los procesos de
“transformismo”, en constante equilibrio entre las concesiones a la hegemonía
(participación en organizaciones económicas internacionales como la OMC,
privatizaciones, el mercado, democratización del sistema político, puesta a punto de las
normas educativas occidentales, etc. ), y el impulso de preservar la soberanía y al
mismo tiempo el poder de la élite dirigente apoyado sobre los estados de ánimo
“patrióticos” de las masas. Al mismo tiempo, en las relaciones internacionales, Putin se
adhiere personalmente de forma inequívoca al realismo, mientras que el gobierno y la
comunidad de expertos gravita obviamente hacia el liberalismo, lo que provoca un
“doble pensar” típico del “transformismo”.
Para la TMM y la élite contra-hegemónica, esta situación crea un ambiente favorable
para la expansión de la actividad autónoma, y representa el enclave natural que
promueve su desarrollo, fortalecimiento y consolidación. Rusia es inequívocamente
relacionada con el campo “revisionista” en el sistema internacional, después de haber
perdido su posición como uno de los dos super-Estados en los años 90 del siglo XX, y
haber reducido drásticamente la esfera de su influencia incluso en sus fronteras. La
unipolaridad del orden mundial y el fortalecimiento de la hegemonía en las últimas
décadas (=globalización), trajeron a Rusia exclusivamente resultados negativos porque
ambas fueron construidas – geopolítica, estratégica, ideológica, política y
psicológicamente – a sus expensas. Y aunque las condiciones previas para una venganza
activa no están maduras todavía, el ambiente general y las principales tendencias
objetivas ayudan a establecer la TMM, y a promover el fortalecimiento y la
cristalización del segmento ruso de la élite revolucionaria contra-hegemónica global.
Además, muchas medidas adoptadas por Putin en temas de política exterior, dirigidas a
fortalecer la soberanía de Rusia, sus intenciones de construir la Unión Euroasiática, su
crítica del mundo unipolar y de la dominación de Estados Unidos, y también
declaraciones afirmando que la multipolaridad es el más deseable orden mundial – todo
esto amplía el campo de oportunidades para la creación orgánica de una completa y bien
fundada teoría de la contra-hegemonía en el contexto de la TMM.
Notas
1. Dugin A. G. Theory of Multi-polar World. M., Eurasian Stir, 2012.
2. Waltz tomó la confrontación entre los EEUU y la Unión Soviética como un ejemplo
de dos hegemonías hasta el final de la “guerra fría”. Actualmente, se inclina por la idea
de una nueva bipolaridad, donde China es el contrapeso a la hegemonía estadounidense.
3. “Podemos establecer ahora dos niveles superestructurales principales: uno que se
puede llamar «sociedad civil», esto es, el conjunto de organismos llamados
comúnmente «privados», y el otro el de la «sociedad política» o estado. Estos dos
niveles corresponden, por una parte, a la función de la «hegemonía» que ejerce el grupo
dominante a través de la sociedad y, por otra, a la de la «dominación directa», o mando
ejercido a través del estado y del gobierno «jurídico»”, escribió Gramsci. Gramsci
A.Prison Books. Part 1. – M. Publishing house of Political Literature, 1991.
4. Sombart Werner. Bourgeois, M. “Nauka”, 1994.
5. Hegel F. G. Phenomenology of spirit. St. Petersburg. “Nauka”, 1992
6. Gramsci A. Prison Books.
7. Cox R. “Gramsci, Hegemony and International Relations: An Essay in
Method”,Millennium 12, 1983.
8. Gill S. Gramsci, Historical Materialism and International Relations. Cambridge:
Cambridge University Press, 1993.
9. El neo-gramsciano Nichols Pratt define la contrahegemonía como “la creación de
hegemonía alternativa en el área de la sociedad civil para la preparación de un cambio
político”. Pratt. N. “Bringing politics back in: examining the link between globalization
and democratization”, Review of International Political Economy. Vol. 11, No. 2, 2004.
10. Marx K., Engels G. Communist Manifesto / Marx K., Engels G. Essays – 2nd ed. –
T. 4. –M.: State publishing house of Political Literature. 1955. P. 419-459.
11. Wallerstein I. After liberalism. Moscow: Editorial URSS, 2003.

TRANSHUMANISMO

http://katehon.com/es/directives/transhumanismo
https://www.youtube.com/watch?v=25k0r3b6bWQ

Saludos, están viendo Dugin’s Guideline. Hoy vamos a hablar sobre el fenómeno
denominado como transhumanismo.
El transhumanismo actual está ganando popularidad en todo el mundo, y sobre todo en
Occidente, donde se originó. Su símbolo es un círculo con la letra latina H, de human, el
ser humano, y el signo + (más). Los partidarios de este movimiento asumen con
entusiasmo todos los datos de la tecnología moderna, y llevan la idea de progreso a su
conclusión lógica. El perfeccionamiento tecnológico, en su opinión, conduce a la
humanidad a un estado de transformación de la especie humana a través de la creación
artificial de los seres humanos más perfectos. Esto se logra mediante la perfección de
todas las partes del cuerpo humano a través de la sustitución de esas partes por otras
artificiales, no distinguibles de las partes del cuerpo y de los órganos. Esto incluye la
simulación de la tecnología del conocimiento o la grabación de la conciencia en los
portadoras individuales: cartografía o 'mapping' cerebral. Los últimos descubrimientos
en el campo de la estructura del genoma, permiten el ajuste de los organismos para
mejorar su calidad a un nivel básico.
La letra H y el signo más, en su simbología, representan al post-humano libre de
enfermedades y de imperfecciones que, finalmente, llega a la inmortalidad física. El
cuerpo puede ser cambiado o corregido, y después de algún tiempo, incluso impreso en
una impresora 3D. Las redes virtuales se convertirán en un nuevo hábitat que desplazará
gradualmente nuestra realidad habitual. En el contexto del "H+", la utopía o distopía de
Matrix, se convierte en algo arcaico y superado.
El transhumanismo no es sólo un hobby de excéntricos, fanáticos y diseñadores del
progreso tecnológico. Este vector es el resultado de los últimos siglos, a lo largo de los
cuales, la humanidad seguía creyendo en el mito del progreso y la evolución.
El "H+" es la última conclusión lógica de toda la época del Nuevo tiempo, de la Edad
Moderna. La idea principal de la Edad Moderna fue la liberación del hombre de todas
sus limitaciones vinculantes, empezando con la religión, la Tradición y la sociedad de
clases. Después atacaron al Estado y a la nación a favor de la sociedad civil,
suprimieron la idea normativa de los sexos y de una familia normal, legalizando las
diversas formas de mutaciones y deformaciones de género. Todos estos hechos
ocurrieron en el contexto de las mejoras tecnológicas: las nuevas formas de producción,
la tecnología informática, la programación y el progreso en la síntesis de nuevos
materiales. Poco a poco, la ideología y la tecnología se han fusionado en algo íntegro e
inseparable. El progreso tecnológico se ha convertido en un factor ideológico, y la
ideología, a su vez, se ha convertido en tecnología. Por esta razón, los politecnólogos
están sustituyendo las formas clásicas de la política.
Y así llegamos a la última fase de la liberación de la humanidad de sus límites.
Occidente ya no tiene religión, ni un Estado en el sentido pleno de la palabra, no hay
jerarquías políticas, y no hay familias normales. Todas las formas de superar los límites
o la transgresión son completadas en su totalidad. Sólo queda una por hacer, que seria el
último paso: cruzar los límites de la especie humana. Se trata del "H+": la última
palabra del liberalismo. El transhumanismo no es un extraño efecto secundario del
desarrollo tecnológico, sino un final lógico de la Nueva Era. Hemos tenido que llegar a
esto: a la era de los cyborgs, de los híbridos, los mutantes y quimeras, y lo hicimos.
Por supuesto, hoy en día, la gran mayoría de la humanidad no está preparada para
convertirse en un cyborg o un mutante. Pero, ¿quién le va a preguntar a esta mayoría de
la humanidad? Toda la historia está hecha por las élites. Las masas nunca están
preparadas. Pero esto no tiene la menor importancia. Si no están preparadas, las
prepararán, tanto es así que nadie se dará cuenta. El transhumanismo es inevitable si
nosotros aceptamos la tendencia principal de los tiempos Modernos, que es la creencia
en el progreso, el desarrollo y la perfección de la humanidad. Esta religión, o más bien
pseudorreligión, ha traído a Europa y al mundo el progreso de la educación. Poco a
poco, esta herejía ha sustituido o expulsado a la periferia a todas las formas
tradicionales de la religión, especialmente el cristianismo. El progreso es imposible
pararlo a medio camino. Si pronunciamos la letra "a" entonces estamos obligado a decir
"b", "c", "d", y todas las otras letras del abecedario. El "H+", es la letra después de la
cual comienza el lenguaje informático.
Los tradicionalistas consistentes y fundamentales, son los únicos que están en el lado
opuesto del post-humanismo. Pero ellos rechazan no sólo esta última mutación, sino
todo el Modernismo: la misma idea de progreso, del desarrollo, la imagen científica del
mundo, la democracia y el liberalismo. En cambio, los tradicionalistas afirman y
seguirán afirmando a Dios, a la Iglesia, el Imperio, el Estado, lo estamental y las
costumbres populares, pero ningún progreso. El mundo moderno no es un resultado del
progreso, sino de la disminución. Es el reino del Anticristo. Luchar contra el "H+" para
rechazar su última transformación, que es dictada por la lógica de la ideología liberal de
la modernidad, y aceptar en cambio los otros aspectos de la modernidad, no tiene
ningún sentido. El transhumanismo es el inevitable día del mañana si estamos de
acuerdo con nuestra actualidad. Si queremos cambiar nuestro destino, debemos
retroceder en el tiempo y comprender ¿dónde hemos cometido un error fatal?
Adiós, ha estado viendo Dugin’s Guideline sobre el transhumanismo.
La Sagrada Tradición confirma que el diablo puede hacer casi todo, pero no puede crear
a un humano. Sólo es capaz de crear una parodia, un simulacro. El "H+" es, claramente,
idea suya.

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