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“Mas se entrega cual si hubiera

sólo un día para amar.”

Silvio Rodriguez, Cuba.

La contadora de historias, la que hace ensaladas de sílabas y semillas.

Mi amiga, mi confidente, mi colega, mi china. La que siempre pensó esas ganas de decir, y la que
finalmente lo sintió y lanzó su voz.

Ella que abraza y sostiene el mundo.

La leí, la escuché y me tomó de la mano más de una vez. Compartimos el alimento y nos nutrimos
de inmensidad.

En su pequeño cuerpo, la veo enorme. Qué relativo es el espacio y el tiempo a su lado. Un silencio
y una risa que se expande a donde sea que vuele. Sí, que vuele. La veo volando en cuentos de
historias sinfín. Como en sus relatos, va describiendo sus paisajes mentales al andar. Sus ojos, que
recorren el alma, no dejan de escribir.

Dicen, que su mamá la parió en San Francisco, pero una tarde de invierno ella me confesó que
nacimos por acá. En esta tierra tan hermosa que es mi Huerta Grande, y que la siento tan nuestra.

Un cielo que abre estrellas y portales. Un puente donde nacen mujeres que despiertan juntas.
Amantes del monte y el canto. Her(mana)s de la alegría y el llanto. Mana, como la nombré en
Capilla, en nuestro primer viaje de mochileras juntas, me llamó Misana. Y sanó y sanamos.

El coraje, la aventura y la mano dispuesta al servicio, es su gran valor, el que la hace caminar sin
miedos a donde sea que vaya. Si este libro llega a sus manos, fue porque su energía así lo quiso. La
intensión mueve montañas, ríos, mares y personas, y lo comprobamos juntas.

Que naufragar, morir y nacer sean siempre en sincronía con los astros, la luna (muluc) y nuestro
sol de patio matero de por medio.

Gracias por dejarme compartir tu soltar la vida.

Julieta Rocío.

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