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San Mateo 11, 28-30

En aquel tiempo Jesús dijo: «Vengan a mí todos los que están


fatigados y agobiados, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo
sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de
corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi
carga ligera».
Meditación del Papa Francisco

Venid a mí. La invitación de Jesús es para todos. Pero de manera especial


para los que sufren más.

Jesús promete dar alivio a todos, pero nos hace también una invitación,
que es como un mandamiento: Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón. El "yugo" del Señor consiste en
cargar con el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el
alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en
descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a
imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos
ayudan no sólo a cargar con el peso de los demás, sino también a no
cargar sobre ellos nuestros puntos de vista personales, y nuestros juicios,
nuestras críticas o nuestra indiferencia.

Invoquemos a María santísima, que acoge bajo su manto a todas las


personas cansadas y agobiadas, para que, a través de una fe iluminada,
testimoniada en la vida, podamos ser alivio para cuantos tienen necesidad
de ayuda, de ternura, de esperanza» (Papa Francisco, 13 de julio de 2014)
Reflexión

En la sociedad agrícola de la época de Jesús, la terminología propia de la


gente del campo tiene su importancia. El "yugo" es el instrumento de
madera con el cual se sujetan el par de bueyes o mulas para tirar del
arado o del carro. Jesús lo usa como una imagen que evoca la vida misma
del hombre con sus afanes y responsabilidades. Porque todo hombre debe
soportar una “carga” más o menos pesada y nadie está exento de ella.

Por eso, bien visto, el "yugo" que Jesucristo nos ofrece tiene sus ventajas.
Quizás no siempre sabemos apreciarlas: pero, ¿por qué no lo buscamos
más a menudo?
Con Jesucristo las cargas y responsabilidades de la vida se hacen livianas,
o sea, "light". Vivimos en una sociedad en donde hasta los dulces de
Navidad se venden con la etiqueta de "light". Dicen que lo ligero es mejor,
quizás más sano, aunque no siempre. En el caso de nuestra vida cristiana,
seríamos un poco necios si no prestáramos atención a esta invitación. Jesús
quiere hacernos "liviana" nuestra carga. Y una vez más, si tenemos oídos no
podemos dejar de atender: "Venid a mí... yo os daré descanso (...) porque
mi yugo es suave y mi carga ligera". No podemos con las cargas de la vida
sin Jesucristo, y de esto nos debemos convencer.

"Si conocieras el don de Dios, (...) tú le habrías pedido a Él..." (Jn 4, 10). Algo
así, nos podría decir Jesucristo a cada uno cuando conociéndole no
acudimos a Él. Porque todos experimentamos el cansancio en la lucha.
Todos necesitamos la comprensión y el consuelo de los demás, en la
familia, con mi esposo o esposa, con mis hijos y demás familiares y amigos.
Pero aún más necesitamos a Dios, sobre todo cuando nos falta lo anterior.
Su acción (si le dejamos), es tan fuerte, que actúa de bálsamo, de
calmante, de medicina, que al mismo tiempo sana y vigoriza. Su presencia
relativiza los problemas de cada día que nos pueden quitar la paz. Los
coloca en su justo lugar para mirar al futuro con optimismo y esperanza.
Sólo Él nos llena de la tranquilidad interior. ¿Acaso no estamos necesitados
más que nunca hoy de esa serenidad?
Meditación del Papa

Jesús pide que vayamos a Él, que esta es la verdadera sabiduría, a Él que
es "manso y humilde de corazón"; propone "su yugo", el camino de la
sabiduría del Evangelio, que no es una doctrina que hay que aprender o
una propuesta ética, sino una Persona a la que hay que seguir: Él mismo, el
Hijo Unigénito en perfecta comunión con el Padre.
Queridos hermanos y hermanas, hemos gustado la riqueza de esta oración
de Jesús. Que también nosotros, con el don de su Espíritu, podamos
dirigirnos a Dios en la oración, con confianza de hijos, invocándolo con el
nombre de Padre, Abba.
Pero debemos tener el corazón de los pequeños, de "los pobres en espíritu",
para reconocer que no somos auto-suficientes, que no podemos construir
nuestra vida solos, que necesitamos de Dios, necesitamos encontrarle,
escucharle y hablarle.

La oración nos abre a recibir el don de Dios, su sabiduría, que es Jesús


mismo, para llevar a cabo la voluntad del Padre en nuestra vida y
encontrar así reposo en las fatigas de nuestro camino. ¡Gracias! Benedicto
XVI, 7 de diciembre de 2011.
Reflexión

A veces es difícil saber qué regalar a otra persona. "¿Qué necesita?, ¿qué
le gustaría?"

Un regalo pretende precisamente agradar al otro, para demostrarle afecto


o gratitud.

Incluso en esto, Dios piensa en nosotros. Y nos ahorra el problema de


pensar con qué regalo podemos agradarle más. En el Evangelio de hoy
nos lo dice:

"Venid a mí". Esto es lo mejor. Lo que Él está esperando con ilusión. Quiere
tenernos cerca. Cada vez más cerca. Sentir el calor de nuestra compañía.

Acercarse a Cristo es buscarlo en la oración, en los sacramentos, y en


todos los momentos de nuestra vida. Basta dirigir por un instante nuestro
pensamiento a Él, cuando vemos a una persona necesitada, cuando
escuchamos por qué rumbos camina el mundo... y ya estamos a su lado.
Además, Él nos promete que así hallaremos nuestro descanso.
Encontraremos alivio a nuestras preocupaciones, inquietudes y sufrimientos.

"Aprended de mí". Quien le busca con sinceridad, no se va con las manos


vacías. No regresa por el mismo camino. La imagen del Señor se queda
más grabada en nosotros. Y el corazón es entonces más fuerte para
imitarlo en nuestra vida.
Propósito

En las dificultades que hoy se me presenten, pedir la ayuda de Dios en vez


de ser autosuficiente.

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