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LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA DESDE LA MIRADA DEL

DERECHO ADMINISTRATIVO

LEGAL INTERPRETATION FROM THE PERSPECTIVE OF THE


ADMINISTRATIVE LAW

CARLOS F. BALBÍN

RESUMEN: Se analizan peculiaridades del método de interpretación del Derecho


Administrativo e intenta redefinir este conocimiento como base del modelo. Avanza
brevemente sobre cuestiones interpretativas más complejas. Concluye en la necesidad de
incorporar matices propios en el trabajo de interpretación y aplicación del Derecho
Administrativo.

Palabras clave: Derecho Administrativo, interpretación

ABSTRACT: This paper analyzes the peculiarities of the interpretation method in


Administrative Law and, purports firstly to redefine such field as the base of the model.
In addition, it briefly explores the most complex interpretative issues. Finally, it claims the
need to acknowledge specific features in the task of interpreting and applying
Administrative Law.

Keywords: Administrative Law, interpretation

I. LOS DESAFÍOS INTERPRETATIVOS DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

El objeto del presente trabajo es, en primer lugar, reflexionar sobre la


interpretación y aplicación del Derecho por la Administración Pública; pues, más allá de la
resolución de los casos por el juez (oscuros o no), cierto es que en muchos modelos
jurídicos (en particular aquellos en que las decisiones judiciales no tienen efectos
expansivos), la mayoría de los casos son resueltos por la Administración sin intervención
judicial. Por tanto, el Derecho (su interpretación y aplicación), como método de
resolución de conflictos es construido y aplicado básicamente por la Administración.
En segundo lugar, cabe estudiar las estructuras de ciertos mandatos propios del Derecho
Administrativo. Pues bien, ¿en qué consisten los casos administrativos oscuros? Ciertas
reglas del Derecho Administrativo describen mandatos jurídicos genéricos, y en tal
contexto, es complejo subsumir el hecho en el supuesto de hecho impreciso e incierto
(por ejemplo, el deber del Estado de garantizar la salud o la educación).
En tercer lugar, cabe analizar cómo interpreta y argumenta la Administración.
¿Cuál es el método de interpretación de la Administración? ¿La Administración
argumenta de igual modo que el juez? En particular, en el ámbito de la Administración
Pública es necesario distinguir entre interpretación del Derecho y discrecionalidad administrativa. En
efecto, el juez interpreta y aplica la ley. Y, por su lado, el Poder Ejecutivo también

 Profesor Titular (Catedrático) de Derecho Administrativo y Director de la Especialización y Maestría en Derecho


Administrativo y Administración Pública en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Correo
electrónico: cbalbin@derecho.uba.ar
Artículo en presa, a publicarse en la Revista de Derecho Administrativo Económico (ReDAE) de la Pontificia
Universidad Católica de Chile. Prohibida su reproducción sin autorización editorial.
interpreta y aplica la ley, pero -a su vez- ejerce comúnmente poderes libres y
discrecionales.
En cuarto lugar, nos proponemos indagar sobre las técnicas hermenéuticas del Derecho a
partir de los subsistemas jurídicos (Público y Privado). Habitualmente estudiamos las técnicas
en el marco de los sistemas jurídicos, pero cabe preguntarse sobre cómo interactúan los
subsistemas; en particular la aplicación de los principios y reglas jurídicas del subsistema
del Derecho Privado al ámbito propio del Derecho Público. A su vez, el aspecto básico y
preliminar, es cómo definir las lagunas en el Derecho Administrativo.
En quinto lugar, debe incorporarse como fuente específica y peculiar del Derecho
Administrativo al precedente. Es posible asimilar el precedente a la costumbre, pero este
criterio es insuficiente y defectuoso; por tanto es necesario su desarrollo como fuente
específica de nuestro conocimiento.
En sexto lugar, cabe reflexionar sobre los principios del Derecho en el marco del Derecho
Administrativo. ¿Cuáles son los principios específicos de este conocimiento jurídico?
¿Acaso los principios cumplen un papel distinto en el Derecho Administrativo?
Por último, más allá de los matices en la interpretación del Derecho Administrativo, cierto
es que se recurre a los métodos interpretativos comunes.
Antes de introducirnos en el análisis de estos aspectos creemos necesario repasar el
concepto de Derecho Administrativo y su sentido, pues sólo desde tales bases es plausible
reconstruirlo por las vías interpretativas.

II. EL CONCEPTO DE DERECHO ADMINISTRATIVO

En este punto nos proponemos recapitular y volver sobre el concepto clásico del
Derecho Administrativo (esto es, las funciones estatales administrativas), e intentar definiciones
más precisas. Es decir, el objeto concreto y el alcance cierto de este conocimiento
jurídico. Haremos algunas consideraciones que creemos relevantes y recordaremos otras
definiciones conocidas entre nosotros.
Históricamente se ha sostenido que el Derecho Administrativo, por un lado
reconoce privilegios a favor del Estado ya que éste persigue el interés colectivo. Entre
otros privilegios, vale recordar, el marco jurídico de los bienes del dominio público, el
poder regulatorio sobre el dominio privado, los caracteres del acto administrativo, las
prerrogativas contractuales y las ventajas procesales.
Por el otro, el modelo establece restricciones especiales sobre el Estado. Así, por
ejemplo, el trámite de las contrataciones estatales, el procedimiento para el dictado de los
actos administrativos y reglamentos, y las previsiones presupuestarias. Además, las reglas
establecen mandatos más rígidos y estrictos que en el Derecho Privado.
Finalmente, el modelo incorporó técnicas de control sobre el Estado 1.
Este sistema jurídico integrado por privilegios y restricciones, sólo alcanza al Estado y no
al resto de las personas (naturales o jurídicas), salvo excepciones. Este modelo propio es
razonable porque el Estado satisface y reconoce derechos, y más en el marco de un
Estado Social y Democrático.
Por último, el Derecho Administrativo también comprende el conjunto de
derechos y garantías a favor de las personas en sus relaciones y situaciones jurídicas con el
Estado.

1 GARCÍA DE ENTERRÍA, 1964.


La cuestión a resolver tradicionalmente, a través del análisis abstracto de los
principios, reglas e instituciones y -a su vez- el estudio práctico de los casos concretos del
Derecho Administrativo, es saber cuándo el equilibrio o conjunción de esos postulados
(es decir, privilegios y restricciones estatales y derechos y garantías de las personas) es o
no razonable.
Desde ya adelantamos que este planteo histórico deber ser remozado toda vez que
el conflicto a resolver es entre derechos y no simplemente entre derechos personales y
privilegios estatales.
Volvamos al concepto duro y simple del Derecho Administrativo. Podemos
transcribir aquí y así repasar diferentes definiciones que creemos sumamente ilustrativas.
Por ejemplo, se sostuvo que “la actividad de la administración pública origina relaciones
múltiples entre ella y los administrados y esas relaciones presuponen normas jurídicas que
las regulan. El conjunto de esas normas constituye el contenido del Derecho
Administrativo”. Así, el Derecho Administrativo, es “el conjunto de normas de aplicación
concreta a la institución y fundamento de los servicios públicos y al consiguiente contralor
jurisdiccional de la actividad pública”2.
En primer lugar, y en términos obvios, el Derecho Administrativo, al igual que
cualquier otra rama del Derecho, es un conjunto de principios, directrices, reglas y
técnicas, articulados de modo coherente y sistemático.
En segundo lugar, más allá de las definiciones -e inclusive de nuestras
coincidencias o desacuerdos con éstas- creemos que es posible analizar esta cuestión de
modo más simple y directo.
Pues bien, ¿cuál es el objeto del Derecho Administrativo? La respuesta es, según
nuestro criterio y como ya hemos dicho, que el Derecho Administrativo es el marco jurídico
de las funciones administrativas del Estado (es decir, el conjunto de principios, directrices y
reglas que regulan las funciones estatales administrativas).
Sin embargo, este criterio es insuficiente y no permite aprehender acabadamente el
objeto de nuestro conocimiento. Por tanto, es necesario incorporar otros dos aspectos
relevantes y complementarios, estos son: el modo de organización del Estado en el
ejercicio de tales funciones, y el vínculo entre el Estado en ejercicio de esas funciones y las
personas3. De todos modos, es posible afirmar que estos otros aspectos -realmente- están
comprendidos dentro de las funciones administrativas y su radio expansivo.
Entonces, las funciones estatales administrativas, según el criterio que
proponemos, son el conjunto de potestades estatales que ejerce el Poder Ejecutivo de
contenido materialmente ejecutivo, legislativo y judicial. Así, según creemos, función
administrativa es un concepto subjetivo porque comprende al Poder Ejecutivo y al
2 BIELSA 1964. Por su parte, Marienhoff dijo que el Derecho Administrativo es “el conjunto de normas y de
principios del Derecho Público interno que tiene por objeto la organización y el funcionamiento de la administración
pública así como la regulación de las relaciones interorgánicas, interadministrativas y las de las entidades
administrativas con los administrados”. MARIENHOFF 2003. Fiorini definió al Derecho Administrativo como “una
rama del derecho público (estatal) que tiene por objeto el estudio de la actividad en la Función Administrativa estatal.
La destacamos como una disciplina jurídica adscripta a una de las Funciones estatales y la extendemos al derecho de
organización interna del Estado”. FIORINI 1976. Más adelante, F. Linares afirmó que por Derecho Administrativo
debe entenderse “el comportamiento en interferencia intersubjetiva que constituye Función Administrativa, las
normas jurídicas del Derecho Público que la rigen así como los principios que conceptúan valoraciones y ciertos
tipos de conducta utilizados en la interpretación de ese derecho, y por último, los hechos administrativos en cuanto
parte de la referida conducta. Tenemos así que lo regido por el Derecho Administrativo es la Función Administrativa
arriba definida cualquiera sea el poder que la despliegue”. LINARES 1986.
3 LINARES 1986 sostiene que “la función administrativa está regida por normas no sólo de derecho público sino también

de derecho privado”.
conjunto de sus competencias (poderes) y, a su vez, al nexo con las personas (derechos
subjetivos en el marco de las relaciones jurídicas).
En este punto es importante discernir cuál es el pilar básico de este edificio
dogmático. Mucho se ha escrito y repetido sobre la idea de que el Derecho
Administrativo es el modelo de equilibrio entre poderes y derechos, y si bien coincidimos
con este desarrollo dialéctico, creemos, sin embargo, que es necesario decir que detrás del
poder y del interés público debe situarse el escaparate de los derechos y su
reconocimiento. Por tanto, como ya hemos dicho, el conflicto y nudo del Derecho
Administrativo es el siguiente: derechos vs derechos, con intermediación estatal.
Cabe aclarar, siguiendo con el análisis propuesto, que el estudio de las funciones
administrativas comprende su contenido; al titular de éstas (es decir, al Poder Ejecutivo -su
modo de organización-); y los destinatarios (esto es, las personas titulares de los derechos
en el marco de sus relaciones con el Estado). Por ello, ya hemos dicho que el Derecho
Administrativo abarca los diversos aspectos de las funciones administrativas, a saber: el
núcleo conceptual (funciones administrativas); el titular y su organización (el Estado); y el
destinatario (las personas titulares de derechos e intereses).
Claro que el criterio que hemos expuesto nos devuelve necesariamente al
interrogante originario ¿qué es función administrativa? Ya sabemos que es una función estatal
y que, a su vez, existen otras dos funciones estatales, según el principio clásico de la
separación de poderes (funciones legislativas y judiciales).
Este es un paso importante en nuestro razonamiento porque si logramos definir
función administrativa, entonces, habremos encontrado el objeto de nuestro
conocimiento.
A su vez, creemos que la construcción de este conocimiento jurídico –igual que
cualquier otro- no debe partir de los capítulos más específicos (por caso, el acto
administrativo o el servicio público), sino de los principios e ideas básicas que deben
atravesar e informar todo el modelo (Derecho Administrativo).
Este criterio metodológico nos permite garantizar el desarrollo sistemático y
coherente del conocimiento e hilar así las distintas instituciones jurídicas. A saber: el
concepto y alcance de las potestades regulatorias del Poder Ejecutivo, el modo de
organización del Estado, el concepto de acto estatal, el modelo de control. Es decir, las
respuestas jurídicas a construir deben ser coherentes entre sí, y solo es posible si
vertebramos estos conocimientos desde sus bases y conforme ciertas guías o directrices
comunes (principios).
Sin embargo, el objeto de función administrativa es propio del Estado Liberal de
Derecho, y claramente insuficiente en el marco del Estado Social y Democrático de
Derecho, pues en éste último el Estado debe construir el orden social -según el mandato
constitucional-.
En efecto, cabe preguntarse si el concepto de función administrativa es suficiente
o -quizás- sea necesario recurrir a otras ideas, por caso, las finalidades que persigue el
Estado (por ejemplo, la conformación del interés público o el orden social).
Pues bien, el Derecho Administrativo es el subsistema jurídico que regula la
resolución de los conflictos entre derechos (derechos vs derechos), con intervención del Poder
Ejecutivo -reconociéndole prerrogativas en su aplicación-, y recomponiendo las
desigualdades preexistentes entre los titulares de aquéllos.4

4 BALBÍN, 2011.
III. EL NUEVO PARADIGMA DEL DERECHO ADMINISTRATIVO Y SU IMPACTO SOBRE EL
TRABAJO DE INTERPRETACIÓN

Hemos intentado probar que los pilares que sostienen el viejo paradigma (poder vs
derechos) deben reconstruirse. Así, los límites del poder y en particular los principios que
justifican el poder estatal, deben dibujarse actualmente con otro contenido y contornos, y
otro tanto sucede con los derechos.
En este punto no es posible pensar y reconstruir el Derecho Administrativo desde
el campo de los derechos individuales, sino que es necesario redefinir ese pilar en
términos de derechos sociales y colectivos -su alcance y su exigibilidad ante el Estado- y
consecuentemente, repensar las reglas e institutos de nuestro conocimiento desde ese
nuevo contenido.
¿Cómo incide ello en el desarrollo de nuestra especialidad? Por ejemplo, cuando
interpretamos las reglas del procedimiento administrativo o del proceso judicial
contencioso administrativo, no es igual hacerlo desde la perspectiva de los derechos
individuales o si incorporamos los derechos sociales, o los nuevos derechos en el marco
de estudio (por ejemplo, en particular, la composición del interés público a través del
proceso judicial).
En igual sentido, cabe señalar que el Derecho Administrativo se construyó desde
las actividades estatales y su expresión más común: el acto administrativo; pero no incluyó
la inactividad estatal (excepto el silencio administrativo en el marco de un procedimiento
administrativo concreto). A su vez, recordemos que la inactividad estatal está vinculada
con sus omisiones y, en particular, con los derechos sociales que exigen prestaciones
positivas del Estado. Así, es claro que el Estado incumple dichas prestaciones por medio
de las omisiones.
Nos encontramos, entonces, ante varias piezas de un rompecabezas que es
necesario rearmar. Esas piezas son: a) el poder y su justificación (es decir, el interés público);
b) sus límites; c) los derechos de las personas; y d) el equilibrio entre el poder y los derechos.
De modo que el paradigma no es el conflicto entre poder vs derechos, sino derechos vs
derechos y en este marco, claro, el campo propio del Derecho Administrativo, es decir, el
estudio de la intermediación e intervención estatal.
Por ejemplo, los fundamentos del Derecho Civil son los límites de las libertades y
los derechos individuales, en función del interés de los otros individuos y, quizás, el
interés público. Por otro lado, el fundamento del Derecho Administrativo es el reconocimiento activo
de derechos (individuales, sociales y colectivos) y, en tal sentido, debe explicarse el poder del Estado y sus
reglas especiales -interés público-.
Sin embargo, estimamos que la creación y aceptación de un nuevo paradigma no
necesariamente supone destruir las construcciones anteriores realizadas bajo el viejo, sino
simplemente revisarlas y enriquecerlas desde un nuevo posicionamiento (es decir,
debemos ubicarnos desde otros pilares, quizás iguales pero más enriquecidos, y desde allí
pensar, revisar y actualizar el modelo).
A su vez, la aceptación del nuevo paradigma (es decir, derechos vs derechos) supone
repensar los principios del Derecho Administrativo según este modelo. Es decir, el
paradigma es, entonces, el equilibrio del poder entendido como el conjunto de prerrogativas que persiguen el
reconocimiento de derechos y, por tanto, el concepto es: derechos versus otros derechos. Ese equilibrio
entre derechos con intermediación del poder estatal es el núcleo, entonces, del Derecho
Administrativo.
El Derecho Administrativo no debe pues analizarse desde el poder y sus
prerrogativas, sino desde los derechos fundamentales; y estos últimos no sólo como
límites de aquél, sino como justificación del propio poder. Cierto es que el objeto de
nuestro conocimiento es el poder, más particularmente el ejercicio de ese poder por el
Poder Ejecutivo, esto es, las funciones estatales administrativas (teoría de las funciones).
Sin embargo, es plausible analizar ese objeto desde sí mismo (poder) o desde sus
fundamentos (reconocimiento y expansión de los derechos) y sus proyecciones5.
¿Es acaso relevante este nuevo enfoque? Creemos que sí porque el poder, digamos las
funciones estatales administrativas, y especialmente sus privilegios y prerrogativas, deben
analizarse e interpretarse desde ese postulado. En otras palabras, ya no es posible estudiar
las funciones estatales administrativas prescindiendo de los derechos fundamentales.
Sin embargo, y sin perjuicio de lo dicho anteriormente, es plausible caer en el error
de interpretar el paradigma así: menos poder y más derechos. En tal caso, el cambio no es
esencial, sino superficial. El Estado Social de Derecho nos exige repensar el poder estatal, apoderarlo
de derechos, y no simplemente recortarlo.
Es necesario contestar las siguientes interrogantes: ¿Cómo debe intermediar el
Estado? ¿Qué directrices debe utilizar el Estado con el objeto de resolver el conflicto? El
Derecho Administrativo exige que el Estado intermedie entre derechos, pero no sólo en
términos de igualdad (postulado propio del Derecho Privado), sino básicamente de
conformidad con los postulados de la justicia igualitaria6.
Por eso, en términos de justicia igualitaria es preciso que el Estado intermedie (y
particularmente desarrolle y aplique el Derecho Administrativo como instrumento central)
con el objetivo básico de recomponer las desigualdades estructurales7.
Pues bien, ¿cómo impacta este nuevo paradigma en el trabajo de interpretación y
aplicación del derecho por el operador (Administración o juez)?
En primer lugar, es necesario señalar que el Derecho Administrativo –igual que
cualquier otro subsistema jurídico- no consiste simplemente en la aplicación de las reglas y
principios, sino que también comprende el ejercicio del poder regulatorio y, luego, su
aplicación conforme las reglas hermenéuticas.

5 “El Derecho Administrativo ha de satisfacer una doble finalidad: la ordenación, disciplina y limitación del poder, al
tiempo que la eficacia y efectividad de la acción administrativa. Ello obliga, entre otras consecuencias, no sólo a
utilizar el canon de la prohibición de exceso (principio de proporcionalidad), sino también el de la prohibición de
defecto.” SCHMIDTT-ASSMANN 2003.
6 J. RAWLS, entre los autores liberales igualitarios, destaca que existe un contrato hipotético y que los bienes primarios

de carácter social -bienes materiales, oportunidades- son aquellos que deben distribuirse en términos igualitarios. Por
su parte, los bienes naturales -talentos y capacidades- no deben ser redistribuidos, sin perjuicio del desapoderamiento
de sus frutos porque nadie puede ser favorecido o perjudicado por hechos que sean moralmente irrelevantes.
Téngase presente que el Estado debe garantizar la igualdad entre las personas y sólo es posible si se distribuyen de
modo igualitario los bienes primarios. Sin embargo este escenario de igualdad no es absoluto sino relativo porque el
reparto desigual es válido con la condición de que favorezca a los más desfavorecidos en sus situaciones originarias.
Por ejemplo, los más capaces pueden obtener más beneficios siempre que utilicen tales capacidades a favor de las
personas más desfavorecidas. R. DWORKIN luego va a incorporar entre los bienes o recursos primarios a aquellos de
contenido natural. En síntesis, el Estado debe asegurar que las personas decidan libremente y sin condicionamientos
sobre su propio proyecto existencial, más allá de las circunstancias externas. Así “tanto los liberales más igualitarios
como los más conservadores coinciden en una primera aproximación a este punto: ambos grupos reconocen como
obvia la existencia de esta lotería de la naturaleza -estos azares que provocan que las vidas de algunos sean mucho
más afortunadas que las de otros-. Ellos disienten, en cambio, a la hora de considerar el modo en que una sociedad
justa debe responder ante tales circunstancias. Para los libertarios, no corresponde que la sociedad intervenga para
intentar remediar o suprimir circunstancias como las mencionadas”. GARGARELLA 1999.
7 BALBÍN 2011.
Por tanto, el Legislador cuando regule sobre Derecho Administrativo debe hacerlo
en los términos de derechos vs derechos. En otras palabras, es necesario distinguir entre dos
planos, a saber: a) el nivel regulatorio (creación de los principios y reglas del Derecho
Administrativo); y b) el nivel de aplicación de ese bloque normativo (trátese de la
aplicación por el Poder Ejecutivo o, en su caso, por el juez contencioso).
En segundo lugar, debe señalarse que el Poder Ejecutivo (y, en su caso,
eventualmente el juez contencioso) cuando interprete y aplique las normas del Derecho
Administrativo debe hacerlo, según las circunstancias del caso, ponderando derechos 8.

IV. LAS CUESTIONES INTERPRETATIVAS


1. Los casos difíciles en el derecho administrativo

Sin perjuicio del estudio y análisis de la Teoría del Derecho, creemos necesario
volver sobre ciertos conceptos en el marco del Derecho Administrativo por dos razones
fundamentales.
Por un lado, el Derecho Administrativo, igual que cualquier otro conocimiento
jurídico, no consiste en una repetición de textos -legales o judiciales-, sino especialmente
en su interpretación. Es decir, en primer lugar, se debe seleccionar cuál es el material
jurídico relevante y, en segundo lugar, darle sentido y aplicarlo en la solución de casos. En
otras palabras, aplicar el derecho supone -como paso previo y necesario- interpretarlo. Por tanto, el
juez, pero también la Administración (esto es, el Poder Ejecutivo), deben interpretar el
derecho.
Por el otro, la interpretación del Derecho Administrativo nos exige modular y
profundizar ciertas reglas y técnicas de interpretación -es decir, las pautas hermenéuticas-
por las características propias de este Derecho. Pero, ¿cuáles son estas características?
Según nuestro criterio, las siguientes: a) la existencia de dos subsistemas en nuestro
ordenamiento jurídico (público/privado). Nótese que comúnmente la interpretación en
términos clásicos gira alrededor del derecho privado. Las reglas y las técnicas, e incluso los
ejemplos, son propios del derecho privado (o en su caso, Penal) y, como ya hemos
señalado, el Derecho Administrativo tiene caracteres propios que nos exigen repensar las
reglas y técnicas hermenéuticas en el campo específico de nuestro conocimiento. Así, por
caso, el Derecho Público, a veces y ante ciertas indeterminaciones, se integra con el
Derecho Privado; y b) el principio de clausura del modelo de Derecho Público.
Vale recordar que en el derecho privado “todo lo que no está prohibido, está
permitido”, de conformidad con el art. 19, Constitución Nacional de Argentina (en
adelante CN), y -a su vez- el juez debe resolver los asuntos que sean sometidos a su
jurisdicción mediante una decisión razonablemente fundada.
Sin embargo, en el campo de nuestro conocimiento el principio es más complejo.
Así, respecto del Estado, todo lo que no está permitido, está prohibido; y, en relación con las
personas que interactúan con el aquél -igual que en el derecho privado-, todo lo que no está
prohibido, está permitido.
Es decir, el postulado básico es prohibitivo (respecto de la actividad estatal) y, a su
vez, permisivo (en relación con las personas). Entonces, en el derecho privado se ha

8 Si el conflicto entre derechos no es palmario (es decir, claro o visible), pues entonces el Poder Ejecutivo o el juez
deben aplicar la regla preexistente que ciertamente se presupone que ya resolvió dicho conflicto en términos
igualitarios, de allí su presunción de validez.
dicho, actualmente con controversia, que ciertas inconsistencias se resuelven por
aplicación del principio de clausura (todo lo que no está prohibido, está permitido); pero ello no
es posible en el Derecho Público porque aquí los postulados son otros (prohibición y
permisión, según el actor de que se trate).
Pues bien, más allá del alcance de las competencias estatales y del ejercicio de los
derechos que sólo exigen abstenciones del Estado, el caso quizás más complejo es el
siguiente: el deber estatal de hacer versus el derecho del particular (verbigracia, el deber de reparar
los daños causados por el Estado o de proveer medicamentos ante el ejercicio del derecho
respectivo). En efecto, es necesario reflexionar sobre la estructura de las reglas anómalas
sobre deberes estatales genéricos, cuya exigencia nace del ejercicio de los derechos de las
personas. Éstos constituyen los casos administrativos oscuros. Aquí, debemos recurrir a
los principios con el objeto de definir las reglas y su contenido.
Así, los postulados en el Derecho Público son los siguientes: prohibición y permisión,
según el actor de que se trate; y -además- el uso de principios especiales en las relaciones
de deberes de prestación (obligaciones estatales de hacer) y derechos positivos (cuyo
contenido es exigir prestaciones).
En síntesis, el Derecho Público -en tono diferente del derecho privado- debe
resolver otros obstáculos, a saber: el doble derecho y el postulado de cierre del modelo.
Finalmente, creemos importante remarcar que los intérpretes del Derecho no solo
trabajan básicamente con el derecho privado o, en su caso, Penal, sino además con la
figura del juez (en su rol de intérprete último del Derecho); pero ciertamente la
Administración (léase el Poder Ejecutivo) ejerce un papel fundamental porque debe
interpretar el derecho y luego, obviamente, aplicarlo. Es más, en muchos casos esas
interpretaciones y decisiones no son revisadas por el Poder Judicial en razón de los
vericuetos propios del modelo. Por tanto, debemos preguntarnos cómo razona el Poder
Ejecutivo.
2. La distinción entre interpretación y discrecionalidad en el ejercicio de las funciones del poder ejecutivo

En este punto, es necesario distinguir entre la interpretación jurídica y el ejercicio


de las potestades discrecionales. Así, el ejercicio de potestades con libertad o arbitrio
supone que el ordenamiento jurídico le permite al órgano que debe aplicar las normas
ante los casos concretos, elegir entre dos o más caminos posibles y jurídicamente
correctos.
En verdad, el órgano de aplicación debe primero, interpretar las normas y luego,
como segundo paso, aplicarlas (sólo en este contexto, es posible que pueda optar entre
dos o más soluciones posibles).
Creemos que interpretar es aplicar el ordenamiento en un caso singular, según
criterios predeterminados, más allá de sus aspectos subjetivos. Es decir, el operador debe
interpretar la ley y sólo puede hacerse de cierto modo. Entonces, ¿cuál es este modo? El
método hermenéutico que prevé el propio orden jurídico. De modo que el intérprete no
puede decidir libremente cómo interpretar las normas, sin perjuicio de que es posible que
coexistan interpretaciones divergentes, e incluso contradictorias. ¿En tal caso, cuál de las
interpretaciones es correcta? Según el modelo jurídico es la solución que siguen los jueces.
Luego de que el operador interprete el ordenamiento puede ocurrir que éste
reconozca ese margen de arbitrio. En el marco de la discrecionalidad, cualquiera de las
soluciones posibles es jurídicamente correcta y, consecuentemente, válida.
Veámoslo con mayor detalle. En primer lugar, el operador jurídico debe constatar
si el hecho -es decir, el antecedente- existe o no. Ello está vinculado directamente con las
pruebas del caso. Así, las pruebas deben interpretarse conforme las reglas específicas del
ordenamiento jurídico (por ejemplo, las reglas de la sana crítica), y no de modo
discrecional. El intérprete no puede optar por unas y rechazar otras en términos
igualmente válidos, sino que debe hacerlo según las reglas precisas y específicas.
En segundo lugar, el operador debe interpretar o valorar ese hecho, según el
ordenamiento jurídico. Es decir, en ambos pasos el operador debe respetar las reglas
hermenéuticas.
El proceso de interpretación debe hacerse según las pautas que prevé el
ordenamiento jurídico, y no con arbitrio o libertad. Pensemos que -al fin y al cabo- el juez
dice qué es el derecho (esto es, cómo debe interpretarse el orden jurídico con carácter
definitivo). Es decir, según el modelo jurídico sólo existe un criterio interpretativo en
términos de valor (solución legalmente válida).
Distinto es el caso de las potestades discrecionales, porque aquí el operador no
debe sólo interpretar el derecho sino elegir entre dos o más opciones posibles siempre -
claro- dentro del marco jurídico.
Entonces, en principio, el Ejecutivo cuando aplica el derecho debe realizar los
siguientes pasos:
a) Constatar el hecho, es decir su existencia y alcance (interpretación).
b) Encuadrarlo en el marco jurídico -subsumir el hecho en el derecho-
(interpretación).
c) Aplicar el derecho (ejercicio reglado o discrecional).
d) Por último, resolver cómo ejercer sus facultades (ejercicio reglado o
discrecional)9.

3. La peculiaridad de las técnicas hermenéuticas en el contexto de los subsistemas jurídicos

Aquí, debemos reparar en el debate sobre el derecho único (un solo sistema jurídico)
o el doble derecho (dos subsistemas jurídicos), y cómo esto incide en el proceso de
construcción del modelo hermenéutico.
Hemos dicho que en nuestro ordenamiento jurídico existe un doble derecho
compuesto por un lado por el derecho privado y, por el otro, por el Derecho Público.
Este modelo de doble derecho (subsistemas) tiene, entre nosotros, dos consecuencias
jurídicas relevantes. Por un lado, el derecho privado se apoya en ciertos principios y
reglas; y el Derecho Público por su parte, se construye desde otros pilares y con otras
directrices. Por el otro, y según nuestro marco constitucional de distribución territorial de
poder, el derecho privado es regulado por el Estado Federal (salvo las reglas procesales), y
el Derecho Administrativo por el Estado Federal y los Estados Provinciales en sus
respectivas jurisdicciones.
Por tanto, y en sentido contrario, el modelo único permite construir un solo
Derecho, sin perjuicio de ciertos matices propios y menores del Derecho Administrativo
y, a su vez, el tronco común es regulado por el Estado Central, sin perjuicio del poder de
los Estados locales de dictar los detalles o complemento.

9 BALBÍN 2011.
Ciertamente nuestro Derecho ha sido cultor de este criterio de distinción
(subsistemas) desde los programas de estudio de las Universidades, las regulaciones
normativas, los fallos judiciales y las opiniones de los juristas.
Es posible sostener -en términos superficiales- que el Derecho Público se debe atar
al Estado (sus actividades, sus funciones, sus estructuras y el factor humano) y, a su vez,
debe irradiarse en las relaciones de éste con las personas. Por su parte, el derecho privado
recae sobre los particulares y las situaciones entre éstos.
Sin embargo, es simple advertir que el Estado se rige en ciertos casos por el derecho
privado, sin renunciar enteramente a los principios del Derecho Público; por ejemplo,
ciertos contratos celebrados por el Estado cuyo objeto es regulado por el derecho privado
y que llamaremos Derecho Administrativo Privado. De modo que el Derecho
Administrativo Privado contiene reglas del Derecho Privado, pero está rodeado de
directrices y básicamente principios del Derecho Público (derechos fundamentales;
postulado competencial; y principios de igualdad y proporcionalidad, entre otros). A su
vez, los particulares se rigen por el Derecho Privado y, a veces, en parte por el Derecho
Público en sus relaciones (entre otros, es el caso de los concesionarios y usuarios de los
servicios públicos)10.
En síntesis, el subsistema de que se trate se integra con ciertos eslabones del otro
subsistema, sin desdibujar su identidad.
El conflicto entre el Derecho Público/Privado es permanente, dinámico y
complejo. Quizás uno de los capítulos en donde es posible advertir con mayor nitidez las
rispideces y dificultades en el entrelazamiento de los dos subsistemas es en las formas de
intervención del Estado, en las actividades comerciales e industriales. Es decir, las
empresas del Estado. Aquí vale recordar en términos paradigmáticos que, en ciertos
casos, el legislador dice que las empresas públicas se rigen por los principios y las reglas
del derecho privado y que no debe aplicárseles -en ningún caso- los principios ni las reglas
del Derecho Público. Este relato normativo nos muestra claramente el conflicto casi
permanente e irresoluble entre los dos subsistemas.
Conviene aclarar también que tales subsistemas constituyen bloques normativos
con cierta autonomía (principios, reglas y criterios hermenéuticos propios) y, por tanto, la
aplicación de uno desplaza al otro11.
Sin embargo, también es importante advertir que los subsistemas interactúan
integrándose por vía interpretativa. En particular, el bloque del Derecho Público se nutre
en parte del derecho privado, a través de técnicas hermenéuticas diversas (aplicación
subsidiaria o analógica). De todos modos, cierto es que el derecho privado no recurre a las
reglas del Derecho Público con el objeto de integrarse por las vías interpretativas. Es
decir, el Derecho Público aplica derecho privado (uno de los casos más emblemáticos es
la construcción de la teoría dogmática de la responsabilidad estatal desde el Código Civil);
pero, sin embargo, el derecho privado no recurre a las reglas del Derecho Público, por
ejemplo, en caso de lagunas.
Quizás, en términos simples pero didácticos, es plausible recrear en el plano
teorético tres modelos sobre el esquema Derecho Público/Privado sin dejar de advertir
que los sistemas jurídicos son más complejos. Sin embargo, más que enredarnos en los
vericuetos de los sistemas jurídicos, nos proponemos aquí privilegiar el debate sobre las
ideas.

10 SCHMIDT-ASSMANN 2003.
11 Sobre las particularidades de la interpretación del derecho administrativo, puede consultarse BALBÍN 2013.
Primer modelo: dos bloques o subsistemas (Derecho Público por un lado, y
derecho privado por el otro; por supuesto, ambos anclados en el Derecho
Constitucional).
Segundo modelo: un solo bloque (Derecho común).
Tercer modelo: una base común (preferentemente de derecho privado y de
desarrollo por debajo de la Constitución) y, luego, ramificaciones varias (entre ellas, el
Derecho Administrativo y el Derecho Civil).
Antes de abandonar este capítulo es necesario incorporar en el debate propuesto
que el doble derecho (dos subsistemas) nos lleva a la encrucijada de distinguir entre normas
del Derecho Público y Privado.
Evidentemente, el Código Civil y Comercial es derecho privado y las leyes sobre
procedimientos administrativos o contrataciones del Estado son ejemplos clásicos de
reglas del Derecho Público. Pero, qué ocurre con las leyes ambientales, de educación,
salud, consumidores y usuarios. Cuál es, entonces, el criterio sustancial que nos permite
distinguir entre unas y otras y, consecuentemente, encuadrar las situaciones jurídicas.
Volvamos sobre la idea del Derecho Administrativo como conocimiento
autónomo del derecho privado. Pues bien, si aceptamos el doble derecho (dos subsistemas)
y, por tanto, el Derecho Administrativo como conocimiento autónomo, cabe
preguntarnos: ¿cuál es la relación entre este bloque y el Derecho Civil?

a) El vínculo entre los subsistemas

En principio, el Estado hace uso del Derecho Administrativo; sin embargo, a veces
recurre al derecho privado por cuatro vías distintas, a saber:

i) La aplicación directa de reglas del derecho privado (por ejemplo, contratos


administrativos cuyo objeto está regido por el derecho privado). En cualquier caso, deben
aplicarse los principios y ciertas reglas del Derecho Público. Así, el Derecho
Administrativo Privado está alcanzado por las reglas competenciales (mandatos propios y
típicos del Derecho Administrativo), los principios generales del Derecho Administrativo
y además, por los Derechos Fundamentales.

ii) El uso de modos de organización propios del derecho privado (sociedades


comerciales; asociaciones; fundaciones; y fondos fiduciarios, entre otros). ¿El uso de tales
cauces supone, consecuentemente, aplicar el derecho privado? Las relaciones que nacen
de ese escenario se rigen por el derecho privado, pero en los términos detallados en el
apartado anterior; esto es, derecho privado rodeado por el Derecho Público (Derecho
Administrativo Privado).

iii) El uso de recursos públicos por medio de terceros. Es posible -aunque no está
dicho así entre nosotros- que, en tal caso y sin perjuicio de recurrir a sujetos que se
mueven en el subsistema del derecho privado, se aplique básicamente Derecho
Administrativo.

iv) La aplicación de reglas del subsistema del derecho privado -por vía
interpretativa- en el subsistema del Derecho Público (aplicación analógica o subsidiaria).
En este último supuesto (iv), el intérprete recurre a reglas -o quizás principios- del
derecho privado de modo ocasional y limitado, respetándose los dos subsistemas
jurídicos. Sin embargo, en los dos primeros casos (i y ii) es posible configurar un
subsistema propio que llamaremos Derecho Administrativo privado. Quizás, no sea un
subsistema jurídico sino simplemente un apartado del subsistema del Derecho Público.
Este bloque está integrado por: principios del Derecho Público (igualdad, razonabilidad,
proporcionalidad), reglas sobre competencia (Derecho Administrativo), reglas y formas
del Derecho Privado y, finalmente, Derecho Presupuestario.
Desde el punto de vista dogmático es posible desarrollar diversas teorías (por caso,
las teorías de los actos separables o de los dos niveles), con el propósito de distinguir la
aplicación del Derecho Público y Privado sobre el mismo objeto (se trate de actos,
contratos o actividad material).
En general, el Estado recurre al derecho privado cuando se trata de actividades de
prestación y no así de ordenación o regulación.
El vínculo entre el bloque del Derecho Administrativo y el bloque del Derecho Privado es
complejo. En principio, el primero desplaza al segundo por las materias propias, sin
complementarse entre sí. Sin embargo, en el caso de lagunas en el Derecho
Administrativo es posible ir al bloque del derecho privado con el objeto de buscar reglas,
traerlas y resolver el caso.
Es necesario, entonces, superar los déficits y así integrarlo. Pues bien, ¿cuáles son
los déficits más comunes de este modelo? Aquí es necesario plantear, por un lado, las
contradicciones y, por el otro, las indeterminaciones propiamente dichas, a cuyo fin
seguimos básicamente las explicaciones de C. Nino sobre Teoría General del Derecho 12.
Sin embargo, nos detendremos en el análisis de las lagunas en el Derecho Administrativo.
C. Nino sostiene que existe una laguna del derecho “cuando el sistema jurídico
carece, respecto de cierto caso, de toda solución normativa”. Más allá de la discusión
sobre la existencia o no de las lagunas en el Derecho, en el marco del Derecho
Administrativo las lagunas (llamadas también entre nosotros “casos administrativos no
previstos”), están presentes con más fuerzas que en los otros campos jurídicos.
Pero, ¿es válido recurrir a la analogía en el Derecho Administrativo? ¿No existe acaso
contradicción entre el principio de legalidad y este criterio hermenéutico? Es decir, ¿es
posible conciliar, por un lado, el principio de legalidad -presente fuertemente en el Derecho Administrativo
y, por el otro, las interpretaciones analógicas o también llamadas -a veces- extensivas? Es válido
siempre que por este camino no restrinjamos derechos y garantías. Por ejemplo, si por vía
analógica se extienden actos de gravamen, este recorrido está vedado al intérprete. Es
decir, la analogía no puede ser usada en el campo de los poderes de ordenación y
regulación del Estado y, particularmente, su poder sancionador, en términos de
restricciones de derechos (por ejemplo, revocaciones o caducidades de derechos).
En síntesis, en el Derecho Público el principio de legalidad restringe
necesariamente las técnicas de interpretación extensivas, en particular, el instrumento
analógico.
Cabe aclarar que el principio de legalidad respecto del Poder Ejecutivo comprende
dos aspectos. Por un lado, cuál es el poder jurídico que debe autorizar al Poder Ejecutivo
a actuar y, por el otro, de qué modo debe hacerlo. Es decir, el postulado de la legalidad
exige: a) ley formal del Congreso; b) autorizaciones llamadas competencias (permisiones);
y c) uso restrictivo de las técnicas extensivas (analógicas).
12 NINO 1980.
¿Cuándo existe una laguna en el Derecho Administrativo? Pues bien, primero debemos
recurrir al concepto de competencias -propio del Derecho Administrativo- y tras definir
su alcance (competencias expresas e implícitas), entonces, cabe analizar si existen o no
vacíos normativos. Tengamos presente -además- que así como existen potestades
expresas e implícitas, también existen prohibiciones expresas e implícitas en nuestro
modelo jurídico.
A su vez, el intérprete debe, en segundo lugar, y según nuestro criterio, aplicar el
postulado de completitud del modelo (esto es, el mandato prohibitivo respecto del
Estado).
Finalmente, en tercer lugar, cabe recurrir a los principios con el objeto de
completar los deberes genéricos de prestación del Estado y, sólo luego, aprehender las
lagunas.
Entonces, ¿en qué casos dejamos de lado el postulado de cierre (completitud) y
recurrimos a las técnicas expansivas? Tengamos presente que este postulado siempre nos
permite cerrar el modelo; sin embargo, este criterio debe ser abandonado si las soluciones
son absurdas o injustas.
Luego de recrear este cuadro -es decir, competencias y postulado de cierre-, es
posible constatar si existen o no lagunas y cómo rellenarlas.
Volvamos a las lagunas concretas en el Derecho Administrativo. Así, por ejemplo,
la responsabilidad del Estado por los vicios o riesgos de las cosas de su propiedad o que
estuviesen bajo su guarda; los vicios redhibitorios en el contrato público; y los plazos de
prescripción de las acciones por nulidad de los actos administrativos.
Quizás, conviene aclarar que en el campo de nuestro conocimiento es posible
hallar lagunas parciales cubiertas por el propio Derecho Administrativo (por ejemplo, el art.
76, CN, sobre decretos delegados no prevé prohibiciones materiales. Por tanto, si se
entiende que existe este vacío, entonces, es posible rellenarlo con las pautas sobre
prohibiciones materiales que establece el art. 99, CN, respecto de los decretos de
necesidad). Tal como explicamos anteriormente el intérprete debe, en primer lugar,
desarrollar el cuadro de competencias (por caso, si es posible trasladar las prohibiciones
del art. 99, CN, en términos de prohibiciones implícitas sobre el art. 76, CN; es decir, ¿es
posible deducir prohibiciones implícitas del principio prohibitivo expreso; o solo es
plausible hacerlo desde mandatos prohibitivos específicos? Solo luego de completar el
cuadro de competencias estatales, cabe preguntarse por las lagunas del modelo.
A su vez, otras lagunas parciales son rellenadas por el derecho privado (por caso, en
el marco contractual, el plazo de prescripción de las acciones, el pacto comisorio -art.
1204 del viejo Código Civil, en adelante CC- y la excepción de incumplimiento
contractual -art. 1201, CC, antes de la aprobación del decreto delegado 1023/01).
Por su parte, las lagunas totales son cubiertas -a veces- por el derecho privado (por
ejemplo, el proceso contencioso administrativo, e incluso el acto administrativo y sus
nulidades antes del dictado del Decreto-Ley de Procedimientos Administrativos, en
adelante LPA).
Veamos el marco jurídico de las medidas cautelares -más allá del art. 198 del
Código Procesal Civil y Comercial, en adelante CPCC-. Así, este vacío (antes de
aprobación de la ley N° 26.854) podía ser cubierto por las normas del Derecho
Administrativo (art. 12, LPA) o por las disposiciones del CPCC (arts. 230 o 232 del
Código), e incluso por un modelo mixto (en ciertos casos la LPA y en otros el CPCC).
Los jueces, como es sabido, recurrían al CPCC.
Otro ejemplo, es el trámite de ejecución de sentencias condenatorias del Estado en
términos de hacer, no hacer o dar -siempre que no se trate de dar sumas de dinero-. Aquí
aplicamos el CPCC.

b) La analogía

La técnica más usual, y que reconoce expresamente nuestro sistema jurídico con el
objeto de salvar tales indeterminaciones, es la analogía. En efecto, el viejo Código Civil -
en su artículo 16- establecía que “si una cuestión civil no puede resolverse, ni por las
palabras, ni por el espíritu de la ley, se atenderá a los principios de leyes análogas; y si una
cuestión fuere dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho, teniendo en
consideración las circunstancias del caso”. Cabe recordar en este punto que la Corte dijo
que el art. 16, CC es un principio general propio de todo el ordenamiento jurídico (Ruffo
Antuña c/ YPF).
En sentido concordante el art. 2 del Código Civil y Comercial ordena que “la ley
debe ser interpretada teniendo en cuenta sus palabras, sus finalidades, las leyes análogas,
las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos, los principios y los
valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento jurídico”.
Un ejemplo puntal es el decreto 893/12 (decreto reglamentario del decreto
delegado 1023/01), que establece que “se aplicarán las normas de derecho privado por
analogía.”.
¿En cualquier caso es posible recurrir a la analogía? No, solo cuando estén
presentes ciertas condiciones. Primero, es necesario que los casos sean semejantes y,
segundo, la solución que arroje debe ser justa.
Por ejemplo, el modelo jurídico prevé en el caso A una solución jurídica y ante el
caso B guarda silencio. Primero, como ya explicamos, los casos o hechos (es decir, los
antecedentes) deben ser semejantes y, por tanto, es posible transpolar la regla de A y
aplicarla al caso B -no por indicación del legislador sino por el trabajo del intérprete-.
Segundo, debe analizarse si la solución al caso B, por aplicación de la regla de A, es o no
justa.
Entonces, la analogía solo procede cuando estén presentes las siguientes
condiciones: (a) mismo orden jurídico; (b) semejanzas de hechos (esto es, conductas,
objetos y sujetos), en tanto poseen iguales cualidades y en grados más o menos
semejantes); y finalmente, (c) soluciones justas (es decir, la analogía no es solo un
instrumento lógico-formal sino que incluye un componente valorativo -axiológico-).
Veamos otras consideraciones complementarias sobre la analogía, según M. Atienza. 1) La
analogía supone ir de lo particular a lo particular, salvo cuando en este contexto
recurrimos a los principios generales del derecho; 2) la analogía no reviste carácter
transitivo (así, si A es semejante a B y B semejante a C; A no necesariamente es semejante
a C. De modo que la analogía procede entre A y B, y entre B y C; pero no entre A y C) y,
finalmente, 3) la analogía es una conclusión de probabilidades y no de certezas.
En síntesis, cabe aclarar que la analogía no es un caso de ley incompleta -esto es
cuando la ley carece de alguno de sus elementos-, sino de supuestos no regulados y, por
tanto, el intérprete debe crear nuevas normas.
En el Derecho Civil -como ya sabemos-, el intérprete puede recurrir a reglas
escritas, pero no previstas para la solución de caso.
Pero, ¿qué ocurre en el Derecho Administrativo? Pues bien, en el caso de lagunas,
el intérprete debe recurrir a otras reglas del Derecho Administrativo y, si ello no fuese
plausible, entonces, ir al derecho privado. En tal caso, el camino es más complejo (y, por
eso, le hemos llamado analogía de segundo grado). Aquí, el operador debe valorar las
semejanzas entre los hechos y -además- adaptar las reglas del derecho privado conforme
los principios del Derecho Administrativo (es decir, adaptar las reglas) y, luego, aplicarlas
al caso administrativo, cuya solución no ha sido reglada por el legislador, y siempre -claro-
que el resultado sea justo13.
Por ejemplo, el Derecho Administrativo no dice cuál es el plazo de prescripción de
las acciones por nulidad de los actos administrativos. Por tanto, el intérprete debe suplir
ese vacío y con ese objeto entonces recurrir a otras reglas del Derecho Administrativo en
términos analógicos. Buceando entre las reglas del Derecho Administrativo, encontramos
-por caso- la Ley de Expropiaciones que sí establece plazos de prescripción. En este
punto, cabe preguntarse, ¿Es posible predicar semejanzas entre las situaciones de hecho
bajo análisis (por un lado, nulidad de los actos estatales y, por el otro, expropiaciones).
Creemos que no, porque el caso previsto -expropiaciones- se refiere a supuestos de
responsabilidad por actividades lícitas y el caso no previsto -nulidades- comprende las
situaciones creadas por actividades ilícitas del Estado.
Si, por caso, el intérprete no encontrase otras reglas análogas en el Derecho
Administrativo, puede recurrir al Derecho Civil. Aunque es curioso observar que el
Derecho Civil no recurre en caso de lagunas al Derecho Administrativo.
Así, ya ubicados en el campo del Derecho Civil, leemos que el Código Civil y
Comercial dice que “prescriben a los dos años: a) el pedido de declaración de nulidad
relativa y de revisión de actos jurídicos” (art. 2562).
Pues bien, ¿las situaciones de hecho son semejantes (nulidad de los actos jurídicos
y de los actos administrativos)? Sí, porque el contenido es similar (plazo de prescripción
de las acciones por nulidad de actos ilícitos), más allá del sujeto responsable y de la
naturaleza de tales actos.
Sin embargo, resta un paso en este proceso de integración que consiste en cotejar
las reglas del derecho privado con los principios del Derecho Administrativo (esto es,
pasar las reglas del derecho privado por el tamiz de los principios Administrativos). Pues
bien, fácil es observar que la regla bajo análisis no contradice principio alguno; de modo
que no es necesario adaptarla y reescribirla con el objeto de aplicarla al caso no regulado.
Cabe aclarar que si no es posible rellenar las lagunas del Derecho Administrativo
con las reglas del derecho privado, entonces, debemos recurrir a los principios del
generales del Derecho (en primer término, los principios específicos del Derecho
Administrativo y luego, en segundo término, a los principios generales). El paso de un
estadio al otro supone no encontrar soluciones jurídicas en el anterior o, en su caso, no
hallar soluciones justas.
Finalmente, nos preguntamos, ¿es posible aceptar la analogía aún cuando no
hubiese lagunas? Es decir, ¿es plausible dejar de lado las soluciones normativas específicas
y recurrir a otras? Entendemos que no porque, entre otras razones, las decisiones jurídicas
deben ser previsibles.
Sin embargo, tal como indica M. Atienza, “la distinción en cuestión no se puede
establecer de una manera precisa. Lo que existe más bien es una graduación, un continuo

13 BALBÍN 2013.
que se prolonga, hacia arriba, hasta la creación arbitraria de Derecho y, hacia abajo, hasta
la interpretación denominada declarativa.”14.

c) La subsidiariedad

Cabe recordar que, además de la analogía, otra técnica usual de integración del
modelo de Derecho Administrativo es la subsidiariedad. ¿Cuál es la diferencia entre la
analogía y la subsidiariedad? F. Linares dice que la subsidiariedad es lisa y llanamente la
aplicación directa de la regla, en tanto la analogía supone un trabajo intelectual y no
meramente mecánico por parte del intérprete. Es más, este autor aconseja desterrar la
analogía e inclinarnos por la subsidiariedad porque en el primer caso la libertad y
discrecionalidad del intérprete (trátese del juez o de la Administración) es mucho mayor.
En este punto es interesante recordar que la Corte ha desandado ambos caminos
de modo zigzagueante y sin mayores explicaciones. Por caso, en el capítulo sobre
responsabilidad estatal recurrió -antes de la sanción de la ley sobre Responsabilidad
estatal- al Código Civil por las vías subsidiarias (ver, entre otros, el caso “Vadell”); y en el
capítulo sobre el plazo de prescripción de las acciones en que el Estado es demandado, lo
hizo por vías analógicas y subsidiarias casi indistintamente y según el caso. En efecto en
los precedentes “Laplacette” y “Cipollini” siguió el camino analógico y en el caso “Wiater” se
inclinó por la subsidiariedad. Asimismo, respecto de las nulidades en el Derecho Público -
antes del dictado de la LPA-, la Corte recurrió al CC por vía analógica (caso “Los Lagos”)
“con las discriminaciones impuestas por la naturaleza propia de lo que constituye la
sustancia de esta última disciplina” (es decir, el Derecho Administrativo).
A su vez, en ciertos casos los propios textos normativos prevén las técnicas de
subsidiariedad (también llamadas supletorias); por ejemplo, la LPA y su decreto
reglamentario. Así, el artículo 106 del decreto reglamentario de la LPA dice que “El
CPCC será aplicable supletoriamente para resolver cuestiones no previstas expresamente
y en tanto no fuere incompatible con el régimen establecido por la Ley de Procedimientos
Administrativos y su decreto reglamentario”. Asimismo, el artículo 62 del mismo cuerpo
normativo establece que “En la apreciación de la prueba se aplicará lo dispuesto por el art.
386 del CPCC”. Otro ejemplo es el decreto 722/96 sobre procedimientos administrativos
especiales que dice que el procedimiento de las contrataciones sigue vigente, sin perjuicio
de la aplicación supletoria de la LPA y su decreto reglamentario.
Por su parte, el citado decreto 893/12 dispone que “supletoriamente se aplicarán
las restantes normas de derecho administrativo” (art. 5).
Sin embargo, creemos que las técnicas subsidiarias o supletorias no suponen
aplicar lisa y llanamente la solución regulada normativamente, sino analizar previamente si
se adecua o no al marco normativo específico y solo luego aplicarlo. En otras palabras, el
test a seguir es el de compatibilidad con el marco jurídico en el que hemos de aplicar
subsidiariamente la norma, más allá del mandato normativo expreso que nos autoriza a
utilizar dicha herramienta15.

IV. EL PRECEDENTE COMO FUENTE DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

14 ATIENZA 1985.
15 Para un análisis detallado y profundo sobre la subsidiariedad, ver VERGARA BLANCO 2010.
Como punto de partida cabe preguntarse si los precedentes (decisiones estatales
anteriores) son creación del derecho o simplemente aplicación de éste.
En general, se ha interpretado que el precedente administrativo es meramente
aplicativo de la ley; sin embargo, creemos que éste debe ser considerado como fuente del
derecho cuando reúne ciertos caracteres.
Cabe aclarar que el fundamento del precedente es el principio de igualdad, la
confianza legítima, la no arbitrariedad y la seguridad jurídica.
A su vez, debemos preguntarnos en qué casos -y en razón de los principios antes
enunciados- es posible reconocer al precedente como fuente del derecho (es decir, con
carácter jurídicamente vinculante).
Se ha sostenido que “el precedente administrativo, cuando tiene una aplicación
reiterada por parte de los órganos del Estado, constituye, a nuestro juicio, una fuente del
Derecho, ya que configura una forma peculiar en que se manifiesta la costumbre en
Derecho Administrativo” e impide “la consumación de la arbitrariedad en el ámbito de la
Administración Pública”16.
En igual sentido se ha afirmado, con fuertes matices, que “los precedentes
administrativos no son así, autónomamente de la ley, fuente de obligaciones para los
particulares. Sin perjuicio de ello, por la doctrina de los actos propios, puedan en cambio
obligarla a ella, la costumbre sólo puede ser aceptada como fuente cuando contiene la
creación de derechos para los particulares frente a la administración”17.
A su vez, “a falta de ley que lo autorice, la costumbre administrativa -y menos aún
la práctica administrativa- no obliga a la Administración respecto a terceros ni al
administrado respecto a la Administración”18.
Creemos que los usos y prácticas del Estado (es decir, sus hábitos y
comportamientos), igual que ocurre con sus precedentes (entendidos éstos como
pronunciamientos formales), constituyen fuente del derecho con ciertos matices.
Así, el precedente en sentido amplio es fuente del derecho -según nuestro criterio- y
obliga a la Administración si reúne, al menos, las siguientes características:

1. El precedente es tal cuando se trate de conductas del Estado reiterativas ante


casos similares (hechos).

2. El precedente debe ser legítimo. Sin embargo, el precedente ilegítimo también es


fuente de derecho en casos excepcionales -siempre que el vicio no sea grosero o patente-.
En el caso del precedente ilegítimo como fuente del derecho, su fundamento es, en
verdad, la confianza legítima, y no simplemente la reiteración de las conductas estatales.
Es decir, el precedente ilegítimo no tiene valor, salvo que se configure como un supuesto
de confianza legítima.

3. El precedente sólo procede en el marco de las potestades discrecionales. Esto


último es evidente, pues solo en tal caso el precedente vale eventualmente como fuente y,
por tanto, condicionante de las decisiones posteriores. En verdad, la discrecionalidad
estatal está limitada por tres cuestiones: a) los principios generales del derecho; b) las

16 CASSAGNE 2003.
17 GORDILLO 2006.
18 MARIENHOFF 2003.
regulaciones por el propio Poder Ejecutivo -así como el principio de inderogabilidad
singular de los reglamentos-; y c) los precedentes administrativos.

4. Por el contrario, tratándose de facultades regladas no cabe aplicar el precedente,


sino lisa y llanamente las reglas del caso.

5. Otro de los caracteres del precedente es la alteridad. Es decir, éste debe referirse
a otro sujeto, pues si se tratase del mismo debe aplicarse el criterio de la confianza
legítima.

6. Por último, debe tratarse del mismo órgano administrativo.


Quizás sea posible plantear el alcance del precedente en los siguientes términos: a)
el precedente como fuente (obligatoriedad); o b) el precedente como simple mandato
prohibitivo (prohibición de apartarse de éstos sin motivación suficiente).19

V. LOS PRINCIPIOS EN EL MARCO DEL DERECHO ADMINISTRATIVO

¿Qué son los principios? R. Alexy dice que “los principios no necesitan ser
establecidos explícitamente sino que también pueden ser derivados de una tradición de
regulaciones detalladas y de decisiones judiciales que, por lo general, son expresión de
concepciones difundidas de cómo debe ser el derecho.”
Los principios se distinguen de las normas (reglas) por los siguientes caracteres:

1. Su estructura es abierta (es decir, el principio es preceptivo, pero inespecífico; es


más, los principios no contienen presupuestos de hecho ni mandatos concretos);

2. Las pautas de aplicación de los principios son los criterios de no contradicción y


complementariedad. Los principios deben aplicarse en grados, de modo que si bien uno
prevalece sobre el otro, no se excluyen). Así, según R. Alexy “los principios son mandatos
de optimización que se caracterizan por que pueden ser cumplidos en diversos grados”.
3. El contenido de los principios es valorativo. En tal sentido, R. Alexy sostiene
que “principios y valores son por tanto lo mismo, contemplado en un caso bajo un
aspecto deontológico, y en otro caso bajo un aspecto axiológico.”
En particular, cabe destacar que la contradicción se plantea entre reglas (normas);
por el contrario, entre los principios -mandatos más laxos- no existe contradicción, sino
gradaciones. Es posible, entonces, que los principios se desplacen entre sí, pero sin
excluirse.
A su vez, en caso de conflicto entre los principios, las circunstancias del caso nos
permiten aplicar un principio y desplazar -según el contexto particular-, al otro. Como
explica R. Dworkin, las reglas son válidas o inválidas, en tanto los principios son
prevalentes o no, según las circunstancias del caso.
Asimismo, R. Alexy ha dicho que “los principios son mandatos de optimización.
Exigen que algo se realice en la mayor medida posible dentro de las posibilidades jurídicas
y fácticas. Su forma de aplicación es la ponderación. En cambio, las reglas son normas

19 Ver, entre otros, DÍEZ SASTRE 2008.


que ordenan, prohíben o permiten algo definitivamente. En este sentido son mandatos
definitivos. Su forma de aplicación es la subsunción”.20
En síntesis, ¿cuáles son las diferencias entre las leyes (reglas) y los principios
(tópicos)? Los principios tienen una estructura abierta; sus pautas de aplicación son
distintas a las reglas y, finalmente, su contenido es valorativo.
Por caso, la Corte en los antecedentes “Alvarez” y “Debenedetti”, entre otros,
recurrió a los principios de equidad y sacrificio compartido. Otro ejemplo, es el principio
de solidaridad expuesto en los casos “Halabi” y “Q.C., S.Y.”.

VI. LOS MÉTODOS INTERPRETATIVOS EN EL DERECHO ADMINISTRATIVO ACTUAL: (EL


CRITERIO JUDICIAL Y LEGAL)

Como es sabido, SAVIGNY propuso cuatro géneros interpretativos:

1. Interpretación gramatical. El significado literal de las palabras es el primer criterio y,


a su vez, es el pilar de los otros métodos interpretativos. Aquí, debemos guiarnos por el
significado ordinario de las palabras, salvo que éstas tuviesen un sentido técnico, en cuyo
caso debemos inclinarnos por éste último. Las dificultades más comunes en este contexto
son la vaguedad y la ambigüedad.
2. Interpretación lógica e histórica. Aquí, nos preguntamos cómo se creó la norma bajo
análisis y en tal sentido recurrimos, por ejemplo, a los debates parlamentarios. Este
criterio hermenéutico indaga sobre cuál ha sido la intención del legislador (criterio lógico)
y, por tanto, es posible confundirlo con el anterior. Al fin y al cabo, en ambos casos se
trata de descubrir la voluntad del legislador, sea por las palabras o por el contexto
histórico (antecedentes). Este criterio es evidentemente formalista porque se apoya en las
ideas del legislador original y no en el intérprete actual. La mayor dificultad es la pluralidad
de fuentes; es decir, muchas fuentes y probablemente contradictorias.
3. Interpretación sistemática. En este caso, el criterio básico no es el de las palabras o el
contexto histórico ni lógico, sino el derecho como sistema; de modo que el significado de
las normas debe ser aquel que guarde mayor coherencia con el resto del ordenamiento
jurídico. Por cierto, este criterio parte de la idea del legislador racional que es aquel que
legisla supuestamente en términos ordenados, coherentes, y sin contradicciones ni
redundancias.
La virtud del método sistémico consiste básicamente las normas deben
interpretarse según el contexto, es decir las otras reglas jurídicas y, en particular, las más
cercanas en el orden temático. Asimismo, las normas deben interpretarse según su
ubicación material -por caso, los títulos en que estén ubicadas. Además, el modelo se
cierra por aplicación del principio de clausura y, finalmente, es posible recurrir a la
analogía y a los principios generales del derecho con el objeto de interpretar e integrar el
modelo. A su vez, si el criterio sistemático no coincide con las soluciones a las que hemos llegado por
aplicación del criterio literal o histórico, entonces, prevalece el criterio interpretativo sistémico por sobre los
otros.

20 Por ejemplo “los subprincipios de idoneidad y necesidad exigen una optimización relativa a las posibilidades
fácticas. Ahí no se trata de efectuar una ponderación, sino de evitar aquellas injerencias en los derechos
fundamentales que son evitables sin detrimento de otros principios, es decir, se trata de la optimilidad de Pareto. En
cambio, en el caso del principio de proporcionalidad -en sentido estricto- se trata de una optimización relativa a las
posibilidades jurídicas. Las posibilidades jurídicas, además de por reglas, quedan determinadas esencialmente por
principios opuestos. Este es el terreno de la ponderación. ALEXY 2009
4. Interpretación teleológica. Este postulado parte de la idea de que el razonamiento
jurídico es básicamente práctico, es decir, persigue ciertos fines. Pero, ¿a qué fines nos
referimos? ¿Acaso es el fin que persigue el intérprete, las instituciones, el derecho o la
sociedad? Un ejemplo sobre interpretación conforme los fines de la sociedad -según
nuestro criterio- es el caso de la Corte “Halabi”.
Un antecedente interesante y reciente de la Corte sobre los métodos de
interpretación es el caso “Rizzo”. Allí, el Tribunal analizó el caso según los siguientes
criterios: a) el método literal y lógico. “Esta Corte ha sostenido que la primera fuente de
interpretación de la ley es su letra, pero a ello cabe agregar que su comprensión no se
agota con la remisión a su texto, sino que debe indagarse, también, lo que ella dice
jurídicamente, dando pleno efecto a la intención del legislador…..”. Y luego añadió que
“el juez [debe] atenerse a las palabras del texto escrito, en la comprensión de que ninguna
disposición de la Constitución ha de ser considerada superflua, sin sentido o inoperante.
El juez debe entender asimismo las palabras de la Constitución en el significado en el que
son utilizadas popularmente y explicarlas en su sentido llano, obvio y común”; b) el método
finalista (“esta interpretación se encuentra avalada en los objetivos que persigue la Carta
Fundamental”; corresponde examinar “los objetivos que persigue la Carta Fundamental”);
c) el método histórico (“asimismo, la voluntad originaria expresada en la Asamblea
Constituyente compone otra pauta de interpretación esencial”. A su vez, “corresponde
destacar que la intención del constituyente al incorporar el art 114 CN fue elevar el
umbral de garantía de independencia judicial” y, en igual sentido, cabe “examinar…..las
expresiones del constituyente al dar origen al texto”); y d) el método sistémico (“el sentido
que lógicamente debe deducirse del contexto constitucional en el que está inserto” y
“computando la totalidad de sus preceptos de manera que armonicen con el
ordenamiento jurídico restante y con los principios y garantías de la Constitución
Nacional”).
Por su parte, el Código Civil y Comercial dice que “la ley debe ser interpretada
teniendo en cuenta sus palabras (interpretación literal), sus finalidades (interpretación teleológica),
las leyes análogas, las disposiciones que surgen de los tratados sobre derechos humanos,
los principios y los valores jurídicos, de modo coherente con todo el ordenamiento
(interpretación sistemática)” (art. 2).
Creemos que el intérprete debe tener presente la voluntad del legislador (histórica y actual), el
análisis sistemático, el fin de la institución y su propia valoración (esto es, el reconocimiento de los derechos
fundamentales, los valores jurídicos y la utilidad y previsibilidad de sus decisiones).
Finalmente, es necesario ubicar en este escenario al interés público. Vale recordar
que, entre nosotros, la Corte ha dicho que “el bien común no es una abstracción
independiente de las personas o un espíritu colectivo diferente de éstas y menos aún lo
que la mayoría considere común excluyendo a las minorías, sino que simple y
sencillamente es el bien de todas las personas, las que suelen agruparse según intereses
dispares, contando con que toda sociedad contemporánea es necesariamente plural, esto
es, compuesta por personas con diferentes preferencias, visiones del mundo, intereses,
proyectos, ideas” (énfasis agregado). Y añadió que “resulta prácticamente imposible negar
propósitos de bien común a una asociación que procura rescatar de la marginalidad social
a un grupo de personas y fomentar la elevación de su calidad de vida, de sus niveles de
salud física y mental, evitar la difusión de dolencias infecciosas, prolongarles la vida, abrir
proyectos para que la única opción de vida deje de hallarse en los bordes de la legalidad o
en el campo de la arbitrariedad controladora y, en definitiva, evitar muertes, violencia y
enfermedad. Ello implicaría desconocer el principio con arreglo al cual el bien colectivo
tiene una esencia pluralista, pues sostener que ideales como el acceso a la salud,
educación, trabajo, vivienda y beneficios sociales a determinados grupos, así como
propender a la no discriminación, es sólo un beneficio propio de los miembros de esa
agrupación, importa olvidar que esas prerrogativas son propósitos que hacen al interés del
conjunto social como objetivo esencial y razón de ser del Estado de cimentar una
sociedad democrática, al amparo de los arts. 14 y 16 de la Constitución Nacional y de los
tratados internacionales incorporados en su artículo 75, inciso 22” (caso “ALITT”).
Al fin y al cabo, el intérprete del Derecho Administrativo debe llevar adelante su
trabajo con el propósito de componer el interés público en el caso concreto.

V. CONCLUSIONES

El presente trabajo, tal como adelantamos en sus inicios, no es un relato acabado y


sistemático de cómo interpretar el Derecho Administrativo en el marco de la Teoría
General del Derecho, sino que simplemente propone reflexionar sobre la razonabilidad o
no de construir bases y herramientas propias y específicas en la lectura e interpretación del
Derecho Administrativo.
Cabe preguntarse si el intérprete del Derecho Administrativo debe aplicar lisa y
llanamente las técnicas de la teoría general o, acaso, construir matices propios. Y si así
fuese, deberíamos indagar sobre por qué es necesario hacerlo (es decir, el fundamento) y
luego, qué técnicas son las más adecuadas en nuestro trabajo.
En verdad, la interrogante que nos planteamos es si las técnicas y reglas
hermenéuticas que estudiamos y aplicamos habitualmente nos dan respuestas adecuadas
ante el Derecho Administrativo y sus desafíos actuales. Es más, creemos que los puntos
planteados nos permiten afirmar que las bases son idénticas (así, por caso, los métodos de
interpretación, con la salvedad del interés público), pero igualmente cierto es que otros
aspectos son propios y específicos de nuestro conocimiento.
En efecto, las estructuras de ciertos mandatos del Derecho Administrativo; el
ejercicio de potestades discrecionales por el Poder Ejecutivo junto con el trabajo de
interpretación; la interrelación entre los subsistemas jurídicos; el valor de los precedentes
como fuente del Derecho; y los principios específicos nos exigen repensar cómo
interpretar el Derecho Administrativo.
Pues bien, más allá de tales aspectos, es necesario detenerse -inicialmente- en el
concepto del Derecho Administrativo y su carácter autónomo. Por eso, hemos propuesto
otras bases -en el contexto del Estado Social y Democrático de Derecho- y desde allí,
creemos, es más evidente la necesidad de reconstruir otras reglas hermenéuticas.

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