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Durante el siglo XVIII el cuerpo social se corporeiza en el poder del Estado burgués, por lo
cual en toda república soberana “única e indivisible” se obligaba a protegerlo desde la
infancia para controlar pasiones, docilizar voluntades morales y someter a la obediencia.
Estos dominios se articulaban a las “soberanías sometidas”: El alma (soberana sobre el
cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida al
orden de la verdad), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes
de la naturaleza o a las reglas de la sociedad), la libertad fundamental ( interiormente
soberana, exteriormente consentidora y «adaptada a su destino» (Foucault, 1992, p.34).
Si bien el soberano imponía la ley y la soberanía era ejercida al ceder el cuerpo social los
derechos individuales para delegarlos en los ciudadanos- propietarios, para este poder
soberano la falta de razón, de virtud y de felicidad de la república era contraria a la ley natural
de la desigualdad de los hombres en sus condiciones, fortunas, pasiones, talentos y artes
(Rousseau, 2001). Principio de ley para “los más aptos y mejor dotados” que en teoría
kantiana, era atributo de la raza blanca con jerarquía moral por ser modelo único de
humanidad; en tanto que la “incultura” de las razas moralmente inmaduras de africanos,
asiáticos y americanos, los hacía incapaces de esta naturaleza moral (Castro-Gómez, 2005).
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Para esta condición que relegaba al “estado de naturaleza”, en las mujeres la desigualdad
nacía de sus funciones sexuales y reproductoras, sin derechos ciudadanos y confinadas al
espacio privado-doméstico de la familia patriarcal; en tanto que el espacio público era atributo
de igualdad en el pueblo soberano, según establecía el contrato social para ejercer los
ciudadanos activos “(…) el pleno ejercicio de la civilidad expresada en la función pública
para legislar y administrar los asuntos públicos” (Noria, 1999, p.73).
Durante la república “civilizada” estas distancias naturales fueron reproducidas por la ciencia
liberal desde los mitos del “buen salvaje” significados por la ciudadanía blanqueada en
conocimientos jerárquicamente inferiores, pues “no se trataba únicamente de naciones de
ciudadanos, sino de ciudadanos “blanqueados” en el color y “europeizados” en la mentalidad
y las costumbres” (Quijada, 2003, p.311).
Para esta lógica del poder que excluye, jerarquiza y diferencia, las prácticas pedagógicas
funcionaban articuladas al orden patriarcal mediante la “(…) institucionalización del dominio
masculino sobre las mujeres dentro de la familia y la extensión de esta supremacía al resto de
la sociedad” (Morgade y Alonso, 2008, p.155). Aunque todos fueran “iguales ante la ley” la
división social del trabajo los fijaba en el lugar destinado a ocupar en el gobierno
representativo, en las labores del hogar o en los oficios de utilidad pública.
En 1792 argumentaba Condorcet (2001) ante la Asamblea Nacional francesa que salir de la
ignorancia para la libertad y la igualdad, se lograba con un pueblo ilustrado que confiara sus
intereses a hombres instruidos con instrucción pública universal y nacional, para asegurar la
industria y la igualdad política reconocida por la ley y garantizada por los “Derechos del
hombre en sociedad” para la república libre y soberana con hombres letrados y útiles.
En la Europa de las luces esto implicó que las miasmas se transformaran en “pedagogía moral
de la limpieza” desde una pastoral de la miseria sobre los cuerpos, los espacios públicos y
privados (Vigarello, 1991) y al extender la enseñanza de las primeras letras a los niños
pobres, la pobreza y la mendicidad dejaban de ser vistas como objeto de caridad y limosna
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Lo prescrito era universalizar y nacionalizar la enseñanza pública primaria entre todos los
“repúblicos”, con conocimientos elementales de lectura, escritura, moral, religión, habilidades
manuales y técnicas para ejercer las artes y los oficios de utilidad pública, porque la razón de
Estado requería de ciudadanos morales y cultivados y de la regeneración del pueblo con
extinción de la ignorancia, la ociosidad, enfermedades y epidemias.
Cumplir estos preceptos para moralizar e ilustrar a los hijos del pueblo fue aspiración de los
firmantes de la Constitución Federal para los Estados de Venezuela de 1811, al instituir la
ilustración y la enseñanza de todos los ciudadanos a cargo de los gobiernos provinciales para:
El Plan General de Instrucción Pública de 1826 ratificaba obligatoriedad del método inglés de
enseñanza mutua en todas las escuelas parroquiales de las capitales provinciales y cabeceras
de cantones (Báez, 2006). Se aspiraba solventar la escasez de maestros y beneficiar al mayor
número de alumnos con normas para asegurar el orden, la disciplina, la eficiencia y el óptimo
uso del tiempo; el aula debía disponer de un plano inclinado para la vigilancia y control sobre
los alumnos sentados en mesas corridas y filas ordenadas; informes diarios con detalles de
asistencia, puntualidad, progresos y conducta; exámenes al finalizar cada lección;
recompensas y castigos para reforzar el autocontrol y la competencia individual con
certámenes públicos. Adicionalmente, las escuelas de niñas debían prever espacios para
costura, bordado y otras labores domésticas. (Roldán, 2002; García, 2007).
Los padres de familia, letrados criollos y voceros de la opinión pública elevaron sus
pronunciamientos a favor o en contra del método instruccionista impulsado por J. Lancaster y
A. Bell. La propuesta de tolerancia religiosa pautada por la Sociedad Bíblica de Bogotá,
fundada en 1825 por Thomson y Lancaster en representación de la Sociedad de Escuelas
Británicas y Extranjeras, produjo reacciones de la representación católica. Mientras que en
1826 el folleto La Serpiente de Moisés en Bogotá y Caracas divulgaba opiniones contrarias,
en su defensa se pronunciaban los letrados liberales desde El Constitucional Caraqueño, El
Colombiano y El Venezolano (Fernández Heres, 1981). Tomás Lander, editor de éste último,
declaraba en 1822 en apoyo al sistema lancasteriano, que la república nacía de la virtud e
ilustración y la condición para ser libres estaba en la formación del espíritu público, obtenido
por la instrucción, la educación patriótica y moral, el establecimiento de imprentas, el
desarrollo del comercio, la industria y comunicaciones (Lander, 1961).
Al margen de ello, las escuelas públicas cumplían el propósito de ilustrar a los hijos del
pueblo, en los términos expuestos por el decreto bolivariano de 1825 que ordenaba de utilidad
pública y económica “(…) recoger y dar educación a todos los niños varones huérfanos de
ambos padres o de uno de ellos solamente y reunirlos en las escuelas” (Bolívar, 1985, p. 210).
Ya en 1794, como maestro de primeras letras en Caracas, Simón Rodríguez proponía que al
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estar excluidos los labradores, artesanos y la gente común de las escuelas de niños blancos,
las primeras luces debían alumbrarlos, porque “la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos
años al trabajo y en él adquieren práctica, pero no técnica” (Rodríguez, 1992, p.375). Al ser el
varón el sujeto de las luces y virtudes sociales, esta escuela social le formaba el carácter
social, corporal, técnico y científico (Rodríguez, 1990).
En Europa y América las Sociedades Económicas de Amigos del País ratificaban esta
necesidad ilustrada de instruir en los valores morales para la industria productiva y las
virtudes cívicas. En 1829 fue decretada su creación por José Antonio Páez como Jefe superior,
civil y militar de Venezuela, con el propósito de reunir a los hombres de inteligencia, poseídos
de amor patrio y un espíritu nacional para promover “(…)los progresos de la agricultura, del
comercio, de las artes, oficios, población e instrucción” (Documentos que hicieron historia,
1962, p. 351).Oficializada en 1830 la república venezolana, por la Dirección de Instrucción
Pública (1838) se aspiraba garantizar este orden civilizatorio que promovían los Amigos del
País, los catecismos políticos y los manuales de urbanidad.
La “ciudad letrada” descrita por Rama (1984) había logrado impulsarse después de la
independencia. Al habla popular se le seguía identificando con la ignorancia y barbarie;
aunque la mayoría de población formada por blancos y españoles desclasados, extranjeros y
mestizos hablaran el idioma, igualmente se les sometió como a los indígenas y esclavos
negros al cumplimiento del “purismo idiomático”. La elite criolla letrada conservó esta
naturalización de las distancias sociales; impregnada por la norma cortesana reprodujo la
cultura civilizada del catolicismo, la oratoria y castellanización de la lengua que divulgaban
las leyes, reglamentos, proclamas y la opinión pública.
Las escuelas de primeras letras debían garantizar la uniformidad de resultados “(…) a través
de acciones tan distintas, como objetos a los que se dirige: los comportamientos individuales
de los sujetos del Estado” (Querrien, 1979, p.147). Para estos futuros servidores de la patria,
la escuela era pensada, controlada y organizada “(…) como una máquina de aprender, pero
también de vigilar, de jerarquizar, de recompensar” (Foucault, 1976, p.70). El deber de su
reglamentación extendía la gratuidad a los infantes pobres “libres de color” en las capitales y
sus cantones.
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Valga citar, a modo de ejemplo, el Reglamento de Escuelas Primarias emitido en 1834 por la
Diputación Provincial de Maracaibo:
A cargo del presidente de la municipalidad fue designado para cada escuela un monitor; la
exhortación a padres para la escolaridad infantil; la distribución del orden, horario, disciplina
y castigos sin azotes; deberes para preceptores y discípulos, exámenes públicos y tres
premios anuales para cada escuela. El Reglamento de Escuelas de 1836 puntualizaba sobre la
difusión y establecimiento de escuelas y casas de educación, así como las primeras letras para
instruir a las niñas y “Juntas Curadoras de Instrucción Primaria” en cantones y parroquias, a
cargo de los padres de familias vigilados por jefes políticos, los alcaldes o jueces de paz
(AHZ, 1838, tomo 2, leg. 4; Parra, 2002).
El escaso número y la fluctuación entre apertura y cierre de escuelas públicas, revela los
efectos de la inestabilidad política y la falta de rentas para sostenerlas. Si el gobierno y las
familias debían velar porque los varones se ilustraran para las funciones públicas y los oficios
útiles, a las hembras se las preparaba para los oficios propios de su sexo, además de normas
de civilidad y nociones elementales. En las pocas escuelas públicas, eran pocas las dedicadas
a las niñas y en las privadas su número siempre fue mayor a las de niños (Vera y Parra, 2007).
Pese a estos problemas, la república letrada ordenaba instruir en las virtudes cívicas, la
rectitud moral, religión, limpieza del cuerpo y de las pasiones. Al lado de los catecismos de
Henri Ripalda, los libros de escritura de Palomares, de moral del Pbro. Santiago Delgado, los
silabarios, la aritmética, las nociones científicas y el uso de la lengua castellana, descollaban
los catecismos políticos, manuales de moral y urbanidad y gramática3.
Aunque por entonces, no fue exitoso el incremento de escuelas para las luces y el
utilitarismo, si ocurrió la impronta de la civilidad universal sobre el cuerpo social, al
incorporarse entre “(…) los estratos bajos de la población las nociones contenidas en la
catequización cívica y qué entendían por libre, republicano, ciudadano, patria, forma de
gobierno, Estado, nación” (Conde, 2009, p.70).
Incardinada esta civilidad en las escuelas diferenciadas por sexos y condiciones sociales, la
vigilancia y disciplina para docilizar, la domesticación femenina, las constituciones, la
escritura normativa con gramáticas y silabarios de la “lengua culta”, los catecismos políticos,
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doctrinas y manuales de moral y buenas costumbres, el Estado se ocupaba de “(…) erigir las
soñadas naciones y ciudadanos blanqueados y asépticos que prescribían los modelos allende
los mares” (González Sthephan, 1996, p. 47).
Esta civilidad se afianzó con el Estado liberal centralizado en Venezuela durante el primer
gobierno de Antonio Guzmán Blanco (1870-1877), mediante el decreto del 27 de junio de
1870 de instrucción pública, obligatoria, gratuita y laica. Se materializaba la instrucción
pública nacional y la libertad de cultos, como sancionaba en 1874 la Constitución de los
Estados Unidos de Venezuela: “La libertad de enseñanza será protegida en toda su extensión.
El Poder público queda obligado a establecer gratuitamente la educación primaria y de las
artes y oficios”, a los fines de consolidar la ideología del liberalismo con la cultura racional,
secular y positiva para el progreso material dentro del orden instituido; además de impulsar la
unificación nacional con la homogeneización de los reglamentos escolares, los contenidos y
los métodos objetivos de enseñanza.
El Estado unitario y la nación homogénea eran coherentes con la escuela laica, gratuita,
racional y positiva, que afianzaba la disciplina, la obediencia y la conformidad de espíritu,
además del progreso económico. En perspectiva política, se pretendía la unidad nacional que
favoreciera la consolidación del Estado-Nación, fuerte y centralizado (Tenti, 1999).
En 1895 el Código de Instrucción Popular ratificaba las escuelas primarias laicas, gratuitas y
obligatorias con saberes elementales de las ciencias útiles, al lado de la instrucción cívica y
moral para el ideario nacionalista. Sustituía el antiguo sistema y métodos de enseñanza por los
sistemas objetivos y organizaba las escuelas por sexos en tres niveles.
Preparatorio, entre cuatro y siete años, además de formar el carácter, corregir la mala
educación doméstica, hábitos de aseo, de orden, atención, silencio y sumisión, contemplaba
las letras y su perfecta pronunciación, aritmética de memoria, divisiones naturales de la tierra
y el agua, composición oral; oraciones católicas, ejercicios físicos o corporales, lecciones
morales e historia para fijar la atención en las buenas costumbres y virtudes. Enseñanza
elemental, para los niños, ortografía, lectura corrida en prosa y verso, escritura, aritmética,
números enteros, decimales, quebrados, sistema métrico decimal, geografía de América,
catecismo católico, historia sagrada, urbanidad y deberes morales. Además, costura, tejido y
otras labores a las niñas y a los varones, geometría, ejercicios gimnásticos, marchas y
contramarchas. En el nivel superior, aritmética razonada y práctica, lectura en prosa y verso,
escritura, dictado, caligrafía, gramática castellana, dibujo natural, historia natural, geometría,
geografía universal y de Venezuela, economía doméstica, historia de Venezuela. Además,
costura, bordados y otras labores en las niñas y para los niños, elementos de administración y
gobierno (AHZ, año 1901, tomo 3, leg.15).
Consideraciones Finales
Venezuela fijó este modelo educativo en las escuelas populares con los valores cívico-morales
y conocimientos utilitarios, a los fines de la civilidad de utilidad pública consagrada en los
preceptos constitucionales, decretos y reglamentos escolares. La convicción ilustrada que las
primeras letras formaban ciudadanos letrados y útiles a la patria, no produjo los resultados
esperados y sus razones las esgrimían las autoridades cuando advertían que las faltas de rentas
públicas conspiraban contra las luces y el progreso. En la devastadora conflictividad política,
heredada de los tiempos de la independencia, estuvo una de sus claves, aunque de ello se
ocuparan los gobiernos republicanos.
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