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El caso de los ciclistas asesinos

“El mundo está lleno de cosas obvias, que nadie por casualidad alguna vez observa”
Sherlock Holmes

I.
La llamada delatora

El amanecer en land of the blind (tierra de ciegos), era igual siempre, pero quizás ese día fue en algo distin-
to, pues de súbito una extraña circunstancia cambió la monotonía de lo cotidiano. Escandalosa fue la noticia
de un crimen horrendo y nefando quizás motivado por un robo, esto último, nada extraño en esta sociedad,
en absoluto; Pero, llamo mas la atención el hecho que fue anunciado mediante una llamada telefónica a una
estación de radio local, delatando a un alias “becerro”, señalándolo como autor del mismo, eso si fue de lo
mas extraño. Como el colmo del cinismo, así lo entendieron la mayoría de los ciudadanos; pues todo pare-
cía ser producto de una guerra de pandillas por el control de territorios. El timbre de voz, sinuoso y burles-
co, casi delató al gestor de la llamada.

Merlín Cenizo, antes lugarteniente del capo Samael Chorea Rea -conocido con el alias de “Farraél”, por su
placer por las farras y el despilfarro- parecía estar en el meollo del asunto, algo muy difícil de probar. Bastan-
te conocida era la gresca entre capos, por el molesto asunto de “la mesa”, pues Samael, regente del reino
equino, era reconocido por el cambio de la matriz delictiva, habíase llevado toda la vajilla de oro y plata,
dejando desprovista la mesa de sesiones de la regencia, perjudicando a la pandilla. Merlín se sintió indig-
nado, pues para sus agasajos y anhelos le habían dejado unos rústicos cubiertos de madera, artesanales y
folklóricos, además de la obligación de pago de cuentas de los bacanales y suculentos o majestuosos ban-
quetes, a los que eran adictos Samael y sus compinches. Muchos sospechaban era un tongo, que todo ello
era una farsa bien montada y previamente acordada, lo cierto es que Farraél, -previendo que algún momen-
to le pidan cuentas- huyo a Gaverland, pensado en dirigir desde el exilio a la pandilla, como Capone.

El auto exilio en ese sitio era un tanto extraño, pues el dinero de sus latrocinios, fundido en barras de oro, lo
había escondido en el medieval sultanato de Galthar, lejos de Gaverland. Muchos sospechaban que desde
ahí, con ese mismo dinero, compraría la deuda del reino, se apropiaría de las centrales eléctricas y de la red
vial, que siguiendo un plan tramado entre todos los políticos y empresaurios, de la clandestina hermandad
de la uña, estaba ya previsto despojarlos mediante la trama de la concesión, porque al haber endeudado
innecesariamente al país, no les quedaría otra opción, y Merlín, poseedor de la medalla al mérito de la or-
den del silencio, en el grado de gran cojudeador, sería el encargado, pues era un gran actor histriónico.

La huida de farraél y su obligado exilio, causo cierto escándalo por la notoria protección oficial para evadir la
ley, pero se lo hizo en función a la llamada “regla de oro” del reino, disposición que ordenaba que: “el líder
de una pandilla que sea descubierto o acusado de pillerías, no debía se detenido peor aún despojado de
sus robos, y sería sancionado benévolamente en el peor de los casos”, a lo que llamaban democracia garan-
tista, nuevo paradigma, debido proceso y seguridad jurídica, amparados por el control y poder de vasallaje
en las cortes, la ley de “reciprocidad”, el “toma y daca”, o la forma secreta de protección llamada “acuerdos”.

Pero igual, el partir provocó una ruptura en la vertical y ovina disciplina pandilleril, y con ello su división. El
enano Montañez (a) “austrolopitecus”, presunto autor de la llamada, se había ubicado convenientemente al
lado de Merlín, pues aspiraba dirigir la pandilla. Al enano se lo consideró autor de la llamada anónima, por-
que su voz inconfundible -hablaba como cantando- lo habría puesto en evidencia, situándolo como principal
sospechoso, salvo por una condición que no encajaba en la hipótesis de involucrado en la trama criminal: el
enano no era ciclista, pues con sus cortas piernas no alcanzaba los pedales…
II.
Huellas en la escena del crimen

Después de evaluar la escena, el inspector policial reflexionó sobre las evidencias, sintiéndose algo descon-
certado y muy intrigado: dos marcas de llantas de bicicletas, profundamente grabadas en el fango, simétri-
cas, daban la impresión -un tanto absurda- de que los ciclistas nunca se bajaron de sus vehículos, lo que
hacía mas extraño el crimen.

Alguien sostuvo la hipótesis de que los autores serían dos contorsionistas que se transportarían en monoci-
clos, esos raros vehículos de una sola rueda, por lo que se sospechó de los miembros de un circo capitalino
“La Grand Opera Bufa”, que los ciudadanos –por su remedo a los franceses- llamaban “Le samblé”, y a sus
miembros “Le samblesistas”, sitio que presentaba espectáculos burlesque, actos escandalosos de lo mas
vulgar, grotescos, de mal gusto; en ella muy pocos de sus miembros tenían características de artistas, y po-
cos de sus actos calidad de arte. El sitio era de lo mas desprestigiado, el común de los ciudadanos lo vincu-
laba a los carteles de la corrupción que gustaban de estos espectáculos, por lo cual suponían auspiciaban su
funcionamiento y actuación, lo cierto era que escandalizaban a la culta sociedad capitalina, pues abusaban
al estar prevalidos de una escandalosa licencia de impunidad, dada por las leyes, llamada “fuero de artistas”.
La hipótesis no cobro fuerza, no obstante el hecho de que el enano austrolopitecus era actor de ese circo…

Los vecinos aseguraron no haber visto nada raro esa mañana, e incluso no vieron ciclistas, tampoco monoci-
clistas. Pero las huellas de ruedas de bicicletas encontradas en la escena, hizo suponer, en un principio, que
los asesinos eran dos, transportándose en dos bicicletas, lo cual parecía muy lógico. La llamada anónima a la
radio demostraba –en cambio- no ser un hecho aislado.

Como avanzaban los días sin obtener pistas o resultados, ya sin otra opción, el investigador concluyo: No, la
solución de este complejo y misterioso crimen requiere de una inteligencia superior, de una mente especu-
lativa y profunda; la elección era obvia: Sherlock Holmes.

III.
Una mente privilegiada

Holmes, vio la escena y rememoró tantos otros casos extraños, los cuales recordaba en su vasta experiencia,
y acaso le podrían servir u orientar en esta investigación. Quizás el único caso que tenía cierto parecido era:
“El caso del ciclista solitario". Y a ratos recordaba que quizás también: “El caso de la banda moteada".

- No hay nada más engañoso que un hecho evidente -le dijo a Watson- eliminemos todos los demás facto-
res, y el que permanezca debe ser la verdad, pues cuando eliminas toda solución lógica a un problema, lo
ilógico, aunque parezca imposible, es invariablemente lo cierto. Ya debías saberlo de memoria, concluyó.

- Mire Watson, insistió al atardecer, aquí hay algo muy raro, usted francamente no me ayuda, usted ve, pero
no observa, siempre le he dicho: nunca confíe en las impresiones generales, concéntrese en los detalles.
Usted sabe que mi método se basa en la observación de tonterías, y el método de los criminales es hacerlas
creer. Al final del día siempre se descubre la verdad, es inevitable…

- Busquemos a todos los ciclistas, e interroguémoslos, dijo Watson.

- No sea elemental, querido Watson, dijo Holmes, “las huellas simétricas no son de dos ciclistas, sino de una
silla de ruedas…”

El atardecer en land of the blind (tierra de ciegos), era igual siempre…

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