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Dashiell Hammett, el autor del Halcón Maltés, fue juzgado el 26 de marzo de 1953 por el
subcomité del Senado estadounidense presidido por Joseph McCarthey que examinaba qué
libros procomunistas habían conseguido infiltrarse en ciento cincuenta bibliotecas
dependientes del Departamento de Estado en el extranjero. Entre ellos, había trescientos
ejemplares de libros de Hammett en las estanterías de setenta y tres de estas bibliotecas. Por
esa razón el escritor fue citado a declarar.
Si, allí, en los intersticios de la palabra escrita, reunida por militantes desvelados, por
trabajadores que llegaron de Génova y Turín, de la dilatada Rusia zarista, de Barcelona la
hermosa, del París insurrecto de 1871.
¿Quiénes contribuyeron, quiénes nutrieron a los revolucionarios bolcheviques?
Las bibliotecas, que guardaban los trabajos de Marx, de Engels, de Jorge Plejanov, de Rosa
Luxemburgo. ¿A quién leyó Rodolfo Walsh? ¿Sólo al aséptico Artur Conan Doyle, creador
de Sherlock Holmes? ¿A quién leyó David Viñas en el destierro? ¿Cuáles bibliotecas
frecuentó en su azaroso exilio, mientras le llegaban informaciones desgarradoras del
holocausto argentino? ¿A quiénes leyeron los treinta mil desaparecidos? ¿Qué bibliotecas
dieron asilo a su congoja antes de que los narcotizasen y los arrojaran al mar desde los
aviones? ¿Qué leyó, y en cuáles bibliotecas, el ciudadano y ex presidente Carlos Saúl
Menem? ¿Y el ciudadano y actual mandatario Fernando de la Rúa? El hoy comandante en
jefe del Ejército, teniente general Ricardo Brinzoni, que suele reivindicar, con mala prosa, a
torturadores confesos y asesinos convictos, ¿qué lee? ¿A cuáles bibliotecas apela?
¿Quiénes sacan de las bibliotecas a Esteban Echeverría, a José Hernández, a Roberto
Arlt, a Manuel Puig? ¿Quiénes han leído Literatura argentina y realidad política de David
Viñas? ¿Y Noticias secretas de América de Eduardo Belgrano Rawson? Títulos
imprescindibles para el adolescente, para la dama y el caballero y para los camaradas, si
aún los hay. También hay que incluir Respiración artificial de Ricardo Piglia en esta escasa
nómina.
¿Tuvo bibliotecas el teniente coronel Varela, que ordenó ejecutar durante el gobierno
radical de Hipólito Yrigoyen a centenares y centenares de trabajadores en el sur
patagónico? ¿Tuvieron bibliotecas Jorge Rafael Videla y Eduardo Emilio Massera? ¿Tuvo
una biblioteca Adolfo Hitler? ¿Tuvo una biblioteca Francisco Franco? ¿Qué lee en su retiro
Augusto Pinochet.
¿Qué buscó en las bibliotecas el subcomandante Marcos ¿Qué Karl Marx en el British
Museum? ¿Qué Jorge Luis Borges en silenciosas bibliotecas porteñas? ¿Qué buscaron los
rehenes políticos e ideológicos de Juan Manuel de Rosas y de los generales José Félix
Uriburu, Agustín P. Justo, Pedro Aramburu, Antonio Bussi y del Coronel Ramón Camps?
Consuelo, placer, sabiduría, para enfrentar a los laceradores de su carne y verdugos de la
contrarrevolución. Lo que aquí sostengo no ofrece posibilidad, ni la más mínima, de
refutación: la izquierda lee, la derecha asesina.
(*) El siguiente texto es un fragmento de una conferencia de Andrés Rivera durante el ciclo
“Un golpe a los libros”, desarrollado entre marzo y septiembre de 2001 en la ciudad de
Buenos Aires. El texto integra el libro del mismo nombre, de editorial Eudeba)