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NOCTURNO

Dedicado a Daniel Tenco o Danny Boyle, quien me inspiró y su imagen me ayudo a llegar al
fondo de cuestiones mucho más profundas.

Dedicado a mis progenitores.

CAPÍTULO 1

Hace días que arrastro un insomnio profundo, melancólico en el más amplio de su sentido.
Recuerdo de manera obsesiva el sabor de la sangre metálica deslizándose alrededor de mis
dientes, aquél sabor que experimento cuando lastimo mis encías con pequeños pedazos de vidrio
que puse en el cepillo dental. Muy a pesar de que mi estómago luce vacío para combinar de
manera adecuada con el desinterés de la heladera , que también ha sido saqueada por ésta tristeza.

Mis párpados pesados. Me pregunto cuándo fue la última vez que en verdad dormí luego de haber
cruzado por esa puerta: la de mi departamento. Luego de haber vuelto de la traición más cruel que
alguien puede sufrir. Ese hombre a quien solía amar en silencio, ocultando mi fragilidad, me ha
decepcionado con todas sus mentiras. Ese hombre solía ser mi pareja,un compañero en una
desventura que dolió desde el primer momento.Aun así permanecí a su lado, porque era necesario
construir amor entre nosotros,desplegar nuestra alas sobre éste mundo arraigado a la miserable
soledad existencial. Huérfanos de una amistad saludable en nuestra historia amorosa, ambos nos
hemos tomado de la mano para huir de ese automatismo que significa sobrevivir con poco y
aletargar la incomodidad de mendigar constantemente afecto. Pero uno de los dos se traicionó a sí
mismo y, en esa traición, inevitablemente, arrastro una desesperanza que hoy duerme en mi pecho
ahuecado de pus suturando sobre lo que ahora es una herida.

Ya no duermo en mi cama porque cada vez que lo hago asoman sus manos sobre mis muñecas, la
humedad de nuestros sexos apasionados e unidos dejándose fluir por cada movimiento. Intento
escapar de esas imágenes en forma de recuerdos, pero las malditas suelen ser mas astutas que mi
mente y, aunque cada vez antes de acostarme reviso cada rincón de la cama para limpiar con
mesura cualquier vestigio de mi ex compañero, siempre termino con náuseas. Las pesadillas se
esconden debajo de las almohadas, en cada punta de unas sabanas raídas y hastiadas de sexo.
Sexo con él. Intentos de amarnos muy a pesar de aquella última frase obstinada que resuena : "
Entre nosotros nunca hubo amor".Porque esas fueron sus palabras mientras cerraba la puerta de
su casa en mi cara. Aquella fue la primera vez aquel toqué mi vientre, derramando una lágrima
que se convertiría en sangre luego de correr hasta el baño más cercano de un bar y golpear con
fuerzas mi cien contra el espejo. Recuerdo, de manera vaga , que me escondí acunándome sobre
un inodoro ya que el golpe asustó a una mujer que estaba en uno de los baños.El espejo roto sobre
el suelo continuaba esperando ser la cosecha perfecta de un alma autodestructiva que necesitase
de su filo.

Fui yo quien salió de ese bar con un gran pedazo de vidrio espejado en uno de mis bolsillos, mi
cabeza chorreando sangre , mis manos aferrándose a la sangre que se derramaba entre mis
nudillos.El ruido de la calle se apagó, las luces se difumaron sobre el negro del asfalto. Estaba
sola en ese nuevo despertar agobiante y doloroso: un mundo de aislamiento donde nadie miraba
fijamente a los ojos y sus voces permanecían congelas por un aire frío que comenzó, desde esa
noche a rodear cada centímetro de mi cuerpo.

He convertido unos cuantos días después de lo sucedido en gritos ahogados de ira, botellas rotas
en busca de sangre. Necesitaba la sangre pero esta no aparecía. Los amaneceres se convirtieron en
mis noches y mis noches en el refugio para apagar los antojos de una existencia que nadaba sobre
mi bajo vientre sin conocer su inevitable destino.

Creí haber oído golpes en la puerta. Golpes en las paredes. Los inquilinos que viven en el edificio
gritan luego de que cada noche que transcurre sobre éstos días de oscuridad en mi
departamento.Nunca puedo entender porqué gritan ni porqué golpean a mi puerta. A veces me
duermo pensando que es él, mi ex pareja quien viene a rescatarme de las heridas que no dejan de
acrecentarse sobre mi cuerpo.Pero el sueño es siempre el mismo. El maldito sueño es siempre el
mismo: una imagen apagada de nuestras bocas moviéndose, como si estuviéramos contándonos
algo..., tal vez aquello que nunca llegué a decirle. Luego mis manos sobre mi vientre antes de que
la puerta de su casa se cerrara. La oreja de él comienza a sangrar y mis labios se empapan sobre la
lengua hasta que caigo sobre el suelo y él comienza a patear mi vientre. Luego caigo por las
escaleras de su edificio y despierto llorando a gritos

CAPÍTULO 2

***

Esta madrugada he estado hurgando entre botellas rotas y corté mi entrepierna porque lo único
que necesito es sangre. Me he quedado encandilada mirando las uñas cubiertas de ese fluido rojo
intenso, acostada sobre el suelo del baño mientras la luz de la luna penetraba por la pequeña
ventana.Pero un sonido agudo, tal vez el chillido de una puerta abriéndose me sacó de ese letargo.
Volteé la cabeza y por alguna razón fui en busca de un lápiz labial rojo que guardaba en el cajón
de la mesa de luz. Corrí hacia el living lanzándome sobre pasos largos que me distanciaba cada
vez más del piso. Salté como un animal sobre las paredes y despedacé ese maldito labial sobre
una frase que quedó empapelando la amarillenta pared:

" No hay silencios por derramar sobre éstos recuerdos de un olvido que me es inalcanzable. Un
olvido que nunca llega. Nunca llega..." .

Mis manos temblaban. Mis manos manchadas de rojo carmín. Un rojo parecido al color de la
sangre a plena luz del día. Un día que nunca amanecía sobre las pupilas enardecidas. Porque
desde éste lugar todo es sórdido y oscuro. Todo es una reflejo de la tristeza punzante que aflige.

***

Desperté ésta madrugada tiritando de frío. Las gotas de agua helada sobre el pijama empapado.
Mire a mi alrededor y estaba sentada en la ducha .Corrí hacia la puerta del departamento e intenté
abrirla pero no encontraba las llaves y no quería prender las luces.Porque no puedo prender las
luces, sé que no puedo hacerlo porque he tenido pesadillas al respecto. No quiero terminar con la
piel ardiendo, muy a pesar de que quisiera matar a ese ser que tengo dentro, éste amor con
nombre y apellido.

Mi instinto maltrecho me dice que ninguna puerta me conducirá a ningún lado, de eso estoy
segura. Terminé arropándome sobre mis propios brazos acostada en el sillón rodeada de
almohadones. Sé que era tarde, muy tarde, tal vez era de madrugada porque no había luz ni ruidos
alrededor, aunque no puedo determinar con exactitud la hora. He dejado de ver el reloj. Hasta ese
momento nunca antes había tenido conocimiento de que era sonámbula.

***

Llevo días sin probar bocado, no pude hacerlo. Me alimento es la última cena que compartimos
juntos. Mi novio preparó especialmente la cena y luego me despachó sin saber el propósito de
aquél encuentro. Sólo recuerdo el momento previo antes de que se deshiciera de mí con astucia
práctica. El sabor de la carne, el aroma de las especias, su sonrisa de aprobación frente a mi cara
degustando cada bocado. Me alimento de ese recuerdo día a día y no tengo hambre, con eso me
basta. Pero la puerta de su casa se cerró en mi cara mucho antes de que pudiera contarle cómo
éste amor había crecido. Aun ahora ni siquiera puedo pronunciar aquella frase que tanto ensayé
con nervios, para no utilizar demasiadas palabras si hablaba con él de manera transparente como
solía hacerlo todo el tiempo. No quería asustarlo.Nunca quise asustarlo.

He planeado una forma de intentar eliminar ésta concepción llamada : amor. Sólo necesito un
cuchillo bien afilado para conseguir que la sangre baje. Descuartizar el feto, tirarlo por el inodoro
y que todo desaparezca pronto y de una vez.

Juro que hasta ahora no he podido lograr que la sangre cayera en chorros como estuve
imaginando desde el momento en que mi novio dejó de ser mi novio. Me he dado golpes sobre
mis ovarios con el martillo que guardo en la alacena de la cocina. Golpes. Golpes tan fuertes que
aún tengo moretones alrededor de mi pubis. Pero aún no hay coágulos de sangre vomitados por
ésta sucia vagina . No logro evitar que lo que se supone es el producto de una construcción del
amor, muera.

CAPÍTULO 3

***

La luz del sol puede dañar mis pupilas. Lo sé porque he intentado mirar fijamente hacia el cielo
despejado, cubierto de un sol brillante a través de las rendijas de cada una de las persianas del
departamento. Sólo conseguí vomitar unas reiteradas veces. Mis vómitos son de color amarillo
porque el sol el que me produce alergia. Me mareo y caigo de rodillas al suelo. A veces mis
mejillas rozan el amarillento vómito que se mezcla con éstas lágrimas que ya son parte de mis
nuevos ojos para ver anochecer. No, el día no fue hecho para mi. No quiero estar a la luz del día.
No me gusta la luz. No iré a ninguna parte. No dejaré que la luz me enceguezca otra vez. Necesito
retorcerme junto a mis entrañas y destruir el ser que está creciendo en mi.

***

Esta madrugada me dormi mirando la foto de mi novio mientras intentaba humedecer mi vagina
para que el cuchillo afilado entrase por completo. He podido hacer que funcione. Presioné varias
veces con fuerza mientras sostenía el mango del cuchillo y caia suavemente la sangre entre mis
dedos. No sentí dolor. Me concentré en su foto y recordé las últimas frases que me dijo antes de
echarme de su casa, de su vida, de mi vida que ahora dejará de ser suya. Porque estoy segura de
que he destruido el feto. Logré llegar hasta el cuello uterino con la punta del cuchillo. Lo sé. Pude
sentir los cortes avanzando más allá de la vagina . Fue en ese momento que me detuve. y cerré
por completo mis piernas, cruzando mis pies para terminar de asfixiar ese amor malnacido que
habíamos construido.

***

No sé si hay algún tipo de posibilidad de que mi piel se regenere. Cambie o se transforme, por
decirlo de alguna manera. Estuve pensando mucho en eso, acostada intentando mantener mis
piernas cerradas, tratando de no moverlas. Me arden y sé que la sangre se secó y que el feto está a
punto de salir de mi vagina. Todo lo que hago es escribir pensamientos en éste celular. Pronto
también se apagará y me quedaré hablando sola. Escuchando mi respiración agitarse. Mi pulso
acelerarse hasta que sentiré que me estoy ahogando dentro de mi propio cuerpo y pensaré que es
el fin. Pero al pasar las horas, mis párpados caerán y otro día más pasará y yo estaré viva
esperando que el dolor haya descansado lo suficiente para ya no arder demasiado.

Mis manos sobre mi vientre. Mis manos temblorosas sobre mi pubis cubierto de moretones,
palpitando un deseo de asesinar este amor que llevo dentro. Pero no puedo moverme. No puedo
mover mis piernas aún. Necesito apretar aún más mi vagina. Cerrarla por completo. Necesito
ahogar éste amor y saber con certeza que cuando vuelva a moverme de esta cama el feto estará
completamente muerto. No habrá evidencia ni rastro de su existencia. Nadie sabrá que alguna vez
"él" y yo hemos engendrado un amor que sólo creció en mi vientre. Porque sus palabras resuenan
en mi cabeza de manera constante: " no hubo amor entre nosotros".

***

La luz me encegueció y desperté aterrada por un ruido que al mismo tiempo golpeaba contra la
ventana de la habitación y luego otro golpe contra la pared que está frente a la misma. Una piedra
rompió el vidrio. Éstos cayeron sobre mi. Aquello me hizo temblar tanto que rodé sobre la cama y
cai al suelo gritando de dolor. Volteé la cabeza para verificar lo que había sucedido con miedo de
que la luz entrara por la retina de mis ojos. Pero la ventana estaba intacta. No habia vidrios rotos.
Me acerqué apretando fuerte la vagina para evitar que el feto se cayera,temía perderlo en la
oscuridad de la habitación.Me acerqué dando pasos largos hasta la pared en busca de la piedra.
Pero no había nada. Estuve unos minutos sentada sobre mis talones intentando no moverme para
evitar el dolor,necesitaba entender qué era lo que había sucedido.

Llegué a la conclusión de que tal vez fue un sueño aunque todo se sintió tan real. De todas formas
no me detuve demasiado en aquello, necesitaba salir de esa habitación e ir al baño.Mi vagina arde
tanto que me cuesta respirar .

Me arrastré por el suelo hasta llegar al baño. Sostuve con una mano el inodoro para hacer fuerza y
poder levantarme mientras con la otra mano apretaba fuerte mi bombacha. Al sentarme introduje
con cuidado mis dedos pero no había nada. Estuve llorando sentada sobre el inodoro hasta que se
hizo de noche. No podía dejar de pensar cómo era posible que la sangre que tenía sobre mis
manos era producto de las heridas que me había autoinflingido para matar a este maldito ser que
esta creciendo adentro mío. Sabía que tal vez había perdido el embarazo,pero no tenía forma de
comprobarlo.Mi cuerpo está herido, he hecho de todo para evitar que siga creciendo aquel sexo
descuidado, torpe y malintencionado, inocentemente llamado: amor.

CAPÍTULO 4

***

Palidezco lentamente entre lo que creo que " es" y aquello que sé con certeza que existe sobre mi
mente, en cada palabra, en cada lágrima por la sangre que he dejado que mi cuerpo escupa de
forma maliciosa. Y entonces escribo unas cuantas líneas en mi cerebro, como si de esa forma
quisiera creer en una especie de telepatía.Le escribo a él:

Me estoy convirtiendo en un ser salvaje, sin escrúpulos. Silenciosa y detenida en cada detalle se
retuercen mis tripas entonando algo mejor que una necesidad de muerte. Porque es preciso
mutilar cada centrímetro de éste sentimiento asqueado de tanta falsa ilusión de amor. ¿Vivímos un
amor? '¿Concebimos un compromiso desde la real autenticidad?. Sé las respuestas y por eso
muere durante el día un pedazo de aquella persona que solía ser. Luego me levanto recostada
sobre la miseria y la podredumbre que significa éste laberinto de hielo que has construido para
mí, para ésto que a conciencia he querido con la pureza de mi alma engendrar. Atolondrada, sin
mesura en mi accionar, te complací para salir de un estado de complicidad y construir entre
nosotros algo mejor que la simple codicia enferma de querer tener la razón.Mi astucia pasó por
dejar de lado cualquier necesidad de orgullo. Te observé. Observé qué necesitabas de mí y te lo he
dado todo. Tal vez no fue necesario, aunque entiendo que sí fue suficiente. Porque ya tenés lo que
buscabas, ahora podés hacer lo que quieras con lo que creiste que era mi ser.. Podrás usar aquello
que, con tu ego enceguecido, crees que fui. Y no, no estoy hablando de mi en ésta circunstancia
en particular, el espejo: muro de lamentos decorado con una enorme e incosecuente "necesidad de
exponer un altruismo disfrazado de arrogancia", fue tu ilusión en esta relacion. Un espeismo
donde te gustó creer que me estabas observando.
Te has ido. Me has sacado de tu vida de la manera más cruel que puede existir. Y lo que más me
asombra es que aún puedas vivir con eso justificándote de manera poco ética, y totalmente
carente de moral, señalando mís acciones ( antes, durante y despues de haberme lastimado como
lo hiciste).

Sí, me han herido.

Sí, me he herido y he permitido, también que lo hicieran. No quiero hablar desde la herida
porque, a diferencia de tu forma de regodearte sobre tus inferencias que siempre terminan
resultando falaces, yo no me ubicaré " en lo que me has hecho" ( poco importa, y después de
todo: " una herida más o una herida menos no hace más o menos fuerte a mi paresona, al
contrario, me convierte en un animal que necesita morir o volverse más salvaje).. Quiero dejar
asentado que no es la herida lo que me lastima, es saber que aún puedas vivir indiferente ante tus
propias acciones. No. No soy yo quien necesita leer entre líneas, o ver en detalle desde una
miopía inexiste lo que ocurre a mi alrededor, lo que has sido y sos, lo que he sido y en lo que me
he convertido.

***

He intentado dejar de llorar. Intenté salir de éste baño sólo para recostarme sobre el suelo y
quedar hipnotizada por la imagen de mi novio en mi celular. Eneredada entre el cable y el enchufe
de la batería, porque es preciso que no mueran mis pensamietos en el aire cada vez que quiero
gritar con fuerzas a cualquier hora de la madrugada. Es preciso que escriba todo lo que pronto
desaparecerá: mi mente, mi cuerpo , mi alma.

Esta madruga he despertado hambrienta pero no quiero alimentar a esta maldición que me dejó
esa relación en la cual " no hubo amor entre nosotros". Si muero tal vez muera el feto que está
creciendo. (¿Estará creciendo?). No he podido dormir desde que esa duda me ha dejado sentada
en el inodoro durante todo un día. Me duelen las heridas pero me estoy acostumbrando al dolor.
El ardor me calma de alguna forma. Es por eso que cada vez que tengo que hacer pis y el acido
lastima las heridas imagino la cara de mi ex novio,su ultima sonrisa,la última cena y nuestro
último encuentro, y susurro en silencio: " no hubo amor entre nosotros, no hubo amor entre
nosotros, no hubo amor entre nosotros, no hubo amor entre nosotros, no hubo amor entre
nosotros." Luego me arrodillo abriendo mis piernas para detener el ardor hasta sentir que me
duelen los oídos y la mandíbula tiembla, todo mi cuerpo se estremece. Después recojo con mis
manos la sangre que se entremezcla con el pis y veo como cada gota se desliza sobre los dedos.
Sangre sólo pienso en sangre. Mi sangre y la sangre de mi novio, cada parte de nuestro ser
compuesto en ese líquido espeso que se transforma en algo diferente cuando lo dejo caer y se
mezcla con la orina. Bebo mucha agua para poder arder sobre mis heridas junto a la acidez de mis
fluidos, los fuidos de quienes fuimos mientras estábamos juntos. Cada vez que orino me pregunto
si hay sangre del aborto de aquello que hoy sé que no fue amor. Más allá de lo que he construido
con su compañía, su sonrisa, nuestras miradas, el deseo de vernos, la proximidad dentro de la
lejanía entre su cuerpo y el mío.
***

Aún no puedo caminar. Ha sonado el timbre de mi departamento reiteradas veces y no he


contestado. A veces creo que imagino que alguien viene a buscarme por eso dudo de que el timbre
suene de verdad. Mis sentidos están mareados por la falta de comida. Pero no puedo salir aquí.
No puedo hacerlo aunque busque la manera de que el sol no queme mi cuerpo, sé que no puedo
hacerlo.

Juro que lo he pensado. He pensado la forma de salir, ir al hospital y buscar una ginecóloga o
alguien que pueda revisar el estado de mi emabarazo. Pero desde la oscuridad poco puedo ver. No
encuentro las llaves de mi depatarmento. Tampoco recuerdo donde las puse la última vez que
entré a este lugar o la primera vez que dejé de salir de él. De alguna manera tendré que
ingeniarmelas para buscar algo de comer. Debo recuperar fuerzas para encontrar la llave porque
necesito saber si aun sigue con vida aquello que nunca he podido nombrar ni definir. Aquello que
nunca hemos podido definir como amor real. Mi novio y su manera escurridiza de volverse
inmutable cada vez que intetábamos hablar de nuestro estado sentimental, nuestro estado
embarazoso de mantenernos en vigilia esperando los estímulos suficientes para responder de
manera correcta, evitando caer en sentimentalismos. A veces no sé ni siquiera de qué estoy
hablando cuando hablo de nosotros. Me he liberado desde el alma y he dejado entrar a todo su ser
para que recorra con cada pulso de mi cuerpo los secretos más profundos, ese " te amo" que le
prometí no volver a decir luego de que él lo escuchase por primera vez.

CAPÍTULO 5

***

El timbre siguió sonando todo el día mientras yo intentaba dormir.El sonido me llegaba tarde y se
mezclaba en ecos con el estado de letargo atravesando de a ratos esa línea entre la realidad y el
sueño, es por eso que nunca llegaba a poder contestar a esos llamados.Decidí, entonces, quedarme
sentada junto al portero durante la madrugada para atender la llamada. Pero nada ha ocurrido.
Cuando la luz del amanecer comenzó a filtrarse por la ventana de la cocina me dormí de manera
automática,con mi cabeza sobre las piernas porque el frío comienza a azotarme de manera
inesperada cada vez con mayor intensidad. Las tripas se retuercen gritando sobre mi estómago.
Cada vez me siento más dolorida, más débil. Hace días que no como, sólo bebo agua en grandes
cantidades y voy de la habitación al baño. Cuando quiero ver la foto de mi novio mi mente
atormentada me permite acostarme en la cama. Sólo en ese momento no me invaden sentimientos
de angustia, sino la mayoría de los días duermo en el sillón.

***

La luz de la ventana de la cocina ( en donde se encuentra el portero y en donde estuve durmiendo


la última noche) me despertó más alarmada que otras veces durante todos esos días incontables
que llevo aquí encerrada. Recuerdo haber soñado con las llaves. El hambre, la necesidad de
interrumpir este embarazado y de salir de éste lugar es en lo único que pienso, sé que es por eso
que soñé con las llaves. En el sueño estaba lloviendo y sólo podía ver mis pies caminando por
unas escaleras que parecían nunca conducir a ningún lado. Los colores de cada escalón iban
cambiando hasta que todo se oscurecía y éstos desaparecían, uno por uno. En el sueño podía
sentir como mis pies seguían en movimiento. De repente se escuchó la lluvia golpear contra el
techo que parecía ser de chapa por la forma en la cual cada gota caía con fuerza. Unos segundos
después una ventana y una puerta se abrían paso ante mí. Pude ver mis manos tomar del
picaporte. Recuerdo haber sentido como mis dedos se deslizaban impidiéndome abrirla en el
primer intento. Mis manos estaban pegajosas, no podía ver nada más que la puerta y la
ventana.Empujé con mi cuerpo mientras volvía a tomarme del picaporte hasta que la puerta se
abrió con tanta fuerza que caí en el suelo empapado por la lluvia. Me levanté lo más rápido que
pude. El cielo estaba quebradizo y de un color rosa pálido, era lo único que podía ver con
claridad, el resto se desvanecía sobre la retina de mis ojos cada vez que volteaba para observar a
mi alrededor. Caminé hasta que me choqué con una pared que daba a un patio que estaba a metros
de donde me encontraba. Intenté acercarme lo más que pude para ver qué era lo que había allí
pero cada vez que lo hacía el viento golpeaba con intensidad mi cara y los ojos se llenaban de
gotas de lluvia que parecían pequeños copos de nieves. Sentía como la retina me quemaba tanto
que tenía que apretarlos con las yemas de mis dedos para que el dolor cesase. Después de unos
segundos, por alguna extraña razón, llevé mi mano al bolsillo de la campera que tenía puesta,
tomé unas llaves y las arrojé con ímpetu hacia ese patio que no podía ver con claridad. Me di
vuelta y corrí hasta la puerta con una sensación de desesperación que me resultaba
inexplicablemente extraña. Bajé las escaleras lo más rápido que pude, como si alguien estuviera
acechándome y yo intentase librarme de eso. Mi respiración estaba cada vez más agitada y las
manos pegajosas temblaban, hasta que vi la puerta abierta de mi departamento. Las ventanas del
balcón también estaban abiertas. Entré sollozando y justo en ese momento un enérgico viento
cerró con fuerzas la puerta del balcón y la de mi casa al mismo tiempo. El sonido del golpe me
asustó tanto que grité intentando buscar el interruptor de la luz. Prendí la luz y sin pensarlo
intenté abrir la puerta pero ésta tenía un sistema de seguridad y se cerraba desde adentro lo que
hacía que me fuera imposible volver a abrirla. Comencé a llorar hasta que caí rendida sobre el
suelo. Llevé mis manos sobre la cara para cubrirme de la luz. En el sueño la luz también me
molestaba. Al sentir las manos pegajosas hice mi último esfuerzo abriendo mis párpados
quemados, ardidos por la lluvia y pude ver mis dedos cubiertos de sangre clavados por pedazos
de vidrios espejados. No tuve tiempo a reaccionar, la luz se cortó y quedé a oscuras. Luego de
unos minutos sólo pude escuchar el ruido del golpe de mi cabeza caer de manera pesada contra el
suelo, como si alguien me hubiera tomado desde la nuca hasta machacarla contra el piso. En ese
momento desperté con un intenso dolor en el cuello, sentada sobre la silla de la cocina. Al abrir
mis ojos sólo la luz de la mañana me despabiló horrorizada, por alguna razón ese sueño generó en
mí una profunda sensación de terror.
CAPÍTULO 6

***

Sentada en la silla y con el corazón latiéndome fuerte sobre el pecho miré mis manos verificando
si tenía sangre. El sueño había sido demasiado real. Pero sólo las marcas de los cortes que aún
dolían cubrían la palma, parte de los dedos hasta llegar a las muñecas. Eran los cortes que me
había hecho al salir de la casa de mi ex novio en aquel bar en donde me encerré durante un
tiempo hasta que la sangre de mi cabeza dejase de chorrearme después de haber golpeado con
fuerza mi frente contra el espejo.

***

Unas profundas ganas de vomitar me hicieron saltar de la silla. Lo hice antes de llegar al baño.
Esta vez el vómito era espeso y me dejó mareada durante varias horas. Me recosté sobre el sillón
y quedé profundamente dormida. Me despertaron, una vez más, las ganas de vomitar pero no me
molesté en ir hasta el baño, de todas maneras el departamento está lleno de vómitos secos por
todos lados, vidrios rotos, y sangre. Sangre. Ahora el sillón estaba cubierto de vómito también.
Desparramé el cobertor del sillón contra el suelo y seguí durmiendo. Desde que estuve sentada en
la silla de la cocina y tuve aquella pesadilla sobre las llaves que no he podido dejar de soñar con
lo mismo, las mismas imágenes, las mismas sensaciones. Me pregunto si eso es lo que me tiene
tan descompuesta y mareada. Pero por alguna razón ya no me despierto sobresaltada, ni mi
corazón intenta salírseme del pecho como me sucedía antes de aquél aletargado sueño.

Hay algo recurrente en mis movimientos cada vez que estoy acostada o intentando dormir.
Siempre despierto con mis manos apoyadas sobre mi abdomen, el bajo vientre. El pubis lleno de
moretones. La vagina sangra cada vez que tengo que hacer pis y los cortes de mi entrepierna ya
son marcas que quedarán para siempre presentes como signo de la ausencia del amor que me ha
dejado devastada, a oscuras y con la incertidumbre de no saber si aún estoy embarazada de un
feto que tal vez esté creciendo, pasando hambre, frío y doliendo sobre éste ardor intenso, tal y
como a mi me sucede. Escucho sin cesar la misma frase: " no hubo amor entre nosotros".

***

La madrugada apareció de repente y yo continuaba mareada, ya sin fuerzas como para levantarme
y arrastrarme por todo el departamento en busca de las llaves. Pero necesitaba comer. Debía
comer para poder encontrarlas y saber de una maldita vez si éste amor moribundo se ha
convertido en un ser que no será amado. Sé que estoy a tiempo de abortar, sólo debo lograr
encontrar las llaves. No sabía cómo iba a moverme de ese sillón, la última vez que vomité lo poco
que tenía de fuerza despareció por completo. Pero antes de que pudiera pensar en otra cosa un
intenso ruido hizo estrallar mis tímpanos. Parecía ser una bomba o una especie de explosión
proveniente de la calle. El sillón está pegado a la puerta del balcón, sólo tenía que arrimarme a
mirar a través de las rendijas rotas de la persiana y averiguar qué estaba sucediendo. Pero fue en
ese momento en el cual empecé a sentir cómo mis oidos se ahuecaban y la respiración comenzaba
a sentirse cada vez más fuerte, aquello era lo único que podía escuchar. Me arrastré hasta la
puerta del balcón y observé a través de las persianas. Nada sucedía. El asfalto estaba húmedo por
la lluvia. Una lluvia copiosa que no se detenía pero aún así no podía escucharla. Me arrodillé y
estuve oyendo como mi respiración se aceleraba cada vez un poco más. Llevé las manos sobre mi
pelvis para apretar los moretones y poder, entonces, sentir algo más que eso que estaba sintiendo.
Mi bajo vientre inflamado, redondo y palpitando como la luna sobre el cielo negro y sin estrellas,
cargado de nubes aún más oscuras. Entonces sentí un extraño movimiento sobre la palma de mis
manos. Algo estaba viviendo adentro de ese lugar olvidado de mi cuerpo. Volví a apretar con más
fuerza mi pelvis y el movimiento apareció nuevamente, ésta vez de manera más incidiosa.
Entendí que era un indicio de que aún estaba embarazada . Me sentí más enfuerecida que nunca.
Debía abortar de manera urgente. Tenía que encontrar las llaves del departamento y sacarme ésa
maldición que el amor construído sólo desde mi alma y las inmensas ganas de amar a ese hombre
habían engendrado en mi cuerpo.

***

Lloré en esa posición durante horas. Mi llanto y la respiración entrecortada era lo único que podía
escuchar. Aún no entendía que era lo que estaba sucediendo. No podía comprender cómo era que
había perdido la audición por haber escuchado una explosión que no había sucedido. Grité con
fuerzas hasta que la garaganta me dolió y no pude escuchar mi propia voz. Mi llanto y la
respiación era lo único que se podía oír. Una desesperación asfixiante me invadió. ¿ Estaba
soñando? ¿Había estado despierta? ¿Cuántas hora había estado sin poder dormir? ¿Cuántas horas
estuve soñando? ¿Qué era lo que había sido un sueño y qué era lo que había sido real?.Pensé que
tal vez estaba enloqueciendo por la falta de hambre. Pero algo inesperado sucedió. Antes de que
tuviera tiempo para hacer cualquier movimiento sonó el timbre. Me levanté lo más rápido que la
poca fuerza que tenía me permitió. Rogué poder llegar hasta la cocina antes de que quien fuera
que estuviera buscándome desistiera. Necesitaba pedir ayuda a quien sea que pudiera hacerlo.
Necesitaba abortar esa desgracia de embarazo. Mi celular se había quedado sin señal desde que
había salido del bar la noche en que mi ex novio me echó de su casa, de su vida. No tenía forma
de llamar a nadie y ni siquiera sabía si mi voz podía o no escucharse. Pero el timbre sonó una vez
más, justo cuando tenía el tuvo del portero sobre mis manos. Intenté pedir ayuda pero no pude
escuchar mi voz, pero por alguna extraña razón podía oir una especie de jadeo: alguien estaba del
otro lado . Volví a gritar pero tampoco esa vez pude oír mi voz. Entonces una carcajada masculina
que me resultó conocida se precipitó sobre el tubo del portero. Luego su voz diciéndome aquello
que ya me había dicho antes. Antes de que cenáramos juntos por última vez. Antes de que me
sacara de su vida de la manera más cruel que alguien pude hacerlo. " No hubo amor entre
nosotros", dijo mi ex novio desde el portero de mi casa y volvió a reirse. Quise decirle algo pero
estaba temblando y escuchar una vez más su voz fue como sentir una puñalada en el pecho. Y
nuevamente su respiración se hizo intensa a través del auricular del portero. Parecía que estaba
intentando decirme algo pero la lluvia se escuchaba desde lejos y hacía interferencia. Su voz se
hizo eco y dijo " no fuimos nunca novios, sólo fuiste sexo para mí porque no hubo amor entre
nosotros". Se rió y el silencio volvió a aparecer de forma más intensa que antes. Mi cuerpo no
dejaba de temblar, estaba aterrada y profundamente triste. Comencé a sentir un hormigueo en el
brazo con el que había sostenido el tubo del portero. Estaba asqueada de mí misma. Me sentía
torpe y estúpida por haber considerado, alguna vez, que había significado algo para él.. Una ira
incontrolable se apoderó de mí. Empecé a gritar pero no podía escuchar mi voz y eso arruinó aún
más la situación. Fue por eso que golpeé fuerte mi cabeza contra la pared de la cocina y me
derrumbé contra el suelo como una bolsa de kilos y kilos de mierda seca.

CAPÍTULO 7

***

Abrí los ojos aturdida por el golpe, despertando sobre una nueva madrugada. No estaba pensando.
Había dejado de pensar, sólo intentaba escribir en el celular en los momentos de somnolencia
para dejar registro de todo lo que estaba pasándome por si algo peor ocurría. Las posibilidades de
que pudiera salir del departamento se me hacían cada vez más lejanas. Aun no entendía porqué mi
ex novio había venido hasta mi casa para burlarse de mi de esa manera. No entendí su necesidad
de seguir hiriéndome. ¿Por qué querría hacerlo si ya no era más una molestia para él durante el
tiempo que estuvimos juntos?. Las lágrimas caían y ya casi no me daba cuenta en qué momentos
dejaba de llorar. El dolor y la tristeza eran demasiado profundos para notar una diferencia, una
mejoría. No. No había estado mejor ni lo estaría. Desde esa última llamada supe que todo iba a
empeorar, lentamente, y cada vez con más intensidad.

***

Pero por alguna razón quise buscar mi campera. La campera que tenía puesta la última vez que
estuve con él. La última noche que entré al departamento y no volví a salir. Había dejado la
campera y el bolso apoyadas sobre el respaldo de una silla. Me arrastré hasta el living con un
dolor de cabeza que no me permitía ver con claridad. Todo daba vueltas. Aun así y, como si de un
acto de supervivencia se tratase, metí las manos en los bolsillos y encontré dos pájaros muertos.
No estaba pensando. No me pregunté ni me pregunto qué era lo que estaban haciendo ahí. No
tengo recuerdos definidos desde que salí de la casa de mi ex novio, de modo que cualquier cosa
pudo ocurrir. Tal vez maté unos pájaros y los puse en el bolsillo de mi campera. ¿Por qué lo hice?
Ya no me importaba . Sólo quería volver a acostarme en el sillón y descansar mi cabeza hinchada
por el golpe. Hice un último esfuerzo por levantarme, ésta vez para poder llevar los dos pájaros
en mis manos y acostarme. Una vez que logré hacerlo apoyé mi cabeza sobre uno de los
almohadones y me tapé con la frazada. Olía a vómito pero eso tampoco me producía fastidio. Los
pájaros estaban apoyados sobre uno de los respaldos del sillón. Primero tomé uno de ellos y lo
puse sobre mi vientre, y luego observé al otro. Tenía los ojos abiertos y estaba lleno de sangre.
Herido, lastimado como yo lo estaba. Por alguna razón aquello me hizo reír. Reí con maldad. Me
sentía aliviada al saber que algo muerto estaba sobre mis manos y que tal vez había sido yo quien
los había matado. Le corté la cabeza . Pude oír como crujía entre mis dedos y luego la arrojé lejos
riéndome. El crujido, por alguna razón abrió mi apetito. Comencé a sentir hambre después de días
de no sentir más que dolor. Dejé que los gusanos que tenía el pájaro muerto dentro de su cuerpo
salieron a la superficie, se arrastraran por la frazada, por cada rincón del sillón, mientras le
cortaba la cabeza al otro pájaro y volvía a sentir como las tripas hacían ruido de lo hambrienta
que me sentía. Comencé a comer a ambos pájaros. No esperé a terminar con uno sino que me
metía cada parte de sus cuerpos adentro de mi boca de manera alternada. Los quería adentro mío
sangrando sobre mi lengua. Necesitaba alimentarme. Recuperar fuerzas.

Pero por alguna razón quise buscar mi campera. La campera que tenía puesta la última vez que
estuve con él. La última noche que entré al departamento y no volví a salir. Había dejado la
campera y el bolso apoyadas sobre el respaldo de una silla. Me arrastré hasta el living con un
dolor de cabeza que no me permitía ver con claridad. Todo daba vueltas. Aun así y, como si de un
acto de supervivencia se tratase, metí las manos en los bolsillos y encontré dos pájaros muertos.
No estaba pensando. No me pregunté ni me pregunto qué era lo que estaban haciendo ahí. No
tengo recuerdos definidos desde que salí de la casa de mi ex novio, de modo que cualquier cosa
pudo ocurrir. Tal vez maté unos pájaros y los puse en el bolsillo de mi campera. ¿Por qué lo hice?
Ya no me importaba . Sólo quería volver a acostarme en el sillón y descansar mi cabeza hinchada
por el golpe. Hice un último esfuerzo por levantarme, ésta vez para poder llevar los dos pájaros
en mis manos y acostarme. Una vez que logré hacerlo apoyé mi cabeza sobre uno de los
almohadones y me tapé con la frazada. Olía a vómito pero eso tampoco me producía fastidio. Los
pájaros estaban apoyados sobre uno de los respaldos del sillón. Primero tomé uno de ellos y lo
puse sobre mi vientre, y luego observé al otro. Tenía los ojos abiertos y estaba lleno de sangre.
Herido, lastimado como yo lo estaba. Por alguna razón aquello me hizo reír. Reí con maldad. Me
sentía aliviada al saber que algo muerto estaba sobre mis manos y que tal vez había sido yo quien
los había matado. Le corté la cabeza . Pude oír como crujía entre mis dedos y luego la arrojé lejos
riéndome. El crujido, por alguna razón abrió mi apetito. Comencé a sentir hambre después de días
de no sentir más que dolor. Dejé que los gusanos que tenía el pájaro muerto dentro de su cuerpo
salieron a la superficie, se arrastraran por la frazada, por cada rincón del sillón, mientras le
cortaba la cabeza al otro pájaro y volvía a sentir como las tripas hacían ruido de lo hambrienta
que me sentía. Comencé a comer a ambos pájaros. No esperé a terminar con uno sino que me
metía cada parte de sus cuerpos adentro de mi boca de manera alternada. Los quería adentro mío
sangrando sobre mi lengua. Necesitaba alimentarme. Recuperar fuerzas.

CAPÍTULO 8

***

Me quedé dormida hasta que escuché que alguien tocaba la puerta del departamento. Esa puerta
que no puedo abrir. La puerta sin llaves. Las llaves que he perdido en mi propia casa y que no
encuentro. Por un momento pensé que había recuperado la audición, fue por eso que grité para
verificar si podía escuchar mi voz, pero el eco de la respiración golpeando de manera vertiginosa
sobre los tímpanos no me permitieron oír nada. Todo me era confuso: ¿cómo era posible que haya
podido escuchar el timbre, la voz de mi novio y los golpes en la puerta?.
Sabía que podía pedir ayuda a quien fuera que estuviera detrás de esa puerta, pero temía que fuera
mi novio queriendo herirme otra vez ,vaya a saber por qué. De todas formas me acerqué, mientras
dejaba parte de los pájaros ensangrentados en la mesa del living. Tenía más fuerzas, haberme
alimentado había aumentado mi energía, lo noté porque no me costaba tanto arrastrarme hacia
allí. Mis rodillas, las manos y todo mi cuerpo sentía menos dolor que días anteriores. Al
acercarme dije: " no puedo salir he perdido las llaves ¿podría llamar a alguien?". Pero no pude
escuchar más nada. Me quede sentada esperando por una respuesta pero nada sucedió. Golpeé
con los puños de mis manos varias veces pero no podía escuchar nada. Y el llanto me envolvió
otra vez en un estado de desesperación que no me permitió pensar en una solución. Por un
momento creí que no había salida. El celular no tenía señal, el departamento estaba cubierto de
vómitos, vidrios y sangre por todos lados y sin luz era muy difícil buscar las llaves, podían estar
en cualquier lugar. La cabeza aún me dolía y me costaba ver con claridad a través de la poca luz
que se filtraba por las ventanas y rendijas del departamento.

Habrán pasado algunas horas porque estuve dormitando con la cabeza apoyada en la puerta
sintiendo como el moretón de la frente me latía y producían un temblor alrededor de mi
mandíbula. Debía de ser el atardecer porque podía verse una luz mas tenue, amarillenta cayendo
sobre los azulejos de las paredes. Quise levantarme de allí para ir hasta el baño y al hacerlo me
sentí un cosquilleo recorrer mis piernas. Apoyé mi cuerpo contra la pared unos instantes y traté de
caminar hasta el baño. La vagina aun me ardía y estaba demasiado atolondrada como para
esquivar los pedazos de vidrios que yacían sobre el suelo ya siendo parte del departamento, de mi
vida, de las horas que transcurrían sin sentido pero con unas profundas ganas de destruirlo todo.
Acabar con el dolor, el cansancio, las horas de sueño y vigilia que se acomodaban de manera
alternada para alejarme cada vez más de la poca cordura que me quedaba para matar éste ser que
estaba creciendo dentro de mi cuerpo.

Caminé lentamente. Sentí como cada pedazo de vidrio se incrustaba sobre las plantas de mis pies.
Pero aún así seguí caminando. Tenía que llegar al baño. Necesitaba ver mi rostro en el espejo.
Quizá la poca luz que atravesaba por la ventana me dejaría ver aquellos ojos ahuecados,
sosteniendo mis párpados pesados de llanto que ya había olvidado. Porque no recordaba cómo era
mi cara. Había intentado recordar, traer algún recuerdo y despedazarlo hasta encontrar mi rostro
pero cada vez que me acercaba la respiración se aceleraba y una oscuridad más intensa que la
oscuridad de la madrugada cubría por completo mi mente.

Al llegar al baño casi resbalo con la sangre de mis pies y los azulejos del suelo. Me sostuve sobre
el lavabo y vi mis manos cubiertas de sangre. La sangre de los pájaros que había estado comiendo
la noche anterior. Estuve unos segundos evitando verme en el espejo. Hacía días que no me
bañaba y mi boca de seguro estaba cubierta de sangre. Pero necesitaba ver el golpe que tenía en la
frente. Levanté mi cabeza a la altura del espejo apretando con fuerzas los ojos y al abrirlos no
podía encontrarme en el rostro que estaba viendo pero tampoco recordaba como eran mis rasgos,
el color de mis ojos, mi pelo, la piel. Tenía la boca y los dientes sucios por la sangre. En la frente
un enorme bulto de color violeta. La retina se nublaba cada vez que intentaba focalizar la vista en
el espejo. No podía ver el color de mis ojos.

***

Estuve intentando acercarme al espejo pero cuanto más cerca estaba más intención tenía que
poner en agudizar la vista y menos podía ver. Me distancié unos pasos para corroborar si tal vez
era la luz lo que me hacía daño, pero al hacerlo choqué contra la pared se y cayó la pequeña
ventana por donde se filtraba la luz. Las cortinas de la ducha se movían con intensidad pero yo no
podía escuchar otra cosa que mi respiración. Al parecer una fuerte tempestad acechaba aquel
atardecer negro en donde todo se había vuelto más espantoso. Fue en ese momento donde sentí
como mis pies palpitaban sobre los cortes que se hacían más profundos con cada movimiento. Me
senté unos instantes sobre el bidet que estaba justo debajo de la ventana que colgaba de unas
cadenas finas que la sostenían a pesar del viento que la hacía tambalear de a momentos. Saqué
con mis manos cada vidrio que tenía clavado en la planta de los pies y los tiré en el inodoro.
Luego me metí en la ducha para limpiar la sangre de mi cuerpo .Necesitaba que mi cabeza dejase
de dar vueltas sobre ese mareo que aturdía mi capacidad de mantenerme en pie. No lo pensé
mucho, sólo por instinto fue que me metí en la ducha y abrí la canilla. El frío azotaba mi cuerpo .
Las cortinas se movían al compás de un viento que me era imposible de escuchar. Sólo sabía que
estaba ahí porque el roce de mi piel se estremecía con cada aleteo que oscilaba sobre la ventana
del baño, mis pies lastimados queriendo desfallecer, y mi cabeza aturdida por el dolor del golpe.
Por un momento creí desmayarme. La canilla escupía chorros de agua helada. Estuve unos
minutos esperando a que cayera con fuerza mientras me arropaba con la cortina de la ducha para
evitar que el viento me hiciera trastabillar. La lluvia de agua salió con potencia hasta el punto en
que dolía sobre cada marca y herida que tenía en el cuerpo, fue por esa razón que cerré la canilla
y me saqué la ropa dejándola apoyada sobre el bidet mientras intentaba secarme con la cortina del
baño. Estaba aún empapada cuando me subí al bidet para asomarme sobre la ventana . El
departamento estaba en un décimo piso, no había forma de poder salir con vida si intentaba
escapar por esa ventana. Me quedé observando una porción de cielo que sólo podía ver a través
del techo imponente del departamento de en frente. Fue entonces cuando lo vi: un gato gris con
manchas blancas se asomaba desde el tejado. Recordé el resto de pájaros que había dejado sobre
la mesa del living. De manera cautelosa lo observé agachando mi cabeza para evitar que cualquier
movimiento o ruido lo asustara. Necesitaba alimentarme. Por alguna razón al ver a aquél animal
volví a sentir como las tripas se retorcían. Me sostuve de la ventana con una mano, extrañamente
puse la otra sobre mi pubis y sentí como se movía el ser que llevo dentro. Caí en la cuenta de que
si seguía alimentándome estaba dándole más vida a aquel feto que debía morir. Pero sabía que
tenía poco tiempo para salir de ese departamento y hacerme un aborto. De modo que que dejé que
mis tripas decidieran por mí. Siempre supe que debía hacerle caso a mi cuerpo. Dí media vuelta
para poder bajarme del bidet sin perder de vista al gato que parecía inmóvil observando la
ventana de mi baño. Y en ese exacto momento en donde ambos estábamos parados sobre una
misma línea alumbrados por la luz de la luna, el viento sopló e hizo que la ventana se meciera
sobre las finas cadenas que la sostenían. El gato se movió unos milímetro agachando la cabeza
mientras yo me deslizaba de manera muy lenta para ir en busca de los pájaros muertos. La
ventana se balanceó esta vez con más fuerza y el reflejo alumbró por completo mi cuerpo que
estaba de costado al espejo . Fue entonces cuando una gran panza asomó sobre el destello de una
imagen que era nítida y real. Pude verme parada sobre el bidet con una gran panza de
embarazada. Me arrodillé con desesperación y toqué con fuerza aquél vientre duro que se
manifestaba ante mí como un hallazgo que mi mente, y cada uno de mis sentidos habían estado
intentando evitar. Caí de rodillas contra el suelo y la ira se apoderó de mi . Nunca antes me había
sentido tan salvajemente enojada. Al caer recordé la última cena que habíamos tenido con mi ex
novio. Recordé el miedo intenso que sentí aquella noche en la cual le iba a confesar que estaba
embarazada de tres meses y que había estado ocultándose porque tenía miedo de que reaccionase
de mala manera. Sabía que tenía razones para estar enojado, pero yo quería quedarme con ese
bebé, esa construcción que había sido producto de un amor que habíamos engendrado, más allá
de su insistencia en decirme que " entre nosotros no hubo nunca amor". Pero no pude seguir
recordando más. La ira y el impulso intenso que sentía por alimentarme eran demasiado fuerte.
Un rayo había atravesado mi mente y detuvo cada uno de mis pensamientos. Miré hacia arriba y
pude ver como el gato volvía a agachar la cabeza como si quisiera de esa manera observarme. Me
arrastré hasta que llegué al pasillo y una vez allí corrí en busca de los pájaros muertos o lo poco
que quedaba de ellos. Estaban llenos de sangre. " Cuanta más sangre mejor" repetí varias veces
susurrando aunque tampoco pude escuchar mi voz en esos susurros. Volví a arrodillarme cuando
entré al baño y pude ver la sombra del gato asomándose por mi ventana. De alguna manera había
saltado hasta allí. Alcé mis brazos abriendo mis manos y dejando al descubierto los pájaros
muertos. Como animal salvaje se quedó unos instantes inmóvil calculando cada movimiento. Yo
hice lo mismo hasta que él arrimó su cabeza lo suficiente como para dejar que deslizara rápido
una de mis manos y lo agarrase desde el cuello inmovilizándolo por completo. Los pájaros se
habían caído sobre el bidet junto a mi ropa mojada. Recordé que estaba desnuda. Recordé que
estaba hambrienta. En un movimiento que duró menos de unos segundos cerré con fuerza la
ventana. El gato maullaba y se retorcía en un intento por salvar su vida. Estiré mi brazo para que
sus garras no pudieran alcanzarme. Lo llevé hasta la cocina lo más rápido que pude. El luchaba
cada vez con más fuerza por sobrevivir, pero yo también estaba intentando sobrevivir. De modo
que desde el instinto de supervivencia que yacía dormido en mis entrañas seguí sosteniendo con
fuerzas al gato con una de mis manos mientras que con la otra abrí el cajón de la alacena y saqué
un cuchillo. Apreté con fuerza los dientes. Sostuve con más fuerza al gato desde el cuello. Podía
sentir como sus vértebras crujían sobre mis dedos. El animal intentaba moverse, intentaba salvar
su vida. Apreté con más potencia hasta que logré abarcar con mis manos parte de su garganta.
Necesitaba asfixiarlo para que dejase de moverse. Su boca cedió . Fue en ese hermoso momento
de salvajismo en el que mi mano se abrió y sosteniéndolo desde el pulgar y el índice liberé su
cuello. Con la otra mano sostuve con más tenacidad el cuchillo y dejé que con un movimiento
firme éste atravesara su cuello. Parte de su cuerpo quedó colgando.

CAPÍTULO 9
***

Sangre. Sangre chorreando por su cuerpo aún tibio. El pelaje de color blanco cubierto de un rojo
intenso. Recordé el gusto a sangre entre mis dientes. El gusto de la sangre sobre mis papilas
gustativas. La sangre y su sabor metálico, ácido. Un amargo que mi ser podía resistir e incluso
aceptar como único intento de sentir placer durante estas largas madrugadas de oscuridad. Sí, las
tripas me crujían y la boca se llenaba de saliva, un deseo de hambre salvaje que nacía desde el
lugar más remoto de mi humanidad. Mi vientre hinchado latiendo con vehemencia. Porque mi
corazón se había roto y una parte de él estaba siendo acunado sobre las diminutas manos de aquel
feto,creciendo sobre ese florecer sangriento. Alimentándose de la naturaleza muerta a través de
mi necesidad mas arcaica de supervivencia. Porque estaba erguida sobre unos pies que sangraban
ira. La ira me había devorado como un bosque en plena la oscuridad de la noche, despertando
aquella parte de los sentidos que duermen sobre la estructura refinada de los cánones sociales. La
ira: sobrecarga eléctrica de luz que encandila.

A pesar del hambre que sentía tuve la urgencia de beberme su sangre. Lo apoyé sobre la mesada
de la cocina y dejé que se escurriese la sangre de su cuello sobre una plato hondo. Al apoyar su
cabeza sobre el plato observé que sus ojos permanecían abiertos. Me arrimé y no vi mi reflejo en
esos ojos de animal muerto. Dejé el cuchillo sobre la mesa y busqué una cuchara pequeña para
sacar aquellos ojos que pedían a gritos ser amputados de ese cuerpo que carecía de alma. Lo hice
porque sentí una profunda tristeza al ver como su alma se había evaporado entre mis manos. Mis
manos salpicadas de sangre ahora estaban sedientas por arrancar esos ojos y llevarlos conmigo.
Pensé que de esa forma me apoderaría de su alma, redimiéndome ante ese ser, ante ese animal
salvaje por beber su sangre y alimentarme de su cuerpo. Fue difícil hacerlo,tuve que abrir la
cavidad que mantenían el ojo y tajar las extremidades teniendo, entonces, la apertura suficiente
para sujetarlo y cortar los nervios que sostenía la córnea. Al hacerlo salpicó sangre sobre mi
rostro. Aquello me produjo una ataque de risa del cual yo misma me asombraba. Aún así no podía
escuchar mi risa pero por alguna razón no dejaba de hacerlo. Hacía tiempo que no sonreía, reír
me resultaba aún más extraño. Cuando logré tener ambos ojos sobre mis manos observé como la
luz de la luna traspasaba la ventana de la cocina y nos alumbraba a ambos. Pude sentir como su
alma estaba sobre mis manos descansando de la vida. Suspiré con alivio. Luego un sueño intenso
me dejó tendida sobre el sillón. Apoyé aquellos ojos sobre mi pubis apretando con la fuerza de
mis manos. Aquél feto se nutriría del alma de un gato salvaje. Porque ese sería mi único alimento
para recobrar la energía hasta que pudiera tener la vitalidad suficiente para buscar las llaves del
departamento y terminar por completo con su existencia. Existencia que sólo le permití hasta que
la agresividad invadió mi cuerpo por completo. La ira de la cual yo me había nutrido
obligadamente, sorprendida por la desmesura de los gritos y la circunstancia violenta a la que me
expuso el hombre que había engendrado éste ser que llevo dentro. Ex novio, ex amigo de
encuentros de sexo casual. Hombre con frases hechas : " no hubo amor entre nosotros". Hombre
de naturaleza felina. Gato salvaje que desconocía de su naturaleza feroz hasta el día en que supo
que sería padre.
***

Mi sueño fue liviano, en todo momento no dejé de sentir la respiración envolviendo mis oídos, el
latido de mi corazón herido meciéndose sobre las entrañas envolviendo a ese feto que crecía
acunándose sobre unos ojos muertos donde yacía el alma negra de quien lo había fecundado. Esos
ojos que lo contemplaban con la poca dulzura que se podía escurrir de la sangre que aún
chorreaba sobre su resbaladiza estructura y mis dedos que los sujetaban con insistencia.

CAPÍTULO 10
***
El cansancio me venció por completo. El sueño liviano se transformó rápidamente en un
profundo acontecer que duraría días. Días de un cansancio vivo, activo, sumergiéndose en
mi alma extenuada. Aun conservaba el hambre voráz que carcomía mi mente y se
expresaba sobre mi cuerpo incendiando cada rincón y haciendo de éste un abismo sobre
el cual naufragaba sin poder salir. Estaba enredada entre el dolor con una astucia tan
precoz y ambiguamente inocente que despertar de todo eso había sido aún peor que el
proceso durante el cual había estado inquieta llorando súplicas para desistir de todo. El
frío ya no tenia acceso sobre mi piel y el calor era una sensación que había olvidado. Dejé
toda la templanza en manos de mi novio, mi amante, el amigo de sexo casual o como más
apropiado se pueda definir ahora que todo terminó. Porque durante los últimos dos meses
de relación había construido un callo sobre las puntas de mis dedos. Podía rezar de
manera incesante sobre cada plegaria y sentir la aspereza de los callos unidos, mis dedos
estirados, las manos en posición de oración. Hubiera estado horas rezando por cada ser
que había amado y ya no estaba en mi vida. Podía, incluso, rezar por seres a los que
nunca había visto. Podía hacerlo de manera altruista y desinteresada en pos del bien
universal. Estaba entregada a concentrarme en mi paz interna. Tal vez porque sabía que
era eso lo que éste embarazo necesitaba en ese momento. Estaba concentrada en
adormecer toda la negatividad y llorar lágrimas de un intenso miedo a lo que
intuitivamente visualizaba que iba a ocurrir. Estaba preparando mi camino hacia una
reivindicación de la inteligencia adormecida. Había estado construyendo amor propio,
confianza y paciencia hacia mi entorno de una manera en la cual nunca lo había hecho.
Me había preparado para la peor de las tormentas sabiendo que habría siempre un
equilibrio interno sobre el cual permanecer si fuese necesario. Compartiría mi amor con
aquél hombre que me había dejado claro que " no éramos más que amigos y que le era
imposible amarme". No me había hecho ilusiones, estaba alerta a la propia interpretación
de la realidad y dejándome llevar por la intuición como nunca antes lo había considerado
había permanecido sobre ese amor, dejé que éste me invadiese hasta llegar a mis entrañas,
sin rencor, sin deudas emocionales. La invasión ya no era un lugar donde mecerse sobre
lágrimas que denotasen la ausencia de estima propia. Ésta vez el amor era cálido y
flexible frente a las interpretaciones peyorativa que a veces suelen desprenderse de esa
palabra: " invasión". Me dejé anidar y dejé que la ausencia de sangre no me asustara
cuando descubrí que estaba embarazada. Recuerdo en medio de éste cansancio mental y
físico el día exacto en el que supe que algo estaba creciendo dentro mío. Recuerdo, ahora,
y sobre éstas palabras que se archivan de forma enérgica e imparable en mi mente para
luego poder ser escritas en mi celular apagado, silencioso, sin señal distante ante
cualquier tipo de contacto con el exterior.
Estaba en el baño de un shopping. Había ido a una farmacia previamente. Tenía la prueba
de embarazo. El atraso ya contaba las dos semanas justo ese día en el que decidí revelar
la verdad sobre éste amor propio y compartido con el mundo de esos ojos que me
contemplaban, a veces, con dulzura. Esos ojos sobre los que he dejado imágenes de
desnudez mental y física sin reparos, sin pruritos, atolondrada sobre sentimentalismos
que no aportarían nunca nada positivo a la construcción de " nuestro" amor. Hoy deseo
que hubiera conocido mi verdadera inteligencia, la calma que existe en mi, el ingenio que
se esconde tras ésta suspicacia. Pero ya es tarde. Ni siquiera estoy realmente en ese
estado. Estoy lejos de mi misma. Lejos de esa mujer que estaba sentada en un baño
atestado de mujeres que aguardaban por su turno mientras yo esperaba saber si estaba o
no embarazada.
Los dos minutos más eternos que me ha tocado vivir. ¿Debía contárselo? El lugar donde
me encontraba estaba cerca de su casa. Cuando descubrí que estaba embarazada un
impulso que aún desconozco de dónde provino me llevó corriendo hacia la puerta de su
edificio. Recuerdo que quise llamarlo y decirle que pensaba esperarlo hasta que saliera de
trabajar . Fue justo en ese instante en donde me sentí ajena. Alguien más había tomado mi
cuerpo, había retorcido mi mente y distorsionado mis sentidos. ¿Cómo era posible amar a
alguien de esa manera? ¿Cómo era posible amar a alguien que sabía que no me amaba?
Pero aún así recuerdo llegar hasta la puerta y apresurar mis pasos a tal punto que los pies
comenzaron a dolerme. Caminé varias cuadras en dirección al sol, buscando el horizonte
o algún lugar donde pudiera volver a estar alejada de todo lo que en ese momento me
lastimaba. Caminé hasta quedarme sin aliento. Me senté en el cordón de una vereda
desolada, oscura y sostuve mi cabeza entre las piernas hasta sentir una presión punzante
en la sien. Recuerdo que cuando salí de ese letargo ya era de noche. ¿Cuánto tiempo
había pasado desde que me había sentado en esa vereda? ¿ Qué era lo que estaba
esperando? .
Busqué una avenida y tomé el primer taxi que encontré. Fue la primera vez que sentí
ganas de no estar en ningún lugar. No encontraba un sitio en dónde poner aquello que
estaba sintiendo, aquello que había silenciado y lo que aún me quedaba por callar. Subí
corriendo por las escaleras de mi edificio y creo haber cruzado a alguien pero el mareo
que sentía era demasiado intenso y me costaba abrir los ojos. Los párpados caían sin que
pudiera controlarlo. Tumbé mi cuerpo lleno de ese sentimiento embarazoso que sostenía
con dulzura queriendo huir lo más lejos posible de la sensación de humillación. No quería
sentirme lastimosa o pensar en una forma de rechazo que no estaba sintiendo y que no era
lo que me ocurría. Sabía que iba a poder solucionarlo, tenía esperanzas. Para ese entonces
recuerdo haberlas tenido. Abracé mi vientre y me quede intentando esbozar una sonrisa
sobre mi rostro para atraer todo lo que sabía que existía: el amor. Por alguna extraña
razón el celular sonó. Era él. " Quería saber cómo estabas. No sé porqué. No suelo
llamarte a esta hora, disculparme si te interrumpo." Recuerdo que aquél llamado fue
extraño, incluso para mí que esperaba ese tipo de demostración de afecto de su parte.
Teníamos una relación distante a través de ciertos medios aunque toda esa distancia se
esfumase de manera incontrolable para ambos cada vez que estábamos juntos, cara a
cara, reconociéndonos a través de nuestras miradas.
Le dije que estaba bien, que no tenía muchas novedades. Le pregunté por su trabajo,
cómo era que estaban yendo sus cosas. Recuerdo que aquél fue el comienzo del gran final
o el final del gran comienzo. Aún no sé cómo definirlo pero sé que hubo un cambio de
perspectiva. Podía sentir mi estómago ahuecarse con cada mentira que nos decíamos: él
mostrando preocupación, tal vez, desde la culpa que sentía por haber dejado que todo se
le haya ido de las manos y engendrar en mí una confusión en forma de esperanza que yo ,
con mi ingenio, intentaba no prestar atención. Ese día descubrí que los sentimientos se
construyen de a dos pero que pueden crecer en uno sin que tengamos el control de
apaciguarlos o extinguirlos. Porque nos alimentábamos de una mesura sigilosa,
incómoda, dirigida por una inteligencia que resultaba obsoleta para ser mecánicamente
asentada. Había una necesidad constante por detener los sentimientos, bajarle el volumen
a los sentidos, adormecer la naturaleza esencial de lo que en verdad se manifiesta de
forma intensa. Habíamos atravesado el enamoramiento químico como dos seres reales, y
lentamente él se fue alejando y yo me enamoré. Me convertí en un ser aún más real, más
coherente pero dolorosamente sola sobre el crecimiento de un amor que no era
correspondido.
Recuerdo que fue ese día él que me dijo de encontrarnos para cenar y yo le conté que me
sentía descompuesta, que no tenía muchas ganas de moverme de la cama. Recuerdo
sonreír por su milimétrica manera de hacer las cosas que en ese llamado había dejado de
hacer. Y fue entonces cuando sentí que todo el miedo que había sentido ese día ya no era
tan grave. Mi miedo no era tan urgente. Entendí que el miedo había sido, también, de
alguien más... Alguien que estaba del otro lado del teléfono hablando de manera
espontánea como si supiera de forma intuitiva que ya no había manera de detener, de
bajar el volumen, de adormecer la naturaleza esencial de mi amor, de mi forma de
expresar lo que siento. El miedo que él siempre le había tenido a mis emociones y mi
necesidad por intentar no ser yo misma nos había encerrado en un clima templado, tan
templado que cualquier variación era imperceptible, mientras sus palabras adornaban
cada encuentro y mis oídos sordos ante cualquier artificio hecho frase se hacía cada vez
más peligroso.
Estaba embarazada. Esa era la verdad, pese al desconcierto que eso podía producirme
frente a todo lo que yo misma quería ser y reivindicaba. Mientras él seguía repitiendo la
misma frase, de cuando en cuando, fuera de la cama, fuera del contacto físico, lejos de la
necesidad de tener a alguien como yo en su vida: " no hubo amor entre nosotros, sólo
somos amigos y lamento no haberme podido enamorar de vos. "
Continué con el embarazo porque sabía que nadie podía detener o impedir que éste amor
creciera, porque no era el tipo de persona que iría con reclamos de manera constante.
Sabía estar sola, tenía la certeza de saber que había nacido sola del vientre de alguien y
producto del amor. Sabía que, incluso, llena de amor a mi alrededor, algún día también
moriría sola. No necesitaba exigirle amor a alguien que se disculpaba por no poder
amarme. Aquellas disculpas despertaban mi lado más honesto y sólo tenía ganas de
abrazarlo hasta quedarme sin aliento. Continué con el embarazo porque sabía que no
había necesidad de correr hacia ningún lado, tarde o temprano ese ser iba a crecer. Tarde
o temprano el amor iba a " ser" desde su lugar más transparente y existencial, y me
resultaba ridículo utilizar todas las palabras a las que le temía para armar una frase que
comunicase el estado de mi corazón que estaba habitando sobre mi bajo vientre . Pensé
en desparecer y no decir nada, pero no soy ese tipo de persona. Se lo comunicaría sin
pedir nada a cambio, sólo por si acaso. Pero ya no había esperanzas.

CAPÍTULO 11
***
Me arrastré sobre las rodillas hasta la cocina arrastrando, también, el miedo penetrante
con cada paso que intentaba dar con mis manos heridas. Trepé sobre la pared para poder
mantenerme en pie y caminé despacito hasta la alacena en busca de un vaso en el cual
guardé los ojos muertos del animal. Sabía que su alma podía descansar en paz, ya había
visto todo lo que tenía que ver sobre la verdad de la esencia de ese amor que estaba
creciendo en mi útero. Ya tenía el permiso para devorar aquél animal y alimentar mi
cuerpo de la energía que me faltaba para recuperar fuerzas y lograr salir del
departamento. no exitía el tiempo sobre la agonía de una luz que encandilaba. Ahora la
oscuridad es la envoltura sobre la que descanso de la cobardía del mundo, de los ojos del
felino que estaba sosteniendo en mis manos y que son tan parecidos a los de quien me
enamoré. Ahora el espacio era un constante sin sabor de días que transcurrían
acumulando más sangre, más bilis, más vómitos, mientras mis sentidos se iban apagando
uno a uno. Desperté con miedo a dejar de poder ver, observar lo que había a mi alrededor.
Desperté con miedo de no tener más oportunidad que ese día para encontrar la llave del
departamento. El hecho de sólo pensarlo me paralizó por unos segundos. La angustia de
aquél recuerdo llenaba de agua mi pecho y sentía como mi respiración se ahogaba por
momentos. La desesperación por pensar que tenía poco tiempo para buscar las llaves me
aterrizó.
Abrí el congelador y puse los ojos del gato para conservarlos. Su cuerpo muerto estaba
escurriéndose sobre la mesada de la cocina. Su sangre derramándose sobre el plato hondo
metálico, destiñéndose con el color rojo intenso de la sangre. Sentí como mis encías
gritaban desquiciadas de ardor. Mis encías cortadas por los vidrios que había puesto en
mi cepillo dental. Esta vez no bebería mi sangre. Esta vez no necesitaba lastimarme para
poder beber la sangre que mi cuerpo precisaba con urgencia. Porque era imprescindible
tener vitalidad, recuperar mis sentidos para salir de allí.rar salir del departamento.
Escurrí su cuello con las manos. El plato estaba colmado de sangre. Distancié la cabeza
del felino a unos centímetros de su cuerpo. Luego caminé hasta el living y dejé el plato
sobre la mesa. Mis pies comenzaron a arder luego de haber pisado los vidrios rotos que
estaban desparramados por todo el departamento. Me detuve en la puerta de la cocina
sosteniéndome desde la bisagra para sacarme las astillas de las plantas de los pies. Sentí
un mareo intenso que duró más de lo acostumbrado, luego vomité sangre y el estómago
se revolvió vaciándome por completo. Respiré profundo oyendo como el silbido de mi
pecho se ahuecaba cada vez que intentaba llenar mis pulmones con un poco más de aire.
Cerré mis ojos y comencé a sentirme famélica. Hice un esfuerzo más por llegar hasta la
mesada de la cocina. Eran unos cinco o seis pasos que me distanciaban desde donde me
encontraba. Me sentía débil, sedienta, famélica. Pensé con fuerza en la imagen de mi
novio, sus dulces ojos color marrón oscuro, la intensidad de las frases con las que me
hablaba en cada mirada. Di el primer paso y sostuve su imagen unos instantes más hasta
que logré llegar. Mis dedos acariciaron el pelaje rugoso adherido a la piel ensangrentada
del animal. Observé su cabeza, el orificio ahuecado que solía sostener su alma en
aquellos ojos que me pertenecían. Agarré el cuchillo que había quedado a un costado
esperando ansioso sobre la mesada. El arma con el cual le había quitado la vida a aquél
felino, testigo de mi desnudez que aún permanecía intacta sobre esos días en los que el
frío ya no lastimaba mi piel. Porque desde que había matado a ese ser el frío hiriente se
había desvelado sobre la luz de los días donde mi alma ya no se desesperaba por la
exigencia que significaba vivir. Estaba sobreviviendo a oscuras y con la debilidad de mis
heridas expuestas a volver a abrirse sobre los vidrios esparcidos en cada suelo de cada
habitación de mi departamento. No había mucho más por hacerse, es por eso que
mientras sostenía la imagen de mi ex novio con su mirada profunda color marrón oscuro,
apreté mis dientes y corté el hilo de carne que sostenía la cabeza de aquél gato. Ésta rodó
hasta caerse sobre la pileta de la mesada. Unas cuantas gotas de agua de la canilla
cayeron sobre el orificio ahuecado de sus ojos. Fui en busca de su cabeza para cortar un
pedazo de su lengua. Me la tragué casi sin masticar y sentí de inmediato cómo mi cuerpo
volvía a la vida. Una sonrisa que no pude detener asomó sobre lo que parecía una mueca
de alivio. Fue entonces que sonó el portero. Mis ojos se abrieron tanto que la comisura se
sentía demasiado tirante, la mirada en un punto fijo: la cabeza del felino. No sé cómo fue
que llegué hasta donde estaba el portero y agarré el tubo del portero. No pude oír mi voz
pero intenté pedir ayuda,. Un silencio que duró lo suficiente para que mi corazón
comenzara a desesperarse se apoderó de la situación, seguidamente la voz de mi ex novio
otra vez repitiendo: " no hubo amor entre nosotros, nunca fuimos pareja, deberías dejar
de decirlo, deberías dejar de pensarlo". Mi respiración se hacía cada vez más ligera, por
un momento creí que me quedaría sin oxígeno. Cerré los ojos para intentar calmarme
pero su voz nuevamente apareció oyéndose con más potencia: " Tengo las llaves de tu
casa, quería devolvértelas, no contestás el celular, estoy preocupado." Al escuchar aquello
mi corazón volvió a latir, ésta vez con más fuerza. Grité pidiendo ayuda hasta dejar de
escuchar el eco que solía hacer el portero. Dejé de escuchar su voz. Estaba tan
desesperada por gritar que ni siquiera podía moverme. Abrí los ojos con miedo y lo
primero que vi fueron mis pies cubiertos de sangre. Giré la cabeza y vi el foco de luz
prendido. Las luces del departamento se habían encendido como por arte de magia, y
entonces caí sobre el suelo, mi cabeza provocó un estampido, aquello fue lo último que
recuerdo de esa madrugada.
Escurrí su cuello con las manos. El plato estaba colmado de sangre. Distancié la cabeza
del felino a unos centímetros de su cuerpo. Luego caminé hasta el living y dejé el plato
sobre la mesa. Mis pies comenzaron a arder luego de haber pisado los vidrios rotos que
estaban desparramados por todo el departamento. Me detuve en la puerta de la cocina
sosteniéndome desde la bisagra para sacarme las astillas de las plantas de los pies. Sentí
un mareo intenso que duró más de lo acostumbrado, luego vomité sangre y el estómago
se revolvió vaciándome por completo. Respiré profundo oyendo como el silbido de mi
pecho se ahuecaba cada vez que intentaba llenar mis pulmones con un poco más de aire.
Cerré mis ojos y comencé a sentirme famélica. Hice un esfuerzo más por llegar hasta la
mesada de la cocina. Eran unos cinco o seis pasos que me distanciaban desde donde me
encontraba. Me sentía débil, sedienta, famélica. Pensé con fuerza en la imagen de mi
novio, sus dulces ojos color marrón oscuro, la intensidad de las frases con las que me
hablaba en cada mirada. Di el primer paso y sostuve su imagen unos instantes más hasta
que logré llegar. Mis dedos acariciaron el pelaje rugoso adherido a la piel ensangrentada
del animal. Observé su cabeza, el orificio ahuecado que solía sostener su alma en
aquellos ojos que me pertenecían. Agarré el cuchillo que había quedado a un costado
esperando ansioso sobre la mesada. El arma con el cual le había quitado la vida a aquél
felino, testigo de mi desnudez que aún permanecía intacta sobre esos días en los que el
frío ya no lastimaba mi piel. Porque desde que había matado a ese ser el frío hiriente se
había desvelado sobre la luz de los días donde mi alma ya no se desesperaba por la
exigencia que significaba vivir. Estaba sobreviviendo a oscuras y con la debilidad de mis
heridas expuestas a volver a abrirse sobre los vidrios esparcidos en cada suelo de cada
habitación de mi departamento. No había mucho más por hacerse, es por eso que
mientras sostenía la imagen de mi ex novio con su mirada profunda color marrón oscuro,
apreté mis dientes y corté el hilo de carne que sostenía la cabeza de aquél gato. Ésta rodó
hasta caerse sobre la pileta de la mesada. Unas cuantas gotas de agua de la canilla
cayeron sobre el orificio ahuecado de sus ojos. Fui en busca de su cabeza para cortar un
pedazo de su lengua. Me la tragué casi sin masticar y sentí de inmediato cómo mi cuerpo
volvía a la vida. Una sonrísa que no pude detener asomó sobre lo que parecía una mueca
de alivio. Fue entonces que sonó el portero. Mis ojos se abrieron tanto que la comisura se
sentía demasiado tirante, la mirada en un punto fijo: la cabeza del felino. No sé cómo fue
que llegué hasta donde estaba el portero y agarré el tubo del portero. No pude oír mi voz
pero intenté pedir ayuda,. Un silencio que duró lo suficiente para que mi corazón
comenzara a desesperarse se apoderó de la situación, seguidamente la voz de mi ex novio
otra vez repitiendo: " no hubo amor entre nosotros, nunca fuimos pareja, deberías dejar
de decirlo, deberías dejar de pensarlo". Mi respiración se hacía cada vez más ligera, por
un momento creí que me quedaría sin oxígeno. Cerré los ojos para intentar calmarme
pero su voz nuevamente apareció oyéndose con más potencia: " Tengo las llaves de tu
casa, quería devolvértelas,no contestás el celular, estoy preocupado." Al escuchar aquello
mi corazón volvió a latir, ésta vez con más fuerza. Grité pidiendo ayuda hasta dejar de
escuchar el eco que solía hacer el portero. Dejé de escuchar su voz. Estaba tan
desesperada por gritar que ni siquiera podía moverme. Abrí los ojos con miedo y lo
primero que vi fueron mis pies cubiertos de sangre. Giré la cabeza y vi el foco de luz
prendido. Las luces del departamento se habían encendido como por arte de magia, y
entonces caí sobre el suelo, mi cabeza provocó un estampido, aquello fue lo último que
recuerdo de esa madrugada.
Los recuerdos se detuvieron mientras reposaba mi cuerpo sobre el sillón. Tenía los dedos
tensos de sostener aquél alma corporizada en esos ojos muertos de animal. Me sentía
hambrienta y colmada de una profunda tristeza luego de haber estado rememorando la
primera vez que descubrí el embarazo. Había perdido noción del tiempo desde la última
vez que había estado en casa de mi ex novio. Era consciente de que algo había perforado
de manera intensa mi cerebro. Se habían dividido las aguas en el océano revoltoso que
surtían los pensamientos en mi mente. Dejé de contar los minutos en mi reloj pulsera
porque ya no existía el tiempo sobre la agonía de una luz que encandilaba. Ahora la
oscuridad es la envoltura sobre la que descanso de la cobardía del mundo, de los ojos del
felino que estaba sosteniendo en mis manos y que son tan parecidos a los de quien me
enamoré. Ahora el espacio era un constante sin sabor de días que transcurrían
acumulando más sangre, más bilis, más vómitos, mientras mis sentidos se iban apagando
uno a uno. Desperté con miedo a dejar de poder ver, observar lo que había a mi alrededor.
Desperté con miedo de no tener más oportunidad que ese día para encontrar la llave del
departamento. El hecho de sólo pensarlo me paralizó por unos segundos. La angustia de
aquél recuerdo llenaba de agua mi pecho y sentía como mi respiración se ahogaba por
momentos. La desesperación por pensar que tenía poco tiempo para buscar las llaves me
aterrizó.

CAPÍTULO 12

***

Sentí como mis ojos se vendaron por unas manos invisibles dejándome a oscuras. Luego
desperté. La luz se había ido, me pregunté si alguna vez había sucedido aquello... Tal vez
hubo algún corté eléctrico y por eso pude escuchar el portero. Tal vez mi ex novio había
estado viniendo a mi edificio para dejarme las llaves y debido a la falta de luz y de
electricidad no había escuchado el timbre. Lo que no podía explicarme era por qué no
podía escuchar mi voz. Y si no había electricidad en el departamento : ¿Cómo era que
había podido cargar el celular? ¿ Como era posible que la heladera congelara sin
dificultad?. Esas preguntas me atravesaron durante los primeros instantes en los que
desperté recobrando la respiración con una bocana de aire que me sacó de ese estado de
asfixia en el cual me encontraba. El tiempo se me escurría por las manos desde que había
cruzado la puerta del departamento para no volver a salir. Estaba encerrada y nadie lo
sabía. Nadie podía ayudarme y yo tampoco podía pedir ayuda. Intenté gritar hasta
lastimar mis cuerdas vocales pero aún así no podía escuchar mi voz. lo que usualmente
planeábamos aunque nunca podíamos cumplir aquello de irnos a la cama temprano". Nos
quedábamos horas en la cama teniendo sexo. Pero esa noche en particular él estaba
diferente: más dulce, más suave y el hecho de verlo con el anillo puesto me pareció un
indicio de que estaba contento de volver a verme. Me sentí estúpida por dejarme llevar
por un comportamiento tan casual e ilógico, pero él se acercó y rodeó mi cintura con sus
brazo. Me besó y dejó que fuera yo quien decidiera en qué momento acostarnos en la
cama, porque aquél movimiento iba a significar que estaba preparada para tener sexo con
él y que lo deseaba. Él sabía eso de antemano pero también quería dejar en claro con su
sutileza y esa suave forma de tratarme que estaba protegida con él, que no tenía que hacer
nada que no quisiera. Me gustaba que tomara esos reparos con la intención de hacerme
sentir segura. Entonces dejé que me desnudase. Le permití que me penetrase. Aquella vez
fue mucho más suave que otras veces y nos miramos a los ojos mientras hacíamos el
amor. Recuerdo que sentí que estábamos haciendo el amor por primera vez, fue por eso
que lo miré a los ojos y le dije: " me siento avergonzada". El me miró y me preguntó: "
¿Qué es lo que te da vergüenza? ¿Quién nos está mirando?". Entendí en ese momento que
no estábamos haciendo el amor y que me había dejado llevar por un estúpida
interpretación de su comportamiento cuando se había puesto el anillo antes de irnos a la
cama. Me sentí estúpida porque había sido estúpida, me había entregado a él porque ese
día le permití que no usáramos preservativos y yo había dejado de cuidarme durante el
tiempo en el que no nos habíamos visto. De toda formas continuamos teniendo sexo
mientras yo me reía por dentro por mi torpe manera de dejarme llevar por asociaciones
ilusorias. Nunca imaginé que justo ese día iba a quedar embarazada. Un embarazo
producto de un amor interrumpido. Cuando sacó su miembro sacó, también, el anillo
dejándolo apartado sobre la cama, y fue entonces cuando descubrí que se había dado
cuenta de mi incauta percepción para dejarme llevar por lo que mi mente deseaba. Luego
me miró fijo y dijo sonriéndose: " ¿Qué locura, ¿no?"

CAPÍTULO 13

***

Me sostuve sobre aquella frase que vino a mi como un recuerdo invasivo, intrometiéndose en el
peor de los momentos. El dolor punzante de las vértebras de el cuello crujiendo al intentar
moverme habían arrastrado un mal recuerdo, aún así llevé las manos sobre mi vientre y no pude
dejar de llorar. Temía moverme, no sabía qué hacer en situaciones como esas. Lloré hasta
quedarme sin lágrimas, podía sentir como mis párpados vencidos caín sobre el pesar de este
cansancio acumulado. La boca seca,los labios partidos, una sed poco habitual. Una sed de sangre.
Deseaba con todas mis fuerzas arrastrarme hasta la mesa del living y beber de un sorbo hasta la
última gota. La última gota antes de la primera cena que iba a tener luego de la última de la cual
me había estado alimentando a través de recuerdos. Aún podía sentir mi respiración queriendo
ceder, abandonarme para siempre sobre una agonizante asfixia reposando la destrucción sobre el
suelo ensangrentado de la cocina. Un hilo de aire árido intentaba traspasar por mi garganta
oxidada de juntar tanta acidez. Respirar se había convertido, también en una acción que
necesitaba de mi atención. Sentí terror por el sólo hecho de pensar que en algún momento, tal vez,
perdería también la vista. Hacía días que tenía que supervisar mis sentidos y estaba perdiendo la
capacidad de respirar. Sentía que íbamos a morir. El ser que crecía dentro de mi útero y éste
cuerpo y ésta mente que me son tan ajenas se extinguirían. Seríamos un recuerdo olvidado en las
mentes de todos aquellos que nos amaron y no podríamos hacer nada al respecto.

No podía moverme y resultaba imposible mantener la calma cuando casi no escuchaba mi


respiración. No intenté gritar porque no tenía la capacidad pulmonar para hacerlo, y después de
todo sabía que eso no cambiaría nada. Sólo podía hacer una cosa: dormir y esperar a que algo
sucediera. Cerré mis ojos y me dí por vencida. Los músculos de mi cuerpo se relajaron, la
presión constante de mi cabeza se acomodó sobre cada herida, cada moretón, cada centímetro de
dolor interno se disipó. Sentí el rechinar de cada hueso, las articulaciones. Mi cuerpo gritando por
primera vez. Pidiendo auxilio, el último alarido para luego dejarse invadir por la tranquilidad de
saberse abatido. Dejé que las lágrimas escurriese con ardor sobre mis ojos, dejé que la orina
quemara con aspereza las heridas de mi vagina, la entrepierna y cada golpe que había arremetido
sobre este cuerpo. Y entonces abrí una vez más los ojos como queriendo despedirme de la
oscuridad, y al hacerlo una luz brillante se precipitó acaparandome por completo. Las pupilas
dolieron por última vez sobre esa luz discontinua que intuía sería la última vez que volvería a
ver. La sensación de existir sobre el dolor de mi cuerpo desapareció, la mente y el pecho se
ahogaban de tristeza. Y todo desapareció. Desaparecí por completo.

CAPÍTULO 14

***

Las manos descansaban apoyadas sobre mi bajo vientre. Lo primero que hice fue buscar mis ojos.
Tenía las pestañas pegadas de lagañas. Podía ver. Podía escuchar mi respiración silenciosa y casi
sin aire asomar sobre mis oídos. La cara tirante como cuero avejentado, mojado sobre la salitre de
un mar inoportuno habiendo sido secado sobre piedras, absorviendo el calor hasta
agrietarse.Estaba desnuda y cubierta de orina y sangre. La luz de la cocina atardecía junto a un sol
naranja que pronto se fundiría sobre la oscuridad de la noche y sólo alumbraría la luz de la luna.
Me arrojé sobre un costado casi por impulso. La prisa de la sed era lo que dirigía mi cuerpo. No
recordaba haber sentido tanto dolor. Al sentarme sobre mis rodillas descubrí que estaba cubierta
de vómito y excremento. Sostuve el suelo tambaeleante con las manos porque todo daba vueltas.
Estaba mareada, deshidratada. Arrastré mi cuerpo chorreando excremento y otros fluidos
mientras pisaba vidrios con las palmas de las manos y las rodillas. Las persianas se movían, la luz
de los faroles de la calle se filtraban por las rendijas y se agitaban sobre el suelo. Me di cuenta
que afuera el viento azotaba las puertas y ventanas pero yo no podía sentír ni frío ni calor.
Llevaba días desnuda y mi temperatura corporal nunca había variado. Había roto el límite de
alarma, el umbral de dolor. Estaba en peligro. Lo estaba desde que había salido de la casa de mi
novio. Su imagen se cruzó ante mis ojos como un relámpago, sentí una angustia enorme en el
pecho . Tocí y la garganta seca lastimó mis fosas nasales. Me dolía respirar. Tuve que frenarme
cuando llegué hasta la mesa del living. Sólo unos pasos me distanciaban de la cocina. Aún no
podía entender cómo era que seguía con vida. Pensé que aquél último golpe luego del desmayo
acabaría conmigo. Realmente pensé que moriría. Tomé aire por la boca y me lenvanté despacio
sobre mis rodillas apoyándome sobre una silla. Las manos me sangraban, tenía vidrios clavados
por todo el cuerpo. Pero nada de eso lastimaba. Ya no. Mi cuerpo se había acostumbrado a ser
herido. Porque todo había comenzado justo en la primera herida. Aquella luego de esconderme en
el baño de un bar y golpear mi cabeza contra el espejo. Sabía que algo había cambiado porque
estaba reprimiendo cada dolor de los golpes que iban aconteciendo con el trascurso de los días sin
masticar las aspereza de su textura. Por eso la necesidad de sangre. Por eso el cuerpo desnudo y
sangrando. Por eso la ausencia del frío, del calor, mi voz mutilada, los oídos y la vista apagados.

CAPÍTULO 15
***

Me senté despacio en la silla. Hacia mucho tiempo que no estaba sentada en una mesa. Hacía
mucho que no comía. El plato lleno de sangre estaba justo ahí, delante mío. Las manos
temblequeaban. Lo sostuve fuerte manteniendolo sobre la mesa durante un momento para que
mis manos se aferrasen a el y evitar que se cayera cuando lo acercara a mi boca. Contuve la
respiración cuando lo despegué de la mesa. Lo acerqué muy despacio mientras inclinaba mi
cabeza para acortar distancia. No pensé en la sed ni en el hambre. Sólo podía pensar en mis
manos ensangrentadas sosteniendo el plato y el temblor que estaba conteniendo desde mi
mandíbula para no derramar ni una gota fuera. Apoyé los labios cortajeados sobre el metal y tomé
el primer sorbo de sangre. No sentía otra cosa que mis labios mojarse, mi garganta revivir ante el
primer trago.Entonces me precipité. Mi cuerpo respondió. Aquél primer sorbo volvió a conectar a
el organismo con el sentido del insitinto más básico. Por eso mis movimientos se entorpecieron y
no tuve control para detener el temblor . Derramé parte de la sangre sobre mi cuerpo. Con cada
sorbo la sed se apoderaba de mi .Cada vez que bebía un poco de sangre el corazón se aceleraba.
Estaba reviviendo. Aquello era un despertar. No paré hasta que el plato quedó completamente
vacío. Lo arrojé hacia algún lugar del departamento. Luego comencé a sentir hambre. Pero el
dolor también había vuelto a despertar sobre mi piel. La cabeza me daba vueltas. Sentía su peso
sobre mi cuello.

No estaba pensando cuando me sostuve de la mesa y caminé agarrando la pared del pasillo que
conducía al baño. Abrí la ducha y me senté sobre el suelo apoyando la espalda contra la pared
mientras el agua caía golpeando con fuerza sobre mi cuerpo. La piel tirante se estremeció. Se
silenció aún más el sonido de mi respiración. Sentí alivio. Mi piel deshidratada se recuperaba. La
imagen de la llave aparecía todo el tiempo sobre mi mente. Luego de unos instantes sentí un
enorme deseo de escuchar la lluvia rebotar contra el suelo. Pero no podía. A penas el sonido de mi
respiración aparecía y desparecía sobre mis oidos porque la imagen de la llave era más invasiva.
No podía manejar mis sentidos. Dejé caer mi cabeza y el agua golpeó sobre mi cuello
contracturado. Recordé el desmayo y la caída. Sentí el peso de cada herida sobre las vertebras del
cuello. Imaginaba el sonido de los pequeños huesos acomodándose porque podía sentir como mi
columna se alargaba.Abrí los ojos y las gotas empañaban aún más lo poco que me quedaba de
visión. Mis manos rodeaban mi bajo vientre. Aún me sorprendía encontrarlas allí, como si una
parte de mi cuerpo se automatizara para brindarle protección a aquél ser que estaba creciendo.
Pensé en el hambre que por momentos aparecía como una ráfaga de cordura. Pensé en
alimentarme. Pensé en salir del departamento y terminar con la vida de aquél ser. Quería ver mis
manos sangrando libres de cualquier necesidad de proteger mi bajo vientre, acunando la tristeza
que me provocaba el alivio de mi piel hibradata, la sed adormecida, el impulso de supervivencia
satisfecho. Mis manos meciéndose sobre el dolor de la realidad de saberme completamente sola
enterrando los dedos sobre una parte de mi cuerpo que estaba aún anidando un amor que sólo
había crecido en mi ser. " No hubo amor entre nosotros", repetía la voz de mi ex novio en mi
cabeza moretoneada. Estuve inmovil durante un rato hasta el agua dejó de caer con tanta potencia
y el cuerpo comenzó a moverse. No podia dejar de temblar pero no sentía frío. Me preguntaba
qué temperatura tendría el agua. Caí en la cuenta de que mi cuerpo estaba respondiendo más allá
de mi mente, como si quisiera escaparse para salvarse de algo. Ya no tenía la coherencia
suficiente como para dirigirlo. Fue entonces cuando comprendí que debía hacerle caso a los pocos
sentidos que me quedaban, del resto se encargaría la necesidad por sobrevivir. Levanté la cabeza
y un mareo provocó el vómito. Una sustancia amarilla y espesa nadaba sobre el suelo cuebierto
de agua que se teñía lentamente de color rojo. Sangre y excremento deslizandose entre mis
piernas. La sangre salía por todos lados y ni siquiera sabía de donde. Cortes y heridas abiertas se
ahogaban entre temblequeos y el estremecer de la piel disonante, desconectada de cualquier tipo
de sensación. Abrí la boca y el agua cayó sobre mi lengua. No pude sentir ni calor ni frío. Tragué
un sorbo y no pude distinguir su sabor. Tampoco había podido hacerlo al beber la sangre del
felino.

CAPÍTULO 16

***

Corrí la cortina del baño y dejé que la poca luz del atardecer iluminase mi cuerpo a través de la
ventana . La luz anaranjada de un sol que decrecía y se fundiría sobre la oscuridad de la noche no
era suficiente para que pudiera ver cada corte, cada herida . Aun así tenía el impulso de rascarme.
Clavé las uñas sobre la piel y rasqué con fuerza. Aquello despertó una sensación a comezón. El
dolor era lo único que podia disntiguir. Fue por eso que comencé a rascar con más intensidad. Las
manos se inquietaban con la sensación de alivio luego de apagar con mis uñas la comezón sólo
para que ésta se apoderase de mi piel nuevamente. Me arrastré hasta el extremo del baño dejando
que el agua de la ducha continuara cayendo. Fui en busca del balde donde tenía todos los
productos de limpieza. Saqué una esponja de birulana vieja ya endurecida por el óxido, volví a
recostarme sobre la bañera y empecé a frotar mis hombros y brazos lo más fuerte que pude.
Rasqué hasta lastimar la piel porque sólo abriendo una herida la comezón cesaba.

Luego me sostuve sobre una mano y logré pararme. Necistaba herir cada parte del cuerpo para
desprenderme de esa comezón que había acaparado cada centímetro de mi piel. Cuando dejó de
latir lo suficiente como para volver a sentir mi respiración cerré la llave de la ducha. La noche
había caído sobre un cielo blanco. Imaginé que una tormenta se avecinaba, desde la ventana se
veían las nubes cargadas de una pegajosa humedad. Deseaba poder sentir el agobio de ésta, la
densidad de su espesura. Deseaba esperar con la ventana abierta y mirar el cielo desprenderse de
la carga eléctrica de las nubes. Ver como se transformaba su color y sentir una suave brisa
golpeándome la cara. Deaseaba poder ver.

La noche me había alcanzado con el hambre acuestas. Tenía que buscar la manera de alimentarme
antes de que fuera demasiado tarde. Tenía muy poca energía y queria esperar hasta el amanecer
con la coherencia suficiente como para emprender la búsqueda de la maldita llave.

Salí de la ducha y me trepé al bidet donde aún estaba mi ropa mojada junto con lo poco que
quedaba de los pájaros muertos, deborados en un estado famélico. Los pájaros, mi última comida.
La última comida del ser que llevo conmigo, junto a mi mano siempre apoyada de manera
automática sobre mi vientre. Aunque quisiera reprimir ese movimiento sé que me sería imposible.
He estado intentádolo pero no consigo que sean mis deseos o la poca coherencia que me queda lo
que direccionen mis movimientos.
Abrí la ventana y una pequeña paloma había hecho un nido. La vi mirándome en el lugar exacto
donde había visto por primera vez al gato. Tomé los dos pájaros agusanados y los puse cerca del
nido. Luego cerré la ventana. No sabía si aquello sería mi próxima comida, pero debía
apresurarme para comer lo que tenía. Lo importante era encontrar las llaves porque no era mi
intención seguir alimentándome de animales. Todo lo que estaba haciendo era sólo una forma de
mantenerme con vida. Estaba viviendo como en la selva en la oscuridad de la noche pero dentro
de un departamento en el décimo piso y sin tener otro escape más que la muerte.

Bajé despacio del bidet porque empecé a sentir una fuerte comezón en mi cabeza. Era el único
lugar donde no había sentido nada. Estaba parada frente al espejo. Vi mi rostro desfigurado. Me
acerqué mientras tocaba el golpe hinchado y de color violáceo sobre la frente. Cuanto más me
tocaba la cara más la manchaba de sangre debido a que mis manos y todo mi cuerpo sangraban.
No podía comprender por qué me era imposible ver el reflejo de mis ojos sobre el espejo. La
comezón aumentaba. Tuve el impulso de arrancarme de la cabeza del cuello. Hacía días que me
costaba mantenerme en pide debido a la caída luego del desmayo. Ni siquiera había tenido ánimo
para pensar en todo lo que había pasado. No había reparado aún en la llamada de mi ex novio. No
quería desesperar pero si pensaba en ello una luz de esperanza me cubría por completo. Porque si
lograba que mi voz se hiciera oir podría pedirle la copia de mis llaves o que llamase a algún
cerrajero para que viniese a cambiar la cerradura. Todo podía ser y desde ese punto sabía que
todas eran posibilidades sin un mínimo de certidumbre. Lentamente todo iba perdiendo peso,
sentido. La última gota de sangre que había bebido era la única evidencia de fé que me quedaba
para resolverlo todo por mi misma.

CAPÍTULO 17

***

Caminé apoyándome contra la pared. Estaba sosteniendo no sólo mi cuerpo, también, estaba
sosteniendo las tripas que gritaban retorciéndose de hambre, el peso de mi cabeza y la camezón
sobre el cuero cabelludo que se hacía cada vez más insoportable. Todo aquello con el dolor y la
sangre chorreando sobre cada herida que había detenido las profundas ganas de rasguñar mi piel.
Continuaba mareada por eso mi pasos se hacían cada vez más lentos. No recordaba la última vez
que no me había sentido mareada. Estaba a metros de llegar a la cocina y hubo un parpadeo
eléctrico. La luz titiló, se mantuvo durante un tiempo que se me escapaba,porque había perdido
cualquier tipo de contacto con el tiempo y el espacio dentro de ésta dimensión de oscuridad que
es mi departamento. La luz quemaba lo suficiente como para que mis ojos se cerrasen de manera
automática. Entonces la imagen de mi ex novio apareció sobre mi mente con el recuerdo de la
última vez que nos vimos. Habíamos decidido ir a pasear a una localidad cercana de donde
estábamos. Yo no conocía el lugar porque hacía poco que me había mudado a la capital y las
ciudades contiguas eran aún más ajenas. Fuimos a un bar. Bebimos muchísimo y hubo una gran
discusión debido a una escena de celos. Estábamos festejando mi cumpleaños. Recuerdo haberle
preguntado en varias ocasiones si tenía ganas de juntarnos a cenar aquél día debido a que él había
tenido problemas familiares y me confesó que necesitaba un tiempo para hacer algunos arreglos
en su departamento, visitar amigos. No quise faltarle el respeto llenando mi cabeza de
cuestionamientos dubitativos sobre lo que me había dicho, menos aún si el tiempo que necesitaba
era para relajarse del profundo estrés que estaba viviendo en su trabajo y con algunos miembros
de su familia. Aún así él se mostró con ganas de seguir con el plan de juntarnos y festejar mi
cumpleaños. Durante la cena lo noté distante. No había preparado nada de comer porque había
estado muy ocupado saliendo. Luego hicimos el amor y estuvo más distante aún. Indagué qué era
lo que le sucedía y me contó que estaba intentado enamorarse de otra mujer. Le pregunté si la
había visto antes de que nos encontráramos ese día, el día de mi cumpleaños y me confesó que sí.
Hubo llantos. Lloré. Le pedí que suguiéramos siendo amigos y me prometió que intentaría que
eso funcionase más allá de que no quería que yo saliera lastimada en una situación así. Tampoco
queria que ambos nos sintiéramos culpables al respecto. Nos abrazamos. Yo no dejaba de pensar
en el embarazo. Todo se me venía encima como un cúmulo de verdades por revelar que me
asfixiaban hasta el punto de no poder disimular entusiasmo. Habíamos planeado dos meses antes
un viaje a una localidad cercana y teníamos la estadía paga en un hotel, fue por eso que
decididmos dormir un poco, él se encargó de poner una alarma que nunca sonó. Fui yo la que
desperté preguntándole si en verdad quería que siguieramos con el viaje que habíamos planeado o
si necesitaba que me fuera, porque aunque no me gusta leer entre líneas y él había prometido
ciento de veces no tener que ponerme en esa situación y apelar al dialogo,podía notar su falta de
interés: ni siquiera tenía los bolsos preparados. Pero como los últimos dos meses en el cual le
pregunté una docena de veces si quería que siguiéramos con el plan ( festejar mi cumpleaños
juntos y viajar) ya que lo notaba raro, sólo se justificó con algo tan serio como un incidente muy
grave familiar ( del cual entendí de manera muy empática ya que a mi me había sucedido algo
similar años atrás y él lo sabía). Él insistía en que estaba entusiasmado, incluso días antes me
llamó por teléfono para tener sexo por cámara ya que hacía mucho tiempo que no nos veíamos
por sus problemas familiares. Entonces me limité a dejarle en claro que sabía que nuestros
sentimientos no eran los mismos, que sólo éramos amigos con un compromiso sexual y de afecto,
que no había necesidad de mentiras. Aún así nos subimos al auto y él condujo hasta una localidad
de la cual no recuerdo el nombre. Entramos a un bar luego una mujer se acercó y le hizo una
broma sugerente sobre su habilidad de bailar la música que estaban pasando. No fue una
insinuación pero si fue evidente que lo conocía. Él había hecho un viaje hacía unos meses atrás.
Un viaje que yo contribuí a que hiciera porque no hacía mucho que se había separado de una
relación larga y compremetida. Siempre comprendí su necesidad de explorarse y le di el tiempo
que necesitaba porque yo también necesitaba mi tiempo. Ambos habíamos sufrido en relaciones
que habíamos tenido antes de conocernos. Pero aún así habíamos bebido muchísimo y los celos
que no le había manifestado horas antes, durante la cena, se los expresé ebria en aquél bar. No
fue realmente una escena, fue sólo una pregunta con un tono que denotaba mis celos: " ¿La
conoces de tu viaje al norte?" .Su reacción fue tan desmedida que hasta sentí que él había estado
buscando todo esa circunstancia de mierda. Después de aquello una mujer se subió a una especie
de escenario que había en aquél lugar y nos invitó a bailar una chacarera a todos los que
estábamos allí. Yo no quise prolongar la situación negativa y lo invité a bailar. El se negó, aún
mantenía el enojo sobre la mandíbula apretada que por momentos vociferaba alguna frase en un
tono poco oportuno para el lugar donde nos encontábamos.Entonces un chico al cual le doblaba la
edad comenzó a mirarme y yo me reí de eso señalándoselo entre susurros al hombre-niño que
estaba ebrio y enojado al lado mío, a mi amigo con " derecho a sexo". Volví a insistirle de bailar
pero no hubo caso, fue entonces que lo miré al adolescente ( que no llegaría a tener más de 18
años) y sin saber bailar me lancé al escenario. En ningún momentos nos tocamos porque ese tipo
de danza no suele bailarse de ese modo. Todos aplaudían, incluso cuando ambos estábamos
haciéndolo pesimamente, y fue justo en ese momento cuando lo vi a él, mi amigo ebrio, celoso,
sonriendo mientras me filmaba con el celular. Cuando las últimas cuerdas de la guitarra de la
mujer se hicieron sonar y la canción terminó volví creyéndo que el malhumor se le habría pasado,
pero fue aún peor: comenzó él a hacerme una escena de celos por bailar, acusándome de histérica
y vengativa. Juro que no entendía nada, aunque algo me decía que, de alguna manera él
necesitaba que todo terminase mal entre nosotros. Eso me hizo sentir muy triste.

Quisimos hacer el check in en el hotel que habíamos contratado y teníamos pago pero no había
nadie en la recepción a pesar de que las luces estaban encendidas. Caminamos sin rumbo durante
varias horas. Ya era madrugada. Él insistió en que se encontraba en condiciones para manejar
pero le rogué que durmiéramos juntos esa noche en algún lugar, que lo hiciera pensando en mí y
en mi seguridad. No me dijo nada al respecto porque estaba demasiado enojado conmigo como
para razonar de manera adecuada y muchos menos en dialogar sobre lo sucedido porque sostenía
con terquedad que sus acciones estaban justificadas. No era el momento adecuado para hablar de
nada de lo que nos estaba sucediendo. Caminábamos por todo el pueblo buscando algo que era
imposible de encontrar. Aquella fue la primera vez que supe que la oscuridad estaba asomando,
aquello era un mensaje que estaba dándome el universo; aunque en ese momento no sabía que
meses después estaria a oscuras tratando de buscar algo entre las cuatro paredes de mi
departamento que también parecía imposible de encontrar.

Tuve que seguirlo en varias ocasiones. Acelerar mi paso, detenerme, hacerlo entrar en razón
porque él quería subirse al auto incluso si tenía que dejarme ahí: sola y en un lugar desconocido
para mí. Estábamos ebrios, no podía salir nada bueno de esa noche. Ebrios y alterados.Él con una
necesidad inmensa de querer controlar la contradicción de sus emociones: horas antes me había
confesado que estaba enamorándose de otra mujer y luego un ataque de posesión que denotaba
sus pocas intenciones de soltarme, cortar por lo sano. Nunca pareció querer dejarme ir, pero había
una fuerte tendencia a no querer quedarse a mi lado, ser él quien se alejaba de mi sabiendo
exactamente que yo estaría en el mismo lugar por si le daban ganas de volver. Fue en ese
momento en el que supe que haber pensado en decirle que estaba embarazada hubiera sido un
error. Ese pensamiento nunca debió de existir en mi mente, aunque fuera tarde para lamentarse,
porque esa frase que había construído y que con tanta precisión había estado ensayando se había
transformado en una duda que persistiría hasta que lograse materializarla. Estaba condenada a
dudar de manera constante en decir o no la verdad. Una verdad compartidad. Una verdad omitida
que habíamos construido juntos, muy a pesar de la poca reciprocidad que había existido entre
nosotros desde el amor.

Esa noche procuré no mencionar nada, intenté no pensar en ello porque nunca antes lo había visto
tan enojado y hora tras hora, paso tras paso que daba tras él para lograr alcanzarlo, que no se
perdiera de vista, que no me dejara sola en ese lugar, más asustada me sentía.

Aun no había amanecido cuando nos detuvimos cerca del auto. Él abrió la puerta y yo me escurrí
dentro pese a que me insultó para que me bajase. Tenía miedo de que se fuera en ese estado. No
me quería a su lado . De un momento a otro me había convertido en una especie de ser a quien
tenía que evitar. Pero yo no iba a dejar que las cosas entre nosotros terminasen de esa forma. No
iba a permitir que se destruyera por tomar una decisión precipitada. Tenía que protegerlo porque
algo no estaba bien y no sabía qué era, pero estaba segura que no se trataba de mí. Yo nunca había
sido tan importante, pero si lo suficientemente maternal como para que enterrase todas sus
preocupaciones sobre mi piel. Finalmente se sentó y quiso poner el auto en marcha. Le rogué que
se detuviera. Forcejeamos hasta que me empujó contra la ventanilla porque yo estaba sujetando
con fuerzas la mano en la que tenía la llave del auto. Mordí su mano y logré quedarme con la
llave. Salí del auto corriendo porque sabía que el vendría por ellas. Corrí para sacarlo del auto y
también porque quería tirar la llave lo más lejos posible. Pero pensé dos veces y me limité a
esconderla. Esperé sentada llorando unos minutos. Algunos hombres pasaron y les pedí ayuda de
manera incoherente. Estaba desmoronándome. Estaba sintiéndome sola en un lugar que no
conocía y él no había vuelto a buscarme. Volví caminando despacio y en el trayecto enterré mis
rodillas sobre el suelo dejándome caer. Me sentía mareada. Aquellos fueron los primeros mareos
del embarazo. Sabía que no debía haber bebido. Pero una parte de mi se rehusaba a pensar que
estaba realmente embarazada.

Cuando llegué hasta el auto no lo encontré. Me desesperé y empecé a llorar como una
desquiciada. Estaba perdiendo totalmente el control. Estaba aterrada. Corrí y me detuve porque
me costaba respirar. Caí al suelo varias veces y a cada persona que pasaba por allí le preguntaba
si habían visto a un hombre con las características de mi ex, luego les pedía que me abrazaran.
Necesitaba que alguien me contuviera aunque fuera sólo unos instantes.

Me dirigí a la terminal porque un hombre me guió. Dijo que tal vez lo encontraría alli. Aquellas
fueron las cuadras mas largas de mi vida. Creí que no llegaría. Me frené unas cuantas veces
porque sentía que el corazón se me iba a escapar del pecho. Intenté vomitar provocándome el
vómito para sacar el alcohol que tenía dentro. Recordé mi embarazo. Recordé cuánto deseaba a
ese ser.

Cuando llegué lo encontré en la puerta de la terminal hablando con algunos guardias de seguridad
que se mostraron un tanto amenazantes con mi comportamiento. Luego hablé con uno de ellos y
me contó la versión de mi ex de lo que habia ocurrido entre nosotros. Nunca me sentí tan
traicionada y humillada. La realidad es que estaba aterrada y no estaba siendo coherente pero la
verdad era que ninguno de los dos lo había estado siéndolo y él se había encargado de dejarme en
una situación humillante. De alguna manera me había conducido hasta esa situación: estaba
aterrada, él me produjo miedo, le tenia miedo a mi amigo, mi novio o lo que carajo fuese, por
primera vez desde que lo había conocido pero no podía hacer nada al respecto, dijera lo que dijera
iba a ser usado en mi contra. Intenté calmarme y les prometí a los hombres vestidos de azul
( guardias de seguridad o tal vez policías, no recuerdo bien), que iríamos por un café, que nos
tranquilizaríamos. Nos dejaron ir sin dejar de soltar aquella frase que durante todo el rídiculo
discurso que habían estado haciendo repetían como loros: " hay cámaras por todos lados". Pero
yo estaba por encima de todo aquello tenía mis manos apoyadas sobre mi bajo vientre y no podía
pensar en nada más. Los dejé hacer...Dejé que dijeran lo que creían que sería oportuno y me aleje
con una sensación de "lástima" que no me pertenecía en lo absoluto.

Caminamos en dirección a donde estaba el auto y le dije que había perdido las llaves, que me
había desesperado cuando no lo encontré. No dijo nada. Recuerdo que aquél silencio era aún más
aterrador que todos los gritos que pudieramos haber desentonado aquella noche.
Lo seguí porque sabía que iríamos a algún lugar seguro pese a no sentirme segura con él, conocía
su mente y sabía que no se expondría a nada que atentase contra su vida. No sabía a donde se
dirigía pero mientras estuviera a su lado estaba segura. No podía hacerme más daño de lo que ya
me había hecho y eso se reducía a meras acusaciones en forma de humillaciones sutiles. Un
maldito juego justificado por la ebriedad pero sumamente perverso desde los hechos. Estaba más
allá de la línea que infringía ese tipo de dolor que tanto conocía. Por eso me mantuve a su lado
esa madrugada.

Fuimos hasta el hotel sin lograr que nadie nos abriera la puerta. Luego me propuso ir hasta la
terminal a dormir hasta que se hiciera de día. " Luego podemos ir a desayunar y ver que
hacemos", dijo con un tono más apaciguado. Asentí. Me sentía lastimada. Estaba aterrada y
desprotegida, pero no era la primera vez, podía expresar el pánico que sentía y razonar al mismo
tiempo. Era un instinto por sobrevivir que era parte de lo que me defenía por esencia. Siempre lo
supe y siempre conté con aquello, no era nuevo para mí. Tenía una doble llave,la llave del auto
que podía oxidarse, duplicarse o perderse y había conservado desde siempre la llave de mi gran
secreto de supervivencia mientras el universo se reinventaba a mi alrededor y yo me limitaba a
observar y silenciar los verdaderos pensamientos, aquellos que son realmente importantes.

Nos sentamos en unos bancos de la estación de ómnibus, hacia mucho frio. Nos acurrucamos
como dos niños perdidos en el laberinto mental de las emociones y el amor que habíamos estado
evitando disfrazándolo con una montaña de mentiras. Apoyé mi cabeza sobre su hombro, él
también se recostó sobre mi cuerpo. Dejé caer mis manos sobre mi vientre y luego de unos
minutos, justo cuando estaba quedándome dormida sentí como sus manos se apoyaron
suavemente sobre las mias.

CAPÍTULO 18

...

Las lágrimas caín solas. Una a una parecían entrar por los poros de mi piel y romper el tejido por
completo. Sentí que si continuaba llorando mi cara se iba a desfigurar. Luego pensé que tal vez
eso ya había ocurrido porque no podía reconocer mi rostro en el espejo. Pero ésta vez fue
diferente, las lágrimas eran ácidaz y dolían. Invadían mis ojos ciegos y los empañaban de un
sudor agresivo. Sudaba miedo a través de mis ojos. Miedo que se mezclaba con todas aquellas
lágrimas desde un recuerdo que me era imposible de destrozar con mis manos, ahora,
ensangrentadas, sucias. Porque aquella noche lo había cambiado todo. Me había convertido en
una cómplice.

Cuando la luz dejó de parpadear entré en la cocina y me senté sobre el suelo apretando mi cabeza
entre las piernas. La madrugada había abierto una puerta inocente que aullaba sobre mi mente
como un animal herido. Como el animal en el que me estaba convirtiendo. Como aquellos pájaros
muertos esperando a ser devorados por mi feroz necesidad de sobrevivir y que luego me habían
servido como carnada para cazar al felino. Porque no tenía mucho más por hacer. En ese
momento lo comprendi todo. No necesité la agónica luz titilando de manera molesta sobre mis
ojos, porque esa revelación no necesitaba de adornos, se alumbraba por sí sola como si hubiera
crecido en la plena oscuridad de un bosque que palpitaba vida y muerte siendo parte de una
misma circunstancia. Estaba sentada con la cabeza colgando sobre las vértebras de mi cuello pero
lo único que sentía era que su peso estaba pendiendo de un hilo que se estiraba cada vez que
intentaba agachar mi cabeza. Porque eso era lo que había estado haciendo el último tiempo. Había
flexibilizado tanto cada vértebra que estar en esa posición era lo único que me reconfortaba.La
comezón cedía porque apenas podía sentir mi cuero cabelludo. Sólo dejé que la sangre circulase
oxigenando el cerebro, conectando cada célula viva dentro de mi cuerpo.

De repente sentí el aroma de la tierra húmeda. Aquello me precipitó lo suficiente como para
elevar lentamente la cabeza apoyándome sobre el suelo con una mano. Hacía mucho tiempo que
no podía sentir el olor de nada de lo que había a mi alrededor. Apenas sabía que podía respirar y
aquello era lo único que podía escuchar. De todas formas sabía que eso no garantizaba mi
existencia, porque a veces sentía que había muerto, que quizá todo lo que estaba viviendo era una
ilusión, la ilusión de seguir con vida dentro del descanso eterno que era la muerte. ¿Estaba viva?
¿Todo aquello había sido real?. Aquellas preguntas avanzaban sobre mi cuello hasta asfixiarme.
Cuanto más se distorcionaban mis sentidos más comenzaba a creer que había muerto, que todo
era producto de una extensión que parecía durar semanas sobre mi departamento ensangrentado
pero que sólo eran milésimas de segundos sobre un sueño que estaba a punto de apagarse,
quitándome la existencia.

CAPÍTULO 19

Suspiré profundo. Necesitaba verificar si era mi respiración lo que resoplaba sobre mi nariz. Todo
olía a tierra húmeda. Apoyé ambas manos sobre el suelo y pude sentir la humedad de la tierra
alrededor de mis dedos. Entonces lo olvidé todo y dejé que me envolviese como a un pequeño
animal a punto de morir. Respiré hondo una vez más y sentí como supuraba cada óxido de su
composición atravesándome por completo. Sentí una necesidad imperiosa de embadurnar mi
vientre, aquél lugar donde se alojaba mi útero, con la textura de esa tierra húmeda, intensa
necesidad de fecundar. Porque aquella palabra era en lo único que podía pensar.

Me arrastré sobre mis piernas hasta la mesa de la cocina. No podía ver nada. El cielo parecía
haberse esfumado por completo porque no había luz que alumbrase a través de la ventana de la
cocina. Me elevé sobre las rodillas agarrándome de los cajones que sostenían la mesada y sentí la
cola del felino hacerme cosquillas en la mejilla. Estiré la mano sobre la mesa y encontré el
cuchillo. Lo agarré y lo dejé sobre el suelo.Tomé su cola, éste cayó sobre mis piernas y volví a
sentarme sobre la humedad del suelo. Abrí mis piernas para permitir que éste cayera sobre el piso.
Lo sostuve. Estaba tieso, recostado sobre su lomo con el pecho apuntando a un cielo que había
desaparecido para siempre. Clavé el cuchillo mientras sostenía sus patas y abrí su vientre. Sentí
como sus órganos rebalsaba sobre mis piernas. Aquello era el único alimento que tenía. Hundí
mis manos sobre el animal abierto y arranqué uno de sus órganos y agachando mi cabeza lo
despedacé con mis dientes.Por una extraña razón que desconocía en ese instante me encontré no
pensando en nada. No estaba pensando en la llave, en el aborto, en salir de aquél lugar, sólo me
sentía aliviada de haber descuartizado al felino y estar junto a la tierra que nos protegía: a mi y
al bebé que estaba naciendo adentro mío.
CAPÍTULO 20

Aunque no podía sentir el sabor de lo que estaba comiendo me saciaba el hecho de ser capaz de
saborear su sangre. Entonces me di cuenta de que la sangre era lo único que podía distinguir. Ni
siquiera podía percibir la temperatura del agua que bebía, porque el frío y el calor habían dejado
de existir. Llevaba días desnuda y en ningún momento había sentido frío. Mi voz había
desaparecido al igual que mi capacidad de oir otros sonidos más allá de mi respiración y lo único
que podía oler era a tierra húmeda. No sabía hasta qué punto estaba perdiendo la capacidad de ver
porque me despertaba de madrugada, me era imposible encontrarme con el día. Pero luego de
comer lo suficiente como para recobrar la energía supe que debía evitar dormir. Tenía que hacer
un esfuerzo para que mis ojos no se cerrasen de manera automática cuando los primeros rayos del
sol alumbrasen. Lo había intentado otras veces sin éxito. Pero ésta vez sería diferente porque el
cielo estaba demasiado oscuro. El cielo era casi inexistente. Pensé que tal vez afuera llovía. Eso
me ayudaría a permanecer despierta, ya que la luz del día no sería lo suficiente fuerte, no
lastimaría mis ojos. Tal vez podría engañar a mis sentidos e intentar mantenerme despierta. Sabia
que necesitaba hacerlo pero había olvidado por qué.

Cuando mis tripas dejaron de retorcerse de dolor apoyé mi espalda sobre la pared y ese
pensamiento me invadió por completo: debía permanecer despierta todo el día. No sabía porqué
pero debía hacerlo.

Rodeé con mis manos mi bajo vientre. Me sentí satisfecha de saber que no sólo estaba
alimentándome para apaciguar el dolor insoportable que latía incesante sobre mi cuerpo, sino que
también estaba nutriendo al ser que vivía allí , en ese pequeño océano de calor en el que se había
convertido mi útero.

CAPITULO 21

Agarré al felino e intenté ponerlo en el refrigerador. Me costó mucho levantarme y mucho más
sostener al animal en mis brazos. Las manos ardían y me resultaba imposible sostener el peso del
cuerpo sobre los pies que palpitaban de dolor cada vez que intentaba apoyarlos. Sólo podía
pararme sobre las puntas de los dedos. Era tortuoso hacer demasiados movimientos porque todo
mi cuerpo temblaba. Con cada balanceo se agitaban las heridas que supuran sobre la piel como
llagas húmedas que nunca descansaban. Alertas ante cualquier vaivén u oscilación de los
pensamientos que rápidamente se convertían en acciones, impulsos para salir del estado de
quietud en el que se encontraba mi cuerpo.

Estaba demasiado oscuro, ni siquiera podía ver las sombras de los objetos por la falta del reflejo
de la luna. Me chocaba entre las sillas y la mesa de la cocina. El felino se cayó unas tres veces de
mis brazos y entre sollozos y un punzante dolor en el pecho me agachaba para recogerlo del
suelo.Era desesperante que eso sucediera porque cada vez que se resbalaba sobre mis brazos no
sabía a dónde había caído exactamente.No podía ver nada a mi alrededor. Me agachaba mientras
sentía cada herida crujir hasta generar un temblor en mi cabeza y buscaba el cuerpo del gato
muerto sin saber si éste había desaparecido. Porque empezaba a pensar que aquello podía ocurrir.
Tal vez ni siquiera estaba apoyada sobre el suelo. Quizá aquello no era más que un agujero negro
donde se perdían las cosas para siempre. Dudaba de todo: de mis sentidos y de todo lo que estaba
a mi alrededor. Dudaba de mi propia existencia. Estaba empezando a creer que podía desaparecer
de un momento a otro. Mi capacidad de hablar había desaparecido junto con mis oídos y el olfato.
Tenía el cuerpo resquebrantado y no podía sentir nada más que dolor. Herida-lastimada-herida-
lastimada-herida-lastimada-herida-lastimada-herida-lastimada, repetía una voz oscura que
asomaba entre el sonido de mi respiración. Conocía esa voz, la había escuchado antes pero no
podía distinguir si era mi voz o la de alguien más.

Cuando logré cerrar la puerta de la heladera di unos pasos hasta la pileta de la mesada junto a esa
voz que no se detenía. Mi corazón latía cada vez más fuerte. Sentí ganas de arrancarme las orejas
porque la comezón empezaba nuevamente a aparecer como una maldición que parecía nunca
terminar. Rasque hasta rasguñarme. La piel debajo de las uñas. Las manos temblorosas buscaban
la mesada de la cocina entre tanta oscuridad. La redondez de mi vientre asomaba, sentí como
chocó contra lo que parecían ser unos cajones. Me frené para apoyar mis manos sobre mi
abdomen en forma de protección. Luego me agaché para abrir uno por uno los cajones de la bajo
mesada. Apoyé un pie y sentí como se quebraba la madera del cajón. Me apresuré a trepar, los
brazos me temblaban, estaba sosteniendo mi cuerpo embarazado sobre mis manos doloridas y con
la poca fuerza que tenían mis brazos; logré apoyar una rodilla y desde esa posición pude hacer
una maniobra para sentarme. Mi cabeza estaba apoyada muy cerca de la ventana pero aún no
podía ver nada. Palpe alrededor y encontré la pileta junto con la cabeza del gato. Metí mi mano
sobre ese hueco y sentí el pelaje húmedo que se extendía con algo que tenía una textura
gelatinosa. Sentí un leve cosquilleo en mis dedos, algo se movía. Pensé que tal vez estaría todo
agusanado porque habían pasados días desde que lo había dejado allí. Entonces otra vez esa voz
retumbando sobre la respiración entrecortada y acelerada recubriendo mis oídos. La comezón me
obligó a dejar la cabeza del felino a un lado. Volví a rascarme, ésta vez con más potencia. Me
desesperé y por un instante pensé en el cuchillo que había dejado en el suelo de la cocina; pero
estaba lejos y me había costado subir hasta allí. En ese momento apareció la imagen de mi ex
preguntándome: "¿Qué hacés subida a la mesa de la cocina?". Me asusté, aquella imagen era
demasiado real y hacía días que no encontraba el celular. Hacía días que no contemplaba su
rostro sobre la pantalla. Todo lo que tenía era mi voz mutilada tratando de repetir, como si fuese
un diálogo interno conmigo misma, cada cosa que iba sucediéndome, porque de esa forma sabía
que cada detalle quedaría grabado sobre mi memoria. Cerré los ojos como queriendo apartar
aquello de la mente y una tos seca se hundió sobre mi pecho llenándo mis pulmones de un aire
rasposo que dolía. La voz hacía eco de manera continua: herida-lastimada-herida-lastimada-
herida-lastimada-herida-lastimada-herida-lastimada-herida-lastimada. Y ente el carraspeo y el
miedo a abrir los ojos,como si de esa forma pudiese evitar que la imagen de mi ex apareciera.
Grité con fuerza sin poder sentir el sonido de mi voz. Grité queriendo alejar todo aquello,
mientras esa voz zumbaba y el hormigueo se arrastraba sobre el cuello subiendo lento sobre mi
cuero cabelludo exasperando el temblequeo de mis manos cansadas de frotarse, juntando
pedacitos de piel húmeda debajo de las uñas. Busqué entre jadeos ahogados la canilla. La abrí y
puse la manos debajo del grifo para sentir como el agua caía. Me recoste sobre un costado
apoyándome sobre un antebrazo para darle lugar a mi abdomen duro, pesado,la única parte
viviente y sana de mi cuerpo.Dejé caer todo el peso de mi cabeza sobre la pileta mientras el agua
me mojaba. Mi cuello tenso colgaba junto a la cabeza del felino.

CAPITULO 22

...

Desperté sin poder moverme. Tenía el cuello duro. La sangre helada parecía haberse instalado en
mi frente, encapsulando una posición rígida que sólo me permitía articular los pies y las manos.
Otra vez no quería mover la cabeza por temor a que el fino hilo nervioso que sostenía las
vértebras de mi cuello se deshiciera por completo. Tenía miedo de que mi cabeza quedase sobre el
lavabo como la cabeza del felino y que yo siguiera con vida como un fantasma sin más nada por
hacer. El agua seguía corriendo y desde esa posición sólo podía ver una luz opaca que intentaba
esclarecer de a momentos. Imaginé uno de esos días nublados en los que el sol casi asoma junto
con una ráfaga de viento primaveral. Suspiré sobre esa sensación que me quedaba sólo desde el
recuerdo mientras apoyaba la mano sobre el bajo vientre. La otra mano estaba paralizada junto
con mi hombro. Me había dormida profundamente como hacía tiempo no sucedía y la
incomodidad de estar en aquella postura había provocado que deslizara el brazo sobre la pileta
quedando completamente reclinada sobre un costado de mi cuerpo.

Todo me resultaba demasiado cruel, porque al parecer había dormido sólo unas horas. No sabía si
era de mañana o de tarde porque en la situación que me encontraba poco podía ver desde la
ventana que apenas despuntaba como un espejismos entre claros y oscuros. Había estado
esperando por esa circunstancia hacía varios días y sin embargo no había logrado descubrir
porqué necesita de la luz del día. ¿Para qué iba a necesitar mantenerme despierta? Algo me había
conducido hacia ese lugar y no sabía por qué estaba allí acostada con la cabeza metida en la
mesada de la cocina junto a la de un gato que horas antes había devorado por mi estado famélico
y la falta de energía. Tampoco entendía porque luego de aquello ese pensamiento invadió mi
mente : debo permanecer despierta durante toda la noche hasta que amanezca. Sólo sabía que la
voz y la comezón habían desaparecido. De todas formas sentía un gran alivio porque el agua caía
sobre mi coronilla y la sed se escurría sobre mi garganta permitiendo descansar del dolor que me
atravesaba cada vez que intentaba respirar.

No quería moverme. No iba a hacerlo. No sabía porqué pero entendía que debía quedarme en ese
lugar, con la cabeza colgando, las vértebras estrechándose con la rigidez de la inmovilidad, el
esqueleto del cráneo del felino a mi lado, como si fueramos parte de lo que ya no éramos. Cerré
los ojos, no sentía ardor sobre la retina porque la luz que se filtraba era demasiado tenue pero de
todas maneras necesite hacerlo para evitar, de ese modo, que algún tipo de impulso incontrolable
intentara dirigir mi cuerpo. Debía permanecer en este estado porque sino moriría, mi cuello se
quebraría en pedazos y aquello sería lo último que quedaría de mi. Mi bebé moriría también y eso
no podía permitirlo, no de esa manera.

CAPÍTULO 23
...

Desperté con unas manos sobre mi cuello. Era él, mi novio intentando asfixiarme. Estaba arriba
mio inmutable sin dejar de mirarme fijo a los ojos. Ya no tenía la cabeza colgando ni estaba
reposando el cansancio de días reclinada sobre un costado. Toda mi espalda estaba apoyada sobre
la mesada mientras él me sostenía de la nuca y apretaba con fuerza mis cuerdas vocales. Sus
dedos sostenían mi cuello. Sus pulgares apretaban mi garganta. Estaba despierta. Estaba
muriendo en sus manos y aquello era real. Intenté entre jadeos poder respirar sin conseguirlo,
moviendo mis manos tratando de frenarlo buscando sus brazos para que se detuviera. Pataleaba y
me movía lo poco que el peso de su cuerpo sobre el mío me lo permitía. Sentía que los ojos se me
salían mientras,la boca se abría babeando entre gemidos de auxilio. Nadie me escucharía porque
ni yo misma podía oír mi voz. Solté su brazo liberando una de mis manos, pero él se me adelantó
para evitar que pudiera hacer cualquier movimiento y me levantó desde el cuello. Los ojos se me
nublaban, lo último que pude ver fue una mueca de fuerza extendiéndose desde su mandíbula
tensa. La espalda a unos centímetros de la mesada de la cocina. De repente sentí el reflejo de una
luz aguda, intensa sobre mi rostro. Parpadeé, estaba a la altura de la ventana. Contuve, quizá, el
último hilo de aire que me quedaba para hacer el traspaso de un estado a otro: o moría sobre sus
manos o alzaría un grito ahogado, sordo pero real, vivo, la audacia justa que se necesita para
revivir. Un instante que no se podía capturar ni siquiera con la velocidad de aquellos rayos de sol
fue necesario para que sus ojos se encendieran de furia y mi brazo diestro, escurridizo, lo último
que me quedaba libre de la atadura de su cuerpo sobre el mío, arremetió contra el vidrio de la
ventana. Sentí como el hueso del codo, el cual había amortiguado con tenacidad ante el estruendo
de cristales rotos, chorreaba de sangre. Una herida que se abría junto con el escape de aire fresco
que traspasaba por aquella ventana descubierta. Y entonces mis ojos se volvieron a cerrar, ésta
vez sin sentir nada más que la imagen de unos números contando de manera regresiva sobre mi
mente. Podía observar el número de mis pulsaciones recobrando vida. Luego mi respiración
volvía a aparecer como un sonido envolvente sobre mis oídos. El aire cálido entrando sobre mis
fosas nasales para abrigar ese alarido silenciado entre bocanas de reanimación. La existencia
obligándome a permanecer.

Entonces me ahogué sobre la exaltación de un sollozo que se demoró lo suficiente como para
impedirme abrir los ojos. Aquél jadeo naciente de ese último hilo de aire que me quedaba para
dilatar. El extremo final de una porción de vida que se había opacado ante la certeza de aquél
bebé que estaba creciendo sobre mi vientre. Porque el distorsionado impulso de supervivencia
que me respaldaba como brújula interna no era lo suficientemente fuerte. Porque el estímulo
propulsor que había estado direccionando ese cuerpo en el que me encontraba atrapada era esa
construcción de amor que latía con potencia sobre mi útero. La coherencia muerta, los sentidos
poseídos, la obstrucción total de la capacidad de sentir placer era lo que había hecho posible que
emergiera ese ser y que se desarrollase sobre mí como conducto esencial del contacto con la vida.
Ese bebé estaba salvándome para salvarse así mismo. ¿Era posible que intuyese que sólo a través
de mi permanencia como cuerpo no pensante en el que me había convertido podía escapar del
dolor que le producía estar allí? ¿Había estado escuchando mís súplicas por salir de ese
departamento para acabar con su vida? Era probable que me necesitara como ente físico para
contribuir en el aborto de su existencia, porque estar adentro mío debía ser extenuante.
Abrí los ojos, mis dedos estaban sobre la ventana clavándose entre el filo de los vidrios
rotos.Estaba sentada sobre la mesada de la cocina. No recordaba cómo había logrado escapar de
las manos de mi novio, de su intento por acabar conmigo. Pero no podía pensar en ello, no quería
hacerlo. Sentí unas enormes ganas de quedarme sentada allí, al lado de la ventana, con el viento
golpeándome de manera suave sobre la cara. Tenía miedo de salir de ese estado, no sabía si estaba
escondiéndose en algún rincón de la oscuridad del departamento. Había sobrevivido porque el
aire se ensanchaba sobre los pulmones adormeciendo el dolor que me producía respirar. Porque
aún sentía las manos de él sobre mi cuello, sus dedos presionando sobre mi garganta. Me dolía
tragar saliva es por eso que permanecía con la boca abierta, salivando de manera constante
dejando que el aire secase la baba espesa que se juntaba sobre mi mentón. El cielo estaba blanco,
cargado de nubes que se extendían impidiéndome ver los rayos del sol que habían salvado mi
vida durante ese instante en que me supe cerca de la ventana, con las manos de mi novio
queriendo asfixiarme. Sólo había durado un instante el reflejo de sus rayos apareciendo sobre la
ventana con los ojos entre abiertos. Tal vez el sol había dejado de existir o yo no podía verlo.
Apoyé mi cara sobre el marco de la ventana esperando a que las respuestas llegaran a mí porque
había olvidado todo. Los párpados vencidos de cansancio se fundieron sobre mi rostro
desdibujado, ajeno, irreconocible y me quedé dormida.

CAPÍTULO 24

...

El chorro de agua golpeaba sobre mi rostro. Al parpadear vi la regadera de la ducha. De alguna


forma había llegado hasta ahí. Me asusté como si aquello hubiera sucedido por primera vez. Miré
a mi alrededor y me vi arrodillada, mis manos sosteniendo mi vientre.Parte de la cortina de baño
estaba pegada sobre mi espalda. Grité sin poder oir mi voz. Aún podía sentir la presión de
aquellos dedos sobre mi garganta. Sabía que había sido real. Sabía que mi novio había estado en
mi departamento queriendo matarme, es por eso que al encontrarme allí y volver a sentir sus
manos alrededor de mi cuello entendí cómo había llegado hasta el baño. No estaba sola, alguien
había transportado mi cuerpo hasta la ducha. Recordé lo mucho que me había costado subir hasta
la mesada de la cocina sin entender muy bien porqué lo había hecho. Recordé caer junto al grifo
y mojar mi cabeza aturdida de golpes, saciada y con la boca llena de sangre. Sangre de animal.
Porque había devorado pedazos de órganos de un gato muerto que yo había matado con mis
manos. Aquello me hizo vomitar. Vomité sangre y una maraña de pelos que casi me atragantan.
Estaba aterrada, no quería moverme. Me preguntaba si debía quedarme allí y esperar a que algo
sucediera. El corazón comenzó a latir tan fuerte que sentí un dolor punzante sobre el pecho. El
sonido de mi respiración entrecortada se aceleraba cada vez más. Luego se asomó una voz que
pronto comenzó a aturdirme porque cada vez se hacía más y más potente. Pude reconocer ésta
vez de quién era, era él, mi novio. Entendí que no estaba alucinando, aquello era real, él había
estado hablándome y luego había intentado matarme. Una profunda desesperación me invadió,
quería desaparecer pero no podía moverme. Quería moverme pero no sabía si hacerlo porque
estaba aterrada, temí abrir la cortina del baño y encontrarlo allí, esperándome para hacerme daño.
De pronto mis manos temblorosas abandonaron ese lugar a donde habían estado reposando una
necesidad esencial por proteger la única parte de mi cuerpo que estaba dirigiendo mis acciones.
Sentí como mis dedos se aferraban a las canillas mientras la voz de mi novio se volvía cada vez
más rasposa, la respiración más intensa, el pecho se comprimía sobre un dolor que se hacía cada
vez más hondo. Entonces estrellé mi cabeza contra la pared y caí sin más.

CAPÍTULO 25

...

Aparecí parada frente al espejo del baño con la cabeza agachada, el mentón sobre el pecho, como
si alguien me hubiera puesto en esa posición. Aún tenía los párpados pegados . La única
sensación que venía a mi como un recuerdo era la necesidad de detener las voces, apagar las
heridas, congelar el terror de sentir la respiración de mi novio parado al otro lado de la cortina de
la ducha. Y entonces un ruido demasiado agudo para sostener sobre los tímpanos arremetió sólo
un instante en el cual pude escuchar el llanto de un animal agonizante. El sabor a sangre se unía a
la conciencia de desamparo y en esa comunión los sentidos comenzaban a recobrar, de manera
automática, las sensaciones de dolor sobre las heridas que yacían en mi cuerpo. Levanté mi
cabeza luego de haber tragado algo que parecía ser un coágulo de sangre cubierto de pelos que
raspaba mi garganta. Me encontré con la imagen de alguien que no podía reconocer con
exactitud. Era mi imagen la que se reflejaba en aquél espejo pero aún así resultaba imposible
distinguirme a través de un recuerdo porque nada asomaba sobre la mente cuando quería
invocarme mi figura. En los recuerdos que me atravesaban como una brújula distorsionada sin
que tuviera la voluntad de frenarlos nunca se representaba mi aspecto porque no podía verme.
Tenía la frente cubierta de moretones violáceos sostenida por una cabeza con forma extraña
debido a aquellas herida. La nariz era diminuta, apenas podía distinguirla entre la cantidad de
rasguños que cubrían aquellas mejillas que se posaba sobre ese espejo que me se hacía un poco
más distante con cada pestañeo. La boca estaba cubierta de sangre. Intenté despegar los labios y
apenas pude ver el blanco de unos dientes que estaban cubiertos de un rojo intenso que se
desteñia cuando la saliva colmaba sobre la lengua. Sostuve el labio superior con los dedos porque
comencé a sentir una extraña sensación sobre las encías. Al hacerlo noté que algo estaba pegado
alrededor e intenté sacarlo con la otra mano. Al mover aquella extraña textura color amarillenta
un montón de pequeños pedazos del mismo color comenzaron a agitarse. Parecían gusanos que se
abalanzaban sobre la carne de mis encías lastimadas. Aquello me provocó arcadas tan fuertes que
tuve que sostenerme sobre el lavamanos para no caerme. Observé que estaba parada sobre la
punta de mis dedos, tenía los pies cubiertos de astillas y pedazos de vidrios incrustados. Al
acercarme quise agudizar la mirada para poder observar mejor aquél rostro pero cada vez que
intentaba encontrarme con esos ojos cubiertos por unos párpados hinchados, pesados y
temblorosos, la imagen se empañaba. Ni siquiera recordaba cuál era el color de mis ojos.

Me quedé parada en esa posición hasta que las respiración inquieta en forma de zumbido intenso
se aplacó sobre un mismo ruido en mis oídos. Fue en ese preciso momento en el que dejé que las
manos se sostuvieran en ese vientre rígido, tieso, el único lugar de aquél cuerpo quebradizo en el
que habitaba algo que estaba realmente vivo. Entonces respiré profundo sin siquiera poder notar
que estaba cerrando los ojos,apoyando suavemente los pies sobre ese suelo resbaladizo dejando
que las astillas profundizaran aún más sobre cada herida que latía con tanta potencia sobre la piel
hasta que la mandíbula se comprimía de un dolor al que ya me había acostumbrado.

Luego me di cuenta que estando allí, tan cerca de aquél bebé que estaba creciendo sobre mi útero
que alimentaba la única parte que permanecía sana en ese cuerpo. El dolor de todas las heridas
que se traducían en mi mente con pensamientos revoltosos lentamente se apagaban por completo.
Podía sentir las manos temblando sobre esa piel gruesa, rugosa que rodeaba mi vientre, entonces
volví a notar el peso de aquellas manos rodeándome el cuello, intentando quebrar cada vértebra, y
al recordar como su cuerpo me envolvía no sentí nada. No había temor en mi. Estaba parada
frente al espejo, examinando cada parte de mi rostro, mi cuerpo y lo único que podía sentir era
como la resignación de la muerte se aproximaba de manera lenta pero concreta,habitando cada
rincón. Era consciente de que mi novio estaba escondiéndose en algún lugar del departamento,
esperando acecharme para asesinar la poca cordura que me quedaba. Y aún así no tenía miedo, la
muerte estaba a un paso de atraparme por completo porque de repente había olvidado qué era lo
había estado haciendo durante todo ese tiempo encerrada a oscuras en ese departamento. Nada iba
a salvarme de la muerte, ni siquiera ese bebé que de manera absurda pretendía direccionar cada
una de mis acciones con la intención de salvarse a sí mismo. Porque..¿qué otro motivo tenía aquél
ser para alumbrar los pocos sentidos que permanecían vivos en mí para dirigir cada acción que ya
no podía ser manejada por mi fallida intuición adherida a un sentido punzante de muerte
constante? La única intención de aquél bebé era sobrevivir para salir de mi cuerpo, porque el
amor agonizante sobre el cual había sido engendrado era demasiado penoso como para seguir
respirando el mismo aire de podredumbre que me mantenía viva. Entendí que aquél había sido
siempre su objetivo: mantenerme con vida para lograr escapar de la irreparable muerte que estaba
obstinada a generarle con mi obsecuente ceguera que sólo podía entretejer propósitos
incoherentes. Porque mi instinto de supervivencia se había ido a vivir a mi útero y había estado
sometida a sus demandas pensando que aquello me salvaría, nunca me había dado cuenta hasta
aquél momento de que ni siquiera ese bebé que estaba floreciendo como ser salvaje que vigila por
su propia vida ya que no tenía interés en la mía. Debía ser insoportable estar adentro mío y
mucho más aún morir bajo las reglas de un amor falleciente. Esa era la única razón por la cual me
había estado ayudando a mantenerme con vida: no quería morir en mi cuerpo, quería respirar
sobre la existencia abortiva antes de continuar con ese rol testigo del suicidio lento y perverso al
que me estaba sometiendo. Aquellas manos temblorosas sobre el vientre estaban señalando cuál
era la única parte sana que aún se conserva en mi.

Sentí un pataleo intenso que me dejó sin aliento durante un instante que pareció aletargarse como
la agonía de una muerte programada, el destino esperándome sobre esa bocanada de aire ausente.
Me vi a mi misma como en un sueño, queriendo atrapar esa última porción de oxígeno, y
entonces comprendí que aquél bebé que estaba adentro mío estaba luchando por su propia
subsistencia, pataleando sobre mi útero, rebelándose contra ese amor fruto de su propia
naturaleza.

CAPÍTULO 26

Abrí los ojos y de manera automática camine sobre las puntas de mis pies, que sin pensarlo,
estaban arrastrándome hacia la cocina. Sabía que él estaba ahí, en alguna parte allanando mi
sombra a la oscuridad de una luz sosegada que descansaba sobre su bolsillo. Podía escuchar mi
respiración entremezclarse con la suya con cada paso que me acercaba hacia esa cocina que
palidecía sobre un cielo ausente que se filtraba a través de la única ventana que ésta contenía.
Algo ajeno a mi propia voluntad me llevo frente a la heladera. Mis manos resbaladizas sobre la
pus vacilante de aquellas llagas que no terminaban de secarse, se abalanzaron sobre el
refrigerador. Saqué el gato congelado, tieso, con cada órgano al descubierto aullando como un
fantasma prisionero de mi necesidad famélica, de aquella ceguera absoluta, de la noche esperando
ansiosa un amanecer que parecía carecer de existencia sobre ese sentir de tristeza aguda.

Sostuve el animal sintiendo como su textura entumecida por la escarcha quemaba sobre mi piel
como si el desequilibrio de su materia, aquella frialdad, estuviera a un paso de convertirse en
fuego. Porque ambos elementos en su estado máximo de enajenación producían exactamente lo
mismo: un ardor incipiente que encogía cada centímetro de la piel. Pero no existía otra sensación
que pudiera experimentar, sólo el dolor y el incandescente temblor que todo ello generaba.

Tuve que tomarme de la heladera para mantenerme en pie varias veces ya que el felino se me
escurría entre los brazos columpiándose entre las puntas de mis pies que hacían temblar mis
piernas de tal manera que era imposible permanecer. Pero aquél animal se resistía, adherido a la
escarcha seca, filosa que se plegaba sobre la piel pretendiendo unirse a mi cuerpo. Las rodillas se
tambalearon de un momento a otro y el animal cayó al suelo. Una desesperación me colmó en un
absurdo e incontrolable llanto. Por alguna razón sentía que el suelo se había tragado al animal
,como si se tratase de un agujero negro en donde las cosas desaparecen sin dejar rastro de su
existencia. Fue justo en ese instante en el que temí por mi vida. Porque no se trataba del terror
que en algún momento me había aprisionado estando reclusa de la mente de mi novio
escondiéndose detrás de cada mueble, susurrándome al oído, jugando con el temor intenso que se
prolongaba con cada aliento que intentaba retener. Porque había aprendido a vivir con ese
sobresalto amenazante de un pánico continuo a ser acechada por aquél ser de intenciones
ambiguas. Había entendido que todo era una maldita maniobra perversa para mantenerme a
expensas de sus deseos. Pero aquél suelo sobre el que había estado recostando cada uno de los
golpes que me había infringido había sido mi refugio y en ese momento comenzaba a
transformarse en un lugar imposible de poder sostenerme. Pensé en subirme de alguna manera a
la mesada de la cocina o arrastrarme hasta el sillón. La respiración extasiada se envolvía junto a
la respiración rasposa de mi novio. Podía sentir el aire caliente rozando mi cuello. Él estaba cerca
pero no podía verlo. Su voz volvió a resonar como una alarma y el miedo a desaparecer de
apodero de mi mente. No podía pensar en otra cosa. Iba a desaparecer porque aquél suelo me
succionaría hasta que nada más quedase de mi. Por alguna razón aquella sensación asfixiante de
muerte me permitió escuchar con claridad la voz de mi novio que siempre había aparecido como
un eco indescifrable. Esta vez me preguntaba en un tono desafiante: "¿ Qué te pasa? ¿Acaso no
te gusta ésta forma de morir?". Grité queriendo de esa forma ahuyentar su voz pero aquello fue
aún peor. Sus manos me agarraron con fuerza del cuello y arrojándome hacia el suelo. Creí que
aquél iba a ser mi fin, el fin de mi existencia podrida absorbida por la angustia, la desolación,
sometida a la oscuridad de un agujero negro, efervescente intentando aspirar aquél cuerpo extraño
incluso para mí misma. Porque mi alma se había disuelto por completo, sólo el latir de mi
corazón atormentado e intentando escapar estaba vigilando cada una de mis acciones, habitando
en mi útero,disociándose por completo de aquél físico que no representaba nada en realidad. Pero
justo cuando creí desfallecer sobre el ahogo violento del pánico mis manos se encontraron con
aquél animal moribundo. Entendí que aún tenía una posibilidad más de buscar una forma
diferente sobre la cual terminar para siempre con mi existencia. No iba a ser devorada por un
agujero negro. No iba a ser el suelo quien me tragaría con su intimidante furia cautivando con su
sombrío magnetismo cada cosa, circunstancia o ser deficiente, lo suficientemente frágil como
para concederle el don de la vida. Me arrastré con miedo sosteniéndome sobre las rodillas como
si aquello se hubiera convertido en un campo minado, no sabía cuál iba a ser el paso del final. Esa
cocina era peligrosa. Me pregunté si el resto del departamento estaría en las mismas condiciones.
Empujé al felino con las manos hasta que me topé con el cuchillo. Lo tomé acercándomelo al
pecho mientras intentaba incorporar mi cuerpo sentándome sobre los huesos de las rodillas ya
adormecidas del dolor. El cielo se desprendía de la ventana alumbrando sólo de a ratos la
oscuridad de aquella cocina.Algo me impulsó a querer pararme, en el momento no entendí muy
bien porqué lo hice. Me sostuve sobre la pared con una mano y cuando estaba a punto de
erguirme por completo el cuchillo cayó junto al animal muerto que aún yacía en el suelo,
disputándose contra la consumación de la putrefacción vigorosa moviéndose inquieta
materializada en un montón de parásitos congelados.

CAPÍTULO 27

...

Conté hasta diez con los ojos cerrados y los diente apretados. La oscuridad se hizo más profunda
pero ya no le temía a nada de lo que pudiera ocurrirme, porque el felino estaba acostado junto a
su antiguo enemigo: el instrumento que utilicé para su muerte. Yo me mantenía sobre las puntas
de los dedos de mis pies porque el resto de las heridas dolían tanto como la sangre que
desparramaba con cada pisada. Pero el impacto con el suelo ardía demasiado sobre esas llagas
abiertas, supurando de manera constante. La luz que se filtraba por la cocina no me permitía ver
con claridad al felino, la forma que había tomado su cuerpo, el pelaje pegado a la piel muerta,
rescatado del frío congelado del refrigerador por aquellos gusanos entrometiéndose como
parásitos movedizos alrededor de sus órganos. Me pregunté cuánto tiempo demoraría en
descongelarse del todo, comenzaba a sentirme hambrienta. Luego tomé el portero para verificar si
podía escuchar algo de aquél exterior que me había sido tan negado frente a aquél imponente
encierro. Apreté el botón que solía utilizar para contestar cada vez que el timbre sonaba pero nada
se escuchaba. Yo no podía escuchar nada. No podía escuchar mis gritos ni el ruido del agua o de
los vidrios de las botellas y vasos estrellarse sobre el suelo. Me invadió una sensación de
angustia. Angustia profunda. Nada había sido tan real hasta ese momento como aquella terrible
angustia que estaba comenzando a sentir. Ni siquiera el intenso miedo que había encendido el
saberme atrapada en mi maldito departamento con una persona que solía decirme que me quería y
sólo había aparecido para acecharme con la intención de matarme, había sido tan real como esa
angustia que se posaba sobre mi. Había emergido como notoria aflicción en el pecho, mucho más
grave de lo que estaba sintiendo hacía días. Luego sentí unas manos tomándome de los hombros y
el peso de esa angustia comenzó a azotarme sobre la espalda. El cuello comenzó a disparar
descargas eléctricas que parecían hacerme mover más allá de mi voluntad. Tambaleaba
sosteniéndome sobre la pared porque era muy difícil permanecer sobre la punta de mis pies. Mi
mano venció sobre el temblequeo dejando caer el tubo del portero colgando. Apoyé cada parte del
cuerpo sobre la pared y me dezlicé hasta caer de rodillas al suelo. Gatee hasta chocar con el sillon
del living. Fue entonces cuando volví a escuchar la voz de mi ex novio, rasposa, intensa
mezclándose con el ritmo agitado de esa respiración que parecía mía pero que con tanto ruido
sobre mi mente me era tan ajena por momentos. Detuve mis movimientos por el mareo que
aquello producía. " Ex-novio- Ex-novio- Ex-novio-Ex-novio-Ex-novio-Ex-novio", repetía su
voz. Sabía que estaba allí, pero con la oscuridad del living era difcil distinguir lo que podía ser
una sombra de la silueta real de alguien. El mareo se hacía cada vez más urgente impidiéndome
pensar es por ello que sólo permanecí absorta sobre su voz, dejándome absorber por esas manos
pesadas sobre mis hombros que con su roce generaban un dolor punzante parecido al de una
descargada eléctrica. Dejé caer el mentón sobre el pecho. Mi mentón salivando sangre
humedicciendo lágrimas que no podía ya saber con certeza si eran lágrimas o sangre que
chorreaba de mis heridas. Sus palabras se posaron como imágenes proyectadas sobre una pantalla
oscura. Cada letra de esas palabras titilaban como los carteles de neón de los anuncios que
cuelgan en las calles. Sentí las pupilas dilatarse como si aquellas palabras se encendieran como
una llama balbuceante queriéndome comunicar algo que era instrasferible. Comenzaron a
dolerme la comisura de los ojos de la fuerza que tenía que hacer para que los párpados no se
desvanecieran. No quería quemarme con su voz resonando sobre mi mente con imagenes que
lentamente eran deboradas por esos ojos empañados con tan poca capacidad para ver. Fue
entonces cuando recordé sus dulces labios besando mi frente y entendí que era su voz, la voz de
mi novio, aquél que quería matarme y que aparecía y desparecía sobre mi mente como mi ex
novio. Pero la realidad era que ambos eran una misma persona, sólo que no podía permitir que
fuera aquel dulce hombre quien me había herido de la forma en la que lo había hecho. La sombra
y oscuridad sobre la que estaba sumergida desde que había traspasado la puerta de mi
departamento para nunca más salir era toda la agresividad que juntos habíamos construido aquél
día, durante aquél viaje que habíamos hecho.

No, no estaba sola, me había traido parte de su agresividad conmigo y estaba incorporádola a
cada rincón de mi depatarmento en donde había dejado mi propia agresión también, junto con
cada grito mutilado por los cristales afilados de las copas y los vidrios rasposos de botellas.
¿Dónde había estado, entonces, aquel hombre dulce que me besaba con ternura, muy a pesar de
no amarme? Era quien había estado intentando comunicarse conmigo. La imagen del tubo del
portero colgando volvió a mi mente. Un pinchazo agudo se impacientó sobre mis manos y caí con
los codos aún heridos. Sus manos me atraparon sosteniéndome desde los hombros, levantando
con la fuerza de sus brazos mi cuerpo pesado y desvaneciéndose de dolor. La cabeza colgando
junto al tubo del portero y su voz gritándome al oído. Podía sentir su respiración mezclándose con
la mía porque sólo era capaz de escuchar eso: el poco aliento que me quedaba y su voz. De
pronto sus manos sujetaron mis piernas y parte de mi espalda. Estaba acostada sobre sus brazos,
mi cabeza moviéndose al compás de sus pasos que se encaminaban vaya a saber hacia donde.
Pude ver apenas su rostro luego de mucho tiempo de aquella oscuridad envolvente. Tenía los
gestos endurecidos y me era imposible encontrarme en su mirada que estaba fija observando algo
que sólo él podía ver desde aquella posición en la que ambos estábamos. Entonces noté que mis
manos se habían posado nuevamente sobre mi vientre, justo cuando sentí un ruido metálico que
retumbó sobre mis dientes como un chirrrido desopilante que invadía los músculos de mi cara
haciéndole cosquillas a cada herida abierta que escupía pus. Y comencé a reirme a carcajadas. Reí
como nunca antes lo había hecho en mi vida, con una necesidad de furia que me atragantaba. Mi
frente chocó con la puerta y aún así no dejé de reir. Podía notar que con el mismo brazo que
sostenía mi cabeza estaba intentando abrir la puerta mientras mi cuerpo se retorcía sobre su
cuerpo y yo no dejaba de reirme enjaulando la ira sobre las paredes de mi garganta lastimada,
colmada de llagas que palpitaban. Abrió la puerta y mis ojos se cerraron porque la luz del pasillo
del edificio enceguecía. La luz apagó la risa y lo poco que esos ojos que me resultaban ajenos me
permitían ver. Sabía que era su voz cada vez más rasposa y potente la que rodeaba mis oídos
llenándolo de palabras que me eran dificil de entender. Estaba acostada sobre los brazos del
hombre que había querido matarme, porque era él : aquél dulce hombre que solía besarme con
ternura quien se movía por mí sosteniendo su oscuridad y la mía. Él: el ex novio que se había
rehusado a ser mi novio y que aún así, y a oscuras sobre ese departamento del que él me estaba
sacando, yo repetía con frecuencia aquella palabra que él tanto odiaba. Estaba empecinado en
recordarme que no era mi novio y por consiguiente, que nunca sería mi ex novio. Lo que él no
entendía era que ambas circunstancias siempre habían sido difícil de definir para poder
simplificar la circunstancia que nos había sostenido sobre ese amor que no había significado un
amor para él pero sí para mí. No era necesario definirnos, nunca había necesitado esa situación
para vivir mejor e incluso para tomar la decisión de dejar crecer ese ser que había engendrado el
afecto que nos teníamos. Aún así nos estábamos yendo juntos y yo no sabía hacia dónde nos
íbamos. Estaba acostada sobre sus brazos, rodeada por sus manos, las misma que habían
sostenido mi cuello hasta la asfixia días atrás, y aún así me dejé llevar, permití que el sueño se
apoderase de mí mientras veía entre un abrir y cerrar de ojos como él me acostaba sobre el
asiento de un auto y ponía el motor en marcha para alejarnos de allí.

CAPÍTULO 28

...

Me encontré sentada en la puerta de su edificio con las manos en los bolsillos de mi campera
tocándome el bajo vientre sin que se notase a la luz de ese día nublado. Me encontré temblorosa
sobre un llanto avergonzante habiendo sido masticado y tragado como una bola de nervios
camino hacia su casa. La gente pasaba y yo escondía mi cara evitando que cualquier vecino que
me haya visto de su mano me reconociera, porque me sentía una extraña con las manos
encendidas de una verdad que me era inconsistente de retener sobre esos dedos que apuntaban de
manera inconsciente sobre esa parte de mi cuerpo donde se había originado una nueva frase que
estaba sosteniendo con la punta de la lengua. Fue entonces cuando sentí a alguien saliendo del
edificio. Era una mujer con lentes negros que parecía distraída, totalmente concentrada en la
conversación que estaba manteniendo con un hombre que abría la puerta con una mano mientras
apoyaba la otra sobre la cintura de ella. Casi no se detuvo en mi cuando dijo: "¿Entras?". Me
limité a no contestar mientras me apresuraba por escabullirme sin pensarlo mucho. Porque fue de
esa manera en la que me encontré subiendo en ese ascensor en el que tantas veces habíamos
estado asomando una escueta sonrisa hasta que alguno de los dos arrimaba su boca como si fuera
algo indiferente a lo que nuestras mentes nos dictaban que hiciéramos. Cerré mis ojos y apreté
aún más fuerte los dientes hasta que la mandíbula me retumbó sobre los oídos y al mismo tiempo
el ascensor se detenía. Un suspiro de alivio me atrapó como si aquello fuera exactamente lo que
necesitaba en ese preciso momento. Pero aún así me quedé paralizada contemplando esas rejas de
metal oxidado y sosteniendo los nervios enjaulados sobre las paredes de mi garganta. No podía
pestañear, tenía la mirada fija sobre el óxido anaranjado adherido al marrón oscuro del metal,
esperando impaciente por aparecer como partículas diminutas decorando cada parte de su
entereza arruinada,siendo un crujido agudo.

El movimiento leve, casi imperceptible por mi espalda acomodada sobre la espesura contenedora
de ese ascensor fue lo que me sacó de ese hipnótico estado. Alguien estaba llamando al ascensor.
Abrí la reja con los oídos preparados para escuchar aquél ruido que había estado contemplando
mucho antes de que se hiciera presente. El ascensor se detuvo de manera precipitada como era
sabido que iba a hacerlo. La fuerza de mi mano detuvo el movimiento y yo me detuve con él.
Cerré su puerta y me apresuré a sacar la llave de su departamento de la cartera. Las manos me
temblaban por el apuro pero aún no podía sentir nada que no fuera una acción desmenuzada por
mi mente. Porque había dejado de lado cualquier tipo de impulso, incluso sabiéndome consumida
por todas esas acciones que parecían premeditadas por no poder ser encasilladas por ningún
estímulo. Abrí la puerta y su perfume me invadió por completo. Estaba en su casa, a solas por
primera vez. No había rastros de su cuerpo entonado una notoriedad que apaciguara el temblor de
mis movimientos traducidos en una estática manera de ser. Estaba sola rodeada de cada una de
sus cosas. Había tanto por explorar que me era imposible discernir cuál era el punto de inflexión
entre la " necesidad de saber" y "la invasión de su intimidad". Porque ni siquiera sabía que estaba
haciendo allí, parada junto a la puerta, con la poca luz que alumbraba desde la ventana de la
cocina y la persiana del living que estaba totalmente cerrada, junto a esas cortinas azul oscuro que
habían ocultado nuestros encuentros sexuales. Miles de imágenes aparecieron como un ruido
intenso sobre mi mente. Sólo podía dar unos pasos para salir de ese estado embriagador de
recuerdos que alumbraban cada uno de mis sentidos, totalmente despiertos en ese momento. Me
arrimé al sillón y contuve la respiración durante unos minutos, luego una necesidad intensa me
arrojó sobre aquellos almohadones que encerraban aquella cama oculta. Arrojé con fuerzas cada
almohadón y enredé mis manos sobre el metal que contenía aquel colchón. Entonces el sillón se
convirtió en una cama, en aquella cama donde tantas veces había reposado mis ganas de abrazarlo
desde la espalda para llevarme conmigo todos sus temores. Ese temor intenso que tenía de
acercarse con franqueza hacia mí.

Me acosté olvidándome del mundo. Me acosté olvidándome de que el tiempo corría y recordé
sus labios mecerse sobre los míos. Cerré los ojos y mordí mi lengua. Intentando mutilar aquella
verdad que estaba oculta.

Un recuerdo me atropelló mientras me acurrucaba sobre las almohadas reencontrándome con su


perfume. Su aroma me trasportó hacia aquella última noche que habíamos dormido juntos. Había
sido un día largo y ambos estábamos inquietos sobre sueños que agudizaban nuestros sentidos.
No era la primera vez que aquello sucedía. Durante muchas noches encontré sus brazos rodeando
mi cintura, sus pies ligados junto a los míos, su mano sosteniendo mi cuello, reteniéndome, y
algún que otro pataleo de madrugada debido a su hiperactividad que luchaba con esa calma que
significa reposar el cuerpo, dormir. Pero esa noche no había sido él quien se revolcaba sobre un
combate mano a mano con la secuencia de copias representativas a través de movimientos,
rostros, la oscuridad de los espejismos que culminan cuando abrimos los ojos, saliendo del estado
de ensoñación. Esa noche era yo quien me había encontrado presa de un encadenamiento de
diferentes miedos que se materializaban sobre una percepción distorsionada que sólo suelen tener
una existencia pertinente dentro de la incoherencia de un profundo sueño. Desperté asfixiándome,
como si hubiera estado sumergida sobre un río tumultuoso que congelaba cualquier capacidad de
movimiento. Desperté con la sensación de no haber estado dormida, como si alguien hubiera
estado conversándome al oído, mientras una música de fondo y las risas de seres que no podía ver
retumbaran de manera insoportable sobre mis oídos. Recuerdo que comencé a llorar porque el
miedo estaba acostado sobre un esquina de aquella cama lamiéndome los pies, riéndose de mi.
Por eso no podía moverme. Estaba paralizada y las risas se hacían cada vez más penetrantes, la
música se convertía en un cúmulo continuo de sonidos aislados, inconexos desvinculándose de
cualquier tipo de mensaje, porque todo se figuraba como en ecos, incluso los números del reloj
despertador que estaba colgado junto al mueble frente a la cama. Todo parecía derretirse, cada
sensación que era percibida se fundía sobre el abismo, como si el suelo se tragase la textura de
esa vivencia y con ella yo también desapareciera por completo. Porque mi mente estaba
estrangulándome impidiéndome salir de ese estancamiento que me atacaba a la cama. Moví,
apenas mi cabeza para verificar que él estaba allí, y que no eran sus manos las que, en esa
circunstancia me estaban inmovilizando. Porque no estábamos nuestros sueños no estaban
emparentados en ese momento, en esa noche en especial. Creo que él escuchó mi sollozo y se dió
vuelta con tranquilidad, me hablaba como un autómata aún desde ese estado indefinido entre el
sueño y la vigilia. Le pregunté en qué piso nos encontrábamos porque tenía miedo de tirarme por
la ventana. Aquello no era nuevo, ya me había pasado en otras ocasiones estando a solas en mi
departamento. No tenía intenciones de matarme, sólo que la situación de tensión y miedo suele
ser tan intensa que por momentos siento un temor profundo por mi vida. El estado de
desesperación cruza la línea de lo racional y se siente un profundo descontrol del cuerpo y de la
mente. Por supuesto que él no entendía nada y yo no estaba en condiciones de explicárselo. El
balcón estaba de su lado de modo que sólo pude escuchar sus pasos hacia el baño para cerrar la
ventana del baño. Al volver a la cama le pedí que no se moviera de mi lado, estaba tan asustada
que incluso le mencioné que tal vez debíamos ir a un hospital. Me tomó fuerte de la mano y a los
minutos se me pasó. Sé que dije muchas incoherencias de las que no recuerdo Palabras sueltas sin
sentido, frases producto al pánico intenso en el que me encontraba. Entonces me tranquilicé y le
dije que estaba mejor que se me pasaría pronto, que aquello era un simple ataque de pánico
debido a que estaba pasando por un gran estrés con algunos asuntos en mi vida.Él me atrajo hacia
su pecho y dejó que mi cabeza cayera sobre su hombro mientras yo amarraba sus manos junto a
las mías, sintiendo un frío desolador que nos rodeaba a los dos, la última vez que habíamos estado
abrazados como aquella noche había sido para el viaje en el que celebramos mi cumpleaños,
sentados en los bancos de la terminal esperando que el amanecer sobre esa entumecida
madrugada.

Una gran tristeza se apoderó de mí en ese momento. Me acurruqué debajo del acolchado como si
de esa manera fuera capaz de alejar aquel mal recuerdo, intentando olvidarme, también, de mi
panza de embarazada asomándose por el holgado saco que cubría mi cuerpo. Apoyé una mano
debajo de la almohada y encontré una media negra. La dejé allí y lloré hasta sentir los ojos
hinchados. Luego salí de allí, acomodé la cama y la metí bajo el hueco del sillón. Pusé los
almohadones en sus respectivos lugares y miré alrededor mientras secaba las lágrimas con los
puños de mi saco. Entonces noté que las piernas me temblaban. Me senté en la silla en donde
solía sentarme. Recordé las veces que habíamos compartido charlas, risas. Las veces que
habíamos tenido sexo sobre esa mesa. Contuve la respiración para evitar que el llanto volviera a
acorralarme. Aquella noche que había estado rememorando acostada sobre su cama no habíamos
dormido bien ninguno de los dos y nos levantamos a desayunar para reponer energía. Él solía
hacer las tostadas y el café bien negro para que saliéramos de ese letargo de sueños
interrumpidos. Yo estaba sentada exactamente en el mismo lugar de siempre cuando me disculpé
por la pésima noche que le había hecho pasar, pero él se limitó a sonreír y a acariciar mi rostro
acercándose suavemente para besarme. Luego tomó un sorbo de café mientras miraba la cama
desecha y dijo : " cuando me pediste que te llevase al hospital creí que lo habías hecho porque
sabías que no sé dónde queda el hospital". Dejé que esa frase quedase suspendida en el aire
durante un instante de silencio absoluto. Me resultó extraño que dijera algo semejante, había
pasado un estado de crisis profunda durante parte de la noche y realmente sentía que algo malo
iba a ocurrirme hasta que pude recobrar mis sentidos y la coherencia como para identificar que
aquello era un ataque de pánico. Pero él parecía no creerme. Fue entonces que me sonreí y le dije:
" entre vos y yo no hacemos uno".

CAPÍTULO 29

...

Sentada sobre esa silla que había adormecido otra cantidad de características, cualidades y
defectos en un rol ya pre-establecido, me encontre absorta dentro de un mundo ajeno al cual me
había amoldado por la combinación de empatía, compañerismo y entendimiento.Estaba siendo
flexible sobre todas esas pulsiones de vida a la que nos sometemos cuando dejamos que el sentido
del amor nos transforme en aquello que en verdad siempre fuimos pero que, por alguna
circunstancia aislada, nos hemos olvidado de tener presente. Fue entonces cuando mis brazos me
arroparon imaginando que estaba él ahí, como tantas otras veces en las que había estado
acurrcando mi tristeza como si fuera una emoción compartida, aunque sólo se tratase de un
momento en el cual mi presencia estaba en responsabilidad afectiva y conciente de su persona.
Recuerdo que luego de sostener con una incertidumbre que resultaba vergonzosa, comprendí
aquella frase descompuesta de sentido común (" cuando me pediste que te llevase al hospital creí
que lo habías hecho porque sabías que no sé dónde queda el hospital"), impregnada en el abismo
del egocentrismo, dudando de mi estado de pánico tan sólo para alimentar una necesidad poco
obsecuente de todo lo que es importante y exige una especie de compromiso más allá de la propia
interpretación mental que se pueda hacer. Incluso con todas sus mentiras, su necesidad de
esconderse de mi, de alejarme lo más posible de su realidad, de dejarme a un costado junto con
todas aquellos asuntos pendientes que tanto tiempo había gastado en contarme que debía
concretar pero que " tal vez no merecían tanto la pena gastar energía en eso". Apoyé la cabeza
sobre la mesa llorando como si ese lugar en donde habíamos compartido tantos momentos
estuviera desgarrándome el corazón con la mano. Podía sentir el pesar de cada recuerdo
asomándose por mis largas pestañas empapadas de lágrimas queriendo atravesar mis pupilas para
proyectar las imágenes de todas esos meses que habíamos compartido juntos. Me sentía
abrumada pero a la vez acobijada sobre esas cuatros paredes que tanta contención me habían
brindado. La paz me abrigaba con la sensación lejana de cada beso que nos habíamos dado.
Calculo que por eso no me sentía intranquila por estar en su departamento, por olvidar el reloj
sobre mi muñeca, por aquél atrevimiento de saberme en su casa habiendo usando la copia de las
llaves que él mismo me había dado en caso de emergencias. Pero aquello no era una emergia. Lo
que estaba ocurriendo era el comienzo de un final que avanzaba con desmesura y me mantendría
atrapada sobre un silencio ensordecedor. Porque estando allí con la frente contra la mesa y la
cabeza entre las manos entendí que no podía contarle nada sobre el embarazo, me haría cargo sola
de todo porque de alguna manera era yo quien había decidido mantenerme en esa circunstancia
penosa de amor no correspondido. Él no tenía porqué cargar con mi insistencia producto de una
ceguera emocional que se retorcía sobre mi mente terca y empecinada por evitar enfrentarme con
la realidad: el no me amaba y probablemente nunca lo haría. Habíamos hablado de ello reiteradas
veces. Recordé la tristeza en su mirada cuando con dulzura me dijo: "en verdad quisiera poder
enamorarme de vos, tal vez en algún momento suceda, eso nunca se sabe".

Lloré sobre esa frase porque era justo lo que había determinado mi decisión: nadie sabría sobre
mi embarazo. Tal vez había sido un acto desesperado arremeterme en su departamento como una
desquiciada luego de haber salido del baño de aquél shoping con la noticia estremeciéndose entre
mis manos temblorosas; pero de alguna forma si le hubiera hecho caso a aquél impulso tal vez no
hubiera llegado a la conclusión de que callar era la mejor opción.

Suspiré profundo y cerré durante unos instantes los ojos para recobrar la falsa entereza que luego
saldría conmigo de ese edificio mostrándole al mundo una sonrisa inventada. Pero el sonido de
las llaves sobre la puerta me sacó de aquella ensoñación tan vívida.

Él me miró con su mirada penetrante, casi no se podía traslucir en ella ningún tipo de emoción
palpable, concreta que pudiera ser percibida de la manera más simple para luego ser encerrada en
un pensamiento. No transmitió sorpresa ni enojo, sólo se quedó parado el tiempo suficiente como
para adaptarse a la situación de que yo estaba allí en su departamento. Dejó el saco y su bolso
colgado en el respaldo de la silla y se dirigió a la cocina. Oi como encendió una hornalla, puso
agua para calentar y volvió con dos tazas que puso junto a la mesa. Sacó cada almohadón del
sillón y rápidamente lo convirtió en aquella cama que aún conservaba el calor de mi cuerpo.
Finalmente se acercó, me tomó de las manos y me llevó a la cama. Nos acostamos y me abrazó
tan fuerte que casi vuelvo a llorar. Estando allí rodeada sobre sus brazos me sentía a salvo de ese
intenso miedo que me producía estar embarazada. Ninguno de los dos dijimos nada,
permanecimos en silencio hasta que el sonido del agua hirviendo nos interrumpió. Se movió
suave y me dio un beso en la frente acariciándome la mejilla con el dorso de su mano
diciéndome: "Ya vuelvo". Me sentí aliviada de saber que no estaba enfurecido conmigo por
haberme encontrado en su casa sin haberle avisado. Calculé que se había dado cuenta de que algo
había sucedido, entendí que probablemente esa era la razón por la cual quiso esconder su asombro
comportándose de manera distante, como un autómata. " Te hice un té negro porque sé que te
gusta, yo me hice un té verde, ¿está bien?" Asentí porque aún no podía pronunciar palabra. Me
había quedado muda. Él lo notó y se volvió a acostar junto a mi y nos quedamos dormidos.

CAPÍTULO 30
Fui yo quien se despertó primero y volví a calentar el agua para preparar aquellos tés que se
habían enfriado sobre esa mesa que esperaba por nosotros, por una larga conversación, tal vez
para darle oportunidad a aquella nueva revelación que reposaba sobre mi vientre y que sería
negada por una decisión determinante y caprichosa que había tomado hacía horas atrás. Aún así
volví a preparar algo para que bebiéramos porque le debía una explicación. Pensé en decirle que
había olvidado algo la última vez que había estado en su departamento, tal vez algo demasiado
íntimo que me daba pudor que lo encontrase, pero aquello no justificaba mis lágrimas, la angustia
en mi rostro. Dejé las tazas de té sobre la mesa porque sabía que él odiaba comer en la cama. Lo
desperté acariciándole el pecho y tomó mi mano atrayéndome hacia él. "¿Pasó algo?" , la
pregunta que tanto estaba evitando. Le conté que había lavado una remera de él que me había
llevado puesta la noche que habíamos discutido y yo salí de su casa muy enojada. Quería
devolvérsela sin que notase que me la había llevado por eso la había lavado y al secarla
colgándola cerca de las hornallas se había quemado.

No sé si fue la forma en la que mi narración evidenciaba la inocencia y poca destreza que tenía
para mentir pero él se rió mirándome con una ternura que me impidió continuar con mi relato
mirándolo a los ojos. Fue entonces cuando me preguntó : "¿Y la remera?". Me rei y le dije que
habia comprado otra y que entré en el departamento con la intención de dejársela pero cuando
había llegado me había dado cuenta de que la había olvidado. Me abrazó fuerte y sostuvo mi cara
sobre sus manos y dijo aquello que casi hace flaquear la determinación de ocultarle la noticia del
embarazo: " ¡Qué suerte que no pasó nada grave entonces!".

Desvié la conversación señalando las tazas de té recién hechas. Nos sentamos en la mesa y
bebimos el té sin decir ni una palabra. El silencio reinaba como nunca antes entre nosotros dos.
Noté que incluso él se sentía incómodo con mi mirada perdida, como usualmente ocurría, pero sin
llenar ese vacío con palabras de manera compulsiva. Lo supe porque fue él quien rompió aquél
silencio extraño, mezclado por una sensación de incomodidad por la naturaleza de ser algo
inexperimentado. " Perdón si en algún momento te lastimé, en verdad no supe cómo manejar
algunas cosas. Quiero que sepas que sos una mujer que me gusta..." y yo completé su frase
diciéndole: " ...pero no podés amarme, ya lo sé, hemos hablado de eso miles de veces y ya estoy
un poco cansada. Si querés que dejemos de vernos o que te devuelva las llaves del departamento,
de verdad, que me gustaría que me lo dijeras, hay muchas cosas que van a cambiar a partir de
ahora y no quiero ponerte en ningún tipo de compromiso que sé que no querrías asumir
conmigo." Entonces el acercó su silla junto a la mia y me beso de una forma que nunca antes lo
había hecho: impulsivo, como si estuviera embriagado de palabras que,como yo, estaba
omitiendo. No sabía qué era lo que quería decirme, tal vez aquella borrachera de emociones no
tenían ningún mensaje subliminal. Tal vez era sólo un hombre que me tenía mucho afecto y a
quien le gustaba cuidar de mi cuando sabía que estaba enredada en algún problema que sería
incapaz de contarle de manera catártica. De todas formas me dejé llevar como otras veces y
respondí a aquél llamado pasional. Él me tomó entre sus brazos arropándome como si estuviera
sosteniendo mi alma de niña perdida dentro de su propio mundo interno, profundo, atemorizante
por momentos. Reposé mi cabeza sobre su pecho y lo mire fijamente diciéndole algo que hacía
tiempo había querido decirle: "Necesito que vos también me perdones por haberme enamorado, y
por haber sido cruel con las decisiones egoístas que he tomado. No te puse en una situación
agradable y lo lamento. Juro que de haber sabido que esto iba a suceder habría hecho las cosas
de otra forma". Y al decir aquello llevé mis manos sobre mi vientre. Él me miró con los ojos
aguados como si supiera que con esas disculpas estaba queriéndole decir que sí había sucedido
algo grave, que nos había sucedido a ambos pero que yo no estaba dispuesta a deshacerme del
embarazo. Su mandíbula se tensó fue por eso que rodeé con mis manos su cara y me acerqué a su
boca para respirar a través de su aliento, todas esas palabras no dichas. las mentiras acumuladas
que lentamente iban oscureciendo la forma en la que nos mirábamos. Porque estábamos
encegueciendo de a poco, y porque las horas se habían consumado sobre una oscuridad tardía. El
atardecer que había sido testigo de cada uno de nuestros encuentros había enloquecido por
completo junto a todo aquello que habíamos intentado evitar: herirnos. La luna alumbraba
nuestras sombras que en ese instante se eclipsaban copulando sobre una unión tangible que sólo
duraría unos minutos. Porque mis párpados volvieron a sentirse pesados, y sus labios volvían a
parecer distantes frente a los míos que cargados de un sabor metálico, invasivo. Mi cuerpo
comenzó a temblar sobre cada una de las llagas que comenzaron a asomar de manera amenazante
sobre aquella piel ajena, irreconocible. Intenté respirar de manera profunda pero el pecho se me
cerraba como si estuviera ahuecado silbando la última porción de aire que parecía eterna, sigilosa,
escasa pero inagotable al mismo tiempo. Entonces un intenso dolor de cabeza me azotó y empecé
a sentirme mareada. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que él me estaba sosteniendo
sobre sus brazos mientras salíamos de su departamento. Nos subimos al ascensor y su respiración
resonaba como en ecos sobre mis oídos. Cerré los ojos para que la luz dejase de quemar mis
retinas. Un bosque oscuro sobre la pálida noche se encendía junto a un camino de rosas disecadas
que caían del cielo. Conservé esa imagen durante unos segundos hasta que sentí el ruido del
motor en marcha. Abrí los ojos y estábamos en su auto. Esta vez fue él quien rodeó mi cara con
sus manos y me dijo: "Nos vamos juntos".

CAPÍTULO 31

...

Una alarma aguda y distorsionada se precipitó con un grito. Ambos sonidos retumbaron sobre mis
oídos. Las pestañas se pegaron a los párpados reteniendo mis ojos recién despiertos. Me pregunté
si era yo quien había gritado con la mandíbula tiesa y sin encontrar los gestos dentro de mi propio
rostro. Era una cara desfigurada por el llanto y el desvelar contínuo pesadilla tras pesadilla.
¿Había estado soñando?, ¿Era yo quien había inventado, entre sueños, sus brazos abrigando el
tormento que latia con fuerza sobre las paredes de su departamento? ¿Había entrado a hurtadillas
sobre el escondite secreto de mi mente delirando sobre un recuerdo? ¿Era aquello un recuerdo o
todo lo que había vivido era producto del extravío en el que se encontraban mis manos que, de a
momentos, oscilaban con desmesurado espanto queriendo sostenerse sobre las paredes evitando
el contacto con ese vientre enajenado por no saber hasta qué punto existir? Quise volver a gritar
pero fue imposible escuchar mi voz o algún otro tipo de sonido similar al estruendo que me había
despabilado. Sólo sentía unas ganas insaciables de dejar de caminar por todas aquellas calles que
había recorrido de manera incansable en cada sueño forzado que la fatiga física de cada herida
producida terminaba siempre por vencerme. Había estado demasiado tiempo sobre sus brazos
alucinando que dormía pero la realidad de los pocos sentidos que me quedaban sanos me daban la
certeza de saber que había estado despierta las suficientes horas como para llegar al punto de
destrucción de la poca lucidez que había estado escondiendo sobre el útero. Entonces sentí sus
manos sosteniéndome de los hombros y recostándome en el sillón de mi departamento. Luego su
voz : " ya llegamos", dijo mientras las tripas se retorcían sobre mi estómago y el fuego calcinante
del ardor intenso volvía a cerrar mis ojos. Abrí los labios para poder respirar y el hedor rancio de
la combinación entre la sangre y la bilis provocaron arcadas mientras el ser que habitaba en mi se
movía de manera inquieta. Imaginé sus pequeños tobillos recién formados enredados entre los
hilos ácidos de los jugos gástricos, única sustancia alimenticia que podía brindarle. Sentí la
sombra de una figura que no llegaba a reconocer con exactitud aproximándose mientras unas
manos fuertes sujetaban mis piernas. Aquél cuerpo no era el de mi novio, era otro cuerpo el que
se acercaba de forma discreta, pausada y desprendiendo un odio que estaba en el aire
rodéandonos dentro de una esfera hermética. De repente escuché su voz diciéndome: "somos
buenos amigos, no sé qué te hace pensar que estoy enojado con vos" y al decir aquello sus manos
se abalanzaron abriendo mis piernas. Su sonrisa sin ser una sonrisa tangible se posó sobre mis
ojos de manera confusa, pero aún así pude reconocer aquella cara. Era uno de mis mejores
amigos, aquél que tantas discrepancias había generado entre mi novio y yo debido a la
desconfianza que le generaba. Recuerdo que solía decirme que no era recomendable que lo dejase
participar de mis emociones y los acontecimientos que sucedían en mi vida. "Deberías cuidarte
más de él. En verdad, no son celos, sé que te terminará haciendo daño" me dijo una noche de
verano mientras estábamos en un bar, luego estrechó con fuerzas mis manos.

Intenté hablarle pero no pude, me quedé inmóvil absorta sobre esa mirada cínica que contradecía
aquellas palabras que se habían evaporado cuando introdujo con fuerzas sus dedos sobre mi
vagina. Recuerdo que sentí ganas de apartarlo, empujarlo lejos de mi cuerpo, de aquél sillón en
donde estábamos acostados, pero mis brazos estaban quietos pegados al cuerpo que en ese
momento había dejado de pertenecerme. Mi mente hábil para disfrazar el sadismo aprendido,
oculto en algún lugar de la inocencia arrebatada de manera prematura, me permitía aceptar su
perversión percibiéndola de manera retorcida, negando la oscuridad enmascarada de una
amabilidad obvia e inexistente. Entonces introdujo su pene mientras mi boca negadora
ridiculizándome ante la hostilidad palpable con que su miembro raspaba con potencia la aspereza
de la vagina contraída que no parecía ser mia, buscaba su boca. Pero su cara se apartó lejos
empujando profundo su miembro hasta el fondo. Sólo sus labios estaban próximos a mi cabeza y
entonces pude oír su gemido que salía con furia mientras sacaba su pene manchando el sillón son
semen. Luego se encaminó hacia el baño y me pidió el celular para enviarle un mensaje de texto a
una chica de la cual había estado hablándome y yo lo había aconsejado como creía oportuno
hacerlo, pese a no entender si eso era lo que pretendía de mí.

Deseé con toda mi alma poder alcanzar aquél cuchillo que estaba en la cocina, pero el miedo me
mantenía inmóvil hasta el punto de no querer volver a abrir los ojos y tener miedo de cerrarlo.
Porque no quería volver a encontrarme con ese maldito recuerdo. Pero las imágenes no dejaban
de aparecer sobre mi cabeza abombada y recordé verlo acostarse en la habitación contigua a la
mía mientras yo escondía un cuchillo debajo de la almohada, sólo por si acaso. No tenía
intenciones de nada, sólo de esa manera me sentía protegida. Pude verme a mi misma durmiendo
acurrucada por la humillación y el asco, hasta que esa sensación se consumó en un vómito que
cubrió la redondez de mi vientre, nido de aquél bebé que en ese presente estaba ahí, dentro mío
intentando escapar de todos aquellos recuerdos del pasado, y entonces apoye mi cabeza sobre el
respaldo del sillón y me quedé dormida.
CAPÍTULO 32

...

Su voz me hablaba, fuerte, claro, con desesperación intentaba despertarme de aquél letargo pero
algo me arrastraba impidiendo que pudiera salir de la parálisis inmanejable del sueño. Aún así
distinguí aquella voz: era mi novio. Una parte de mi cerebro estaba alerta, esperando por entrar a
esa realidad remota desde el lugar donde me encontraba, sumida sobre una abstracción parecida a
un estado de inercia o la muerte de la conexión entre el cuerpo y el alma. Quería permanecer
hasta desfallecer por completo en la espesura sobre la que estaba contenida toda la escencia de mi
ser. Vi el cuerpo tendido sobre el sillón pretendiendo desvanecerse sobre el vacío, lejos cada vez
más de mi alma. Fue en esa última llamada en la que desperté ahogada en llanto.

Él levantó mi cuerpo que amanecía sobre a oscuridad de los sentidos apagados, la vista
obnubilada, la voz muerta, los oídos a punto de desfallecer. No me opuse porque ni siquiera sabía
si aquello era real. Luego me apoyó desnuda sobre la mesa del living. A penas podía observar sus
movimientos, sólo sentía su respiración alumbrando mis tímpanos. Entonces recordé que me
había raptado hasta su departamento para luego regresar al mío. El mismo hombre que una vez
me había advertido sobre aquél amigo " extraño" que tenía y que podía hacerme daño. Nunca le
conté sobre lo que había ocurrido, hasta que en una ocasión en especial él notó que había dejado
de nombrarlo, a lo cual yo sólo me limité a decir que se había mudado por trabajo a otra
ciudad.Luego de eso el tema no volvió a hablarse nunca más.

En ese despertar en el cual los sentidos volvían a colocarse en su respectiva posición supe que ese
hombre, mi novio, quien había rehusado durante dos años en definir nuestra relación como un
noviazgo, había intentado ahorcarme sin éxito en la mesada de la cocina. Fue entonces cuando mi
cuerpo reaccionó y quise liberarme pataleando y moviéndome de manera frenética. Pero sus
manos sujetaron mis muñecas. Aquello despertó el dolor punzante en mi pecho junto con el ardo
de cada herida que no cicatrizaba porque se ahonda cada vez que un golpe nuevo me acechaba
por cada rincón del departamento.

" Tranquila", me dijo, y comencé a sentir la humedad de su lengua lamiendo cada una de las
llagas de mi cuerpo. Debo decir que una especie de alivio adormeció las heridas. Era su
respiración soplando sobre la pus que no dejaba de drenar. Era su lengua limpiando mi piel
infecciosa, cargada de una tristeza que supuraba de manera continua. No había rastros de impulso
sexual en sus movimientos. Aquello no se trataba de sexo, era algo más ligado a la necesidad de
curar la efervescencia de una pasión maltrecha que de profundizar sobre ella en un sentido
instintivo conectado al deseo físico. Me animé a decir unas palabras que no tenían ningún tipo de
sentido tan sólo para corroborar si mi voz estaba allí, si él podía escucharme. Pero él no
respondió. Durante el tiempo que estuve acostada en la mesa mientras él investigaba cada rincón
de aquella masa corpórea que se alejaba de mi alma, lo percibí como un animal que huele a su
presa, la prepara quitándole todo aquello que pueda llegar ser contagioso antes de alimentarse de
ella, sentí cómo la tristeza se elevaba unos centímetros sobre nuestros cuerpos: el del y el mio.
Podía sentir la vibración de esa energía flotar, combinándose con el hedor a putrefacción que se
desprendía del suelo. Entonces él se acercó a mi bajo vientre y su lengua se retiró, sólo sus labios
permanecían intactos sellando con cuidado un beso alrededor de la zona justa donde estaba
creciendo su hijo, mi hijo, aquél ser que tanto habíamos repudiado por evitar que existiera. Pero
aún así no sentí ningún tipo de esperanza, ni por existir y, por consecuencia, porque el bebé
naciera. Porque todo lo que había emergido de esa relación de amor no tenía un origen real en la
paz interna de ninguno de nosotros. Nada bueno podía salir de aquello, y mucho menos si era mi
cuerpo el que anidaba la esencia de un amor no correspondido.

El bebé debió reconocerlo porque se movió y él detuvo esa cantidad de besos que estaban
inyectándole un poco de cordura sobre aquél manto de lamento del que estaba compuesto mi
seno. Sentí su respiración chocando contra la única zona del cuerpo que no estaba herida. Era una
suspiro caliente que podía imaginar, incluso con mis ojos cerrados, exhalando con fuerza a través
de sus fosas nasales. En aquél momento mis piernas colgaban sobre una de las esquinas de la
mesa. Él las separó con suavidad a pesar de que un fuerte dolor se empecinó de manera intrusiva
en contraer mi vagina aún sanado de los cortes. Se sostuvo con las manos apoyándolas sobre las
lesiones que yo misma me había provocado y generó que mis dientes se encogieran al apretarlos
de manera voluntaria. Luego sentí como su cabeza se apoyó lentamente sobre el vientre, hasta
que su oreja se introdujo muy adentro mío, como si en esa posición quisiera lograr una conexión
más profunda con el bebé. Sentí que era su forma de responder a aquél llamado. Sentí que era la
manera en la que él podía, desde la distancia del alma que había abandonado mi cuerpo, articular
en comunicación con "alguien realmente vivo".

Quise elevar el torso pero algo me lo impidió. Estaba sujeta a una fuerza que oponía resistencia
cada vez que intentaba forcejear para moverme o salir de ese estado de catalepsia. Me empeñé
por mover mis brazos pero ya no sentía que fuera mi cuerpo sobre el que la mente estaba
ejerciendo aquellos estímulos que, por momentos, creí que sólo se consumaban dentro de mis
pensamientos.

La cabeza de él parecía ahuecarse sobre aquella panza que estaba creciendo alrededor de esos
muslos pegados a la piel magullada por los golpes, totalmente sedienta y desnutrida. Creí que se
hundiría tanto hasta llegar a meterse dentro de mi vientre para nadar como un pez rojo sobre el
agua dulce del líquido amniótico que contenía ese amor inesperado. Porque realmente así era
como se sentía cuando sus dedos empujaban con ímpetu alrededor del hueco de mis caderas,
mientras su frente se sumergía enredando sus cabellos sobre la piel del seno donde habitaba el
útero con ánimo de abrir el tejido: órgano sobre el cual había construido cicatrices, órgano sobre
el cual había absorbido miles de caricias. Podía, incluso, sin ver lo que ese hombre estaba
haciéndome, cómo la superficie de cada poro que palpitaba junto al latido intenso de mi corazón
que se resbalaba sobre los pequeños pulgares de aquél bebé. Podía sentir como el tejido se
resquebrajaba con el impulso de su coronilla, arrojándose sobre cada capa de la matriz: claustro
maternal, universo profundo. Inspiró una bocanada de aire resoplando sobre mi pubis y por un
instante dejé de sentir que respiraba, el sonido del aire se había disipado sobre mis tímpanos.
Estaba reteniendo el aliento mientras sus manos se tensaban haciendo presión contra las caderas
que se rasgaban como si el hueso que la sostenía estuviese a punto de quebrarse por completo.
Luego su cabeza entró por completo como si una explosión de emociones fuertes se colapsaran al
unísono. Supe que era su alma al encuentro del espíritu de ese bebé, porque ambos se habían
unido estableciendo un lazo en comunión del amor, sellando finalmente un pacto desde el
reconocimiento, la empatía de saber que uno era parte del otro. Aquello era la consumación de la
incertidumbre con la que él, mi ex novio, había estado luchando en su mente, desde la astucia del
miedo, el rechazo y, a la vez, la ilusión que habían generado como respuesta una indiferente
negación ante el embarazo. Pero ya no había nada que evadir al respecto, porque él ya estaba
envuelto en el interior del endometrio, junto al ser que había sido engendrado por él mismo,
compartiendo los mismos genes, la cantidad exacta de cromosomas. Estaba contenido dentro de
mi útero sin que si quiera yo hubiera podido impedirlo.Porque lamió cada una de las llagas de mi
cuerpo tendido sobre la mesa del living y al encontrarse con ese vientre de embarazo ineludible:
la verdad que había estado ocultándole, fruto de ese amor que nunca había sido definido como tal,
había decidido dejar de lado mi alma, la identidad de mi persona y todo lo que no había
provocado en él la reciprocidad desde el verdadero amor, para fundirse por completo en la
incomparable misión de ser padre.

Sentí como parte de su cuerpo se disputaba contra la fuerza de gravedad de la realidad que estaba
conteniendo aquella construcción mental para lograr materializar la ilusión por quedarse allí
dentro, junto a su propia capacidad de procrear, fusionándose con la pureza de esa criatura. Sus
uñas pellizcaron sin piedad mi piel como queriendo batir en duelo contra la valentía de ese bebé.
Empujaba con energía sujetándome pretendiendo meter todo su cuerpo, llegar al fondo del seno
que sólo contenía su cabeza . Mientras aquél ser se despedía de el hombre que intentaba retenerlo,
impedir que muriera sobre mi cuerpo siendo el aborto que en algún momento había deseado.
Porque ese ser había sido mucho más sensato de lo que nosotros habíamos podido serlo en algún
momento de nuestra extraña relación. Sabía de qué estaba hecho, cuál era la esencia que lo
mantendría existente sobre un primer mundo desarraigado del verdadero concepto de amor.
Entendía su naturaleza y por consiguiente su posición dentro de nuestras dos almas abatidas.
Porque nos percibía tal y como en verdad eramos: dos adultos encerrados en el universo de niños
venerando el continuo análisis de nuestras propias emociones, las acciones sobre las que
caminaría el futuro que añorábamos, la insistencia por permanecer sobre esa nueva sociedad
etárea colmada de individualismos. Esa criatura no estaba eligiéndonos porque , principalmente,
no estaba eligiendo ser parte de aquello a lo que hacíamos culto viviendo de la manera en la que
sin darnos cuenta nos habíamos establecido, al menos desde esa etapa compuesta de retazos de
meses en los que había estado entre nosotros, siendo partícipe del egoísmo, las mentiras que
disfrazaban un falso compromiso, el miedo.

El poder de supervivencia de un no-nacido con todo su potencial para percibir desde el vientre
materno el peligro al que estaba expuesto fue lo que expulsó de mi útero a ese hombre, también
ajeno, irreconocible tanto como lo era yo para él. Inmediatamente sentí como los latidos del bebé
se apaciguaban junto con una enorme tristeza que retorcía mis entrañas. Punzadas hirientes en mi
corazón sujeto en las manos de aquél feto, embrión, "ser" que día a día se había transformado en
ese bebé que se manifestaba peleando por su propia vida y, entonces, batiéndose en guerra contra
mi propia vida.

Él, mi ex novio, salió de adentro mío respirando fuerte por la boca. Pude sentir como mis oídos
evitaban llenarse de agua, porque era su respiración mojada la que, con ansias, se arremetía
cubriendo mis tímpanos. Lo oía agitado caminando por mis piernas con las manos, queriendo
avanzar hacia mi. El terror me invadió porque advertía en sus movimientos a un ser furioso,
ahogado por la contradicción como tantas veces me había sentido yo desde que supe que estaba
embarazada. La mesa tambaleaba porque sus rodillas chocaban contra la mesa, noté con esos
ruidos que estaba trepando por mi cuerpo mientras me preguntaba ¿por qué era que sólo podía
escucharlo a él? Durante tan sólo un instante aquello me resultó perverso, cruel hasta la
desesperación más invasiva, hasta que no tuve más opción que transformar todo eso en una
amarga ironía, tan o casi más ácida que el sabor metálico de la sangre.Porque sólo él podía
salvarme, sacarme de allí, y lo había hecho sólo para volverme a encerrar. Había besado cada una
de mis heridas tan sólo para volver a inmovilizarme sobre la mesa del living de mi departamento.

Entonces su respiración se aquietó dando paso a la rasposa voz que suele tener cuando algo lo
desborda. "¿Por qué decidiste tenerlo si vas a dejar que muera?" , y al decir eso, sentado sobre
sus rodillas abalanzándose sobre mi como un animal furioso, forzó mis ojos abriéndolo con sus
pulgares y yo no pude hacer otra cosa que gritar. Fue justo en ese momento cuando la lámpara
redonda de vidrio que colgaba en la pared titiló dos veces y cayó con el peso de la madera que la
sujetaba. Amortiguó sobre su cuello desplomándose su cuerpo sobre el mío mientras los cristales
se desparramaban por todos lados. Un pedazo de vidrio cayó sobre mi frente pero no podía
moverme, apenas podía respirar, la cabeza de él estaba sobre mi pecho, se había hundido entre el
medio de mis costillas haciendo tanta presión que sentí ahogarme sobre el impacto. Imaginé que
estaría inconsciente porque no podía sentir su aliento ni el pulso de su corazón vibrando en mi
pecho. Sabía que si hacia algún movimiento me clavaría los vidrios de la lámpara que estaban
sobre la mesa. No había sentido dolor en ninguna de mis heridas desde que él había acariciado mi
cuerpo con su lengua, cicatrizando cada llaga con su saliva. Aún tenía las piernas abiertas.Aún
sentía el tejido de la piel del bajo vientre rasgada con parte del útero fuera de mi cuerpo. No
entendía como todo aquello podía ser posible pero sabía que era real.

CAPÍTULO 33

...

Apreté fuerte los ojos y cerré mis puños porque sólo en las extremidades podía sentir un
hormigueo contínuo. Algo se había apagado por completo adentro mío. Algo profundo, difícil de
descifrar en aquél laberinto de sensaciones en las que estaba colgando mi cerebro aplacado por la
invisible pulsión de supervivencia. Porque aún seguía con vida y no podía entender cómo eso era
posible, aunque tenía la certeza de que todo lo que estaba sucediendo era real. El imaginario que
convivía en el cosmos de los sueños había dejado de tener entidad en esas noches eternas en
donde el tiempo estaba atrapado dentro de un espacio lúgubre, incinerado el vértigo que no
detenía su rumbo hacia ningún lugar. Porque había estado caminando en círculos dentro de ese
departamento y sólo él, aquél hombre que estaba agonizando sobre mi cuerpo, tenía la capacidad
de trasladar el alma diseccionada sobre mi espíritu que había transmutado en una sombra que no
lograba retornar. Él había sido capaz de sacarme del departamento, llevarme hasta su casa y, por
alguna razón, volver a encerrarme en esta oscuridad. Sabía que, de alguna forma, tenía la
disposición del tiempo sobre su mente, porque yo le había dado esa autorización, es por eso que
sólo a través de su cuerpo habíamos conseguido desplazarnos sobre un ciclo indisoluble de
minutos que parecían nunca acabar. Tendida sobre sus brazos, como una pequeña niña moribunda
desdoblándome en tristeza había atravesado a la muerte permaneciendo viva y con los órganos de
mi cuerpo totalmente desacomodados. Conservaba aún a ese ser custodiado por mi útero que
había adquirido la flexibilidad suficiente para tener existencia más allá de ese cuerpo que no
podía reconocer como propio , esa alma encerrada en una sombra apagada sobre la oscuridad de
la noche, la mente suspendida y extinguiéndose junto a la respiración ausente de aquél hombre
que en algún momento había sido mi pareja. Estaba sosteniendo el peso de ese cuerpo que tal vez
estaba muerto sobre la redondez de aquél vientre que se asemejaba tanto a un mundo partido a la
mitad, y en esa posición en la que nuestros cuerpos se encontraban, parecía estar brindándole la
poca integridad que albergaba todo mi universo. Podía sentir mi seno latiendo junto al cosquilleo
entre los dedos de mis pies que querían escapar de esa situación, porque a pesar de que no llegaba
a sentir el dolor de la presión a la que estaba sometido mi cuerpo, percibía cómo de a poco se
destripaba la matriz, desprendiéndose para abandonar, finalmente, aquella extenunate
circunstancia en la que ambos individuos nos habíamos convertido. Aquello era lo que había
estado buscando, terminar de una vez por todas con la vida de ese bebé y estaba sucediendo. Pero
algo me despertó de la distracción sobre la que había estado obnubilada, adormecida las
ulceraciones de la piel que en un pestaneo inoportuno e involuntario habían abierto mis ojos.Las
llagas escupieron la secreción de una lengua ajena que había calmado hasta el momento el reflujo
ácido que tanto me heria. Entonces volví a sentir dolor, y con el dolor despertó la sucesión de
movimientos automáticos. Porque lo primero que pensé fue que si ese bebé lograba fugarse de
mi cuerpo moriría desangrada, y por alguna razón no quería que eso sucediera. Un impulso
enérgico me voltéo con fuerza hacia un costado dejando caer a mi novio, quedando recostada en
posición fetal sobre el borde de madera de la mesa. Estaba totalmente poseída,extasiada de
instinto animal, sumergida sobre el concepto que juntos habíamos experimentado: el eterno
retorno.

CAPÍTULO 34

...

Me sujeté a una silla que estaba junto a la mesa para deslizarme y bajar de a poco de allí. Cuando
los dedos tocaron el suelo sentí el crujir al unísono de cada uno de mis huesos , como si estuviera
empezando a quebrarse la columna vertebral y la armazón que me mantenía erguida se estuviese
fundiendo, enterrándose sobre cada músculo. Sabía que esa era la señal de que había perdido
vitalidad, nutrientes. Por un momento temí seguir caminando por miedo a que mis huesos se
deshicieran y entonces sólo quedase mi vientre flotando sobre la gravedad de la tristeza en forma
de nubes que empapelaban el techo de cada habitación. Porque estaba demasiado oscuro como
para ver con claridad pero de extraña manera podía ver una capa azul y con leves tintes rojos que
ondulaban a unos centímetros de mi cabeza. Tenía los ojos demasiado empañados como distinguir
su espesura, de qué material estaban hechas. Por la misma razón pensé que tocarlas sería
peligroso ya que tal vez me enredase en la espiral de su sustancia. Aquella observación pasó
através de mí como una ráfaga de un viento seco que mantiene la dimensión de los pensamientos
intactos, guardados en una parte del cerebro para arremeter sobre la mente en el momento menos
esperado. Entonces la desesperación se adhirió otra vez sobre mis manos ansiosas por retener el
seno al descubierto, a punto de huir de mi vientre. Apoyé las plantas del pie sobre el suelo sin
saber dónde estaba pisando ya que sentí algo parecido a diferentes metales oxidados que se
clavaban en la piel. Luego busqué con las yemas de los dedos la zona del pubis y sostuve el útero
que chorreaba sangre. Incliné el tronco hacia adelante para poder sujetarlo con parte de los
antebrazos ya que se deslizaba sobre las palmas de las manos resbalándose por la cantidad de
sangre que brotaba de la herida abierta . Luego, al sujetar con más seguridad el útero abierto,
pude palpar la pequeña cabeza del bebé. Incluso sentí su pulso latiendo con potencia sobre su
coronilla. Por alguna razón aquello me llenó de felicidad. Me sentí extraña por estar tan
emocionada de haberlo encontrado con vida, porque eso significaba que yo tampoco moriría
desangrada. Esa rara conexión desde el sentido más innato de salvación me generó una especie de
euforia porque aunque estaba desangrándome y con una parte fundamental de la vida de mi bebé
desgarrada y escurriéndose en sangre, me sentía capáz de coser esa rotura originada por la
penetración de de ese hombre que había dejado en mi seno . No sabía muy bien qué pasos seguir,
estaba tan inquieta que los pies machacados por aquello que parecían clavos oxidados habían
dejado de ser un obstáculo, de hecho, y por alguna circunstancia inexplicable, habían tocado
puntos esenciales en mi piel que habían liberado toda la energía femenina de preservación. Por un
momento creí que había sido el óxido lo que había traspasado la pus que suturaba de las heridas
en la piel produciendo alguna especie de sustancia cargada de un vigor que traspasaba los límites
de lo racional. Creo que esa fue la razón que impulsó a dirigirme hacia la cocina en busca de
algún trapo para poder sostener la herida abierta y de esa forma evitar seguir desangrándome.
Cuando di los primeros pasos oía una especie de quejidos que aturdieron mis tímpanos. Era él, mi
novio postrado sobre la mesa del living, inválido, inmóvil como nunca antes lo había visto
durante el tiempo en que estuvimos juntos. Seguí caminando y dejé de sentir mis pies. La nube de
colores era cada vez más intensa bajo el techo de la cocina, imaginé que sería el espíritu del felino
muerto que yacía solo junto al arma homicida. Mi arma. Sentí una especie de alegría por recordar
que estaba allí. La luz de la luna se filtraba por la ventana y podía ver su cuerpo degollado en el
piso de la cocina. No estaba sola, su muerte me pertenecía y por consiguiente también sus
órganos y la carne envuelta por aquél pelaje podrido, hediondo, totalmente perdido entre la sangre
y el paso de los días. Los pasos me llevaron a rozar su cuerpo cuando me dirigí hasta la alacena
en busca de un trapo mientras mis manos sostenían mi bajo vientre. Tube miedo de abrir el cajón
de la mesada porque para hacerlo necesitaba la ayuda de una de mis manos que estaban sujetando
con determinación la pequeña cabecita del bebé, empujando con firmeza para que se mantuviera
dentro mío, para evitar que el mundo exterior lo asfixie por completo y muriera antes de tiempo.
Antes de hacer cualquier movimiento comencé a escuchar golpes que provenían de la heladera
que estaba a unos metros de donde me encontraba parada. Luego un maullido que sostuvo mi
oído derecho provocando una especie de pinchazo sobre mi oído. Parecía que el alma del felino,
aquellos ojos encerrados en el congelador, quisieran hablarme, decirme algo. Por un instante
confié en que iba a tener la respuesta de cómo evitar morir desangrada mediante ese maullido
agónico, la resurrección de un alma que había sido detenida por el frío, recluida a permanecer en
el silencio cortante, filoso del refrigerio. Todo aquello debido a que había necesitado conservar
sus ojos, la mirada inexistente de un espíritu que en algún momento sobre la oscuridad de ese
departamento me había salvado de morir de hambre. Entendí que haberme guiado por la intuición
al hacer aquello había sido lo correcto. Sabía que su alma, una vez más me amapararía. Por esa
razón cerré mis ojos, continué apretando con energía la matriz impulsándola a permanecer en mi
vientre, y esperé a que me dijera qué era lo que debía hacer. Respiré profundo dos veces sintiendo
como el aire que me quedaba pendía de un hilo angosto y maltratado por el hambre y el dolor, y
fue justo en ese preciso momento en el que sentí unas manos , una vez más, tomándome de los
hombros. Después el roce de unos labios se arrimaron sobre mi oreja izquierda, continué con los
ojos cerrados mientras mi cuerpo temblaba y ya no me sentía capaz de continuar sosteniendo al
cabecita del bebé, empujando y empujando. Entonces sentí el calor de esa lengua que había
estado lamiendo cada una de las heridas de mi piel. Besó el cartílago de mi oreja y con voz suave
me dijo: " ¿querés que te ayude?". Giré mi cabeza hacia el sonido de donde provenía su voz y lo
reconocí: era mi novio, moribundo, desfalleciente, el mismo que había estado tirado en la mesa
del living luego de haber sido golpeado por la lámpara. Deslizó sus brazos sobre mi espalda
arrimando su pecho contra mi espalda mientras escurrías sus manos sobre mi bajo vientre. " No
pasa nada, el bebé está a salvo", me dijo en un tono de voz morboso, como si estuviera
disfrutando de todo aquello. Toqué mi vientre y noté la piel rasposa producto de las heridas que
me había provocado yo misma pero no había rastros de la cabeza del bebé intentando salir de mi
útero. No había señal de que el tejido de la piel se hubiera desprendido, rasgado o abierto a tal
punto como para creer que el seno donde descansa ese ser estuviera desangrandose. Aquello me
dejó totalmente atónita, mis piernas temblaban y el cuerpo de ese hombre se aproximaba cada vez
un poco más como si quisiera traspasarme por completo. Sabía que intentaba meterse en mi
cuerpo como lo había hecho mientras había estado tendida en la mesa, queriendo entrar en mi
útero, forzando mi cuerpo para sumergirse desde la coronilla hasta la punta de sus pies. Sólo
había logrado atravesar toda su cabeza hasta el encuentro con su propio hijo. Sabía que había sido
real, pude sentir su respiración latiendo con insistencia junto a mi corazón sostenido por las
pequeñas manos del bebé. Sentí cómo ambas almas se reconocían, la ternura que constituía una
nueva contradicción en la mente de mi novio ante la evidencia de ese embarazo producto del
amor y del deseo, alguna vez tan arraigado a su mente, de abortar ese bebé.No podía entender
cómo el contacto de las manos de ese hombre frío, distante, con la ambigüedad en su voz tan
amenazante que me era difícil de reconocer como a mi ex novio, había logrado que la herida se
disolviera, que el embarazo estuviera a salvo. Todo aquello me resultaba tan siniestro que no
podía siquiera moverme por temor a lo que pudiera ocurrirme. Pero creo que el notó mis piernas
temblar , se dio cuenta de lo aterrorizada que me tenía. Estaba acorralada como un animal
indefenso. El felino muerto, engusanado por una muerte despiadada que estaba tirado en el suelo
marcando el lugar preciso donde se avecinaba su venganza se encontraba expectante sólo a unos
metros míos. Me pregunté qué tan lejos podía llegar su crueldad, y en ese preciso instante sopló
con agresividad mi rostro y gritó con potencia muy cerca de mis oídos: " Despertate". Luego me
tomó con la fuerza de sus brazos alzándose sin que pudiera escapar de su cuerpo. Ya no sólo era
el temor lo que me inmovilizaba sino que era él quien estaba sometiéndome a su antojo y no
había nada más que yo pudiera hacer al respecto. Me sentó sobre la silla de la cocina y sin apartar
los ojos de mi abrió el cajón de a alacena y sacó un martillo y un repasador. Apoyó el martillo
sobre la pequeña mesa de la cocina con una mirada perturbadora, sabía que algo malo había
ocurrido con él porque no era la misma persona que solía conocer, no entendía por qué estaba en
mi departamento ni tampoco porqué me mantenía ahí encerrada, sin explicación alguna, sólo
torturándome de la manera más hiriente que puede hacerlo un ser humano: jugar con la mente de
otro ser. Juntó mis manos tras mi espalda y ató las muñecas con ese trapo rahiado que solía usar
de repasador cuando aún había vida en ese lugar. Lo que estaba haciendo era innecesario ya que
de todas maneras me era imposible moverme en una situación como esa. Él había abarcado cada
parte de mi mente, de mi ser, no queda nada por ser conquistado. Al principio lo había hecho de
una forma sutíl, casi sin darse cuenta, porque había sido decisión de ambos construir la relación
que teníamos, pero ésta vez todo se había vuelto agresivo, hostil. Ni siquiera podía explicarme
porqué por momentos se comportaba de manera amable, cordial o dándome a entender de que
estaba allí para ayudarme sólo para luego pegar el zarpazo y abofetearme con alguna de sus
formas de confundirme, lastimarme de manera silenciosa, dejándome marcas de las luego sólo él
y yo conoceríamos.

Apoyó ambas manos sobre la mesa desafiandome mientras hacía señas levantando las cejas y
dirigiendo la mirada hacia el martillo. Comencé a llorar desconsoladamente sin darme cuenta
porque ya no sabía si estaba dormida o estaba despierta, el miedo me consumía de tal manera que
no me daba cuenta de que la mayor parte del tiempo mantenía los ojos cerrados para evitar verlo.
Pero sus movimientos bruscos, lo suficientemente ruidosos como para no pestañear debido al
temblequeo incesante de mi cuerpo, me obligaban a tener que mirarlo a los ojos. Sabia que eso
era lo que buscaba porque cada vez que nuestras miradas se encontraban él comenzaba a agitarse
de forma sorpresiva haciendo algo inesperado sin apartar la mirada. Quería que lo contemplase,
por alguna razón era importante tenerme ahí: observando cada una de sus acciones.

Se agachó sosteniendo el martillo en una mano mientras que con la otra me señalaba sonriéndose,
como si no pudiera evitar sentirse excitado por la situación. Luego comenzó a martillar con
agilidad, precipitándose aún más con cada golpe que le daba al suelo como si estuviera
descargando toda la ira contenida en esos martillazos. El sonido del impacto de la fuerza que
ejercían el martillo en sus manos chocando contra el mármol retumbaba sobre mi mandíbula
como si toda la energía de mi cuerpo batallase al ritmo de esa violencia que nos envolvía a ambos
dentro de esa atmósfera de sangre, sudor, excremento y orina. Estábamos atrapados arropados por
una nube que, por momentos, titilaba de un color azul intenso bordeada por unos contornos de
rojo extremo.

" Esa baldosa ya estaba floja,¿te acordás?". Pensé en responderle pero entendí que era inútil
hacerlo, de todas formas no iba a escucharme. Mi voz había sido mutilada junto con el resto de
mis sentidos. Nada tenía coherencia o si la tenía no era yo quien podía encontrarla, estaba
demasiado apartada de mi mente como para hacer asociaciones, mantener un hilo conductor que
me vinculara con la debilidad de ese lugar. Era contradictorio ya aquél desenfado en el que se
había convertido el departamento en el que me desparramaba sobre la oscuridad de la noche, era
el reflejo de toda la tristeza que se desprendía de cada poro de mi piel amortajada. Pero no podía
reconocerme. No reconocía mi voz porque la había perdido, tampoco podía escuchar o ver con
claridad, y había estado tan famélica anunciando la despedida de un ser que llevaba dentro y que
lo único que había estado haciendo era crecer muy a pesar de los inconvenientes, que el deseo por
exterminar el vínculo que enlazaba su vida con la mia ya ni siquiera tenía un significado concreto
para mi. Porque sentada con las manos atadas observando a ese hombre que solía ser mi pareja,
destrozando la superficie que nos contenía a ambos, sentí cómo la muerte me envolvía. Envolvía
mi cabeza presionando cada punto del cerebro, afligido, compungido, convaleciente. Un
sentimiento de apatía conquistó mi alma que yacía sobre esa sombra, alejada de mi cuerpo, y
entonces el concepto de supervivencia dejó de existir. Tal vez porque yo ya estaba muerta. Quizá
aquello había sido sólo una prolongación de mi alma vagando como un fantasma sobre cada
rincón del departamento y el cuerpo, ajeno, herido, desangrándose, había sido devorado por el
agujero negro que se posaba de manera amenazante en algunos espacios de aquél lugar.Como si
todo fuera una maldita trampa.
Cuando terminó de romper parte del suelo, se paró frente a la mesa dejando el martillo de mi lado
y luego colocó la baldosa cerca del cuchillo afilado, arma con el cual le había quitado la vida al
felino. Luego me miró y sólo se limitó a decir: " creo que ya sabés qué es lo que tenés que hacer
con esto". No entendía nada pero tampoco estaba haciendo esfuerzos para comprender. Tenía la
mente cansada, el cuerpo devastado, me había entregado por completo a la muerte y sabía que eso
era irreversible.

Se acercó para desatar mis manos y dejando el trapo cerca del martillo.

Se sentó frente a mi, estábamos ambos sobre esa mesa pequeña, enfrentados como nunca antes lo
había estado. La luz opaca de una luna que se resistía por alumbrarnos se filtraba sobre la ventana
alumbrando sólo un perfil de su cara. Tal vez, también, sólo un perfil de la mía.

"Necesito que tomes el martillo y que abras la boca y lo estrelles contra tus dientes. Con fuerza,
con la poca energía que sé que aún te queda. " , dijo con un tono suave en la voz.

Lo observé una vez más sintiendo que ya no lo conocía, no era la misma persona a quien solía
amar. Me pregunté a dónde se habría ido. ¿El también había muerto? ¿Cuál había sido la causa?
Sólo podía ver una parte de su rostro por eso sólo un ojo era el que me miraba fijo, casi sin
pestañear, como evitando de esa manera perder cada milímetro de mis movimientos, la imagen de
ese cuerpo que me pertenecía y que también me resultaba tan ajeno. Quizá por esa misma razón
es que le hice caso: tomé el martillo con una de mis manos, observé que la cabeza del mismo
apuntara en dirección a mi boca, luego lo sostuve con ambas manos mientras la boca de ese
hombre sentado enfrente mío se alineaba con el otro extremo del martillo. Respiré profundo
llenando mis pulmones de energía. Apreté los dientes tensando la mandíbula para que mis brazos
también se tensaran y , entonces, dejasen de temblar, mientras el bebé pataleba el seno de mi bajo
vientre con tanta fuerza como nunca antes lo había sentido. Despegué mis labios mostrando los
dientes, y entonces un estallido hizo cerrar mis ojos: el impacto del metal duro sobre la dentadura
destrozó varias piezas dentales que navegaban sobre un mar de sangre que me atragantaba.
Comencé a tocer porque estaba ahogándome con mi propia sangre. Él me miró sonriendo y
señaló el trapo. Lo miré, lo agarré y apreté contra las encías sintiendo un dolor tan intenso que
por un instante creí desmayarme. Pero por alguna razón seguía ahí: sentada, con los ojos
cerrados tragando sangre, las manos aferradas al trapo, el trapo empapado sosteniendo la herida,
el bebé entrando en pánico por mi reciente unión con la muerte: pateando el útero, intentando
salir de allí.

Entonces él se levantó de la mesa y salió por la puerta de la cocina dirigiéndose hacia el living.
Lo seguí como si ya no fuera dueña de las deciones que debía tomar.

" Ahora quiero que te sientes en el sillón y mirés que tengo para mostrarte", dijo mientras
encendía el pequeño televisor que estaba frente al sillón y que había años que no encendía.

Me senté con un intenso mareo debido al dolor y el televisor encendido comenzó a hacer ruido
como de lluvia mientras lo vi a él sentarse en una de las sillas de la mesa del living
observándome. Luego de unos instantes el televisor comenzó a emitir un imagen extraña: la
pantalla estaba partida en dos dividida por una línea negra que reproducía la figura de una niña
del lado izquierdo de la pantalla y lo que parecía ser la puerta de la habitación del lado derecho.
La niña no llegaría a tener más diez u once años. Estaba apoyada contra la pared, de costado, a
ella también sólo se le podía ver un perfil. Parecía estar escuchando algo que la atemorizaba, algo
que no parecía entender. Se veía en su rostro el fruncir del ceño y los hombros caídos, totalmente
encorvada con sus manitos juntas dando pasos lentos, como con miedo hasta que la pantalla se
puso completamente en negro y luego volvió a aparecer la imagen de la niña de espaldas al
espectador, frente a la puerta de la habitación de donde provenía el sonido de lo que parecían ser
gemidos de placer. El sonido ascendía junto con el acercamiento que la cámara sobre la espalda
de la niña. Y entonces la pantalla volvió a ponerse en negro y en un pantallazo casi imperceptible
de luz apareció la niña dentro de la habitación. La cámara enfoca los pies de ella junto a la cama y
luego un nuevo parpadeo de luz y la imagen de una mujer postrada en la cama, con las piernas
abiertas masturbándose. Los gemidos se hacían cada vez más fuerte, rompían el umbral del
sonido y entonces la pantalla del televisor estallaba en mil pedazos y lo único que quedó
oyéndose fue la risa de ese hombre, quien solía ser mi novio, mientras comenzaba a escuchar un
llanto desconsolado sobre mis oídos que apenas reconocía como propio.

***

CAPITULO 35

Giré mi cabeza y lo ví levantarse de la silla, caminando hacia la puerta del departamento. Por
alguna razón ésta vez sólo me quedé observando, con el sudor cayendo sobre la frente debido a
dolor que no apaciguaba, las lágrimas cargando mis pestañas e impidiéndome ver con claridad y
la sangre colmando mi boca. Cerré los ojos y escuché el portazo y el sonido de las llaves cerrando
la puerta. Al mismo tiempo el portero sonó Aquello, por una razón instintiva, hizo que sacara
fuerzas que tenía reservadas, quizá, para un momento como ese y,entonces, me levanté lo más
rápido que pude dirigiéndome hacia la cocina. El tubo seguía colgado como lo había dejado la
última vez. Lo tomé con una mano mientras mantenía el trapo sosteniendo la herida con la otra.
Escuché, por primera vez, una voz que hablaba con claridad, una voz amable, dulce, que tanto
conocía dijo: "Te estoy llamando al celular y lo tenés apagado. Tus vecinos me llamaron hoy
porque están preocupados, dicen que hay ruidos extraños en tu departamento. ¿Podés
escucharme?, escucho tu respiración, por favor, contestame, estoy preocupado. No importa cuán
enojada estés conmigo pero voy a subir." Lo supe de inmediato: era él, mi ex novio, quien había
sido mi pareja, la persona con quien había tenido una relación durante casi dos años, aquél con
quien habíamos construido esa extraña forma de amor que había engendrado un ser en mis
entrañas. Era la persona dulce que de la manera más despiadada me había echado de su casa
cuando se enteró de mi embarazo,quien me había alejado de su vida comportándose como un total
idiota, aquel había repetido la noche de mi cumpleaños miles de veces: " entre nosotros nunca
hubo amor". Era el mismo hombre que se había metido en mi casa tan sólo para jugar con la poca
salubridad mental que me quedaba. Y sabía que aquello era parte de su última jugada, quería
confundirme. Había salido del departamento hacía solo unos instantes sólo para confundirme,
para volverme completamente loca. Fue por ello que volví a dejar el tubo colgando. Esperé unos
instantes sosteniéndome de la pared de la cocina mientras mantenía mis manos apretando mis
encías, hasta que un sonido me sacó de ese estado que ya ni siquiera sabía cómo describir, porque
no podía identificar cuáles eran mis emociones o qué era lo que sentía o pensaba. Todo era
relativo porque cuando uno esta muerto es así como se ve la vida.

El ruido provenía del ventanal del living donde estaba el balcón,era la voz de mi novio gritando
mi nombre. En ese preciso instante la imagen de la cocina, la baldosa y el cuchillo se hizo
presente, oportuna, y logré comprenderlo todo.

El corazón me latía tan fuerte que no podía distinguir sus palpitar con el continuo pataleo de
protesta del bebé intentado escapar de la inevitable muerte. Olvidé el dolor, me sentía tan eufórica
como esos animales salvajes que están a punto de morir y recobran la vida sólo para huir y morir
lejos del hogar.

Corrí en busca de a baldosa y el cuchillo. Cuando traspasé la puerta de la cocina tiré el cuchillo
sobre el pasillo que unía el baño con la cocina y me dirigí hacia el living. Apoyé la baldosa en un
respaldo del sillón y abrí la persiana del balcón. El cielo estaba cargado de nubes, todo indicaba
que estaba a punto de largarse una de esas inminentes tormentas. Aun así la luz diurna lastimaba
mis ojos. De todos modos abrí la puerta del balcón y nuestra miradas se encontraron. Imaginé que
podíamos vernos con claridad, pero desde la altura de donde yo estaba y con el sentido de la vista
totalmente empañado fue difícil ver en detalle. Quedó totalmente inmóvil al verme,aquel margen
de tiempo me permitió ir en busca de la baldosa.

Una vez que la sostuve con firmeza salí al balcón, me asomé lo suficiente hacia el borde y grité
con todas mis fuerzas invocando su nombre. Espere hasta ver su cara aproximarse lo suficiente
sobre la vereda luego tiré la baldosa dejando que la fuerza de gravedad estuviera, esta vez, a mi
favor y cayera sobre su cabeza, la cabeza de mi novio.

Me quedé observando como su cuerpo se desplomó sobre el suelo mientras la gente se


amontonaba y algunos me señalaban. Por alguna extraña razón que desconocía, yo no podía dejar
de reirme.

Un aire compasivo, imponente, cargado de una esperanza fallida, como toda circunstancia que
crece sólo como una maldita ilusión, había revivido sobre mí provocando la muerte de ese
hombre que en algún momento había sido mi amigo, novio o como la circunstancia colmada de
diplomacia mejor se adapte para definirlo. Entonces abrí los ojos y lo supe: tenía que salir de allí.

Fui caminando lento, sin mirar hacia los costados, con la imagen del cuchillo encendiendo mis
ganas olvidadas de muerte. Me senté sobre el pasillo que conecta la habitación, el baño y la
cocina. Apoyé mi espalda contra la pared dejando mis piernas abiertas para darle espacio a
aquella panza redonda que tanto había escondido. Me parecía pertinente después de tanto
ocultamiento que fuera el bebé el protagonista del final de una historia cargada de egoísmo e
individualismo.

Tomé el cuchillo con ambas manos apuntando hacia el nodo central,aquél conducto sobre el cual
se alimenta el bebé: el ombligo, marca que queda como sello, generación tras generación,de que
hemos estado ahí, en un útero siendo fetos, alimentándonos a través de esa conexión maternal
entre el mundo externo que vive fuera del cuerpo y el que está allí, sostenido sobre la matriz.
Sonreí con alivio e intuí que los tres( mi novio,el bebé y yo ), de alguna manera,estábamos
haciendo lo mismo. Luego enterré el filo del cuchillo justo allí: en el ombligo.

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