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PROLOGO

Vivimos tiempos en que la religiosidad mueve el corazón. Habría que desear, como algunos
verdaderos místicos y maestros espirituales dicen, que ocurra una transformación fundamental
en nuestro cristianismo. Una religión sin experiencia es un ritual seco, una conceptualización
disecada o una carga moral insoportable. El cristianismo es vida o no es nada. Sin experiencia
interior el cristianismo y cualquier fe es, todo lo más, una mera ideología. El cristianismo del
futuro, y de siempre, deberá estar marcado por la sabiduría que conoce y degusta algo del
misterio de Dios.

Ahora bien, en medio de esta época de la interioridad hay mucha superficialidad y muchos
olvidos. Crece la sensación como criterio de espiritualidad. La emotividad se eleva a detector de
la presencia de lo divino. La “experiencia”, reducida a sentimiento, se esgrime como el
discriminador de lo santo. Se olvida que la verdadera espiritualidad lleva consigo una fuerte
carga de introspección y de reflexión. La auténtica espiritualidad está cargada de la actitud de
la sospecha; al final, va conduciendo hacia la crítica y la visión distanciada de la inadecuación
radical que hay entre nuestras imágenes de Dios y la realidad a la que apuntan.

La vida del Espíritu en nosotros, la espiritualidad, si es verdaderamente cristiana, lleva el clamor


del mundo con ella. No se aparta de la realidad rota, sino, al ejemplo de Jesús, se sumerge
plenamente en ella. Para ello hace falta escuchar esta realidad, estar atentos a ella y abrir los
ojos. La espiritualidad cristiana, como tantas veces se ha dicho, es de los “ojos abiertos”. Es
espiritualidad de la compasión solidaria; de la fe y la justicia. Pero hemos de reconocer que no
son buenos tiempos para la justicia, ni dentro del mundo religioso ni fuera.

Estamos ante la necesidad de un giro radical en el cristianismo. Hace falta que la experiencia de
la fe se radicalice en sus tres dimensiones: del conocimiento, del corazón y de la práctica o
praxis. Necesitamos que la fe nos agarre el intelecto, conmueva el corazón y mueva las manos
en un hacer transformador de este mundo globalizado, lleno de clamores de exclusión social, de
desigualdades insostenibles y de injusticias y muerte hechas espectáculo cínico.

Para esta tarea, a la que somos convocados por los signos de los tiempos y la interpelación de
la fe, este libro de Patxi Loidi responde con frescura y vitalidad. Fruto del acompañamiento,
desde hace muchos años, de grupos de fe, estos capítulos nacieron del impulso de alimentar la
cabeza, el corazón y las manos de los creyentes. Llevan la marca del deseo, hecho tarea
pedagógica, de un cristianismo adulto y profundo, que tiene experiencia de Dios y trabaja por la
justicia, además de ser ilustrado y crítico.
Para esta tarea a la que nos convoca el Espíritu de Jesús, en una y otra parte del Atlántico,
serán muy valiosos estos materiales. Tienen claridad y cercanía, aliento espiritual e impulso
solidario, información adecuada y crítica.

El espíritu del concilio Vaticano II atraviesa de parte a parte esta obra, como a su autor, gran
impulsor de comunidades de fe (Grupos de Fe y Justicia, Fe y Acción Solidaria), tanto en
España como en Latinoamérica. El lector encontrará, sin duda, este aliento conciliar, junto con
el talante espiritual, la pasión pastoral y hasta el aliento poético que animan sus escritos. La
lectura y el estudio de estas páginas le pondrán en contacto con uno de los mejores autores
espirituales y pastorales de nuestro momento.

Este libro puede servir, tanto para la formación personal y hasta la lectura espiritual, como para
lo que fue concebido originariamente: el trabajo y la formación de grupos de fe. En cualquiera
de estos usos, el libro resultará muy beneficioso, por lo que no puedo por menos de alegrarme
de su publicación.

José María Mardones

Madrid, 28 de noviembre de 2004, primer domingo de Adviento

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