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Philia:
Platón ha sugerido que el deseo implica una carencia. Por caso: no
desea salud el que está sano sino el enfermo. Lo que la persona saludable
desea no es la salud presente sino la por venir. Comte-sponville hace al
respecto una distinción que me parece muy iluminadora: él dice que Platón
confunde deseo y esperanza. Por ejemplo: un escritor que ama su profesión
sabe, intuitivamente, que hay un abismo entre escribir y tener la
esperanza de escribir, que es el abismo que separa el deseo como carencia
(esperanza o pasión) del deseo como potencia. Gozamos con lo que hacemos
o con lo que somos toda vez que deseamos aquello que no nos falta. La
diferencia entre esperanza y deseo es la que existe entre el hambre que
tortura al hambriento y el apetito que deleita a un gourmet.
La amistad no es carencia ni deseo de fusión sino comunidad,
fidelidad, ganas de compartir. El amor como philia es el que puede darse
entre marido y mujer al cabo de un tiempo: al comienzo se hace presente
el eros, el hambre, el deseo como carencia, el amor que aferra, que
devora, el amor egoísta. Más tarde se puede aprender a amar al otro
aceptándolo como alguien distinto. Podemos decir que esta capacidad está
ausente en la relación entre el narrador y su amada, relatada por
Baudelaire.
El de la amistad no es un fuego inconstante y fugitivo sino templado
y duradero. La amistad se alimenta y crece del goce de compartir una
charla, de reírnos juntos, de consolarnos mutuamente.
La amistad se funda en la libre elección del otro, y siempre es entre
iguales. Cuenta Montaigne que Arístipo, cuando le acosaban con el afecto
que debía a sus hijos por haber salido de él, se puso a escupir diciendo
que aquello también había salido de él, y que igualmente engendramos
piojos y gusanos.
El mismo Montaigne, al tratar de explicar su amistad con La Boétie,
dijo: “si me obligan a decir porqué le quería, siento que sólo puedo
expresarlo contestando: porque era él, porque era yo”.
Agapé:
El término griego agapé es lo que la iglesia latina ha traducido
como cháritas. Utilizo el término griego porque entre nosotros la palabra
caridad tiene una connotación más de “dar limosna”, y no es eso lo que
intento expresar bajo este concepto.
Hay una frase magnífica, me han dicho que es de Cesare Pavese: “serás
amado el día en que puedas mostrar tu debilidad sin que el otro la
utilice para afirmar su fuerza”. Este tipo de amor es uno de los más
difíciles de lograr, casi se diría que es sobrehumano. En muy pocas
ocasiones, tal vez nunca, llegamos a ser capaces de semejante tipo de
amor.
El amor en el sentido de agapé implica: amar espontáneamente,
gratuitamente, sin motivo, sin interés y casi sin justificación. Esto no
sólo lo distingue de la avidez del eros sino también de philia: la
amistad implica alegrarme con la alegría del amigo, dar placer y amor
porque así recibiré placer y amor, etc. Posiblemente, agapé sea
un desideratum[8] solo al alcance de los santos. Acaso la amistad sea el
único amor generoso del que seamos capaces.
Si una persona nos ama nos da poder: el poder de hacerla
momentáneamente feliz, que es otra forma de decir que nos da las armas
para lastimarla.
Pero vayamos al cuento de Baudelaire:
Los ojos del niño más pequeño “estaban demasiado fascinados para no
expresar más que una alegría estúpida y profunda”. Vale decir, la
fascinación del niño no entraña sentimientos hostiles; su visión del
abismo entre ambos mundos no es agresiva o resentida sino triste y
resignada. A pesar de eso, o quizá precisamente por ese motivo, el
narrador comienza a sentirse incómodo:
“No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me
sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y de nuestras jarras,
mayores que nuestra sed”.
La condición de la pobreza de hoy no se relaciona con la desposesión,
con Penía, sino con la ostentación en la abundancia, Tántalo.
Recordemos que Tántalo es un personaje de la mitología griega que
pasa por ser hijo de Zeus y de Pluto (que no tiene nada que ver con el
perro de Disney). Era muy rico y amado por los dioses, que lo admitían en
sus festines.
Los dioses griegos se mandaban tremendas comilonas, donde bebían
néctar y comían ambrosía (una comida que debía ser todavía mucho más rica
que una parrillada con asado, molleja, chinchulines, chorizo, queso
parrillero, pollo, carne de ternera, y el mejor vino.