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SESIÓN No. 4
Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y
llamado” (Rom 8-28).
MATERIALES: Cirio, mesa, cerillos, sobre con una hoja doblada (una para cada
integrante).
INICIO
OBJETIVO: ME VOY A CURAR.
La palabra duelo significa: DUELO – DOLIUM – EL QUE SE DUELE.
Equivale a soledad socialmente, es cómo un estado de vida, cuando se pierde algo, o a
alguien hay una transformación; física y mentalmente somos seres de relación y
dependientes, desde que nacemos estamos unidos por lazos. Dependiendo de esto se
establece, una fusión. Los vínculos también se pueden hacer materiales, nos desgarramos
en el interior. Es un dolor al que le damos muchas formas, una separación es casi la muerte.
Nos enfrentamos a otra realidad, vemos la vida de otra prospectiva, la crisis siempre se
presenta en dos caras, sufrimiento y dolor. Y por otro lado oportunidad, esto nos lleva a un
cambio interno.
El proceso del duelo empieza cuando contactamos con nuestra pérdida; y termina cuando
conquista la nueva integración de mi “ego”. Este proceso requiere que desde mis entrañas
saque el dolor, y el coraje vital del amor para valorarme a mi mismo(a).
El duelo es el encuentro con el amanecer.
¿Quién vivió la experiencia de hacer oración durante la semana con su vela prendida?
¿Quién nos puede compartir? ¿en esta semana que sintieron que Dios les regaló?
MONITOREO
¿En qué etapa te encuentras? ¿Por qué?...
¿Por qué sufres?...
Repartir un sobre con una hoja doblada, pedir que por un lado escriban su nombre y por
dentro pasarlo a la derecha para que cada uno/a de los integrantes del equipo le escriba a
todos/as, tres o más cualidades que deja ver su persona (Que aspectos valiosos te
proyecta…).
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Comentarios de manera individual
Intercambiarse teléfonos
Hacer una lista con los nombres propios de los esposos/as o ex esposos/as de cada
integrante.
Monitores (as) favor de tener escrito el nombre del exmarido o exesposa de cada integrante
para pegarlo en la parte posterior del pizarrón con letra impresa grande para que puedan
identificarlo en la sesión 6.
CIERRE
ORACIÓN
Karaoke LA MONTAÑA
COMPROMISO
Salir de compras y regalarle algo especial al niño/a interno/a que habita dentro de nosotros
(as).
Realizar las lecturas, subrayar lo que me llama la atención y confirmar en que etapa me
encuentro.
Escribir todo lo que siento y traerlo para la próxima sesión.
Poner atención en los pequeños regalos que Dios nos obsequiará esta semana.
Saludar por teléfono a mis compañeros de equipo durante la semana.
REFLEXIONES
Se trata de una prueba grande o pequeña, hay que pasar por las mismas etapas. Por otra
parte, la duración y la intensidad de las emociones varían según la gravedad de la pérdida.
Y ¿cómo se reconoce la gravedad de una pérdida? Haciendo conciencia de lo que de sí
mismo se ha invertido en una persona, en una actividad, un animalito, un ideal, un bien o
un objeto cualquiera. ¿Qué amor, que energía, que parte de sí mismo se ha invertido en
aquella realidad apreciada? También habría que preguntarse lo siguiente, cuando ocurre
cualquier pérdida: ¿qué representaba para mí el ser que he perdido?
Es una lástima que se dé uno cuenta del valor de sus amores, especialmente después de
haberlos perdido. Un hombre se confesaba llorando la pérdida de su esposa: “sólo después
del divorcio, me di cuenta de cuanto la amaba”.
Guardar el duelo por alguien ¿no es acaso guardar duelo por los sueños entretejidos
alrededor del preciado ser?
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PRIMERA ETAPA: EL SHOCK (Monbourquette, p. 47, 48)
He aquí algunos signos indicadores de que una persona está en estado de shock:
Los efectos paralizantes del shock se combinan con los de la negación, que son de orden
cognoscitivo o emocional. No se quiere reconocer la realidad de la pérdida, ni experimentar
las emociones consiguientes. Se suelen escuchar las frases siguientes:
“No es verdad”.
“Es una pesadilla”.
“No puedo creerlo, ayer le hablé”.
“Está siempre presente en mi oración”.
“No me atrevo a tocar nada de sus efectos personales”.
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“Para que piensas en él (ella), “te hace sufrir”, “ya no llores”, “puedes olvidarlo/a”, “para
que te preocupas”, “él (ella) está feliz”, “Ocúpate para no pensar en eso”.
La negación prolongada impide a uno vivir su duelo. La persona sufre entonces una especie
de depresión, un malestar pesado y asfixiante. La reacción de protegerse contra el
sufrimiento sofoca toda la vida interior. Por otra parte, cuando se deja que el dolor tenga
acceso a la conciencia, se le siente de una manera viva, intensa y clara; felizmente, es
pasajero de corta duración.
Al día siguiente me pide que la escuche, pues ha tenido un sueño que la intriga. En su
sueño, se encuentra sentada a la orilla de su cama. Su seno izquierdo toma proporciones
monstruosas; asustada, trata de detenerlo con las manos para impedirle crecer. Una llaga
abierta se forma en la base de su seno y con gran sorpresa, observa cómo unos tejidos secos
y grises caen de dicha llaga. En ese preciso momento se despierta, triste y estupefacta al
pensar en esa piel muerta que caía de la llaga.
Le sugiero entonces que vuelva a narrar su sueño, imaginando esta vez que es sangre lo que
fluye de su seno. Isabel protesta: “pero si no es sangre”. La incito con insistencia a ver
gotas de sangre salir de la llaga. Lo hace finalmente.
Entonces su rostro crispado se relaja, abundantes lagrimas ruedan por sus mejillas. Con un
movimiento de cabeza me da a entender que ve sangre brotar de la herida. La tristeza
rechazada sale a flote y ella la acepta.
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EL “GRAN GRITO” O LA CONCIENCIA PLENA DE LA PÉRDIDA (Monbourquette, p.
59, 60)
Después, un buen día, todas las resistencias caen; la situación aparece con claridad a la
persona adolorida: sí, se acabó por completo. La persona amada no volverá nunca más. No
hay regreso posible. No hay esperanza, todo terminó.
A partir de este momento que yo llamo del “gran grito”, la pena invade todas las fibras de la
persona adolorida. Prorrumpe en lamentaciones; siente la sensación de deslizarse en un
hoyo oscuro; tiene la impresión de “perder el rumbo”.
Después, al final de ese largo túnel negro, la persona emerge y se llena de luz. De la nada
llega un mundo nuevo. Acaba de atravesar la tempestad, para desembocar en un valle
tranquilo. Varios han descrito esta experiencia como si se tratara de una experiencia mística.
Como consecuencia de una herida ocasionada por un deceso o una separación, ocurre que
la persona en duelo o adolorida pierde la confianza en sí misma. Empieza a dudar de su
propia persona y de sus posibilidades de salir adelante.
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¿Sientes tú también ésta desesperanza? ¿Tú autoestima ha sido dañada? ¿Has escuchado
esas voces interiores que te acusan repitiendo: “Hubiera debido prever… Sí hubiera
escuchado los consejos de… Sí hubiera sido más prudente…”.
Cuando te acusas de esa manera, es importante que recuerdes que nunca has dejado de ser
una persona sana e integra, y que dispones de todos los recursos interiores para sanar y
crecer.
Vigila desde ahora tu monólogo interno. En lugar de decirte “estoy herido”, di “tengo una
herida en el alma y tengo la capacidad de sanar”. En lugar de repetirte: “soy un fracaso”;
repítete: “tuve un fracaso y es reparable”. Al reemplazar el verbo “ser” por el verbo “tener”,
te darás cuenta de que no es tu ser profundo el que ha sido tocado, y que éste está lleno de
recursos que pueden sanarte.
El sufrimiento se ha vuelto algo vergonzoso que hay que esconder. Por eso se confina a los
ancianos en hospicios y a los moribundos en los hospitales. Se pide a los embalsamadores
que hagan “hermosos” muertos. Poco a poco se vuelve uno alérgico a todo sufrimiento.
Uno mismo, cuando está triste o adolorido, teme molestar o ser juzgado.
Date el derecho de estar triste y sentirte desdichado (a), de llorar y de estar deprimido (a)
por un tiempo. No hay nada de vergonzoso en ello. Por el momento, olvida las voces
interiores que te dicen que no muestres tu tristeza o que no llores. Mantente en compañía de
personas simpáticas que sepan lo que estás viviendo, por haber pasado por ello.
Vives en un estado penoso pero pasajero. Con el apoyo de los demás, permítete reconocerlo
y acogerte en esta situación. Es el principio de la curación.
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me embriagaba, me exaltaba.
Había llegado a ser dueño/a absoluto de mí mismo/a,
dueño/a de mi tragedia,
dueño/a de mi sufrimiento,
dueño(a) de mi destino.
Me habría vuelto una especie de héroe inaccesible,
un dios insensible.
Mi cabeza conducía toda mi vida.
Jamás, en esta atmósfera artificial,
me había sentido tan libre.
De pronto, un día, mi torre de hielo se resquebrajó,
mi rigidez se ablandó,
mis seguridades fueron sacudidas.
Un gran vértigo se apoderó de mi ser.
Tuve miedo
Tenía necesidad.
Era pequeño/a.
Temblaba.
Lloraba.
Adiós nobleza, rígida grandeza, divinidad; había vuelto a ser humano.