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CUENTOS

Santilin

Santilin es un osito muy inteligente, bueno y respetuoso. Todos lo quieren mucho, y sus amiguitos
disfrutan jugando con él porque es muy divertido.

Le gusta dar largos paseos con su compañero, el elefantito. Después de la merienda se reúnen y
emprenden una larga caminata charlando y saludando a las mariposas que revolotean coquetas,
desplegando sus coloridas alitas.

Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia trata de enseñarles
que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el césped, sin destruir lo hermoso que
la naturaleza nos regala.

Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y enseguida invitó
a jugar al puercoespín más pequeño.

Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte:

- Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman.

El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron afligidos, menos
Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución.

Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo:

- Esperen, ya vuelvo.

Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín.

Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas para que no los
pinchara y así pudieran compartir los juegos.

Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y cantaron felices.

FIN
Sara y Lucía

Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a su amiga.

Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.

No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.

Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que su amiga sólo
había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.

Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.

Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de inmediato con una gran
sonrisa.

Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en la sinceridad.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará sentado.

FIN
Carrera de zapatillas: cuento infantil sobre la amistad

Cuento sobre la amistad: Carrera de zapatillas

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque
¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.

También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería
ser amiga de los demás animales.

La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:

- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy
grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.

La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar
la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.

Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!

- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.

Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:

- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero
todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que
rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos,
¡YA!

Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además
había aprendido lo que significaba la amistad.

Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.


Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir
aquello:

- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!

- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografíar...

Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que
fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se
pulsara con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un
montón de hierros para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.

Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan
grandota y extraña que paracecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle
aparecer, que el elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían
tener razón los que decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar...

Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía
dejar de reir al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e
increíbles fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado
rino!; de esta forma se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los
animales para sacarse una sonriente foto para el pasaporte al zoo.
El pingüino y el canguro

Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había
vuelto vanidoso, burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño pingüino, al
que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras.

Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la
siguiente carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aún así el
vanidoso canguro se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este no
quería participar, pero era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al
grupo que siguió al zorro hasta el lugar de inicio. El zorro los guió montaña arriba durante un buen
rato, siempre con las mofas sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre
su barriga...

Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había
rellenado un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar
hasta el otro lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el
agua, su velocidad era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas
consiguió llegar a la otra orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el
pingüino le esperaba para devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en lugar
de devolvérselas, se ofreció a enseñarle a nadar.

Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el zorro,
que con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.
Los últimos dinosaurios

En el cráter de un antiguo volcán, situado en lo alto del único monte de una región perdida en las
selvas tropicales, habitaba el último grupo de grandes dinosaurios feroces. Durante miles y miles
de años, sobrevivieron a los cambios de la tierra y ahora, liderados por el gran Ferocitaurus,
planeaban salir de su escondite para volver a dominarla.

Ferocitaurus era un temible tiranosaurus rex que había decidido que llevaban demasiado tiempo
aislados, así que durante algunos años se unieron para trabajar y derribar las paredes del gran
cráter. Y cuando lo consiguieron, todos prepararon cuidadosamente sus garras y sus dientes para
volver a atermorizar al mundo.

Al abandonar su escondite de miles de años, todo les resultaba nuevo, muy disitinto a lo que se
habían acostumbrado en el cráter, pero siguieron con paso firme durante días. Por fin, desde lo
alto de unas montañas vieron un pequeño pueblo, con sus casas y sus habitantes, que parecían
pequeños puntitos. Sin haber visto antes a ningún humano, se lanzaron feroces montaña abajo,
dispuestos a arrasar con lo que se encontraran...

Pero según se acercaron al pueblecito, las casas se fueron haciendo más y más grandes, y más y
más.... y cuando las alcanzaron, resultó que eran muchísimo más grandes que los propios
dinosaurios, y un niño que pasaba por allí dijo: "¡papá, papá, he encontrado unos dinosaurios en
miniatura! ¿puedo quedármelos?".

Así las cosas, el temible Ferocitaurus y sus amigos terminaron siendo las mascotas de los niños del
pueblo, y al comprobar que millones de años de evolución en el cráter habían convertido a su
especie en dinosaurios enanos, aprendieron que nada dura para siempre, y que siempre hay estar
dispuesto a adaptarse. Y eso sí, todos demostraron ser unas excelentes y divertidas mascotas.
EL PERRO Y LA COMETA MÁGICA

Érase una vez un perro conocido por sus grandes dotes artísticas. Aquel perro era un auténtico
fabricante de sueños y de alegrías, gracias a las cometas artesanales que fabricaba. Preciosas
estelas que surcaban el cielo tiñéndolo de deliciosos colores.

¡Era tan feliz haciendo lo que hacía! Haciendo feliz a montones de niños que, boquiabiertos con las
cometas, conseguían convencer a sus padres para llevarse una y hacerla volar al aire libre.

Tal era el entusiasmo de hijos y padres, que pronto se corrió la voz de la existencia del perro
artista. La gente se congregaba los domingos por la mañana en el parque de la comarca para ver el
espectáculo de formas y colores que se producía en el cielo con el vuelo de las cometas.

El perro artista, al contemplar aquel espectáculo y aquella alegría, decidió afrontar el mayor reto
de su vida como fabricante de cometas. Y decidió embarcarse en la construcción de una cometa
gigante y espectacular. Una vez la terminó, decidió decorarla con colores y materiales únicos
nunca vistos.

Decidido a ponerla a volar, acudió al parque y fue arrastrando la cometa a gran velocidad para
conseguir alzarla en vuelo. Aquella cometa era tan grande y colosal, que arrastró también con ella
al perrito artista. Nunca volvió a ver a aquellos niños y a aquellos padres del parque.

Pero no os preocupéis, amiguitos, que el perro artista consiguió hacer felices con sus cometas a
miles de niños de todo el mundo. Eso, y volar entre las nubes gracias a su cometa mágica y colosal.

Desde luego, como artista, había conseguido tocar el cielo…

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