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Monsalvo Antón – Las ciudades en la Alta Edad Media.

Ruina de las antiguas ciudades

Con el hundimiento del Imperio, la ruina alcanzó los viejos centros. La crisis había comenzado en el III, después la
invasión bárbara acabó con la vida tanto de las grandes civitates como de numerosos vici semiurbanos. La regresión de
la urbanización en la época del hundimiento8 no fue, sin embargo, uniforme. Las ciudades romanas, salvo las de
frontera, carecían de fortificaciones. La presión de los bárbaros y las primeras invasiones germánicas tuvieron un efecto
en el paisaje urbano de entonces. Algunas de ellas desde los siglos IV-V se rodearon de murallas. Debemos matizar la
idea de ruina urbana. Hay que tener en cuenta que el declive de muchas civitates mediterráneas de la costa, no vino con
las primeras invasiones, sino más tarde, con las últimas agresiones germánicas o con el cierre del comercio
mediterráneo por los árabes, además muchas fueron reocupadas. Algunas ciudades dejaron de ser mencionadas y
presumiblemente casi desaparecieron, pero también se citan otros núcleos cuyo vigor y cierta actividad comercial era
elogiada: Narbona, Orleans, Albi, Tours, Lyon, París, Toulouse y Verdún. Cierta actividad económica, la protección de las
murallas y la presencia eclesiástica aseguraban la supervivencia. Lo que se había perdido era la funcionalidad de la
ciudad antigua. Dejo de ser ella misma desde el momento en que estuvo dirigida por el estado, en los tiempos de crisis
bajoimperial o por la iglesia en los siglos siguientes, aislada de hecho de su territorio, rompiéndose la unidad clásica
entre campo y ciudad, cuando las autoridades de la ciudad clásica la abandonaron y se fueron al campo con la
subsiguiente desaparición de las instituciones municipales; desde el momento en que los centros de decisión dejaron de
corresponder a la ciudad y fueron sustituidas por las residencias de los grandes propietarios rurales. Era la crisis general
de la Antigüedad, un proceso secular de ruralización, en los albores de una transición hacia otro tipo de sociedad, más
que el impacto puntual de las invasiones, lo que llevaba a las ciudades antiguas a su declive.

Elementos preurbanos

La decadencia urbana fue la pauta hasta la expansión del XI. Los siglos altomedievales, VI/VII-XI aproximadamente, tiene
también su importancia en la historia urbana europea. Se gestaron los elementos que sirvieron de base al renacimiento
urbano posterior y que condicionaron la tipología de las ciudades. La historiografía habla de “elementos preurbanos”,
entendiendo que lo “urbano”, sus funciones específicas, no volvieron a ser preponderantes hasta el XI. Pueden
separarse en dos grupos: las que ya existían en la Antigüedad y fueron reutilizados en la Edad Media y los nacidos en el
período medieval. Al primer grupo corresponde el castrum antiguo y la civitas antigua, solo existieron en zonas
romanizadas. La yuxtaposición de civitas y burgo o burgos ligados a ellas será el fundamento de uno de los tipos de
ciudad. Al segundo correspondes tres elementos: el monasterios con su burgo abacial anejo, el castillo o fortaleza feudal
– catellum, castrum – origen de un burgo castral, y los burgos comerciales preurbanos: wiks o portus.

Reciclamiento de los núcleos antiguos. Civitates e Iglesia.

La palabra burgo tuvo varios significados: núcleo fronterizo, fortaleza habitada o como sinónimo de aldeas nuevas,
fortificadas. En los siglos IX y X es cuando se fijó su significado más emblemático, aglomeración concentrada, nueva,
cuyas actividades características eran la artesanía y el comercio. En el burgo vivían unos habitantes especiales. Vivían del
comercio y la artesanía. Se les empezó a llamar burgenses, se asociaron a diversas aglomeraciones preexistentes. Unos
se adhirieron a las recién mencionadas civitates, dando lugar a los burgos suburbanos, en estas circunstancias es
sinónimo de suburbium. En otros casos, los burgos se asociaron al resto de los enclaves preurbanos: monasterios y
castillos; estaban alejados de las ciudades.

La fundación de abadías y santuarios fue decisiva. El nuevo asentamiento religioso, a menudo cercano a alguna ciudad
importante pero independiente de ella, empezó a ser un enclave económico, pero su potencia dominical, pero además
atrajo poblaciones y generó una demanda que permitió la instalación en su momento de los llamados burgos abaciales.
Desde VI y VII la expansión monástica revitalizó ciertos lugares y completó la dotación eclesiástica. Estas abadías y
santuarios, cerca de ciudades o no, fueron ya al menos desde VII lugares donde se realizaron ferias y mercados. En el
caso de las abadías, el despegue más fuerte se produjo desde la fundación de Cluny en el año 910, que supuso el inicio
de un vigoroso monaquismo mediante una red de monasterios que se expandió, próspera y poderosa por todo
Occidente. En ésta época la actividad comercial no se reducía sólo a ferias esporádicas, sino que se fueron creando
mercados regulares, los monasterios estimulaban el desarrollo comercial en sus áreas de influencia. Hay que entender el
papel activo de la Iglesia en tanto que estímulo preurbano en el contexto de su función en la feudalización de la
sociedad. Todos los monasterios y sus entornos rurales se desarrollaron y atrajeron burgos. Pero quizá hay que destacar
los que estaban cerca de ciudades. Muchas abadías estuvieron fortificadas desde el siglo IX-X.

La contribución de las segundas invasiones y de la feudalidad. Surgimiento de los burgos castrales.

El castellum o castrum medieval estuvo ligado a los efectos de las llamadas Segundas Invasiones de IX y X – vikingos y
magiares – y a algo de alcance más amplio como fue la feudalización en su etapa histórica de “encelulamiento” o
extensión generalizada del señorío banal y las soberanías aristocráticas, fenómeno que vacila en muchas regiones de
Europa en X y XI. Corresponde al temor a los vikingos o normandos, húngaros o magiares. Los europeos hicieron dos
cosas. Por un lado fortificaron las ciudades, se reconstruyeron o mejoraron las murallas en muchas ciudades. Fuera de
las ciudades se dedicaron a construir lo que a menudo no eran sino unos modestos recintos cerrados formados por
terraplenes y empalizadas de madera, a menudo protegidas por fosos. Correspondió a los condes primero, y luego a los
señores feudales. Estos últimos establecieron sus residencias en estos enclaves, allí tuvieron sus sequitos armados y
desde ellos intentaron controlar territorios o distritos sustraídos a las autoridades públicas casi o del todo inexistentes.
Servían de “refugio” para los campesinos, pero realmente sirvieron para una efectiva privatización del poder, se
exigieron tributos y prestaciones, y contribuyeron a una reorganización del espacio por parte de la aristocracia, a un
incastellamento cuyas únicas víctimas eran precisamente los campesinos libres a los que se pretendía proteger. La
construcción de los castillos era el instrumento y resultado de la feudalización. La aristocracia triunfante imaginaba la
ciudad, en abstracto o en general como un gran castillo, como un lugar fortificado. Los castra rurales se representaban
mucho más modestamente, más pequeños y de madera. El castillo feudal era el signo de los tiempos, Europa se llenó de
ellos y sus emplazamientos sirvieron también como enclaves en los que se asentaron en burgos desde los que pudo
despegar el crecimiento urbano más tarde. Las fortificaciones se dieron por toda Europa. En Francia la red de castra
rurales completo la de castillos urbanos o civitates fortificadas; dio densidad a un espacio feudal articulado por un tejido
de fortificaciones que se daban por doquier. En la época carolingia y postcarolingia con la contención de los maguares y
luego con la simple reorganización feudal o las luchas contra los sajones. Ya en tiempos otonianos el territorio se llenó
de castillos. Generalmente tenían un suburbum asociado. Las invasiones vikingas sirvieron como en el continente de
estímulo a las fortificaciones, pero el proceso trascendió este fenómeno también. El reinado de Alfredo el Grande (871-
899) fue decisivo en el esplendor de estas fortalezas regias. En Flandes el sitio del mercado estaba fuera pero al lado de
los castra, en burh anglosajón integraba en su interior el mercado, de modo que servía de protección y residencia
permanente a mercaderes y artesanos. En Italia la construcción de fortalezas se dio como consecuencia del
incastellamento, en le medida que este, antes y después del X, supuso una reestructuración feudal del territorio.

El comercio y los emporios preurbanos: portus y wiks.

Para el VII los pueblos germanos se habían estabilizado, asentados de forma fija fueron sustituyendo la rapiña por el
comercio. La comunicación entre norte y sur de Europa era prácticamente nula, comenzaba a crearse un leve hilo de
intercambios con la región septentrional. Galia del norte, Inglaterra y Escandinavia comenzaban a tener contactos tras
algunos siglos de total aislamiento. En la franja costera se desarrolló un comercio singular: portus – paso para atravesar
un río, cadena montañosa o lugar de escala o encrucijada en rutas de larga distancia de tráfico comercial – o wiks –
lugar de encrucijada mercantil, aglomeración de comerciantes, emporio comercial. Para la misma época aparecen
algunas ferias. Todo se daba a escala muy pequeña, pero suponía la recuperación de los intercambios. Desde las
invasiones y en época merovingia el escaso comercio lo llevaban a cabo mercaderes o negociatores sirios y judíos. Los
frisios competían levemente con ellos. El comercio paso a formar parte del as actividades de la sociedad (es escalas
pequeñas). También suponía un cambio de civilización, tras las invasiones árabes, con el inicio del comercio nórdico, el
diálogo entre el sr y el norte de Europa, con una dirección vertical, vino en un cierto sentido a desplazar el eje anterior.
Las colonias de mercaderes han existido con mayor conicidad y vigor en la costa italiana, desde el comercio el
Mediterráneo era más potente que el Norte antes del 1000. Los emporios comerciales, característicos del VIII-X fueron
típicos del Mar del Norte y Báltico, no eran solo marítimos sino que también se encuentran en los cursos medios y bajos
de los ríos que desembocan en estos mares.

Hasta 1960 se pensaba que vivieron sobre todo En función de la costa y tuvieron poco que ver con influencias
continentales. Como factorías habitadas por mercaderes errantes, no habrían sido más que puntos de encuentro de
mercaderes sajones, escandinavos o frisones en sus necesarias escalas marítimas, Despy propuso que no era la cercanía
al mar la clave, sino que el estímulo eran los intercambios locales. Ligados al crecimiento demográfico y a una temprana
mejora del bienestar de los campesinos que llevaban a estos mercaderes lana, lino y hierro, constatado en el IX. Estos
centros tenían que ver, más que con el comercio a larga distancia y las escalas de mercaderes, con los intercambios de
corto radio en l hinterland rural de la zona, con la convergencia de las rutas terrestres que daban salda a los excedentes
de los campos vecinos.

Eran aglomeraciones más bien modestas, no superaban unos cuantos centenares de personas; residía población diversa
venida de lejos junto con los mercaderes. Se traficaban productos de lujo o escasos: vino, cerámica, esclavos, vidrio. No
todos los que hacían comercio vivían solo de él. Propietarios de tierras, grandes y pequeños, comerciaban también a
tiempo parcial. Los mercaderes de los wiks eran jurídicamente libres y se solían organizar en gildas, se basaban en los
vínculos de fraternidad, distintos a los verticales del feudalismo. Era una comunidad convivencial que organizaba
banquetes, aseguraba protección o asistencia a sus miembros y los unía por juramento. El grupo de mercaderes tenía un
estatuto privilegiado, con libertades y franquicias que entonces no alcanzaban ni mucho menos al resto de la sociedad.
Sobre todo su interés para la historia urbana radica en que fue una especie de forma primitiva de ciudad entendida con
enclave comercial donde proliferaron grupos de actividades y bases jurídicas con los que se reencontrará el mundo
urbano en la fase de su constitución comunal.

Una geografía preurbana de Europa

había zonas con un esplendoroso pasado urbano en la Antigüedad que no se había borrado del todo y una enorme
“periferia” europea que no había sido romanizada, carecía de precedentes y elementos preurbanos nacidos en la Edad
Media que presagiaban un futuro crecimiento. Se establecieron tres zonas: zona mediterránea, de fuerte herencia
urbana; zona intermedia de Europa; mundo germánico centro-oriental y norte, de nulo pasado urbano. Que nos
permiten trazar diferencias de la geografía urbana de IX-X, con raíces anteriores e influencias posteriores.

El caso italiano es el que mejor marca la continuidad con el pasado romano. Fue importante la continuidad en lo jurídico
y cierta idea de centralidad de la ciudad sobre un territorio o distrito que no existió en otras latitudes, la ciudad gozaba
de protagonismo político, judicial y administrativo con autoridades y control sobre un territorio. También hubo una
mayor continuidad cultural y social en las ciudades italianas e igualmente en lo referente a estructuras eclesiásticas, las
sedes diocesanas se mantuvo sin grandes cambios, la ciudad italiana fue un punto natural de influencia de los obispos
sobre el territorio diocesano.

La Europa noroccidental, norte de Francia y oeste alemán, representaba un compromiso entre el pasado romano y los
nuevos flujos preurbanos de la AEM. Hubo una continuidad topográfica de las civitates antiguas. Pero los asentamientos
francos y luego el reino habían alterado las estructuras de poder, se interrumpió la civilización antigua, los cuadros de
mando fueron sobre todo de origen franco y la civitates se vieron envueltas en relevos importantes de los cuadros
sociales. Monasterios y castra resultarían decisivos en la formación del paisaje urbano francés antes del 1000. Los
principales centros urbanos medievales del Imperio germánico tenían un pasado en la Antigüedad. No todas habían sido
sedes antiguas, pero las principales se asimilaron a esta función tempranamente al reorganizar el reino franco la
estructura diocesana. El componente episcopal no fue el único, ya que existieron otros elementos preurbanos, algunos
wiks y castillos. Es el Domburg el que mejor expresa el sentido de la red principal de núcleos del oeste y sur alemán:
junto al núcleo amurallado o ciudadela episcopal, fueron surgiendo contiguos a él burgos artesano-mercantiles. Lo
importante es ver como se complementan las viejas piedras urbanas ligadas a la función episcopal y las nuevas
funciones económicas de los barrios nuevos. Inglaterra esta entre el segundo y tercer grupo, había conocido la
romanización, pero la pervivencia de ello en la Edad Media fue enormemente tenue. La red urbana no resiste la
comparación con la francesa. Sin embargo fueron profundamente alterados y su futuro esplendor debió bien poco a su
pasado romano. Los elementos preurbanos verdaderamente importantes en Inglaterra fueron algunos wiks costeros y
los burhs o fortalezas regias, repartidos por el país.

La Europa que había quedado fuera de la romanización o proximidades mostraba un gran retraso y peculiaridades en el
surgimiento de los elementos preurbanos. Alemania central y oriental es la zona de mayor complejidad. El elemento
preurbano no se remite a una antigua civitas, sino que en ocasiones partió de un núcleo rara vez anterior a VIII-IX. Era un
oppidum, una fortaleza a veces modesta, que se convirtió en castillo – burg-, que tenía la función de centro
administrativo. Las grandes ciudades sajonas no se consideran “ciudades episcopales”, sino Domburgeb: catedrales
fortificadas, porque el castillo era el componente determinante. Existió además un reguero de ciudades-mercado por
toda Alemania, tanto en el centro como en el oeste, sin antecedentes en la Antigüedad. Era el elemento esencial la
fundación del mercado estuvo en el origen de muchas pequeñas ciudades. Básicamente estos serías los tres grandes
modelos de ciudades alemanas: ciudadelas episcopales preponderantes en el Oeste, las ciudades-castillo típicas del
centro de Alemania, y las ciudades-mercado en la franja costera y en torno a los cursos de agua interiores. Gieysztor
habla de dos fases: los castillos del IX serían aún escasos y no eran todavía importantes centros políticos, pero en X y XI
se produjo una concentración de poder, de modo que el elemento señorial-estatal, con grandes poderes señoriales o
principescos se unió al castillo primigenio, se fueron desplegando las funciones eclesiásticas, políticas y militares y
finalmente las funciones económicas, con la instalación de oficios diversos e intercambios. Lo que marcaría ya el
despegue urbano en países eslavos.

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