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Semiología
Generalidades
La notación precisa de los signos que componen los cuadros clínicos de las enfermedades
mentales y permiten su diagnóstico y su pronóstico es particularmente difícil de enseñar y
exponer. Esta semiología exige tal vez más experiencia que saber.
Desde hace algunos años, se ha insistido mucho sobre una particularidad de la semiología y del
método clínico en Psiquiatría. Se ha pensado, en efecto, que la observación psiquiátrica no puede
ser ni puramente objetiva (descripción de los comportamientos) ni puramente subjetiva (análisis
introspectivo por el sujeto de sus experiencias intimas), sino que lo esencial del conocimiento
clínico de las enfermedades mentales está constituido por el "encuentro" de médico y enfermo.
Pues en definitiva, todo examen psiquiátrico debe ser no sólo una estrategia diagnóstica, sino
también un encuentro psicoterapéutico desde el comienzo.
1. Examen somático
No se trata de un acto de rutina o de practicar una especie de gesto más o menos simbólico,
puesto que el examen clínico cuidadoso de los diversos aparatos y de las diversas funciones es
absolutamente indispensable a la investigación semiológica psiquiátrica, cualquiera que sea el
aspecto clínico de la enfermedad mental (psicosis o neurosis).
2. Examen neurológico
Muy a menudo se oye decir que la Psiquiatría, que realmente no se confunde con la Neurología
(de la que se distingue por su objeto y por su método), carece de toda relación con la Neurología.
Creemos, sin embargo, que numerosas cuestiones fundamentales (la relación del psiquismo con el
cerebro) o prácticas (diagnóstico y terapéutica de los síndromes psicopatológicos sintomáticos de
afecciones directas o indirectas del sistema nervioso central) obligan al psiquiatra a conocer la
Neurología con mayor profundidad que el médico general.
El examen neurológico aparece pues como una dimensión importante de la clínica psiquiátrica,
por tratarse de una investigación de la posibilidad de un diagnóstico positivo de enfermedad
mental de etiopatogenia cerebral, y no tan sólo por el interés de un diagnóstico diferencial, por
suponer que una alteración mental no tiene relación alguna con la patología cerebral.
3. Examen psiquiátrico
En su movimiento de investigación, el examen clínico debe ser bastante largo y repetido. El primer
examen es particularmente importante, porque crea una situación privilegiada mediante el
establecimiento de una relación. El examen no puede reducirse a un interrogatorio sino que debe
establecer informaciones completas sobre la biografía del individuo, sus antecedentes, su
situación familiar, sus hermanos, su situación conyugal o amorosa, su vida social, su estado
profesional, sus condiciones de vida en general. El registro de los síntomas pretende menos
catalogarlos que comprender su puesto en la economía general de la vida psíquica del sujeto.
4. Observación clínica
1. Una hoja de información obtenida a través de una tercera persona (familia, servicio social, jefes
de empleo, etc.) que debe incluir la biogrqfía1 detallada del enfermo, sus antecedentes
patológicos hereditarios y personales y la evolución de la enfermedad mental con todas sus
circunstancias.
3. El resultado de los exámenes psicométricos que el clínico haya creído preciso solicitar (tests,
cuestionarios, inventario de síntomas para ampliar el "campo de su mirada").
5. Una hoja de tratamiento, en la que deben ser cuidadosamente consignados todos los actos
terapéuticos (biológicos, medicamentosos, psicoterápicos).
La mayoría de los manuales y de los tratados se refieren a una especie de análisis de las funciones
de la vida psíquica. Conforme a los elementos de psicología (expuestos en el primer capítulo) y a
las necesidades de la práctica, expondremos —para ir del más superficial al más profundo— los
tres planos semiológicos siguientes:
En lo que respecta al plano de las anomalías de las conductas sociales y de las inadaptaciones del
comportamiento, la semiología se limita a describir, sin penetrar demasiado en la estructura
profunda de los trastornos.
En lo que respecta al plano de las anomalías de la vida psíquica actual, la semiología realiza una
especie de corte transversal a través de las experiencias morbosas (confusión, experiencias
delirantes y alucinatorias, melancolía, etc.).
En el plano de las anomalías de la personalidad, la semiología realiza, por el contrario, una especie
de corte longitudinal que interesa al sistema dinámico de la organización permanente del Yo.
I. Presentación
Estos síntomas admiten, naturalmente, una infinidad de variaciones y matices. Distinguiremos tres
actitudes fundamentales del paciente: la de confianza, la de oposición y la de indiferencia.
Las reacciones de oposición se observan bajo la forma de reticencia (rechazo sistemático de hablar
francamente de las experiencias patológicas y disimulación calculada de todo lo que es morboso) y
a veces de protestas reivindicativas en los delirios crónicos (psicosis alucinatorias, paranoia, etc.).
Ellas testifican la existencia de una total inconsciencia de enfermedad.
Las reacciones de indiferencia se manifiestan por una beata indolencia o una mecánica pasividad.
Éste es especialmente el caso de aquellos enfermos que no comprenden el sentido del examen
(confusión, estados demenciales, oligofrenias profundas) o que están completamente apáticos
(formas simples o terminales de las esquizofrenias, sobre todo en la forma hebefrenica).
III. El comportamiento en el curso de la vida cotidiana
Sea a través de la observación directa, a través de las informaciones obtenidas del paciente o de
los que le rodean, conviene precisar bien en qué condiciones aquel se adapta a las conveniencias y
reglas de la vida social del grupo en que vive. Sobre este punto, la colaboración del medio familiar
y del personal sanitario auxiliar es capital. Así, haremos mención de los trastornos del
comportamiento en lo que con cierne a los cuidados corporales, el dormir y el sueño, las conducías
sexuales, las conductas de alimentación, la vida familiar y la actividad profesional o laboral.
Atentados contra la moral y las costumbres. Las anomalías del comportamiento sexual son
frecuentes, ya sea en forma de trastornos habituales del comportamiento o de actos impulsivos
que constituyen graves delitos o crímenes. Podemos clasificar estas anomalías del
comportamiento en dos categorías:
Robo. Desde el punto de vista semiológico, el robo puede ser considerado según el mismo
esquema:
b) Puede ser el resultado de una impulsión violenta (robos de alimentos, robosen escaparates);
por ejemplo, en los parkinsonianos postencefalíticos.
Homicidio. Los actos de agresividad homicida no son muy frecuentes, Los diversos pero su
carácter a veces súbito, paradójico o sanguinario, hace temer particularmente esta suprema
reacción antisocial. Como hemos señalado a propósito de los otros comportamientos antisociales
—delictivos o criminales— podemos describir toda una serie de actos homicidas patológicos
avanzando desde el más automático al más consciente.
B. Semiología de la actividad psíquica basal
Es precisamente este "estado actual" de la vida psíquica el que debe ser, ante todo,
minuciosamente analizado y revisado.
Tiene por objeto el estudio de lo que tradicional mente se denominan los trastornos de la
conciencia Ésta, en efecto, vana en intensidad y en claridad. Se observaran los grados de claridad
del campo de la conciencia desde su abolición total (coma, sincope, sueño) hasta el
embotamiento, la obnubilación simple, pasando por la confusión y los estados crepusculares Se
trata de una serie de "grados de conciencia"' que van desde la inconsciencia hasta la vigilancia La
claridad y la lucidez de conciencia no pueden apreciarse si no es por su poder en diferenciar los
fenomenos psíquicos que entran dentro de su campo. De tal manera que, a este respecto, se
describe la pobreza o la riqueza de los contenidos de la con ciencia, su condensación o su
aglutinación por una parte, y su distinción o su precisión por otra.
Recordar dónde uno esta y situarse en relación a los puntos cardinales del espacio es,
evidentemente, no solo orientarse sino hacer un acto de memoria. Efectivamente la actividad
mnesica está implicada en la base de toda operación psíquica.
Puede parecer paradójico hablar de una afectividad de base si se considera que la vida afectiva
constituye siempre la base misma del psiquísmo. Pero es que entendemos por tal denominación
los qfectos (término general para expresar todos los fenómenos de la afectividad, es decir todos
los matices del deseo, del placer y del dolor), que entran en la experiencia sensible en forma de lo
que se denominan los sentimientos vitales, el humor y las emociones. Esta noción de afectividad
de base holotimica así entendida elude sin excluirlos los sentimientos complejos (pasiones,
sentimientos sociales) que constituyen lo que a veces se ha denominado (con H. W. Maier) la capa
superior o catatimica, formada por la afectividad elaborada en sistema personal de tendencias
afectivas complejas.
Estos afectos basales constituyen el "teclado" sensible de la experiencia, ya que Los "afectos"
puede decirse que cada momento o modalidad de ésta tiene una tonalidad afectiva básales de
(tímica) más o menos viva, vivenciada según el registro del placer o del dolor, de la euforia o de la
angustia. Son, pues, las perturbaciones de esta capa afectiva "holotímica" de la experiencia vivida
las que forman los síntomas que debemos describir a sentimientos y continuación.
En este lugar debemos describir los trastornos que manifiestan disminución del "fondo mental".
Empezaremos por distinguir lo que generalmente se confunde: la actividad sintética que está en la
base de las operaciones de la inteligencia, y la inteligencia en tanto que facultad discursiva y
reflexiva de juicio, integrada en el sistema de la personalidad. Aquí, en este nivel semiológico en el
que el clínico intenta penetrar la estructura actual de la mente, es tan sólo el funcionamiento
operacional de la inteligencia lo que constituye el objeto de este análisis cualitativo. Se trata de
aprehender aquello que está perturbado en el dinamismo de estas operaciones intelectuales
fundamentales, como son la atención, la abstracción, el manejo de los esquemas ideoverbales y el
curso del pensamiento.
La desintegración de las funciones psicomotoras forma parte también del análisis clínico que
pretende alcanzar la totalidad del estado morboso actualmente vivido. Esto se comprende si se
tiene en cuenta que la experiencia no es jamás —o muy raramente— contemplativa, en su misma
organización implica movimientos, actos, gestos, que forman parte integrante de su estructura No
podemos, por ejemplo, observar a un maniaco sin percibir que su estado comporta un trastorno
psicomotor (desorden de los actos y de la mímica, juego, violencias), así como tampoco podemos
separar de su vida psíquica los actos desordenados o impulsivos que caracterizan la conducta de
un estado demencial (turbulencia, negligencia, actos absurdos, suciedad, etcétera) En estos casos
el comportamiento psicomotor constituye el fondo mismo de la excitación, de la angustia, del
desorden confusional, etc. No obstante, en otros casos, los trastornos psicomotores constituyen
tan solo figuras, aspectos que destacan suficientemente del fondo del cuadro clínico para que les
sea atribuido un gran valor semiológico.
De manera que, en este Tratado, esencialmente didáctico, debemos advertir al lector que los
trastornos de la personalidad no son, por lo general, estudiados aparte de la semiología del
comportamiento y del análisis de la actividad psíquica actual, tales como se ofrecen al examen
clínico que acabamos de exponer. Consecuentemente hubiéramos podido contentarnos —como
se hace por lo general— con hablar en términos vagos de los trastornos de la personalidad
refiriéndonos a los trastornos de la totalidad de la vida psíquica. Pero, como hemos visto en los
"Elementos de psicología" y según las exigencias —para nosotros imperiosas— de la clínica, es
necesario considerar que el sistema de la personalidad (el Yo en tanto que dueño de su carácter,
autor de su personaje, artesano de su mundo y sujeto de su conocimiento) puede sufrir
alteraciones (que sólo un corte longitudinal de la historia de la persona puede poner en evidencia)
que contrastan por su permanencia con las modificaciones patológicas de la experiencia actual.
Precisamente el aspecto más fundamental de esta patología del carácter (personalidad psicopática
y neurosis de carácter) viene representado por estas formas de carácter monolíticas, en que está
estrechamente unido el individuo a su individualidad temperamental.
II. Semiología de los conflictos intrapsíquicos de la persona (el yo neurótico)
Ser uno mismo constituye un problema cuyas dificultades se encuentran en la base misma de
nuestra existencia y de la organización interna de nuestra persona. Yo no soy "Yo" sino por una
identificación a "un personaje" que constituye el ideal de mi Yo. Esta búsqueda de sí, esta
dialéctica del ser y del parecer implicada en la idea de que la persona es una "máscara" (persona),
puede ser profundamente trastornada.
Ya sea que la identificación a alguien (y particularmente a la imagen parental del mismo sexo) no
pueda operarse (trastornos de las relaciones "objetales" de los psicoanalistas); —ya sea que la
misma genere una angustia profunda, una existencia desgraciada; —ya sea, finalmente, que el
problema se resuelve por mecanismos de defensa o de compensación imaginarios, se comprende
que la patología de un Yo que no alcanza a resolver el conflicto interno de su identificación
perturbe las relaciones del Yo con los otros. Esta perturbación es característica del conflicto
neurótico, del Yo neurótico.
El neurótico es siempre o casi siempre un ser cuyo carácter es patológico, es decir cuya manera de
ser está, como hemos visto, fijada y estereotipada (compulsiones de repetición) en forma de
disposición fundamental a la angustia, a la introversión, a los escrúpulos o, por el contrario, a la
exaltación imaginativa y apasionada. Es sobre este fondo de trastorno caracterológico que se
desarrolla la existencia neurótica. De manera que el Yo neurótico aparece como un desequilibrio
afectivo esencial, profundamente enraizado en el desarrollo mismo del ser psíquico.
Pero cualquiera que sea la forma clínica de estas defensas, su organización en sistema más o
menos aislado y su valor "hedónico" (valor de solución) con relación al conflicto interno, los
síntomas neuróticos se remplazan, se renuevan y se complican sin cesar como si el Yo, prisionero
de su inconsciente, no pudiera desempeñar su verdadero papel, el de propia y auténtica
identificación. De ahí los caracteres artificiales de esta semiología (exageración, teatralismo,
ficciones, refugio en la enfermedad, etc.), tan característica de la existencia neurótica.
Para poder comprender bien el sentido y el alcance de este aspecto semiológico fundamental de
los trastornos de la personalidad, debemos precisar que estos trastornos afectan esencialmente a
la concepción del mundo implicada, como hemos visto, en la noción del Yo. En efecto, el Yo está
vinculado a su Mundo, y esta ligazón "existencial" es constitutiva de la "Realidad" del ser-en-el-
mundo, en tanto que representa el orden en el cual se desarrolla su existencia.
La alienación del Yo consiste en una inversión de las relaciones de realidad del Yo con su Mundo.
Dicho de otra manera, esta alienación es el Delirio. No el delirio de la experiencia delirante, delirio
vivido sobre el registro de la actividad percibida, sino el Delirio de la creencia delirante, de la idea
delirante.
Hemos expuesto, al estudiar la estructura de la personalidad, que esta se edifica como el Sujeto de
su conocimiento A lo largo del desarrollo de la personalidad se constituye un capital de valores
lógicos, un "fondo" mental Éste debe estar de acuerdo con el sistema lógico que asume las leyes
del pensamiento común, pero es incorporado al Sujeto del cual constituye el "estatuto" personal,
el ser razonable. Es decir que este sistema de valores es un sistema de referencias al cual se atiene
el sujeto en el ejercicio de su propio juicio. Es precisamente la profunda alteración de su ser
razonable, lo que, al privar al demente de su juicio, le reduce a no ser persona.
La persona del idiota está tan poco desarrollada que, tanto desde el punto de vista del lenguaje o
de la sociabilidad como de la construcción de su persona, puede decirse que estos pobres
individuos están desprovistos de personalidad o no presentan más que un somero rudimento. Lo
mismo ocurre, en un nivel de organización apenas superior, en el caso de los imbéciles.
Asimismo, la debilidad mental se caracteriza no tan sólo por el bajo C. I. (cociente intelectual
alrededor de 60 o 70), sino por un tipo particular de inferioridad de todo el conjunto de la
personalidad (ingenuidad, concepción pueril del mundo, trastornos del juicio, trastornos del
carácter, afectividad inmadura de tipo neurótico).