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Siempre se educa partiendo de una determinada concepción del ser humano. Si no tengo claro el ser
humano que quiero favorecer en el niño, seleccionaré medios inadecuados. Y no podré seleccionar medios
adecuados sin tener claro qué es lo que van a favorecer esos medios. En los currículos tradicionales,
cosificantes, uno observa una concepción muy limitada del niño pequeño y de sus posibilidades de
aprendizaje, y lo que prima es el sentir del adulto. Es por eso que le damos al niño una plantilla, un modelo,
el trabajo ya hecho. Yo, adulta, digo: “Lo que quiero que haga es un hoyito con una agujita en este modelito”.
Eso tiene sentido para mí, porque lo que quiero favorecer es la coordinación ojo-mano, objetivamente muy
valiosa. Pero si yo le preguntara al niño: “¿Te resulta interesante hacer el hoyito en el papelito?” quizás diría
que la primera vez sí, y hará los primeros hoyitos con interés, pero después hacer eso será aburridor.
Tras este tipo de actividades rutinarias hay una concepción del niño pequeño muy limitada y hay la idea de
que no es necesario que quien aprende le encuentre sentido a lo que aprende. Actualmente, y para lograr
una educación de mejor calidad, tratamos de instalar una concepción mucho más clara de la potencialidad
de los párvulos y de sus posibilidades de aprendizaje. Y proponemos que se escuche a los niños. Por eso
se habla de la pedagogía de la escucha. Y se buscan los sentidos del aprendizaje. Pero pasar de una
concepción tradicional a esta nueva concepción no es fácil.
Un primer paso para cambiar de concepción es tener presente que todo concepto social -en este caso, lo
que es un niño pequeño, una niña pequeña, un párvulo- es una idea que se ha construido históricamente.
No hay conceptos permanentes. Eso cuesta mucho entenderlo, porque “yo estudié pedagogía, a mí me
capacitaron hace diez, veinte años, y ya aprendí lo que era el desarrollo de un niño pequeño”. Pero eso lo
aprendimos en una época, en un momento y en una situación. Y hoy, en este mundo vertiginoso, donde el
conocimiento sobre las potencialidades de los niños resulta abrumador, donde cada día sabemos más sobre
la enorme capacidad de aprendizaje que tienen, debemos reconstruir conceptos -que no son estables, fijos,
invariables- para asumir conceptos dinámicos. Hay autores que incluso nos dicen que la infancia no existe,
que nosotros la hemos creado, que es un concepto que hemos construido en la historia, que es una
construcción social, política y cultural.
En una concepción tradicional, el rol del niño es ser receptivo de conocimientos y de valores. Por eso todo
se lo damos hecho. Todo. Escogemos el tema, la canción, el cuento, los colores. Todo está ya hecho y el
niño recibe, recibe, recibe. En una concepción nueva, favorecemos el rol activo del niño en el pensar, en el
sentir y en el actuar. Y muy importante: concebimos al niño como productor de conocimientos. Es un niño al
que no le damos las respuestas hechas, sino que promovemos que él piense por qué las cosas son como
son: por qué el cielo es celeste y por qué el pasto es verde.
En una concepción tradicional, tendemos, de forma compulsiva, a darle al niño todas las respuestas hechas,
cuando lo interesante es la pregunta como el gran recurso educativo, la pregunta que despierta, la pregunta
gatilladora. Que el niño construya y haga sus propias hipótesis de las cosas, que el niño nos explique por
qué las cosas son como son, desde su mundo mágico, desde su mundo de las intuiciones, desde su mundo,
que también es científico. A veces los niños dan explicaciones de las cosas que a uno lo dejan abismado. Y
decimos: ¿de dónde sabe estas cosas? Nos olvidamos de los medios de comunicación, de la información
que les llega de las conversaciones de niños mayores que comparten con ellos la escuela. Hoy los niños
reciben por muchos caminos muchas informaciones que los hacen distintos de los de hace unos años.
La pregunta es el gran recurso educativo. Una pregunta que produzca un conflicto intelectual. La pregunta
que haga pensar al niño y no la que le haga decir cosas obvias, como “¿De qué color es la manzana?” Y
decimos nosotras: “La manzana es ro…” y ellos completan “ja”. Cuando limitamos el nivel del trabajo
intelectual de un niño lo empobrecemos. Es distinto que le preguntemos: “¿Por qué la manzana es roja?” No
importa lo que respondan, no nos interesa la respuesta científica acertada. Nos interesan preguntas que den
lugar a respuestas variadas. Pueden responder: “Está avergonzada y por eso se puso roja”. Es una
hipótesis. Nos importan las hipótesis que hagan. Fantástico es que las hagan desde los tres años, porque
después las seguirán haciendo, sean carpinteros o astrónomos. Y esa capacidad de pensar se forma en
esta etapa inicial de la vida.
Ahora concebimos a un niño activo en la conservación del medio natural. Sabemos que si América Latina no
cuida su entorno natural, nuestros ecosistemas quedarán destruidos. El niño es el mejor conservador del
medio ambiente, el más coherente. Todas las experiencias lo demuestran. Recuerdo un jardín infantil en la
montaña de Chile, absolutamente natural. Los niños le cantaban todos los días a su árbol mágico, cuidaban
las plantas, criaban gallinas. Un día llegaron los niños de un jardín de Santiago a visitar ese jardín, ¡y Atila
habría quedado pálido! Los niños de la ciudad arrancaron las flores, persiguieron a las gallinas, se
encaramaron a los árboles, mataron insectos. Una gran diferencia. En aquel jardín los niños fueron tan
coherentes en el proyecto de cuidar y no destruir que se convirtieron, por sí solos, en vegetarianos, y las
educadoras tuvieron que inventar artimañas para que comieran pollo, porque ellos no entendían por qué
matarlos si los habían cuidado y alimentado.
En un currículo tradicional el niño vive en una burbuja, descontextualizado. El currículo tradicional no toca
temas que a los niños les interesan, aunque son parte de su vida. ¿Cuándo los currículos tradicionales tocan
temas como el de las familias que no son esa familia tradicional de papá, mamá e hijitos, sino que la mamá
es la jefa de la familia y esta sola, que es lo que sucede en el 50% de las familias latinoamericanas? De eso
no se le habla al niño, se le presenta la familia con la parejita y los hijitos, se le presenta una sociedad
diferente a la que conoce y nunca se le cuenta nada sobre la familia y la sociedad reales. Y sin embargo, ya
existen cuentos y materiales didácticos que buscan conectar al niño con la realidad que está viviendo:
familias separadas, madres solas criando a sus hijos, divorcios. También ya hay cuentos y materiales que le
hablan a los niños de situaciones de choque racial. ¿Hablamos a los niños de la discriminación racial?
En un currículo tradicional anulamos las diferencias del mundo. No hablamos de los migrantes. Y son una
realidad presente por todas partes. En Chile estamos llenos de niñitos peruanos y bolivianos, que hablan
distinto de los niñitos chilenos, y sus familias comen otras comidas y tienen otras costumbres. Ese tema está
ahí, es un tema para currículo. Es un tema, como muchos otros, de actualidad, que tenemos que aprovechar
desde el punto de vista humano y cultural. En un currículo tradicional este tema es invisible y los únicos
temas son los que nos parecen “temas de niños”.
Un niño con una visión muy restringida de su entorno próximo no está bien educado. Hoy, con los medios de
comunicación, los niños tienen amplias oportunidades de interacción próxima y distante en el tiempo y el
espacio. ¿Por qué tantos niños están tan interesados en los dinosaurios cuando nunca han visto uno? Por
los medios, por las revistas, por los juguetes, porque venden dinosaurios por las calles. ¿Por qué andan
interesados en el espacio y quieren saber del espacio? ¿Por qué les interesa el fondo del mar si jamás han
estado ahí? Siempre dijimos que los niños aprenden en situaciones concretas y vivenciales. Hoy día, este
paradigma se ha ido flexibilizando, porque los niños asumen intereses muy importantes en temas que no
necesariamente les son cercanos o concretos, porque los medios los relacionan con situaciones y temas del
otro lado del mundo o con temas del pasado remoto o del futuro lejano, y todo eso les interesa a ellos. El
currículo actual de los niños más pequeños tiene que estar abierto a todo lo que los niños nos piden hoy a
gritos.
Cuando uno entrega a los niños contenidos insustanciales, que no les interesan, historias ya pasadas y
aburridas, no educa bien. Hay niños en las montañas perdidas de Chile que nos han dicho que ellos quieren
conocer de los dinosaurios y hay maestras que les siguen hablando del perrito y del gatito. Para saber qué
es relevante para un niño y a una niña de hoy hay que escuchar a los niños y a las niñas.
Y es una persona que no sólo tiene carencias y necesidades, sino que tiene también fortalezas. Los
diagnósticos escolares no deben ser solamente sobre lo que le falta al niño, o sobre aquello de lo que
carece, sino sobre todo aquello para lo que es bueno. Y todos somos buenos para muchas cosas. El niño
debe hacerse consciente de sus fortalezas: yo soy bueno para correr, soy buen amigo, tengo buenas ideas.
Porque en esta vida nosotros no funcionamos con nuestras carencias. Las carencias las asumimos, pero
funcionamos con nuestras fortalezas. Y es a eso a lo que hay que sacarle más provecho. Los currículos
tradicionales señalan carencias: que el niño no habla bien, y entonces desarrollamos lenguaje, lenguaje,
lenguaje. Pero ese niño puede ser un fantástico inventor de cosas y ese lado lo dejamos a la buena de Dios,
y como Dios está bastante ocupado y para educar a los niños nos tiene a nosotros, no le desarrollamos esa
fortaleza.
Ella nos ha enseñado que los niños tienen que iniciarse en esas materias, pero como niños pensantes y
activos. Y que es muy diferente que un niño aprenda a escribir con un método donde hace palotes para un
lado y curvas para el otro -trazos sin sentido-, a que el niño se dé cuenta de que la escritura existe como una
pieza del repertorio cultural de la humanidad. A los tres, cuatro años, todo niño empieza a inventar sus
propios sistemas de escritura y escribe lo que se le ocurre. Inventa sus propias combinaciones de signos, de
símbolos. A partir de eso, uno puede empezar a desarrollar con ellos situaciones de conflicto intelectual: “A
ver, te voy a contar un cuento bien largo para que tú lo escribas después”. Y el niño, que es un ser
inteligente, hará una relación correcta: si yo le hablo mucho, mucho, mucho, él sabe que tiene que escribir
mucho, mucho, mucho. Y si yo le hablo poquito, él sabe que tiene que escribir poquito. Según lo largo,
inventará muchos signos o pocos signos. Empezará a establecer la relación muchos signos hablados-más
signos escritos y pocos signos hablados-menos signos escritos. Un niño que hace esto está pensando.
Y llegará un momento en que ese niño querrá que le lean sus escritos, sus cuentos, sus cartas y le pasará lo
que escribe a cualquier persona, que le dirá: “No puedo leerlo, porque para leer las personas tuvimos que
ponernos antes de acuerdo”. Y será la ocasión de enseñarle sobre la arbitrariedad de la escritura. Y
entonces, le enseñaremos a escribir su nombre. Y el niño escribirá su nombre y se lo llevará al papá, a la
mamá, a la abuela y comprobará que todos pueden leer su nombre. Y le dirán: “Mira, es con estos signos
que nos hemos puesto de acuerdo para entender lo que escribimos”.
El niño descubrirá la escritura y empezará a escribir palabras con sentido: su nombre, los nombres de los
objetos de la casa, lo que vio en un paseo. Al comienzo, va a escribir grandote, después controlará su mano
y escribirá más chiquito y descubrirá que hay que escribir de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Eso es
lo que nos enseña la Dra. Ferreiro. Pero, ¿cómo lo hemos hecho y lo seguimos haciendo? Con palotes para
un lado y con curvas para el otro.
Con esos palotes, con ese apresto tradicional, se aprende, sobre todo, ejercitación motora. Pero no estamos
desarrollando el plus intelectual de esta tarea. No estamos desarrollando el gozo por la escritura y la lectura.
La rutina de los palotes termina matando ese gozo. Porque si fuimos a un paseo y lo pasamos bien y vimos
cosas lindas, y eso es lo que escribimos y eso es lo que dibujamos, eso tiene sentido y empezaremos a
amar el escribir y el leer.
¿Por qué América Latina tiene problemas tan tremendos en lectura y escritura? ¿Por qué nadie entiende
nada de lo que lee, los chiquillos no leen nada, no escriben nada y les va horrible en las pruebas nacionales
y en las internacionales? Es un verdadero drama. Tenemos una respuesta en ese famoso apresto tradicional
de palotes y curvas con los que enseñamos a leer y a escribir. Ahora la Dra. Ferreiro está trabajando con el
mismo enfoque en el aprendizaje de las matemáticas. Y dice lo mismo: matemáticas sí, pero entendiendo,
construyendo, pensando, y no llenando cuadernos con números, como si esa rutina fuera algo interesante y
estimulante.
En un currículo tradicional las estrategias son siempre grupales: todos los niños haciendo lo mismo, de la
misma forma y en el mismo momento. Estrategias muy centradas en lo disciplinario. En el currículum
progresista, se enfatiza la calidad de las interacciones afectivas y cognitivas y las estrategias se orientan a la
diversificación.
Es crucial el ambiente humano que se crea entre adultos y niños y las interacciones entre ambos. Armar un
currículo educativo es como armar una obra de teatro. Necesito primero los actores: actores adultos
-educador, familia, miembros de la comunidad, jóvenes y niños mayores- y actores infantiles. Esos actores
necesitan un espacio, un escenario.
Es muy importante organizar el espacio educativo: dónde se moverán los actores. Hay que tomar decisiones
tanto sobre el espacio interior como el exterior, hay que organizar ambos espacios en forma consistente con
todos los demás elementos para favorecer los aprendizajes de los niños. También hay que organizar el
tiempo, tanto el gran tiempo del trabajo anual o semestral, como el tiempo diario, el de la jornada, el de la
rutina cotidiana de trabajo. Esto supone planificación, con todo lo que significa: objetivos, actividades,
recursos.
Actores, escenario, actos de la obra y guión. Planifico, implemento, evalúo. En una obra de teatro la
evaluación es la acogida del público. Aplausos o pifias. Ovación final: entonces la obra estuvo bien.
La ambientación de una sala de un jardín infantil siempre debe ser intencionada. Y debe agregar un plus a lo
que habitualmente el niño recibe. Si el niño ve al Pato Donald por todos lados, yo no se lo voy a poner en el
aula. Y además, ¿a qué objetivo de mi currículo responde ponérselo? Hablo de “ambientación”. En la
educación inicial tenemos una deformación y hablamos de decoración. Pero un currículo no se decora. Eso
está bien para un decorador de interiores que tiene que poner algo para llenar una pared, pero en un
currículo preescolar uno no decora, uno ambienta espacios en función de una intencionalidad educativa.
En un currículo tradicional los espacios son rígidos. Desde que comienza hasta que termina el año escolar
vemos el mismo ambiente. Nada cambia o hay muy pocos cambios. En un currículo progresista se trabaja
siempre con diversos y variados ambientes. Y todo lugar puede convertirse en un espacio educativo. La
sala, una huerta, un mercado, un taller artesanal, un museo, una biblioteca. Hay una selección intencionada
de todos los espacios dentro y fuera del aula.
Sería una falta de respeto tener una sala sin nada. Sería poco acogedora, poco grata. Pero, no todo debe
estar hecho por la educadora. Es parte del trabajo educativo hacer que los niños aporten a la ambientación
del aula. “Nos entra mucho sol por esa ventana y nos deslumbra, ¿qué podríamos hacer?” Y entonces
convierto el tema del sol en una actividad. A más de alguno se le ocurrirá decir que pongamos cortinas.
Entonces, haremos las cortinas. “Y para no comer la merienda sobre la mesa, ¿qué hacemos? ¿Podríamos
hacer mantelitos individuales?” Se trata de que los niños participen en la ambientación construyendo sus
espacios de trabajo.
El concepto de que yo educadora hago todo lo que hay en la sala es erróneo. El ser humano hizo cultura al
enfrentarse a un medio: se enfrentó al oso, sacó al oso de la cueva, limpió la cueva, pintó las paredes de la
cueva y vivió en la cueva. Esto es esencial en la historia humana. Con los niños lo mismo. Que hagan suya
el aula, que se apropien de ese lugar, que personalicen ese lugar con sus distintivos. Todo lo que hay en el
aula puede y debe ser hecho con los niños.
En el aula la estética debe ser interesante. Si yo, por ejemplo, pongo un cuadro de un pintor
latinoamericano, de un muralista mexicano, si pongo en la pared grecas de cualquiera de las culturas
indígenas latinoamericanas, promuevo en los niños el interés por otra estética, por otros símbolos y colores.
Hay que emplear materiales que promuevan reflexión e interés. Eso no necesariamente significa materiales
elaborados industrialmente o materiales caros. Son válidos el puzzle, la muñeca o la pelota que se compra.
Y también lo son los materiales naturales que están ahí, y que basta con recogerlos.
A menudo, los juguetes comprados están muy usados, desarmados, desgastados. Hay en la sala un
camión, pero sin ruedas. Hay una muñeca, pero sin cabeza. Hay pedazos de cosas. ¿Aportarán algo? O a
menudo, son tan costosos los juguetes comprados que están muy guardaditos en estantes con llave para un
día especial.
Debemos trabajar con otros materiales. Materiales en desuso: todos esos objetos que ya tuvieron un uso
para el que no sirven: un despertador o una radio que ya no funcionan. Materiales de proceso, que sirven
para “inventar” cosas: tubos de manguera, alambres, plásticos, que pueden ser transformados y con ellos
hacer máquinas, robots. Materiales reciclables: la cajita, el tubito, el palito. No le llamamos material “de
desecho”, porque es material que el niño va a reciclar y a convertir en otras cosas. Y esas otras cosas que
hagan los niños se convertirán en ambientación de la sala.
Desde los Ministerios de Educación se pueden mover muchos hilos. En Chile, un buen museo de arte
precolombino acogió la idea de hacer algo. Y organizó una exposición con reproducciones de piezas
arqueológicas que los niños pudieran tocar y tener en sus manos. Una anécdota: a la salida del museo, en
la parte de ventas, los niños se acercaron a hojear los grandes libros con ilustraciones a colores de piezas
mayas, aztecas, incas, muy impresionados porque las habían visto y tocado en el museo. Entonces, quien
vendía ahí les dijo: “No, eso no es para ustedes, la parte de los niños es allá”. Y “la parte de los niños” eran
tres o cuatro libros sin colores, insulsos, mientras a ellos les fascinaban los libros “de mayores”.
En el Museo del Niño en La Paz, Bolivia, un país con altos niveles de pobreza, he encontrado algo único en
América Latina: una sala para niños de 0 a 3 años. En la sala hay monitores que trabajan con ellos y que
están vestidos con los trajes típicos de las culturas andinas. Lo que demuestra que éste es un tema que no
depende de grandes recursos, sino de la conciencia y de la educación de la sociedad.
México ya tiene un Museo del Niño. También Bogotá. Allí me encontré también un museo con una hermosa
sala para niños dedicada a Botero, uno de los grandes pintores y escultores colombianos, caracterizado por
sus gordas y gordos. En la sala no sólo estaban reproducidos sus cuadros, puestos al alcance de los niños,
para que pudieran verlos de cerca y tocarlos, sino que en el suelo sus cuadros estaban transformados en
grandes puzzles que los niños podían hacer y deshacer.
En América Latina nuestros niños deben salir e ir a museos, a bibliotecas, a talleres artesanales. En Italia,
he visto jardines infantiles que llevan a niños de 3 a 5 años al teatro municipal para que vean el ensayo de la
ópera que se va a representar. O a una exposición de vitrales en el museo de arte medieval. Son iniciativas
que expresan un concepto muy alto del niño. ¿Por qué darle al párvulo chatarra y mugre en el arte, en la
música, en la ciencia, en la tecnología? ¿Por qué pensamos, por adelantado, que un niño o una niña
pequeña no va a interesarse por la ópera o por las obras del arte clásico? Los niños y las niñas tienen
derecho al buen arte, a la buena ciencia, a la buena tecnología, y no solamente a la cultura chatarra que a
veces les dan.
El currículo oculto tiene que ver con las expresiones y los gestos que usamos, que siempre tienen un gran
impacto entre los niños y las niñas pequeños. Ya existe mucha investigación sobre currículo oculto en la
educación inicial, especialmente en el tema de género. Ningún currículo explícito dirá que hay que
discriminar a las niñas, pero quizás cuando estoy trabajando con los 30 niños y niñas que tengo delante me
dirijo más frecuentemente a los varones, porque son los que se mueven más, y dejo a las niñas en segundo
lugar.
Los gestos son fundamentales. A veces, un gesto dice más que mil palabras. Viene un niño a enseñarme su
dibujo, que tanto le ha costado, y sin casi mirarlo, le hago un gesto que a él le indica que no me interesa lo
que hizo. Todo esto es muy sutil. Va en el rostro, en cómo te miro, en cómo te recibo, en si te miro a los ojos,
en lo que te digo y en lo que no te digo con palabras y sí con el rostro, con las manos, con todo el cuerpo. Si
hay una educadora que está siempre con cara de desgano y de poco asombro, ¿cómo va a tener niños
inteligentes y animados? Capacitar en cómo tomar conciencia de los gestos es mucho más trascendental
que dar un montón de intelectualidad teórica.
NADA ES INOCENTE
La educación infantil nunca es inocente ni ingenua. Marca tendencias, marca actitudes. Por eso debemos
preguntarnos siempre: ¿qué explicito, qué valoro, qué anulo, qué dejo de lado? Y debo ser consciente que al
explicitar unas cosas siempre estoy dejando de lado otras. Últimamente se está develando la importancia
del currículo oculto, viendo que muchos de los fracasos y éxitos de la educación se juegan en el currículo
oculto. Porque el papel lo aguanta todo, y en el currículo explícito podemos poner las maravillas más
maravillosas, pero en el currículo real, el que hago en la sala de actividades, donde no considero a todos
iguales, donde privilegio unas cosas, donde hago gestos que envían señales, donde doy prioridad a la niña
más bonita o al niño que es líder, es en donde se juega la calidad de la educación.
5. ¿Cuáles son los dos valores más importantes que creo estar formando
en mis párvulos mediante mi práctica como docente?
6. Ejemplifique en prácticas concretas cómo los forma más allá de
los“decires”