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Las lecciones
de las psicosis
Índice
LAS LECCIONES DE LAS PSICOSIS
El empuje-a-la-mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Las lecciones de las psicosis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
El psicóticos y sus humores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
Nota a la edición
Este año, trabajando sobre las psicosis (especialmente a partir de los seminarios
de Lacan de los años ’75 y posteriores), una pregunta me surgió respecto de este
tema que lleva el título. Observo que la expresión de Lacan el empuje-a-la-mujer,
en francés, pousse-à-la-femme, es una expresión que figura en el texto El atolondra-
dicho de 1972. En este texto la aplica al caso Schreber, ya comentado en su texto De
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis; sin embargo, observé
que cuando se trata de hablar del empuje-a-la-mujer y, más generalmente, cuando
se trata de hablar de las psicosis, nos referimos siempre a De una cuestión preli-
minar. Eso empezó a plantearme una pregunta teórica, puesto que después de ese
escrito muchas cosas elaboradas allí han cambiado en la teorización de las psicosis
en Lacan. Finalmente me preguntaba si el empuje-a-la-mujer de los años ’70 dice la
misma cosa que Lacan dice sobre Schreber en De una cuestión preliminar. Digo que
muchas cosas han cambiado y efectivamente, en De una cuestión preliminar, tiene
una problemática construida a partir de la noción de la identificación. El problema
latente de este texto se podría formular así: lo que no es lenguaje, o sea, lo que es
viviente, es decir, la existencia, el hecho de aparecer como un viviente y existente a
la vez, y el hecho de ser de uno u otro sexo, cómo eso se puede identificar o inscribir
en lo simbólico, en el campo del lenguaje.
En este texto Lacan hace una construcción bastante convincente de la significa-
ción fálica, del significante falo (efecto de la metáfora paterna), el significante que
permite identificar a la vida, a la existencia y al sexo. Pero esta tesis cambia rápida-
mente en la enseñanza de Lacan. Casi hablamos como si no lo supiéramos, puesto
que desde La dirección de la cura y especialmente desde Subversión del sujeto, no
hace más del falo un significante que identifica a la vida, al contrario, mantiene la
tesis de que el sujeto intenta identificarse al falo, pero que no lo es. Entonces, ése es
el primer giro de la tesis. Después hay diversos pasos pero, rápidamente, hay otro
que me parece determinante, difícil de entender (sobre el cual trabajé este año en
mi curso), es el cambio respecto a la concepción del Nombre del Padre.
A lo largo de los años Lacan nunca ha renunciado a utilizar la palabra Nombre del
Padre, pero cuando tomamos los seminarios de los años 75, con su nuevo esquema-
tismo borromeo, el Nombre del Padre no es más lo que era, no es más un significante.
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El empuje-a-la-mujer
mación en mujer permite a Schreber –es la tesis del texto– identificarse en el Otro,
resolver el agujero de la existencia y del sexo en el Otro.
Es vedad que en el delirio de Schreber no se trata sólo del sexo, se trata de manera
patente de su existencia. Se ve claramente que hay dos temas del delirio antes de la
solución final: primero, el de la amenaza sobre su órgano, la amenaza de “desviri-
lización”, “eviración”, o “feminización”, y, segundo tema, que quizás es el primero
lógicamente, el asesinato del alma, que no refiere al sexo, y que Lacan traduce de
manera bastante convincente diciendo que el asesinato del alma designa un desorden
al nivel más íntimo del sentimiento de vida. Hay que decir que este desorden al nivel
del sentimiento de la vida nunca falta en ningún caso de psicosis, no es como en el
tema del empuje-a-la-mujer, que no se encuentra siempre.
Insisto en decir que el tema del delirio sea doble, sexo y existencia, es una razón
más para no pensar que la homosexualidad sería la causa de la psicosis. Sin embargo
creo que debemos entender bien lo que hace que Lacan se rehúse a admitir que la
relación perseguidor-perseguido resulta de la transformación de una relación homo-
sexual, que aparentemente es la tesis de Freud. Aparentemente, puesto que Freud,
como saben, en su intento de deducir la posición del perseguido vía una trans-
formación gramatical, pone la pulsión homosexual como la verdad de la relación
perseguidor-perseguido. Cuando dice que el delirio resulta de una transformación
gramatical que empieza con: Lo amo; Yo (un hombre) lo amo a él (un hombre), eso
sería la acepción homosexual primaria. Después la inversión del verbo: no lo amo,
lo odio; después, proyección: no soy yo quien lo amo, es él quien me ama. Entonces,
aparentemente, Freud hace de la psicosis o de la persecución una defensa contra la
homosexualidad. Digo aparentemente porque si extraemos un detalle perdemos el
conjunto de la construcción freudiana, y en el texto de Freud hay toda otra cosa,
como la tesis que lógicamente antecede la tesis de la homosexualidad. La tesis de
Freud que dice que la causa primaria (a nivel libidinal) es la retracción de la libido, el
desinvestimiento libidinal del mundo y de los objetos, que produce lo que llamamos
en la psiquiatría, el crepúsculo del mundo en la psicosis, y que es algo bien pare-
cido a lo que Lacan llama, el desorden al nivel del sentimiento de la vida. Freud lo
dice explícitamente: la homosexualidad de la cual habla es ya ella misma un intento
de solucionar la enfermedad primaria, que es una enfermedad libidinal de retrac-
ción respecto a toda relación de objeto. La posición homosexual es una tentativa de
curación, una tentativa de restablecer un lazo con un objeto. Podemos decir que en
Freud mismo la tesis no es realmente la causa homosexual, es la causa libidinal al
nivel de la imposibilidad de investimiento.
Lacan también rehúsa la formulación freudiana según la cual el autointento de
curación se haría vía un lazo homosexual. Se rehusa a decir que el intento de curación
pasa por la homosexualidad. Creo que aquí se encuentra el argumento fundamental en
el texto de Lacan para, como él dice: “poner en su sitio la pretendida homosexualidad
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(0). Segundo, Lacan tiene una tesis sobre el tipo de solución posible: lo que puede
suplir a este defecto son otras identificaciones. Entonces tenemos la tesis de Lacan
sobre la prepsicosis, sobre todos estos años en los cuales Schreber no se desencadenó,
y lo dice explícitamente: “una identificación cualquiera a la madre había permitido
a Schreber mantenerse normalmente en la realidad”. En tercer lugar tenemos la
tesis del desencadenamiento: se produce cuando la identificación del prepsicótico
se quebranta. Cuarto: teoría de la estabilización, que es la idea de la restauración de
una identificación otra, produciendo una pseudo-metáfora, en Schreber, identifi-
carse a la mujer de Dios, que suple a la forclusión del falo, con dos vertientes que
conocemos bien: mira su imagen de mujer en el espejo y, a la vez, dice experimentar
una voluptuosidad especial, deslocalizada, respecto al órgano viril.
La pregunta es si El atolondradicho dice la misma cosa. Aparentemente sí, pero
creo que es sí y no. El caso Schreber, en su peculiaridad, contribuye a introducir
una cierta confusión. El atolondradicho no dice exactamente la misma cosa puesto
que, si leo bien, en él el empuje-a-la-mujer no es la solución. En De una cuestión
preliminar su transformación en mujer se presenta como la solución, la pseu-
dometáfora fálica. En El atolondradicho, si retoman las expresiones, Lacan para
comentar su empuje-a-la-mujer, lo llama efecto sardónico, y lo evoca también
como un forzamiento que se impone al sujeto en el campo de Otro, que hay que
pensarlo como lo más ajeno a todo sentido (fálico, creo). Presenta el empuje-a-
la-mujer no como la solución, sino como el problema mismo, es decir, como el
equivalente a la amenaza de eviración en Schreber, pero no equivalente a la solu-
ción schreberiana. Volverse mujer fue, por un tiempo, una solución para Schreber,
pero es algo peculiar. Entonces El atolondradicho pone el empuje-a-la-mujer como
el problema mismo, no como la posible solución.
Eso es algo importante clínicamente, cuando nos planteamos el problema de
hacia dónde dirigir la cura del sujeto, quizás el sujeto psicótico, incluso cuando
encuentra un analista, se orienta solo, y es un problema saber hasta dónde el analista
puede influir sobre la dirección de la elaboración del sujeto. Sin embargo el analista
se plantea el problema sobre en qué dirección apoyar las elaboraciones. Creo que lo
que subrayo ahora nos indica que no hay que pensar la transformación, la femini-
zación, como una solución, lo fue un tiempo para Schreber, pero generalmente es
el problema mismo. Me di cuenta que ya en De una cuestión preliminar había una
indicación en esta dirección: distinguir la amenaza de feminización y la solución vía
la identificación femenina. Algo difícil de leer en un primer momento, pero Lacan
dice: “no es por ser forcluido del pene (eviración), no es eso lo que lo obliga a trans-
formarse en mujer”. Entonces Lacan ya distinguía lo que llamaba “ser forcluido
del pene” de “transformarse en mujer”. Creo que desde el ’63 el empuje-a-la-mujer
designa exactamente la no transmisión de la castración, y en tanto esta transmisión
se encuentra condicionada por el decir paterno, se condiciona entonces la posición
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Las lecciones de las psicosis
Para mí es importante venir a estos lugares, que son los hospitales, porque siempre
me acuerdo de la palabra de Lacan, cuando decía: un psicoanalista no debe retro-
ceder ante las psicosis. El título que elegí para hoy es “Las lecciones de las psicosis”.
No puedo hablar de todas, pero es un título que no tiene sentido si no en la ense-
ñanza de Jacques Lacan, puesto que es él quien nos enseñó a reconocer en las psicosis
–vamos a decir la locura, ¿por qué no?–, reconocer al lado de la neurosis, al lado de
la perversión, una de las configuraciones del destino del ser hablante, o sea, de un
ser que tiene la marca del lenguaje.
La visión de Lacan respecto de las psicosis siempre fue profundamente anti-
segregativa. No pensaba él que la psicosis era un fracaso de lo humano en el hombre;
pensaba que era, no un fracaso, pero sí un avatar. Es cierto que Freud se interesó en las
psicosis, tenemos su caso Schreber, pero se interesó en una posición completamente
inversa a la de Lacan. En efecto, en la psicosis Freud intentaba o creía reconocer los
complejos –como decía– de las neurosis, y evidentemente lo que él llama el complejo
paterno. Pensaba que había solo una diferencia: que la psicosis ponía a cielo abierto
lo que en la neurosis se encuentra disimulado, reprimido, y entonces que se debe
interpretar. En Freud era como si finalmente la psicosis confirmaba lo que el análisis
de los neuróticos revelaba.
No es el punto de vista de Lacan. Al contrario, Lacan, psiquiatra, ha siempre consi-
derado que las psicosis se caracterizaban por fenómenos… primero por fenómenos
y segundo por la causalidad propia, que permiten, precisamente, percibir lo que la
neurosis no revela nunca, sea con un análisis o no. ¿Y por qué? Porque, lo sabemos,
su hipótesis de entrada es que los efectos del lenguaje sobre el ser hablante son dife-
rentes entre neurosis y psicosis. En la psicosis falta la falta del Otro, manque la falta
del Otro, la falta del Otro no se encuentra simbolizada, subsumida bajo el signifi-
cante, es el primer caso. O sea, porque la falta ella misma manque, hace defecto; en
las psicosis, que tratan a las palabras como cosas, en las cuales todo lo simbólico es
real. Entonces que se trate de lo que Lacan ha llamado Paranoia, primer caso, o lo que
continúa en llamar Esquizofrenia, en los dos casos los efectos del lenguaje difieren
de los efectos en la neurosis.
Voy a hablar de lo que aprehendemos de estos efectos diferenciales del lenguaje
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sobre el ser hablante. Voy a hablar de tres lecciones: una, respecto de la libertad, a
pesar de que pueda parecer lo más lejano del tema; otra respecto al lenguaje; y la
última sobre la escritura.
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Lección sobre el lenguaje
La segunda lección que quiero comentar es que este hombre libre, para su
desgracia puedo decir, es el mismo del cual Lacan dijo que es un mártir del incons-
ciente. Saber si se trata de un mártir de lenguaje o un mártir de lalengua es otra
pregunta. “Mártir” quiere decir que padece, que soporta, y por este hecho podemos
decir que el psicótico es testimonio privilegiado de lo que lo hace sufrir, del efecto
del lenguaje que padece. Entonces voy a mirarlo un momento del lado de los fenó-
menos de lenguaje, bien conocidos desde las psicosis, al menos bien conocidos de
algunos de los lacanianos, supongo que aquí también.
Hay dos categorías: fenómenos de lenguaje y los fenómenos de palabra, puesto
que he evocado los fenómenos de fuera del discurso. Los primeros, fenómenos de
lenguaje, Lacan los calificó desde temprano, desde De una cuestión preliminar, los
calificó como fenómenos de los significantes en lo real, lo que quiere decir en lo
percibido. Significante en lo real quiere decir significante que aparece fuera de la
cadena significante, ésta cadena que simbolizamos S1, flecha, S2 (S1→S2). Cuando
el significante se encuentra solo, cuando la cadena se encuentra rota, en este caso
el significante se encuentra fuera del sentido, puesto que es la cadena misma que
produce el sentido. Las ocurrencias esenciales del lenguaje en lo real son conocidas:
alucinación verbal, automatismo mental, del cual Lacan dio el paradigma con la
alucinación de “marrana” en su texto De una cuestión preliminar a todo tratamiento
posible de la psicosis, supongo que conocen el texto. Marrana, este significante aluci-
natorio cortado del yo (je). Ah… no tienen diferencia entre yo (moi) y je… qué
lástima. Alguna satisfacción debe haber donde en una lengua falta la distinción entre
el pronombre de la primera persona del singular y el yo. Entonces, el significante en
lo real, el significante solo, fuera de la cadena, fuera de sentido, sin conexión con lo
que se da a llamar el enunciador, puesto que no tienen la palabra je.
Pero no es el único caso del significante en lo real, es el más típico, el más cono-
cido, pero hay también los fenómenos del discurso continuo, que se impone al
sujeto bajo la forma, a veces, del comentario de los actos, o de una palabra que sin
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ser un comentario se desarrolla sin cesar. En este caso percibimos, con estos dos
fenómenos, la heteronimia del discurso del Otro. El discurso del Otro es un pará-
sito que se impone en lo real, a la superficie de los fenómenos. Y este parasitismo
del lenguaje es algo que no se percibe en la neurosis. El neurótico no es un mártir
del lenguaje, quizás puede soportar los efectos.
Es a propósito de las psicosis que Lacan ha empezado a acercarse a lo que al final
llama el inconsciente real, del cual hablé en mi libro, El inconsciente reinventado. El
inconsciente real, hecho de elementos del lenguaje, fuera de la cadena y fuera del
sentido. Pero hay una diferencia entre el significante en lo real de las psicosis y el
inconsciente real. La diferencia es que el fuera del sentido, del significante en lo real
de la psicosis, desencadena en el sujeto fenómenos específicos: primero la dimen-
sión interpretativa, es decir, en el sujeto, la certeza de un sentido oscuro de lo que ha
aparecido en lo real, un sentido oscuro que le concierne. Y cuando Lacan habla de
la paranoia como de la psicosis –no es una traducción de la nosografía psiquiátrica,
de ninguna manera–, designa todas las formas interpretativas de la locura, vamos
a decir las formas trabajadoras. Esta definición deja algunas formas de la psicosis
de lado, hay que verlo, lo evocaré después. Deja de lado todas las formas donde no
hay la dimensión interpretativa, y donde el fenómeno más patente es la angustia, el
pánico… volveré.
Del lado de la palabra, no del lenguaje, algo también se encuentra afectado en las
psicosis. Deben pensar en las frases interrumpidas de Schreber, el caso de Freud; o al
revés, pueden pensar en la incontinencia verbal de una palabra que en algunos sujetos
no parecen impuestas, pero que fluyen sin discontinuación. El sujeto no puede dejar
de bla bla bla. Estos dos fenómenos son dos fenómenos de palabras cortadas, donde
se manifiesta un desfallecimiento del punto de capitón, de la significación. Y entonces
son equivalentes a significantes fuera de la cadena, si no hay punto de capitón no hay
la cadena. Es evidente en la frase interrumpida: falta el término que permitiría poner
un punto y decir lo que significa la frase. Es lo mismo en el discurso incontinente, que
no se puede detener, porque no encuentra su punto de detención. Es algo que real-
mente nos muestra, los dos, que en un punto el psicótico padece del parasito lenguajero.
Esta cuestión del punto de capitón, o no, siempre presenta en Lacan, en el semi-
nario Aún, todavía una pregunta: por qué una frase debe tener un tiempo limitado,
o sea, empezar y terminarse. Y, efectivamente, en esta pequeña pregunta está todo
el tema del punto de capitón y de lo que permite producir en su significación, que
no es el elemento del lenguaje.
Aquí sería necesario también evocar la holofrase. Lacan habló de una manera
demasiado corta de la holofrase. La holofrase es también una ocurrencia de un Uno
fuera de la cadena, puesto que consiste la holofrase en hacer funcionar la cadena de
los enunciados del Otro, que simbolizamos S1S2, lo hace funcionar como del Uno, sin
intervalo, sin el S1 S2. Es la tesis del seminario Los cuatro conceptos del psicoanálisis.
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Lacan decía también –no sé cómo se dice en castellano– “la holofrase es la supresión
del intervalo significante”. ¿Cómo se manifiesta que hay un intervalo? Se manifiesta
cada vez que escuchamos a alguien, el niño escucha a los padres, percibe la significa-
ción de la frase, y sin embargo se pregunta “pero ¿qué quieren decir con esto?”. Es así
que se manifiesta que el sujeto no toma, a los enunciados, no cree en los enunciados,
se pregunta sobre el sentido, y es así que se manifiesta sencillamente la presencia del
intervalo. Es en el intervalo entonces que el deseo del Otro, la hiancia del Otro, puede
ser cuestionada. ¿Qué es lo que le impide a algunos sujetos, los no psicóticos, creer en
los enunciados del Otro, tomar a sus enunciados sin más, sin formular un por qué?
Lo que permite interrogar el intervalo es la cadena de la represión; esto es un punto
de estructura del lenguaje. Formalizamos el lenguaje con dos términos, S1 S2, pero hay
siempre tres, si contamos con la cadena reprimida. Entonces es la represión la que
condiciona la pregunta sobre el discurso del Otro. Entonces el sujeto holofraseado es
un sujeto que repercute los enunciados del Otro tal cual, quiere decir que es un hiper-
dócil –hiperdócil frente a las significaciones del Otro–, un sujeto que forcluye la “X”
del sentido del deseo. Es paradójico, porque es el mismo que se encuentra libre; hiper-
dócil y sin embargo libre. Creo que estos sujetos holofraseados son por ejemplo las
personalidades del “como si” de Helene Deutsch. Sujeto que oscila entre la tontería de
algunos débiles y las psicosis. En otros casos, la personalidad como si, o debilidad, son el
contrario de las psicosis interpretativas, son el contrario de la paranoia. Entonces hay
una hipernormalidad en algunas psicosis, por el mecanismo holofrásico son sujetos
que están totalmente en las normas del discurso, hasta el desencadenamiento. “Total-
mente en las normas del discurso” es porque Lacan al final ha dicho, no la paranoia:
“las psicosis es la normalidad”. ¿Conocen esta frase? Yo opongo… la oposición en
Lacan entre la paranoia, la personalidad paranoica, y la psicosis normal, el holofra-
seado, que es el contrario de la personalidad, es un sujeto totalmente identificado a
las normas del discurso.
Es decir que todo el discurso del Otro puede funcionar como del Uno. Eso importa
para entender lo que Lacan dice después del inconsciente y lalengua… lo dejo de lado.
Para concluir sobre estos puntos se puede decir que el psicótico es un perseguido
del lenguaje, cuando el neurótico, al contrario, ignora la heteronomía del lenguaje,
puede incluso imaginar que utiliza el lenguaje como un instrumento de comunica-
ción, o de expresión, y a veces se queja de no tener suficiente actitud para manejar
el lenguaje como un instrumento. “No logro expresarme”, dice el neurótico, “cuando
me expreso no me entienden”. Es una expresión sencilla para decir los problemas que
tienen los sujetos cuando quieren utilizar el lenguaje como un instrumento. No es
sólo el neurótico el que lo intenta, toda nuestra civilización piensa ahora así. Saben
que Lacan se sorprendió cuando encontró al lingüista Chomsky, que pensaba que el
lenguaje es un instrumento, y un instrumento condicionado por el cerebro, pero un
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instrumento que usamos como cualquier otro instrumento. La tesis de Lacan real-
mente es otra: que el lenguaje nos usa, más que lo usamos; el lenguaje tiene efectos,
no es un instrumento sencillamente.
Entonces la psicosis, según la segunda lección, manifiesta de manera bien patente,
más que la neurosis, hasta qué punto el lenguaje es un parásito que imprime su
marca sobre el parlante. Evidentemente en la psicosis la marca no es cualquiera, estos
sujetos son perseguidos del lenguaje, pero no es “el” lenguaje, es “un” lenguaje, que les
persigue, un lenguaje transformado, afectado de desligazón, un lenguaje que elimina
la cadena significante. Son testimonios para nosotros, si queremos verlo, de la hete-
ronomía del lenguaje, y de la condición del lenguaje sobre el viviente también. En
efecto, no toqué este último punto, digo unas palabras. Los fenómenos de lenguaje
de las psicosis son solidarios de fenómenos específicos, a nivel de la regulación del
deseo y del goce.
Respecto al deseo, ¿cómo se manifiesta el deseo en la psicosis? Diría que va de
la abulia completa, ausencia de deseo, hasta la voluntad inflexible a veces. Va de la
ausencia de deseo hasta una rigidez máxima, pasando, entre los dos extremos, por
todas las formas caóticas de la inconstancia, del deseo inconstante. Las tres formas:
abulia, voluntad, inconstancia, son bien opuestas al deseo en la neurosis. El deseo en
la neurosis es un deseo estable pero dudoso... es la palabra de Lacan. Las tres formar
psicóticas del deseo las ilustré con los tres escritores que comenté en mi libro de las
psicosis inspiradas, Rousseau, Joyce y Pessoa.
En cuanto al goce, el deseo que no es goce, deslocalizado, como decimos, en la
psicosis, nos muestra cómo la cadena del lenguaje es, según la expresión de Lacan, el
aparato del goce, y cómo cuando la cadena se rompe el goce se modifica. En el caso
general, la cadena significante, el lenguaje vamos a decir, es un aparato –sabemos la
tesis que dice Lacan– que excluye la proporción sexual, que excluye la relación entre
los goces en la pareja, que programa al exilio, que produce la soledad. Este exilio de
la unión no es siempre el destino del psicótico, una paradoja también. Si tomamos
como ejemplo a Schreber, vemos que en su delirio –pero el delirio es el vehículo de
su goce–, en su delirio ha logrado ser la esposa de Dios… no es poca cosa. Eso no
quiere decir: entonces es verdad que Lacan ha podido evocar la relación sexual en la
psicosis… no quiero decir, con el ejemplo de Schreber, no significa que el empuje a
la mujer –solución de Schreber– sea la solución de todos los delirios psicóticos. Creo
que la solución más general, que se encuentra bajo diversas formas, es más bien el
empuje a la excepción, que está siempre. La excepción no es por eso una excepción
grandiosa… pero el empuje a la excepción me parece más general que el empuje a
la mujer, que es un caso particular de la excepción. Las excepciones de goce están
siempre presentes en las psicosis, porque devienen del fuera del discurso, y son soli-
darias de la libertad de la cual hablaba antes. Ahora tercer punto: la lección de la
psicosis en cuanto a la letra y la escritura.
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escritor, pero Finnegans Wake no escribe nada, en el sentido de producir una traza,
una, a nivel del significado, no escribe nada de un sentido único, como la neurosis
escribe. Entre Pessoa y Joyce tenemos dos ejemplos, uno de pulverulencia del Uno,
que excluye el Uno que se escribiría, y el otro, el silencio de lo que se escribiría. Y lo
impactante es que, lo que llamo la falta de escritura del Uno en la psicosis, se encuentra
en conjunto en las psicosis, muchas veces, con una pasión especial de las letras –la
letra y las letras–; la letra idéntica a sí misma. Como si el desorden del lenguaje, he
recordado, que libera de la cadena daba al psicótico un acceso mejor, a lo que Lacan
ha llamado la moterialité, es un juego (uno más) de Lacan, en francés se dice maté-
rialité, materialismo, y las palabras se dicen mo… entonces escribe moterialité para
decir que las palabras son materias. Moterialité de lalengua.
En general el lenguaje propio, de cada uno, se fabrica con lalengua, pero el lenguaje
hace olvidar lalengua, la recubre, la desmarternaliza, dice Lacan. Parece que el amor
del psicótico por la letra puede recordar o manifestar, llama nuestra atención, sobre
lo que se olvida en el caso general, o sea la moterialité de lalengua que se encuentra
en el origen. Y es una lección más de las psicosis: que más allá de la perturbación
del lenguaje hay el recurso posible a la letra fuera del simbólico. La letra fuera del
simbólico no tiene orden y entonces no conoce tampoco el desorden.
Esta relación liberada a lalengua fascina al neurótico, porque el neurótico no la
tiene. Uno puede preguntarse si el interés específico del psicótico por la materialidad,
fuera del sentido de las palabras, apunta más a librarse del parásito del lenguaje, o
si al contrario, este interés por la materialidad fuera del sentido del verbo, es una
manera de liberar el goce propio a lalengua. Esta pregunta Lacan la pone a propósito
de Joyce. Si su interés por la letra fuera del sentido era más un intento de liberarse
del parásito, o si era una captación en el goce de la letra. Creo que la pregunta se
puede plantear respecto de los otros casos de psicosis, puesto que jugar con lalengua,
como jugar con una materia fuera del lenguaje, tomar lalengua como la materia a
gozar, no como un vehículo del sentido, no es el rasgo propio de Joyce… si pensamos
en Russell, ¿conocen a Russell?, Artaud, hay muchos otros que usan lalengua de la
misma manera.
Lo propio de Joyce es otra cosa, termino con eso, lo propio de Joyce no es sólo
jugar, gozar de lalengua sin el lenguaje, en Finnegans Wake, este rasgo lo comparte
con muchos otros… lo propio de Joyce no es su gusto por la letra fuera de sentido.
Es que Joyce ha mostrado que era posible hacer sin el padre a condición de servirse
de él, de su función, que es la función de sinthome… una función que usa de un
decir de nombramiento. A este título Joyce es una excepción; excepción incluso
respecto a sus pares de la literatura fuera de sentido. Puesto que él ha logrado
producir la suplencia al decir del nombramiento, y eso es otra cosa que dejarse
excitar por la letra.
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Es un placer venir aquí, al Hospital Borda, de nuevo. Elegí el título “El psicótico y
sus humores”, voy a decir algunas palabras acerca de por qué elegí este tema.
En realidad hay dos razones que provienen de lados diferentes. Hay algo que tiene
un texto actual: comprobamos –al menos en Francia, no sé si se puede extender, no
estoy segura– no sólo en Francia, también en Europa –tengo un colega que vive en
Londres y que justo está viendo el mismo tema–, comprobamos que hay muchos
más sujetos diagnosticados como Bipolares, no Maníaco-Depresivo, sino Bipolares.
Es decir, un diagnóstico que se funda únicamente sobre el registro del humor, más o
menos deprimido, o al contrario. Cuando recibimos a los supuestos Bipolares, cons-
tatamos que en verdad son psicóticos. Hemos hecho esta experiencia en el Hospital
Sainte-Anne, donde continúo, cada quince días, haciendo una presentación de casos:
cuando llega un paciente Bipolar sale de la entrevista con otro diagnóstico. Aparen-
temente el éxito de la apelación a lo Bipolar, no sé cuál es la razón, pero que creo que
hay dos: primero, sin duda, el efecto de la medicación sobre el humor, que empuja a
diagnosticar al nivel donde la medicación coopera; pero creo que hay otra motivación,
más problemática, es que con eso ya no se habla más de los psicóticos. El diagnós-
tico de Bipolar sirve para disimular, o apartar el diagnóstico de psicosis, a veces.
Por supuesto las familias prefieren escuchar que el diagnóstico que llega es
Bipolar, antes que escuchar que es una psicosis. Un poco semejante a lo que pasa
con el autismo infantil; conocen el éxito del diagnóstico y el número de autistas que
ha subido de manera increíble recientemente. Es verdad, lo comprobamos clínica-
mente, el diagnóstico de autismo calma mucho más a los padres que el diagnóstico
de psicosis, de la locura.
Entonces la primera razón para hablar es el contexto que evoco rápidamente
aquí. La segunda razón, más esencial, menos coyuntural, es que Lacan nos enseñó
a diagnosticar las psicosis a partir de los fenómenos del lenguaje, especialmente de
la forclusión, que es un fenómeno interno al lenguaje. Y a pensar entonces al sujeto
psicótico como el que tiene un lazo específico, diferente del lazo neurótico, con el Otro
del lenguaje. Es verdad que todos los fenómenos de las psicosis no son del lenguaje,
como por ejemplo alucinaciones, automatismo mental… hay otros fenómenos que
se encuentran a nivel de los efectos del lenguaje sobre lo que no es lenguaje, o sea
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entonces. Afirma sencillamente que el significante, en tanto que formal, afecta a otro
que él mismo; un otro, podemos entender, el organismo viviente, que de golpe se
afecta, y que por eso se vuelve sujeto.
Entonces hay que ver que tenemos dos estatutos del significante y del sujeto.
Hay el significante en tanto que representa al sujeto, y el sujeto representado, que
es siempre un sujeto en falta en ser, es un sujeto siempre en otra parte, dice Lacan;
y tenemos el significante en tanto que toca directamente la carne y se vuelve signo
del sujeto del goce.
Si interrogamos el sujeto del goce con el ejemplo Schreber, Lacan nos dice que
permite ver que la paranoia identifica al goce en el lugar del Otro. No podríamos
decir eso del esquizofrénico.
(Se dirige al Lic. Gonzalo Javier López) Me decías que se veían más esquizofré-
nicos que paranoicos en hospital, pero hablo por el momento de la paranoia, que
identifica al goce en el lugar del Otro. Este lugar, sabemos por Lacan, es un lugar
vacío de goce, un lugar donde hay solo significante. ¿Cómo entender esta identifi-
cación de goce en el lugar del Otro? Hay dos maneras de entenderla, una más fácil
y otra no tan fácil, pero creo que es la buena. La más fácil, que viene enseguida al
pensamiento, consiste en pensar el delirio de persecución. Si pensamos en el delirio
de persecución, que es una formación imaginaria, el delirio, el fantasma de un otro
malo que quiere gozar del sujeto paranoico, entonces podríamos decir: el delirio de
persecución identifica el goce en el lugar del Otro. Sería coherente, pero no sería un
gran descubrimiento, porque no se necesitó a Lacan para saberlo.
La otra manera de tomarla, no es pensar el delirio de persecución, un Otro que
impone una destitución forzada al pobre perseguido, la podemos ilustrar si miramos
realmente el texto de Schreber, que Lacan recuerda en el texto del 66. Es verdad que
en Schreber tenemos la idea de que Dios, su Dios, quiere gozar de él. Sí, pero lo que
Lacan ha captado, y que si leemos bien podemos todos captar, es que se trata de un
Dios bien especial. Schreber nos explica que Dios no es más que un gran texto, un
texto infinito, constituido de todos los pensamientos que tuvieron todos los muertos
de todos los siglos. Entonces su Dios es un Dios hecho de pensamientos, vamos a decir,
de significantes, es un texto infinito, y Schreber se encuentra incluido a condición
que no deje de pensar. La unión entre Schreber y Dios –Schreber nos las describe–
como una suerte de copulación, no entre dos cuerpos individuales, del viviente, sino
dos conjuntos de pensamientos. Aquí entendemos el milagro del alarido, si Schreber
deja de pensar en su delirio entonces el texto infinito de la pareja que constituía con
Dios se deshace, y es el sufrimiento que se expresa con este alarido.
Hay que añadir que el goce, del cual habla Schreber, tiene un rasgo que Freud ha
subrayado, y es la dimensión de mortificación; Schreber lo llama goce, una volup-
tuosidad de alma, de las almas muertas. Freud subrayó eso: Schreber habla de goce,
pero es un goce especial, un goce del aparato significante. Podríamos recordar a
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El psicótico y sus humores
su vez la tesis de Lacan, del final del Seminario Aun, cuando habla del significante
aparato de goce; pero no sólo aparato de goce, no sólo operador del goce, el signifi-
cante como un objeto que se goza. Schreber nos ilustra eso: el significante, el discurso
infinito –que él llama Dios– se goza. Y cuando el texto se deshace el goce, stop. El
significante operador del goce es otra cosa que el significante gozado, esa es la gran
novedad del Seminario Aun.
Me parece útil insistir un poco en el lenguaje operador, que modifica al organismo
viviente. ¿Sus efectos principales cuáles son? Uno de ellos, el afecto de negativización,
o sea, falta de ser y pérdida de goce; con el resultado de que este afecto del lenguaje
lanza la libido, poder de la pura pérdida, dice Lacan. Lanza la libido, lanza el deseo,
permite entonces investir los objetos de la realidad y del erotismo. La negativización
del lenguaje es lo que condiciona la vida del deseo, no la vida orgánica. Es otra cosa
decir que podemos gozar del significante, porque esto no implica la negativización,
no implica el efecto deseo, no implica el efecto libido. Recuerdo eso porque la nega-
tivización del lenguaje, que lanza la libido, determina en cada sujeto, lo que Lacan
ha llamado en De una cuestión preliminar…, el sentimiento de la vida, el humor
fundamental que evocaba, se conecta, repercute, se manifiesta en cada uno como
sentimiento de la vida. Lacan nos muestra en todas las psicosis un desorden al nivel
del sentimiento de la vida, un desorden al nivel del que se manifiesta como humor.
En este sentido los humores negativos, oscuros, y los más alegres no son la peculia-
ridad de una estructura, se encuentran en cada sujeto y no sólo en los psicóticos.
Podemos interrogar en cada sujeto su humor de base. La pregunta que hay que saber
es si un análisis puede cambiar eso, la base del humor de un sujeto.
Termino con una última observación de este registro del sentimiento de la
vida. Lacan dice que Schreber sabe algo que refiere directamente a lo que digo del
humor, dice que en Schreber la relación con Dios se encuentra marcada –incluso si
Schreber habla de voluptuosidad– del rasgo negativo que hace aparecer más mezcla
que unión con Dios, más voracidad y asco, y que no tiene nada que ver esta relación
con la Presencia y la Alegría –Lacan mismo las escribe en mayúscula–, que iluminan
la experiencia mística. Aquí tenemos un texto entonces –podríamos desarrollarlo–
que nos indica que no basta hablar del goce en general, que el goce tiene sus matices,
singular, en el caso por caso, que repercute en el humor.
Es interesante para nosotros estudiar –al lado de los fenómenos de los psicó-
ticos– los fenómenos del goce y del humor. La primera afirmación, que conocen, fue
desarrollada, consiste en hablar de los psicóticos en general, de diversas formas, de
la deslocalización del goce, del goce deslocalizado. Lo vemos en Schreber. ¿Por qué
“deslocalizado”? Deslocalizado respecto a la localización común del goce. La loca-
lización del goce se encuentra en las zonas erógenas y en el órgano sexual, es decir,
localización en la superficie del cuerpo. Mientras que el interior del cuerpo es lo que
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El psicótico y sus humores
con un humor alegre, siempre igual, en la familia los reconfortaba a todos su sola
presencia, las hermanas, los vecinos, los compañeros de su edad, etc. Primer rasgo,
un sentimiento –aparentemente– inalterable, positivo, de la vida. Y por otro lado,
una capacidad de soportar las privaciones más tremendas, que nadie soportaba en
la familia. Por ejemplo en la ruina familiar, la falta de calor, la falta de comida, y él
no reaccionaba, “indiferente”, dice el hermano –él se quejaba mucho–. Sabemos que
cuando Joyce fue a París solo, antes de acompañarse con Nora, ha vivido, y ha ido
hasta los extremos, los extremos de lo que llamamos la indigencia, no comía, no
dormía, no bebía, era casi un indigente. Pero un indigente alegre. Están sus cartas. Y
no quería moverse de ahí, podía tener un trabajo pero no, era una elección. Entonces
hay este rasgo, lo evoco como ejemplo, se puede comprobar.
Ahora quiero evoca los extremos de la perturbación del sentimiento de la vida. Si
hablo de extremos en este sentimiento quizás piensan en el melancólico. Pero antes
de hablar de él quiero hacer una puntuación sobre el maníaco. El maníaco, saben
cómo Lacan lo indica en Televisión, efecto del rechazo del lenguaje, del rechazo del
inconsciente. Lacan dice que es en la manía que la forclusión se hace mortal. Por eso
escribí un texto “La manía, pecado mortal”.
Es verdad que sobre la manía Freud se equivocó, creo. Freud pensaba que la manía
se desencadenaba cuando el sujeto franqueaba los límites de la ley social, pensó que
era algo como la fiesta, donde las cosas prohibidas en otro momento en la fiesta
son aceptadas. Pero no es así, no es una fiesta la manía. La manía es un franquea-
miento de los límites homeostáticos del organismo: no dormir, no comer, trabajar
sin descanso. Y, efectivamente, si se empuja al límite, es la muerte. Entonces más bien
es un sentimiento de la vida que parece alegre (y hay testimonios de sujetos que han
escrito de cómo se encontraban bien en su manía), pero va directo a la muerte si
nadie detiene el fenómeno.
Evidentemente la melancolía, pero la psicótica, no eso que pasa cuando una
mañana puedo encontrarme de un humor melancólico, sino la melancolía psicó-
tica, es una vivencia de dolor, sin motivo, sin justificación por los acontecimientos
de la realidad, difícil de mover, con una aspiración a la muerte, y un temor de no
poder morir.
Quiero hablar, decir unas palabras para terminar, sobre lo que voy a llamar la
“elección de la muerte”. Lo hago siguiendo sobre la manía y la melancolía: manía,
con consecuencias eventualmente mortales, melancolía, también, el suicida, es un
problema. Pero, no sé si es por casualidad, durante el último año he visto diversos
casos en el hospital de lo que puedo llamar una elección decidida de la muerte, sin
la alteración del humor que encontramos, ni en la manía, ni en la melancolía. Los
dos casos –pienso en dos casos diferentes, un hombre y una mujer– en un momento
habían decidido morir… querían morir. No era un acting-out, llamado al Otro, no,
calculaban cómo lograr la muerte, los dos utilizaban el no comer. El hombre del cual
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